Comentario de Gálatas 5:14 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

porque toda la ley se ha resumido en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

5:14 — Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. — Mat 22:40; Rom 13:8. La palabra amar no significa simplemente un sentimiento o emoción, sino actividad (se ve en el servir). Significa tener buena voluntad; desea el bienestar de la persona amada. Debemos amar aun a los enemigos (Mat 5:44-45).

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

toda la ley … se cumple. Mat 7:12; Mat 19:18, Mat 19:19; Mat 22:39, Mat 22:40; Rom 13:8-10; Stg 2:8-11.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Lev 19:18, Lev 19:34; Mar 12:31, Mar 12:33; Luc 10:27-37; 1Ti 1:5.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

toda la ley. Los aspectos éticos de la ley anterior del AT son los mismos del evangelio en el NT como lo indica la cita de Lev 19:18 (vea las notas sobre Rom 7:12 ; Rom 8:4; cp. Stg 2:8-10). Si un cristiano ama de verdad a los demás, también cumple todos los requisitos morales de la ley mosaica antigua (Mat 22:36-40; cp. Deu 6:5; Rom 13:8-10). Este es el principio que dicta el manejo de la libertad cristiana (vv. Gál 5:6; Gál 5:13).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

5:14 — Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. — Mat 22:40; Rom 13:8. La palabra amar no significa simplemente un sentimiento o emoción, sino actividad (se ve en el servir). Significa tener buena voluntad; desea el bienestar de la persona amada. Debemos amar aun a los enemigos (Mat 5:44-45).

Fuente: Notas Reeves-Partain

El contenido de este versículo consiste en la profundización del versículo anterior: Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En este caso la expresión toda la ley se refiere a la ley judía, no entendida como un sistema legalista, sino como expresión de la voluntad de Dios. La referencia está tomada de Lev 19:18, según la versión de la Septuaginta. En el contexto del Antiguo Testamento se trata, simplemente, de un mandamiento dirigido a los israelitas respecto del amor que deben a sus congéneres israelitas. Aquí, sin embargo, se lo presenta como un mandamiento dirigido a los cristianos de amarse unos a otros sin importar el origen étnico o el pasado religioso. Para evitar que se entienda como una referencia a cualquier ley, TLA especifica «la ley de Dios».

El término griego logos tiene muchos significados, de acuerdo con el contexto de uso. Generalmente se lo traduce como palabra. Sin embargo, para evitar la confusión que supondría usar el singular “palabra”, dado que en realidad se trata de varias “palabras” o de una frase completa, es mejor usar «mandato» (DHH96), «mandamiento» (TLA), «precepto» (BJ), “dicho” (Vidal: 109) u otro término similar.

Para expresar el cumplimiento de la ley, Pablo utiliza un verbo en tiempo perfecto, que indica una acción completa, finalizada, pero con repercusiones en el presente: «Queda cumplida» (NBE). Varias versiones procuran acentuar el sentido de posibilidad, de apertura hacia el presente, tal vez entendiendo que con esto Pablo está animando a los gálatas a la práctica del amor comunitario: «Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto» (BJ), «pues toda la ley se cumple, si se cumple este solo mandamiento» (BA), “pues el pleno cumplimiento de la ley entera está expresado en este único dicho” (Vidal: 109).

Respecto a la cita del texto del Antiguo Testamento, se debe seguir la misma modalidad utilizada anteriormente, destacando la cita por medio de comas o por el tipo de letra. Con frecuencia se entiende la palabra prójimo de manera limitada, por lo que hay que buscar alternativas que comuniquen que se trata de personas que no necesariamente están dentro del círculo cercano de las amistades o de la parentela, por ejemplo: “Ama a los demás como te amas a ti mismo”. En ciertos contextos se puede traducir: “Ama a toda la gente con el mismo amor que sientes por ti”, “trata a todo el mundo con tanto cariño como puedas; haz como si cada persona fuera tú mismo”.

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

Lev 19:18; (ver Mat 5:43; Mat 19:19; Mat 22:39; Mar 12:31; Luc 10:27; Rom 13:9; Stg 2:8).

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

NOTAS

(1) O: “Amarás”.

REFERENCIAS CRUZADAS

z 260 Rom 13:8

a 261 Lev 19:18; Mat 7:12; Mat 22:39; Stg 2:8

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

Cp. Rom 13:8-10.

Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie

prójimo…Lev 19:18.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

R419 En ὁ πᾶς νόμος, la primera palabra lleva el énfasis: la totalidad de la ley.

R766 El artículo τῷ introduce la cita (y no debe traducirse).

R874 Ἀγαπήσεις se usa como un futuro volitivo (principalmente se halla en citas del A.T.): amarás.

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

g Lev 19:18.

Fuente: La Biblia Textual III Edición

?V. 14:? ?Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.? ??Así se lee en ?Levítico 19? ( v. 18 ) . Lo mismo dice Pablo también en ?Romanos 13? (v. 8, 9): «No? ?debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque:? ?no adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento,? ?se repite?54? en esta sentencia: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” El texto griego tiene “se? ?recapitula” o “se resume” en lugar de “se repite”, y así lo traduce Jerónimo en algunos pasajes. Por lo tanto,? ?también en este pasaje (?Gá. 5: 14?) el verbo “se cumple” debe entenderse como sinónimo de “se resume,? ?está comprendida”. Digo esto para que no se crea que el apóstol enseña aquí que la ley antigua es “cumplida”? ?por la ley nueva en el sentido de que la ley nueva es una ley con entendimiento espiritual y palabras? ?espirituales.?55? Pues la gracia sola, y nada más, es el cumplimiento de la ley.?56? Las palabras no se cumplen? ?con palabras; antes bien, son los hechos los que cumplen las palabras, y son las demostraciones de poder? ?las que confirman lo hablado. Ese mandamiento de amor al prójimo, por otra parte, tan eminentemente? ?espiritual, ¿acaso no está escrito en ?Levítico 19? (v. 18) ? Así, pues, toda la ley «se resume» en esta palabra;? ?pero «se cumple» por medio de la gracia. Repito: “a libertad hemos sido llamados»: cumplimos toda la ley? ?si el prójimo tiene necesidad de ello. A esta única ley servimos en amor.? ??Es pues correcto lo que se dijo anteriormente?57? : que ser esclavo del Espíritu y ser libre del pecado? ?o de la ley es la misma cosa, así como ser esclavo del pecado o de la ley es lo mismo que ser libre acerca de? ?la justicia, o libre de la justicia y del Espíritu. De una esclavitud se va a otra esclavitud, de una libertad a? ?otra libertad, quiere decir, del pecado a la gracia, del temor ante los castigos al amor de la justicia, de la ley? ?al cumplimiento de la ley, del dicho al hecho, de la imagen a la verdad, de la señal a la sustancia, de Moisés? ?a Cristo, de la carne al espíritu, del mundo al Padre: todo esto se produce al mismo tiempo.? ??Mas si este mandamiento es llamado por el apóstol la suma total de todas las leyes, y si en este? ?único punto principal de amor está «encerrado» todo, como traduce Jerónimo, se hace necesario detenerse? ?un poco más en este tema.? ?En primer lugar: ¡cuántos son los que describen qué se debe decir, qué se debe hacer, qué se debe? ?soportar, qué se ha debe pensar. Es mucho, en verdad, lo que puede acontecer en el trato que los hombres? ?tienen entre sí, donde hay tal variedad de opiniones, miembros, objetos y casos, de suerte que no hay fin de? ?hacer leyes y libros (?Ecl. 12:12?). En efecto ¡cuántas leyes necesita la lengua solamente! ¡Cuántas los ojos!? ??¡Cuántas los oídos! ¡Cuántas las manos! ¡Cuántas el sentido del gusto! ¡Cuántas el sentido del tacto! Además,? ?¡cuántas leyes necesitan los asuntos de familia! ¡Cuántas las amistades! ¡Qué sarta interminable de? ?leyes! ¡Si no quieres creerlo, no tienes más que fijarte en el estudio que hoy día es el más engorroso de? ?todos, el de Derecho y de Leyes! Este mandamiento en cambio: ¡con cuánta concisión, cuán rápida y? ?eficazmente lo resuelve todo! Mete su mano en la misma cabeza, fuente y raíz de todas estas cosas – en el? ?corazón, digo, de donde «mana la vida o la muerte», según Proverbios, 4 (v. 23).?58? Verdad es que entre las? ?obras del hombre, unas están más ocultas en su interior, otras son más visibles en el exterior, ninguna? ?empero es tan intima como el amor. Nada puede hallarse en el corazón humano que esté más profundamente? ?escondido. Si esta emoción afectiva ha sido encaminada correctamente, ya los demás miembros no? ?tienen necesidad de precepto alguno, porque todo fluye de esta emoción: tal como es ella, es todo lo demás,? ?y donde falta ella, todo lo demás son trabajos de necios, de los cuales se dice en ?Eclesiastés 10? (v. 15): «El? ?trabajo de los necios los fatiga». En cambio, «al hombre entendido la sabiduría le es fácil», según ?Proverbios? ?14? (v. 6).?59? Es por eso que los profetas llaman «molestia (lat. labor) y dolor» a los esfuerzos que los? ?hombres hacen para alcanzar la justicia. En el ?Salmo 7? (v. 14) leemos: «El impío concibió dolor y dio a luz? ?iniquidad»; además: «El dolor volverá sobre su cabeza» (v. 16). Y en otro Salmo se dice: «La molestia de? ?sus propios labios los cubrirá» (140:9), y «Debajo de su lengua hay molestia y dolor», ?Salmo 9? (10: 7).?60? ??Así, pues, la palabra hebrea AVEN se traduce con «dolor» algunas veces, y con «molestia» otras, por? ?cuanto con ella se expresa la iniquidad, o mejor dicho: aquella impía justicia proveniente de leyes y obras? ?que nunca lleva la calma al corazón humano. De ahí también el uso frecuente del término BET-AVÉN, es? ?decir, «casa del ídolo». Así, en efecto, llama el profeta (Oreas 4:15) la casa en que Jeroboam levantó los? ?becerros de oro e hizo pecar a Israel (1 R. 12:28 y sigtes.; 14.16). Porque en estas prácticas de justicia? ?carentes de amor hay mucho trabajo y mucha molestia, pero ningún fruto. Es ésta la razón de por qué San? ?Jerónimo, al comentar este pasaje, deplora el proceder de los que así se afanan, y dice: «Ahora, empero, que? ?todas estas prácticas resultan mucho más difíciles, las seguimos al menos en medida algo reducida. Lo? ?único que no hacemos es justamente lo que es más fácil –aquello cuya ausencia resta valor a todo lo demás? ?que hagamos-. El ayuno causa molestias al cuerpo; las vigilias atormentan la carne; el dinero para limosnas? ?se junta sólo con gran dificultad; y nadie derrama su sangre en el martirio sin que ello le cause dolor y? ?temor, por más ardiente que sea su fe. Para todas estas obras se encuentra gente que las haga. Solamente? ?con el amor nadie quiere molestarse, etc.»?61? ¿Qué te parece que habría dicho Jerónimo si hubiese podido? ?echar un vistazo a nuestro tiempo actual, donde por la cantidad enorme de leyes y supersticiones el amor no? ?sólo es algo en que nadie quiere «molestarse», sino algo completamente extinguido? Y en verdad: no? ?puede, creo yo, surgir nada más funesto para el amor que un cúmulo de leyes y tradiciones. A causa de? ?éstas, los hombres son desviados a las obras y absorbidos completamente por prácticas de justicia humana,? ?de tal modo que hasta son compelidos a olvidarse del amor.? ??Veamos pues ahora el énfasis y el acento particular que tienen estas palabras («amarás a tu prójimo? ?corno a ti mismo»)? ?En primer lugar, el apóstol nos describe la más noble de todas las virtudes, a saber, el amor. No dice,? ?en efecto: «Trata a tu prójimo con afabilidad, dale la mano, sé de provecho para él, salúdale, o haz alguna? ?otra obra exterior» sino «amarás”; porque hay también personas que «hablan paz con su prójimo pero la? ?maldad está en su corazón» (?Sal. 28:3?).? ??En segundo lugar, el apóstol retrata el más noble objeto del amor: dejando aparte toda acepción de? ?personas, dice: «a tu prójimo». No dice: «amarás al rico, al poderoso, al erudito, al sabio, al virtuoso, al? ?justo, al hermoso, al agradable, etc., sino «a tu prójimo» a secas. Con esto mismo pone en clara que si bien? ?ante los hombres todos nosotros somos diferentes uno de otro en cuanto a renombre personal y condición? ?social, ante Dios somos todos parte de la misma masa y gozamos de igual reputación. Pues donde se hacen? ?distingo entre personas se extingue radicalmente este mandamiento del amor. Tal a el caso de los que? ?desprecian a los poco instruidos, a los pobres, a los débiles, a los humildes, a los tontos, a los pecadores, a? ?los difíciles de tratar, etc.; pues estos despreciadores toman en consideración no al hombre mismo sino a su? ?máscara y su apariencia exterior, y así se engañan.? ??En tercer lugar, el apóstol presenta el más noble ejemplo para ambos (la virtud y el objeto del amor)? ?al decir: «como a ti mismo». Para las demás leyes se han de buscar ejemplos situados en lo exterior, en el? ?ambiente que nos rodea; el ejemplo para la ley del amor en cambio nos es presentado en nuestro propio? ?interior. Además, los ejemplos exteriores no tienes suficiente poder motivador porque no los sentimos ni? ?vivimos personalmente. Este ejemplo en cambio lo sentimos en el interior; vive en nosotros y nos enseña? ?de la manera más convincente, no con letras ni con palabras ni con pensamientos, sino con la percepción? ?directa de la experiencia. ¿Quién, en efecto, no siente vivamente cómo se ama a sí mismo, cómo busca y? ?planea y trata de obtener lo que es saludable, honroso y necesario para él mismo? Y bien: toda esta percepción? ?es un índice vivo, un monitorio en tu propio corazón, y una prueba siempre presente de lo que debes? ?a tu prójimo, a saber, lo mismo que a ti mismo, y con igual afecto.? ?¿Por qué, entonces, nos enfrascamos en tantos libros? ¿Por qué consultamos con tantos maestros?? ?¿Por qué nos molestamos con obras y prácticas que supuestamente otorgan justicia? Todas las leyes, todos? ?los libros, todas las obras han de medirse con la vara de esta percepción interior y este afecta; y en esto, el? ?cristiano debe ejercitarse en todo su obrar, a lo largo de su vida entera.? ??Por lo tanto, no se podría haber dado un ejemplo más eficaz para esta doctrina divina; porque este? ?ejemplo no lo vemos ni lo oímos, como los ejemplos para las demás leyes, sino que lo experimentamos y? ?lo vivimos; nunca quedaremos sin este ejemplo, ni nunca lo podremos apartar de nuestra mente. Ni tampoco? ?se podría haber presentado un objeto más digno para el amor que tu prójimo, es decir, el que más se te? ?asemeja, y el que está más estrechamente emparentado contigo. Ni se podría haber enseñado un género más? ?perfecto de virtud que el amor, que es la fuente de todos los bienes, así como «la codicia es la raíz de todos? ?los males» (?1 Ti. 6:10? ). Y así, prácticamente todo lo más elevado está contenido en este brevísimo mandamiento,? ?de modo que en verdad es la suma, la cabeza, el cumplimiento y el fin de todas las leyes.. Sin este? ?mandamiento, todos los demás merecidamente quedan relegados a la insignificancia.? ??Por ende, no tiene ninguna razón de ser tu queja de que no sabes qué o cuánto debes a tu prójimo.? ?¡Fuera con esas distinciones sutiles de los grandes doctores!?62? «Muy cerca de ti está la palabra, en tu? ?corazón» (?Dt. 30:14?). Está escrita con letras tan gruesas que la puedes palpar con la mano, puesto que tú? ?mismo vives y sientes esta norma: Debes amar (al prójimo) “como a ti mismo” , dice; o sea, no menos de? ?lo que te amas a ti mismo. Ahora bien: cuánto te amas a ti mismo, nadie te lo podrá decir mejor que tú? ?mismo; pues tu propio sentimiento te muestra muy a las claras lo que otro sólo puede insinuarte con cierta? ?aproximación. Y por esto, nadie te podrá decir mejor que tú mismo qué debes hacer, decir y desear a tu? ?prójimo. Pues aquí no vale el proverbio: el peor maestro de un hombre es ese hombre mismo. A1 contrario:? ?en este aspecto, tú mismo serás tu mejor maestro, y el menos falaz de todos, mientras que todos los demás? ?maestros están sujetos a errores. Tan accesible es la ley de Dios, y de tal modo ha sido puesta al alcance de? ?nuestra mano, que nadie puede excusarse si no ha vivido como es debido.? ??Mas ¡ay, cuán descuidado está hoy día este asunto, tanto por parte de los predicadores como por? ?parte de los oyentes. Y entretanto pululan por doquier ejércitos de orugas y langostas, hasta se diría de? ?sanguijuelas, que recomiendan y ofrecen a gritos, incansable e insistentemente, diversidad de indulgencias,? ?vigilias, ofrendas, edificación de iglesias, levantamiento, de altares, implantación de fiestas conmemorativas? ?y aniversarios y otras cosas de este tipo, que sirven a fines de lucro más bien que al amor. En cambio,? ?lo único que «cubre multitud de pecados» (1 P. 4:8), el amor fraternal, permanentemente lo dejan a un lado.? ??De esto resulta que los teólogos aquellos?63? están en lo correcto con su afirmación de que sin amor, ninguna? ?obra puede ser buena; pero son los peores de todos los maestros cuando enseñan que nosotros no podemos? ?saber cuando nos hallamos en el estado de amor. Sí: nos obligan virtualmente a imaginarnos que el amor es? ?algo así como una propiedad, en estado de reposo y oculta, en nuestra alma. Y, ¿a dónde llegan con este? ?ensueño? Ni más ni menos que a esto, a decir que no somos capaces de percibir lo más presente y lo más? ?vivo que hay dentro de nosotros, a saber, el pulso mismo de la vida, o sea, el afecto del corazón. ¿O será que? ?este Mercurio nos quiere convertir en personajes como aquel Sosia de la comedia de Plauto, de modo que? ?ya no tenemos percepción ni conocimiento de nosotros mismos??64? ¡Así que yo soy incapaz de darme? ?cuenta de si una persona me agrada o no me agrada! ¡Pero por favor! ¿Por qué entonces levanto cargos? ?contra el que me resulta repugnante, y elogio a aquel con quien me llevo bien? ¿O acaso tampoco me doy? ?cuenta si maldigo, si obro mal, si bendigo, si obro bien?? ??«Pero», dicen los teólogos, «esto puede ser un afecto natural; y es sabido que la naturaleza es una? ?imitadora por demás engañosa de la gracia.» A esto respondo: Admito que la naturaleza hace grandes? ?esfuerzos por imitar la gracia, pero no más lejos que hasta la cruz. De la cruz se aparta totalmente; más aún:? ?en este punto «siente» en dirección opuesta, y ofrece a la gracia la más encarnizada resistencia. Mas lo que? ?yo entiendo con «cruz» es la adversidad. Pues la naturaleza alea, elogia, hace bien y bendice sólo mientras? ?nadie la ofenda. Pero cuando la vulneras, o te opones a su voluntad, al instante la naturaleza hace la obra? ?que responde a su verdadero ser; su amor se desvanece y se convierte en odio, gritería, malicia, etc. ¿Por? ?qué? Porque estaba aferrada a la apariencia, no a la verdad; su amor se dirigía a la condición de la persona? ?y a lo que ésta representaba exteriormente, no a la realidad misma; era amiga no del prójimo mismo, sino? ?de sus bienes y propiedades. El amor (verdadero) en cambio «nunca deja de ser; todo lo sufre, todo lo cree,? ?todo lo soporta» (?1 Co. 13:7?). Ama por igual al enemigo y al amigo. Aunque cambie el prójimo, el amar no? ?cambia; pues así como el prójimo sigue siendo prójimo por más que varíe en su modo de ser, así el amor? ?sigue siendo amor, no importa lo mucho que se lo vulnere o se lo apoye.? ??Por esto, la cruz es la prueba, o como dicen, la «piedra de toque» del amor: estando en la cruz (o? ?adversidad) ya no tienes motivo para decir que el amor es una propiedad oculte, ni que eres incapaz de? ?saber o sentir si amas a tu prójimo. Si allí, en la adversidad, te das cuenta de que aún guardas sentimientos? ?afectuosos, no te quepa duda de que has superado la naturaleza, y de que Cristo te ha otorgado el don del? ?amor; en cambio, si te llenas de sentimientos amargos, reconoce en ello tu disposición natural, y trata de? ?ponerte en posesión del amor.?65? El amor natural busca la vida placentera y repasada; hasta las amistades? ?-como dice el poeta?66? -las evalúa por la utilidad que le prestan. Busca su propia conveniencia, y su anhelo? ?es recibir solamente lo bueno. El amor cristiano en cambio es un amor valiente; permanece firme en medio? ?del desconcierto; evalúa las amistades por los servicios que él mismo presta; busca el bien de los demás, y? ?está pronto para dar antes que para recibir.?67? Si: el amor verdadero reparte cosas buenas y toma para sí las? ?malas; la mente carnal en cambio toma para si las cosas buenas, y las malas las reparte o al menos las? ?rehúye.? ??Cuídate también de aquellos que sostienen la tesis de que una oración o cualquier otra obra es una? ?obra hecha por amor aun cuando le falte toda relación con el prójimo, con tal que proceda de aquella? ?«propiedad presente y latente en el alma». Es ésta una manera de pensar sumamente burda, más aún: en? ?extremo perniciosa. La verdad es muy otra: sólo entonces oras por amor cuando lo que te impulsa a orar por? ?el hermano, sea amigo o enemigo, es el afecto que sientes hacia él. Sólo entonces hablas bien de tu prójimo? ?por amor, cuando resistes a su difamador por la sola y única razón de que profesas un sincero cariño al? ?hermano, sea amigo o enemigo, cariño que no te permite tolerar que el buen nombre del hermano sea? ?mancillado; insisto: no cuando eres impulsado por la esperanza de cubrirte de gloria o de granjearte amistades,? ?sino por pura benevolencia que te hace desear el bien del otro. Así sucede también con todos los? ?demás actos tuyos: sólo son actos de amor cuando al hacerlos no tienes en vista más quo el bien y el? ?provecho de tu prójimo, no importa quién sea, amigo o enemigo.? ??Esta instrucción te enseñará qué nivel has alcanzado en tu vida de cristiano. Aquí podrás descubrir? ?a quiénes amas y a quiénes no, qué progresos has hecho o cuánto te falta aún. Pues si todavía queda una? ?sola persona hacia la cual no sientas un sincero afecto, ya «no eres nada» (?1 Co. 13:2?), aunque obraras? ?milagros. En fin, a base de esta norma tú mismo aprenderás a discernir, sin necesidad de maestro, entre? ?«obras» y «obras buenas». Verás entonces claramente: querer bien prójimo, hablar bien de él y hacerle bien,? ?y disponer tu vida entera de una manera tal que sea un «servir por amor a1 prójimo», como acaba de decir? ?el apóstol -esto es mejor que edificaras todas las iglesias de todo el mundo y poseyeras los méritos acumulados? ?por todos los monasterios e hicieras todos los milagros de todos los santos, faltándote sin embargo? ?esto: el querer servir con ello a tu prójimo. He aquí, es la enseñanza que hoy día no sólo se ignora, sino que? ?echa completamente por tierra con esas tradiciones humanas que cubren esta enseñanza como un ejército? ?enorme. El designio de los que defienden tales tradiciones es evidentemente el de enseñar a no amar al? ?prójimo sino por consideraciones personales, ya que se limitan a sostener disputaciones acerca de las obras? ?y a hacer distingos a base de la apariencia exterior.? ??Con no menor cautela debe entenderse aquella tan difundida diferenciación entre ley natural,?68? ley? ?escrita, y ley del evangelio. Pues si el apóstol dice aquí que todas las leyes convergen y se resumen en una? ?sola, el amor es por cierto “el propósito final de toda la ley”, como lo expresa en ?1 Timoteo 1? (v. 5). Pero en? ?Mateo 7? (v. 12), también Cristo mismo equipara expresamente la así llamada “ley natural” – “Todas las? ?cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” – con la ley? ?y los profetas al decir: “porque esto es la ley y los profetas”. Y bien: siendo Cristo mismo el que enseña el? ?evangelio, resulta evidente que la diferenciación entre estas tres leyes se basa no tanto en su función, sino? ?más bien en el entendimiento incorrecto de quienes las interpretan. Luego, esta ley escrita: “Amarás a tu? ?prójimo como a ti mismo” (?Lev. 19:18?) dice exactamente lo mismo que la ley natural: “Todas las cosas que? ?queráis que los hombres hagan con vosotros” (lo que equivale al “amarse a si mismo”), “así también haced? ?vosotros con ellos” (lo que significa, por cierto, amar también a los demás con el mismo amor con que uno? ?se ama a sí mismo; esto no necesita mayor explicación). Pero ¿no es esto lo mismo que nos enseña también? ?el evangelio entero? Por lo tanto hay una sola ley, que corre a través de todos los siglos, que es conocida por? ?todos los hombres, que está inscrita en el corazón de todos, y que desde el comienzo hasta el fin no deja una? ?excusa para nadie. Y aunque en el caso de los judíos se hayan agregado las diversas ceremonias, y en el? ?caso de los demás pueblos las leyes particulares de cada uno, no obligatoria para el resto del mundo, no? ?obstante, esta ley es la única que el Espíritu dicta sin osar en, el corazón de todos.? ??Hay otro hecho al que también se debe prestar la más cuidadosa atención. Algunos padres extrajeron? ?de este mandamiento la opinión de que el amor convenientemente graduado?69? comienza por uno mismo,? ?«porque» -al decir de ellos-, «el amarse a sí mismo se prescribe como norma conforme a la cual debes? ?amar a tu prójimo».? ?He reflexionado mucho para entender esto; pero la dificultad persiste. Sin querer adelantarme a? ?nadie con mi juicio, expondré sin embargo mi propia opinión, quizás algo atrevida. Yo entiendo este mandamiento? ?como una orden no de amarse a si mismo, sino al prójimo solamente. En primer lugar, porque el? ?amor a si mismo ya está de por si en todos los hombres. En segundo lugar: si Dios hubiese querido que se? ?siguiera este orden, habría dicho: «Ámate a ti, y a tu prójimo como a ti mismo». Pero ahora dice: «Amarás? ?a tu prójimo como a ti mismo», esto es: así como ya te estás amando a ti mismo aun sin que se te lo ordene.? ??Pero también el apóstol Pablo menciona en ?1 Corintios 13? (v. 5) como una característica del amor el «no? ?buscar lo suyo», con lo que descarta completamente el amarse a sí mismo. Cristo manda «negarse a sí? ?mismo» (?Mt. 16:24?; ?Lc. 9:23?) y «odiar su propia vida» (?Lc. 14:26?; ?Jn. 12:25?) . Y en ?Filipenses 2? (v. 4) se? ?nos dice claramente: «No mirando cada uno por lo suyo propio sino por lo de los otros». Finalmente, si el? ?hombre tuviera el verdadero amor a sí mismo, ya no necesitaría la gracia de Dios; porque este amor, para? ?ser verdadero, tiene que ser un amor que se dirige a la propia persona y al prójimo; pues este mismo amor,? ?y no otro, es el que se exige en este mandamiento. Pero, como ya dije, el mandamiento presupone que el? ?hombre se ame a sí mismo. Y si Cristo dice en ?Mateo 7? (v. 12) : «Todas las cosas que queráis que los? ?hombres hagan con vosotros», deja en claro que efectivamente ya existe en el hombre un afecto y amor a sí? ?mismo; y además queda en claro que Cristo no ordena allí ese amor. Por esto me tomo la osadía, como dije? ?de opinar que el mandamiento habla de ese amor tergiversado con que cada uno busca solamente lo suyo? ?olvidándose de su prójimo; por otra parte, este amor se convierte en el amor verdadero cuando el hombre? ?procede a la inversa, sirviendo solamente a su prójimo y olvidándose de sí mismo. Así lo ejemplifican? ?también los miembros del cuerpo, de los cuales cada uno sirve al otro, aun con peligro para sí mismo. Pues? ?la mano lucha en favor de la cabeza y ataja los golpes, los pies se internan en el lodo y en el agua para que? ?no tenga que hacerlo el cuerpo mismo. Pero si uno se atiene a aquel sistema del amor graduado, fomenta? ?también en forma peligrosísima el afán de buscar el interés personal. Y este afán es precisamente lo que? ?Cristo quería extirpar de raíz con este mandamiento.? ??Pero en el supuesto caso de que realmente se tuviera que admitir que el mencionado mandamiento? ?coloca en primer no el amarse a si mismo, yo no tendría reparos en ir más lejos aún y diría que un amor de? ?esta índole siempre es inicuo mientras permanezca centrado en sí mismo, y no es un amor bueno a menos? ?que esté fuera de su propio radio, en Dios. Quiere decir: mi afecto y amor dirigidos hacia mí mismo deben? ?estar completamente muertos, y no debo tener otro afán sino el de que se cumpla en mí la sola voluntad de? ?Dios, debo, en consecuencia, estar dispuesto a aceptar la muerte, la vida o cualquier otra forma que mi? ?Alfarero quiera darme (?Ro. 9:21?). Mas esto resulta cosa ardua y en extremo difícil, y sobre pasa las posibilidades? ?de la naturaleza; porque en tal caso me amo no por lo que yo mismo soy, sino con mi voluntad? ?asumida en la voluntad de Dios. Y en esta forma amaré entonces también a mi prójimo: desearé y haré que? ?en él se cumpla de ninguna manera la propia voluntad de él, sino la sola voluntad de Dios. No creo, sin? ?embargo, que haya sido ésta la interpretación de los antes mencionados Padres, ni tampoco parece ser éste? ?el amor del cual el mandamiento nos está hablando. Por esto quisiera exhortar seriamente a todos a que se? ?cuiden de enseñanzas paganas como «Sé tú el prójimo de ti mismo» y otras similares; son enseñanzas que? ?falsean la verdad, y que tuercen además el sentido propio de la palabra. Pues la palabra «prójimo» sólo? ?puede emplearse con relación a otra persona; al cristiano le corresponde decir, por lo tanto: «sé el prójimo? ?para otra persona», como lo indica también este mandamiento.? ??Pero aquí surge la pregunta: ¿cómo puede estar comprendida en este mandamiento toda la ley,? ?particularmente las tantas leyes rituales y ceremoniales del Antiguo Testamento? ¿Acaso el que ama a su? ?prójimo cumple todo aquello? No cuesta mucho entender que en el «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»? ??estén comprendidos los preceptos del Decálogo; además ya lo hemos demostrado con las palabras del? ?apóstol escritas en ?Romanos 13? (v. 9).?70? Pero ¿quién presenta hoy día sacrificios de animales, quién se hace? ?circuncidar, quién «guarda los tiempos y los años», etc., de la misma manera como honramos a los padres? ?y nos cuidamos de matar, de cometer adulterio, de hurtar, etc.? San Jerónimo, fiel a su costumbre, opina? ?que las leyes ceremoniales se cumplen en corma espiritual.?71? Pero ¿qué diremos en cuanto a las leyes de? ?otros pueblos, leyes que los apóstoles y hasta Cristo mismo nos mandaron guardar de igual modo? De esta? ?suerte, al fin de cuentas lo acusaremos al apóstol de ambiguo porque, empleando un mismo término,? ?supuestamente enseña que los 10 Mandamientos se cumplen de un modo, y las leyes ceremoniales de otro.? ??En conformidad con mis anteriores declaraciones,?72? yo digo esto: Al que por la predicación del? ?mensaje de la fe ha recibido el espíritu del amor, le es lícito hacer todas aquellas otras cosas establecidas? ?por las leyes ceremoniales y también por las leyes humanas, sea entre los judíos o entre los gentiles. Pero no? ?se han de observar dichas leyes como si en el guardarlas, o en las obras que ellas exigen, residiera la? ?salvación. No; deben ser guardadas por amor y consideración hacia aquellos con quienes hemos de convivir,? ?en la medida en que ellos mismos exijan de nosotros tal observancia, y a los efectos de preservar la paz? ?y evitar que se produzcan cimas y sediciones; porque «el amor todo lo soporta» (?1 Co. 13:7?). Y lo que se ha? ?de temer a este respecto no es tanto el contravenir las leyes mismas, sino más bien el causar ofensa a los que? ?viven conforme a estas leyes, y a cuyos deseos el amor nos manda sujetarnos. Por ende, si Dios hubiese? ?querido que se siguieran practicando las ceremonias ordenadas por la ley, o si por causa de alguna necesidad? ?se tuviera que guardar una o varias de ellas, ineludiblemente habría que hacerlo. Pero ahora que él las? ?abrogó, ya no significan para nosotros ninguna obligación. En forma análoga se han de acatar también las? ?leyes imperiales, pontificias, municipales, estatales y provinciales, es decir, al solo efecto de «no ofenderlos? ?», como dice Cristo (?Mt. 17:27?), y de no atentar contra el amor y la paz. Y así salta a la vista que ni? ?siquiera en la imaginación puede existir una ley que no esté comprendida en el amor. Pues si tú mismo? ?hubieses decretado algo, sin duda querrías que se te obedeciera. Consecuentemente, la ley natural y la ley? ?del amor te imponen la obligación de prestar esta obediencia también al otro, especialmente a Dios y a? ?aquellos a quienes Dios instituyó como representantes de su potestad.?73? Sólo debes tener cuidado de no? ?considerar la observancia de esos preceptos humanos como base de tu salvación, sino come medio con que? ?has de servir por amor a los demás.? ??Pero por otra parte, los legisladores mismos tienen un« obligación mucho mayor aún para con el? ?amor. Por esto, cuando vieren que sus leyes resultan gravosas o hasta nocivas para, sus súbditos, deben? ?tratar por todos los medios posibles ola servir al bien de los demás y abrogar tales leyes. Y quien más que? ?ningún otro deben atenerse a esta norma de conduce son los legisladores eclesiásticos; pues no cabe la? ?menor dudó de que ellos tampoco quieren ser gravados siquiera con una sílaba de la ley. Pero si no conceden? ?esta libertad también a los demás, no son obispos sino tiranos que imponen a los hombres «cargas? ?insoportables que ellos mismos no quieren mover ni con un dedo» (?Mt. 23: 4?).? ??Esto te ayudará a comprender, amado lector, por qué acostumbro tildar de tiránicas a ciertas leyes? ?pontificias. Ya es tiempo de que se las abrogue, por muchísimas y muy fundadas razones. Primero, porque? ?son onerosas y odiosas para todo el mundo; y ante esta realidad, los obispos debieran ceder. Segundo,? ?porque no son más que redes para pescar dinero, siendo ofrecidas en venta sin la menor vergüenza mediante? ?las dispensas. Tercero, porque sirven para promover la impiedad, y al mismo tiempo destruyen totalmente? ?tanto la justicia verdadera en la cual reside la salvación, como también el amor. Sin embargo, allí donde? ?el despreciar tales leyes podría causar ofensa, es necesario observarlas, a causa del amor.?74? ??Para finalizar: creo que ha vuelto a quedar suficientemente clarificado que el apóstol habla no sólo? ?de leyes ceremoniales, sino de todas las leyes en general. En efecto: una vez que se ha recibido la fe, el? ?amor cumple todas las leyes, alegre y espontáneamente; y esto significa cumplirlas de veras. Por otra parte,? ?el amor no funda su confianza de salvarse ni en las leyes ni en las obras hechas a base de ellas; porque esto? ?significa cumplirlas con una obediencia de esclavo, y esto a su vez significa no cumplir ninguna de todas? ?estas leyes.? ?

Fuente: Comentario de Gálatas por Martin Lutero