¡Oh gálatas insensatos, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado como crucificado! ¿Quién os hechizó?
3:1 — ¡Oh gálatas insensatos! — » anoetos, no entendedor, no aplicar nous, la mente, Luc 24:25; Gál 3:1; Gál 3:3, ‘necios’, significa carente de sentido, una indigna carencia de entendimiento» (Vine). Pablo les llama insensatos porque después de comenzar «por el Espíritu» (es decir, obedecieron al evangelio puro) se dejaron llevar por un «evangelio» pervertido. Dejaron la gracia para someterse a la ley de Moisés. Habían escapado de la esclavitud del paganismo (4:8, 9) y ahora se están esclavizando otra vez. Ante estos falsos maestros Pablo ni por un momento accedió a someterse (2:5), pero los hermanos gálatas se sometían a ellos.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
¡Oh gálatas insensatos! Gál 3:3; Deu 32:6; 1Sa 13:13; Mat 7:26; Luc 24:25; Efe 5:15; 1Ti 6:4.
quién os fascinó. Gál 1:6; Gál 4:9; Gál 5:7, Gál 5:8; Mat 24:24; Hch 8:9-11; 2Co 11:3, 2Co 11:13-15; Efe 4:14; 2Ts 2:9-12; 2Pe 2:18; Apo 2:20; Apo 13:13, Apo 13:14; Apo 18:3.
para no obedecer. Gál 2:14; Gál 5:7; Hch 6:7; Rom 2:8; Rom 6:17; Rom 10:16; 2Co 10:5; 2Ts 1:8; Heb 5:9; Heb 11:8; 1Pe 1:22; 1Pe 4:17.
Jesucristo fue ya presentado. 1Co 1:23, 1Co 1:24; 1Co 2:2; 1Co 11:26; Efe 3:8.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Pablo les pregunta qué les llevó a dejar la fe y aferrarse a la ley, Gál 3:1-5.
Los que creen son justificados, Gál 3:6-8,
y bendecidos con Abraham, Gál 3:9.
Y lo demuestra por varias razones, Gál 3:10-29.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
insensatos no indica necesariamente falta de inteligencia, sino falta de sabiduría. Pablo se pregunta si algo así como un encantamiento maligno impidió a los gálatas recordar el evangelio de Cristo crucificado que les fue presentado claramente o que se les predicó. Usa un juego de palabras (ante cuyos ojos) para destacar su duplicidad, contrastándola con la verdad que les explicó cuidadosamente.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
II. Justificación por la Fe, 3:1-4:31.
La experiencia de los gálatas: evidencia de los hechos, 3:1-5.
1 ¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fue presentado Jesucristo clavado en cruz? 2 Esto sólo quiero saber de vosotros: ¿Habéis recibido el Espíritu por virtud de las obras de la Ley o por virtud de la predicación de la fe? ¿Tan insensatos sois? 3 ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora acabáis por la carne? 4 ¿Tantos dones habréis recibido en vano? Sí que sería en vano. 5 El que os da el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la Ley o por la predicación de la fe?
Pablo ha terminado lo que pudiéramos llamar parte histórica de su carta, exponiendo a los gálatas el origen divino de su evangelio y cómo no era distinto del de los Doce (1:11-2:21); ahora entra ya de lleno en la tesis doctrinal, tratando de mostrarles en forma directa que la justificación no depende de las obras de la Ley, sino de la fe en Jesucristo (3:1-4:31). Su argumentación se apoyará sobre todo en la Escritura; pero antes, a modo de introducción, les recuerda unos hechos de experiencia acaecidos entre ellos que les deben hacer pensar y que deberían serles suficientes para dirimir la cuestión. De estos hechos trata nuestra perícopa.
Comienza el Apóstol lamentándose de que los gálatas, como niños incautos, se hayan dejado “fascinar” por las razones especiosas de los judaizantes, olvidando la imagen de “Jesucristo clavado en cruz,” que él les había presentado en su predicación, y que debía haber continuado siendo el norte fijo de sus miradas (v.1). Claramente da a entender, con este su reproche a los gálatas, que la doctrina de la redención por la muerte y resurrección de Cristo constituía la base de su catequesis (cf. 1Co 15:3-11). Notemos, además, que esta idea de la eficacia redentora de la cruz de Cristo, instrumento único de salvación, había sido ya aludida anteriormente (cf. 2:21), no haciendo ahora el Apóstol sino aplicar a los gálatas la lección que resultaba de lo expuesto en Antioquía. Con esto, ambas partes de la carta, la histórica y la doctrinal, quedan unidas literariamente sin solución de continuidad.
Desahogado su corazón con esa queja preliminar, San Pablo recuerda a los gálatas, en forma interrogativa para mayor viveza, que no han sido las obras de la Ley, en la que no pensaban y seguramente ni siquiera conocían, sino la fe en Jesucristo, cuando se convirtieron, lo que motivó el que recibieran el Espíritu Santo con plena transformación interior de sus vidas y abundancia de gracias carismáticas (v.2-5). Alude aquí el Apóstol a esa efusión del Espíritu Santo sobre los fieles, que los profetas habían señalado como nota distintiva de la época mesiánica (cf. Isa 44:3; Eze 36:26-27; Joe 2:28-32), y que, al igual que en otras comunidades de la primitiva iglesia (cf. Hec 8:17-18; Hec 10:46; Hec 19:6; 1Co 14:26-29), San Pablo afirma haberse dado también entre los gálatas. El argumento era contundente. Claramente se veía que Dios, enviando su Espíritu sobre los fieles, aprobaba la actitud y fe de éstos, sin exigir ninguna otra cosa. También los gálatas podían haber respondido a los judaizantes: “¿Quiénes somos nosotros para oponernos a Dios?” (cf. Hec 11:17).
Aunque la idea general de la argumentación de Pablo es clara, no así algunas frases concretas, particularmente en los v.3-4. Eso de “comenzar por el Espíritu” y “terminar por la carne” (έναρξάμενοι ττνεύματι . σαρκι επιτελείστε ), alude a que los gálatas iniciaron su cristianismo con la suscepción del Espíritu al creer en Cristo, y ahora tratan de consumar la obra con la práctica de la circuncisión (“carne”) y observancia de la Ley mosaica. ¡Qué insensatez!, comenta San Pablo. En vez de ir de lo menos perfecto a lo perfecto, vosotros lo hacéis al revés. Es de notar que los términos “iniciar-consumar” pertenecen al lenguaje de los ritos de iniciación, y fácilmente habían de ser entendidos por los gálatas, en tiempo en que estaban tan extendidas las así llamadas “religiones de los misterios.” Otra frase que tampoco es clara es la que hemos traducido: “Sí que sería en vano” (ει γε και εική ). Nuestra traducción supone que San Pablo no hace sino confirmar lo que ya insinuaba con la pregunta anterior, como diciendo: En efecto, todos esos dones con que os ha favorecido el Espíritu, en realidad no os van a valer para nada, pues, al tratar de buscar la justicia en la Ley, quedáis desligados de Cristo (cf. 5:4). Otros, sin embargo, traducen: “no sé si en vano,” con lo que el Apóstol trataría más bien de atenuar la expresión anterior, mostrando confianza de que los gálatas, por fin, no se dejarían seducir. Gramaticalmente ambas traducciones son posibles 234.
Por la fe entramos α participar de las bendiciones, 3:6-14.
6 Así “creyó Abraham a Dios y le fue computado a justicia.” 7 Entended, pues, que los nacidos de la fe, ésos son los hijos de Abraham; 8 pues previendo la Escritura que por la fe justificaría Dios a los gentiles, anunció de antemano a Abraham: “En ti serán bendecidas todas las gentes.” 9 Así que los que nacen de la fe son benditos con el fiel Abraham. 10 Pero cuantos confían en las obras de la Ley se hallan bajo la maldición, porque escrito está: “Maldito todo el que no se mantiene en cuanto está escrito en el libro de la Ley, cumpliéndolo,” 11 Y que por la Ley nadie se justifica ante Dios, es manifiesto, porque “el justo vive de la fe.” 12 Y la Ley no se funda en la fe, sino que “el que cumple sus preceptos, vivirá por ellos.” 13 Cristo nos redimió de la maldición de la Ley haciéndose por nosotros maldición, pues escrito está: “Maldito todo el que es colgado del madero,” 14 para que la bendición de Abraham se extendiese sobre los gentiles en Jesucristo y por la fe recibamos la promesa del Espíritu.
Parece que los agitadores judaizantes de Galacia, como insinúa ese “entended, pues” del v.y, insistían en que era necesario incorporarse a la descendencia de Abraham, mediante la circuncisión y la Ley, para poder participar de las “bendiciones” mesiánicas. San Pablo, que no niega el papel importante de Abraham en la economía de la salud, va a poner en su punto las cosas, cortando de raíz todas esas objeciones de los judaizantes y dándonos una visión maravillosa de las relaciones entre Antiguo y Nuevo Testamento. Lo que, en resumen, viene a decir es que es por la fe como entramos a formar parte de la verdadera “descendencia” de Abraham y que la Ley, en que tanto insistían los judaizantes, es más bien un régimen de “maldición,” del que nos libró Cristo, a fin precisamente de que las “bendiciones” hechas a Abraham pudiesen llegar hasta los gentiles.
Tal es la idea general de nuestra historia. El primer punto que toca el Apóstol es el de que Abraham fue justificado por la fe, no por la Ley, exactamente igual que, andando el tiempo, lo habían de ser también los gentiles (v.6-9). Es el mismo tema que desarrolla ampliamente en Rom 4:1-25, a cuyo comentario remitimos. La base es el texto de Gen 15:6 : “Creyó Abraham a Dios y le fue computado a justicia,” afirmación que toma no como caso aislado restringido a Abraham, sino como primer jalón de la obra de justificación por la fe, que Dios establece en el mundo, preanunciando ya entonces el modo como habían de ser justificados los gentiles en la época del Evangelio. El que San Pablo nombre únicamente a los “gentiles” (v.8) no quiere decir que no sea también modo de justificación para los “judíos” (cf. 2:15-16), sino que habla de “gentiles,” porque era lo que directamente le interesaba en orden a los gálatas. Trataba de hacerles ver que con la aceptación de la fe, imitando al “fiel Abraham” (v.g), habían sido ya incluidos en el ámbito de su descendencia y, consiguientemente, podían participar de las “promesas” a él hechas (v.8; cf. Gen 12:3; Gen 18:18; Gen 22:18). Es más, San Pablo insistirá en que sólo los “nacidos de la fe” (v.7), es decir, los engendrados a la vida sobrenatural por la fe, constituyen, en los planes divinos, la verdadera “descendencia” de Abraham, a la que están hechas las promesas. La descendencia carnal, como concretará en Rom 4:11-12, ni es necesaria ni basta.
Y todavía sigue más adelante San Pablo: la Ley, muy al revés que la fe, no sólo no nos hace entrar en la obra de la bendición prometida de Abraham, sino que nos hace objeto de “maldición” (v.10-12). Realmente, el modo de hablar de San Pablo, encarándose con los judaizantes, no puede ser más valiente. ¡Decir a un judío que la Ley, su máxima gloria (cf. Rom 2:17), nos hacía objeto de maldición! Pero San Pablo no sólo lo afirma, sino que lo prueba; y lo prueba valiéndose de textos de la Escritura. El primer texto citado (v.11) es el de Deu 27:26, del que deduce que quien pone la esperanza de su justicia en la Ley y no la cumple está bajo las “maldiciones” de esa misma Ley, que pide castigo contra los transgresores. Es ésta como la mayor de un silogismo, por lo demás muy fácil de entender. Pero los judaizantes podían replicar a Pablo: Muy bien todo eso, pero ¿y los que cumplan la Ley? Precisamente en ese mismo pasaje del Deuteronomio se enumeran toda una serie de “bendiciones” para los que cumplan la Ley (cf. Deu 28:1-14). Por eso, era necesario añadir una menor al silogismo, que más o menos parece debería sonar así: Ahora bien, la Ley ni se cumple ni se puede cumplir; luego.
Pero ¿era verdad que la Ley mosaica ni se cumplía ni se podía cumplir? Cierto que Jesucristo y San Pedro y el mismo San Pablo hablan de que de hecho no se cumplía (cf. Jua 7:19; Hec 15:1; Rom 2:23); pero ¿era eso aplicable en absoluto a todos? ¿Es que no hubo justos en el Antiguo Testamento, con absoluta fidelidad a la Ley? ¿Es que Dios daba preceptos imposibles de cumplir? Evidentemente, San Pablo no trataba de llegar tan lejos. De ahí, lo alambicado y sutil de su razonamiento en los v. 11-12, que en realidad constituyen la menor del silogismo, con referencia a ese no cumplir la Ley y, consiguientemente, estar bajo maldición. Se apoya nuevamente el Apóstol en dos textos de la Escritura: Hab 2:4 y Lev 18:5, textos citados también en la carta a los Romanos (Lev 1:17; Lev 10:5), y que, a primera vista, parecen estar en contradicción, pues de una parte se añrma que Dios “justifica por la fe” (Habacuc), y de otra que “justifica por las obras” (Levítico). Sin embargo, es evidente que San Pablo lleva un plan en su razonamiento y supone que no hay contradicción. ¿Cuál es ese plan?
A lo que podemos deducir, valiéndonos también de lo que sabemos por otros pasajes de sus escritos, el Apóstol trata de contraponer la economía de la Ley, en que cada uno debía labrarse su “justicia” a base del cumplimiento exacto de todos sus preceptos, y la economía de la fe, en que buscamos obtener esa “justicia” como don de Dios, puesta la confianza en El y en sus promesas de salud. De suyo, la “justicia” no puede obtenerse más que por la fe, como se dice en el texto de Habacuc (v.11) y San Pablo repite innumerables veces; pero eso no quiere decir que en la economía de la Ley no se consiguiese la “justicia,” y se consiguiese observando exactamente sus preceptos, como dice el texto del Levítico (v.1a; cf. Rom 2:13). Lo que pasaba era que la observancia de esos preceptos era imposible sin el auxilio de la gracia interior, y esa gracia no se daba tampoco en el Antiguo Testamento, sino en virtud de la fe (cf. Rom 4:2-25); la Ley, en tanto que ley, puesto que “no se funda en la fe” (v.12), no podía “justificar,” siendo más bien ocasión de nuevos pecados (cf. 3:19; Rom 3:20; Rom 7:7-11; 1Co 15:56). Hasta la venida de Cristo, “Ley” y “fe,” aunque procedan de principios diferentes, podían ir unidas en las mismas personas, como de hecho lo fueron en los justos del Antiguo Testamento, fieles observadores de la Ley y con un profundo sentido de fe en Dios y en sus promesas; no así una vez venido Cristo. Ahora la Ley, terminado su cometido (cf. v.24), queda ya disociada de la fe; y, por tanto, poner la confianza en ella, como hacen los judaizantes, es caer bajo el peso de sus maldiciones, sin posibilidad de poder escapar, puesto que no nos es posible observar sus preceptos sin el auxilio de la gracia interior, que únicamente nos viene de la fe. En resumen, que la misma Ley que antes procuraba la “vida,” cuando la fe informaba sus preceptos, ahora no puede dar ya esa “vida,” una vez disociada de la fe. El texto del Levítico: .” vivirá por ellos” (v.12) no tiene ya aplicación.
Por fin, un tercer punto, con que Pablo termina su razonamiento: Cristo, con su pasión y muerte, es quien nos libra de las maldiciones de la Ley y hace posible la entrada de los gentiles en la economía de la bendición prometida a Abraham (v.13-14). Tenemos en estos dos versículos, verdaderamente centrales de todo el capítulo, la misma idea básica que en Rom 8:3-4 Y 2Co 5:21, donde Cristo es también presentado asumiendo en su persona nuestras prevaricaciones para convertirse a su vez en fuente de justicia y santidad. Espontáneamente pensamos en Isa 53:4-12, hablando del “Siervo de Yahvé.” Como sostén de esta doctrina, si no queremos perdernos en un laberinto de cuestiones sin solución, hemos de presuponer la idea de solidaridad entre Cristo y los hombres, único modo de explicar la posibilidad de esa corriente de pecado, que va de nosotros a El, y de esa corriente de justicia que viene de El a nosotros. Esa solidaridad comienza en la encarnación, al hacerse hombre el Hijo de Dios, entroncando en el linaje de Adán y asumiendo el oficio de nuevo jefe y cabeza de la humanidad, que sustituye al viejo Adán (cf. Rom 5:12-21). Desde ese momento Cristo entra en nuestros destinos, apropiándose, aunque inocente, los pecados y maldiciones que pesaban sobre la humanidad, al convertirse en miembro de una familia pecadora y rama de un árbol maldito.
Cuando San Pablo, aquí, en este pasaje de la carta a los Calatas, dice que Cristo “nos redimió de la maldición de la Ley” () haciéndose por nosotros maldición (γενόμενος υπέρ ημών κατάρα ), no hace sino aplicar la doctrina de la “solidaridad” al caso concreto de que viene hablando. Esa “maldición” que pesaba sobre los transgresores de la Ley, contra los cuales ésta pedía castigo, Cristo la toma sobre sí en virtud del principio de solidaridad (“se hace maldición”) y, en virtud de ese mismo principio, hace llegar hasta los culpables su justicia (“redime de la maldición de la Ley”). No dice aquí el Apóstol cómo realizó Cristo de hecho esa liberación o “redención.” Lo dirá, sin embargo, en otros muchos lugares de sus cartas, particularmente en Rom 6:3-11, hablando de nuestra incorporación a la muerte y resurrección de Cristo mediante el bautismo, quedando liberados de nuestros ritos antiguos y naciendo a nueva vida. No sería, pues, exacto, comentando estos versículos de San Pablo, hablar simplemente de sustitución, como si la “maldición” que pesaba sobre los hombres hubiera pasado a Cristo, quedando, sin más, libres nosotros. Late en las palabras del Apóstol algo mucho más profundo, sin que eso signifique que no hayamos de admitir en algún sentido la idea de sustitución, pues ciertamente es Cristo quien paga por nosotros 235. La clave de la solución ha de buscarse, lo volvemos a repetir, en el principio de solidaridad: Entre Cristo y los seres humanos compenetrados místicamente, se establece un doble trasiego, uno de pecado y maldición, que va de nosotros a Cristo, y otro de justicia y vida divina, que viene de Cristo a nosotros.
El texto de Deu 21:23, citado por el Apóstol en confirmación de su tesis (v.13), no es propiamente una demostración, sino una ilustración sacada de la Escritura. Es posible, como algunos sospechan, que San Pablo se exprese del modo que lo hace inspirándose en dichos del ambiente hostil a Cristo, donde se le tenía por “maldito,” pues era un crucificado (cf. 1Co 1:23). El Apóstol habría recogido la acusación, confirmándola incluso con el texto del Deuteronomio, pero aclarando que se trataba de una maldición “por nosotros,” en beneficio nuestro, pues mediante ella había redimido a los judíos de la “maldición de la Ley” y había hecho que se extendiese sobre los gentiles la “bendición de Abraham.” Parece que San Pablo, con esa su extraordinaria densidad de pensamiento característica, refleja también aquí la afirmación tantas veces por él repetida de la prioridad judía en la salud mesiánica (cf. Hch 13:46; Rom 1:16; Rom 3:2; Rom 9:4; Rom 15:8), pues habla como si Cristo hubiese anulado primero la “maldición” que pesaba sobre los judíos (v.13), para que, libres ellos de trabas y participando ya de la “bendición” prometida a Abraham, “se extendiese” luego esa bendición también a los gentiles (v.14), una vez destruido el muro de separación de la Ley (cf. Efe 2:14), conforme al plan divino de salud universal por la fe. Las expresiones “bendición de Abraham” y “promesa del Espíritu” (ν . 14) en realidad vienen a ser equivalentes y designan todo el conjunto de dones mesiánicos, incluida la justificación, de que los gálatas tienen ya experiencia (cf. v.2-5). También resultan prácticamente equivalentes las expresiones “en Jesucristo” y “por la fe” (v.14), con las que San Pablo trata de dar a entender que es mediante la incorporación a Jesucristo, a través de la fe, como entramos a participar de la salud mesiánica (cf. 2:15-21).
Las promesas hechas a Abraham y la Ley, 3:15-25.
15 Voy a hablaros, hermanos, a lo humano. Un testamento, con ser de hombre, nadie lo anula, nadie le añade nada. 16 Pues a Abraham y a su descendencia fueron hechas las promesas. No dice a sus descendencias como de muchas, sino de una sola: “Y tu descendencia,” que es Cristo. 17 Y digo yo: El testamento otorgado por Dios no puede ser anulado por la Ley que vino cuatrocientos treinta años después e invalidar así la promesa. 18 Pues si la herencia es por la Ley, ya no es por la promesa. Y, sin embargo, a Abraham le otorgó Dios la donación por la promesa. 19 ¿Por qué, pues, la Ley? Fue dada en razón de las transgresiones, promulgada por ángeles, por mano de un mediador, hasta que viniese “la descendencia,” a quien la promesa había sido hecha. 20 Ahora bien, el mediador no es una persona sola, y Dios es uno solo. 21 ¿Luego la Ley está contra las promesas de Dios? Nada de eso. Si hubiera sido dada una Ley capaz de vivificar, realmente, la justicia vendría de la Ley; 22 pero la Escritura lo encerró todo bajo el pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo. 23 Y así, antes de venir la fe, estábamos encarcelados bajo la Ley, en espera de la fe que había de revelarse. 24 De suerte que la Ley fue nuestro pedagogo para llevarnos a Cristo, para que fuéramos justificados por la fe. 25 Pero, llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo.
Sigue San Pablo insistiendo en explicar el papel de la Ley en relación con la “bendición” prometida a Abraham. únicamente que, si antes hablaba de “bendición” (v.8.9.14), ahora habla de “promesas” (v. 16.21) o “promesa” (v. 17.18.22); pero, de hecho, se alude a la misma realidad; es, a saber, los bienes o salud mesiánica anunciada de antemano repetidas veces a Abraham, y que había de tener su pleno cumplimiento en la época del Evangelio 236.
Dos ideas fundamentales podemos distinguir en esta narración: que la Ley, dada por Dios posteriormente a la promesa, no puede anular ésta (v. 15-18), y que su papel no fue otro sino el de servir de ayo o pedagogo que condujera hasta Cristo (v. 19-25). La tesis que aquí sostiene San Pablo es diametralmente opuesta a la idea que en general tenían los judíos respecto de la Ley. Para éstos, la Ley era lo sustantivo y esencial, lo que realmente constituía a Israel pueblo de Dios, lo que había venido a completar la “promesa,” siendo absolutamente necesario someterse a la Ley para poder participar de la promesa. Era precisamente la tesis de los judaizasteis de Galacia. San Pablo, aunque admite la permanencia de la Ley en su sentido último y profundo (cf. Rom 13:8-10), no la admite cuando se toma la Ley en su aspecto externo y jurídico, que es el corriente en que suele tomarse, y único al que atendían los judíos.
Su primera afirmación es la de que la Ley, venida cuatrocientos treinta años después de la promesa 237, no puede anular ésta (v.15-17), y sería anularla si la herencia o “bendición” prometida a Abraham se nos concediera por la observancia de la Ley (v.18). El razonamiento de San Pablo, aunque a primera vista un poco enrevesado, es relativamente simple. Comienza el Apóstol valiéndose de una comparación tomada de las costumbres sociales humanas, y es la del “testamento.” Dice que un testamento hecho en regla, por el que nos consta de la última voluntad del testador, no puede ser anulado ni modificado con codicilos o añadidos, y esto a pesar de que sólo se trata de negocios “humanos” y no de realidades divinas (v.15); pues bien, la “promesa” de Dios a Abraham y a su descendencia es como un testamento, donde no hay más que una voluntad generosa por parte de Dios que promete por sí mismo, por su bondad, sin imponer condiciones (v.16a). Esto supuesto, la consecuencia es clara: una economía de salud fundada en una promesa incondicional, semejante en esto a un testamento, Dios no puede sustituirla, sin contradecirse, por una economía fundada en un contrato bilateral, como es la Ley, de modo que el cumplimiento de la promesa quedase subordinado a la observancia de esa Ley; en el mismo momento dejaría de ser “promesa,” con su carácter de favor gratuito e incondicional (v. 17-18). Este mismo punto lo desarrolla San Pablo más ampliamente en Rom 4:13-17, a cuyo comentario remitimos.
A lo largo del razonamiento, al nombrar la promesa a Abraham y a su “descendencia,” San Pablo intercala una especie de paréntesis o digresión para concretar cuál es esa “descendencia” a que se alude en la promesa, y dice que la “descendencia” es Cristo (v.16b). Discuten los exegetas si se referirá San Pablo al Cristo personal o al Cristo místico (la Iglesia). Desde luego, los cristianos todos, como luego dirá el mismo Apóstol, somos “descendencia” de Abraham (cf. v.29); pero no parece caber duda de que San Pablo, en este pasaje, está refiriéndose directamente al Cristo personal, como parece pedir el v.19 (cf. 4:4), y como debe entenderse siempre la palabra “Cristo” mientras por el contexto no se demuestre claramente lo contrario. Si luego habla de todos los cristianos como “descendencia” de Abraham, es precisamente en cuanto que “son de Cristo,” es decir, en cuanto incorporados a El, que es el heredero directo de las promesas, las cuales llegan a nosotros única y exclusivamente mediante nuestra incorporación al Cristo personal. Por lo que se refiere a la razón escriturística en que San Pablo parece fundar su argumentación, cuando trata de hacer la aplicación a Cristo, no cabe duda que choca un poco con nuestra mentalidad, y es posible que haya ahí vestigios de su formación rabínica. Desde luego, el Apóstol sabe de sobra que el término “descendencia” (σπέρμα = hebr. zerah) es un singular colectivo, que normalmente designa no uno, sino muchos individuos, y él mismo lo usa repetidas veces en ese sentido para designar toda la posteridad de Abraham (cf. Rom 4:16; Rom 9:7); sin embargo, el hecho de que la Escritura use el término colectivo “descendencia,” que puede también designar un solo individuo, y no use el plural “descendientes,” le permite ilustrar su tesis con esa armonía entre la realidad (de hecho era en Cristo donde se habían de realizar plena y directamente las promesas) y el Antiguo Testamento. Claro que esto supone que en el pensamiento de Pablo no se trata propiamente de una demostración escriturística, sino de una ilustración a base de la Escritura.
Por lo que toca a la segunda de las ideas fundamentales aquí desarrolladas por el Apóstol, es, a saber, cuál sea el verdadero papel de la Ley en la economía divina de salud (v.1g-as), conviene que señalemos algunas de sus expresiones más características. Primeramente, su afirmación de que la Ley fue dada “en razón de las transgresiones” (των παραβάσεων χάριν , v.1q), expresión que algunos han interpretado en el sentido de que la Ley fue dada para reprimir el pecado; sin embargo, varios pasajes de la carta a los Romanos, en que el Apóstol toca este mismo tema, nos obligan a dar a dicha expresión más bien sentido contrario: la Ley fue dada “para que abundase el pecado” (Rom 5:20; cf. 4:15; 7:7). En qué sentido deba extenderse esto ya lo explicamos al comentar esos pasajes. Desde luego, la intención de Dios al dar la Ley no era ciertamente la de que se produjeran transgresiones y aumentasen las caídas; ello se opondría a su infinita santidad y justicia. Sin embargo, dada la malicia humana, ese iba a ser de hecho el resultado de la Ley; y Dios, en sus altos designios, parecidamente a otras ocasiones (cf. Rom 9:17-18), podía permitir y aun poner una causa que de hecho iba a dar ese resultado, con lo que el hombre más fácilmente reconociese su impotencia y desease un Salvador (cf. Rom 7:24-25), cuya obra redentora, aumentados los pecados que había que borrar, brillaría mucho más (cf. Rom 5:20). A esto parecen aludir los v.22-23, que señalan el estado lamentable de dominio del pecado en que, como declara la misma Escritura (cf. Rom 3:10-20), se hallaban todos los hombres bajo el régimen de la Ley, en espera de que llegase la obra de la fe y recibiesen el don gratuito de la “promesa” mediante la incorporación a Jesucristo. Lo que Pablo, pues, quiere decir es que la Ley no fue dada para “vivificar” (cf. v.21), sino únicamente mirando a las “transgresiones,” contentándose con promulgar las penas contra los pecados e incluso provocando de hecho el pecado.
Otra expresión que el Apóstol aplica también a la Ley, y con la que trata de acentuar su inferioridad respecto de la promesa, es la de que “fue promulgada por ministerio de ángeles y con intervención de un mediador” (v.19). Evidentemente, late aquí, y en el v.20 continúa la misma idea, una confrontación con la “promesa.” Lo que San Pablo intenta decir es que la Ley tiene carácter de pacto bilateral, en que de una parte está Dios, representado por los ángeles, y de otra está el pueblo, representado por Moisés, que hace de mediador (cf. Deu 5:5); ahora bien, esto trae como consecuencia que el pacto de la Ley puede fallar, si el pueblo no cumple lo prometido, cosa que no puede aplicarse a la promesa, pues ésta no dependió sino de Dios (“Dios es uno solo,” v,20), fiel siempre, y, por tanto, indefectible 238. La intervención de los ángeles en la promulgación de la Ley (v.19) es idea que no aparece en los libros del Antiguo Testamento, que hablan simplemente de Yaveh (cf. Exo 19:1-25); sin embargo, era una idea corriente admitida en las tradiciones judías, y San Pablo la recoge aquí, igual que había hecho San Esteban (cf. Hec 7:30.38.53) y se hace en Heb 2:2.
Por fin, como conclusión de sus razonamientos, da San Pablo en forma positiva cuál ha sido el verdadero papel de la Ley: hacer de “pedagogo” (παιδαγωγός ) para llevar a Cristo (v.24-25). Antes deshace el reparo de que la Ley, con todas esas sus imperfecciones, esté “contra las promesas” (v.21a); estaría contra ellas, aclara, si fuese mediante la Ley como obtuviésemos la justificación, conforme pretenden los judaizantes, pues en ese caso la salud o “bendición” prometida a Abraham ya no se nos daría como un don, sino como una remuneración o salario (v.21b; cf. Rom 4:4-5). Pero no está contra ellas, si su papel se reduce a ser “pedagogo” para llevar a Cristo. Era el “pedagogo” en la vida greco-romana un esclavo de confianza, aun rudo y sin ilustración, encargado de vigilar y llevar a la escuela los niños de su señor, refrenando severamente sus caprichos; no estaba excluido, particularmente entre los romanos, el que a veces corriese también a su cargo la enseñanza de las verdades más elementales o primeros rudimentos. El régimen de paedagogium sonaba a severidad y rigor, y los jóvenes romanos consideraban día fausto aquel en que podían decir adiós al paedagogium, por haber llegado a la adolescencia y adquirido la libertad. Pues bien, ¿en qué sentido la Ley es “pedagogo” que conduce hacia Cristo? Hay autores que se fijan en que una de las misiones del “pedagogo” era la enseñanza de las verdades elementales, para concluir que es en ese sentido como debe aplicarse dicha expresión a la Ley, en cuanto que Dios, a través de la Ley, fue instruyendo poco a poco al pueblo judío hasta llegar a la plena luz con la venida de Jesucristo. Desde luego, no negamos que eso sea verdad, sobre todo si tomamos el término “Ley” en sentido amplio, más o menos como equivalente de Antiguo Testamento; pero creemos, dado el contexto, que no es ese el sentido en que dice San Pablo de la Ley que es “pedagogo” para llevarnos a Cristo. Como se deduce de lo que acaba de decir de ella (cf, v.19.23), y que ahora (v.24) trataría de concretar y resumir bajo la imagen de “pedagogo,” lo que San Pablo quiere hacer resaltar en la Ley es la idea de tutela y severidad, como la de los inflexibles pedagogos, que no tutelan y castigan simplemente por castigar, sino en interés del protegido. Ese ha sido el oficio de la Ley con sus preceptos y amenazas, e incluso con aumentar el número de caídas, pues así, al mismo tiempo que señalaba al hombre su camino, le hacía reconocer su impotencia, contribuyendo al plan de Dios de buscar la salud por la fe y llevar hacia Jesucristo (cf. Rom 7:24-25).
Conclusión: la verdadera descendencia de Abraham,Rom 3:26-29.
26 Todos, pues, sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. 27 Porque cuantos en Cristo habéis sido bautizados, os habéis revestido de Cristo. 28 No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús. 29 Y si todos sois de Cristo, luego sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa.
Estas pocas líneas de San Pablo son de una riqueza de contenido extraordinaria. La idea fundamental es la de nuestra incorporación a Cristo, formando con El un único organismo sobrenatural (v.26-28), lo que, supuesto el v.16, trae como consecuencia nuestro entronque con Abraham, herederos de la “promesa,” sin necesidad de pasar por la Ley (v.29). Ese “sois” (v.26), en segunda persona de plural, señala directamente a los destinatarios de la carta; pero es evidente que la tesis es general, con aplicación a todos los cristianos, judíos y gentiles.
La conexión con la narración precedente es clara. Acaba de decir San Pablo que, “llegada la fe, ya no estamos bajo el pedagogo” (v.25). Pero ¿por qué? Es lo que ahora explica. Sencillamente, porque por nuestra unión a Cristo entramos a participar de sus prerrogativas, con categoría de “hijos” de Dios (v.26; cf. 4:5-7)5 emancipados de la Ley-pedagogo, en plena posesión ya de nuestra herencia y de nuestros derechos. Esta unión a Cristo es fruto de la fe (v.26) o también fruto del bautismo (v.27), dos afirmaciones que en modo alguno se oponen, como ya dijimos explicando el término “fe,” en la introducción a la carta a los Romanos.
Es de notar la expresión “revestidos de Cristo” (v.27), conque el Apóstol trata de explicar el efecto de nuestra unión a Cristo por el bautismo. La imagen es natural y espontánea, encontrándose tanto en los autores profanos como en el Antiguo Testamento (cf. Job 29:14; Isa 52:1), sin que haya motivo para suponer que San Pablo, que la usa repetidas veces (cf. 1Co 15:53; Efe 4:24; Efe 6:11; Col 3:10), la tomara de la práctica de los misterios paganos. Desde luego, no se trata, conforme han fantaseado algunos, de una especie de ubicuidad material de Cristo que nos envolviera a todos, a modo de vestidura, sino de una nueva manera de ser que adquirimos por nuestra unión a El, participando y quedando como empapados de su misma vida divina. Esta fusión, por así decirlo, de nuestra vida en la de Cristo la describe ampliamente San Pablo en Rom 6:3-11, y es tal que el Apóstol no tiene inconveniente en pronunciar la palabra unidad y decir que todos somos “uno en Cristo” (ετς εν Χριστώ , v.28), formando, por tanto, un único organismo sobrenatural, cuya unidad arranca de Cristo. Las consecuencias de esta doctrina son inmensas, y San Pablo las apunta suficientemente al decir que por nuestra unión a Cristo han desaparecido las viejas divisiones de raza (judíos-griegos), condición social (siervos-libres) y sexo (varones-hembras), con absoluta igualdad espiritual entre todos los hombres, por encima de cualquier clase de privilegios y particularismos (v.28; cf. Rom 10:12; 1Co 12:13; Col 3:11). Palabras estas inauditas para la mentalidad del mundo antiguo, pero que son pura consecuencia de la doctrina cristiana, aunque en su aplicación se necesitara y necesite a veces extremada prudencia, a fin de no agravar más el mal en vez de remediarlo, como hubiera sucedido en el caso de la esclavitud precipitadamente abolida.
En el v.29, último de la historia, San Pablo resume el tema central del capítulo, sacando la conclusión que se buscaba: Si vosotros estáis interna y vitalmente unidos a Cristo (v.27-28), y Cristo es por derecho propio el heredero de las promesas (v.16), luego también vosotros sois herederos de esas promesas, sin necesidad de someteros a la Ley, que, además, ya no tiene ninguna razón de ser.
Fuente: Biblia Comentada
insensatos. No se refiere a falta de inteligencia, sino a falta de obediencia (cp. Luc 24:25; 1Ti 6:9; Tit 3:3). Pablo expresó así su extrañeza, conmoción y enfado por la deserción de los gálatas. ¿quién … ? Los judaizantes, aquellos maestros falsos que plagaron a las iglesias en Galacia (vea la Introducción: Contexto histórico). fascinó. Encantados o engañados por medio de halagos y promesas falsas. El término indica que los judaizantes recurrieron a la manipulación de las emociones. presentado claramente. La palabra griega describe la colocación de avisos oficiales en lugares públicos. La predicación de Pablo había hecho una exposición pública del evangelio verdadero de Jesucristo ante los gálatas. crucificado. La crucifixión de Cristo fue un hecho histórico que ocurrió una sola vez y que tiene resultados continuos por toda la eternidad. El sacrificio y la muerte de Cristo suministran el pago eterno por los pecados de los creyentes (cp. Heb 7:25), y no necesita ser complementado por obras humanas en absoluto.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
3:1 — ¡Oh gálatas insensatos! — » anoetos, no entendedor, no aplicar nous, la mente, Luc 24:25; Gál 3:1; Gál 3:3, ‘necios’, significa carente de sentido, una indigna carencia de entendimiento» (Vine). Pablo les llama insensatos porque después de comenzar «por el Espíritu» (es decir, obedecieron al evangelio puro) se dejaron llevar por un «evangelio» pervertido. Dejaron la gracia para someterse a la ley de Moisés. Habían escapado de la esclavitud del paganismo (4:8, 9) y ahora se están esclavizando otra vez. Ante estos falsos maestros Pablo ni por un momento accedió a someterse (2:5), pero los hermanos gálatas se sometían a ellos.
«Recibisteis el Espíritu» y habéis llegado a ser «insensatos» y «necios». Estaban en un estupor espiritual y Pablo quería despertarlos. La doctrina falsa — al igual que el vino — entorpece los sentidos. Pablo no dice que eran ignorantes o faltos de educación. La mayoría de los más educados son los más insensatos en cuanto a la doctrina de Cristo (1Co 1:18-21). Los gálatas eran simplemente ovejas que no pensaban. Eran como «niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina» (Efe 4:14). ¡Cuántos hermanos insensatos — hermanos que no estudian — se dejan llevar por algún error doctrinal! Algunos son engañados por el calvinismo; algunos caen en el error de la centralización de los fondos de muchas iglesias en manos de los ancianos de alguna «iglesia patrocinadora» (o de alguna institución); otros aceptan errores convenientes con respecto al divorcio y segundas nupcias; y muchísimos hermanos caen en el error de emplear Rom 14:1-23 para justificar una lista larga de errores doctrinales. El que no usa sus ojos para ver está en la misma condición que el ciego y el que no usa sus oídos para oír está en la misma condición que el sordo.
— ¿quién os fascinó — «ebaskanen, atraer mal sobre uno mediante fingida alabanza o el mal de ojo (vudú), extraviar mediante malas artes» (ATR). Los hermanos gálatas no fueron fascinados por medio del mal de ojo, sino por los judaizantes que les fascinó con un evangelio pervertido. Aceptaban la ley en lugar de la sangre de Cristo, lo imperfecto en lugar de lo perfecto, lo provisional en lugar de lo permanente. Estaban engañados como si hubieran caído bajo la maldición de encantadores. El engaño doctrinal no es menos peligroso que el engaño de artes mágicas. ¿Cuál es peor? Las dos cosas destruyen a sus víctimas. Todos deben entender que Satanás no solamente emplea a los que practican la magia (Hch 19:19) para engañar (fascinar), sino también a los que enseñan falsas doctrinas.
— para no obedecer a la verdad, — 5:7. La obediencia a la verdad no termina con el bautismo. Es necesario seguir obedeciendo a la verdad toda la vida. (Cabe aquí la pregunta para los que enseñan la justificación por la fe sola: ¿Quién os fascinó para no obedecer al evangelio, Mar 16:16; Hch 2:38)?)
— a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? — La predicación de Pablo y Bernabé presentó a Cristo como crucificado ante los ojos de los gálatas. Estos fieles mensajeros hablaron mucho acerca de Jesús y los gálatas pudieron «verlo» colgado en la cruz de Calvario, pero pronto lo olvidaron.
Fuente: Notas Reeves-Partain
EL DON DE LA GRACIA
Gálatas 3:1-9
¡Oh Galátatas insensatos! ¿Quién os ha echado mal de ojo, precisamente a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado sobre Su Cruz? Decidme simplemente esto: ¿Recibisteis el Espíritu por hacer las obras que establece la Ley, o porque escuchasteis y creísteis? ¿Es que os habéis vuelto tan torpes? Después de empezar vuestra experiencia de Dios en el Espíritu, ¿ahora vais a tratar de completarla haciendo que dependa de lo que pueda hacer la naturaleza humana? ¿Es que no os ha servido para nada la experiencia tremenda que habéis tenido, que vais a desprenderos de ella sin recibir nada a cambio? El que os dio tan generosamente el Espíritu y obró maravillas entre vosotros, ¿lo hizo porque vosotros producíais las obras que establece la Ley, o porque oísteis y creísteis? ¿No os sucedió exactamente lo mismo que a Abraham? Abraham confió en Dios, y fue eso lo que se le contó como si hubiera sido justo. Así que debéis daros cuenta de que son los que emprenden la aventura de la fe los que son los verdaderos hijos de Abraham. La Escritura previó que sería por la fe por lo que Dios traería a los gentiles a la correcta relación consigo Mismo, y le comunicó la Buena Noticia a Abraham antes de que sucediera: «En ti serán benditas todas las naciones.» Así que son los que se embarcan en la misma aventura de la fe los que son benditos juntamente con el creyente Abraham.
Pablo usa todavía otro argumento para mostrar que es la fe lo que pone a una persona en relación con Dios, y no las obras de la Ley. En la Iglesia original, los convertidos casi siempre recibían el Espíritu Santo de una manera sensible. Los primeros capítulos de Hechos muestran como sucedió una y otra vez (Cp. Hch 8:14-17 ; Hch 10:44 ). Venía a ellos un nuevo brote de vida y de poder que todos podían constatar. Esa experiencia la habían tenido los Galátatas; y no, decía Pablo, porque hubieran obedecido las disposiciones de la Ley, porque en aquel tiempo ni siquiera habían oído hablar de la Ley; sino porque habían escuchado la Buena Nueva del amor de Dios, y habían respondido con un acto de perfecta confianza.
La manera más fácil de captar una idea es verla encarnada en una persona. En cierto sentido, toda gran idea tiene que hacerse carne. Así que Pablo les señaló a los Galátatas a un hombre que encarnaba la fe: Abraham. El hombre al que Dios había hecho la gran promesa de que todas las familias de la Tierra serían benditas en él (Ge 12:3 ). Fue el hombre que Dios escogió especialmente como el que Le agradó. ¿En qué fue en lo que Abraham agradó a Dios especialmente? No fue por hacer las obras de la Ley, porque en aquel tiempo la Ley ni siquiera existía; fue por tomarle la Palabra a Dios en un gran acto de fe.
Ahora bien, la promesa de bendición se les hizo a los descendientes de Abraham. En eso confiaban los judíos; mantenían que el hecho escueto de ser descendientes naturales de Abraham los colocaba en una relación con Dios totalmente distinta de la de los otros pueblos. Pablo declara que el ser un auténtico descendiente de Abraham no es cosa de la naturaleza física; el verdadero descendiente es el que hace la misma aventura de la fe que hizo Abraham. Por tanto, no son los que tratan de obtener méritos por medio de la Ley los que heredan la promesa que se le hizo a Abraham, sino los de cualquier nación que reproducen su acto de fe en Dios. Fue sin duda con un acto de fe como empezaron los Galátatas. ¿Cómo iban ahora a retroceder al legalismo, y perder- su herencia?
Esta pasaje está lleno de palabras griegas con historia; palabras que transmitían un cierto ambiente y una cierta experiencia. En el versículo 1, Pablo habla acerca del mal de ojo. Los griegos le tenían mucho miedo al embrujo causado por el mal de ojo. Una y otra vez las cartas privadas terminan con una frase como: «Por encima de todo, rezo para que disfrutes de salud sin sufrir daño del mal de ojo, y que te vaya bien» (Milligan, Selections from the Greek Papyri, N° 14).
En el mismo versículo dice que Jesucristo les fue presentado sobre Su Cruz. Es la palabra griega prografein, que se usaba con el sentido de poner un cartel. Se usaba de hecho de una noticia que ponía un padre en un sitio visible para hacer saber que ya no se hacía responsable de las deudas de su hijo; también se usaba con el sentido de poner el anuncio de una subasta.
En el versículo 4, Pablo habla de empezar la experiencia en el Espíritu, y acabar en la carne. Las palabras que usa son los términos griegos normales para iniciar y completar un sacrificio. La primera, enárjesthai, es la palabra para echar granos de cebada por encima y alrededor de la víctima, que era lo primero que se hacía en un sacrificio; y la segunda, epiteleisthai, es la palabra que se usaba para completar el ritual de cualquier sacrificio. Al usar estas dos palabras, Pablo muestra que considera la vida cristiana como un sacrificio que se ofrece a Dios.
El versículo 5 habla de la manera tan generosa como Dios había tratado a los Galátatas. La raíz de esta palabra es la griega joreguía de joros, coro. En los días antiguos de Grecia, en los grandes festivales, los dramaturgos como Eurípides y Sófocles presentaban sus dramas; las obras dramáticas griegas requerían un coro; el equipar y preparar un coro era caro, y algunos griegos con conciencia pública se ofrecían generosamente a cubrir todos los gastos del coro. (Ese regalo se llamaba joreguía). Más tarde, en tiempo de guerra, los ciudadanos concienzudos daban aportaciones al estado, y a estas también se las designaba con el nombre de joreguía. Y, todavía en un griego posterior, en los papiros, esta palabra se usa corrientemente en contratos matrimoniales, y describe el mantenimiento que un marido, en su amor, se comprometía a darle a su mujer. Joreguía subraya la generosidad de Dios; una generosidad que nace del amor, de la que son pálidos reflejos el amor de un ciudadano a su ciudad y de un hombre a su mujer.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 3
Parte segunda
LA JUSTICIA PROCEDE DE LA FE 3,14,31
En los dos primeros capítulos de la carta, Pablo ha asegurado su autoridad apostólica, que estaba amenazada entre las gálatas por las acusaciones de los falsos maestros. Pablo ha demostrado que ha recibido su calidad de apóstol y su Evangelio inmediatamente de Cristo. Ahora puede dedicarse al contenido de su Evangelio, pues es éste el que desquician los innovadores de Galacia (1,7). Por eso intentan minar el prestigio de Pablo. Las gálatas debían apartarse no sólo de Pablo, sino también -y éste era el verdadero objetivo- del Evangelio de Pablo.
Pablo defiende ahora su mensaje. Lo hace por dos caminos. Primero, apela a la experiencia de los gálatas (3,1-5). Los cristianos han experimentado en sí mismas la eficacia del Espíritu Santo. Deben ser conscientes de que no han recibido el Espíritu por las obras de la ley, sino por la predicación de la fe. Si «experimentaron esas maravillosas vivencias» (cf. 3,4) fue únicamente porque Pablo les predicó la fe. El camino de la salvación es, pues, el camino de la fe, no el de la ley.
Pablo argumenta también por otro lado. Se dirige ante todo a aquellos que inducen a error a los cristianos de Galacia. Son judeocristianos. Creen en la ley como camino de salvación. Pablo les argumenta a un nivel admitido por ellas. Argumenta apoyándose en la Escritura del Antiguo Testamento. Pablo muestra, en la persona del justo Abraham, que ya en el Antiguo Testamento, si se entiende bien, el camino de la fe aparece como camino hacia la justificación. En torno al nombre de Abraham se teje la prueba de Escritura, que el Apóstol, siguiendo la costumbre judía, desarrolla en forma de midrash (3,6-4,31)32. Abraham y lo que la Escritura dice de él, como padre de Israel, hablan a favor del camino de la fe y contra las obras de la ley como posible camino hacia la justificación.
En la Escritura habla Dios mismo. La Escritura nos manifiesta el plan salvador y el camino salvífico de Dios. Pablo no se apoya en la Escritura sólo porque sus oponentes hacen lo mismo y porque así puede obligarles fácilmente a callar. Pablo no equipara la Sagrada Escritura a la ley. Mientras la Escritura es válida aún hoy y es palabra de Dios dirigida a nosotros, que nos manifiesta su voluntad (Rom 15:4), la ley, a partir de Cristo, ya no tiene validez, puesto que con él ha llegado la fe (Gal 3:23-25). «El fin de la ley es Cristo, para justificar a todos los que creen» (Rom 10:4). Con el ejemplo de Abraham muestra Pablo que, según el testimonio de la Escritura, la ley nunca fue camino hacia la justificación, ni debía serlo nunca por voluntad de Dios. La justificación se da al hombre por la fe. Es gracia, don gratuito do Dios.
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32. Por midrash se entiende la explicaci6n de la Escritura que hacía el judaísmo rabínico ajustándose al texto bíblico. Se guiaba fielmente por la siguiente exhortación: «Vuelve la torah de un lado y de otro, porque en ella está todo» (Abot 5,22). Aunque la midrash seguía determinadas normas exegéticas, su forma de argumentar nos parece hoy totalmente artificial. La prueba de Escritura que Pablo aduce aquí (3,6-4,31) no va directamente al objetivo, como hace el pensamiento occidental, sino que «vuelve la Escritura de un lado y de otro», vuelve al principio, cambia continuamente de punto de vista, da vueltas en torno a la cuestión que hay que probar. En una palabra: se ajusta a la forma biblicosemita de razonar.
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I. EL ESPÍRITU VIENE POR LA PREDICACIÓN DE LA FE (3/01-05).
1a ¡Oh gálatas irreflexivos! ¿Quién os ha fascinado…?
Probar el origen divino de su misión ha permitido al Apóstol llegar al tema específico de su carta: no hay justificación por la ley (2,15-21). Este tema le interesa muchísimo. Se siente impulsado a ir derecho al grano. Pero ahora ha de tocar el tema refiriéndose a los gálatas. Se dirige a ellos nominalmente. ¡Oh gálatas irreflexivos! Y no lo hace halagándoles ni dirigiéndoles palabras de alabanza. Les dice que son irreflexivos. Parece ser una expresión de extrañeza del Apóstol, que no entiende la forma de comportarse de los gálatas. El término no implica carencia de capacidad intelectual; no significa torpeza, sino falta de juicio. Los gálatas no ven lo que podían y debían ver. Aún no entienden que fe y ley son dos cosas distintas.
No es fácil atribuir lo que ocurre entre los gálatas sólo a persuasión humana. Hay que pensar en encandilamiento. ¿Quién puede haber hechizado a los gálatas? ¿A merced de qué mago han sido entregados? ¿Qué poder demoníaco les ha encantado? Pablo, el pastor de almas, se siente abatido cuando piensa cómo recibieron antaño su predicación…
¿… 1b a vosotros, ante cuyos ojos fue puesto públicamente Jesucristo crucificado?
Lo que hacen los gálatas es tanto más incomprensible cuanto que Cristo fue puesto públicamente ante sus ojos. Era de esperar que los gálatas quedasen hechizados por él, que le tuvieran siempre presente. Cristo, el crucificado, es una prueba palpable de la gracia que Dios nos dispensa. Cristo en la cruz es Ia prenda de la justificación que hemos recibido de Dios. Quien tiene ante sus ojos la imagen del crucificado está a salvo de toda irreflexión. No puede ser tan irreflexivo que espere ser justificado por sus obras.
Pablo habla de su predicación misionera entre los gálatas. Es patente que entiende esta predicación como un manifestar públicamente a Cristo crucificado. Jesucristo fue puesto públicamente ante los ojos de los gálatas, como una proclama que se pega en la pared. Pablo ve en la predicación del misionero el desempeño ministerial y público de una actividad de heraldo. Proclama un mensaje que le ha sido confiado por Dios. El verdadero contenido de este mensaje aparece aquí de nuevo, compendiado en dos palabras: «Jesucristo crucificado» (cf. 1Co 1:23). Para Pablo, el mensaje de la crucifixión y de la muerte de Jesús incluye también la pascua. La resurrección es el aspecto de la crucifixión que está vuelto hacia nosotros. Por eso, la intención del misionero Pablo no fue pintarnos al crucificado con tonos que muevan al corazón e impresionen plásticamente, sino proclamarle solemnemente, por encargo de Dios, como Señor.
Pablo lo hizo públicamente. Una proclama se coloca a la vista de los hombres, para que todos la vean. Nadie debe pasar de largo ante ella. Se la puede despreciar, pero no prescindir de ella. Así predicó Pablo. Los falsos maestros anónimos parecen haber llevado a cabo sus «fascinaciones» en la obscuridad. Realizaron su labor de agitación en secreto. Pablo, por el contrario, hizo su proclama públicamente. Por eso puede suceder que las obscuras gnosis que se introdujeron por caminos clandestinos parezcan al cristiano más fascinadoras que el mensaje que la Iglesia anuncia públicamente.
2 Esto sólo quiero saber de vuestra boca ¿recibisteis el Espíritu a partir de la práctica de la ley o a partir de la predicación de la fe?
Pablo les hace a los gálatas una sola pregunta. La respuesta a ésta les hará ver claro. Todos conocen la experiencia cristiana de la posesión del Espíritu. Es algo que también los gálatas admiten. En el bautismo han recibido el Espíritu Santo. Poseen las «primicias del Espíritu» (Rom 8:23), son «espirituales» (Gal 6:1). Pablo alude a la posesión del Espíritu porque el Espíritu Santo es el mayor regalo que el amor de Dios nos hace.
¿De dónde les viene a los cristianos el Espíritu? Pablo propone dos posibilidades. Es tan claro que la segunda posibilidad es la que vale, que Pablo no necesita responder: de la predicación de la fe. Cuando los gálatas recibieron el Espíritu en el bautismo no habían puesto antes en práctica las obras de la ley, sino que habían aceptado la predicación de la fe. En otro pasaje, Pablo llama a su predicación «palabra de fe» (Rom 10:8). La respuesta del corazón humano al mensaje de la cruz se apoya en la fe en la resurrección de Cristo; esta fe lleva a la justificación (cf. Rom 10:9 s).
8 ¿Tan poco reflexionáis? ¡Habiendo empezado por el Espíritu, vais a terminar por la carne!
Pablo insiste y pregunta de nuevo: ¿tan poco reflexionáis? Los gálatas empezaron su vida cristiana por el Espíritu. Por el bautismo recibieron el Espíritu Santo, que habita en los bautizados, pero también puede decirse que el bautizado vive en el Espíritu 34. El Espíritu es el poder de Dios que crea al hombre de nuevo en el bautismo y que, al final, le resucita de la muerte. Pero el Espíritu es también el «viento» que «impulsa» la nave de la vida cristiana, sólo con que el cristiano se deje arrastrar (cf. Rom 8:14). Mediante el Espíritu el cristiano debe «hacer morir las obras de la carne»; en caso contrario, equivoca el objetivo de su vida (cf. Rom 8:13).
Los gálatas corren el peligro de terminar por la carne. No son consecuentes con el hecho de estar crucificados con Cristo (Rom 2:19). Al querer circuncidarse en su carne hacen algo que les convierte en ciudadanos de un mundo ya superado y condenado a muerte. No alcanzan la plenitud que quisieron alcanzar de la ley.
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34. Cf. Rom 8:9; Gal 5:25.
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4 ¿Habéis experimentado en vano tan maravillosas vivencias? Sí, todo sería en vano.
Pablo se resiste a creer que los gálatas hayan experimentado en vano el don del Espíritu. Tan maravillosas vivencias se refiere a la actuación del Espíritu. El pastor de almas, por su parte, cree en la fuerza creadora del Espíritu, que se despliega en el hombre aun después del bautismo. Si aquí habla así lo hace para que los que están en peligro reaccionen y se animen a continuar avanzando, en el Espíritu, por el camino salvador de la fe.
5 En una palabra: el que os prodiga el Espíritu y realiza maravillas entre vosotros, ¿lo hace a partir de la práctica de la ley o a partir de la aceptación de la fe?
La pregunta final contrapone de nuevo los dos caminos que podrían conducir a la justificación. Pablo da fuerza a su frase colocando la disyuntiva al final de ella: práctica de la ley o aceptación de la fe.
La llamada a la reflexión se apoya esta vez en la experiencia de la actuación actual del Espíritu en las comunidades. También actualmente da Dios el Espíritu a los gálatas. Lo experimentan en las actuaciones extraordinarias del Espíritu (carismas). Lo perciben en las obras divinas y en los signos que entre ellos se producen: expulsiones de demonios y curaciones. En todos ellos aparece la irrupción del mundo mesiánico. Es una confirmación del Evangelio que el Apóstol predicó como mensaje de Dios. Esta presencia poderosa del Espíritu no proviene de las obras de la ley. Los mismos gálatas pueden dar testimonio de ello: procede de la aceptación de la fe. Antes de que la escucharan no hubo entre ellos carismas. Pero con la predicación del camino salvador de la fe y con la aceptación, con fe, del mensaje vinieron las «señales» que confirmaban la palabra (cf. Mar 16:17.20).
No es necesario que Pablo resuma en una respuesta el resultado de su interrogatorio. Es patente para todo el que piense. La recepción del Espíritu y la actividad del Espíritu no provienen de la práctica de las obras de la ley. Provienen de la fe. Y como el Espíritu es la prenda de la plenitud de la justificación, la justificación proviene de la fe.
II. EL ANTIGUO TESTAMENTO CONFIRMA EL EVANGELIO DE PABLO (,31).
1. LA BENDICIÓN DE ABRAHAM (Mar 3:6-14).
a) Los creyentes son hijos de Abraham (3/06-09).
6 Y así fue el caso de Abraham, que «creyó a Dios, y esto le fue tenido en cuenta para la justicia» (Gen 15:6). 7 Tened, pues, presente que los que proceden de la fe, éstos son hijos de Abraham.
La prueba escriturística que Pablo aduce ahora a favor de su Evangelio de la justificación por la fe comienza con un juicio de la Sagrada Escritura sobre el patriarca de Israel. Dios había prometido a Abraham que su descendencia sería tan numerosa como las estrellas del cielo (Gen 15:5). Aunque, hablando humanamente, Abraham ya no podía esperar ningún hijo de Sara, su mujer, creyó en la promesa que Dios le había hecho. Creía en el poder creador de Dios, que no tiene fronteras. Por eso pudo creer en la promesa de Dios. La actitud de fe se manifestó en el acto de fe del patriarca. La fe -he aquí el testimonio de la Escritura- hizo a Abraham justo ante Dios.
Como es natural, también el judaísmo tuvo en cuenta la fe del patriarca. Pero prestó atención ante todo a cada una de las obras concretas con las que Abraham cumplió toda la ley. Se hablaba de hijos de Abraham, lo cual suponía algo más que la mera descendencia física. Se consideraba como verdadero hijo de Abraham a aquel que con sus obras cumplía las exigencias de la ley 35. Pablo lo concibe en forma totalmente distinta. El Apóstol no quiere decir que al patriarca le fuera tenida en cuenta su fe como se anota en un libro de cuentas una prestación positiva. Dios no tiene un libro de cuentas para cada hombre en el que al cabo del tiempo se llega a un total: «justificación»36. Dios atiende a la respuesta fundamental del hombre a la palabra de su promesa y a lo que él le pide. Esto es lo que la Escritura llama «fe» y esta fe es la que Dios quiere de los hombres, pues esa fe consiste en reconocer la divinidad de Dios. De esa fe brota la obediencia, en virtud de la cual el hombre cumple lo que el Señor le pide.
Debemos tener presente que los que proceden de la fe, ésos son hijos de Abraham. Ello se refiere a los hombres que viven en la fe. Ellos, y nadie más, pueden reclamar el título honorífico de hijos de Abraham. Son sucesores de Abraham, quien, por la fe, confió en Dios y le siguió. No son los hombres que viven de las obras de la ley los que merecen el título de hijos de Abraham, sino aquellos que, según el espíritu de Abraham, «proceden de la fe».
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35. En el Talmud babilónico esta escrito: «Quien tiene misericordia de los hombres no hay duda de que pertenece al linaje de nuestro padre Abraham» (Beça 32b).
36. Véase Rom 4:2-5.
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8 Y la misma Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles a partir de la fe, había anunciado de antemano a Abraham: «Todos los pueblos serán bendecidos en ti» (Gen 12:3). 9 Así, pues, los que proceden de la fe son bendecidos juntamente con Abraham el creyente.
Un nuevo texto escriturístico confirma lo que Pablo acaba de afirmar. La Escritura previó que Dios justificaría a los gentiles. La Escritura es para Pablo algo vivo, no un texto muerto. En ella habla el mismo Dios. Por eso previó lo que ahora acontece con los gentiles. Por eso pudo predecir a Abraham lo que hoy sucede por intervención de Dios: bendice en Abraham a todos los pueblos, los justifica.
Pablo no es, pues, el primero en hacer llegar a los gentiles la buena nueva. Comenzó ya en la promesa de que la bendición de Abraham caería también sobre todos los pueblos de la tierra. En Abraham empezó ya a realizarse el Evangelio de bendición sobre los gentiles. Abraham creyó en la promesa del Evangelio. Dios justifica también a los gentiles si, como Abraham, creen en Dios.
De esta perícopa saca Pablo la conclusi6n de que aquellos que, con Abraham, han puesto la fe como fundamento de su vida serán también, con Abraham, portadores de bendición. No son sólo hijos de Abraham, sino que participan además en la gran bendición de Dios a Abraham.
Se insiste una vez más en que se trata del Abraham creyente. Abraham es portador de bendición y mediador de ella por cuanto creyó a Dios, no por la práctica de las obras de la ley.
b) Quien vive de las obras de la ley está bajo la maldición (3/10-12).
10 En efecto todos los que parten de las obras de la ley están bajo el peso de una maldición. Pues está escrito: «Maldito todo el que no persevera en todas las cosas escritas en el libro de la ley, llevándolas a la práctica» (Deu 27:26).
La decisión que hay que tomar es una decisión entre vida y muerte, entre bendición y maldición. Pablo no se limita a mostrar el aspecto positivo, la bendición que recibieron los que creyeron con Abraham. Debe mostrarles también que no hay más que dos posibilidades. Frente a la posibilidad de bendición no hay más que la posibilidad de maldición. No hay una tercera. Quien tiene enraizado su ser en las obras de la ley, quien vive de ellas, está bajo la maldición.
Esto vale en general para todos los que parten de las obras de la ley. No es posible que un hombre se profese adepto a la ley y adepto al mismo tiempo a Cristo, porque el que quiere ser justificado por la ley está separado de Cristo (Deu 5:4). Quien piensa que el cumplimiento de las obras de la ley conduce a la justificación, se separa de Cristo. No quiere recibir su justicia de la mano de Dios; desprecia la gracia que viene por Cristo. LEY/MALDICION:A propósito de la maldición que caerá, sin duda, sobre los servidores de la ley, Pablo alude también a un texto escriturístico. Lo entiende como sigue: la maldición de Dios alcanza a aquel que no permanece dentro del ámbito de las exigencias de la ley. Quien deja de cumplir un solo precepto queda sometido a la maldición. Hay que cumplir toda la ley. Una sola falta implicaría ya desprecio y desencadenaría la maldición prometida. Por tanto, el que vive bajo la ley y vive a partir de las obras que ésta exige está bajo una maldición amenazadora. Obra por miedo. Quiere escapar a la maldición. Pablo muestra después, apoyándose también en la Escritura, que todo el esquema de la ley está bajo la maldición. Vuelve a preguntarse de nuevo por el camino hacia la justificación. Indirectamente ha respondido ya a esta pregunta al aludir a la fe de Abraham (Deu 3:6). Ahora responde a la pregunta en forma directa y, primero, negativa.
11 Pero es evidente que en la ley nadie es justificado ante Dios ya que «el justo vivirá de la fe» (Hab 2:4); 12 y la ley no procede de la fe sino que «el que hubiera practicado estos preceptos vivirá en ellos» /Lev 18:5).
En la ley nadie es justificado ante Dios. Esto es evidente para todo aquel que haya seguido hasta ahora la argumentación. Es una cosa clara. La sagrada Escritura confirma esta tesis. La maldición que cae sobre aquellos que parten de las obras de la ley sólo puede desaparecer si Dios justifica a esos hombres. Y eso es precisamente lo que la ley no hace.
La Escritura muestra el verdadero camino hacia la justificación cuando dice que el justo vive de la fe. El texto hebreo de la perícopa del profeta Habacuc habla de la «fidelidad» que mantiene en vida al justo. Cuando Pablo usa la palabra «fe», esta palabra implica la fidelidad del hombre que sabe que la seguridad de su vida no depende de nada más que del hecho de que se atenga a la palabra y a la obra de Dios. Por la fe recibe la justicia y ésta, a su vez, le hace capaz de resistir el juicio de Dios y, por tanto, de entrar en la vida. Pero esta fe, ¿no es una prestación? Pablo se opone a que se conciba la fe en el sentido judaico, como prestación que implique mérito. En ese caso, sería perfectamente posible unir la fe y la ley como camino de salvación. Pablo se opone decididamente a ello. La ley no procede «de la fe», no tiene nada en común con la fe. Su origen no hay que buscarlo en la fe; son mundos totalmente diversos. La ley pide actividad por parte del hombre (cf. 3, 10b), promete la vida a quien obre de acuerdo con la ley. Dentro del ámbito de la gloria de la ley, es decir, en el tiempo de la gloria de la ley, escribió Moisés que «el hombre que cumpliere la justicia que procede de la ley vivirá en ella» (Rom 10:5). Al que obre así, es decir, al que practique la ley, le prometió como recompensa la vida. Pero la fe dice otra cosa. «De la justicia que procede de la fe dice así: …Cerca está la palabra en tu boca y en tu corazón: ésta es la palabra de la fe que predicamos» (Rom lO, 6.8). Allí donde el hombre vive inmerso en la ley no se puede hablar de fe.
c) En Cristo llegó a los creyentes la bendición de Abraham (3/13-14).
13 Cristo nos ha rescatado de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues está escrito: «Maldito el que está colgado de un madero», …
Por fin pasa el Apóstol a mostrar cuál es la acción divina positiva que hace posible la justificación ante Dios: Cristo nos ha rescatado. Esto es lo que ha hecho posible la bendición que desciende sobre los creyentes. Cuando Pablo dice que Cristo nos ha rescatado tiene ante sus ojos la imagen de la redención de los esclavos. Considerada en sí misma, esta imagen ofrece ya dos elementos importantes: un hombre pasa de esclavo a libre y hay, además, una persona que lleva a cabo el rescate. Pablo aprovecha esta imagen y la aplica a continuación. Muestra en qué consistía la esclavitud del hombre y cómo Jesucristo le rescató.
En el versículo siguiente muestra cuál es el verdadero objetivo de este rescate (Rom 3:14). La afirmación de Pablo no tiene el carácter vago propio de las generalizaciones; la insistencia «nos ha rescatado… por nosotros» hace a los gálatas conscientes de que también ellos pertenecen al grupo de los liberados por Cristo.
Estábamos bajo la maldición. Nuestro pasado, el de los judíos y eI de los gentiles, estaba sometido a la ley y, en consecuencia, a la maldición. Nuestra vida estaba condenada a muerte, pues la ley atraía sobre nosotros la maldición. Vivíamos en una auténtica esclavitud. Cristo nos adquirió por su muerte en la cruz, que Pablo describe con estas palabras: «haciéndose él mismo maldición». En la cruz, la ley se desencadenó contra el Mesías de Dios. Cristo fue juzgado y condenado según la ley. Del que es colgado dice la Escritura que está maldito. Así sucedió con el crucificado: la maldición de la ley se manifestó en él. Pablo evita con cuidado llamar maldito a Cristo: su persona no estaba bajo la maldición.
Se hizo maldición por nosotros. Esto no quiere decir sólo «por nuestro bien». Significa también «en lugar nuestro», substituyéndonos a nosotros, en los que la maldición de la ley no llegó a hacerse visible. Así «al que no conocía el pecado, Dios lo introdujo en el mundo del pecado» (2Co 5:21). No tuvo vivencia del pecado, pero llevó los pecados del mundo. No es maldito, pero nos libró de la maldición de la ley, manifestando en sí mismo esa maldición.
.., 14 y esto para que la bendición de Abraham pase a los gentiles, en Cristo Jesús, de suerte que por medio de la fe recibamos la promesa del Espíritu.
Al liberarnos de la esclavitud, Cristo abrió el camino a dos acontecimientos de la historia de la salvación. Esa era su intención al rescatarnos. La bendición de Abraham puede llegar ahora a los gentiles, en la persona del Mesías Jesús. Si la maldición de la ley había impedido hasta ahora que la promesa de bendición hecha a Abraham se hiciera realidad, ahora la bendición de Abraham tiene abierto ya el camino hacia todos los pueblos. La bendición llega a toda la humanidad en Cristo Jesús, gracias a su acción salvadora. «En Cristo» se puede entender aquí también en el sentido de que Cristo representa y significa la bendición de Abraham. Aquel a quien Cristo le sale al encuentro en el Evangelio recibe la bendición de Dios. Los creyentes «son bendecidos juntamente con Abraham el creyente» (2Co 3:9). Desde que se cumplió la acción salvadora de Cristo, la promesa de Abraham pasa a realizarse, se cumple también. Nosotros -eso es lo que Pablo les dice a los gálatas- participamos en este acontecimiento de la historia de la salvación aI recibir, por medio de la fe, la promesa del Espíritu. Con Jesucristo ha venido a nosotros el Espíritu, su Espíritu (2Co 4:6). Si las características de la época de la ley eran el pecado y la muerte, la característica del nuevo tiempo mesiánico es el Espíritu de Cristo. Al hombre de esta nueva era puede decirle Pablo: «La ley del Espíritu de vida que está en Cristo Jesús me ha libertado de la ley del pecado y de la muerte» (Rom 8:2). «Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2Co 3:17).
El Espíritu del Señor lo recibimos por medio de la fe. Pablo quiere dar fuerza especial a estas palabras y por eso las coloca al final del pasaje que había comenzado con la cita escriturística relativa a la fe de Abraham. La fe fue lo que justificó a Abraham delante de Dios. También por medio de la fe hemos recibido nosotros la bendición de Abraham, el Espíritu Santo. Cristo nos ha abierto el camino de la fe; la fe ha venido con Cristo (2Co 3:25). Abraham creyó en la promesa y nosotros creemos que en Cristo se ha cumplido la promesa.
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2. LA HERENCIA DE ABRAHAM (2Co 3:15-29).
En la perícopa precedente (2Co 3:6-14) la fe aparecía como mediadora de la bendición de Abraham; en ésta se muestra que la herencia prometida pertenece a Cristo. Se contrapone la fe a la ley, describiendo a ambas como fuerzas objetivas. Se desvela la finalidad de la ley en la historia (2Co 3:19-25). El bautismo muestra el fundamento sacramental de la fe (2Co 3:26-29).
a) La ley no puede invalidar la promesa hecha a Abraham (3/15-18).
15 Hermanos, os voy a hablar con un lenguaje tomado de la vida humana aun tratándose de un testamento humano, si está debidamente otorgado, nadie se atreve a quitarle o añadirle algo.
Pablo, dirigiéndose fraternalmente a los gálatas, pasa a considerar un ejemplo tomado de la vida humana. Lo toma del ámbito de la vida jurídica. Jesús, cuando tomaba sus parábolas del mundo de la creación y de la vida cotidiana del hombre, presuponía cierta correspondencia entre el acontecer terreno y el orden salvífico de Dios; también Pablo está convencido de esto. Lo que Dios hace tiene puntos de contacto con el modo de obrar de los hombres.
El ejemplo intenta aclarar la relación que existe entre la promesa y la ley. Cuando un hombre ha otorgado testamento debidamente, nadie puede anularlo ni añadirle algo. Es intocable, por ser manifestación de la última voluntad. Dios otorgó testamento a favor de Abraham. Le hizo las promesas, que representan su voluntad última. Para designar esta disposición de Dios Pablo emplea la palabra usual en la Biblia griega para designar la alianza: diatheke 37. Dios hizo una alianza con Israel en el Sinaí, pero ya antes la había hecho con Abraham. Propiamente, la palabra significa una «disposición» (unilateral), un «testamento», pues es Dios quien ha hecho una «alianza» con los hombres.
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37. La Biblia del judaísmo griego se ha esforzado por evitar el peligro de que la alianza de Dios apareciera como un contrato entre iguales.
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16 Ahora bien, las promesas fueron precisamente dirigidas a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice: «y a sus descendencias», como si fueran muchas; sino que se expresa en singular: ay a su descendencia», es decir, a Cristo.
Pablo vuelve de nuevo a la Escritura. Las promesas que Dios hizo a Abraham al hacer alianza con él no eran válidas sólo para el patriarca, sino también para su descendencia (Gen 17:7 ss). Pero la palabra «descendencia» -así interpreta Pablo el hecho de que la palabra esté en singular- no se refiere a la descendencia corporal, a las generaciones posteriores a Abraham, sino a un descendiente del patriarca: a Cristo. Cristo es el heredero universal de las promesas hechas a Abraham. Este es el sentido oculto y no percibido por los judíos 38 de la palabra «descendencia».
17 Pues bien, he aquí lo que yo digo: a un testamento, otorgado ya de antiguo por Dios, no lo va a anular una ley que ha aparecido cuatrocientos treinta años después, haciendo, en este caso, vana la promesa.
Y ahora viene la aplicación de la comparación. El Apóstol puso el ejemplo en el v. 15; en el 16 preparó su aplicación diciendo que Dios hizo las promesas a Abraham y a su descendencia, otorgó testamento a su favor.
Este testamento de Dios, la manifestación de su voluntad, no puede ser anulado por la ley. Un testamento tiene valor definitivo. Si la ley fue posterior a las promesas, no puede anular la promesa, que es un testamento. También en este punto Pablo está contra la tradición judía que, empapada de la significación de la ley del Sinaí, sostenía que Abraham ya conocía y observaba la ley39. Con eso se destruía en el judaísmo la primacía de la promesa sobre la ley. Pero si la ley surgió sólo cuatrocientos treinta años después de Abraham 40, no puede anular el testamento y la promesa hecha a Abraham.
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38. El judaísmo estaba convencido de que los herederos de las promesas eran los padres y el pueblo de Israel; cf. Sab 12:21.
39. «En aquel tiempo (el de Abraham), la ley, sin estar escrita, era conocida por todos y se ponían en práctica las obras de los preceptos» (Baruc sirio 57,2); cf. Libro de los Jubileos 24,11. La Mishná, aludiendo a Gen 26:5, dice: «Abraham, nuestro padre, cumplía toda la ley antes de que hubiera sido dadas (Kiddushin 4,14).
40. Cf. a propósito del tiempo Exo 12:40 s.
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18 Pues si la herencia se recibiera en virtud de la ley, ya no lo sería en virtud de la promesa. Ahora bien, fue precisamente a través de una promesa como Dios otorgó su favor a Abraham.
LEY/PROMESA: Pablo afirma de nuevo que no puede haber dos caminos para alcanzar la herencia de Abraham. La ley no puede conducir, junto con la promesa, a la herencia de Abraham. La ley no puede incluir y encerrar en sí la promesa. Ley y promesa son dos realidades fundamentalmente diversas. No pueden ser mediadoras de un mismo bien salvador, de la herencia y de la bendición.
La promesa de bendición hecha a Abraham muestra que Dios se decidió por el camino de la promesa. Esto significa que no se puede anular la promesa. La promesa es una prueba de la benevolencia y de la amabilidad de Dios; fue proclamada antes de que la ley exigiera que el hombre pusiera en práctica las obras de la ley.
b) La ley ha sido nuestro ayo (3/19-25).
19 Entonces ¿a qué viene la ley? Fue añadida para dar su verdadero sentido a las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a la que es taba destinada la promesa. Esta ley fue promulgada por ministerio de ángeles, a través de un intermediario.
El problema de cuál es el significado y la tarea de la ley es inevitable, una vez que Pablo ha afirmado que la herencia no procede de la ley (Exo 3:18). Queda, pues, planteado el problema de cuál es la función de la ley en la acción soteriológica de Dios.
La primera respuesta a este problema ya está dada, en el fondo, al decir que la ley ha sido añadida a la promesa sólo cuatrocientos treinta años más tarde (Exo 3:17). Pablo lo repite una vez más. La misión de la ley está condicionada temporalmente. No es, como opinaban los judíos, una de las cosas que existían incluso antes de la creación del mundo. No pertenece a la esencia del camino salvador que Dios ofrece a los hombres; es sólo un episodio. Con la promesa no sucede lo mismo.
La ley -ésta es la segunda respuesta- fue añadida para dar su verdadero sentido a las transgresiones. Eso no quiere decir que su misión fuese la de impedir las transgresiones, como una valla42. La idea del Apóstol es que la ley debía promover los pecados. Según el plan de Dios, había de promover lo contrario de la justificación. ¡La ley fue causa de las transgresiones! «Adonde no hay ley tampoco hay transgresión» (Rom 4:15b). Es la ley quien da al pecado su fuerza funesta.
La respuesta de Pablo encierra aún otra idea. El tiempo de la ley está limitado. Debía ejercer su función hasta que viniera la descendencia. Esta descendencia es Cristo (Rom 3:16). A él, como a Abraham, le fue hecha la promesa. La herencia prometida se dará a aquellos que pertenecen a Cristo, pues en Cristo son descendencia de Abraham (3,29). También aquí, al oponerse a la duración eterna de la ley, Pablo va contra la tradición judía. La ley ha de encontrar su fin dentro de la historia.
Para terminar, Pablo dice que la ley ha sido promulgada por ministerio de ángeles, a través de un intermediario. La intención de Pablo al afirmar esto es privar a la ley de su rango. Su Evangelio lo ha recibido directamente de Dios; también Abraham recibió directamente de Dios la promesa. La ley, en cambio, no procede directamente de Dios: fueron ángeles quienes la promulgaron a los israelitas; Moisés fue intermediario del pueblo. Para mostrar la colaboración de los ángeles en la promulgación de la ley del Sinaí recurre Pablo a las tradiciones judías; para mostrar la mediación de Moisés, a la Escritura. La promesa y el Evangelio difieren esencialmente de la ley.
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42. ésa sería la forma judía de pensar.
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20 Pero el intermediario no lo fue de uno solo, y Dios es uno solo.
Una frase de carácter generalizador pone fin a la última parte de la respuesta, cuya intención era mostrar la inferioridad de la ley frente al Evangelio y la promesa. Se introduce un intermediario cuando es una multitud quien se dirige a otra, pero no cuando se trata de uno. Cuando uno promulga algo frente a otros, lo hace él mismo. Dios, como todos reconocen, es uno. La ley, por tanto, no puede proceder (directamente) de él. Fue promulgada por un grupo de ángeles, y Moisés les sirvió de peón.
21 ¿Es, pues, la ley contraria a las promesas de Dios? ¡De ningún modo! Pues si hubiera sido dada una ley con capacidad de dar vida, entonces sí que la justicia vendría de la ley.
Del contenido negativo de la respuesta anterior (3,19b. 20) se podría deducir que la ley se opone a las promesas divinas. No es ésa la conclusión a que llega Pablo. La ley no puede competir con las promesas. Es algo manifestado mediante un rodeo, promulgado por ángeles. Las promesas, en cambio, son promesas de Dios. Así explica Pablo cuál es la razón de su negativa. Pero aún da otra razón expresa: la ley no puede dar vida ni produce la justicia. No puede, pues, competir con las promesas. Las promesas siguen siendo el camino salvador de Dios. Ellas son las que traen el bien prometido que se espera, el Espíritu vivificador. La experiencia muestra que la ley, en cambio, es «ley del pecado y de la muerte» (Rom 8:2). Ni siquiera es capaz de producir la justicia, pues cuando se trata de justificar al hombre ante Dios, Dios debe crearlo de nuevo, debe darle una nueva vida.
22 Pero la Escritura ha encerrado todas las cosas bajo el imperio del pecado, para que la promesa sea dada a los creyentes a partir de la fe en Cristo Jesús.
La ley no podía traer la justificación. La era de la ley se caracterizaba por el hecho de que todas las cosas estaban encerradas bajo el imperio del pecado. Todos los hombres estaban sometidos al dominio del pecado. La ley no podía darles la libertad. Se atribuye este estado de cosas a la Escritura porque ella manifiesta y realiza la voluntad de Dios. No sólo afirma que todo está sometido al imperio del pecado; la afirmación es, al mismo tiempo, causa de esa sumisión. La palabra de Dios no es un mero reflejo de la realidad, sino que la crea.
El objetivo de esta voluntad de Dios que se cumple en la Escritura está claramente determinado: la promesa debe ser dada a los creyentes. Ahora, en el tiempo de la plenitud, aparece claro que Dios tenía ya en cuenta este objetiva al dar la ley. Lo que Dios ha prometido es la herencia (Rom 3:18). Ahora la recibimos como don del Espíritu, por medio de la fe (Rom 3:14).
El creyente es, pues, quien recibe la herencia de Abraham. La herencia prometida la da Dios a partir de la fe en Cristo Jesús. La fe en Jesucristo no es, pues, sólo la forma y modo en que se concede el bien prometido, sino el principio a partir del cual nos llega la herencia de Dios. La fe está ahora a nuestro alcance como bien salvador. La fe de cada uno es la condición indispensable para que Dios le conceda el bien prometido.
Pablo responde ahora positivamente a la pregunta de cuál es la tarea de la ley. Negativamente había dicho que no podía producir la vida esperada, que no conducía a la justicia. Positivamente, el papel de la ley consiste en que ha sido nuestro ayo hasta Cristo (Rom 3:23-25).
23 Antes de que viniera la fe, estábamos encerrados bajo la custodia de la ley, hasta el día en que se manifestara la fe.
El acontecimiento decisivo de la historia de la salvación es la llegada de la fe. Ha llegado al mundo con Cristo, como fe en Jesucristo. Es cierto que Abraham creyó, pero no era más que un individuo; la era de la fe empieza con Cristo. Lo que le precedió fue la era de la ley. Pablo sabe que la promesa precedió a la ley y que continuó existiendo en tiempos de la ley, pero ahora va a considerar sólo el punto decisivo y por eso deja en segundo plano el tiempo anterior a la promulgación de la ley. La ley nos custodiaba, a judíos y a gentiles, es decir, nos tenía en prisión o en arresto. éramos prisioneros de la ley; todos estábamos sometidos al pecado y a la muerte, pues «el aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la ley (1Co 15:56). El hombre estaba aprisionado, impotente, dentro del círculo mortal de la ley.
La revelación de la fe trajo la liberación. Desde hacía mucho tiempo la fe era, en el plan de Dios, el camino de la salvación. Ya en tiempos de la ley preexistía esta revelación de Dios como acontecimiento futuro. Siendo un secreto del cielo, había de ser revelado por Dios. Así, la fe aparece como un rayo de la gloria divina, que Dios nos revelará plenamente al final de los tiempos (Rom 8:18). Ahora, en la fe, esta gloria se nos ha hecho ya visible en Cristo Jesús. Las tinieblas del período de prisión han pasado. La libertad ha llegado por medio de la fe que Dios reveló. Vino de Dios.
24 Así pues, la ley fue para nosotros el ayo que nos ha conducido a Cristo, para que obtuviésemos, por la fe, nuestra justificación, 25 Pero una vez que ha venido la fe, ya no estamos sometidos al ayo.
Con ese «así pues » Pablo saca la consecuencia de lo que ha dicho sobre la finalidad de la ley. La llegada de la fe coincide con la llegada de Cristo. Hasta que llegó Cristo la ley ha cumplido su misión de custodiarnos: fue nuestro guardián.
AYO/LEY: Pero las palabras el ayo que nos ha conducido a Cristo tienen un sentido más profundo. El ayo (paidagogos) era en el mundo grecorromano el esclavo que estaba encargado de controlar, con reprimendas y castigos, la conducta y el comportamiento de los hijos de la familia. Su actividad era diversa de la del profesor. Los niños estaban sometidos a este ayo sólo entre los seis y los dieciséis años. El paidagogos gozaba, por lo general, de poca consideración, y no se le apreciaba 44. Trataba a los niños con dureza
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44. El aspecto sombrío del ayo era proverbial. Según Oepke, el paidagogos debía cuidar de que «uno anduviera por la calle en actitud decidida y desenvuelta, de que al sentarse no cruzara una pierna sobre otra o apoyara la barbilla en la mano, de que, en la mesa, cogiera la salazón con un solo dedo, el pescado cocido o asado, la carne y el pan con dos, de que se rascara así o asá, de que se pusiera la capa de esta o de aquella forma». «En conjunto, no era apreciado, sobre todo por los muchachos vivarachos. El vultus paidagogi, pedantemente sombrío, era proverbial. No se ahorraban golpes… De ordinario no sólo se cogían esclavos para desempeñar esta labor, sino que se escogía a aquellos que no servían para otra cosa».
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c) Quien pertenece a Cristo es descendiente de Abraham (3/26-29).
Desde que ha llegado la fe ya no estamos bajo la vigilancia del ayo. Siendo «hijos de Dios» estamos libres de la ley. En el bautismo nos hemos revestido de Cristo y somos «uno solo en Cristo» (3,26-28). Quien «pertenece a Cristo» de esta forma, es descendencia de Abraham en el sentido de la Escritura (3,16). Es también heredero de la promesa (3,29).
26 Todos vosotros, en efecto, sois hijos de Dios a través de la fe en Cristo Jesús.
Pablo se dirige de nuevo a los gálatas personalmente. Les recuerda que son hijos de Dios. Lo son por la fe. Desde que ha llegado la fe han dejado de estar sometidos al ayo. Pablo abandona ya la metáfora del ayo. Los niños estaban sometidos al esclavo hasta que, un día, quedaban libres de él. Lo único que Pablo quiere decir es que el tiempo de estar sometidos a la ley ha pasado ya. La ley privaba de libertad, convertía en esclavos, porque sometía a la obediencia de un esclavo. La fe, en cambio, nos hace libres. No estamos ante Dios como esclavos, sino como hijos ante su padre.
Ahora estamos en Cristo Jesús. Con estas palabras describe Pablo la situación del cristiano bautizado, la relación del bautizado con su Señor. El bautizado está incorporado a Cristo. Está, como dice el versículo siguiente, «incorporado a Cristo» por el bautismo, se ha «revestido de Cristo». Cuando el Padre celestial mira al bautizado reconoce en él a Cristo, su Hijo. «Todo cristiano es una nueva creación» (2Co 5:17). El bautismo pone los cimientos de una vida nueva.
27 Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. 28 Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay varón ni hembra; pues todos sois uno solo en Cristo Jesús.
Sólo aparentemente se aparta Pablo de la línea fundamental de su discurso. A propósito del bautismo muestra que éste une a los hombres tan estrechamente con Cristo, que se puede decir que están «en Cristo Jesús» (2Co 3:26), que son «uno solo en Cristo Jesús» (2Co 3:28). Pero si los bautizados pertenecen a Cristo tan estrechamente por la fe, se les puede aplicar lo que se aplica a Cristo: son descendencia de Abraham. Son herederos de la promesa que fue hecha a Abraham y a su descendencia.
Los bautizados han sido bautizados en Cristo 45. En el bautismo el hombre es «incorporado a Cristo». El baño bautismal es signo activo de la consepultura con Cristo (cf. Rom 6:4). El bautizado ha sido crucificado juntamente con Cristo (Rom 2:19). Mediante la muerte del hombre viejo se hace posible la resurrección de un hombre nuevo. Al abandonar su existencia anterior, el hombre recibe la existencia «en Cristo».
Todos los cristianos, al ser bautizados en Cristo, se han revestido de Cristo. Es ésta una metáfora tomada del vestido que uno se pone para desempeñar el papel de otro. Los cristianos se han revestido de su Señor. Se han despojado del hombre viejo y se han revestido del nuevo. Si Cristo es su vestido, están, podemos repetirlo, «en Cristo». Pueden decir de sí mismos: «ya no vivo yo, sino que es Cristo el que vive en mí» (Rom 2:20). Tienen un nuevo ser participan del ser de Cristo, son nueva criatura.
La consecuencia de este acontecimiento sacramental es que todos los bautizados son uno solo en Cristo. Esto significa que pertenecen a Cristo estrecha y esencialmente (Rom 3:29). Son miembros de Cristo, a quienes acontece lo mismo que a Cristo. También a ellos les corresponde la herencia de la promesa que fue hecha a Cristo como descendencia de Abraham.
Esta unidad con Cristo constituye el fundamento para la desaparición de las diferencias, que eran decisivas en el mundo antiguo, incluso en lo relativo a la posibilidad de salvación de los hombres. Las diferencias religiosas de antes han desaparecido. Ya no importa que el bautizado sea judío o gentil. Su posición social no tiene ninguna importancia. También la mujer tiene acceso a la salvación y a la herencia prometida. Las diferencias han sido borradas por el baño bautismal, han sido sustituidas por el estar «revestido de Cristo». El cristiano es un hombre nuevo en Cristo. La nueva humanidad de los bautizados ya no está dividida. Así es como la ve Dios y la mirada de la fe. A los ojos del «mundo antiguo» estas diferencias, que han sido borradas en secreto, siguen pareciendo importantes.
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45. Es imposible decidir con certeza si esta expresión es una abreviatura de la fórmula del bautismo: «en el nombre» de Jesús, que significa que el cristiano, en el bautismo, pasa a pertenecer a Cristo. La interpretación podría ser mas simple, entendiendo la expresión a partir del significado fundamental de las palabras, como sucede más adelante.
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29 Y si sois de Cristo, sois, por tanto, descendencia de Abraham, herederos en virtud de la promesa.
Los bautizados son de Cristo no sólo porque confiesan su divinidad y porque son discípulos suyos, sino que le pertenecen de un modo esencial. El Espíritu de Dios, que hemos recibido en el bautismo, ha puesto en nosotros el requisito necesario para que estemos unidos estrechísimamente con Cristo, para que seamos de él, pues el Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo.
La argumentación del Apóstol ha alcanzado su objetivo. Cuando la Escritura hacía destinataria de las promesas a la única descendencia de Abraham (3,16), se refería a Cristo. Pero el que es de Cristo está incorporado a él, que es descendencia de Abraham, y, por esa razón, también quien es de Cristo es descendencia de Abraham.
La herencia se da en virtud de la promesa. Con esta afirmación cierra Pablo la perícopa. Quiere insistir una vez más en que no es la ley el camino hacia la justificación. La herencia de la promesa está ligada a Cristo. Sólo quien pertenece a él, quien es coheredero con Cristo, participa en su glorificación.
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
Sección Teológica y Argumentativa (Gál 3:1-29; Gál 4:1-31; Gál 5:1-12)
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Las bendiciones de Dios se reciben por creer en Cristo y no por obedecer la ley (Gál 3:1-14)
Análisis de discurso
Los capítulos Gál 3:1-29 y Gál 4:1-31 pueden considerarse los más densos de toda la carta. En efecto, el argumento se vuelve más teológico. En el capítulo Gál 3:1-29, especialmente, Pablo defiende la doctrina que sostiene que las personas llegan a ser aceptadas por Dios gracias a su fe en Cristo y no por cumplir algún mandamiento o requisito legal. En su exposición, Pablo usa mucho, y de forma extensa, el Antiguo Testamento, ya que se refiere principalmente a oponentes que arguyen muy bien desde las Escrituras.
El apóstol quiere demostrar que los verdaderos descendientes de Abraham son aquellos que ponen su fe en Cristo como mediador de la salvación. Por este motivo la figura de Abraham es tan importante en su argumentación. Pablo relee las Escrituras a partir de Cristo para rebatir a sus oponentes y demostrar que los verdaderos descendientes de Abraham son aquellos que tienen fe en Cristo, aunque no se sometan al rito de la circuncisión.
Pablo inicia su argumentación recordando a los gálatas las circunstancias en que él realizó su evangelización (vv. Gál 3:1-5). Antes de incurrir en un debate sobre textos bíblicos, Pablo alude a las experiencias espirituales de los gálatas y así realiza un llamado al discernimiento. En efecto, dichas experiencias podían considerarse como una constatación viva de la presencia del Espíritu de Dios, el cual ellos habían recibido por haber puesto su fe en Cristo y no por intentar cumplir con la ley. Pablo considera una torpeza la intención y el deseo de los gálatas de volver a unas pobres prácticas rituales después de haber gozado de los dones del Espíritu. Mediante este recurso a la experiencia, Pablo quiere disponer a sus lectores a abrirse y a escuchar sus pruebas bíblicas.
Una vez estimulada la memoria de sus conversos, Pablo los estimula a ejercitar la reflexión. Con ese propósito, plantea varias preguntas retóricas que intentan conducir a los gálatas al reconocimiento de su error, pero a partir de su propia lógica. Vemos, entonces, que Pablo recurre hábilmente tanto a las emociones, enraizadas en la memoria, como también a la inteligencia de los destinatarios de la carta con el fin de hacerlos cambiar de actitud.
En los versículos Gál 3:6-9 Pablo plantea su pensamiento central: que Abraham fue declarado justo por Dios porque confió en la promesa de Dios; por tanto, los verdaderos descendientes de Abraham son aquellos que también ahora son declarados justos por Dios por poner su confianza en Cristo. Según Pablo, la venida de Cristo y la incorporación de los no judíos al pueblo de Dios estaban ya previstas en la Escritura. Para expresar esta dimensión profética, Pablo usa diversos verbos en estos versículos: “Dijo” (v. Gál 3:6), “previó” (v. Gál 3:8), “anunció la buena noticia” (v. Gál 3:8).
La pregunta que todos, en conjunto, intentan responder, mediante el uso de la Escritura, es la siguiente: ¿quiénes son los verdaderos hijos de Abraham? Seguro que la interpretación que Pablo propone de la historia de Abraham es parcial. La misma se funda, especialmente, en el libro del Génesis, de donde el apóstol toma los temas que le interesan para su demostración, aunque interpreta dichos temas de manera diferente que los teólogos judíos contemporáneos. Para Pablo es importante mostrar que Abraham fue, esencialmente, un hombre que vivió dependiendo de la fe. De toda la historia de Abraham, la primera palabra que recoge Pablo está sacada de Gén 15:6 : “Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia” (v. Gál 3:6). La fe de Abraham se presenta como la actitud fundamental que permitió la concreción del pacto entre Dios y el patriarca (cf. Gén 15:9-21). Pablo, además, enfatiza que la declaración de Abraham como un hombre justo aconteció antes de que éste recibiera la circuncisión (cf. Rom 4:9-12). De ello Pablo concluye que la circuncisión es secundaria respecto a la fe, pues sólo viene después. Por esta razón, Abraham puede ser el padre de los circuncisos y de los incircuncisos, pues la condición que Dios toma en cuenta es que sean creyentes. El alcance universalista de esta afirmación lo encuentra Pablo también en el libro del Génesis: “En ti serán benditas todas las naciones”. Se trata de una cita compuesta que mezcla Gén 12:3 y Gén 18:18.
Los maestros rivales eran teólogos habilidosos. Si Pablo quería convencer a los gálatas de su posición, tenía que argumentar desde las Escrituras, como seguramente hacían sus oponentes. En el arsenal de Pablo, presentado en los versículos Gén 3:6-14, aparecen al menos seis citas o alusiones del Antiguo Testamento (Gén 15:6; Gén 12:3; Deu 21:3; Deu 27:26; Hab 2:4; Lev 18:5). Para los lectores o lectoras modernos resulta algo difícil seguir la lógica del argumento. Es difícil captar de qué manera el apóstol va trabando las citas, pues esos textos, en su contexto original, decían algo diferente. Pablo utiliza los textos con una gran libertad, al punto que podría reprochársele que los manipula en favor de su causa. En realidad, este era un método común de la exégesis de su tiempo.
Después de dejar claro que los cristianos son los verdaderos hijos de Abraham, Pablo vuelve su atención hacia la obra de Cristo en la cruz. Al ser colgado en el madero, Cristo cargó con una maldición (cf. Deu 21:23) y se hizo él mismo maldición. De esta manera, según Pablo, las personas creyentes en Cristo quedan libres de la maldición que la ley promulga y, consecuentemente, pueden participar en la bendición de Abraham.
Según Pablo, en la crucifixión de Jesús se muestra abiertamente la inutilidad de la ley mosaica como camino de vida. Al maldecir al que es colgado en un madero, la ley maldice al Hijo de Dios mismo, lo que a todas luces resulta una afirmación escandalosa. Así, el camino queda libre para afirmar que la fe es lo que otorga a una persona su estatus de justa. Por esta razón, Pablo afirma el tema de la bendición, ligado al universalismo de la promesa: todas las naciones serán benditas en Abraham. El apóstol hace explícita esta bendición con la mención del Espíritu, al que presenta como objeto mismo de la promesa. Esto explica por qué Pablo les recuerda con energía a los gálatas que ellos ya han recibido el Espíritu, es decir, la concreción de la promesa y la confirmación de la filiación.
TÍTULO: Es difícil encontrar un título que haga justicia a los varios temas importantes presentes en este pasaje. La mayoría de las versiones prefiere optar por un solo aspecto: «El Espíritu se recibe por la fe» (RV95), «La experiencia cristiana» (BJ), «Somos salvados por la fe» (BL), «Salvados por la fe y no por la ley» (BA), «La ley y la fe» (BP), «La fe o la observancia de la ley» (NVI). La propuesta de NBE nos parece más adecuada: «Dios rehabilita al hombre por la fe, no por la observancia de la ley», sólo que preferimos el uso del modo inclusivo de lenguaje. El siguiente título resulta adecuado: “Las bendiciones de Dios se reciben por creer en Cristo y no por obedecer la ley”.
Análisis textual y morfosintáctico
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Después de demostrar el origen divino de su mensaje y ministerio, Pablo alude directamente a las experiencias espirituales de los gálatas. El apóstol considera que dichas experiencias son pruebas irrefutables de la aprobación de su trabajo misionero por parte de Dios.
Pablo dirige a los gálatas seis preguntas duras (vv. Gál 3:1-5) para obligarlos a reflexionar sobre lo que están haciendo. Esta manera fuerte de dirigirse a ellos tiene la intención de hacerlos reaccionar. El sector se inicia con un apelativo chocante: ¡Oh gálatas insensatos! La palabra griega usada aquí tiene el sentido de “incapacidad de entender la realidad” o “no pensar con claridad”. Las versiones proponen las siguientes alternativas de traducción de este apelativo: «Tontos» (TLA), «duros para entender» (DHH96), «torpes» (BA), «estúpidos» (NBE), “necios” (Vidal: 91). Es recomendable mantener los signos de admiración para subrayar el carácter enfático de la expresión y el tono de asombro de Pablo.
En el texto original, el resto del versículo es una sola pregunta larga, tal como fielmente la traduce una de nuestras versiones base: ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? La mayoría de las versiones reestructura la frase para que quede más clara. DHH96 la divide en una pregunta y una afirmación: «¿Quién los embrujó? En nuestra predicación hemos mostrado ante sus propios ojos a Jesucristo crucificado». Por su parte, BA opta por expresar la frase mediante dos preguntas: «¿Quién los ha seducido? ¿No les presenté claramente a Jesucristo clavado en una cruz?» TLA no recurre a las preguntas: «¡Hasta parece que estuvieran embrujados! Yo mismo les di una explicación clara de cómo murió Jesucristo en la cruz».
El uso del verbo griego “embrujar” alude al ámbito de la magia, una práctica que no era extraña en Asia Menor en tiempos de Pablo. Particularmente temido era el “mal de ojo”, pues se consideraba que la mirada tenía poder de dañar, sobre todo cuando estaba cargada de celos o envidia. Pablo no cree en este poder, pero se refiere a él para hacer comprender a los gálatas lo absurdo e inexplicable del cambio que ellos están permitiendo. Respecto al verbo “embrujar”, las versiones ofrecen las siguientes alternativas, que aquí presentamos en infinitivo: “Seducir” (BA), “hechizar” (NVI), «hipnotizar» (BL), “fascinar” (BJ), “encantar” (Vidal: 91). La expresión comunica la idea de que el cambio de fidelidad de los gálatas sólo puede entenderse como una influencia de fuerzas negativas, con lo cual seguro Pablo está aludiendo a los misioneros rivales. Se puede traducir: “Están actuando tan tontament, que hasta parece que alguien los embrujó”.
Si se entiende literalmente la frase final del versículo, puede haber problemas de traducción. Algunas versiones dan la impresión de que Jesucristo fue presentado visualmente a los gálatas, como un dibujo o una pintura, tal como lo sugiere el texto original: “Ante los ojos de ustedes Jesucristo fue presentado claramente como crucificado”. El verbo griego usado aquí puede significar “dibujar”, “presentar”, “escribir de antemano”, “describir”. En este contexto el verbo se refiere a la manera clara con que Pablo explicó a los gálatas la muerte de Cristo y su significado salvífico. Según Pablo, sus palabras fueron tan claras como un dibujo o una pintura ilustrativa. Algunas versiones comunican bien esta idea: «¿[ ] ante quienes Jesucristo crucificado fue presentado tan claramente?» (NVI), «¿[ ] se les presentó a Cristo Jesús crucificado, como si lo vieran?» (BL). En algunos contextos podría entenderse mejor como sigue: “A ustedes se les explicó lo que significa la muerte de Cristo en una cruz con tanta claridad, que parecía que estaban viendo todo con sus propios ojos”.
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Gál 6:14; 1Co 1:18-23; 1Co 2:2.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
Apelación inicial
El carácter fuertemente personal de la apelación contenida en estos versículos se ve claramente en las palabras: Sólo esto quiero saber de vosotros (2). Las reflexiones de Pablo sobre la muerte de Cristo, y particularmente sobre el hecho de que la conducta de los gálatas es una negación del valor de esa muerte (2:21), lo hacen comenzar con una batería de preguntas formuladas en un tono altamente emocional (1, 2, 3a, 3b, 4a, 5). Dos veces llama insensatos a los gálatas; sugiere que han sido hipnotizados y que están abandonando al Espíritu. En re sumen, existe la terrible posibilidad de que su experiencia haya sido en vano, a pesar del hecho de que por medio de la proclamación del evangelio vieron a Jesús crucificado ante sus propios ojos. (El verbo que se traduce como padecisteis en el v. 4 podría tener el significado algo más general de “experimentasteis” y de esta forma, ser una referencia a las poderosas manifestaciones del Espíritu.)
Es de especial interés observar los contrastes que presenta Pablo en este pasaje. En los vv. 2 y 5, hace una distinción entre las obras de la ley y el oír con fe. Esta última expresión puede ser traducida de distintas formas, como “el oír que viene por fe”, “el oír que viene acompañado de fe”, o, la que es preferible, “el mensaje que produce [o demanda] fe” (ver una expresión similar en Rom. 10:17). Aunque estas traducciones tienen énfasis algo diferentes, todas ellas comunican la idea central: hay un marcado contraste entre una vida de observancia de las normas judías y el acto de creer el mensaje del evangelio.
Pablo expresa el mismo contraste básico en forma diferente en el v. 3: Habiendo comenzado en el Espíritu, contra ¿ … terminaréis en la carne? DHH traduce así la segunda expresión: “¿ … quieren aho ra terminar con esfuerzos puramente humanos?” Esta traducción capta con exactitud el pensamiento, pero oscurece el contraste entre las palabras “carne” y “Espíritu” que es un tema recurrente en la carta (ver notas sobre 4:23, 29; 5:13, 16-26; 6:8, 12). El punto destacable aquí es que Pablo está comenzando a agrupar una variedad de términos que constituyen dos sistemas distintos, y hasta contradictorios. A uno pertenecen las obras de la ley, la carne, la esclavitud, el pecado, la muerte; al otro, la fe, el Espíritu, la herencia y la promesa, la libertad y la calidad de hijos, la justicia y la vida. El primer grupo caracteriza el mundo malvado actual (1:4); el segundo refleja la llegada de la nueva época, la Jerusalén de arriba (4:26).
Al escuchar el falso evangelio de los judaizantes, los gálatas estaban negando su propia experiencia verificable de haber recibido el Espíritu Santo con todo su poder y sus obras. Ellos deben entender que este cambio representa un paso hacia atrás. En lugar de vivir como hijos de la época que vendrá, han regresado a las cosas elementales de este mundo (cf. 4:8-10).
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
3.1 Los creyentes de Galacia habían sido fascinados por los argumentos falsos de los maestros, hasta dar la apariencia de que estaban bajo la influencia de un encanto. La magia era común en los días de Pablo (Act 8:9-11; Act 13:6-7). Los magos empleaban tanto la ilusión como el poder de Satanás para lograr sus milagros. La gente se involucraba en los ritos misteriosos de los magos sin tomar en cuenta su peligroso origen.3.2, 3 Los creyentes en Galacia, algunos de los cuales habían estado en Jerusalén en Pentecostés y habían recibido el Espíritu Santo allí, sabían que no recibieron el Espíritu de Dios por obedecer la ley judía. Pablo enfatizó que así como comenzaron la vida cristiana en el poder del Espíritu, de igual manera crecerían por el poder del Espíritu. Los gálatas dieron un paso atrás cuando decidieron cumplir con las leyes judías. Debemos darnos cuenta que crecemos espiritualmente gracias a la obra de Dios en nosotros por su Espíritu, no por seguir normas especiales.3.5 Los gálatas sabían que habían recibido al Espíritu Santo cuando creyeron, no cuando obedecieron la ley. Muchas personas se sienten inseguras en su fe, porque la fe sola parece muy sencilla; por ello es que procuran acercarse a Dios por medio de reglas. Mientras ciertas disciplinas (estudio bíblico, oración) y servicio pueden ayudarnos a crecer, estas no pueden ocupar el lugar del Espíritu Santo en nosotros o ser un fin en sí mismo. Al plantear estas preguntas, Pablo esperaba lograr que los gálatas vieran otra vez a Cristo como el fundamento de su fe.3.5 El Espíritu Santo da a los cristianos un poder especial para vivir para Dios. Algunos cristianos desean más que esto. Ellos desean vivir en un alto estado emocional de manera perpetua. El aburrimiento de la vida cotidiana parece denotar que algo anda mal espiritualmente. Frecuentemente, una de las obras más grandes del Espíritu Santo en nosotros es enseñarnos a persistir, mantenernos en hacer lo que es correcto, aunque aparentemente haya perdido su interés o entusiasmo. Los gálatas rápidamente se volvieron de las enseñanzas de Pablo a las novedades de los maestros en su ciudad, necesitaban el don de la perseverancia que da el Espíritu Santo. Si la vida cristiana le parece anodina, quizá esté necesitando que el Espíritu lo sacuda. Cada día la vida ofrece un desafío para vivir por Cristo.3.6-9 El argumento principal de los judaizantes era que los gentiles tenían que hacerse judíos para poder ser cristianos. Pablo expuso lo débil de este argumento al demostrarles que los verdaderos hijos de Abraham son aquellos que tienen fe, no los que guardan la ley. Abraham mismo fue salvado por fe (Gen 15:6). Los creyentes de todos los tiempos de toda nación reciben la misma bendición de Abraham. Esta es una promesa consoladora, una gran herencia y un fundamento sólido para vivir.3.10 Pablo cita Deu 27:26 para probar que en oposición a lo que los judaizantes enseñaban, la ley no puede justificar y salvar, sólo puede condenar. El quebrantar uno solo de los mandamientos trae condenación sobre una persona. Y como todos han quebrantado los mandamientos, todos están condenados, y la ley nada puede hacer para cambiarlo (Rom 3:20-24). Pero Cristo tomó la maldición de la ley sobre sí cuando fue colgado en la cruz (Rom 3:13). Lo hizo para que no tuviéramos que enfrentar nuestro castigo. La única condición es que aceptemos lo que hizo Cristo en la cruz (Col 1:20-23).3.11 Procurar ser rectos para con Dios («justificación») por nuestro esfuerzo propio no funciona. Las buenas intenciones tales como «la próxima vez lo haré mejor» o «nunca lo volveré a hacer», usualmente, termina en fracaso. Pablo menciona la declaración de Habacuc (Hab 2:4) que por confiar en Dios, creyendo en su provisión en favor de nuestros pecados y viviendo cada día en el poder de su Espíritu, podemos romper este ciclo de fracaso.3.17 Dios mantiene su promesa a Abraham (Gen 17:7-8), no la abolió, pese a haber pasado miles de años. Salvó a Abraham por medio de su fe, y ha bendecido al mundo a través de Abraham al enviar al Mesías como uno de sus descendientes. Las circunstancias pueden cambiar, pero Dios permanece constante y no quebranta sus promesas. Ha prometido perdonar nuestros pecados por medio de Jesucristo y podemos estar seguros de que lo hará.3.18, 19 La ley tiene dos funciones. En su lado positivo, revela la naturaleza y la voluntad de Dios y muestra a la gente cómo debe vivir. En el lado negativo, muestra el pecado de las personas y les indica que es imposible agradar a Dios por obediencia plena a todas sus leyes. La promesa de Dios a Abraham tiene que ver con su fe, la ley enfoca las acciones. El pacto con Abraham muestra que la fe es el único medio de salvación, la ley muestra cómo obedecer a Dios en una respuesta maravillosa. La fe no anula la ley, por el contrario, cuanto más llegamos a conocer a Dios, más entendemos cuán pecadores somos. Por lo tanto somos conducidos a depender sólo de nuestra fe en Cristo para obtener nuestra salvación.3.19, 20 Cuando Dios le dio su promesa a Abraham lo hizo por sí mismo, sin Moisés o los ángeles como mediadores. Aunque no se menciona en Exodo, los judíos creían que los Diez Mandamientos habían sido dados a Moisés por los ángeles (Esteban se refiere a esto en su discurso, véase Act 7:38, Act 7:53). Pablo muestra la superioridad de la salvación y crecimiento por la fe sobre el tratar de ser salvos por guardar la ley judía. Cristo es el mejor y único camino dado por Dios para que nosotros podamos venir a El (1Ti 2:5).3.21, 22 Antes que la fe en Cristo nos libertara, estábamos atrapados en pecado, abatidos por errores pasados y sofocados por deseos pecaminosos. Dios sabía que éramos prisioneros del pecado y por ello proveyó una vía de escape: la fe en Jesucristo. Sin Cristo todos están atrapados en las garras del pecado y sólo aquellos que depositan su fe en El pueden quedar libres. Mire hacia El: lo quiere alcanzar para darle libertad.3.24, 25 «El ayo» es como la supervisión que un tutor le daba a un niño. No necesitamos más este tipo de supervisor. La ley nos muestra la necesidad de salvación; la gracia de Dios nos provee esa salvación. El Antiguo Testamento todavía es aplicable. Dios revela, en el mismo, su naturaleza, su voluntad para la humanidad, sus leyes morales y sus directrices para vivir. Pero no podemos ser salvos por guardar la ley, debemos confiar en Cristo el Mesías.3.26, 27 En la sociedad romana, un futuro joven ponía a un lado la túnica de su niñez y se vestía con una nueva túnica. Esto representaba su paso a la ciudadanía adulta con todos sus derechos y responsabilidades. Pablo combinó esta concepción cultural con el concepto del bautismo. Por hacerse cristiano y ser bautizados, los creyentes gálatas estaban creciendo espiritualmente y estaban listos para tomar el privilegio y las responsabilidades de mayor madurez. Pablo dice que ellos habían puesto a un lado las vestimentas viejas de la ley, y ahora estaban vistiendo el ropaje nuevo de la rectitud en Cristo (véanse 2Co 5:21; Eph 4:23-24).3.28 Algunos varones judíos saludaban al nuevo día con la oración: «Señor, te doy gracias que no soy un gentil, un esclavo o una mujer». El papel de la mujer fue realzado por el cristianismo. La fe en Cristo va más allá de estas diferencias y hace que los creyentes sean uno en Cristo. Asegúrese de que no está imponiendo restricciones que Cristo ha quitado. Ya que los creyentes son sus herederos, ninguno es más privilegiado o superior a otro.3.28 Es nuestra inclinación natural sentirnos incómodos cuando estamos en medio de personas que son diferentes a nosotros y acercarnos a aquellos con los que tenemos alguna semejanza. Pero cuando permitimos que nuestras diferencias nos separen de otros creyentes, contradecimos enseñanzas bíblicas claras. Propóngase buscar y apreciar a gente que no se asemeja a usted ni a sus amigos. Hallará que hay muchas cosas en común.3.29 El pacto original con Abraham fue proyectado para todo el mundo, no sólo para sus descendientes (véase Gen 12:3). Todos los creyentes forman parte de este pacto y son bendecidos como hijos de Abraham.¿QUE ES LA LEY?Parte de la Ley judía incluía las leyes que se hallan en el Antiguo Testamento. Cuando Pablo dice que los que no son judíos (gentiles) no están atados a dichas leyes, no dice que las leyes del Antiguo Testamento no tienen valor hoy. Lo que afirma es que ciertas leyes podrían no ser aplicadas a nosotros. En el Antiguo Testamento existían tres categorías de leyes.Ley ceremonialEsta clase de ley se relaciona específicamente con la adoración judía (véase por ejemplo, Lev 1:1-13). Su propósito primario fue señalar al futuro, a Jesucristo. Por lo tanto, estas leyes ya no eran necesarias después de la muerte de Jesús y de su resurrección. Si bien es cierto que ya no estamos atados por las leyes ceremoniales, los principios que las respaldan -adorar y amar a un Dios santo- todavía son aplicables. Los cristianos judíos acusaban con frecuencia a los cristianos gentiles de violar la ley ceremonial.Ley civilEste tipo de ley daba orientaciones relacionadas con el diario vivir de Israel (véase Deu 24:10-11). Ya que la sociedad y la cultura moderna son radicalmente diferentes, algunas de estas directrices no pueden ser cumplidas específicamente. Pero los principios que se hallan tras de estos mandatos debieran guiar nuestra conducta. Pablo, en ciertas ocasiones, le pidió a los cristianos de origen gentil que obedecieran algunas de estas leyes, no por obligación, sino para promover la unidad.Ley moralEste género de leyes vienen a ser el mandato directo de Dios: por ejemplo, los Diez Mandamientos (Exo 20:1-17). Requieren obediencia estricta. Revelan la naturaleza y la voluntad de Dios y todavía están en vigencia hoy. Debemos obedecer esta ley moral no para obtener salvación, sino para vivir de tal manera que agrademos a Dios.JUDAIZANTES VERSUS PABLOLo que los judaizantes dijeron acerca de PabloQue pervertía la verdad.Que era un traidor a la fe judía.Que comprometió y rebajó su mensaje por causa de los gentiles.Que menospreciaba la ley de Moisés.La defensa de PabloRecibió su mensaje de Cristo mismo (Exo 1:11-12).Pablo era uno de los judíos más dedicados de su tiempo. Sin embargo, Dios lo transformó por medio de una revelación de las buenas nuevas acerca de Jesús, en el momento de una de las acciones más fanáticas (Exo 1:13-16; Act 9:1-30).Los otros apóstoles declararon que el mensaje predicado por Pablo era el evangelio verdadero (Act 2:1-10).Lejos de degradar la ley, Pablo la puso en el lugar que le correspondía. Dijo que ella mostraba a la gente dónde había pecado y que les señalaba a Cristo (Act 3:19-29).Mientras rugía el debate entre los cristianos gentiles y los judaizantes, Pablo creyó necesario escribir a las iglesias en Galacia. Los judaizantes procuraban menoscabar la autoridad de Pablo y querían hacer creer que enseñaba un evangelio falso. En respuesta, Pablo defendió su autoridad como un apóstol y la verdad de su mensaje. El debate sobre las leyes judías y los cristianos gentiles fue oficialmente resuelto en el concilio de Jerusalén (Hechos 15), sin embargo, continuó siendo un punto de disputa posteriormente.
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
REFERENCIAS CRUZADAS
a 109 Gál 5:7
b 110 1Co 1:23
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
¡Oh, gálatas insensatos! Pablo se indignó porque los gálatas estaban separándose del evangelio (cp. 1:6) engañados por los judaizantes.
Fuente: La Biblia de las Américas
1 super (1) La cruz es el punto central de la operación de Dios en Su economía. En esta epístola Pablo trae de nuevo a la cruz los creyentes que fueron llevados a la ley, y los anima a mirar al Cristo crucificado, a fin de que nunca vuelvan a ser distraídos así. Esta epístola da una vista cabal del Cristo crucificado (1:4; 2:19-21; 3:13; 5:24; 6:14). La crucifixión de Cristo indica que todos los requisitos de la ley han sido cumplidos por la muerte de Cristo, y que Cristo por Su muerte ha liberado Su vida de modo que nos sea impartida en Su resurrección para liberarnos de la esclavitud de la ley. Esto fue presentado claramente ante los ojos de los gálatas en la palabra del evangelio. ¿Cómo pudieron olvidarlo y dejarse fascinar, volviendo a la ley? ¡Qué insensatos!
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
(A) Prueba 1: La experiencia de los gálatas al recibir primero el Espíritu (3,1-5). El primer argumento se propone con cinco preguntas retóricas. 1. vosotros, a cuya vista lo han descrito crucificado: Pablo había predicado a Cristo crucificado (1 Cor 1,23; 2,2) con tanta elocuencia, que incluso lo había «plasmado» ante los gálatas, quizás como hizo Moisés con la serpiente de bronce (Nm 21,9). La posición del ptc. «crucificado» al final es enfática; su tiempo pf. expresa la situación iniciada en el Calvario. 2. ¿recibisteis el Espíritu?: Pablo apela a la experiencia de conversión de los gálatas, cuando recibieron el Espíritu al aceptar con fe su mensaje (véanse 4,6; Rom 8,7-17). En esto eran como otras comunidades cristianas (2 Cor 1,22). Algunos comentaristas restringen el significado de pneuma a «dones carismáticos», como en 1 Cor 12,4-11; pero Pablo no establece la clara distinción de la teología posterior entre los dones creados y el don increado del Espíritu que inhabita al creyente; en este caso, pneuma designa más bien en sentido profundo, escatológico, al Espíritu derramado (→ Teología paulina, 82:65). Tras haber mencionado pneuma, Pablo pasa, utilizando vínculos tópicos, a otro significado de la palabra, esta vez en contraste con sarx, «carne». Debido a que las «obras de la ley» no pueden estar nunca en el mismo plano que el Espíritu (2 Cor 3,6-8), han de pertenecer a la esfera de la «carne», es decir, de los hombres terrenos sin regenerar. Sin embargo «carne» tiene aquí otra connotación, además, pues Pablo alude desdeñosamente a la exigencia de circuncisión -algo hecho a la carne- planteada por los judaizantes. Dado que el pneuma fue el poder con el cual comenzaron a vivir como cristianos (5,18; Rom 8,14-15), ¿cómo pueden abandonar ese don por un signo en la carne? 4. cosas tan grandes experimentadas en vano: Una vuelta a «las obras de la ley» significaría que el Espíritu fue recibido en balde, supuesto que haya sido en vano: Añadido enigmático que manifiesta la esperanza de Pablo de que los gálatas no han de ceder a esa nueva fascinación. Otra posible traducción: «ya que de hecho serían en vano» (BAGD 152). Expresaría entonces el pesar de Pablo. 5. cuando os suministra el Espíritu y realiza prodigios entre vosotros: El sujeto es Dios, como en 1 Tes 4,8; Gál 4,6; 1 Cor 12,6; 2 Cor 1,22. En este caso los dynameis, «milagros», se dan junto con el Espíritu; en otros lugares proceden del Espíritu (1 Cor 12,11; Rom 15,19). Se usan en un sentido complementario, pues ningún don les llegó a los gálatas por haber realizado «obras de la ley». Así lo prueba fehacientemente su propia experiencia.
22 (B) Prueba 2: La experiencia de Abrahán y las promesas que Dios le hizo (3,6-26). En este momento Pablo pasa a desarrollar su argumento escriturístico en favor de su tesis; es una elaboración midrásica de detalles de la historia de Abrahán de Gn. Probablemente representa la remodelación de un argumento teológico utilizado a menudo en su labor misionera entre gentiles o cristianos de origen gentil, bajo la presión de la oposición judía. Al escribir a los gálatas, adapta el argumento a su situación (véase W. Koepp, WZUR 2 [1952-53] 181-87). El tema de su primer argumento es que quienes tienen fe son los verdaderos hijos de Abrahán y los herederos de las promesas que Dios le hizo. Los cristianos de Galacia son como Abrahán, que fue justo a los ojos de Dios, no por «obra» alguna, sino por la fe. Pablo no insinúa que Abrahán fuera un pecador antes de creer en Yahvé y que después sólo fuera considerado justo por cierta ficción legal. Simplemente insiste en que la condición de justo de Abrahán fue el resultado de la fe (cf. Rom 4,3). Nótese la inclusión que marca la primera parte de este argumento: ek písteos (3,7a) y dia tés písteos (3,14c). 6. lo mismo que Abrahán prestó fe a Dios…: Cita implícita de Gn 15,6. 7. los que tienen fe: Lit., «los de fe», expresado así, vagamente, sin especificar objeto alguno. 8. la Escritura preveía… y proclamó: Una conocida personificación judía de la Escritura (Str-B 3. 358) supone su origen divino; así Pablo insinúa que incluso desde antiguo la justicia por la fe formaba parte del plan divino de salvación para todos los hombres. Su evangelio, predicado ahora por igual a judíos y griegos (Rom 1,16), fue anunciado primero a Abrahán, el patriarca, en ti serán benditas: Alusión a Gn 18,18 ó 12,3. En Gn, la promesa de Yahvé significaba inmediatamente una progenie numerosa y la posesión de Canaán. El significado del vb. en la forma hebr. de la bendición de Gn es objeto de discusión (→ Génesis, 2:20). Pablo lo entiende como pasivo, lo cual refleja un modo corriente de entender el texto entre los judíos (véase Gn 48,20; cf. Jr 29,22). Los gentiles podrían tener parte en las bendiciones prometidas a Abrahán, siempre y cuando adoraran a Yahvé y se sometieran a la circuncisión. Pablo, sin embargo, insiste en que la Escritura previo la participación de los cristianos en las bendiciones de Abrahán, en su calidad de hijos de Abrahán por la fe en Cristo Jesús. 9. con Abrahán, el creyente: El epíteto preferido por los judíos para referirse a Abrahán, pistos, «fiel», «leal» (1 Mac 2,52; 2 Mac 1,2; Eclo 44,20; Filón, Depost. Caini 173), es utilizado por Pablo en este caso con un matiz personal: quienes creen como Abrahán son sus «hijos» (3,7) y de ese modo tendrán parte en las bendiciones que a él se le prometieron.
23 10. los que dependen de las obras de la ley: Esta frase de Pablo (lit., «los [que son] de las obras de la ley») es paralela de su otra expresión, «los [que son] de la fe» (3,7). están bajo una maldición: Explicado por Dt 27,26; cf. 28,58-59. Para Pablo, la ley no podía transmitir las bendiciones de Abrahán; imponía más bien una maldición, al obligar a los que estaban sometidos a ella a llevar la carga de guardar todas sus palabras. Esta obligación fue impuesta a la humanidad de manera extrínseca, sin que se diera ayuda alguna para cumplirla (véase Rom 8,3). Tras haber citado el texto del AT que formula una maldición contra quienes no obedecen la ley, Pablo pasa a demostrar que el AT mismo enseña que la auténtica vida viene por la fe. 11. el justo vivirá por la fe: El argumento de Escritura continúa con la cita de Hab 2,4, citado como en Rom 1,17 (→ Romanos, 51:21; cf. J. A. Fitzmyer, TAG 236-46). Para una persona justa, la vida procede de la fe, no de la observancia de la ley. Pablo utiliza los LXX y entiende pistis en su personal sentido profundo de fe cristiana. Tal «fe» producirá «vida» en el sentido más pleno de la palabra. 12. la ley no depende de la fe: El principio de la ley es más bien la observancia universal de sus prescripciones; cf. Lv 18,5, «Quien las cumpla encontrará vida por ellas». Aunque el texto de Lv enseña que el observante de la ley obtiene vida de su observancia, y Pablo podría en otro contexto admitir tal cosa (Rom 2,13), en esta ocasión su atención se centra en la expresión «por ellas» (es decir, por las minuciosas «obras de la ley»). Esas cosas, insiste Pablo, nada tienen que ver con la fe. Los cristianos de origen gentil, que creen en Cristo y han llegado a la fe en él como Kyrios, no pueden ahora recurrir a una búsqueda de la justicia mediante la observancia de tales detalles, sean pocos o muchos. 13. Cristo nos ha rescatado [especialmente a los cristianos de origen judío] de la maldición de la ley: La ley, con sus múltiples prescripciones, esclavizó a los judíos (5,1), y la humanidad ha sido liberada de esa esclavitud por la «adquisición» de Cristo (1 Cor 6,10; 7,23). Lo mismo que en el AT Yahvé «adquirió» a su pueblo liberando a los hebreos de la servidumbre egipcia y por medio de su alianza (Éx 19,5-6; Is 43,21; Sal 73,2), así Cristo con su sangre de la alianza, derramada en la cruz, «compró» a su pueblo. Esta adquisición emancipó al pueblo de Dios de la ley y su maldición (5,1). Sobre el vb. exagorazein, → Teología paulina, 82:75. haciéndose por nosotros maldición: Con una asociación libre, Pablo pasa ahora de un significado de «maldición» a otro: de la «maldición» pronunciada contra quien no observa todas las prescripciones de la ley (Dt 27,26), a la «maldición» concreta pronunciada en la ley contra quien cuelga de un árbol (Dt 21,23, que Pablo cita a continuación). Esta última iba dirigida contra el cadáver de un criminal ejecutado, expuesto para disuadir del crimen (Jos 10,26-27; 2 Sm 4,12). En cuanto maldito a los ojos de Dios, profanaba la tierra de Israel; de ahí que no debiera permanecer suspendido más allá de la puesta del sol. En la época romana, cuando la crucifixión se convirtió en una medida punitiva frecuente, ese versículo del AT se aplicó a ella (véase J. A. Fitzmyer, TAG 125-46). La Iglesia primitiva consideraba la crucifixión un «colgar» de un árbol (Hch 10,39; cf. 1 Pe 2,24), y esta idea subyace tras la referencia de Pablo a Cristo crucificado como «maldición». Al citar Dt 21,23, Pablo omite con delicadeza «por Dios», y así excluye claramente la idea sugerida por comentaristas posteriores de que Cristo fue maldecido por el Padre. La imagen de Pablo es audaz; aun cuando ofrece sólo «una analogía remota y material» (Lyonnet) con un cadáver suspendido tras la ejecución, no se debe rebajar. El versículo se debe entender en conexión con 2,19: Cristo fue crucificado «mediante la ley». Al morir como alguien sobre quien caía una maldición de la ley, Pablo ve que Cristo encarna la totalidad de la maldición de la ley «por nosotros» (no dice cómo). Cristo murió a la ley, y en su muerte morimos de manera vicaria nosotros (2 Cor 5,14). 14. podamos recibir el Espíritu prometido: Prometido, no a Abrahán, sino al pueblo de Israel por medio de los profetas (Ez 36,26; 37,14; 39,39; J1 2,28).
24 15. Otra elaboración midrásica de la historia de Abrahán (3,15-26). nadie puede anular o alterar el testamento de un hombre: Sólo el testador puede hacerlo, por cancelación o codicilo, pero nadie más. Con mayor razón será imposible que el testamento de Dios, manifiesto en sus promesas y alianza, sea alterado por la ley, que llegó más tarde y fue promulgada por ángeles (3,19). Pablo juega con el significado de diathéké, que en griego helenístico significaba «última voluntad y testamento». Los traductores de los LXX la habían utilizado (en vez de synthéké, «tratado») para expresar el hebr. bérit, «alianza», probablemente porque caracterizaba mejor el tipo de alianza que Dios había hecho con Israel, en la cual, como en un tratado de vasallaje, el señor establecía estipulaciones que Israel debía obedecer. Pablo empieza su examen utilizando diathéké en el sentido helenístico, pero poco a poco va pasando al sentido de los LXX (3,17). 16. a Abrahán y a su descendencia: Lit., «su simiente» (col. sg.). Cf. Gn 15,18; 17,7-8; 22,16-18. En hebreo, el pl. de zera no se usa para designar descendientes humanos, pero en griego spermata sí se usa de esa manera. Pablo, por tanto, juega con la diferencia e interpreta el sg. hebr. zera como una referencia al Cristo histórico. Este versículo interrumpe el argumento iniciado en 3,15, pero va preparando para 3,19b, al insinuar que las promesas de la alianza son la verdadera base de la relación de los hombres con Dios. 17. cuatrocientos treinta años después: El tiempo de la estancia de Israel en Egipto según Ex 12,40-41 (TM). Los LXX dan el mismo período de tiempo para la estancia de Israel tanto en Egipto como en Canaán; pero cf. Gn 15,13; Hch 7,6. En realidad, los cálculos pueden contener un error de unos 200 años (→ Exodo, 3:24), pero ello no afecta al argumento de Pablo. La disposición (diathéké) unilateral establecida para Abrahán no fue alterada por las posteriores obligaciones impuestas en la ley mosaica. Se rechaza así lo que sostienen los judaizantes: que las promesas de la alianza se condicionaron posteriormente a la realización de «obras de la ley». 18. si la herencia [de la promesa] depende de la ley: Se convertiría en un asunto bilateral, destruyendo así la noción misma de promesa. En los LXX, kléronomia es el término aplicado por excelencia a la «herencia» de la tierra de Canaán; en este caso denota más bien las bendiciones prometidas a Abrahán en general. 19. se añadió para producir las transgresiones: Lit., «a causa de las transgresiones». Algunos comentaristas antiguos intentaron interpretar esta expresión en el sentido de «restringir las transgresiones», pero su sentido resulta claro a la luz de Rom 4,15; 5,13-14.20; 7,7-13. Una ley se hace para poner fin a los crímenes, pero no para poner fin a las transgresiones de una prescripción legal, que sólo pueden empezar con la ley. hasta que llegara el descendiente: La ley fue una medida provisional utilizada por Dios; véase 3,24-25. promulgada por medio de ángeles: Eco de una creencia judía contemporánea, según la cual a Moisés le dieron la ley unos ángeles, no Yahvé en persona (véase Dt 33,23 LXX; Josefo, Ant. 15.5.3 § 136; Jub 1,27-29; Hch 7,53; Heb 2,2). La ley fue una medida transitoria, pero además su modo de promulgación pone de manifiesto su inferioridad cuando se compara con las promesas hechas directamente por Dios, por un mediador: Moisés; véanse las vagas alusiones de Lv 26,46 y Dt 5,4-5. Esta es la interpretación más probable de una expresión tremendamente discutida (véase A. Vanhoye, Bib 59 [1978] 403-11 para otra interpretación). 20. no se necesita intermediario para una sola parte: Como principio, esto no es necesariamente verdad, porque un individuo puede utilizar un representante, pero Pablo piensa en los promulgadores angélicos como una pluralidad que andaba en tratos con Israel, otra pluralidad. De ahí que necesitaran un mediador. Así, la ley es inferior a las promesas de la alianza, que Yahvé hizo directamente sin mediador alguno (véase J. Bligh, TS 23 [1962] 98). 21. capaz de dar vida: Opinión de Pablo sobre la deficiencia básica de la ley: dice a la gente lo que debe hacer, pero es incapaz de «dar vida»; véanse 3,11 y Rom 8,3. 22. la Escritura: Esp. la ley y los textos citados en Rom 3,10-18. encerró a todos en el pecado: Rom 11,32 indicaría que «todos» se refiere a los hombres, pero panta, al ser neut., puede referirse a los efectos más amplios que tuvo sobre toda la creación el estado en que existía la gente antes de Cristo (cf. Rom 8,19-23). 23. con vistas a la revelación venidera de la fe: El reinado de la ley fue decretado por Dios para preparar el reinado de la libertad cristiana (véase 4,3). 24. nuestro guardián: Lit., «ayo», «encargado de la disciplina», aquel cuyo cometido era llevar y traer al muchacho de la escuela y vigilar sus estudios y conducta mientras era menor de edad. La terminación de tal disciplina llegó con Cristo, el «fin de la ley» (Rom 10,4). La libertad respecto a tal disciplina llegó con la justicia mediante la fe en Cristo. 26. hijos de Dios: La adopción filial es la nueva relación de los cristianos con Dios, alcanzada «a través de Cristo», o posiblemente «en unión con» él. La expresión en Christó no depende de písteos; no significa «fe en Cristo Jesús». La fórmula indica más bien el modo de la unión con Cristo, el Hijo, a raíz de la fe y el bautismo (véase A. Grail, RB 58 [1951] 506).
25 (C) Prueba 3: La experiencia de los cristianos en el bautismo (3,27-29). La experiencia que los gálatas tuvieron en la fe y el bautismo apoya lo que sostiene Pablo. 27. bautizados en unión con Cristo: El bautismo es el complemento sacramental de la fe, el rito por el cual una persona alcanza la unión con Cristo y manifiesta públicamente su compromiso. Para la prep. eis como expresión de un movimiento inicial de incorporación, → Teología paulina, 82:119. revestidos de Cristo: Como de una vestidura. En este punto Pablo, o toma prestada una imagen de las religiones mistéricas gr., en las que el iniciado se identificaba con el dios poniéndose las ropas de éste (véase BAGD 264), o utiliza una expresión del AT aplicada a la adopción de las disposiciones morales o la actitud de otro (Job 29,14; 2 Cr 6,41). Tal como Pablo utiliza la expresión en Rom 13,14, parece tener este segundo matiz (véase V. Dellagiacoma, RivB 4 [1956] 114-42). 28. todos sois uno: Las diferencias secundarias desaparecen por el efecto de esta incorporación primordial de los cristianos al cuerpo de Cristo mediante «un solo Espíritu» (1 Cor 12,13); véanse además M. Boucher, CBQ 31 (1969) 50-58; J. J. Davis, JETS 19 (1976) 201-8. Tal unidad en Cristo no entraña igualdad política en la Iglesia o la sociedad.
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
fue presentado… Textus Receptus (TR) añade entre vosotros… para no obedecer a la verdad.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
R608 Κατά se usa en una expresión local: ante (comp. la frase κατὰ πρόσωπον en Hch 25:16 y 2Co 10:1).
R1193 Usualmente se expresa alguna vehemencia o urgencia cuando se usa ᾦ (aquí se indica ira -T33).
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
I.e., engañado por arte de magia
Fuente: La Biblia de las Américas
TR añade entre vosotros.
3.1 TR añade (de 5.7) para no obedecer a la verdad.
Fuente: La Biblia Textual III Edición
?INTRODUCCION?NOTAS?CAPITULO III V.1a:? ¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad???Con esto, Pablo vuelve a dirigirse a los gálatas. Pues con lo dicho hasta ahora iba apuntando a? ?Pedro; así al menos opina San Jerónimo.?1? No sé sin embargo si todo aquello lo expresó estando Pedro aún? ?presente. Más bien me inclino a creer que a partir del pasaje «por cuanto por las obras de la ley nadie será? ?justificado» (2:16) Pablo dejó de hablar con Pedro; pues aquí repite lo que, según una observación hecha? ?poco antes (2:14), él había dicho a Pedro: «Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley,? ?etc.». Será, pues, que ya desde este mismo pasaje en adelante (2:16), Pablo reanuda su discusión con los? ?gálatas aportando una serie de otros argumentos para rebatir las obras de la ley. En fin, cada cual puede? ?opinar al respecto lo que quiera. ?La persona entera del apóstol arde, pues, en celo sagrado: Si bien llenó casi toda su carta con? ?razonamientos y refutaciones, de vez en cuando intercala también una que otra exhortación o reprensión,? ?otras veces subraya lo dicho repitiéndolo, apelando así a todos los recursos movido por su solicitud apostólica. «Insensatos» los llama a los gálatas, es decir necios, mentecatos. Jerónimo sugiere dos razones para? ?ello:?2? o les quiere tocar la conciencia mediante una alusión a su idiosincrasia, así como en su carta a Tito? ?(1:12) atribuye a los cretenses una particular mentira y a otros pueblos los censura por otros defectos; o los? ?llama insensatos porque habían descendido de, 0 mayor a lo menor y habían comenzado a volver a un? ?estado Infantil, por decirlo así, colocándose nuevamente bajo la guía de la ley. Esta segunda interpretación? ?me parece ser la más aceptable; pues en lo que sigue, Pablo habla de «rudimentos» (4:3, 9), del «ayo» (3:24) , y del «heredero que aún es niño» (4:1) , con lo que obviamente reprende la necedad y puerilidad de los gálatas. Así lo evidencia también el verbo «fascinó»: la fascinación, en efecto, dicen que es particularmente nociva para los niños y para los de corta edad -cosa que hace notar el mismo Jerónimo.?«Fascinar» empero significa hacerle a uno un mal de ojo, como dice Virgilio: «No sé qué ojo me? ?fascina a mis tiernos corderitos».?3? «Dios sabrá», observa Jerónimo, «si esto es cierto o no; pues posible? ?sería que los demonios prestaran sus servicios para este pecado».?4? A juicio mío se trata de la enfermedad? ?infantil que nuestras mujeres llaman comúnmente «die elbe» o «das hertzgespan», un mal que se manifiesta en que los niñitos se van consumiendo, adelgazan más y más, y padecen de terribles contorsiones, de tanto en tanto gritan también y lloran incesantemente.?5? Esta enfermedad la tratan de combatir a su vez con no sé qué hechizos?6? y prácticas supersticiosas; pues existe la creencia de que los males de esta naturaleza son causados por viejas envidiosas y maléficas cuando éstas envidian a una madre su hermosa criatura. De ahí que, según el testimonio de Jerónimo, el vocablo griego baskaino signifique no sólo fascinar, sino también envidiar.?Así también los gálatas, que (por su fe) en Cristo eran como niños recién nacidos y evidenciaban un? ?crecimiento promisorio, fueron heridos?7? por apóstoles falsos que los fascinaron, y conducidos de nuevo a? ?la delgadez y hasta miseria de la ley, cayendo así en un verdadero estado de consunción. La comparación es muy acertada. Pues así como el hechicero (lat. fascinator) clava sus funestos ojos en el niñito hasta hacerle daño, así el pernicioso maestro clava su ojo maligno, es decir, su impío saber, en las almas sencillas hasta haber viciado en ellas el correcto entendimiento. En efecto, en las Escrituras, como lo comprueba ?Lucas 11? (v. 34), «ojo» significa enseñanza, conocimiento, incluso la persona misma que enseña, como en ?Job 29? (v. 15): «Yo era ojos al ciego» y «Si tu ojo te es ocasión de caer, etc.» (?Mt. 18:9?) . Éstas son las personas a? ?quienes la Escritura llama falaces, burladores y engañadores de las almas. En el ?Salmo 1? se lee: «No está? ?sentado en la silla de la pestilencia»,?8? en heb. «en el banco de los burladores», y en ?Proverbios 3? (v. 32) 😕 ?«Abominación es para el Señor todo burlador, y su comunión íntima es con los rectos».?Aquí empero surge la pregunta: ¿hemos de creer que en este pasaje el apóstol apoya la opinión que? ?asigna cierta importancia al hechizo? San Jerónimo piensa que Pablo recurre a una expresión de uso corriente y toma un ejemplo relacionado con la creencia popular, lo que no significa que haya sabido algo? ?acerca de la existencia del hechizo.?9? En forma similar parece que las Escrituras incluyeron referencias? ?también a algunos otros elementos de la mitología (lat. fabulis) pagana, como Arcturo, Orión y las Pléyades? ?en Job,?10? las sirenas, los onocentauros y sátiros en Isaías.?11? Yo por mi parte, como ya dije, creo que aquellas hechiceras realmente pueden hacer un daño a las criaturas, con ayuda de los demonios y el permiso de Dios, para castigo de los incrédulos y para poner a prueba a los fieles, puesto que hay también muchas otras cosas, como nos lo muestra claramente la experiencia, que infligen daño tanto al cuerpo de los hombres como al ganado y a todo lo demás; y considero que el apóstol no lo ignoraba.??V. 1b:? ?(A vosotros) ante cuyos ojos Cristo Jesús fue dado a conocer claramente y en quienes fue crucificado?.?12??Veo que este texto es interpretado de diferentes maneras. San Jerónimo entiende el «fue dado a? ?conocer claramente» (Lat. proscriptus) en el sentido de que los gálatas llegaron a conocer al Cristo crucificado no sólo por la palabra oral de los apóstoles sino también por los escritos de los profetas, de modo que su conocimiento del Cristo «escrito» fue anterior a su conocimiento del Cristo “hablado” o predicado.?13? Y confirmados en su conocimiento por esta doble instrucción, la de la palabra escrita y de la palabra hablada, de ninguna manera debían haberse apartado de Cristo.?14? San Ambrosio, a quien sigue también Lyra, opina: Por cuanto los gálatas confiaban en las obras de la ley, Cristo «fue dado a conocer claramente» (proscriptus) para ellos en el sentido en que los juristas toman este término, es decir, fue expulsado, condenado y exiliado. ?15? San Agustín lee «praescriptus», prevenido, objetado: así como se pierde la posesión de un bien por la objeción de otra persona, así Cristo habría perdido a los gálatas por las objeciones levantadas contra él por los falsos apóstoles. Ninguna de estas explicaciones me atrae. Erasmo, y en forma muy similar también Stapulensis, ofrecen otra: Cristo fue descrito y retratado a los gálatas como en un cuadro, de modo que tenían de él el más claro conocimiento; sin embargo, fascinados y burlados como están, ahora no le reconocen más.?16? Pues así es como les pasa casi siempre a los que se hallan cautivados por encantamientos e ilusiones engañosas: lo que salta clarísimamente a la vista, no lo ven; y en cambio ven lo que ni siquiera existe. Sin embargo, hay algo que me inquieta, y es el hecho de que la Escritura nunca usa la expresión «Cristo es crucificado en alguien» en sentido bueno; véase p. ej. ?Hebreos 6? (v. 6): «Crucifican de nuevo en sí mismos al Hijo de Dios»; además, en un párrafo anterior de la presente carta (cap. 2: 20), Pablo no dice «Cristo fue crucificado en mí» sino «Cristo vive en mí». Aquí en cambio usa la expresión «crucificado en vosotros», apenado sin duda e indignado por el hecho de que en los gálatas, Cristo no vive sino que está muerto, es decir, que la fe en Cristo fue extinguida en ellos por la justicia fundada en la ley. ?Por lo tanto, si puedo tomarme el atrevimiento de presentar mi propio parecer, yo diría lo siguiente: Primero, el verbo «praescriptus», sea que se lo relacione con un escrito o con una pintura, lo acepto, pero en el sentido de que «praescriptus» sea «lo que está puesto delante y mostrado al ojo», pues para expresar este sentido, Pablo añade «ante cuyos ojos». En segundo lugar sugiero que se elimine la conjunción «y» (como en el original griego), para que el texto diga así: «En cuyos ojos, o ante cuyos ojos, Jesucristo fue puesto delante, crucificado en vosotros», esto es: He aquí, vosotros mismos lo veis, y con los argumentos que presenté lo corroboré, de modo que ahora está claro, y está pintado y escrito ante vuestros ojos: Cristo ha sido crucificado entre vosotros. Que éste sea el sentido, no se negará, creo, si se tiene en cuenta lo que? ?pretende, y además, la argumentación de la carta entera. En efecto, Pablo había adelantado: «No desecho la gracia de Dios» (2: n); «vivo, mas no ya yo» (v. 20); asimismo, «si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo» (v. 21). Todo esto lleva a la conclusión de que Cristo ha sido crucificado, como en? ?(tre) los judíos, así también en(tre) todos aquellos que ponen su confianza no en él, sino en sí mismos y en? ?la ley. Pues donde ocurre esto, la gracia ha sido desechada, y Cristo no vive en ellos. ¿Qué queda entonces, sino que Cristo ha muerto y ha sido crucificado entre) ellos? Mas en su gran fervor, el apóstol usa palabras de un encendido énfasis que se precipitan cual torbellino: «Puesto delante de vuestros ojos» dice, como si quisiera recalcar: «No sé de qué manera podría mostrarlo más claramente». Además, menciona no sólo el nombre «Cristo» sino «Jesucristo», haciendo sonar cada uno de los dos nombres con toda su fuerza. Y finalmente agrega: «Crucificado entre) vosotros». Más suave habría sido la expresión si Pablo no hubiera dicho «en(tre) vosotros, que ya habíais progresado tanto», y si hubiese hablado de «muerto», o «sometido a padecimientos», o «débil». Pero no: Pablo dice en forma tajante: «crucificado entre vosotros», es decir, tratado por vosotros de la manera más ignominiosa.?Yo me pregunto: ¿qué haría Pablo al ver que también hoy día se lo crucifica a Cristo en la iglesia, no una, sino muchas veces mediante las leyes de los hombres? Seguramente diría, y con lágrimas, lo que está? ?escrito en ?Hechos 20? (v. 29): «Después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no? ?perdonarán al rebaño, etc.».?
Fuente: Comentario de Gálatas por Martin Lutero
[5] La verdadera obediencia a la verdadera Torah.
[6] Siguendo los rangos humanos de posición espiritual garantizarán una vida guiada por la carne. No podemos comenzar en la eterna Torah del Sinaí y en Su Espíritu, y luego completar la travesía sometiéndonos a reglas de hombres que no son bíblicas, o están tergiversadas, o de alguna manera reacomodadas.
[7] Esta es una pregunta retórica y un estilo utilizado a menudo por Pablo. YHWH obra entre nosotros basados en nuestra fe- no basados en los sistemas de rangos humanos ni por la carne.
[8] La justificación y la rectitud solamente pueden venir por fe nada más.
[9] Los Israelitas físicos de cualquiera de las casas no están completos hasta que expresan fe salvadora en Moshiaj. Aunque Abraham tenía buen la prte física, todavía tenía que recibir la fe de redención personal.
[10] Ver las nostas en Gen 12:3. Esta profecía tenía una aplicación doble y fue cumplida en el sentido que todas las naciones recibirían la esperanza de salvación en Moshiaj, la Semilla de la promesa. Una lectura alternativa es “en ti todas las naciones tendrán tu semilla entremezclada en ellas” o injertada.
[11] Aquellos que sustituyen por los requerimientos del hombre como las regulaciones comunitarias por “el maestro de rectitud” en Qumran, o en Jerusaleñ, están bajo maldición por dos razones. La primera razón es que ellos han cambiado por lo tanto han violado la propia y eterna palabra de YHWH. Y la segunda razón está establecida en la parte B de este mismo versículo: “Maldito es todo aquel que no continúa en todas las cosas que están escritas en el rollo de la Torah para hacerlas.”
[12] Ser meticulosos acerca de guardar los requerimientos de la verdadera Torah dada por Moisés y aún así rehusarse a aceptar plenamente a la Casa de Israel/Efrayím que regresa, es precisamente rechazar al extranjero, una violación de muchas advertencias explícitas que no debe hacerse en la Torah (como en Leviticus 19:34). Los Efrayimitas que se arrepienten no deben ser considerados menos que un judío, requirièndoles acciones inmediatas sobre cosas establecidas como condiciones. Aquellos que siguen las “obras de ley” pueden pensar que están haciendo todo lo de la Torah pero no es así. En violación directa de la Torah no están mostrando amor a los extranjeros que regresan de entre las naciones.
[13] Cualquier ley incluyendo la Torah.
[14] La Peshitta aramea dice: “no hechas por fe.”
[15] Hechas por YHWH, no por la fe del hombre.
[16] Si estos separatistas espirituales hubieran estado hacierdo la verdadera Torah no habrían cerrado la puerta a los no-Judíos, o al extranjero que regresa, asignándole Judíos superiores en el reino, sino más bien lo trataría como un igual.
[17] La maldición de la Torah era la muerte en que se incurría por violar algunos, o todos sus preceptos, y en éste contexto, al rechazar al Efrayím que regresa colocándo muchas precondiciones sobre ellos. Estos Judíos se habían puesto a ellos mismos bajo la maldición de violar la Torah. De acuerdo a San 2:10-12, ésta única violación era suficiente para ponerlos bajo maldición. La Torah no es una maldición como algunos enseñan, pero su violación por estos separatistas si lo era.
[1] Moshiaj murió para quitar estas maldiciones, no para quitar la Torah misma. Si El quitó las maldiciones de la Torah, porqué querríamos estar nuevamente en esclavitud siguiendo un nuevo programa de “obras de ley” de parte de quienes practican apartheid espiritual?
[2] NIngún hombre puede anular, o reemplazar ninguno de los pactos de YHWH desde Abraham hasta la feja. Todos los pactos más recientes están insertados sobre los pactos anteriores, algunos teniendo mayor importancia que los antiguos, pero todos son eternos y todos son aplicables para todas las generaciones. En lugar del dispensacionalismo, las Escrituras enseñan lo principal de la inserción de los pactos.
[3] Sobre este único principio, la Torah no puede ser reemplazada, o anulada. Eso es el todo del asunto. ¿Cómo podríamos vetar a Efrayím de una ciudadanía igualitaria, y al mismo tiempo asegurar mantener la Torah, con todo y las promesas del Pacto Abrahámico de que todas las naciones no judías recibirían la plenitud de las bendiciones de Abraham?
[4] La semilla, o el Moshiach, bendice a todas la naciones (la semilla mezclada de Abraham), y puesto que judìos y Efraimitas están en todas las naciones, tenemos dos maravillosas verdades que confluyen desde el Golgotha. Tienes a la Semilla (Moshiaj) entrando a todas las naciones, con Su palabra (Mar 4:14), para reunir en uno, la semilla física dispersa de Abraham, Isaac e Israel.
[5] el Moshiach, o la Palabra que salió de YHWH, es el verdadero dador de la Torah y no El Padre YHWH quien es la fuente.
[6] El Mismo principio debe ser aplicado a todos los pactos. Uno más reciente nunca anula uno anterior. Eso significaría que así como la Torah nunca negó el Pacto Abrahámico; tampoco el Pacto Renovado anula la Torah.
[7] Debido a la apostasía del hombre, de modo que el hombre pueda ver claramente qué ha hecho mal y porqué. Fue añadida para que hacer más clara la necesidad de un redentor personal.
[8] El Mediador fue y sigue siendo Yahshua, porque Primera de Timoteo 2:5 nos enseña que solamente hay un Mediador entre YHWH y el hombre. Yahshua es el mediador para Israel tanto en el Primer Pacto como en el Renovado.
[9] Yahshua representa tanto a YHWH El Padrecomo a Israel.
[10] Declara lo obvio. Que puesto que la Torah por sí sola no podia impartir vida eterna, cómo pudiera un sustituto barato y pecaminoso llamado “obras de ley” lograr tal impartición?
[11] Todos los Israelitas y quienes desean ser Israelitas deben venir a través de la fe personal en Moshiaj. Todas las leyes, tanto humanas como la de YHWH, simplemente no están diseñadas, o tienen la potestad de hacer eso.
[12] Peshitta Aramea.
[13] Mientras estaban fuera en las naciones, la bendita Torah protegió y preservó a Israel, mientras pacientemente esperábamos la venida de Moshiaj. Lo mismo se aplica actualmente mientras esperamos Su regreso.
[14] Isa 56:1.
[15] Aramea Peshitta.
[16] Como dice Rom 10:4 , Moshiaj es el “teleo,” o el objetivo al cual apunta el camino de la Torah.
[1] Plural en el Arameo. “Tutores,” o “pedagogos.” La Torah es un término sigular y como tal no puede estar refiriéndose a élla aquí en el Arameo. El tutor y los tutores son dos categorías diferentes. El tutor, o el pedagogo es la Torah. Los falsos tutores pensaban que ellos eran los custodios de la tradición y de la vida de la asamblea local. Estos tutores, o pedagogos creían que para proteger a la Torah, había que tener cercas adicionales alrededor de ella y de este modo añadieron regulaciones, para asegurarse que ninguna puediera ser quebrantada nunca, ya que había demasiadas cercas alrededor de ella. Tales cercas eran llamadas “obras de ley.” Estos tutores eran los mismos que usaban estas cercas para mantener fuera a Efrayím que regresa de las naciones, sujetandolo a la esclavitud de ciudadanos de segunda clase, en lugar de regocijarse en la verdadera libertad de la Torah que Moshiaj vino a cumplir libertando a todos los exiliados de Israel. Esto es aplicado perfectamente por Yahshua en Mat 21:33-43 y utlizando drash, o alegoría en Luc 15:11-32.
[2] Los falsos, o muchos tutores de Israel siempre habían buscado reemplazar al Único verdadero Tutor, o a la verdadera Torah como se ve en Eze 20:18-25 donde YHWH dice, “no andén en los estatutos de sus padres,” y repite ésto en Mat 23:1-4 y en Mat 23:13-15. Estos tutores bajo los cuales ya no estamos más cierran la entrada al reino de los cielos para los hombres. “Los hombres” como se menciona en otras partes, son los Israelitas perdidos como en Ezequiell 34:30-31. Estas cercas hechas por estos tutores también son mencionadas en Hec 15:10-11, y son llamadas las “cargas sobre los hombres.” Los “hombres” son Israel, y las cargas son las varias formas de auto- justicia, resumidas en el término “obras de la ley.” [3] En las ceremonias de la ley.[6] Gen 15, 6; Rom 4, 3.[8] Gen 12, 3; Ez 44, 20.[10] Deut 27, 26.[12] Lev 18, 5.[13] Deut 21, 23.[14] La abundancia de sus dones y gracia.[19] Para demostrar la necesidad de la gracia, y que, en vista de su flaqueza, los hombres clamasen a Dios por la gracia medicinal. Rom 7, 13.[21] Y entonces hubiera sido superflua la promesa de justificar por la fe.[27] Y despojados del hombre viejo o de vuestros vicios estáis estrechamente unidos con él.[28] Un cuerpo unido a su cabeza. Rom 12, 5.
* La palabra que se utiliza aquí a menudo es traducida como “necios”; sin embargo, hoy se ha vuelto más un epíteto. El punto de Pablo es que no están pensando las cosas, la palabra realmente significa “irracionales”. La misma palabra se usa nuevamente en el versículo Gál 3:3.
[3] La palabra Aramea para «tutores» es taraa y para «puerta» es tarea. Los taraa-tutores estaban atrancando la puerta-tarea por la cual los galut-yah regresarían a la Mancomunidad de Israel y a su pacto de Torah, mientras que Yahshua, es La Tarea, o La Puerta para regresar a Israel. Así como el Moshiaj Yahshua indicó en Jua 10:9, Èl vino a hacer lo contrario. El vino a abrir la puerta al reino. Así que una vez llegada la fe en La Puerta, ya no estamos màs bajo estos taraa, o tutores, que intentan mantener fuera de la Puerta a los Israelitas que están regresando. La fe en Yahshua como la Puerta, des-tranca la puerta del reino para ambas casas de Israel.
[4] Gracias a Yahshua, ambas casas son iguales ahora, ya no más bajo tutores, sino bajo la guianza de la Torah viviente Yahshua, y sus propias instrucciones escritas.
[5] Todos los creyentes son ahora Israel, y como tales su antígua antígua designación viene a ser totalmente irrelevante. Sin importar cómo entraste a Israel, ahora eres Israel, y tu vida debe revelar y reflejar esta verdad a todods los que te vean.
[6] ¿Quién es quién para determinar por medio de qué es qué. Si el cuerpo de Moshiaj es el Israel renovado, entonces por definición todas sus partes, o miembros son Israel?
[7] El esperma de Abraham. Esperma se deriva de la palabra Griega sperma (Griego de Strong G4690). Sperma significa “Algo sembrado, semilla, incluyendo el esperma masculino, descendencia, un remanente, producto, semilla.” El sustantivo es puramente físico, señalando el semen literal del hombre y su descendencia, produciendo un remanente (pueblo). Así que si pertenecen a Moshiaj, entonces son descendientes Abraham, y sus “herederos de acuerdo a la promesa.” La Biblia no añade la palabra “espiritual” antes de esperma no debe hacerlo nadie más. El Léxico Teológico del Antiguo Testamento dice: “Zera (equivalente Hebreo para el Griego sperma) se refiere al semen.” La palabra se usa regularmente como un sustantivo colectivo en singular (nunca en plural). Esto es un aspecto importante de la doctrina de la promesa, porque el Hebreo nunca usa el plural de esta raíz para referirse a la posteridad, o descendencia. De este modo la palabra es deliberadamente bastante flexible para denotar ya asea a una persona (Moshiaj) quien epitomiza al grupo en conjunto, o las muchas personas en ese linaje total de descendientes naturales espirituales.
[8] La salvación es una revelación de quién es usted y era a pesar del hecho no saberlo. El hecho que pertenezcamos a Yahshua, se vuelve entonces la prueba y la entrada a la revelación de que eres simiente de Abraham tanto física como espiritual.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero
Fuente: Notas Torres Amat
Fuente: Versión Biblia Libre del NuevoTestamento