Comentario de Hebreos 10:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros y no la forma misma de estas realidades, nunca puede, por medio de los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente de año en año, hacer perfectos a los que se acercan.

Resumen : En los primeros cuatro versículos el autor muestra por la repetición continua de los sacrificios la inhabilidad del sistema levítico para perfeccionar al hombre. Del 5 al 10 habla de cómo un cuerpo fue preparado para el Mesías, para que por él, crucificado en la cruz, fuera santificado el pecador. Este solo sacrificio bastó para proporcionar la remisión de pecados, versículos 11 al 18.

Siguen tres grandes exhortaciones, basadas en el hecho ya establecido; es a saber, que ha sido hecho el gran sacrificio suficiente, que no necesita repetición. Estas son: «acerquémonos», «mantengamos firme», y «considerémonos», versículos 19 al 25.

Entonces en seguida vemos la gran advertencia contra la apostasía. Terribles son las consecuencias de rechazar la expiación de Cristo Jesús, volviendo atrás al judaísmo, versículos 26 al 31.

Otra vez el autor exhorta a los lectores, y los anima, a fin de que continúen en la fidelidad, soportando las pruebas difíciles de la vida, para alcanzar por fin el gran galardón, versículos 32 al 39.

10:1

— Este versículo se conecta con 9:14.

— «Porque la ley» = toda la economía judaica.

— «teniendo la sombra». La palabra griega es skia. Véase 8:5, comentarios. Una sombra promete la presencia cercana de la substancia, pero no es la substancia; nada más apunta a ella. La repetición continua de los sacrificios bajo la ley de Moisés indica la naturaleza insubstancial de la economía judaica.

— «de los bienes venideros». Véase 9:11, comentarios.

— «no la imagen misma de las cosas». La palabra griega para «imagen» es eikon. Significa la substancia misma o la incorporación completa de la cosa. Aunque tenía la Ley una mera intimación, el evangelio tiene la presentación verdadera o de hecho de estos bienes. La Ley con sus sacrificios, representaba en general (como lo hace una sombra a la substancia que la proyecta) las bendiciones futuras que se tendrían después en el evangelio.

— «nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año». Se hace referencia a la expiación anual, Lev 16:1-34, que sucedía en el décimo del mes séptimo. Esos sacrificios levíticos cumplieron el propósito de Dios de apuntar al gran sacrificio de Cristo en la cruz que había de venir. (Véase 9:23). Pero no podían «hacer perfectos» a los del pueblo judaico (ni a nadie).

— «hacer perfectos a los que se acercan». Véanse 7:11, comentarios; 9:9, comentarios. 10:4 presenta la razón por qué no podía la Ley hacer perfecto a nadie. La Ley no podía salvar al creyente.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

teniendo la sombra. Heb 8:5; Heb 9:9, Heb 9:11, Heb 9:23; Col 2:17.

por los mismos sacrificios. Heb 10:3, Heb 10:4, Heb 10:11-18; Heb 7:18, Heb 7:19; Heb 9:8, Heb 9:9, Heb 9:25.

hacer perfectos. Heb 10:14.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

La debilidad de los sacrificios de la ley, Heb 10:1-9.

El sacrificio de Cristo, Heb 10:10-13.

para siempre ha quitado los pecados, Heb 10:14-18.

Una exhortación a mantener firme la fe con paciencia y gratitud, Heb 10:19-39.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

no la imagen misma significa «no la representación exacta».

perfectos se refiere a la remoción de la conciencia de pecados (v. Heb 10:2Heb 8:12Heb 9:9). Los sacrificios del Pacto Mosaico prefiguraron el sacrificio final de Cristo. Por lo tanto, estos sacrificios imperfectos de simples animales no podían purificar completamente a la persona que los ofrecía. Si hubieran podido, estos sacrificios cesarían. En vez de expiar por completo los pecados de los hombres, el sacrificio anual en el día de la expiación era un recordatorio visible de los pecados del pueblo.

 EN FOCO

«Pacto»

(Gr.  diadsékh) (Heb 9:15, Heb 9:16, Heb 9:17, Heb 9:18, Heb 9:20; Heb 13:20; Mat 26:28; Gál 3:17) # en Strong G1242: La palabra diadsékh puede referirse a un acuerdo o una voluntad (o testamento). En Heb 9:15-20, el autor de Hebreos explica por qué el segundo pacto (Heb 8:7) ocupó el puesto del primero que se hizo en el monte Sinaí. La explicación emplea la analogía con un «testamento». De este modo, el autor usa la palabra diadsékh a lo largo de la sección, empleando y uniendo los dos significados diferentes de la palabra. Al igual que las estipulaciones de un testamento tendrán efecto cuando una persona muere, así Cristo murió para iniciar el nuevo pacto, el pacto que nos liberaría de la esclavitud del primer pacto.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

LOS MISMOS SACRIFICIOS QUE SE OFRECEN CONTINUAMENTE. Véase el ARTÍCULO EL PACTO ANTIGUO Y EL NUEVO PACTO, P. 1782. [Heb 8:6], para comentarios sobre el propósito de los sacrificios del AT.

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

Recapitulación: Superioridad del sacrificio de Cristo, 10:1-18.
I Pues como la Ley sólo es la sombra de los bienes futuros, no la verdadera realidad de las cosas, en ninguna manera puede con los sacrificios que cada año sin cesar se ofrecen, siempre los mismos, perfeccionar a quienes los ofrecen. 2 De otro modo cesarían de ofrecerlos, por no tener conciencia ninguna de pecado los adoradores, una vez ya purificados.3 Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados, 4 por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados. 5 Por lo cual, entrando en este mundo, dice: “No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. 6 Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. 7 Entonces dije: He aquí que vengo – en el volumen del libro está escrito de mí – para hacer, |oh Dios!, tu voluntad.” 8 Habiendo dicho arriba: “Los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado no los quieres, no los aceptas,” siendo todos ofrecidos según la Ley, 9 dijo entonces: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad.” Abroga lo primero para establecer lo segundo. 10 En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez. II Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 12 éste, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, 13 esperando lo que resta “hasta que sean puestos sus enemigos por escabel de sus pies.” 14 De manera que con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados. 15 Y nos lo certifica el Espíritu Santo, porque después de haber dicho: 16 “Esta es la alianza que contraeré con vosotros después de aquellos días – dice el Señor – , depositando mis leyes en sus corazones y escribiéndolas en sus mentes, [añade]: 17 y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más.” 18 Ahora bien, cuando están remitidos los pecados, no cabe ya oblación por el pecado.

Está para terminar la parte dogmática de la carta. El autor condensa en pocas líneas la doctrina ya expuesta sobre la ineficacia de los sacrificios levíticos, impotentes para santificar, que son reemplazados por el sacrificio único de Cristo, suficiente por sí solo para “perfeccionar para siempre a los santificados” (v.14).
Respecto de los sacrificios de la Antigua Ley, a la que se califica de “sombra” (cf. 8:5) de los bienes “futuros” (cf. 9:11), es afirmación básica la del v.1: no pueden “perfeccionar a quienes los ofrecen” (τους προσερχόμενους τελειώσοα ). Se alude aquí a los solemnes sacrificios del día del Kippur, como claramente se da a entender con la expresión “cada año” (cf. 9:7). Poco después (v.11) se hará referencia a todos los otros sacrificios en general, y de ellos se dirá lo mismo: no pueden “quitar los pecados” (περιελεΐν αμαρτίας ). Prueba de ello la tenemos, añade el autor, en que necesitan ser continuamente repetidos, lo que demuestra que no son eficaces, pues de lo contrario no habría necesidad de repetición (v.2-4). Quizás a alguno se le ocurra argüir: del hecho de la repetición no se sigue que no perdonen el pecado, pues puede tratarse de nuevos pecados, posteriores al primer sacrificio. Sin embargo, téngase en cuenta que el autor ha dejado ya suficientemente entender que un sacrificio perfecto debe ser capaz de expiar todos los pecados, de todos los tiempos. Un sacrificio que necesite repetirse cada año, como el del Kippur, está afectado de intrínseca insuficiencia, y ni siquiera los pecados del año podrá borrar realmente, sirviendo a lo más para dar cierta pureza legal y disponer los ánimos a implorar el perdón divino, el cual, caso de ser concedido, lo será en virtud del único sacrificio futuro de Cristo. Así lo ha dejado ya entender antes (cf. 9:26), y lo dirá luego más claramente (v. 10.14).
A todos esos sacrificios antiguos, impotentes para santificar interiormente, sustituye el sacrificio de Cristo. De este sacrificio va a hablar ahora el autor directamente, comenzando por aplicarle (v-5~7) las palabras de Sal 40:7-9, de las que el mismo hace la exé-gesis (v.8-10).
Respecto a esta cita del salmo ha habido muchos expositores, particularmente entre los antiguos, que creen tratarse de un texto directamente mesiánico. Parece, sin embargo, dado el contexto general del salmo, que es el mismo salmista quien habla, agradeciendo a Dios un beneficio recibido, y pregonando que no a los sacrificios y ofrendas, sino a la confianza en El y a la obediencia a sus preceptos debe el que Dios le haya escuchado. No se trataría, tomadas las palabras en su sentido literal histórico, de una repulsa absoluta de los sacrificios legales, entonces en vigor, y que el mismo Dios había ordenado, sino de hacer resaltar que, más que la materialidad de los sacrificios, Dios agradece la entrega al cumplimiento de su voluntad, y que de poco valen aquéllos si falta esta entrega del corazón (cf. 1Sa 15:23; Isa 1:11-17; Ose 6:6; Miq 6:6-8). Con todo no tendríamos aquí sólo mera acomodación. Esto parece ser muy poco, dado el modo como el autor de la carta a los Hebreos cita esas palabras. Creemos que, a semejanza de lo que hemos dicho respecto de otros textos (cf. 2:6.12), también aquí la idea que expresa el salmista, sin dejar de aplicarse a él, va en la intención de Dios hasta el Mesías, primero en quien había de realizarse de modo pleno, con su entrega total a la voluntad del Padre, que le lleva hasta el sacrificio de la cruz. Aplicadas a Jesucristo esas palabras, conforme hace el autor de la carta a los Hebreos, adquieren ya un valor más absoluto, de repulsa completa de los sacrificios antiguos, que quedan abrogados y sustituidos por el de Cristo (v,9-10) 440.
Insistiendo en la excelencia de ese sacrificio de Cristo, el autor vuelve a proclamar lo que ha dicho ya muchas veces, es a saber, que, al contrario que los sacrificios levíticos, es único e irreiterable (v.11-18). Una vez ofrecido el sacrificio, Cristo no necesita repetir, sino que “se sentó para siempre a la diestra de Dios,” esperando en su sede de gloria la plena realización de los efectos de aquella inmolación, con la sumisión total y definitiva de todos sus enemigos (v.12-13; cf. 1:13; 1Co 15:22-26). Bastó una sola oblación para “perfeccionar para siempre a los santificados” (μια προσφορά τετελείωκεν εις το διηνεκές τουβ άγιαζο μένους ), es decir, para conseguir el perdón divino y purificar interiormente a los hombres de todos los tiempos, que serán, de hecho, individualmente santificados conforme vayan haciendo suyos esos méritos por medio de la fe y de los sacramentos (v.14; cf. Rom 3:21-26; Rom 6:3-11). Como prueba de que en la nueva alianza, establecida con la oblación de Cristo (cf. 9:15-17), hay verdadera remisión de los pecados, se cita nuevamente el texto de Jer 31:33-34 (cf. 8, 10-12), en el que se habla de que Dios no se acordará más de nuestros pecados e iniquidades (v.15-17; cf. Rom 4:7-8).
A manera de colofón, viene la frase final: “Ahora bien, cuando están remitidos los pecados, no cabe ya oblación por el pecado” (v.18). Ofrecer nuevas oblaciones sería hacer una injuria a la sangre de Cristo, como si aquel sacrificio no hubiese bastado (cf. Gal 2:21). Ni esto se opone a la constante repetición en la Iglesia del sacrificio de la Misa, pues este sacrificio, como ya dijimos al comentar 7:27, no es distinto del sacrificio de la cruz, sino aquél mismo, que continuamente se renueva ante nuestra vista de modo incruento y nos aplica sus frutos.

II. Exhortación a la Perseverancia, 10:19-12:29.

Firme confianza de que llegaremos a la meta, 10:19-25.
19 Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la sangre de Jesús, firme confianza de entrar en el santuario 20 que El nos abrió, como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de su carne; 21 y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22 acerquémonos con sincero corazón, con plenitud de fe, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. 23 Retengamos firmes la confesión de la esperanza, pues fiel es quien hizo la promesa. 24 Miremos los unos por los otros, para excitarnos a la caridad y a las buenas obras; 25 no abandonando vuestra asamblea, como es costumbre de algunos, sino exhortándoos, y tanto más cuanto que veis que se acerca el día.

Comienza aquí la parte parenética o exhortatoria de la carta. No que antes no haya habido ya exhortaciones (cf. 2:1-4; 3:7-4:16; 6:9-12), pero era algo circunstancial y de paso, para volver en seguida a la exposición doctrinal. Ahora, en cambio, se va directamente a la exhortación.
Muy en consonancia con la doctrina expuesta, el autor comienza insistiendo en la confianza que nos debe dar el saber que tenemos de nuestra parte a Jesucristo, nuestro gran Sacerdote, que fue quien nos abrió el camino del cielo, donde nos espera (v. 19-25). La terminología, lo mismo que anteriormente, sigue siendo alegórica, hablando del “santuario que El nos abrió. a través del velo” (v. 19-20). Ciertamente ese “santuario” es el cielo (cf. 4:14; 8:2; 9:12.24), antes cerrado (cf. 9:8), representado figurativamente en el “Santísimo” del santuario mosaico, separado del “Santo” por un velo, y donde sólo podía entrar una vez al año el sumo sacerdote judío, y eso con grandes limitaciones (cf. 9:3.7). Había que acabar con ese “velo” de separación, para que pudiésemos entrar todos hasta la presencia misma de Dios; y fue Cristo quien, con el desgarro de su carne en la cruz (cf. 9:15-17), rompió ese velo (cf. 9:12; Mat 27:51), de modo que muy bien podemos decir que “velo” del santuario mosaico y “carne” de Cristo en cierto sentido se corresponden (v.20). Puede decirse que por la fe (cf. 11:1) hemos penetrado ya en el santuario del cielo, al que la sangre de Cristo nos ha dado acceso.
Esto supuesto, sabiendo que es Jesucristo quien está puesto sobre la “casa de Dios” (v.21; cf. 3:6; 7:25), acerquémonos a su trono de gracia (cf. 4:16) llenos de fe, sin vacilaciones de ninguna clase, reteniendo firme nuestra esperanza en lo que nos ha prometido, y estimulándonos mutuamente por la caridad (v.22-25). Vemos que, como muchas veces en San Pablo (cf. 1Co 13:13; Col 1:4-5; 1Te 1:3), también aquí aparecen juntas las tres virtudes teologales. La expresión “lavado el cuerpo con el agua pura” (v.22) parece ser claramente una alusión al bautismo (cf. Tit 3:5). Al final hay una queja, la de que algunos entre los destinatarios, quizás por pereza, o más probablemente, por miedo a los judíos, no asistían regularmente a las reuniones o asambleas cristianas (v.25; cf. Hch 2:42; Tit 20:7; 1Co 14:26). Esto podría ser para ellos un peligro, pues dejaban perder la ocasión de animarse mutuamente y de reafirmarse en la fe común. A fin de estimularles más a que se enmienden, el autor les recuerda (v.25) el hecho de que “se acerca el día,” es decir, el retorno glorioso de Cristo. Esta alusión a la parusía, cuya fecha, sin embargo, ignoraban, es frecuente en las exhortaciones de los apóstoles (cf. Rom 13:11-14). No es claro qué quiera indicarse con ese “cuanto que veis.” Lo más probable es que sea una alusión a las turbulencias ya existentes en Judea, que preludiaban la destrucción de Jerusalén, más o menos entremezclada para los primeros cristianos con la destrucción final del mundo (cf. Mat 24:1-44).

Peligro de apoetasía,Mat 10:26-31.
26 Porque si voluntariamente pecamos después de recibir el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados, 27 sino un temeroso juicio, y el ardor vengativo del fuego que devora a los enemigos. 28 Si el que menosprecia la Ley de Moisés, sin misericordia es condenado a muerte sobre la palabra de dos o tres testigos, 29 ¿de cuánto mayor castigo pensáis que será digno el que pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de la alianza, con la que fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia? 30 Porque conocemos al que dijo: “Mía es la venganza; yo retribuiré.” Y luego: “El Señor juzgará a su pueblo.” 31 Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo.

Severa admonición a los que, deslumhrados por el judaismo, estaban tentados a abandonar la fe. Ya se aludió a esto mismo en 6:4-8. Se ve que realmente existía el peligro, y el autor trata de prevenirlo, haciendo ver la suerte terrible que aguarda a los apóstatas.
Para quien deliberadamente rechaza “la verdad” (v.26) y “pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de su alianza” e “insulta al Espíritu de la gracia” (v.29), no le queda otra perspectiva que el “juicio” y “fuego” vengador de Dios (v.27). Las frases no pueden ser más realistas y terribles. Notemos, sin embargo, que no se dice que la conversión sea imposible, pues, como ya dijimos al comentar 6:6, nada es capaz de atar las manos a la eficacia de la gracia divina. Lo que se quiere decir, en consonancia con la doctrina anteriormente expuesta, es que no hay más que un único verdadero sacrificio para la remisión de los pecados, que es el de Cristo (cf. 9:26; 10:14), Y” si se rechaza ese sacrificio, “no queda otro” conque poder suplir (v.26). Que nadie crea, pues, que podrá arreglar su situación con los sacrificios de toros y machos cabríos (cf. 9:12; 10:4); sepan todos que esos sacrificios no tienen valor alguno, y, rechazado el sacrificio de Cristo, reputando por “inmunda” y sin valor religioso su sangre, con la que nos obtuvo la “redención eterna” (9:12) y sancionó la “nueva alianza” (9:15-18), no queda otra perspectiva que la del terrible “juicio” divino (v.27). Con el término “juicio” no parece que se aluda específicamente al juicio particular de cada uno después de la muerte o al universal, al final de los tiempos, sino, en general, al juicio de Dios en sus diferentes y sucesivas manifestaciones, que culminará en el juicio final (cf. Mat 25:31-46).
Para poner más de relieve lo terrible de la sanción en los apóstatas, el autor (v.28-29) recurre a la comparación con la antigua alianza, y dice que si allí se castigaban tan severamente las transgresiones de la Ley (cf. Deu 17:2-6), ¿qué no cabe suponer aquí? Como prueba bíblica de que Dios se reserva el tomar venganza de los pecados, se citan (ν .βο ) los textos de Deu 32:35-36, alegados también por San Pablo en Rom 12:19. La frase final (v.31), a modo de epifonema, no puede ser más apta para sacudir la indolencia de los destinatarios y hacerles caer en la cuenta del peligro en que se encontraban.

Recuerdo del pasado,Rom 10:32-39.
32 Recordad los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos; 33 de una parte fuisteis dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones; de otra os habéis hecho partícipes de los que así están. 34 Pues habéis tenido compasión de los presos, y recibisteis con alegría el despojo de vuestros bienes, conociendo que teníais una hacienda mejor y perdurable. 35 No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa. 36 Porque tenéis necesidad de paciencia, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa. 37 Porque “aun un poco de tiempo, y el que llega vendrá y no tardará. 38 Mi justo vivirá de la fe, pero no se complacerá ya mi alma en el que cobarde se oculta.” 39 Pero nosotros no somos de los que se ocultan para perdición, sino de los que perseveran fieles para ganar el alma.

La impresión sombría de la severa admonición anterior se endulza ahora con el recuerdo del fervor de tiempos pasados. La finalidad es la misma: estimularles a que sean constantes en la fe. No hay duda, en efecto, que recordar los días del fervor es uno de los más poderosos antídotos contra la relajación.
Si, como es probable, la comunidad a la que va dirigida la carta es la comunidad cristiana de Jerusalén o al menos íntimamente relacionada con ella, esas persecuciones e incluso pérdida de bienes a que se alude (v.32-34) serían las mencionadas en Hec 8:1-3 Y 12:1-4, a las que luego se añadirían sin duda otras. Se alaba a los destinatarios de lo bien que entonces se portaron, con qué fervor y valentía, sin miedo a perder los bienes, sabiendo que tenían en el cielo otros mejores y más duraderos. La expresión “después de iluminados” (v.32) alude sin duda a su conversión a la fe cristiana, cuyo momento culminante era el bautismo (cf. 6:4).
Hecho el recuerdo, les anima a que no pierdan su “confianza” (ν·35), Y” Pues necesitan de “paciencia” (Οττομονήβ ) ante los males que les afligen para ser fieles a lo que Dios les pide (v.36), sepan que la espera hasta que retorne el Señor no será larga (v.37; cf. v.25) y, si mantienen firme su fe, tendrán fuerza suficiente para aguantar todas las pruebas (v.38). Los dos textos citados en los v.37-38 pertenecen a Isa 26:8 y Hab 2:3-4 respectivamente. Este último, citado algo libremente, lo alega también San Pablo en Rom 1:17 y Gal 3:11, a cuyos comentarios remitimos.
Con hábil y estimulante optimismo, el autor subraya al final (ν·39) Que él, y lo mismo supone de sus lectores, no es de los que “ocultan” o disimulan su fe, caminando hacia la perdición, sino de los que “perseveran” firmes en ella, para salvar el alma.

Fuente: Biblia Comentada

sombra. Vea la nota sobre Heb 8:5. El término griego que se traduce «sombra» se refiere a un reflejo pálido a diferencia de uno nítido y distintivo. Por otro lado, el término detrás de «la imagen misma» indica una réplica exacta y diáfana (cp. Col 2:17). los bienes venideros. Vea la nota sobre Heb 9:11. hacer perfectos. El término se utiliza con reiteración en Hebreos para hacer referencia a la salvación. Vea las notas sobre Heb 5:14 ; Heb 7:11 ; Heb 9:9. Por mucho que desearan acercarse a Dios los que vivían bajo la ley, el sistema levítico no suministraba acceso alguno a su presencia santa (cp. Sal 15:1; Sal 16:11; Sal 24:3-4).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Toda esta sección es una exposición del nuevo pacto que fue prometido en Jer 31:31-34 y su contraste con el antiguo pacto de la ley.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Resumen : En los primeros cuatro versículos el autor muestra por la repetición continua de los sacrificios la inhabilidad del sistema levítico para perfeccionar al hombre. Del 5 al 10 habla de cómo un cuerpo fue preparado para el Mesías, para que por él, crucificado en la cruz, fuera santificado el pecador. Este solo sacrificio bastó para proporcionar la remisión de pecados, versículos 11 al 18.
Siguen tres grandes exhortaciones, basadas en el hecho ya establecido; es a saber, que ha sido hecho el gran sacrificio suficiente, que no necesita repetición. Estas son: «acerquémonos», «mantengamos firme», y «considerémonos», versículos 19 al 25.
Entonces en seguida vemos la gran advertencia contra la apostasía. Terribles son las consecuencias de rechazar la expiación de Cristo Jesús, volviendo atrás al judaísmo, versículos 26 al 31.
Otra vez el autor exhorta a los lectores, y los anima, a fin de que continúen en la fidelidad, soportando las pruebas difíciles de la vida, para alcanzar por fin el gran galardón, versículos 32 al 39.

10:1 — Este versículo se conecta con 9:14.
–«Porque la ley» = toda la economía judaica.
–«teniendo la sombra». La palabra griega es skia. Véase 8:5, comentarios. Una sombra promete la presencia cercana de la substancia, pero no es la substancia; nada más apunta a ella. La repetición continua de los sacrificios bajo la ley de Moisés indica la naturaleza insubstancial de la economía judaica.
–«de los bienes venideros». Véase 9:11, comentarios.
–«no la imagen misma de las cosas». La palabra griega para «imagen» es eikon. Significa la substancia misma o la incorporación completa de la cosa. Aunque tenía la Ley una mera intimación, el evangelio tiene la presentación verdadera o de hecho de estos bienes. La Ley con sus sacrificios, representaba en general (como lo hace una sombra a la substancia que la proyecta) las bendiciones futuras que se tendrían después en el evangelio.
–«nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año». Se hace referencia a la expiación anual, Lev 16:1-34, que sucedía en el décimo del mes séptimo. Esos sacrificios levíticos cumplieron el propósito de Dios de apuntar al gran sacrificio de Cristo en la cruz que había de venir. (Véase 9:23). Pero no podían «hacer perfectos» a los del pueblo judaico (ni a nadie).
–«hacer perfectos a los que se acercan». Véanse 7:11, comentarios; 9:9, comentarios. 10:4 presenta la razón por qué no podía la Ley hacer perfecto a nadie. La Ley no podía salvar al creyente.

Fuente: Notas Reeves-Partain

EL ÚNICO SACRIFICIO ACEPTABLE A DIOS

Hebreos 10:1-10

Como la Ley no es más que una sombra imprecisa de las bendiciones que están por venir y no la verdadera imagen de estas cosas, no puede nunca realmente capacitar para la comunión con Dios a los que hacen lo posible por acercarse a Su presencia por medio de los sacrificios, que hay que seguir ofreciendo indefinidamente año tras año. Porque, si ese fin se pudiera conseguir con esos medios, ya se habría conseguido y se habrían dejado de ofrecer sacrificios; porque los que hacen ese culto ya habrían llegado de una vez para siempre a un estado de pureza tal que habrían dejado de tener conciencia de pecado. Pero, lejos de eso, año tras año celebran este memorial del pecado. Porque es imposible que la sangre de becerros y de machos cabríos quite el pecado. Por eso dice Él al entrar en el mundo: «Tú no deseabas sacrificio y ofrenda; es un cuerpo lo que has preparado para Mí. A Ti no te complacían holocaustos y ofrendas por el pecado. Así es que Yo dije: «Para eso vengo -en la cubierta del libro está escrito refiriéndose a Mí-, para hacer, oh Dios, Tu voluntad. «» Al principio de este pasaje dice: «Tú no deseabas ni sacrificios ni ofrendas ni holocaustos ni ofrendas por el pecado, ni te producían ningún placer», y es precisamente eso lo que prescribe la Ley. Por eso dice a continuación: «Mira, vengo a hacer Tu voluntad.» Así cancela la clase de ofrendas a las que se hace referencia en la primera cita a fin de establecer la clase de ofrenda a la que se refiere la segunda. Es por medio de la voluntad como hemos sido purificados; por medio de la Ofrenda hecha de una vez para siempre del cuerpo de Cristo.

Para el autor de Hebreos, todo el asunto de los sacrificios no era más que una copia imprecisa del Culto verdadero. El cometido de la religión es poner al hombre en íntima relación con Dios, y eso es algo que no podían realizar nunca aquellos sacrificios. Todo lo que podían conseguir era darle al hombre un contacto distante y espasmódico con Dios. Usa dos palabras clave para indicar lo que quiere decir. Dice que estas cosas no son más que una sombra imprecisa. La palabra que usa es skiá, la palabra griega para sombra, que quiere decir un reflejo nebuloso, una mera silueta, una forma sin realidad. Dice que no dan una imagen real. Usa la palabra eikón, que quiere decir una representación completa, una reproducción detallada. Significa realmente un retrato, y podría haber significado una fotografía si las hubiera habido en aquel tiempo. Lo que realmente dice es: «Sin Cristo no podéis llegar más allá de las sombras de Dios.»

Presenta pruebas. Año tras año se sucedían los sacrificios del tabernáculo, y especialmente los del Día de la Expiación. Una cosa que funciona no se tiene que repetir tanto; el mismo hecho de la repetición de estos sacrificios es la prueba final de que no purifican el alma ni conceden un acceso definitivo y pleno a Dios. Nuestro autor llega más lejos: dice que son un memorial del pecado. Lejos de purificar al hombre, lo que hacen es recordarle su impureza, y que sus pecados siguen bloqueando su acceso a Dios.

Pongamos un ejemplo. Una persona está enferma. Se le prescribe una botella de medicina. Si esa medicina le devuelve la salud, cada vez que la vea después, dirá: «Eso es lo que me devolvió la salud.» Pero si, por el contrario, la medicina no produce ningún efecto, cada vez que vea la botella le recordará que sigue enfermo y que el supuesto remedio fue ineficaz.
Por eso el autor de Hebreos dice con vehemencia profética: «El sacrificio de animales es impotente para purificar al hombre y darle acceso a Dios. Para lo único que sirve es para recordarle su pecado, y que la barrera que levanta entre él y Dios sigue ahí.» Lejos de borrar el pecado, lo subraya.

El único Sacrificio efectivo es el de Jesucristo. Para aclarar y explicar lo que está en su mente, el autor de Hebreos hace una cita del Sal 40:6-9 , que dice en el original:

Tú no deseas ni sacrificio ni ofrenda, pero me has dado un oído abierto.
Holocausto y expiación por el pecado no has demandado. Entonces dije: ¡Mírame, ya vengo!
En el envoltorio del libro está escrito de Mí:
«Mi delicia es hacer Tu voluntad, oh Dios mío.»

Es posible que «me has dado un oído abierto», o «has abierto mis oídos» sea una referencia a lo que se hacía con el que quería seguir siendo esclavo de un señor (Cp. Ex 21:6 ; Dt 15:17 ), lo que aludiría a la voluntaria obediencia de Jesús, el Siervo del Señor; y «en el envoltorio del libro está escrito de Mí» (antigua Reina-Valera) posiblemente alude a la cubierta de los libros, que entonces se escribían en la forma de rollos, y sería como el lema o título de la vida del Siervo del Señor: » Mi delicia es hacer Tu voluntad, oh Dios mío.»

El autor de Hebreos lo pone un poco diferente en la segunda línea: «Es un cuerpo lo que has preparado para Mí.» La explicación es que no citaba del original hebreo, sino de la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento que se empezó en Alejandría hacia el año 270 a C. No cabe duda de que, en el mundo antiguo, muchos más podían leer griego que hebreo, hasta entre los judíos de la diáspora de los que parece haber sido el autor de Hebreos. En cualquier caso, el sentido de las dos frases es el mismo. «Tú me has dado un oído abierto» quiere decir «Tú me has tocado de tal manera que obedezco todo lo que me dices.» Es el oído obediente lo que menciona el salmista, porque oír y obedecer eran ideas muy próximas en hebreo. «Es un cuerpo lo que has preparado para Mí» quiere decir realmente: «Tú me has dotado de un cuerpo para que haga Tu voluntad en él y con él.» En esencia, las dos frases quieren decir lo mismo.

El autor de Hebreos toma las palabras del Salmo y las pone en boca de Jesús «al entrar en el mundo». Lo que quiere decir es que Dios no quiere sacrificios de animales sino obediencia a Su voluntad. Los sacrificios son gestos por medio de los cuales se toma algo que se aprecia mucho y se Le da a Dios como muestra de amor. Pero, como la naturaleza humana es como es, era fácil que la idea se degenerara, y se pensara que al ofrecer sacrificio se compraba el perdón de Dios.

En cierto sentido, el autor de Hebreos no estaba diciendo nada tan totalmente nuevo; hacía mucho tiempo que los profetas se habían dado cuenta de que los sacrificios se habían degenerado, y le habían dicho al pueblo que lo que Dios quería no era la carne y la sangre de los animales, sino la obediencia de la vida entera del hombre. Ese era precisamente uno de los pensamientos más nobles del Antiguo Testamento.

Y Samuel dijo: ¿Se complace el Señor tanto en los holocaustos y las víctimas como en que se obedezca a las palabras del Señor? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros (1S 15:22 ).

Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo (Sal 50:14 ).

Porque Tú no quieres sacrificio, que yo lo daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás Tú, oh Dios (Sal 51:16-17 ).

Porque misericordia quiero, y no sacrificio; y conocimiento de Dios más que holocaustos (Os 6:6 ).

¿Para qué Me sirve, dice el Señor, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos… No Me traigáis más vana ofrenda; el incienso Me es abominación… Cuando extendáis vuestras manos, Yo esconderé de vosotros Mis ojos; asimismo, cuando multipliquéis la oración, Yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos… Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien (Isa 1:11-20 ).

¿Con qué me presentaré ante el Señor, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante Él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará el Señor de millares de carneros, o de miríadas de arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, Él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide el Señor de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y conducirte humildemente con tu Dios (Mi 6:6-8 ).

Siempre había habido voces que proclamaban que el único sacrificio agradable a Dios era la obediencia. Nada más que la obediencia podía abrir el acceso a Dios; la desobediencia era lo que levantaba la barrera que no podía apartar ningún sacrificio de animales. Jesús fue el Sacrificio perfecto porque cumplió perfectamente la voluntad de Dios. Se presentó ante Dios, y Le dijo: «Aquí me tienes. Haz conmigo lo que quieras.» Él Le ofreció a Dios en representación de la humanidad lo que no había podido ofrecerle ningún ser humano: la obediencia perfecta, que es el Sacrificio perfecto.

Si hemos de mantener una relación filial con Dios, la obediencia es el único medio. Jesús Le ofreció a Dios el perfecto Sacrificio que ninguna persona podía ofrecer. En Su humanidad perfecta ofreció el Sacrificio perfecto de la obediencia perfecta. Así quedó abierto de una vez para siempre para todos nosotros el camino hacia Dios.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 10

9. SOMBRAS E IMAGEN (10/01-04)

1 La ley, en efecto, por contener sólo una sombra de los bienes futuros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, con los sacrificios, siempre los mismos, que incesantemente ofrecen año tras año, perfeccionar a los que se acercan. 2 De otra manera, ¿no habrían cesado de ser ofrecidos, puesto que los que rinden ese culto, purificados de una vez para siempre, ya no tendrían conciencia alguna de pecado? 3 Sin embargo, en estos sacrificios, año tras año se hace mención de los pecados; 4 porque es imposible que sangre de toros y machos cabríos borre pecados.

La ley y el Evangelio se hallan en la misma relación que la sombra y el ser verdadero de los bienes de salvación, la realidad divina. Una comparación semejante hallamos en Col 2:17. Sin embargo, allí se distingue entre la «sombra de las (cosas) futuras» y «la realidad» de «Cristo»: nos hallamos, pues, ante una expresión basada simplemente en el hecho de una figura corpórea que proyecta su sombra. En la carta a los Hebreos tenemos en cambio una división tripartita en «sombra», «imagen» (eikon) y «cosas», que se halla también en Filón de Alejandría. En el filósofo judío de la religión se halla la eikon entre Dios y el mundo visible. Es no menos fiel imagen de Dios que arquetipo de la creación terrestre y se identifica, por tanto, con el Logos y con el mundo inteligible e invisible de las ideas. Este esquema platonizante sirve una vez más a nuestro autor para poner en claro frente a la ley la diferente modalidad esencial del hecho de Cristo. Este no pertenece al orden cultual de sombras y figuras de la antigua alianza (cf. 8,5), sino que en él apareció corporalmente el mundo celestial de los arquetipos divinos. En cambio, los sacrificios prescritos por la ley, siendo como eran una representación anticipada de los bienes cristianos de la salvación, no podían lograr su fin ni borrar para siempre los pecados. El mero hecho de tener que repetirse es para el autor una prueba de su ineficacia. Si los ministros del culto del Antiguo Testamento hubiesen estado convencidos de haber sido purificados de una vez para siempre de las manchas de los pecados, habrían debido dar por terminados sus sacrificios.

Desde luego, esta argumentación sólo es concluyente si se da por supuesto que los sacrificios por el pecado en el Antiguo Testamento pretendían causar una expiación perfecta y definitiva. Sin embargo, las finalidades del culto levítico, consideradas desde un punto de vista de historia de las religiones, eran incomparablemente más modestas. En realidad se trataba solamente de una expiación limitada temporalmente y referida a determinados objetos. La idea de una redención del pecado efectuada de una vez y definitivamente valedera sólo surgió en el marco de expectativas escatológicas. Dado que Cristo, como creían sus adeptos, había aparecido «al final de los tiempos» (9,26) para la salvación del mundo, también su muerte en la cruz debía en realidad quitar los pecados definitivamente y para siempre. A la sazón en que fue escrita la carta a los Hebreos comenzaba a plantearse el difícil problema de cómo es posible que muchos cristianos, a pesar de la redención habida definitivamente, vuelvan a pecar o incluso apostaten de la fe. A esto se añadía la dilación de la parusía y con ello la prolongación de la situación de peligro en el mundo. Así se explica que surgieran dudas sobre la eficacia del sacrificio expiatorio de Cristo. ¿Es que su sangre no tenía quizá la fuerza de purificar de una vez para siempre de los pecados? Pero también se comprende por qué el autor de la carta a los Hebreos, para demostrar la eficacia expiatoria de la muerte de Cristo no adujera únicamente el argumento escatológico tradicional, sino que también y sobre todo señalara el carácter celestial y arquetípico de este sacrificio. El esquema prestado por la filosofía alejandrina era independiente de toda cuestión de plazos. Por mucho que pudiera diferirse la parusía, ello no cambiaba nada de la eficacia única y eternamente valedera de la muerte de Cristo.

10. LA OBLACIÓN DEL CUERPO DE CRISTO (10/05-10).

5 Por eso, al venir al mundo, Cristo dice: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo; 6 holocaustos y expiaciones por el pecado no te fueron agradables. 7 Entonces dije: Aquí estoy; en el rollo del libro así está escrito de mí, para cumplir, oh Dios, tu voluntad» (Sal 40:7-9). 8 Lo primero que dice es: Sacrificios y ofrendas, y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste ni te fueron agradables, a pesar de que se ofrecen según la ley. 9 Entonces declara: Aquí estoy, para cumplir tu voluntad. Así abroga lo primero, para poner en vigor lo segundo. 10 Y en virtud de esta voluntad, quedamos consagrados, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.

Mientras que hasta aquí sólo se ha hablado de la sangre, ahora se menciona también el cuerpo de Cristo como don sacrificial. Cierto que a la mención del «cuerpo» ha dado pie la cita del salmo (Sal 40:7-9), pero creemos que hay también razón de preguntarse si el autor no eligió el salmo precisamente porque en él se hablaba del cuerpo44. La palabra «cuerpo» debía suscitar inmediatamente en los cristianos asociaciones eucarísticas, y una vez más llama la atención que la carta no establezca expresamente el enlace tan obvio con el banquete del Señor. Una razón de este silencio que a nosotros se nos hace tan extraño está seguramente en el hecho de que en la época del Nuevo Testamento todavía no se consideraba la eucaristía como una realidad en cierto modo aislada, como más tarde lo hizo con tanta frecuencia la devoción sacramental. En el banquete del Señor se anunciaba, como dice san Pablo, «la muerte del Señor» (1Co 11:26); en otras palabras, se conmemoraba la virtud expiatoria y salvífica de la cruz de Cristo. Ahora bien, una finalidad semejante persigue ahora también la carta a los Hebreos, que quiere convencer a los fieles de la virtud purificadora, santificadora y consumadora del sacrificio de Cristo. Cierto que no lo hace en el estilo de la conmemoración litúrgica (anamnesis), sino como teólogo y pastor de almas que debe crear los presupuestos espirituales y morales para que su comunidad se acerque al altar de la gracia «con un corazón sincero y una fe plena» (1Co 10:22; cf. 4,16). La predicación de la carta tiene en cierto sentido carácter mistagógico y lleva a comprender la celebración de la eucaristía, por cuanto razona y profundiza teológicamente la fe en la virtud expiatoria de la muerte de Cristo. En nuestro pasaje tenemos una prueba de Escritura, que trata de presentar la «oblación del cuerpo de Jesucristo» como cumplimiento de una voluntad de Dios existente desde toda la eternidad. Según el autor, Dios no quiso en modo alguno los sacrificios prescritos por la ley, sino que sólo en la oblación que hizo Cristo de sí mismo se manifestó dónde tenía Dios realmente sus complacencias. Esta posición de la carta con respecto al Antiguo Testamento parece contradictoria. Por un lado se considera la palabra de la Escritura como notificación divina, inmediata, de la voluntad de Dios, como libreto de un drama celestial de redención. En el salmo habla el Hijo divino a su ingreso en el mundo, para explicar auténticamente el sentido de su vida, de su pasión y de su muerte. Por otra parte no reconoce la carta los sacrificios -que en el Antiguo Testamento se hacen remontar efectivamente a una ordenación divina- como expresión de lo que Dios había realmente querido y perseguido.

La crítica del culto expresada ocasionalmente por los profetas45 se entiende aquí como desestimación y condenación por principio de la entera institución sacrificial levítica. Hay por tanto dentro del Antiguo Testamento dos ordenaciones o esferas, la «primera» y la «segunda», formulación con la que sin duda se quiere traer a la memoria la distinción entre la primera y segunda tienda del tabernáculo, o entre la primera y la segunda alianza. Jesús, con su encarnación, con su entrada en este mundo, suprimió ya la primera tienda, la esfera de los ritos terrestres y carnales, poniendo en su lugar la segunda tienda, nueva y celestial, en la que él ofrece su cuerpo preparado directamente por Dios. Aquí se contempla de un golpe la encarnación y la pasión, el pesebre y la cruz, y esto vuelve a confirmarnos que en la concepción de la carta toda la vida de Jesús fue un único ofertorio o procesión sacrificial que a través de «un tabernáculo mayor y más perfecto» conducía al lugar santísimo de Dios: «Aquí estoy para cumplir tu voluntad».

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44. En el original hebraico se dice en cambio: «Me cavaste oídos». Quizá se trate de una lectura corrompida.

45. Cf. especialmente Jer 7:21-23.

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11. CARÁCTER ÚNICO Y DEFINITIVO DEL SACRIFICIO DE CRISTO (10/11-18).

11 Cada día, todo sacerdote, puesto en pie, oficia y ofrece repetidas veces los mismos sacrificios, a pesar de que éstos nunca pueden borrar pecados. 12 Este, en cambio, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se sentó para siempre a la diestra de Dios 13 aguardando desde entonces a que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. 14 Así, con una sola ofrenda, ha perfeccionado para siempre a los santificados. 15 Y un testimonio de esto nos lo da también el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: 16 «Esta será la alianza que concertaré con ellos después de aquellos días -dice el Señor-: Mis leyes pondré en su corazón y las grabaré en su conciencia», 17 añade: «Y de sus pecados y sus iniquidades no me acordaré ya jamás» (Jer 31:33). 18 Y donde hay perdón de pecados, ya no hay más sacrificio de expiación por el pecado.

Las consideraciones sobre el ministerio de Jesús como sumo sacerdote se acercan rápidamente a su fin, y cada vez aparece más claro adónde quiere llegar la carta. Cristo, con su muerte sacrificial en la cruz, procuró a sí mismo y a los suyos la salud definitiva. él mismo llegó a su meta celestial y ahora ya, compartiendo el trono con Dios, sólo tiene que aguardar en paz a que, como lo expresa el autor con una cita del Sal 110:1, «sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies». A lo que se ve, la carta no da tanta importancia a los acontecimientos dramáticos del final de los tiempos, en los que habían fijado toda su atención los autores de apocalipsis 46 El acontecimiento escatológico decisivo ha tenido ya lugar, y todo lo que puede ahora venir todavía, pueden aguardarlo los fieles con el mayor sosiego; porque también ellos han logrado la «consumación» o perfección: ya tienen abierto el camino que conduce al lugar santísimo de Dios. Cierto que todavía no han ocupado un puesto, como ya lo ha hecho Cristo, y todavía corren peligro de recaer en el pecado y en la infidelidad. A fin de desviar este peligro, inculca el autor a sus lectores asaltados por las dudas y la fatiga, que Cristo lo ha hecho ya todo por ellos. Pero caso que rechacen y hagan inútil el perdón que ya se les ha otorgado, deben saber que ya no hay otro medio con que poder borrar la culpa de sus pecados.

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46. El combate y la victoria del rey Mesías celestial sobre los poderes del infierno es también un tema central del Apocalipsis de san Juan.

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V. ESTÍMULOS Y PRECAUCIONES (Sal 10:19-31).

1. ACERQUEMONOS AL SANTUARIO (10/19-22).

19 Así pues, hermanos, tenemos entera confianza para la entrada en el lugar santísimo en virtud de la sangre de Jesús: 20 entrada que él inauguró para nosotros, como un camino nuevo y vivo, a través del velo, o sea, de su carne. 21 Y tenemos así un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. 22 Acerquémonos, pues, con un corazón sincero y una fe plena, purificado el corazón, de toda impureza de conciencia y lavado el cuerpo con agua pura.

Una vez hemos oído ya el llamamiento procesional: «¡Acerquémonos!» (Sal 4:16), pero ahora sabemos ya por qué está patente ante nosotros el camino hacia el «trono de la gracia». La sangre de Cristo, es decir, su muerte cruenta como sacrificio en la cruz, nos ha facilitado la parrhesia (palabra difícil de traducir en nuestras lenguas) para la entrada. En primer lugar se quiere indicar el derecho objetivo, la autorización para entrar en el lugar santísimo celestial, pero al mismo tiempo también el estado subjetivo de gozosa seguridad y confianza que responde a la convicción de podernos acercar en todo tiempo gracias a la sangre de Jesús. El cuadro del gran día de la expiación se despliega de nuevo y se amplía convirtiéndose en símbolo de toda la vida humana. Todos nosotros estamos en camino. ¿Hacia dónde? En el ámbito terrestre se trata del camino de la muerte, que nos conduce solamente hasta el velo oscuro, hasta los muros infranqueables de nuestra prisión, que está custodiada por poderes demoníacos (cf. 2,14.15). ¿Hay quizá algo situado detrás, al otro lado del velo? ¿Un lugar santísimo concebido y fabricado por hombres, un campo de las ideologías y de los ensueños? A lo sumo una imagen de las cosas celestiales, un prenuncio negativo del verdadero santuario de Dios, el cual ha aparecido al mundo en Jesucristo. En él es donde el pueblo, la familia de Dios halla el camino del cielo nunca hollado, la vía procesional inaugurada con la sangre de Jesús, que conduce a la vida, al Dios viviente. Pero también este camino del cielo conoce un velo de muerte, que separa lo transitorio y provisional de lo definitivo: es el velo de la carne de Jesús sacrificada en la cruz. Ahora bien, mientras que el velo en el tabernáculo terrestre significaba recusación de la entrada y límites insuprimibles, el velo de la carne de Jesús facilita en todo tiempo a los creyentes el acceso a Dios. Una vez más sería sumamente obvio pensar en el culto eucarístico, en el que la comunidad gusta la carne y la sangre de Jesús, para que del «trono de la gracia… obtengamos misericordia y hallemos gracia para el socorro en el momento oportuno» (4,16). ¿Dónde, si no, podría verificarse este «acercarse» en el ámbito de la Iglesia? Por lo menos, toda otra manera de acercarse en la oración personal, en las obras de caridad o finalmente en la muerte, recibe un sentido luminoso de la celebración conmemorativa de la muerte de Cristo.

Todavía hay otra razón para que nos presentemos con confianza gozosa ante la presencia de Dios. Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios. Con esta breve fórmula compendia la carta todo lo que en los capítulos precedentes se ha dicho acerca de la ayuda misericordiosa, fiel y comprensiva que el sumo sacerdote celestial presta a su comunidad que se ve tentada y en peligro. Al «acercarse» de los fieles corresponde el «entrar» cerca de Dios, de su sumo sacerdote y mediador de la alianza, Jesús (cf. 7,25). Así resulta que los presupuestos que para este acercarse menciona la carta -un corazón sincero, una fe plena, la purificación de la mala conciencia, la limpieza del cuerpo- aparecen a la vez como sus consecuencias y frutos. Seguramente se piensa en primer lugar en el bautismo y en su eficacia purificadora, pero en su acercarse en el culto actualiza la comunidad el estado adquirido por el bautismo, de modo que vuelve a adquirir gozosamente conciencia del perdón que se le otorgó de una vez para siempre. Aquí tenemos las insinuaciones, desgraciadamente pasadas por alto con frecuencia, que la carta a los Hebreos hace de una penitencia posible en todo tiempo al cristiano, es decir, de la victoria sobre sus flaquezas y faltas cotidianas mediante la gracia de Dios siempre dispuesta a perdonar. Apenas si debe sorprendernos que los límites entre tales pecados «veniales» y el «pecado mortal», deliberado e imperdonable, no sean los mismos que más tarde fijará la teología moral.

2. MANTENGAMOS FIRME LA PROFESIÓN DE LA ESPERANZA (10/23-25)

23 Mantengamos firme la profesión de la esperanza, porque el que prometió es fiel, 24 y miremos los unos por los otros, estimulándonos al amor y a las buenas obras. 25 «No abandonemos nuestras propias reuniones, como acostumbran algunos, sino exhortémonos unos a otros, y esto tanto más, cuanto que estáis viendo que se acerca el día.

También la exhortación a mantener firme la profesión la tenemos oída antes (4,14). Pero ahora sabemos algo más acerca del contenido de la profesión, ya se refiera la carta a un símbolo bautismal -que es lo más probable- o a una profesión o fórmula de fe recitada en la liturgia. Se trata de dar expresión en común a nuestra esperanza de que por la carne y sangre de Cristo alcanzaremos la meta celestial de las promesas, la «herencia eterna» (9,15). La convicción de la absoluta fidelidad de Dios, de la que podemos fiarnos incondicionalmente, destierra toda duda y toda vacilación interior.

Uno de los medios más importantes para conservar o restablecer el buen estado de la comunidad era en los primeros tiempos de la Iglesia la corrección fraterna; (cf. 3,13). Este espolearse mutuamente al «amor y a las buenas obras» puede considerarse como una forma temprana del sacramento de la penitencia, sobre todo porque no le faltaba la paraclesis autorizada por el Espíritu Santo. Este consolarse, estimularse y corregirse mutuamente, de que también Pablo habla en sus cartas 47, respondía en cierto modo a lo que en la confesión llamamos hoy «exhortación y «absolución». Como se ve por el contexto, el servicio fraternal de corregirse y estimularse se prestaba principalmente en las asambleas cultuales. Aquí, en la anticipación litúrgica del «día» de Cristo, de la parusía, conservaba su valor permanente e intemporal el antiguo motivo de la expectativa del pronto retorno del Señor, que por lo regular no ocupa ya puesto destacado en la carta.

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47.Cf. 1Te 5:11.

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3. A LOS APÓSTATAS LOS AMENAZA UN TREMENDO JUICIO (JUICIO).

26 Porque, si pecamos deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio expiatorio por los pecados, 27 sino la terrible perspectiva del juicio y el fuego ardiente que está para devorar a los enemigos. 28 Si el que ha rechazado la ley de Moisés, muere sin compasión ante la declaración de dos o tres testigos, 29 ¿de cuánto más duro castigo pensáis que será reo el que ha pisoteado al Hijo de Dios, y ha tenido por impura la sangre de la alianza con la que fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de la gracia? 30 Pues bien conocemos al que ha dicho: «La venganza es cosa mía; yo daré lo merecido.» Y en otro lugar: «El Señor juzgará a su pueblo» (Deu 32:35.36). 31 ¡Terrible cosa es caer en manos del Dios viviente!

El cristiano de hoy que oiga estas palabras conminatorias se verá inducido a dudar de la inerrancia de la Escritura o de la gracia de Dios. ¿Cuántos de nosotros no tenemos que reconocer haber pecado deliberadamente después del bautismo y haber perdido, por tanto, la gracia santificante? Pero aunque nosotros hayamos «pisoteado al Hijo de Dios» y «ultrajado al Espíritu de la gracia», por lo menos en el sacramento de penitencia tenemos siempre abierto el camino hacia el corazón de Dios. ¿Ha abandonado, pues, la Iglesia el riguroso punto de vista de la carta a los Hebreos e introducido una práctica más suave? En este caso, ¿cómo podrá ser la recusación de una segunda penitencia, como parece expresarse en nuestra carta, una palabra de Dios eternamente valedera? ¿O es que -como segunda posibilidad- la Iglesia se ha apartado del ideal primigenio de la santidad de los últimos tiempos y ha rebajado la gracia del perdón otorgada de una vez para siempre, degradándola y reduciéndola a la condición de «mercancía», que se puede enajenar una y otra vez a discreción para volver a adquirirla después? Vamos a tratar de hallar una respuesta que satisfaga tanto a la evolución histórica del sacramento de penitencia como también a la doctrina teológica de la carta a los Hebreos.

En primer lugar hay que tener presente que el autor, en su calidad de pastor de almas, quiere prevenir y poner en guardia contra el peligro de una apostasía irreparable. Todavía no le preocupa el problema, que más tarde proporcionará a la Iglesia tantos quebraderos de cabeza, de si los cristianos que en la persecución habían abjurado la fe y luego, una vez pasado el peligro, querían de nuevo incorporarse a la comunidad, habían de ser recibidos en gracia o no. No menos difícil de enjuiciar era el caso de cristianos que habían cometido uno de los llamados delitos capitales (homicidio, adulterio) y querían hacer penitencia. Si el autor hubiese tenido que pronunciarse sobre este problema, quizás habría hallado una respuesta diferenciada y matizada, pero en la situación en que se hallaba habría sido sumamente imprudente, desde el punto de vista pastoral, presentar como posible una segunda penitencia a los cristianos que se veían tentados a apostatar.

Además, para comprender debidamente la aserción de la carta no hay que perder de vista que los pecados cometidos «deliberadamente», contra los que se pone en guardia con tanto empeño, no son sencillamente los pecados «graves» o «mortales» de que hablará más tarde la teología moral. Como lo muestra el ejemplo tomado del Antiguo Testamento, se piensa en primer lugar en la apostasia de la fe y en la idolatría 48. En el sentido de nuestra carta se podría decir, por tanto, que el cristiano no peca «deliberadamente» y, por tanto, irremediablemente en tanto mantiene en vigor su unión con Cristo y con la Iglesia. Ahora bien, como pecadores por debilidad y por ignorancia (cf. 4,15), debemos siempre apoyarnos en la ayuda misericordiosa de nuestro sumo sacerdote celestial. Así pues, comparada con la actual práctica penitencial de la Iglesia, no parece, en modo alguno, tan rigurosa la actitud de la carta, como con frecuencia se supone. Al contrario: si tomamos en serio la doctrina del carácter único e irrepetible del sacrificio expiatorio de Cristo y de su permanente poder santificante, no hay lugar para apreturas de conciencia ni para ansiedades con respeto a la confesión. Ni siquiera el pecado mortal más grave según las normas morales ha de significar necesariamente un «apartarse del Dios viviente» (3,12), supuesto que nosotros mismos nos confiemos a sus manos misericordiosas. Entonces todo lo tremendo de la quiebra moral que induce a desesperación a los incrédulos, puede convertirse en una «profesión de la esperanza» (10,23), una profesión que no tiene por qué temer el juicio de Dios.

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48.Cf. Deu 17:2-6.

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Parte tercera

CONSTANCIA BN LAS PRUEBAS Y EN LA PERSECUCIÓN 10,32-13,25

La parte tercera de la carta no parece tan homogénea como las precedentes. Preferimos elegir como leitmotiv la exhortación formulada así: «Necesitáis constancia, para que, después de cumplir la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido» (10,36; cf. 13,21). De esta manera, los justos del Antiguo Testamento y Jesús mismo dieron testimonio de su fe en Dios y en su ciudad invisible, la patria celestial, y así llegaron -por lo menos en Jesús, «promotor y consumador de la fe»- a la meta de la promesa (11,1-12,3). Tentaciones, combates, sufrimientos y persecuciones no son motivo para desanimarse, pues entran en el plan de la sabiduría educativa de Dios (12,4-11). Una vez más confronta el autor la revelación del Antiguo Testamento y del Nuevo para exhortar a una seria responsabilidad en el empeño moral y a una gratitud reverente por los bienes de la salud (12,12-29). El último capítulo da una serie de exhortaciones particulares y termina en forma epistolar el discurso de exhortación (13,22).

I. INVITACIÓN AL COMBATE DE LA FE (10,32-12,1).

1. RECUERDO DE TRIBULACIONES PASADAS (10/32-39).

32 Acordaos de aquellos primeros tiempos, cuando, después de haber sido iluminados, sostuvisteis el duro combate de los sufrimientos, 33 unas veces como objeto de públicas injurias y tribulaciones, otras veces como solidarios de los que sufrían aquel trato. 34 Porque, realmente, compartisteis los sufrimientos de los presos y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, conscientes de poseer un patrimonio mejor y permanente. 35 No perdáis, pues, vuestra segura confianza, ya que ésta lleva consigo una gran recompensa. 36 Porque necesitáis constancia, para que, después de cumplir la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido. 37 Pues todavía «un poco, un poco nada más, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. 38 Mi justo vivirá por la fe; pero, si vuelve atrás, no pondré yo en él mi complacencia» (Hab 2:3S). 39 Y nosotros no somos de los que se vuelven atrás, para su perdición, sino de los que permanecen en la fe, para poner a salvo su vida.

Parece como si el autor mismo estuviese asustado de lo tajante de su discurso conminatorio, y así cambia de repente el tono y comienza de nuevo a animar bondadosamente. Como pastor de almas que es, no quiere condenar y reprobar, sino ayudar y sanar. Por eso conoce todavía un camino para los cristianos que se ven tentados y en peligro. Como buen terapeuta, aconseja que se acuerden. Hubo en su vida un período en que estaban dispuestos a todo sacrificio por la fe. Entonces, cuando estaban recién convertidos, soportaron «con gozo» las pérdidas terrenas, porque estaba viva ante sus ojos la meta de la promesa. Después se fue evaporando el primer fervor y fueron palideciendo las luminosas imágenes de la vocación celestial. A los fieles de la época postapostólica les falta la virtud tan estimable de la hypomone, de la constancia, paciencia y perseverancia. En lugar de soportar con constancia y valentía las molestias a que necesariamente está expuesta en este mundo la fe, querrían los lectores de la carta abandonar su parrhesia, es decir, su «segura confianza» para poder acercarse en todo tiempo a Dios, y desertar. ¿Es que no saben que la fuga que aparentemente salva conduce con toda seguridad a la perdición, mientras que la constancia y la fe, a través del sufrimiento y de la muerte, acarrea el premio y corona de la vida?

Este pasaje es uno de los pocos de la carta que da algunos datos concretos sobre la situación de la comunidad en cuestión. A causa de la expresión «como objeto de públicas injurias…» (Hab 10:33) ha pensado más de uno que el autor aludía a la persecución de Nerón 499, aunque no se puede decir nada concreto, por lo cual, en una «lectura espiritual» será más conveniente atenerse a la idea general de que al fin y al cabo en toda comunidad y -como es de esperar- también en la vida de todo cristiano haya habido un tiempo del «amor primero» (cf. Rev 2:4), del que conviene acordarse.

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49. Así debían, por ejemplo, los cristianos servir de antorchas vivientes para iluminar las orgías nocturnas del emperador.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

Isa 1:11-13; Jer 6:20; Amó 5:21-25; Ose 6:6; Miq 6:6-8.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

Los beneficios del nuevo pacto

Cuando la sección doctrinal central de Heb. se acerca al fin, el autor continúa explicando los beneficios del nuevo pacto. Una vez más, bosqueja con fuerza las limitaciones de la ley y sus provisiones para acercarse a Dios (vv. 1-4). El Sal. 40:6-8 se usa, entonces, para establecer que todo el sistema de sacrificios es reemplazado por la perfecta obediencia de Cristo en darse a sí mismo (vv. 5-10). En contraste con los sacerdotes del antiguo pacto, que se colocaban todos los días ante el altar para ofrecer los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados, Jesús está sentado a la diestra de Dios, su obra de sacrificio cumplida (vv. 11-14). El resultado de esto para los creyentes es que hemos sido santificados y ha perfeccionado para siempre a los santificados. Estos términos se usan para describir el tipo de relación con Dios predicha por Jer. 31:33, 34. El autor cita estos versículos en forma abreviada (vv. 15-18) para señalar que el argumento comenzado en el cap. 8 ha llegado a su fin. Puesto que el sacrificio de Cristo es tan eficaz, no hay necesidad de que se haga otro por el pecado. El perdón prometido por Jeremías está disponible, haciendo posible la renovación del corazón y la mente que es fundamental para el nuevo pacto.

1, 2 Cuando el autor describe la ley de Moisés como sólo la sombra de los bienes venideros, quiere decir que anunció con anterioridad las bendiciones del nuevo pacto que Jesús traería. El ritual de la ley señalaba hacia la necesidad de las realidades definitivas del ministerio de Cristo como sumo sacerdocio. Hay un sentido en el cual aún esperamos disfrutar la salvación completa que ha sido alcanzada para nosotros (9:28; cf. 13:14). Sin embargo, muchos de sus beneficios pueden ser experimentados por adelantado (p. ej. 9:14; 10:19-25). Lo inadecuado del ritual del AT se destaca por el hecho de que los mismos sacrificios se ofrecían continuamente de año en año. Como se hace notar en 7:11, 19 y 9:9, la ley nunca pudo hacer perfectos a los que se acercan a Dios de esa manera. El perfeccionamiento de los creyentes tiene que ver con la limpieza de sus conciencias de la culpa del pecado, de modo que puedan estar plenamente consagrados a Dios y a su servicio (ver notas sobre 10:10 y 10:14). Si los sacrificios del primer pacto han logrado su fin, ¿habrían dejado de ser ofrecidos? Sin embargo, los adoradores continuaron teniendo (lit.) una conciencia de pecado (DHH, “se sentirían culpables”; cf. 9:9). No fueron limpiados de una vez para siempre, como se puede estar por medio de la confianza en la efectividad del sacrificio de Jesús (cf. 9:14; 10:17, 18).

3, 4 Aunque el ritual del día de la expiación aseguraba a Israel que el Señor podía perdonar los pecados, la ceremonia tenía que repetirse año tras año. El efecto de esto era que cada año se hace memoria de estos pecados, recordando que el pecado es un impedimento a la comunión con Dios y trae su juicio. En contraste, Dios mismo promete que bajo el nuevo pacto “yo perdonaré su iniquidad y no me acordaré más de sus pecados” (Jer. 31:34; cf. v. 17). No hubo una acción decisiva contra el pecado hasta que Jesús murió en la cruz, porque la sangre de los toros y los machos cabríos no puede quitar los pecados. Dios requirió los sacrificios de animales para enseñar a Israel a esperar de él la limpieza, y para mostrar la necesidad de pagar el castigo por el pecado (cf. Lev. 17; 11). Pero fue el destino del Mesías de pagar esa pena por medio de su muerte y así proveer la salvación, aun para aquellos que pecaron en tiempos del AT (cf. 9:15).

5-10 Las palabras del Sal. 40:6-8 son atribuidas a Cristo cuando entró en el mundo, porque alcanzaron un cumplimiento completo en su vida. El salmista David fue más lejos que muchos otros autores del AT al enfatizar la ineficacia de los sacrificios en sí mismos como para agradar a Dios. Los cuatro términos técnicos que usa -sacrificio, ofrenda, holocaustos y sacrificios por el pecado-describen los distintos tipos de sacrificio ordenados por la ley. Pero todo el sistema estaba diseñado para alentar y hacer posible la disposición de darse a sí mismos de parte del pueblo de Dios, como es indicado por las palabras: ¡Heme aquí para hacer, oh Dios, tu voluntad! En el cuerpo que fue preparado para el Hijo de Dios, él vivió una vida de perfecta obediencia al Padre, culminando con su muerte como un sacrificio sin mancha (cf. 9:14). Vino para hacer a un lado el sistema antiguo de sacrificios y lograr la obediencia a Dios que siempre fue la intención detrás de los rituales. Encontró la voluntad de Dios expresada en la Escritura (en el rollo del libro está escrito de mí) y es en esa voluntad que somos santificados, mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Su sacrificio definitivo (v. 10) produce una limpieza definitiva del pecado que la ley no podía proveer (v. 2). Esa limpieza hace posible una consagración definitiva o santificación de los creyentes a Dios, lo que es el significado de la expresión somos santificados (gr. hegiasmenoi esmen, en tiempo perfecto; BA, “hemos sido santificados”). De ese modo, el autor sugiere el cumplimiento de la promesa que Dios escribiría sus leyes “en sus corazones y en sus mentes” (v. 16; Jer. 31:33). Tal dedicación a Dios y a su servicio la alcanza Jesucristo para nosotros, en cuyo corazón la obediencia se expresó perfectamente.

11-14 Algunas de las ideas expresadas en 9:25-28 y en 10:1-4 se afirman nuevamente aquí. Los sacerdotes del judaísmo participaban de los deberes religiosos diarios, lo que incluía el ofrecer muchas veces los mismos sacrificios que nunca pueden quitar los pecados. Pero Jesús ofreció un solo sacrificio por los pecados, efectivo para siempre. Este contraste es reforzado por el cuadro del sacerdote levítico que se ha presentado ante el altar, ofreciendo reiterados sacrificios, y Jesús que se sentó para siempre a la diestra de Dios, porque su obra de sacrificio estaba completa. Como en Sal. 110, el Mesías en su papel bondadoso se combina con la función sacerdotal, así como su entronización celestial significa que él también está esperando de allí en adelante que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies (cf. 110:1). Esto anticipa la enseñanza de los vv. 26-31, donde se revela que el juicio venidero “ha de devorar a sus adversarios”. Pero la implicación positiva de la entronización de Cristo es que con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los santificados (v. 14). Como se ha notado antes, el “perfeccionamiento” de los creyentes implica su calificación para acercarse a Dios o el capacitarlos para gozar de la certeza de una relación de nuevo pacto con Dios (cf. 7:11, 12, 19; 9:9; 10:1; 11:40; 12:23). Esto significa, en esencia, el perdón de los pecados y la limpieza de conciencia, haciendo posible la consagración a Dios de los que son santificados (ver nota sobre el v. 10) y finalmente su participación en la “herencia eterna prometida” (cf. 9:15).

15-18 El Espíritu Santo que inspiró a los profetas, continúa hablando a través de sus escritos a los creyentes en todas las generaciones (cf. 3:7). Por medio de la profecía de Jer. 31:33, 34 (que aquí se cita en forma abreviada), el Espíritu Santo nos da testimonio específicamente sobre las cosas mencionadas en los versículos anteriores. La promesa de Jeremías de un perdón definitivo de los pecados indica que llegaría un tiempo cuando ya no habría más ofrenda por el pecado. Pero, estrechamente relacionada con esto, se encuentra la promesa de corazones y mentes renovados, ayudando así a definir la perfección y la santificación sobre lo cual ha estado hablando el autor (10:14).

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

10.3 Cuando el pueblo se reunía para el sacrificio en el día de la expiación, se le recordaba sus pecados y volvía a sentirse culpable otra vez. Lo que más necesitaba era perdón; el perdón permanente y poderoso que anula el pecado y que viene de Cristo. Una vez que confesamos nuestro pecado, no tenemos que volver a pensar en él. Dios nos ha perdonado y el pecado ha dejado de existir (véase 1Jo 1:9).10.4 Los sacrificios de animales no pudieron quitar el pecado; únicamente lo quitó de la vista hasta que Jesucristo vino para quitarlo de forma permanente. ¿De qué modo, entonces, fueron perdonadas las personas de la época del Antiguo Testamento? Debido a que los creyentes del Antiguo Testamento siguieron los mandatos de Dios de ofrecer sacrificio, El por gracia los perdonaba cuando, por la fe, ofrecían el sacrificio. Pero ese acto anunciaba el perfecto sacrificio de Cristo. El camino de Cristo fue superior al del Antiguo Testamento porque el viejo camino sólo anunciaba lo que Cristo haría para quitar nuestros pecados.10.5-10 Esta alusión no se cita en ningún otro libro del Nuevo Testamento. Sin embargo, es una enseñanza fundamental del Antiguo Testamento que Dios requiere obediencia y corazón puro, no una conformidad vacía al sistema expiatorio (véase la tabla en Oseas 7). El escritor de Hebreos aplicó a Cristo las palabras del salmista en el Psa 40:6-8. Cristo vino a ofrecer su cuerpo en la cruz por nosotros como un sacrificio completo, aceptable ante Dios. Las buenas nuevas y la manera de vivir para agradar a Dios no es por guardar las leyes o por abstenernos del pecado. Es por acudir a El con fe para ser perdonados y luego seguirlo obedientemente con amor.10.5-10 El costoso sacrificio de la vida de un animal dejaba en la mente del pecador la seriedad de su pecado delante de Dios. Debido a que Jesucristo derramó su propia sangre por nosotros, su sacrificio es muchísimo mayor que cualquier otra ofrenda del Antiguo Testamento. Al mirar el don inapreciable que se nos ha dado, debemos responderle con devoción y servicio.10.9 Dejar de lado el primer sistema en favor de uno mucho más favorable significa abandonar el sistema expiatorio de la ley ceremonial; no debe entenderse como eliminar la ley moral de Dios (los diez mandamientos). La ley ceremonial preparó a la gente para la venida de Cristo. Con la muerte y resurrección de Cristo, aquel sistema ya no fue necesario. Por medio de Cristo podemos cumplir la ley moral en la medida que le permitamos vivir en nosotros.10.11, 12 La obra de Cristo contrasta con el trabajo de los sacerdotes judíos. El trabajo de los sacerdotes nunca se acababa; siempre debían estar de pie y ofrecer sacrificios. El sacrificio de Cristo (el morir en nuestro lugar) se acabó y por lo tanto El se sentó. Los sacerdotes repetían el sacrificio vez tras vez; Cristo se inmoló una vez y para siempre. El sistema expiatorio no podía quitar por completo el pecado; el sacrificio de Cristo nos limpia eficazmente.10.12 Si los lectores judíos de este libro estaban en peligro de que volvieran al sistema judío antiguo, sería decir que el sacrificio de Cristo no era suficiente para perdonar sus pecados. Añadir algo a su sacrificio o quitar algo de él es negar su validez. Cualquier sistema que pretenda ganar la aprobación de Dios mediante buenas obras esencialmente rechaza el significado de la muerte de Cristo y niega la obra del Espíritu Santo. Esté preparado por si acaso alguien le dice que el sacrificio de Cristo es incompleto o que se necesita algo más para que usted pueda ser aceptado delante de Dios. Cuando creemos en Cristo, El nos justifica ante Dios. Nuestra relación de amor nos conduce a seguirlo en obediencia a su voluntad y en servicio. El se agrada de nuestro servicio, pero no podemos ser salvos por las buenas obras.10.14 Nos hizo perfectos, pero también nos está santificando. Mediante su muerte y resurrección, Cristo hizo perfectos a los creyentes una vez y para siempre, ante los ojos de Dios. Al mismo tiempo, los está santificando (progresivamente limpiados y apartados para su uso especial) en su peregrinaje diario aquí. No debiera sorprendernos, avergonzarnos ni escandalizarnos el hecho de que todavía necesitemos crecer. Dios no ha terminado todavía su obra en nosotros. Podemos estimular este proceso de crecimiento al aprobar los valores de las Escrituras en todas las esferas de nuestra vida, y al aceptar la disciplina y guía que Cristo nos proporciona, y al darle el control de nuestros deseos y objetivos.10.17 El escritor concluye su argumento con la afirmación categórica de que Cristo nunca más recordará nuestros pecados. El perdona por completo y no es necesario confesar reiteradamente nuestros pecados pasados. Como creyentes, podemos tener la certeza de que nuestros pecados, los que confesamos y abandonamos, han sido perdonados y olvidados.10.19 El Lugar Santísimo del templo quedaba oculto de la vista por un velo (10.20). Sólo el sumo sacerdote podía entrar en esa habitación santa, y lo hacía una sola vez al año en el día de la expiación, cuando ofrecía sacrificios por los pecados de la nación. Pero la muerte de Jesucristo quitó el velo, y todos los creyentes pueden entrar a la presencia de Dios en todo momento (véase también 6.19, 20).10.22-25 Estos son algunos de los privilegios que acompañan a nuestra vida nueva en Cristo: (1) tenemos acceso personal a Dios por medio de Cristo y podemos acercarnos a El sin un sistema complicado (10.22); (2) podemos crecer en la fe, vencer las dudas y los interrogantes y profundizar nuestra relación con Dios (10.23); (3) podemos disfrutar del estímulo de los demás (10.24); (4) podemos adorar juntos (10.25).10.25 El no asistir a las reuniones cristianas es perder el estímulo y la ayuda de otros cristianos. Nos reunimos para anunciar nuestra fe y fortalecernos los unos a los otros en el Señor. Al acercarnos al fin de los tiempos y al estar próximo el «día» en que Cristo volverá, afrontaremos problemas espirituales, tribulaciones e incluso persecución. Fuerzas anticristianas crecerán en intensidad. Las dificultades nunca debieran ser excusas para no congregarnos. En cambio, a medida que surgen las dificultades, debemos hacer un mayor esfuerzo por ser fieles en la asistencia.10.26 Cuando deliberadamente se rechaza la oferta de salvación de Cristo, se rechaza el don más precioso de Dios. Se pasa por alto la dirección del Espíritu Santo, la de quien nos comunica el amor salvador de Dios. Esta advertencia se le hizo a los cristianos judíos que se sentían tentados a rechazar a Cristo por el judaísmo, pero es pertinente para cualquiera que rechaza a Cristo por otra religión o que, habiendo entendido la obra expiatoria de Cristo, con toda intención le da la espalda (véanse también Num 15:30-31 y Mar 3:28-30). El asunto es que no hay otro sacrificio aceptable por el pecado aparte de la muerte de Cristo en la cruz. Si alguien a propósito rechaza el sacrificio de Cristo luego de haber entendido con claridad la enseñanza del evangelio, no tiene esperanza alguna de salvación porque Dios no ha provisto otro nombre bajo el cielo por el cual podamos ser salvos (véase Act 4:12).10.31 Este juicio es para los que han rechazado la misericordia de Dios. Para los que aceptan el amor de Cristo y reciben su salvación, el juicio venidero no es motivo de preocupación. Al haber sido salvos mediante su gracia, no tienen nada que temer (véase 1Jo 4:18).10.32-36 Hebreos anima a los creyentes a perseverar en su fe y conducta cristiana en medio de la persecución y de las presiones. Por lo general no pensamos que el sufrimiento sea bueno para nosotros, pero puede edificar nuestro carácter y nuestra paciencia. Durante tiempos de grandes pruebas, podemos sentir la presencia de Dios con claridad y encontrar ayuda de creyentes que nunca hubiéramos pensado que nos ayudarían. El saber que Jesucristo está con nosotros en nuestro sufrimiento, y el esperar su próximo regreso para poner fin a todo dolor, nos ayuda a crecer en nuestra fe y en nuestra relación con El (véase Rom 5:3-5).10.35-38 El escritor anima a sus lectores a no abandonar la fe en tiempos de persecución, sino a demostrar mediante la paciencia que esa fe es verdadera. La fe significa depender de lo que Cristo ha hecho por nosotros en el pasado, pero también significa esperar lo que hará en nuestro favor en el presente y en el futuro (véanse Rom 8:12-25; Gal 3:10-13).

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

REFERENCIAS CRUZADAS

a 417 Col 2:17; Heb 8:5

b 418 Heb 7:19; Heb 9:9

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

la ley. La ley aquí se refiere a todo el A.T., con énfasis especial en el sistema de los sacrificios de animales (v. coment. en Ro 2:12).

sombra. La ley solamente era una representación simbólica de la realidad que se encuentra en Cristo. Los sacrificios sólo podían demostrar la provisión de Dios para la salvación por medio de Cristo; no eran la realidad de la salvación (Col 2:17).

hacer perfectos. El hecho de que se repetían los sacrificios del A.T. año tras año indican su incapacidad de hacer perfecto al adorador. Los sacrificios de animales nunca podrían eliminar el pecado (vers. 4).

Fuente: La Biblia de las Américas

En este capítulo, el autor pone de relieve el carácter definitivo, final, del sacrificio de Cristo en contraste con la transitoriedad del sistema antiguotestamentario de la ley y de los sacrificios. La redención obrada por Cristo no necesita, ni admite, repetición ni suplemento. Por tanto, un rechazo de Su sacrificio es también decisivo e imperdonable.

Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie

57 (D) El sacrificio de Jesús, motivo para la perseverancia (10,1-39).
(a) Los MUCHOS sacrificios y el sacrificio Único (10,1-18). 1. no teniendo la ley más que una sombra de los bienes venideros: Én este ca­so, el autor no está usando «sombra» como en 8,5, donde se busca la contraposición platóni­ca celestial-terreno, sino en el sentido de pre­figuración de lo que ha de venir por medio de Cristo (Col 2,17; cf. Vanhove, Prétres anciens [→ 28 supra] 240). no la imagen misma: P46 lee «y la imagen», con lo cual equipara práctica­mente ambas cosas. Pero el significado nor­mal de «imagen» (eikón) es una representa­ción que de algún modo participa de la realidad de la que es imagen (cf. H. Kleinknecht, «Eikón», TDNT 2.388-90). Por consi­guiente, resulta preferible la lectura que la contrapone a «sombra». Los sacrificios anual­mente repetidos del día de la expiación eran incapaces de eliminar el pecado; simplemente prefiguraban el sacrificio de Jesús. 2. de ser ofrecidos: La repetición misma de los sacrifi­cios demuestra su impotencia. Si hubieran quitado los pecados, los que daban culto ya no habrían tenido conciencia de culpa, y los sa­crificios habrían cesado. El argumento es flo­jo y pasa por alto la objeción evidente de que esos sacrificios podrían haber expiado peca­dos pasados, pero nuevos pecados habrían re­querido ulteriores sacrificios. Se trata, sin em­bargo, de una mera exageración de algo que la fe del autor le asegura a éste que es verdad: el único sacrificio de Jesús ha traído la libera­ción de los pecados pasados (9,15), y por eso Jesús es siempre fuente de salvación (5,9); de­bido a su perfección, ya no resulta necesario ni posible otro sacrificio. 3-4. año tras año: Los sacrificios anuales de expiación traían a la «memoria» (anamnesis) los pecados pasados, pero no podían borrarlos. Esta declaración de incapacidad contradice la creencia expresada en Jub 5,17-18. Sin embargo, no parece que la «memoria» de los pecados signifique que el autor creyera que «los ritos cultuales traían realmente los pecados pasados al presente» (así Montefiore, Hebrews 165; de manera se­mejante J. Behm, «Anamnesis», TDNT 1.348-49). Para el concepto semítico de memoria, que se invoca a menudo a este respecto, véase W. Schottroff, «Gedenken» im alten Orient und im Alten Testament (Neukirchen 1964) 117-26.339-41. No está claro si el que «recuerda» los pecados es Dios o el oferente. La primera interpretación es la sugerida por 8,12, que ha­bla del tiempo de la nueva alianza, cuando Dios ya no recordará los pecados de su pueblo, y por la afirmación de Filón (De plant. 108) de que los sacrificios de los malvados «le traen a la memoria [a Dios]» sus pecados. Pero en ese caso el autor querría decir que todos los sacri­ficios, fueran ofrecidos por los arrepentidos o los impenitentes, sólo servían para recordar a Dios el pecado, y en realidad provocaban el castigo del oferente; en cambio el v. 4, lo mis­mo que otros textos de Heb, sólo habla de la ineficacia de estos sacrificios, y no de su ca­rácter positivamente perjudicial para el ofe­rente. es imposible que la sangre de toros y ca­bras quite los pecados: L. Goppelt dice de este juicio acerca del valor del culto sacrificial de Israel que «no podría haber sido más radical» (Theology [–> 42 supra] 2.256).
58 5-7. Las palabras de Sal 40,7-9a se atri­buyen en este pasaje al Hijo en su encarnación. La cita sigue en lo esencial a los LXX. En el v. 7b del salmo, el TM lee: «me has abierto oídos» (para oír y obedecer la voluntad de Dios). La mayoría de los mss. de los LXX contienen la lectura dada en Heb: «me has preparado un cuerpo». El significado del salmo es que Dios prefiere la obediencia al sacrificio; no es un re­chazo de los ritos, sino una declaración de su inferioridad relativa. Puesto que la obediencia de Jesús quedó expresada mediante la ofrenda voluntaria de su cuerpo (es decir, de sí mismo) en la muerte, la lectura del v. 7b en los LXX es especialmente aplicable a él, hasta el punto de que se ha llegado a pensar que dicha lectura tal vez fuera introducida en los LXX debido a la influencia de Heb (cf. Héring, Hebrews 88 n. 8).
8. sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacri­ficios por el pecado: Estos términos empleados para designar los sacrificios probablemente pretenden abarcar los cuatro tipos principales: ofrendas de paz («sacrificios»), ofrendas de ce­reales («oblaciones»), holocaustos y sacrificios por el pecado. Estos últimos incluyen los sacri­ficios de reparación (cf. Lv 5,6-7, donde en el TM se intercambian los nombres de los dos). que se ofrecen conforme a la J^ey: Esto prepara para la declaración del v. 9 de que la ley ha que­dado anulada a este respecto. 9. luego dice: «He aquí que vengo a hacer tu voluntad». Abroga lo primero para establecer lo segundo: La prefe­rencia de Dios por la obediencia antes que por el sacrificio se interpreta como un rechazo de los sacrificios del AT y como una sustitución de éstos por la ofrenda de sí mismo hecha por Je­sús. 10. en virtud de esta voluntad hemos sido consagrados: «Esta voluntad» es la voluntad de Dios, cumplida por Cristo, que ofrece en su muerte el cuerpo que Dios «preparó» para él. La ofrenda del cuerpo de Jesús significa lo mismo que el derramamiento de su sangre; ambos expresan la ofrenda total de sí mismo realiza­da por Cristo.
59 11. todo sacerdote está en pie desempe­ñando sus funciones cada día: El hecho de que el autor hable en este momento de «todo sacerdote», y no del sumo sacerdote sólo, y de que se refiera a unas funciones sacerdotales desempeñadas cada día, indica que ya no está pensando en el día de la expiación, sino en to­dos los ritos sacrificiales del AT. 12. pero este hombre ofreció un solo sacrificio por los peca­dos y se sentó para siempre a la diestra de Dios: Las posturas contrapuestas de los sacerdotes judíos de pie y Cristo sentado se han invocado con frecuencia contra la opinión de que el sacrificio de Jesús perdura en el cielo (véase el comentario a 8,2-3). Pero hay que reconocer que las diferentes imágenes utilizadas en Heb para describir las funciones de Cristo se su­perponen parcialmente. En esta ocasión, co­mo en 8,1, que Jesús esté sentado hace refe­rencia a su entronización. El hecho de que esté sentado como rey se contrapone a la posi­ción de los sacerdotes del AT, que realizan en pie su labor sacrificial constantemente repeti­da. ¿Se pretende decir además que la labor sa­crificial propia de Jesús ha concluido? La res­puesta a esta pregunta depende de hasta qué punto se tome en serio la tipología previa del día de la expiación utilizada para describir el sacrificio de Jesús. Excluir que la actividad sa­crificial sacerdotal sea un aspecto esencial de la existencia celestial de Jesús es poner en tela de juicio la razón por la que el autor habría empleado esa tipología (así sucede, p.ej., con la opinión de W. Loader [véase Sohn und Hoherpriester (–>21 supra) 182-222] de que Heb sitúa el sacrificio expiatorio de Jesús sólo en la cruz y ve su sacerdocio celestial únicamente como intercesión por su pueblo). Pero si la ti­pología del día de la expiación ofrece una vi­sión del sacrificio de Jesús a la vez terrena y celestial, ¿se puede concebir este último como algo que se está siempre consumando? Para Heb, la eternidad es una cualidad de toda rea­lidad celestial. A este respecto se puede recor­dar un comentario de Filón que, siguiendo la distinción platónica de aión como eternidad intemporal y chronos como tiempo sucesivo del mundo terreno (Quod Deus imm. 32), dice: «El verdadero nombre de la eternidad es “hoy”» (De fuga et inv. 57). No se puede dudar de que la posición de sentado de Jesús es una alusión a Sal 110,1 (cf. 1,3; 8,1; 12,2). W. Stott lo compara con lo que David hizo al sentarse y orar ante el Señor (2 Sm 7,18), lo cual signifi­caría que Jesús está ahora «reclamando el cumplimiento de las promesas de la alianza a su descendencia» (NTS 9 [1962-63] 62-67). Pe­ro si el autor hubiera pretendido establecer esa comparación, resulta extraño que, pese a todo cuanto tiene que decir sobre la actividad celestial de Jesús, no haya ni una sola alusión inequívoca a ese texto de 2 Sm. 13. esperando: El tiempo que media entre la entronización de Jesús y la parusía se describe con una alusión a Sal 110,1 b. A diferencia de Pablo, el autor no indica quiénes son, a su entender, los enemi­gos que todavía han de quedar sometidos a Cristo (1 Cor 15,24-26). 14. mediante una sola oblación ha llevado a la perfección definitiva a los consagrados: Mediante la limpieza de sus conciencias para que puedan dar culto al Dios vivo (9,14), Jesús ha dado a sus seguidores ac­ceso al Padre; éstos participan de la consagra­ción sacerdotal de él (véase el comentario a 2,10-11). 15-17. Lo que se ha dicho queda aho­ra confirmado por el testimonio de la Escritu­ra («el Espíritu Santo»; véase el comentario a 3,7) . El texto citado es un pasaje de la profecía de Jr 31,31-34 relativa a la nueva alianza y usada ya en 8,8-12. Las dos citas son ligera­mente diferentes en los versículos en que coin­ciden, pero las variantes no afectan al signifi­cado. 18. donde hay perdón de estas cosas, ya no hay más oblación por el pecado: Esta con­clusión se saca de las últimas palabras de la profecía, donde se dice que Dios no recordará ya los pecados. No se recordarán ya porque habrán sido perdonados. Esto se ha cumplido mediante el sacrificio de Jesús; ahora ya no hay más oblación por el pecado. W. G. Johnsson se opone a la trad. de la palabra gr. aphesis por «perdón», pues sostiene que éste «es una categoría ajena al esquema conceptual de Hebreos» (ExpTim 89 [1977-78] 104-08; contra esto, véase L. Goppelt, Theology [–>42 supra] 2.57).

60 (b) Confianza, juicio, recordatorio del PASADO (10,19-39). 19. confianza para entrar en el santuario: cf. 3,6; 4,16; 6,19-20. 20. este ca­mino nuevo y vivo, abierto por él para nosotros: El gr. enkainizo, «abrir», también puede signi­ficar «inaugurar» o «dedicar» (cf. 9,18; 1 Re 8,63). a través del velo, es decir, de su carne: Vé­ase el comentario a 9,11. La carne de Cristo no es el medio para acceder al santuario, sino, co­mo el velo puesto delante del Santo de los san­tos, un obstáculo para la entrada en él (Kuss, Hebraer 155). Conviene advertir que el autor no habla del «cuerpo» de Cristo, sino de su «car­ne». Se ha de aceptar la opinión de E. Kásemann sobre el significado peyorativo de ésta (Wandering [-> 8 supra] 225-26); véanse tam­bién los comentarios a 2,14; 5,7; 9,13. Puede que haya relación entre este texto y la rasgadu­ra del velo del templo a la muerte de Cristo (Mc 15,38) . Para una interpretación diferente del versículo, véase O. Hofius, «Inkamation und Opfertod Jesu nach Hebr 10,19f», Der Ruf Jesu (Fest. J. Jeremías, ed. C. Burchard et al., Gotinga 1970) 132-41. 21. la casa de Dios: La co­munidad cristiana (cf. 3,6). 22. con corazones asperjados [limpios] de mala conciencia y cuer­pos lavados con agua pura: La aspersión es una denominación metafórica de la fuerza purificadora del sacrificio de Cristo. Mientras que la aspersión ritual judía hecha con agua lustral producía sólo una pureza exterior (9,13), quie­nes han sido asperjados con la sangre de Cris­to están limpios en lo tocante a la conciencia (9,14) . «Lavados con agua pura» probablemen­te hace referencia al bautismo (cf. 1 Cor 6,11; Tit 3,5). 23. la confesión de la esperanza: Esto probablemente denota la confesión hecha en el bautismo (véase el comentario a 3,1). 24. para estímulo mutuo de la caridad y las buenas obras: La mención de la caridad en este versículo tal vez se buscara para completar la tríada fe (v. 22), esperanza (v. 23) y caridad (así Westcott, Hebrews 322). 25. nuestra asamblea: Probable­mente, la reunión de la comunidad para el cul­to. Puede que el abandono de tales reuniones se debiera al temor a la persecución, pero es más probable que fuera simplemente una ma­nifestación más de ese decaimiento del fervor que rayaba casi en la apostasía y contra el cual arremete Heb. El autor ve la asamblea como una situación particularmente apropiada para la estimulación de la caridad y para el aliento mutuo, el día: La parusía; cf. Rom 13,12; 1 Cor 3,13.
61 26. si voluntariamente pecamos: Se ha­ce referencia al pecado de apostasía, como que­da claro por el v. 29 (cf. 3,12). Las reflexiones del autor sobre las consecuencias de ese peca­do se asemejan a 6,4-8. 28. si alguno abandona la ley de Moisés es condenado a muerte sin com­pasión, por la declaración de dos o tres testigos: El «abandono» de la ley en el que se piensa no es, evidentemente, cualquier pecado contra ella, sino la idolatría, por la cual se imponía la pena de muerte, siempre y cuando pudieran dar testimonio de ella dos o tres testigos (Dt 17,2-7). 32. tras haber sido iluminados: Véase el comentario a 6,4. Es difícil determinar de qué persecución habla el autor aquí y en los vv. 33-34 (–> 5 supra). 37-38. En este punto, el autor cita un texto del AT para apoyar lo que acaba de decir. Utiliza Hab 2,3-4 introduciéndolo me­diante una breve cita de Is 26,20, «un poco, muy poco tiempo». La cita de Hab es casi idén­tica al texto del códice Alejandrino de los LXX, pero el autor invierte el primer verso y el se­gundo del v. 4. «El que ha de venir» es Jesús; su venida es la parusía, que ahora es sólo cuestión de «un poco, muy poco tiempo». Mientras tan­to, el justo debe vivir por la fe, aguardando el regreso de Cristo. Si pierde la fe y se echa atrás, incurrirá en el desagrado de Dios. El texto de Hab fue usado en Qumrán en referencia a la li­beración de quienes tenían fe en el Maestro de justicia (lQpHab 8,1-3) y fue utilizado por Pa­blo como argumento del AT en favor de la jus­tificación por la fe y no por las obras (Rom 1, 17; Gál 3,11). No existe certeza sobre el mo­do en que el autor entiende la palabra «fe» (gr. pistis) en su cita del texto de Hab (véase J. A. Fitzmyer, TAG 235-246). Puede que quiera de­cir «fidelidad», pero a la vista de lo que dice so­bre la pistis en el capítulo siguiente, «fidelidad» no puede ser aquí su único ni tampoco su prin­cipal significado. 39. tenemos fe y poseeremos la vida: Como en 6,9-12, tras una advertencia el autor pronuncia unas palabras de aliento.

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

Se inserta mera para suplir elipsis del original.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

M164 La frase εἰς τὸ διηνεκές en los vv. 1, 12 y 14 significa: continuamente (comp. Heb 7:3).

MT58 Los verbos plurales προσφέρουσιν y δύνανται tienen un uso idiomático, en el cual hay tal supresión del sujeto para destacar la acción, que obtenemos el efecto de un verbo pasivo. Ciertamente los sacerdotes no se destacan en el pensamiento del escritor. Una construcción pasiva hubiera dado el significado exactamente.

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

Lit., imagen

Algunos mss. antiguos dicen: pueden

Fuente: La Biblia de las Américas

[3] Citando exactamente la LXX.

[4] Quita el primer sistema de sacrificios y el sacerdocio para establecer el segundo. No se está refiriendo a la Torah en sí.

[5] Podemos entrar el Lugar Santo pero no al Lugar Santísimo.

[6] Israel.

[7] Algunos no guardan las fiestas de YHWH y se consideran inconscientes de los tiempos y temporadas de Su retorno.

[1] Ésta es otra advertencia a los que dejan la fe, y no a los incrédulos. Es peor tener la fe y después abandonarla que nunca haber conocido y experimentado la verdad. La expresión idiomática Hebrea “hollar bajos los pies” significa borrar a Yahshua y Su sangre de la ecuación de la Torah, y tratar de obtener justicia con YHWH basado en otro criterio. Los que niegan a Yahshua al final han traído gran insulto al amor y Espíritu de YHWH.

[2] YHWH juzga a Israel.

[3] Un llamado al arrepentimiento para Hebreos que terminan negando a Yahshua.

[4] Nuestra futura herencia está en los cielos donde el Tabernáculo y el Sumo Sacerdote están. El Cielo como el hogar para los Israelitas no es una pagana doctrina Grecorromana, como se puede ver aquí y en otros lugares, aunque un día el cielo y la tierra se juntarán y serán uno.

[5] La paciencia por la recompensa puede derrotar la tentación de caer y retornar al Judaísmo rabinical, u otra religión.

[6] Israel es llamada a tener fe en Yahshua y la fe de Yahshua y caminar como El camino.

[7] Si cualquiera retrocede y niega a Yahshua después de creer, YHWH no tendrá placer en esa acción, o en la segunda muerte eternal del que retrocede. Se espera que los Israelitas sigan adelante, no que retrocedan. Somos llamados a ser Israel, no el Sr. Lot.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[5] Sal 40 (39), 7.[10] Del Padre eterno, cumplida por Jesucristo.[20] Por su carne, dividida y sacrificada, que recibida en la Eucaristía, o espiritualmente por medio de la fe, nos conduce a la vida eterna.[25] El día del juicio, que comenzará en la muerte de cada uno.[28] Deut 17, 6; Mat 26, 28.[30] Deut 32, 35.[31] Ya no como Padre misericordioso, sino como Juez inexorable.[36] La promesa hecha a los que perseveran.[38] Hab 2, 4.

Fuente: Notas Torres Amat