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Comentario de Juan 10:31 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Juan 10:31 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle.

10:31, 32 Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle (8:59; Lev 24:14-16) . Jesús les respondió: (sus acciones «hablaron» y El las contestó) Muchas buenas (kalá) obras (obras hermosas o preciosas, que merecen admiración y respeto, Mar 14:6; véase 10:11, notas) os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? — ¿Por qué clase de obra? Compárese 12:33, «de qué clase de muerte» (LBLA) (véase también 21:19). ¿Cuál es el carácter de esa obra en particular por la cual me apedreáis? ¿por que piensan que no es buena sino mala? Por ejemplo, sanó al paralítico de Betesda (cap. 5), multiplicó los panes y peces (cap. 6) y abrió los ojos del hombre que nació ciego (cap. 9). ¿Estas obras eran malas? Si con sinceridad los judíos hubieran examinado sus obras, habrían imitado al hombre que nació ciego (9:38).

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

Jua 5:18; Jua 8:59; Jua 11:8; Éxo 17:4; 1Sa 30:6; Mat 21:35; Mat 23:35; Hch 7:52, Hch 7:58, Hch 7:59.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

volvieron: Esta no era la primera vez que los judíos tomaban piedras para lanzárselas a Jesús (Jua 8:59). Los que no pueden mantenerse de pie ante la verdad con argumentos suelen encontrar necesario acallar la verdad con medios enérgicos.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

Esta es la tercera vez que Juan registra las intenciones de los judíos de apedrear a Jesús (vea Jua 5:18; Jua 8:59). La aseveración de Jesús de que Él era uno con el Padre ratifica su declaración de deidad y encendía en los judíos el deseo de asesinarlo (v. Jua 10:33). Aunque el AT permitía la lapidación en ciertos casos (p. ej. Lev 24:16), los romanos solo ejecutaban penas de muerte en sus propios ciudadanos (Jua 18:31). Sin embargo, los judíos descontrolados intentaron lanzar su propio ataque en vez de ceñirse a los procedimientos legales (vea Hch 7:54-60).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

10:31, 32 Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle (8:59; Lev 24:14-16) . Jesús les respondió: (sus acciones «hablaron» y El las contestó) Muchas buenas (kalá) obras (obras hermosas o preciosas, que merecen admiración y respeto, Mar 14:6; véase 10:11, notas) os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? — ¿Por qué clase de obra? Compárese 12:33, «de qué clase de muerte» (LBLA) (véase también 21:19). ¿Cuál es el carácter de esa obra en particular por la cual me apedreáis? ¿por que piensan que no es buena sino mala? Por ejemplo, sanó al paralítico de Betesda (cap. 5), multiplicó los panes y peces (cap. 6) y abrió los ojos del hombre que nació ciego (cap. 9). ¿Estas obras eran malas? Si con sinceridad los judíos hubieran examinado sus obras, habrían imitado al hombre que nació ciego (9:38).

Fuente: Notas Reeves-Partain

PROPONIENDO LA PRUEBA DEL FUEGO

Juan 10:31-39

Los judíos volvieron a coger piedras para apedrearle. Pero Jesús les dijo:
-Os he mostrado muchas obras maravillosas, que procedían de Mi Padre. ¿Por cuál de ellas tenéis intención de apedrearme?
No es por ninguna obra maravillosa por lo que estamos decididos a apedrearte -Le contestaron-, sino por blasfemar contra Dios. Porque Tú, no siendo más que un hombre, Te haces Dios.
-¿No está escrito en vuestra Ley -les contestó Jesús- «Yo dije: Vosotros sois dioses»? Si Él llamó dioses a aquellos a los que había venido la Palabra de Dios (y la Escritura no se puede contradecir), ¿vais a decir de Mí, a Quien el Padre ha consagrado y enviado al mundo, que estoy blasfemando contra Dios porque dije: Soy el Hijo de Dios? Si no hago las obras de Mi Padre, no Me creáis; pero si las hago, aunque no Me creáis a Mí, creed alas obras, para que conozcáis y reconozcáis que el Padre está en Mí y Yo en el Padre.
Otra vez trataron de apoderarse de Él por la violencia, pero Él se les escapó de las manos.

Para los judíos, la afirmación de Jesús de que Él y el Padre eran una misma cosa era blasfemia. Era invadir una persona humana el lugar que sólo correspondía a Dios. La ley judía establecía la pena de lapidación por el pecado de blasfemia. «El que blasfemare el nombre del Señor, ha de ser muerto; toda la congregación le apedreará» (Lv 24:16 ). Así es que empezaron a prepararse para apedrear a Jesús. El texto original quiere decir que se pusieron a recoger piedras para lanzárselas. Jesús arrostró su hostilidad con tres razones.

(i) Les dijo que había estado haciendo obras maravillosas todo el tiempo: sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos y consolando a los afligidos; obras tan llenas de benevolencia, poder y belleza que no podían venir sino de Dios. ¿Por cuál de todas ellas Le querían apedrear? Y ellos respondieron que no era por nada de lo que había hecho, sino por lo que pretendía ser.

(ii) Pretendía ser el Hijo de Dios. Para resistir su ataque, Jesús usó dos razonamientos. El primero era típicamente judío, por lo que nos cuesta entenderlo. Jesús citó el Sal 82:6 , que es una advertencia a los Jueces injustos para que abandonen los malos procedimientos y defiendan a los pobres y a los inocentes. La exhortación acaba: «Yo digo: Sois dioses, hijos del Altísimo todos vosotros.» El juez es un delegado de Dios para ser un dios para el pueblo. Esta idea se descubre claramente en algunas de las disposiciones del Éxodo. Ex 21:1-6 dice que el siervo hebreo es libre al séptimo año, a menos que quiera seguir como siervo el resto de su vida. La versión Reina-Valera pone en el versículo 6: «Entonces su amo le llevará ante los Jueces.» Pero, en hebreo, la palabra que se traduce por Jueces es realmente elóhim, que quiere decir Dios o dioses. La misma forma de expresión se usa en Ex 22:9; Ex 22:28 . Hasta la Escritura llamaba dioses a las personas especialmente comisionadas por Dios para ciertas tareas. Entonces Jesús dice: «Si la Sagrada Escritura puede hablar así acerca de ciertos hombres, ¿por qué no puedo hablar Yo así acerca de Mí?»

Jesús afirmaba dos cosas acerca de Sí mismo. (a) Que Dios Le había consagrado para una tarea especial. La palabra para consagrar es haguiazein, el verbo correspondiente al adjetivo haguios, que quiere decir santo. (Reina-Valera, santificar). Esta palabra contiene la idea de que la persona, lugar o cosa a los que se aplica, son diferentes de los demás, precisamente porque Dios los ha apartado para un uso o propósito distinto y, por tanto, Le pertenecen de una manera especial. Así, por ejemplo, el sábado es santo (Ex 20:11 ), el altar es santo (Lv 16:19 ), los sacerdotes son santos (2Ch 26:18 ), el profeta es santo (Jer 1:5 ). Cuando Jesús dijo que Dios Le había consagrado, Le había hecho santo, quería decir que Le había apartado de los demás seres humanos, porque Le había asignado una tarea especial, y Él lo sabía. (b) Que Dios Le había comisionado y enviado al mundo. La palabra que se usa es la que se usaría para enviar un mensajero o un embajador o un ejército. Jesús no pensaba simplemente que había venido al mundo, sino que había sido enviado al mundo. Su venida había sido una acción de Dios; y Él había venido para hacer la tarea que Dios Le había encargado.

Así es que Jesús quena decir: » En el pasado, la Escritura podía llamar dioses a los Jueces, porque eran comisionados por Dios para traer Su verdad y justicia al mundo. Ahora, Yo he sido separado para una tarea especial, y he sido comisionado por Dios para venir al mundo. ¿Cómo podéis objetar a que Me llame Hijo de Dios? No digo nada más que lo que dice la Escritura.» Este es uno de esos razonamientos bíblicos cuya fuerza nos resulta difícil de captar, pero que sería absolutamente irrefutable para los rabinos judíos.
(iii) Jesús prosiguió proponiendo la prueba del fuego. » No os pido -les dijo realmente- que aceptéis Mi palabra. Os pido que aceptéis Mis obras.» Se pueden discutir las palabras, pero no las obras. Jesús es el Maestro perfecto porque no basa Su autoridad en lo que dice, sino en lo que hace. Lo que proponía a los judíos era que basaran su veredicto sobre Él, no en lo que decía, sino en lo que hacía; y esa es la prueba del fuego que Sus seguidores deben estar dispuestos a aceptar y proponer. La pena es que sean tan pocos los que la resistan, y aún menos los que la propongan.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

2) Jesús Hijo de Dios (vv. Jua 10:31-39)

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

Sirve de conclusión a lo anterior y como introducción a la siguiente sección, funcionando en realidad como transición entre ambas secciones. Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearlo, “Otra vez los judíos agarraron piedras con la intención de apedrearlo”. El verbo tiene la idea de “llevar” o “levantar” y lo más probable es que las piedras no estaban en el pórtico de Salomón, en el recinto del templo, sino que ellos tuvieron que salir, buscar y venir con piedras adonde estaba Jesús.

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

Jua 8:59.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

REFERENCIAS CRUZADAS

z 611 Jua 8:59

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

En estos versículos puede notarse hasta qué extremo llega la maldad humana. Los judíos incrédulos que moraban en Jerusalén no fueron convencidos ni por los milagros ni por la predicación de nuestro Señor. Estaban resueltos á no recibir á Jesús como Mesías, y una vez más tomaron piedras para apedrearle.
Nuestro Señor no había causado á los judíos perjuicio alguno. No había sido homicida, ni ladrón ni contraventor de las leyes del país. él «pasó haciendo bienes,» y toda su vida fue distinguida por el amor. Actos 10:38. En su carácter no había defecto ni inconsecuencia de ninguna clase, y no podía imputársele crimen alguno. Un hombre tan perfecto y tan puro jamás puso sus plantas sobre la faz de la tierra. Más, no obstante todo esto, los judíos lo aborrecían y ansiaban derramar su sangre. Cuan ciertas son las palabras de la Escritura: «¡Sin causa le aborrecieron!» Joh 15:25.
El verdadero cristiano no tiene por qué sorprenderse si recibe el mismo trato que recibió nuestro bendito Salvador. Á la verdad, cuanto más se asemeje á su Maestro y cuánto más santa y espiritual sea su vida, tanto más probable será que tenga que caer como víctima del odio y de la persecución. Ni vaya él á imaginarse que si fuera consecuente en mayor grado podrá librarse de ese sufrimiento. No son sus defectos, sino sus virtudes las que le acarrean odio de los hombres. Los hijos del mundo tienen aversión á lo lo que lleva en sí la imagen de Dios, y sienten malestar y remordimientos de conciencia cuando ven que los demás son mejores que ellos. ¿Por qué aborrecía Caín á su hermano Abel y le dio la muerte? «Porque,» dice San Juan, «sus obras eran malas, y las de hermano justas.» 1Jo 3:12. ¿Por qué aborrecían los judíos á Cristo? Porque él daba á conocer sus pecados y sus falsas doctrines; y sU propio corazón les decía que él tenia razón y ellos no la tenían. «El mundo,» dijo nuestro Señor, «me aborrece, porque yo doy testimonio de él, que sus obras son malas.» Joh 7:7. Que los cristianos se resuelvan á libar el mismo cáliz, y que lo liben con paciencia y sin sorprenderse. En el cielo habita Aquel que dijo: «Si el mundo os aborrece, sabed que á mí me aborrecía antes que á vosotros.» Joh 15:18.
En estos versículos debemos observar, en seguida, la alta estima que Jesús manifestó por las Santas Escrituras. Como argumento contra sus enemigos citó un texto de los Salmos, el cual versaba sobre la palabra, «dioses ;» y luego que hubo citado el texto sentó el gran principio de que la Escritura no puede ser quebrantada. Es como si hubiera dicho; «Siempre que la Escritura se explique con claridad sobre un asunto dado, toda disputa que sobre él hubiere antes, debe cesar, pues todo queda decidido. Toda tilde de la Escritura es verdadera, y debe ser recibida como concluyente..
El principio que así sentó nuestro Señor es de grande importancia. Acojámoslo pues con firmeza y sostengamos de una manera decidida que cada palabra de los originales hebreo y griego de las Escrituras fue inspirada. Hay muchos, sin duda, que hoy día atacan ese principio; más no por eso ha de desmayar el cristiano. Que hay en la Escritura pasajes difíciles de conciliar con otros, y difíciles de entender, es preciso conceder sin vacilar. Pero es de temerse que, en casi todos esos casos, el tropiezo debe atribuirse á lo débil de nuestra mente y no á lo confuso de las Escrituras. En todo caso debemos contentarnos con la esperanza de tener más luz en lo futuro, y con la creencia de que al fin se aclararan todos los misterios.
Debemos observar, por último, que importancia dio Jesucristo á sus propios milagros. Apeló á ellos como prueba de que su misión era divina, y mandó á los judíos que los examinasen y los negasen si pudiesen. «Si no hago obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago aunque á mí no creáis, creed á las obras..
Es de temerse que en nuestros días no se piensa debidamente en los milagros de nuestro Señor. En cuanto á su número esos milagros no fueron pocos. En los Evangelios se nos refieren más de cuarenta hechos que ejecutó fuera del curso ordinario de la naturaleza, sanando instantáneamente á los enfermos, resucitando á los muertos con una palabra, arrojando espíritus inmundos, calmando las olas y los vientos en un instante, y caminando sobre las aguas como sobre un pavimento sólido. Muchos de ellos fueron ejecutados públicamente, y á vista de testigos hostiles. Todo esto nos es tan familiar que, por lo general, olvidamos las lecciones que nos enseña. Enséñanos que el que obró esos milagros no debe ser menos que el mismo Dios. Solo el que creó todas las cosas desde el principio puede suspender á su arbitrio las leyes de la creación. Al que así podía suspender el orden natural debe darse fe y prestarse obediencia.
Rechazar á ese Ser que probó lo divino de su misión con prodigios y portentos es llegar al extremo de la insensatez.
Cierto es que, en todos los siglos, centenares de hombres incrédulos han intentado desacreditar los milagros de nuestro Señor, llegando hasta el punto de negar que jamás fueron hechos. Más sus esfuerzos han sido infructuosos. Existe abundancia de pruebas de que nuestro Señor selló con milagros su predicación; y de que ese hecho fue reconocido por sus contemporáneos. Los campeones del escepticismo deberían circunscribirse al milagro de la resurrección de nuestro Señor y probar su falsedad si pueden. Si no pueden hacer eso, fuerza es que confiesen en obsequio de la justicia, que los milagros son posibles. Y luego, si son verdaderamente humildes, deben convenir en que Aquel que selló su misión con semejantes hechos tiene que haber sido el Hijo de Dios.
Al poner punto á la consideración de este pasaje demos gracias á Dios que haya tantas pruebas de que el Cristianismo es una religión que emana del cielo. Ya sea que recurramos á las pruebas internas de la Biblia, ya á las vidas de los cristianos primitivos, ó á las profecías, ó á los milagros, ó a la historia, obtendremos la mismísima contestación : es á saber, que Jesús es el Hijo de Dios, y que por mediación de él los creyentes reciben la vida eterna.

Fuente: Los Evangelios Explicados