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Comentario de Hebreos 2:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Hebreos 2:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Por lo tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.

Resumen : Después de una fuerte exhortación acerca de no descuidar de nuestra salvación, basada esta exhortación en lo dicho en el capítulo primero, pasa el autor a la argumentación de la superioridad de la nueva dispensación sobre la vieja. Cristo es superior a los ángeles, pues a Cristo y no a ellos está sujeto el mundo bajo el Nuevo Testamento. Cristo encarnado (Dios en la carne) tiene todo sujetado a él. Fue capacitado para ser nuestro Salvador por medio de tomar sobre sí nuestra naturaleza y sufrir la muerte en la cruz. Para poder salvarnos, tuvo que morir, y para morir tuvo que ser hombre. Esto, en turno, demandó que naciera de mujer. Por medio de su muerte ha librado a los cristianos de la servidumbre del diablo. Esta salvación y el socorro que él ofrece se extienden a la simiente de Abraham, y no a los ángeles. El, habiendo sufrido y sido tentado, se capacitó para ser nuestro sumo sacerdote y quien puede socorrer a los tentados y que sufren.

2:1 — «Por tanto». Es decir, en vista de lo dicho en el capítulo 1, se sigue la advertencia siguiente.

— «a las cosas», o sea, a las del evangelio, predicadas directamente por el Señor en la carne, o por sus escogidos apóstoles inspirados.

— «nos deslicemos» (pararruomen). Este verbo no aparece más en el Nuevo Testamento, pero en la versión de los Setenta del Antiguo aparece en Pro 3:21 («no se aparten»), y esta palabra griega en forma de adjetivo aparece en Isa 44:4 («corrientes de las aguas» — versión Moderna). Esta palabra significa «fluir» y por consiguiente «pasar sin que se le dé atención debida». Si no ponemos la debida atención a las cosas del evangelio, habladas por Dios a través de su Hijo y los apóstoles de él, nos escurriremos (dice la versión Hispanoamericana, y otras) poco a poco, hasta haberlas dejado atrás. Separados de ellas, nos perderemos.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

Por tanto, es necesario. Heb 2:2-4; Heb 1:1, Heb 1:2; Heb 12:25, Heb 12:26.

que con más diligencia. Deu 4:9, Deu 4:23; Deu 32:46, Deu 32:47; Jos 23:11, Jos 23:12; 1Cr 22:13; Sal 119:9; Pro 2:1-6; Pro 3:21; Pro 4:1-4, Pro 4:20-22; Pro 7:1, Pro 7:2; Luc 8:15; Luc 9:44.

no sea que. Heb 12:5; Mat 16:9; Mar 8:18; 2Pe 1:12, 2Pe 1:13, 2Pe 1:15; 2Pe 3:1.

nos desviemos. Hab 1:6; Hab 2:16.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Debemos ser obedientes a Cristo Jesús, Heb 2:1-4;

ya que el debió tomar nuestra naturaleza, Heb 2:5-13;

porque era necesario, Heb 2:14-18.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

El autor emite la primera de cinco exhortaciones (vv. Heb 2:1-4Heb 3:1-19; Heb 4:1-16Heb 5:11-14; Heb 6:1-20Heb 10:19-39). Los creyentes hemos oído del Señor Dios, porque hemos oído del mensaje del evangelio. Su majestad demanda que escuchemos atentamente lo que dice.

deslicemos: La audiencia del autor se destacaba por la inmadurez y la pereza espiritual (Heb 5:11Heb 5:12). El autor los insta a que no se dejen arrastrar por las opiniones populares que los rodean. En cambio, deben aferrarse a las palabras de Cristo porque son las palabras de Dios. Qué fácil resulta dejarse llevar por la corriente. Piense en cómo «el virtuoso Lot» se apartó de Abraham cuando puso sus ojos en Sodoma. Todos nosotros estamos expuestos constantemente a las corrientes de la opinión que parecen tan razonables y cómodas comparadas con la tarea de pelear contra las dificultades con los ojos puestos en nuestro Capitán (Rom 12:2).

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

NO SEA QUE NOS DESLICEMOS. Una razón por la cual el autor de Hebreos pone de relieve la superioridad del Hijo de Dios, y su revelación, es inculcar a los que han recibido la salvación que deben tomar muy en serio el testimonio y Ja doctrina de Cristo y de los apóstoles. Por lo tanto, se debe prestar mucha atención a la Palabra de Dios, a la relación con Cristo y a la dirección del Espíritu Santo (Gál 5:16-25).

(1) Son funestos el descuido, la falta de interés y la apatía. El creyente que, a causa de la negligencia, descuida las verdades y las enseñanzas del evangelio, está en gran peligro de que lo arrastre la corriente sin poder detenerse en el puerto donde tendría seguridad.

(2) Como los destinatarios de esta carta, todos los creyentes padecen la tentación de volverse indiferentes a la Palabra de Dios. A causa del descuido y de la indiferencia, fácilmente pueden comenzar a prestar menos atención a las advertencias de Dios (v. Heb 2:2), a dejar de perseverar en su lucha contra el pecado (Heb 12:4; 1Pe 2:11) y a alejarse lentamente del Hijo de Dios, Jesucristo (vv. Heb 2:1-3; Heb 6:4-8; Heb 10:31-32, véase Rom 8:13, nota).

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

Exhortación a perseverar en la fe recibida, 2:1-4.
1 Por tanto, es menester que con la mayor diligencia atendamos a lo que hemos oído, no sea que nos deslicemos. 2 Pues si la palabra promulgada por los ángeles fue firme, hasta el punto de que toda transgresión y desobediencia recibió la merecida sanción, 3 ¿cómo lograremos nosotros rehuirla, si tenemos en poco tan gran salud? La cual, habiendo comenzado a ser promulgada por el Señor, fue entre nosotros confirmada por los que le oyeron, 4 atestiguándola Dios con señales, prodigios y diversos milagros y dones del Espíritu Santo, conforme a su voluntad.

En este “discurso de exhortación” que es la carta a los Hebreos (cf. 13:22), junto a exposiciones doctrinales dogmáticas, se van entremezclando con frecuencia admoniciones prácticas deducidas de aquéllas. Es el caso presente. A la afirmación de la excelencia de Jesucristo sobre los ángeles (cf. 1:4-14) sigue ahora (2:1-4) la exhortación a mantenerse fieles a esa nueva revelación que nos trajo, con tanta y más razón que había que hacerlo con la antigua.
De la antigua revelación se dice (v.2) que fue transmitida por intermedio de los ángeles (cf. Gal 3:19; Hec 7:38.53), y, sin embargo, fue firme (βέβαιοβ ), es decir, cierta y digna de fe, hasta el punto de que su transgresión era castigada por Dios con severas penas (cf. Sal 106:13-43).
Por lo que toca a la nueva, es menester que prestemos a todo la mayor atención, “no sea que nos deslicemos” (μη ποτέ παραρυοομεν , ν .ι ). Late aquí probablemente una alusión al peligro de apostasía, dejando el Evangelio, en que se hallaban los destinatarios de la carta406. Notemos la expresión lo que hemos oído (v.1) para designar el mensaje evangélico, con lo que claramente se da a entender que éste es esencialmente hablado, es decir, transmitido por medio de la predicación (cf. Rom 10:14-15; 1Co 11:2; 1Ti 6:20; 2Ti 2:2). El comienzo arranca del mismo Jesucristo, Señor nuestro (cf. Hch 2:36; Rom 10:9; Flp 2:11), que fue el mediador de la nueva revelación (cf. 1:2), habiendo sido luego transmitida hasta nosotros “por los que le oyeron” (v.3; cf. Hec 1:8) y autenticada por Dios con toda clase de milagros y manifestaciones carismáticas del Espíritu Santo (v.4; cf. Hec 2:22; 2Co 12:12; 1Co 12:8-11). La conclusión que se pretende inculcar, con una especie de argumento afortiori (cf. v.2-3), es que, si Dios castigaba tan severamente a los transgresores de la ley antigua, con mucha más razón castigará a los que se despreocupen de la ley nueva. Cuanto más excelso sea el mensaje anunciado, tanto más punible será el descuidarlo.

La “kenosis” o humillación temporal de Cristo,1Co 2:5-18.
5 Que no fue a los ángeles a quienes sometió el mundo venidero de que hablamos. 6 Ya lo testificó alguien en cierto lugar al decir: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que tú le visites? 7 Hicístele poco menor que a los ángeles, coronástele de gloria y de honor, 8 todo lo pusiste debajo de sus pies.” Pues al decir que “se lo sometió todo,” es que no dejó nada que no le sometiera. Cierto que al presente no vemos aún que todo le esté sometido, 9 pero sí vemos al que Dios hizo poco menor que a los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte en beneficio de todos. 10 Pues convenía que aquel para quien y por quien son todas las cosas, que se proponía llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por las tribulaciones al autor de la salud de ellos. 11 Porque todos, así el que santifica como los santificados, de uno solo vienen, y, por tanto, no se avergüenza de llamarlos hermanos, 12 diciendo: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.” 13 Y luego: “Yo pondré en El mi confianza.” Y aún: “Heme aquí a mí y a los hijos que me dio el Señor.” 14 Pues como los hijos participan en la sangre y en la carne, de igual manera El participó de las mismas, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, 15 y librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre. 16 Pues, como es sabido, no socorrió a los ángeles, sino a la descendencia de Abraham. 17 Por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pontífice misericordioso y fiel, en las cosas que tocan a Dios, para expiar los pecados del pueblo. 18 Porque en cuanto El mismo padeció siendo tentado, es capaz de ayudar a los tentados.

Toda esta perícopa es como una especie de objeción a la superioridad de Cristo sobre los ángeles que el autor de la carta viene exponiendo. Es a Cristo, no a los ángeles, a quien todo ha sido sometido (v.5-8a); sin embargo, antes de la plena manifestación de ese dominio, Dios ha querido que Cristo sufra y muera, apareciendo así momentáneamente en condición inferior a la de los ángeles (v.8b-18).
La primera afirmación, recalcando cuanto se ha venido diciendo, es que Cristo es superior a los ángeles, pues es El, no los ángeles, quien ha sido constituido jefe y cabeza del mundo mesianico (v.5). La expresión “mundo venidero” (την οικουμένη ν την μέλλουσαν ), para designar la época mesiánica (cf. Gal 1:4; Efe 1:21), era clásica en las escuelas rabínicas, y el autor de la carta la emplea con frecuencia, aunque diversamente matizada, según los casos (cf. 2:5; 6:5; 9:11; 10:1; 13:14). De suyo, incluye tanto la fase terrena cuanto la celeste, aunque el distinguir claramente estas dos fases es propio sólo de la época cristiana y de los cristianos, como ya explicamos al comentar Hec 2:16-21. La prueba de ese sometimiento del mundo mesiánico a Cristo la encuentra el autor de la carta en unas palabras de la Escritura407 tomadas de Sal 8:5-7. Propiamente esas palabras (v.6-8), en su sentido literal histórico, se refieren al ser humano en general, puesto por Dios a la cabeza de toda la creación visible (cf. Gen 1:26). La aplicación directa a Jesucristo, como se hace también en 1Co 15:27, sólo es posible tomando esas palabras en su sentido pleno y profundo, en cuanto que, según la intención de Dios, irían hasta el ser humano por excelencia, Jesucristo, en quien únicamente había de encontrar completa expresión ese dominio absoluto y universal. Lo de “poco (βραχύ τι ) menor que los ángeles” (v.7) es frase poco clara en este contexto. Aplicadas al hombre en general, como se hace en el salmo, es evidente que esas palabras aludirían a la naturaleza misma del hombre, de condición más elevada que la de las otras criaturas visibles y poco inferior a la puramente espiritual de los ángeles408; sin embargo, la expresión gramaticalmente podría también tomarse en sentido de tiempo (cf. Hec 5:34), y, aplicada a Jesucristo, tendría en este contexto un sentido perfecto: el de que sólo por breve tiempo, el de su vida mortal y pasible, Cristo apareció como inferior a los ángeles. ¿Es éste el sentido en que aquí toma esas palabras el autor de la carta a los Hebreos? Así lo suponen muchos autores, apoyados sobre todo en la interpretación que el mismo autor de la carta parece darle en el v.8. Juzgamos, sin embargo, que incluso en el v.9 puede retenerse el sentido que la expresión tiene en el salmo, sin que haya necesidad de que tengamos que poner doble interpretación a unas mismas palabras. Siempre será cierto que Jesucristo, al revestirse de aquella naturaleza humana que se canta en el salmo 8, apareció con naturaleza inferior a la de los ángeles. La idea de que esa inferioridad, con naturaleza mortal y pasible, sólo será por breve tiempo, no se excluye, pero tampoco queda expresada explícitamente.
Después de esta afirmación del sometimiento del mundo mesiánico a Cristo, que constituye, por así decirlo, la tesis de la perícopa, el autor de la carta presenta la objeción que surge espontánea: “Al presente no vemos aún que todo le esté sometido” (v.8). En efecto, eran (y lo mismo sucede hoy) muchos los infieles, los pecadores rebeldes, los enemigos de Cristo, que no querían saber nada de El, y que, al menos aparentemente, seguían triunfando. ¿En qué estaba, pues, ese dominio de Cristo? La respuesta a esta dificultad exigía una exposición de cuáles habían sido los planes de salud de Dios. Es lo que se hace en los v.9-18.
Se comienza con la afirmación general de que Cristo, por lo que respecta a su persona, ya está triunfante y glorioso en el cielo, pero para llegar a ese estado hubo de padecer antes la muerte; muerte que era una “gracia” de Dios y que fue ofrecida “en beneficio de todos” (v.9; cf. 12:2). La idea fundamental es la misma expresada ya maravillosamente por el Apóstol en Flp 2:6-11. Claramente se deja entrever aquí, y lo mismo en los versículos siguientes, lo que de modo explícito se afirma en 1Co 15:25-28, es a saber, que la victoria de Jesús-Mesías sobre sus enemigos, con dominio absoluto y universal, no tiene lugar en un momento, sino que se va realizando lentamente, hasta llegar al triunfo total, que ciertamente llegará. Con ello queda resuelta la dificultad del v.8. Llamar “gracia” de Dios 409 a la muerte redentora de Cristo es afirmar que ese acto-base de nuestra salud no se debe a algo que haya en nosotros, sino a la pura benevolencia divina, que quiso salvarnos de ese modo (cf. Rom 5:8).
Siguen ahora, a partir del v.10, una serie de razones sobre la conveniencia de la pasión y muerte de Cristo. Era éste un punto en el que, tratándose de destinatarios judíos, había que insistir de manera especial (cf. 1Co 1:23; Hec 2:23). No se trata, evidentemente, de necesidad por parte de Dios, pues Dios podía haber salvado al mundo de otras maneras, sino de “conveniencia” (v.10), en consonancia con los atributos de misericordia y de sabiduría.
Ante todo, una afirmación básica: “para quien y por quien (δι5 6v. και δι ‘ ου ) son todas las cosas” (v.10). Lo que, dicho en otras palabras, significa que Dios Padre es primer principio y último fin de todas las cosas (cf. Rom 11:36; 1Co 8:6; Efe 1:6). Pues bien, ese Dios Padre determinó, en sus planes eternos, “llevar muchos hijos a la gloria,” y para ello “perfeccionar por los sufrimientos (δια παβημάτων τελειώσαι ) al autor (τον άρχηγόν ) de la salud” de esos hijos (v.10). La interpretación exacta de este versículo en todos sus detalles no carece de dificultad. Evidentemente, el término central del versículo, cuya interpretación influye de algún modo en la de todo el conjunto, es el verbo “perfeccionar” (τελειώσοα ), aplicado a Cristo. ¿En qué sentido el Padre perfeccionó a Cristo por las tribulaciones ? O dicho de otra manera: ¿en qué sentido las tribulaciones han hecho perfecto a Jesucristo, autor de nuestra salud? La respuesta de unos autores y otros es matizada bastante diversamente. Algunos hablan simplemente de que, por los padecimientos y muerte, Cristo consumó o termino la obra salvadora que exigía el Padre; otros, fijándose en lo ya dicho en el v.9 y en Flp 2:8-9, dicen que, por los padecimientos y muerte, Cristo llegó a la meta u objetivo final, que era la gloria y exaltación universal, sentándose a la derecha del Padre. Creemos que todo esto es verdad, pero que ni con lo primero ni con lo segundo se expresa exactamente el sentido del verbo “perfeccionar.” Es éste un término que se emplea con mucha frecuencia en la carta, y generalmente con aplicación a la plenitud o madurez de la nueva economía, en contraposición a la antigua, presentada como algo provisional e incapaz de llevar nada hasta la perfección (cf. 5:9. 14; 7:11-19-28; 9:9.11; 10:1.14). En el presente caso, como parece deducirse de los versículos siguientes, y particularmente del 18, se diría que Cristo ha sido “hecho perfecto” por los padecimientos, en cuanto que es esa experiencia de los padecimientos la que le ha hecho plenamente apto para llevar a cabo su obra. Esta obra era la de ser “autor de la salud de aquellos muchos hijos, que el Padre se proponía llevar a la gloria” 41°. Está claro que, aunque se habla de “muchos hijos,” ese “muchos” tiene simplemente sentido de pluralidad, y, por lo que se refiere a la parte de Dios, ningún ser humano queda excluido (cf. v.9; 1Ti 2:4).
Desarrollando más esa idea de “perfección” de Cristo por las tribulaciones, se añaden unas palabras no del todo claras. Se dice (v.11) que lo mismo “el que santifica” (Cristo) que “los santificados” (los “hijos” que hay que llevar a la gloria), “de uno solo vienen” (εξ ενός πάντες ). ¿Quién es ese “uno” sin determinar? Hay bastantes autores (Bisping, Médebielle, Nicoláu) que creen ser una alusión a Adán, tratando de recalcar la comunidad de naturaleza entre Cristo y los hombres. Sin embargo, creemos más probable, dado todo el contexto, que la alusión es aquí a Dios, Padre común de toda la gran familia mesiánica (cf. Efe 3:15), de la que Cristo, el Hijo natural, ha sido constituido jefe y señor (cf. 2:5; 3:6). Lo que se trata, pues, de hacer resaltar es que Hijo e hijos, es decir, Santificador y santificados, aunque en grados muy diferentes, pertenecen todos a la misma familia, y consiguientemente es lógico que haya también entre todos solidaridad en el dolor. E insistiendo en que Santificador y santificados, es decir, Cristo y los seres humanos, pertenecen todos a la misma familia, el autor de la carta cita tres textos de la Escritura (v.12-13), tomados de Sal 22:23 e Isa 8:17-18, respectivamente. Da por supuesto que el personaje que habla es Jesucristo-Mesías, en cuyo caso la prueba es clara: Cristo llama a los hombres sus “hermanos” (Sal 22:23); igual que ellos, “pone en Dios su confianza” (Isa 8:17), les llama “hijos” (Isa 8:18); hay, pues, un evidente parentesco entre uno y otros. En cuanto a sí son o no textos mesiá-nicos, deberemos aplicar aquí lo que decíamos poco ha al comentar las citas Deu 1:5-14, es a saber, que no hay inconveniente en tomar esa referencia mesiánica en sentido bastante amplio, y no necesariamente como algo directo y estrictamente probativo411.
Sigue todavía el autor de la carta desarrollando la idea de solidaridad entre Cristo y los hombres. El término “hijos” del texto de Isaías (v.13) le da pie para hablar ya claramente de la naturaleza humana de Cristo 412, que se hace en todo semejante a nosotros a fin de destruir con su muerte el imperio de la muerte y expiar nuestros pecados, convirtiéndose en nuestro gran sacerdote (v. 14-18). La idea de que Cristo con su muerte ha destruido el pecado y la muerte, y consiguientemente el imperio del diablo que a través de pecado y muerte reinaba, es frecuente en San Pablo y la damos ya por explicada (cf. Rom 5:12-21; Rom 8:3-4; 1Co 5:5; 1Co 15:21-26; 2Co 6:14-15; Gal 3:13-14; Col 1:13-14). Notemos únicamente la expresión tan gráfica: “librar a los que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre” (v.15). No que para los cristianos no exista también la muerte; pero no existe, si viven en cristiano, ese temor deprimente de la muerte que convierte en esclavos (cf. Flp 1:23; 1Te 4:13; Mat 10:28). La otra idea 413, la de la función sacerdotal de Cristo (v. 17-18), no se encuentra en las anteriores cartas del Apóstol, al menos de manera explícita. Es aquí donde el título de “sacerdote,” o más exactamente “sumo sacerdote” (άρχιερεύς ), aparece por primera vez aplicado a Cristo. En los capítulos siguientes se hablará con amplitud de esta función sacerdotal (cf. 4:14-10:18). De momento, la afirmación principal es la siguiente: Cristo, “a fin de hacerse sumo sacerdote misericordioso y fiel414, hubo de asemejarse en todo a sus hermanos” (v.17). No se explica más en qué consista esa semejanza; pero, como claramente se deduce del v.18, es semejanza no simplemente por comunidad de naturaleza (cf. v.14), sino por comunidad de naturaleza con todas las consecuencias ahí implicadas, de dolor y sufrimiento e incluso la muerte. Es así, por la experiencia en el dolor, como nuestro gran sacerdote, Jesucristo, recibe plena aptitud (cf. v.10) para su función de sacerdote, entre cuyos atributos más característicos, además de su “fidelidad” o lealtad a Dios, ha de estar la misericordia hacia los seres humanos. Séanos lícito, a título meramente ilustrativo, citar aquí las conocidas palabras de Virgilio puestas en boca de Dido: “Probada por la desgracia, he aprendido a socorrer a los desventurados.” 415

Fuente: Biblia Comentada

con más diligencia atendamos … nos deslicemos. Ambas frases tienen connotaciones náuticas. La primera se refiere a echar anclas para fijar una embarcación al amarradero. La segunda se usaba con frecuencia para describir una embarcación que se dejaba a la deriva y se alejaba del muelle. La advertencia clara es que cada uno se asegure con firmeza a la verdad del evangelio, y navegar con mucho cuidado para no perder la oportunidad de amarrarse al único muelle de salvación. Debe prestarse mucha atención a estos asuntos serios de la fe cristiana. Los lectores con su tendencia a la apatía corren gran peligro de naufragar en su vida espiritual (cp. Heb 6:19; vea la nota sobre 1Ti 1:19).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Para que los lectores capten la importancia de la superioridad del Hijo de Dios sobre los ángeles, el escritor los urge a responder. «Atendamos … deslicemos» incluye aquí a todos los que son hebreos. Algunos habían asentido con su intelecto a la doctrina de la superioridad del Mesías sobre los ángeles, pero todavía no se habían comprometido con Él como Dios y Señor. Él merece su adoración tanto como merece la adoración de los ángeles.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Resumen : Después de una fuerte exhortación acerca de no descuidar de nuestra salvación, basada esta exhortación en lo dicho en el capítulo primero, pasa el autor a la argumentación de la superioridad de la nueva dispensación sobre la vieja. Cristo es superior a los ángeles, pues a Cristo y no a ellos está sujeto el mundo bajo el Nuevo Testamento. Cristo encarnado (Dios en la carne) tiene todo sujetado a él. Fue capacitado para ser nuestro Salvador por medio de tomar sobre sí nuestra naturaleza y sufrir la muerte en la cruz. Para poder salvarnos, tuvo que morir, y para morir tuvo que ser hombre. Esto, en turno, demandó que naciera de mujer. Por medio de su muerte ha librado a los cristianos de la servidumbre del diablo. Esta salvación y el socorro que él ofrece se extienden a la simiente de Abraham, y no a los ángeles. El, habiendo sufrido y sido tentado, se capacitó para ser nuestro sumo sacerdote y quien puede socorrer a los tentados y que sufren.

2:1 — «Por tanto». Es decir, en vista de lo dicho en el capítulo 1, se sigue la advertencia siguiente.
–«a las cosas», o sea, a las del evangelio, predicadas directamente por el Señor en la carne, o por sus escogidos apóstoles inspirados.
–«nos deslicemos» (pararruomen). Este verbo no aparece más en el Nuevo Testamento, pero en la versión de los Setenta del Antiguo aparece en Pro 3:21 («no se aparten»), y esta palabra griega en forma de adjetivo aparece en Isa 44:4 («corrientes de las aguas» — versión Moderna). Esta palabra significa «fluir» y por consiguiente «pasar sin que se le dé atención debida». Si no ponemos la debida atención a las cosas del evangelio, habladas por Dios a través de su Hijo y los apóstoles de él, nos escurriremos (dice la versión Hispanoamericana, y otras) poco a poco, hasta haberlas dejado atrás. Separados de ellas, nos perderemos.

Fuente: Notas Reeves-Partain

LA SALVACIÓN QUE NO DEBEMOS DESCUIDAR

Hebreos 2:1-4

Debemos, por tanto, prestar atención con sumo interés a lo que se nos ha comunicado. Porque, si la Palabra que se transmitió por medio de los ángeles se confirmó que estaba certificada como válida, y si toda transgresión y desobediencia a ella recibía justa sanción, ¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos tan gran Salvación, una Salvación de tal dignidad que tuvo su origen en las palabras del Señor, y luego llegó a nosotros con la garantía de los que la habían escuchado de Sus labios, al mismo tiempo que Dios mismo le adjuntaba Su propio testimonio con señales y milagros y muchas obras poderosas, y dándonos una participación del Espíritu Santo de acuerdo con Su voluntad?

El autor hace un argumento a fortiori, de menos a más, que era característico de la enseñanza rabínica. Tiene en mente dos revelaciones. La primera fue la Revelación de la Ley, que se transmitió por medio de ángeles; es decir, los Diez Mandamientos. A cualquier transgresión de aquella Ley seguía un castigo estricto y justo. Y la otra Revelación es la que se nos ha transmitido directamente por medio de Jesucristo, el Hijo. Por venir en y a través del Hijo es infinitamente más importante que la Revelación de la verdad de Dios que trajeron los ángeles; y, por tanto, cualquier transgresión a ella debe ser seguida de un castigo mucho más terrible. Si no se debe descuidar la Revelación que vino por medio de ángeles, ¡cuánto menos se deberá descuidar la que vino por medio del Hijo!

En el primer versículo puede que haya una figura todavía más gráfica que la de la traducción corriente. Las dos palabras clave son prosejein y pararrein. Hemos tomado prosejein en el sentido de prestar atención, que es una de sus acepciones corrientes. Pararrein tiene muchos significados. Se usa de algo que fluye o que resbala R-V: «no sea que nos deslicemos»-; se puede decir de un anillo que se le sale a uno del dedo; de una partícula de comida que se le va a uno por la otra vía; de un tema que se introduce casualmente en la conversación; de un punto que se le escapa a alguien en un razonamiento; de algún dato que se le ha ido a uno de la mente; de algo que se ha traspapelado; es decir, de algo que se ha dejado que se pierda por descuido.

Pero estas dos palabras tienen también un sentido marinero. Prosejein puede querer decir amarrar un barco; y pararrein se .puede decir de un barco que se ha dejado por descuido que pasara de largo el puerto porque el marinero no ha contado con el viento, o con la corriente, o con la marea. Así es que el primer verso se podría traducir de una manera más gráfica: «Por tanto, debemos tener cuidado de anclar nuestras vidas a lo que se nos ha enseñado, no sea que el barco de la vida se nos pase el puerto a la deriva, y acabemos en un naufragio.» Es una imagen gráfica de un barco que va a la deriva a su propia destrucción porque el marinero está dormido.

Para la mayor parte de nosotros el peligro no está tanto en lanzarnos al desastre como en dejarnos llevar al pecado sin darnos cuenta. Son menos los que le dan la espalda a Dios en un momento determinado y deliberadamente, que los que se dejan llevar a la deriva día tras día y cada vez más lejos de Dios. No son tantos los que cometen algún pecado desastroso; pero son muchos los que, casi imperceptiblemente, se dejan involucrar en alguna situación hasta que despiertan para encontrarse con que han hecho trizas su propia vida y el corazón de alguien más. Debemos estar constantemente en guardia ante el peligro de vivir a la deriva.
El autor de Hebreos clasifica bajo dos epígrafes los pecados que atraen el castigo de la Ley; los llama transgresión y desobediencia. La primera de estas palabras es en griego parábasis, que quiere decir literalmente cruzar una línea, «pasarse de la raya». El conocimiento y la conciencia han trazado una línea, y el pasarla es pecado. La segunda palabra es parakoé. Parakoé significó en su origen oír mal, como, por ejemplo, uno que es medio sordo. Luego pasó a significar oír descuidadamente, «como quien oye llover», de una manera que, por falta de atención, o malentiende- o no capta lo que se le ha dicho. Y acaba por querer decir indisposición a oír, y, por tanto, desobediencia a la voz de Dios. Es cerrar los oídos deliberadamente a Sus mandamientos, advertencias e invitaciones.

El autor de Hebreos acaba este párrafo mencionando tres cosas por las que la Revelación cristiana es única.

(i) Es única por su origen. Procede directamente de Jesucristo mismo. No consta de suposiciones y tentativas acerca de Dios; es la misma voz de Dios que viene a nosotros en Jesucristo.

(ii) Es única por su transmisión. Había llegado a las personas a las que se escribió Hebreos de otras que lo habían escuchado directamente de los labios de Jesús. La única persona que puede pasarles a otras la Verdad cristiana es la que conoce a Cristo «más que de segunda mano.» Para enseñar a otros tenemos que saber a ciencia cierta; y sólo podemos presentar a Cristo si Le conocemos personalmente.

(iii) Es única por su efectividad. Se manifestó con señales y milagros y muchas obras poderosas. Alguien felicitó una vez a Thomas Chalmers después de una de sus grandes conferencias. «Sí -respondió él-; pero, ¿qué efecto tuvo?» Como Denney solía decir, la finalidad última del Cristianismo es hacer buenos a los malos; y la prueba del Cristianismo auténtico es que cambia las vidas. Los milagros morales del Evangelio están a la vista de todo el mundo.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 2

5. EXHORTACIÓN A NO RECHAZAR LA SALVACIÓN (2/01-04).

1 Por eso tenemos que prestar la mayor atención a lo que hemos oído, para no extraviarnos. 2 Porque, si la palabra pronunciada por medio de ángeles resultó válida, hasta el punto de que toda transgresión y desobediencia recibió su justo merecido, 3 ¿cómo podremos nosotros escaparnos, si descuidamos una salvación tan grande? Esta salvación fue inaugurada por la predicación del Señor; y los que la escucharon nos la confirmaron a nosotros; 4 y el mismo Dios abonaba el testimonio de éstos con señales, prodigios, toda suerte de milagros y dones del Espíritu Santo, repartidos según su voluntad 7.

Recordemos que la misteriosa representación de la entronización de Cristo no era en el fondo sino una disgresión, una desviación, que sencillamente interrumpía el pensamiento capital de la revelación, al final de los tiempos, de la palabra de Dios en su Hijo. La carta vuelve por tanto a su verdadero tema y le da su última expresión al exhortar ahora a los lectores, u oyentes, a prestar más atención al anuncio de la salvación. Aquí observamos y admiramos por primera vez la técnica de la contraposición de la antigua y de la nueva alianza. La «palabra pronunciada por medio de los ángeles» -se entiende, la ley- se contrapone a la «salvación» inaugurada por «la predicación del Señor»; la «transgresión y desobediencia» se contrapone al no preocuparse, al descuidar la salvación. Desde el punto de vista moral es posible que una transgresión de la ley sea más grave que la indiferencia del cristiano con respecto al mensaje de salvación. Precisamente entre los cristianos tibios y liberales se dan también personas muy decentes y honradas que se guardan muy cuidadosamente de toda transgresión burda de la ley moral. Nuestra carta no lo niega, pero lo que afirma es que el hombre, repudiando el Evangelio o desinteresándose por la fe se expone a un peligro incomparablemente mayor de fallar la meta de su vida. Puede ser llevado a la deriva, como un nadador que quiere cruzar una corriente impetuosa y no logra llegar a la orilla salvadora. Pero ¿por qué hay necesariamente que llegar a la otra orilla? ¿No es mejor dejarse sencillamente arrastrar por la corriente del destino? Quien así pregunta tiene por ilusoria toda fe en la salvación, ve en la muerte y en el pecado realidades inevitables con las que hay que conformarse.

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7. Cf. 2Co 12:12; Rm 15,l9; Hec 5:12; Mar 16:20. Una predicación que no se acredita con hechos carismáticos está por lo regular condenada a quedar sin efecto.

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II. TENGAMOS CONFIANZA (,6).

1. DOMINIO SOBRE EL MUNDO FUTURO (2/05-08).

5 Porque no fue a unos ángeles a los que sometió el mundo futuro del que venimos hablando. 6 De esto hay un testimonio que dice: «¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes; o el hijo de hombre, para que te preocupes de él? 7 Por un momento lo pusiste en nivel inferior al de los ángeles, pero lo coronaste de gloria y honor: 8 todo lo sometiste bajo sus pies» (Sal 8:5-7). Ahora bien, al sometérselo todo, nada le dejó sin someter. Por ahora, todavía no vemos que le esté sometido todo.

Nuestra carta va a hablar del mundo futuro. Cierto que no lo hace, como los apocalipsis judíos y más tarde los cristianos, por curiosidad intempestiva, para escudriñar los misterios de Dios y de su mundo del más allá. Lo que le importa es la fe activa de sus oyentes, fatigados ya e invadidos por la duda. Por esto pueden variar los nombres y las imágenes bajo los que aparece la meta de la promesa: casa de Dios, reposo de Dios, santuario ideal, patria celestial, ciudad futura- con tal que los creyentes sepan que en este mundo no son vanos la fatiga, el sufrimiento y ni siquiera la muerte.

Lo que hace que la doctrina del futuro en la carta a los Hebreos se distinga de otras representaciones corrientes del más allá, es el carácter acentuadamente humano de la salud que se espera. El mundo futuro no está concebido ni hecho para ángeles, sino para hombres. Que nadie piense por tanto que lo que promete la fe es un mundo lejano y extraño de espíritus, en el que sólo puedan sentirse a gusto ángeles y santos. A todos nosotros, pequeños e insignificantes habitantes de la tierra, que nos sentimos como perdidos a la vista de las inmensidades del cosmos, a nosotros se aplican las palabras de Dios en el salmo 8, ese himno a la gloria del hombre. Si ya el salmista, con su limitado conocimiento del mundo de la naturaleza, se asombraba sinceramente de que Dios -que había creado sus obras de admirable grandeza, que había colocado el sol, la luna y las estrellas en la esfera celeste- se cuidara del hombre tan insignificante, ¡cuánta más razón tenemos hoy nosotros de reflexionar sobre la posición del hombre en el cosmos! Los éxitos espaciales que frisan en lo fantástico han revelado en forma espectacular la inminencia e inmanencia del hombre en el universo. ¿Dónde está el «mundo futuro», en el que todo está realmente sometido al hombre? Todavía está por ver la salvación que promete la palabra de Dios.

2. EN JESÚS SE HA CUMPLIDO LA PROMESA DEL SALMO 8 (2/09-10).

9 Pero a aquel que fue puesto por un momento en nivel inferior al de los ángeles por los padecimientos de la muerte, a Jesús, lo contemplamos coronado de gloria y honor, de suerte que, por la gracia de Dios, experimentó la muerte en beneficio de cada uno. 10 Porque convenía que aquel que es origen y causa de todo, al conducir a la gloria la multitud de los hijos, llevara al autor de la salvación de éstos hasta la perfección por medio del sufrimiento.

La invisibilidad de la salvación no es absoluta. Para la fe, algo está ya a la vista: la cruz y la exaltación de Jesús. El autor pudo ver retratada en el salmo 8 la historia de Jesús, su camino que por la humillación lo conduce a la gloria celestial 8, porque a la indicación cualitativa del texto original («un poco inferior a los ángeles») le da un sentido más bien temporal («por un momento»). Ahora bien, tal interpretación presupone que en Jesús se ve al hombre por antonomasia, al prototipo del hombre, cuya suerte es típica y normativa para todos los demás hombres. Así pues, lo que sucedió a Jesús no puede ser indiferente a nadie. Entre él y nosotros existe una comunidad de ser y de destino, a la que nadie se puede sustraer. Este mensaje entraña gran consuelo para los cristianos amenazados de sufrimientos y persecuciones. Precisamente lo que a ellos, desde un punto de vista terreno, los abrumaba y atormentaba, les aseguraba la certeza de la futura salvación.

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8. Sal 8:7 se interpreta también en 1Co 15:27 en sentido de la soberanía de Cristo al final de los tiempos.

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3. CRISTO Y SUS HERMANOS, UNA COMUNIDAD CULTUAL (2/11-13).

11 Además, tanto el que santifica como los santificados tienen todos el mismo origen; y por esto precisamente no se avergüenza de llamarlos hermanos, 12 cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en plena asamblea te cantaré himnos» (Sal 22:23). 13 Y en otro pasaje: «Yo pondré en él mi confianza» (Isa 8:17) y también: «Aquí estamos: yo y los hijos que Dios me dio» (Isa 8:18).

La comunidad entre Jesús, «santo», y los hombres pecadores necesitados de santificación, se basa en el origen común de Dios. El Hijo y los hijos son hermanos desde la eternidad 9. Bajo las palabras que suenan como algo misterioso aparece visible la idea fundamental de la carta entera: la comunidad cultual de los creyentes que se acerca al trono de Dios, guiada por su sumo sacerdote, Jesús. Es conveniente saber que el que nos quita el pecado y nos libra del temor de la muerte es nuestro hermano. Y aunque no le faltaría razón de avergonzarse de nosotros, nos presenta a Dios como sus hermanos. El sentido de la cita tomada de Isa 8:17, no resulta muy claro. Quizá quería el autor recordarnos la confianza en Dios que mostró Jesús en sus sufrimientos en la cruz, como modelo para los cristianos, que en vista de las tentaciones y sufrimientos, están en peligro de vacilar.

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9. Según la concepción de la carta a los Hebreos, el Hijo eterno de Dios no viene a ser precisamente por la encarnación hermano de todos los hombres, que Dios le «dio» (cf. Jua 17:6). Por el contrario, el Hijo toma más bien carne y sangre porque sus hermanos han caído en la esclavitud del demonio y de la muerte.

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4. EL HlJO DE DIOS TOMA SOBRE SI LA CONDICIÓN DEL HOMBRE (2/14-15).

14 Y como los hijos comparten la sangre y la carne, de igual modo él participó de ambas, para que así, por la muerte, destruyera al que tenía el dominio de la muerte, o sea, al diablo, 15 y liberara a los que, por miedo a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud.

La carne y la sangre son los distintivos de la existencia terrestre, son las esferas de la muerte. Nuestra carta considera la muerte como un hecho antinatural, contrario a Dios, como prueba de que el mundo está bajo el dominio del diablo. La certeza ineludible de la muerte produce temor y no permite que surja en el hombre el sentimiento de verdadera libertad. No sin razón se ha dicho que esta descripción de la situación humana responde a una concepción existencial de la vida. Sin embargo, se da también con frecuencia otra actitud frente a la muerte: el vivir y morir con la mayor inconsciencia, el renunciar a la ligera a asegurarse el futuro. A este peligro está expuesta sobre todo una fe cristiana en el más allá convertida en pura fórmula.

5. JESÚS, SUMO SACERDOTE MISERICORDIOSO Y FIEL (2/16-18).

16 Y en efecto, no viene en ayuda de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham. 17 De aquí que tuviera que ser asemejado en todo a sus hermanos, para llegar a ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en las relaciones con Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. 18 Porque en la medida en que él mismo ha sufrido la prueba, puede ayudar a los que ahora son tentados.

La carta ha llegado a su auténtico tema. En el Hijo de Dios, que tomó carne y sangre y se hizo semejante a nosotros en todos los aspectos, se nos ha dado un sumo sacerdote, en cuya misericordia Y fidelidad podemos apoyarnos. él mismo sufrió (cosa que nosotros tememos); él fue tentado (y superó la tentación, cosa que nosotros no podemos decir siempre de nosotros mismos); tiene poder para ayudarnos cuando nadie puede ayudarnos, en la soledad del pecado y de la muerte. Y otra cosa que no debemos tampoco olvidar: la tentación en sentido bíblico no amenaza sólo cuando nos atrae algo prohibido, sino también -y esto es con frecuencia todavía peor-, cuando el hombre se ve asaltado por el desaliento y por la sensación abrumadora de vacío total.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

Un llamado a mantenerse fieles al Hijo y su mensaje

Este pasaje extrae directamente las consecuencias prácticas del cap. anterior. Es el primero de los varios pasajes de advertencia revelando la preocupación del autor sobre la situación de por lo menos algunos de sus lectores. En el sentido positivo, se alienta a que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído (v. 1). En sentido negativo, la advertencia es a que no sea que nos deslicemos, como quienes están en una barca que ha perdido el timón y se mueve rápidamente hacia una catarata. En capítulos más adelante se examinará cómo se aparta la gente de Cristo. Aquí el punto en cuestión es simplemente el de subrayar que tal desviación tiene consecuencias desastrosas.

El mensaje que Heb. tiene en mente es el evangelio de la salvación que al principio fue declarado por el Señor (o sea Jesús) y fue confirmado por medio de los que oyeron (DHH “le oyeron”, v. 3). El autor y sus lectores no eran parte de esa primera generación de cristianos, pero ciertamente recibieron el evangelio de aquellos que sí lo eran. Cuando les fue dado el mensaje que habían recibido de Jesús, Dios dio testimonio a su origen sobrenatural con señales, maravillas, diversos hechos poderosos y dones repartidos por el Espíritu Santo según su voluntad (v. 4).

El evangelio es de mayor significado que la palabra dicha por los ángeles a Israel en el monte Sinaí. Es el mensaje entregado por el Hijo mismo de Dios, concerniente a la salvación eterna y cómo se la obtiene. Si toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución de acuerdo con los términos de aquella revelación más temprana, ¿cómo escaparemos si descuidamos o pasamos por alto los términos de la revelación definitiva de Dios (vv. 2, 3)? El juicio que enfrentan aquellos que dan la espalda a Cristo debe ser mayor que cualquier castigo experimentado por Israel en el AT. El autor habla más sobre ello en 10:26-31.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

2.1-3 El autor llamó a sus lectores a prestar atención a la verdad que habían escuchado para que no se desvíen hacia falsas enseñanzas. Escuchar no es fácil. Tiene que ver con nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestros sentidos. Escuchar a Cristo no solo incluye oír, sino también responder en obediencia (véase Jam 1:22-25). Debemos escuchar con atención y estar dispuestos a obedecer a Cristo.2.2, 3 «Porque si la palabra dicha por los ángeles» se refiere a la enseñanza de aquellos ángeles, como mensajeros de Dios, que habían traído la ley de Moisés (véase Gal 3:19). Un tema dominante en Hebreos es que Cristo es infinitamente mucho mayor que todos los otros medios propuestos para llegar a Dios. La fe que antes tenían era buena, les dice el autor a sus lectores judíos, pero debe ponerse la fe en Cristo. Así como Cristo es superior a los ángeles, su mensaje es mucho más importante que el de ellos. Ninguno escapará del castigo de Dios si permanece indiferente a la salvación ofrecida por Cristo.2.3 Los testigos presenciales del ministerio de Jesús les habían transmitido sus enseñanzas a los lectores de este libro. Estos lectores eran creyentes de una segunda generación que no habían visto a Cristo en la carne. Ellos son como nosotros; no hemos visto a Cristo en persona. Basamos nuestra creencia en Jesucristo tomando en cuenta los relatos de los testigos presenciales tal como aparecen en la Biblia. Véase Joh 20:29 para la promesa que da Jesús a quienes crean sin nunca haberlo visto.2.4 «Testificando Dios juntamente con ellos» continúa el pensamiento de 2.3. Los que habían oído hablar a Jesús y transmitieron luego su Palabra, también confirmaron la veracidad de su prédica mediante «las maravillas, prodigios y señales» que le siguieron. En el libro de Hechos, los milagros y los dones del Espíritu autenticaron el evangelio dondequiera que se predicó (véanse Act 9:31-42; Act 14:1-20). Pablo explica los dones espirituales en Romanos 12; 1 Corintios 12-14 y Efesios 4, y aclara que el propósito de los dones espirituales es edificar la iglesia, haciéndola sólida y perfecta. Cuando vemos los dones del Espíritu en una persona o en una congregación, sabemos que sin lugar a dudas Dios está presente. Al recibir sus dones, debemos reconocerlo y darle gracias por ellos.2.8, 9 Dios puso a Jesucristo a cargo de todo y El se ha revelado a nosotros. Todavía no lo vemos reinar en toda la tierra, pero lo podemos imaginar en su gloria celestial. Cuando se halle confuso por el presente y ansioso acerca del futuro, recuerde la verdadera posición y autoridad de Jesucristo. El es Señor de todos, y un día gobernará la tierra así como ahora lo hace en el cielo. Esta verdad le dará estabilidad a sus decisiones cada día.2.9, 10 La gracia de Dios hacia nosotros condujo a Cristo a la muerte. Jesucristo no vino al mundo para ganar popularidad ni poder político, sino para sufrir y morir de modo que pudiéramos tener vida eterna. Para nosotros es difícil identificarnos con la actitud de un Cristo siervo. ¿En qué estamos más interesados: en el poder o en la obediencia, en dominar o en servir, en dar o en recibir?2.10 ¿Cómo podía Jesucristo ser perfeccionado por las aflicciones? Las aflicciones de Jesús lo convirtieron en un líder perfecto, un pionero de nuestra salvación (véanse las notas en 5.8 y 5.9). Jesucristo no tenía que sufrir por su propia salvación, porque era Dios en forma de hombre. Su perfecta obediencia (que lo guió por el camino del sufrimiento) demostró que era el perfecto sacrificio para nosotros. A través de las aflicciones, Jesús terminó la obra necesaria para nuestra propia salvación. Nuestro sufrimiento puede hacer de nosotros siervos de Dios más sensibles. Las personas que han sufrido el dolor están en condición de actuar con piedad por los demás que sufren. Si usted ha sufrido, pregúntele a Dios de qué manera su experiencia puede ayudar a otros.2.11-13 Los que hemos sido apartados para el servicio de Dios, limpiados y santificados por Jesucristo ahora tenemos el mismo Padre que El tiene, de modo que nos ha hecho sus hermanos. Varios salmos anuncian a Cristo y su obra. Aquí el autor cita una parte del Salmo 22, un salmo mesiánico. Porque Dios ha adoptado a todos los creyentes como sus hijos, Jesucristo los llama hermanos.2.14, 15 Jesucristo tenía que ser humano («carne y sangre») para que pudiera morir y resucitar a fin de destruir el poder del diablo sobre la muerte (Rom 6:5-11). Solo entonces Cristo podría librar a quienes tenían un constante temor por la muerte a fin de que vivieran para El. Cuando somos de Dios, no tenemos por qué temer a la muerte, porque sabemos que esa es la única puerta de entrada a la vida eterna (1 Corintios 15).2.14, 15 La muerte y resurrección de Cristo nos libra del temor a la muerte porque esta ha sido derrotada. Toda persona morirá; pero la muerte no es el destino final, sino la puerta de entrada a una nueva vida. Todos los que temen la muerte deben tener la oportunidad de conocer la esperanza que nos brinda la victoria de Cristo. ¿Cómo puede anunciar esa verdad a los que están cerca de usted?2.16, 17 En el Antiguo Testamento el sumo sacerdote era el mediador entre Dios y su pueblo. Su tarea consistía en ofrecer con regularidad sacrificios de animales, según la ley, e interceder delante de Dios por los pecados del pueblo. Jesucristo es ahora nuestro Sumo Sacerdote. El vino a la tierra como ser humano; por lo tanto, entiende nuestras debilidades y nos extiende su misericordia. El ha pagado una vez y para siempre el castigo de nuestros pecados por su sacrificio en la cruz (expiación), y se puede confiar en que El restablezca nuestras quebrantadas relaciones con Dios. Estamos libres de la dominación del pecado desde el momento en que nos entregamos por completo a Cristo, confiando plenamente en lo que ha hecho por nosotros (véase la nota en 4.14 para más acerca de Jesucristo como nuestro gran Sumo Sacerdote).2.18 Saber que Cristo sufrió el dolor y se enfrentó a la tentación nos ayuda a enfrentarnos a nuestras propias pruebas. Jesucristo entiende nuestras luchas porque El las sufrió como ser humano. Podemos confiar en que Cristo nos ayudará a salir victoriosos de los sufrimientos y de la tentación. Cuando se enfrente a las pruebas, acuda a Cristo en busca de fortaleza y paciencia. El comprende sus necesidades y puede ayudarle (véase 4.14

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

NOTAS

(1) Lit.: “más abundantemente estar teniendo [mente] hacia”.

REFERENCIAS CRUZADAS

a 33 Luc 8:15; 2Ti 2:2

b 34 Sal 73:2; Heb 3:12; 2Pe 3:17; Rev 2:4

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

Por tanto. Este libro contiene varias exhortaciones. La primera de ellas se encuentra en 2:1– 4. Las otras advertencias o exhortaciones se encuentran en los siguientes pasajes: 3:7– 4:13; 5:11– 6:20; 10:26– 39; 12:12– 17 y 12:25– 29.

prestar mucha mayor atención. Los lectores son exhortados a prestar atención a la revelación superior de la persona y obra de Cristo Jesús.

nos desviemos. En una metáfora que describe a un barco que se ha soltado de su amarradero seguro (punto de atraque; gr. pararréo ), el autor advierte a sus lectores del peligro de desviarse de la enseñanza segura acerca de Cristo si ignoran lo que han oído (cp. 6:4– 8).

Fuente: La Biblia de las Américas

1 super (1) En este libro hay cinco advertencias, cada una de las cuales acompaña a un punto principal. La primera advertencia aparece en los vs.1-4 y acompaña al primer punto principal, desarrollado en 1:4—2:18, el cual muestra que Cristo es superior a los ángeles.

1 super (2) O, los pasemos de largo.

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

13 (B) Exhortación a la fidelidad (2,1-4). En este punto, el autor pasa de la exposi­ción a la exhortación. La alternancia entre una y otra es característica de la epístola. La ad­vertencia contra la apostasía (2,l-3a) se repite varias veces en Heb, y el argumento a fortiori de estos versículos se utiliza con frecuencia (cf. 7,21-22; 9,13-14; 10,28-29; 12,25; véase Spicq, Hébreux 1.53 para paralelos en Filón). En este caso se basa en la inferioridad de la «palabra transmitida por medio de ángeles» (la ley mosaica; véase el comentario a 1,4) res­pecto a la que los cristianos han recibido. 3-4. La salvación que van a heredar (cf. 1,14) tuvo su origen en la palabra «transmitida por me­dio del Señor» y «confirmada a nosotros por quienes la habían oído». En lo tocante al co­nocimiento de esa palabra, el autor está clara­mente en la misma posición que aquellos a quienes se dirige: la recibió de testigos. Pero tal vez no convenga insistir en la distinción en­tre «nosotros» y «quienes oyeron» como un ar­gumento a favor de que el autor y sus contem­poráneos pertenecían a la segunda generación de cristianos (véase B. Hunt, SE II 410). La confirmación llegó, no sólo a través de quienes habían oído, sino también con el sello que Dios puso a la verdad de todo aquello «con sig­nos y prodigios, con toda suerte de milagros y dones del Espíritu Santo repartidos según su voluntad». Los signos y prodigios se mencio­nan en Hch como confirmación de la predica­ción apostólica (4,30; 14,3; 15,12); la tríada «milagros, prodigios, signos» es el testimonio que Dios da de Jesús mismo (Hch 2,22) y el que da Pablo como indicio de que su condi­ción de apóstol es auténtica (2 Cor 12,12).

14 (C) La exaltación de Jesús a través de la humillación (2,5-18). 5. el mundo veni­dero: Ha quedado sometido al Hijo glorificado en el momento culminante de un movimiento ascendente que empezó con la humillación de su vida terrena, sufrimiento y muerte. (Para la concepción de que el mundo presente estaba bajo el dominio de ángeles, véanse Dt 32,8 LXX; Dn 10,13.) 6-9. La cita del AT, Sal 8,5-7, es introducida por la fórmula «atestiguó al­guien en algún lugar». Su imprecisión se debe a la indiferencia del autor respecto al autor humano del texto: toda la Escritura es palabra de Dios. En Filón se encuentra una modalidad parecida de introducción (De ebr. 61). Este sal­mo se aplica también a Jesús en 1 Cor 15,27; Ef 1,22; y probablemente en 1 Pe 3,22. Tal uso por parte de diversos autores indica que esa aplicación pertenecía a una tradición de inter­pretación del AT que era patrimonio común del cristianismo primitivo (véase C. H. Dodd, According to the Scriptures [Nueva York 1953] 32-34). Posiblemente el origen de la aplicación fue que el v. 5 habla de «el hijo de hombre». Esa expresión está en paralelismo sinonímico con el «hombre» del verso anterior, pero a los cristianos les tenía que recordar la designa­ción de Jesús como Hijo del hombre (–>Jesús, 78:38-41). El salmo empieza contraponiendo la grandeza de Dios con la relativa insignifi­cancia de los seres humanos, pero pasa a re­flexionar sobre lo grandes que son los seres humanos respecto al resto de la creación; son, en efecto, «poco inferiores a los ángeles», pero les ha sido sometido todo lo demás. El autor de Heb toma ese sometimiento afirmado co­mo el punto de partida de su argumento. En el momento presente «no vemos todavía que es­té sometido todo» a la humanidad, salvo en el caso de Jesús, el Hijo del hombre. 7. por un poco: Las palabras gr. (brachy ti) pueden signi­ficar un poco en grado o un poco de tiempo; su significado en el salmo es el primero, pero Heb las toma en el segundo sentido. Jesús fue hecho por un poco de tiempo inferior a los án­geles, en los días de su vida terrena, pero aho­ra está coronado de gloria y honor; y todas las cosas, ángeles incluidos, le están sometidas. En este punto, el autor considera todas las co­sas como ya sometidas a Jesús en virtud de su exaltación; para la misma concepción, véase Ef 1,22. Pablo utiliza Sal 8 en 1 Cor 15,25-27 con un significado diferente: el reinado de Je­sús ha empezado, pero el sometimiento de to­das las cosas (concretamente, de «todos [sus] enemigos») no será completo hasta su triunfo final en la parusía. Esa opinión se encuentra también en Heb 10,13, aunque allí Sal 8 no se usa en relación con ella. Puesto que la supre­macía y triunfo de Jesús se puede considerar desde perspectivas diferentes, ambas opinio­nes no son incompatibles; y no resulta sor­prendente encontrarse con que el mismo au­tor sostiene ambas. 9. a fmde que… gustase la muerte para bien de todos: Esta es una oración final, pero ¿qué se quiere decir al afirmar que Jesús fue coronado de gloria y honor para que pudiera gustar la muerte, etc.? La opinión de H. Strathmann de que la coronación no se re­fiere a la exaltación de Jesús, sino a su consa­gración como sumo sacerdote en preparación para su muerte sacrificial (Der Brief an die Hebraer [NTD 9, Gotinga 1968] 85), es difícil de aceptar a la vista de la parte precedente del versículo en la cual la coronación de Jesús parece ser la consecuencia de que haya padecido la muerte («por haber padecido la muerte»); cf. también 5,4-5, donde su honor y gloria co­mo sumo sacerdote se conectan con su exalta­ción; y 12,2. J. Héring indica que la oración fi­nal se ha de entender en relación con la frase «por haber padecido la muerte», como expli­cación de ésta (Hebrews 17); véase también el análisis de P. Hughes (Hebrews 90), donde el v. 9 se ve estructurado en forma quiástica, de manera que la oración final (el cuarto elemen­to del quiasmo) se conecta semánticamente con el primero («que fue hecho inferior a los ángeles por un poco»), por el favor de Dios: Es­ta lectura (chariti theou) cuenta con una exce­lente atestación de mss. y encaja perfectamen­te con el v. 10, que habla de la iniciativa de Dios en la obra salvadora de Jesús. Sin em­bargo, unos pocos mss. leen choris theou, «ex­cepto Dios». Pese a su escasa atestación, esta lectura puede ser correcta, si nos atenemos al principio de que se debe preferir la lectura más difícil, especialmente dado que un amanuense fácilmente podría haberla cambiado debido a escrúpulos teológicos. Expresa el sentimiento de abandono de Jesús en el momento de la muerte (cf. Mc 15,34). gustar la muerte: Semi­tismo equivalente a experimentar la muerte (cf. Mc 9,1).
15 10. era adecuado: Este uso del argu­mento ex convenientia con respecto a Dios es «una innovación en la Biblia» (Spicq, Hébreux 2.36) , aunque se da con frecuencia en Filón (p.ej., Leg. alleg. 148; De conf. ling. 175). por quien es todo y para quien es todo: Este con­cepto de Dios como Creador en quien halla su razón de ser todo cuanto ha hecho se encuen­tra también en 1 Cor 8,6 y Rom 11,36. llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando me­diante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación: El ptc. gr. agagonta, «llevara», pro­bablemente se refiere a Dios, aunque algunos lo aplican a Jesús («perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salva­ción, el que lleva muchos hijos a la gloria»). El argumento a favor de esta última interpreta­ción se basa en el hecho de que el ptc. está en ac., mientras que el pron. referido a Dios («era adecuado a él») está en dat. Pero esto no re­sulta concluyente (véase ZBG § 394; BDF 410). El mejor modo de explicar el tiempo del ptc. es como aor. ingresivo que indica el punto de partida de la acción de Dios (Michel, Hebraer 148; Héring, Hebrews 18-19). La designación de Jesús como guía anuncia un tema importante de Heb: el viaje del pueblo de Dios hasta el lugar del descanso (4,11), el santuario celes­tial, tras los pasos de Jesús, su «precursor» (6,20). R. Bultmann considera que esto se re­laciona con el motivo gnóstico del viaje del alma hasta el mundo de la luz (TNT 1.177); otro tanto hace E. Kasemann (Wandering 87-96.128-33). perfeccionar: El vb. gr. teleioó, «perfeccionar», aparece nueve veces en Heb, tres de las cuales tienen que ver con el perfec­cionamiento de Jesús (2,10; 5,9; 7,28). En los LXX se aplica a la consagración sacerdotal, traduciendo una expresión hebr., «llenar [las manos]» (Éx 29,9.29.33.35; Lv 16,32; 21,10; Nm 3,3). Para el sustantivo correspondiente, «perfección» (teleiósis), véase Lv 8,33. Esta no­ción cultual de perfección está ciertamente presente en Heb (véanse G. Delling, «Teleioó», TDNT 8.82-84; M. Dibelius, Botschaft und Geschichte [Tubinga 1956] 2.106-76; Vanhoye, Situation [–> 9 supra] 325-27). Pero la consa­gración sacerdotal de Jesús entrañaba su obe­diencia aprendida mediante el sufrimiento (5,8-10), y su perfeccionamiento significa ade­más que mediante esa obediencia fue llevado «a la plena perfección moral de su humani­dad» (Westcott, Hebrews 49). D. Peterson abo­ga por una interpretación «vocacional» del concepto de perfección en Heb, entendiendo por tal la habilitación de Jesús, mediante los sufrimientos de su vida y su muerte obedien­tes y mediante su exaltación, para ser fuente de salvación para aquellos que le obedecen; y sostiene que, aun cuando en 2,11-12 hay «in­dicios» de «perspectiva cultual», «no [son] suficientes para exigir una interpretación cultual de la perfección en 2,10» (Hebrews and Perfection [SNTSMS 47, Cambridge 1982] 72). Pero luego pasa a decir que «la transición a la presentación de la obra de Cristo desde una perspectiva de sumo sacerdocio en 2,17 es sumamente significativa» (p. 73). ¿Acaso esa perspectiva no arroja luz sobre el significado de 2,10? 11. pues el que consagra y los consa­grados: Jesús es el que consagra. Él vb. gr. hagiazó, «consagrar», es, como «perfeccionar», un término cultual; cf. Éx 28,41; 29,33. El he­cho de que Jesús sea perfeccionado como su­mo sacerdote le permite perfeccionar a su pueblo (cf. 10,4 [donde los términos «perfec­cionar» y «consagrar» se utilizan juntos]; 11, 40; 12,23). «Mediante la consagración sa­cerdotal de Cristo son perfeccionados y consa­grados los creyentes mismos» (Dibelius, Bots­chaft 2.172). El autor de Heb hace hincapié en el carácter único del sacerdocio de Jesús y no atribuye a sus seguidores lo que es únicamen­te de él. Pero el elemento común a ambas con­sagraciones es que brindan la posibilidad de acceder a Dios. En su calidad de sumo sacer­dote, Jesús entró en el Santo de los santos (9,12) , en el cielo mismo, para presentarse allí ante Dios en favor nuestro (9,24); los creyentes pueden hacer confiadamente su entrada tras él y acercarse a Dios (7,19). todos tenemos el mismo padre: Lit., «somos todos de uno solo». La mayoría de los comentaristas dicen que el «padre» es Dios; otros, que es Abrahán (cf. 2,16), pero la argumentación hace pensar que a quien se alude es a Adán (cf. O. Procksch, «Hagiazo», TDNT 1.112). No es verdad que se afirme implícitamente que «el vínculo común de Cristo con el género humano se remonta al período previo a la encarnación» (Moffatt, He­brews 32); la encarnación del Hijo es lo que hace a los seres humanos sus hermanos (cf. 2,14) . Si puede ser el sumo sacerdote de éstos es gracias a que se les asoció al hacerse «san­gre y carne» como ellos (2,17). La fuerza del argumento estriba en que Cristo es capaz de ayudarles porque comparte su suerte y es uno de ellos, es decir, porque como ellos es hijo de Adán, no se avergüenza de llamarles hermanos: Porque comparte la naturaleza de aquellos a los que ha consagrado.
16 12-13. Se citan en este momento tres textos del AT que ponen de manifiesto la unión entre el Hijo y aquello que él vino a sal­var. El primero es Sal 22,23, tomado de un sal­mo que en la Iglesia antigua se aplicó común­mente a Cristo en su pasión (cf. Mt 27,43.46; Mc 15,34; Jn 19,24). El salmo pertenece a la categoría de «lamentación individual»; en el v. 23, empieza el motivo de la «certeza de ser es­cuchado», común a dicha categoría. El autor de Heb pone en labios de Jesús la gozosa ala­banza de Yahvé expresada por la persona que sufre. Probablemente, la razón principal para hacer tal cosa fue el uso de «hermanos» en ese versículo, pero no resulta exagerado decir que el autor piensa en la alabanza dada a Dios por Cristo glorificado «en medio de la asamblea (ekklésia)» de quienes él ha consagrado. La se­gunda y la tercera citas son de Is 8,17 y 18, respectivamente. El propósito de la segunda no está claro. Si se acepta la opinión de Dodd de que cuando en el NT se citan textos del AT no se hace referencia simplemente al versícu­lo o versículos citados, sino a su contexto (According to the Scriptures [–> 14 supra] 61), la razón de la cita puede ser que Isaías estaba declarando su confianza en la verdad de los oráculos divinos que la mayoría del pueblo había rechazado. De manera parecida, en este caso se presenta a Cristo exaltado aguardando la acreditación de su obra, cuya trascendencia no resulta manifiesta ahora salvo para quie­nes creen en él (cf. 10,13). Sin embargo, pare­ce poco probable que sea ésa la finalidad de la cita; en esta parte de Heb, el autor está ha­blando de la solidaridad existente entre Jesús y sus seguidores. Es más probable que desee presentar a Jesús, en su vida mortal, como ejemplo de esa confianza en Dios que resulta necesaria para aquellos a los que él ha consa­grado y que ahora precisan de una confianza parecida para no «extraviarse» (2,1). La terce­ra cita es sorprendente por cuanto parece sig­nificar que los creyentes son hijos de Jesús. Tal concepto no se encuentra en ningún otro lugar del NT (Jn 13,33 y 21,5 no son excepcio­nes). Son varias las tentativas que se han he­cho de aceptar ese significado y de explicar de manera satisfactoria su peculiar uso (véanse Bruce, Hebrews 48; Michel, Hebraer 154). Los hijos son de Dios o, más probablemente, de Adán; «el mismo padre» (2,11) es Adán, no Dios. En cualquiera de los dos casos se da un cambio respecto al significado del texto veterotestamentario, donde los hijos son de Isaías.
17 14. como los hijos comparten la sangre y la carne, así también las compartió él: En sen­tido bíblico, «carne» denota la naturaleza hu­mana considerada en su debilidad y fragilidad, y como tal se contrapone a «espíritu» y a Dios (cf. Sal 56,5; 78,39; Is 31,3; 2 Cr 32,8). La ex­presión «carne y sangre» en el sentido de seres humanos aparece en el AT sólo en Eclo 14,18; 17,26; para el NT, cf. Mt 16,17; Gál 1,16; Ef 6,12. En este caso el autor habla de la natura­leza humana sometida a la maldición de la muerte y ve la muerte asociada con el diablo. Resulta difícil pensar que no relacione esa idea con el relato de la caída y que no siga una tra­dición que veía conexión entre la muerte y el pecado de Edén (Eclo 25,23; 4 Esd 3,7; 2ApBar 23,4). Por consiguiente, hay que poner en duda la opinión de E. Schweizer, según la cual en Heb el concepto de carne no está nunca vincu­lado con la noción de pecado («Sarx», TDNT 4.142). para destruir al que tenía el dominio so­bre la muerte, es decir, al diablo: En el judaismo helenístico existía la idea de que la muerte no formaba parte del plan de Dios para los seres humanos, y de que había sido introducida en el mundo por el diablo (Sab 1,13; 2,23-24). Debi­do a esa conexión entre pecado y muerte, el po­der de la muerte se vio quebrantado cuando Cristo eliminó el pecado mediante su obra co­mo sumo sacerdote (2,17). La paradoja de que la muerte quedara anulada por la muerte de Cristo es semejante a la de Rom 8,3, donde Pa­blo dice que Dios condenó el pecado enviando a su Hijo «en la semejanza de una carne de pe­cado». El autor no da razón alguna; se limita a decir que era adecuado a Dios el actuar así.
18 15 .liberar a los que, por temor a la muer­te, estaban de por vida sometidos a esclavitud: Este temor a la muerte no se debe considerar como el temor natural generalmente experi­mentado por los seres humanos. (Tampoco hay indicación alguna de que la libertad aludida sea la libertad respecto a una coacción a hacer el mal para evitar la muerte [así Bruce, He­brews 51].) Es más bien un temor religioso ba­sado en la creencia de que la muerte es una ruptura de las relaciones personales con Dios (cf. Is 38,18; Sal 115,17-18), pero también en un verdadero reconocimiento de que la muer­te, dada su conexión con el pecado, es más que un mal físico (cf. 1 Cor 15,26, donde la muerte es el «último enemigo» en ser destruido por Cristo). El temor que Jesús sintió ante la pers­pectiva de la muerte (cf. 5,7) sólo se puede ex­plicar por el hecho de que se dio cuenta de es­to mejor que nadie. Pero mediante su muerte quedó abierto para todo el que le obedece el camino a una vida interminable con Dios. 16. porque, ciertamente, no es a los ángeles a quie­nes toma de la mano, sino a los descendentes de Abrahán: C. Spicq toma el vb. epilambanetai co­mo una referencia a la encarnación (Hébreux 2.46), siguiendo a muchos comentaristas patrísticos. La sección entera trata sobre la en­camación, pero parece que este versículo posee una amplitud mayor. El vb. epilambanomai se usa en 8,9 (en una cita de Jr 31,32 [LXX 38,32]) con el significado de «tomar de la mano a» una persona para ayudarla, significado que bien podría ser el que tiene también en este caso. El tiempo pres. hace pensar en una ayuda conti­nuada, más que en el acontecimiento único de la encamación. Los descendientes de Abrahán son quienes creen en Cristo. 17. para poder ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel: Esta es la primera mención del tema central de Heb: el papel de Jesús como sumo sacerdote. Al califi­carlo de «fiel», el autor sigue una tradición que exige del sacerdote esa cualidad (cf. 1 Sm 2,35); pero que deba ser «misericordioso» es una idea peculiar de Heb. Cuando el motivo de la mise­ricordia del sumo sacerdote se retoma de nue­vo en 4,15 y 5,1-3, se basa, como en este caso, en su solidaridad con los seres humanos. Nada de la tradición del AT hace hincapié en esa cua­lidad; probablemente proviene de la reflexión del autor sobre la manera en que Jesús vivió, sufrió y murió en la tierra. En lo tocante a la misericordia, Cristo no encajaba en ninguna definición preconcebida; más bien, la defini­ción que el autor da de esa virtud (5,1-3) se ba­sa en el conocimiento que él tenía de lo que Je­sús había sido, y expiar los pecados del pueblo: El vb. gr. hilaskesthai, «expiar», aparece con frecuencia en los LXX, donde suele traducir el hebr. kipper. Expresa la eliminación del peca­do, o la contaminación, por parte de Dios o de un sacerdote con los medios establecidos por Dios para ese fin (véase C. H. Dodd, The Bible and the Greeks [Londres 1935] 82-95; → Teolo­gía paulina, 82:73-74); la opinión de Dodd de que esa palabra no expresa además la idea de «aplacar» la cólera de Dios, es decir, la idea de «propiciación», ha sido puesta en tela de juicio; cf. L. Morris, The Apostolic Preaching of the Cross (Grand Rapids 1955) 125-85; D. Hill, Greek Words and Hebrew Meanings (SNTSMS 5, Cambridge 1967) 23-48. 18. Las tentaciones (pruebas) de Jesús, que le capacitaron para ayudar a quienes padecen tentación, no fueron sólo la perspectiva de los sufrimientos de su pa­sión, sino las tentaciones experimentadas a lo largo de su vida (4,15; Lc 22,28). La tradición evangélica indica que la fidelidad a su misión fue el objeto principal de sus tentaciones (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13; cf. J. Dupont, NTS 3 [1956-57] 287-304). La tentación de aquellos a los que se dirigen estas palabras era la apostasía: en lo fundamental, el mismo impulso que experi­mentó él a la infidelidad.

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

deriva… Es decir, ser arrastrado por una corriente, extraviarse.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

Lit., a las cosas que se han oído

Fuente: La Biblia de las Américas

Es decir, que como vasos rajados las dejemos escurrir.

Fuente: La Biblia Textual III Edición

[6] Estas advertencias a los creyentes de Israel están por todo el Pacto Renovado y deberían ser muy aleccionadoras a los fieles.

[7] La Torah fue dada con la asistencia de mensajeros celestiales.

[8] Excepto El Padre Mismo, por supuesto.

[9] Peshitta.

[10] De Israel.

[11] En YHWH y en Israel.

[12] Cualquiera fe, o religión que no hace lo que Yahshua hizo, que es enseñar el único y verdadero Nombre de El Padre a los hermanos en la congregación, no es un ministerio de Yahshua, aunque puede ser uno de su propia creación.

[1] De Israel y de YHWH.

[2] De Israel.

[3] De Israel.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[2] Y perseveró en su vigor hasta cuando tuvo su cumplimiento en Jesucristo.[8] Por consiguiente, aun los ángeles.[11] Sal 22 (21), 23.[13] Is 8, 17-18.[14] Os 13, 14; 1 Cor 15, 54.[17] Fuera del pecado y de la ignorancia.

Fuente: Notas Torres Amat

CAPÍTULO 2
2:1-4 Una Invitación a la Fidelidad

He aquí una seria advertencia dirigida a los lectores respecto al cuidado que bien debían tener a fin de evitar deslizarse al señalar que les es necesario atender con más diligencia a las cosas que habían oído (v. 1). La palabra griega para atender, prosejein, transmite la idea de amarrar una embarcación, a la vez que el término griego para deslizar, pararrein, ofrece la idea de una embarcación que navega a la deriva y hacia la destrucción. Ellos deberían tener cuidado de permanecer en el evangelio que les fuera antes anunciado y confirmado por quienes lo oyeron (v. 3), testificando Dios con ellos con señales y prodigios (maravillas), y diversos repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad (v. 4).
Claramente el mensaje del evangelio de salvación ofrecido por el Hijo de Dios, bien supera ampliamente a la revelación que le fuera dada por medio de los ángeles al pueblo de Israel en el monte Sinaí. Siendo que antes toda trasgresión y desobediencia recibió justa retribución bajo los términos de la anterior revelación, ¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande ofrecida bajo los términos de una superior y definitiva revelación divina a través de Jesús, el Hijo de Dios? (2: 3).

Fuente: Comentario sobre Hebreos