Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan.
1:6 Hubo un hombre enviado de Dios, — La palabra enviado significa enviado como representante oficial. Mat 10:2; Mat 10:16. Juan era un verdadero profeta de Dios, enviado con un mensaje especial. Acerca de este hombre Jesús dijo, «Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el bautista» (Mat 11:11). — el cual se llamaba Juan. — En este libro Juan (el bautizador) es llamado simplemente Juan, porque el autor nunca menciona su propio nombre. Una vez se refiere a «los hijos de Zebedeo» (21:2).Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
año 5 a.C.
Hubo un hombre. Jua 1:33; Jua 3:28; Isa 40:3-5; Mal 3:1; Mal 4:5, Mal 4:6; Mat 3:1-11; Mat 11:10; Mat 21:25; Mar 1:1-8; Luc 1:15-17, Luc 1:76; Luc 3:2-20; Hch 13:24.
se llamaba Juan. Luc 1:13, Luc 1:61-63.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Juan el Bautista se contrasta aquí con Jesucristo. Jesús es Dios (v. Jua 1:1); Juan fue un hombre enviado de Dios. Jesús era la luz (v. Jua 1:4); Juan era la lámpara que daba testimonio de la luz (vv. Jua 1:7, Jua 1:8). Nuestra tarea, como la de Juan, no es atraer otros a nosotros sino a Cristo. Las tinieblas eran tan inmensas que Dios tuvo que enviar a un mensajero para señalar a la luz. La decadencia moral no estaba solamente en el mundo, también en Israel y en los líderes religiosos de Israel. En el Evangelio de Juan, el nombre Juan nunca se refiere a Juan el apóstol, siempre a Juan el Bautista. El escritor de este Evangelio había sido anteriormente un discípulo del «Bautista».
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
enviado de Dios. Como precursor de Jesús, Juan debía dar testimonio de Él como Mesías e Hijo de Dios. Con el ministerio de Juan, el período de cuatrocientos años de «silencio» entre el final del AT y el comienzo del NT, durante el cual Dios no dio revelación nueva, llegó a su fin. Juan. El nombre «Juan» siempre se refiere a Juan el Bautista en este Evangelio y nunca al apóstol Juan. El escritor de este Evangelio lo llama Juan sin añadir su título «el Bautista», a diferencia de los otros Evangelios que usan la descripción adicional para identificarle (Mat 3:1; Mar 1:4; Luc 7:20). Además, Juan el apóstol (o el hijo de Zebedeo) nunca se identificó a sí mismo por nombre propio en el Evangelio, aunque fue uno de los tres asociados más íntimos de Jesús (Mat 17:1). Este silencio es un argumento sólido en el sentido de que Juan el apóstol fue el autor de este Evangelio y sus lectores sabían muy bien que él había redactado el Evangelio que lleva su nombre. Más sobre Juan el Bautista, cp. Mat 3:1-6; Mar 1:2-6; Luc 1:5-25; Luc 1:57-80.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
1:6 Hubo un hombre enviado de Dios, — La palabra enviado significa enviado como representante oficial. Mat 10:2; Mat 10:16. Juan era un verdadero profeta de Dios, enviado con un mensaje especial. Acerca de este hombre Jesús dijo, «Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el bautista» (Mat 11:11).
— el cual se llamaba Juan. — En este libro Juan (el bautizador) es llamado simplemente Juan, porque el autor nunca menciona su propio nombre. Una vez se refiere a «los hijos de Zebedeo» (21:2).
Juan cumplió la profecía de Malaquías (3:1), «He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí». «En aquellos días vino Juan el bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mat 3:1-2). Los apóstoles también fueron escogidos por Dios (Hch 10:41).
Fuente: Notas Reeves-Partain
EL TESTIGO DE JESUCRISTO
Juan 1:6-8
Surgió un hombre al que Dios había enviado que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos pudieran creer por medio de él. Él mismo no era la luz; su misión era dar testimonio de la luz.
Tal vez nos extrañe que a Juan el Bautista no le dé Juan tanta importancia como los otros evangelios. Tiene su explicación. Juan era una voz profética; hacía cuatrocientos años que no se había escuchado la voz de la profecía, y en Juan volvió a resonar. Parece que algunas personas se entusiasmaron con él hasta tal punto que le dieron un puesto más elevado que el que le correspondía. De hecho, hay indicaciones de que hubo una secta que puso a Juan el Bautista en el lugar más alto. Encontramos un eco de esto en Hch 19:3-4 . Fue precisamente en Éfeso donde se nos dice que Pablo encontró a unos «discípulos» que no sabían nada de lo que vino después del bautismo de Juan. No es que el Cuarto Evangelio quisiera minimizar a Juan, sino simplemente que el evangelista sabía que había algunas personas que le daban a Juan el Bautista el lugar que sólo corresponde al mismo Jesús.
Así es que en todo el Cuarto Evangelio Juan tiene cuidado de especificar que el lugar de Juan el Bautista en el plan de Dios era alto, pero subordinado al lugar de Cristo. Aquí especifica que Juan no era la luz, sino solamente un testigo de la luz (1:8). Nos muestra a Juan rechazando la idea de que él pudiera ser el Cristo, o ni siquiera el gran Profeta que prometió Moisés (1:20). Cuando los judíos le vinieron a decir a Juan que Jesús había empezado Su carrera como maestro, probablemente esperaban que Juan lo considerara una intrusión; pero el Cuarto Evangelio nos muestra a Juan rechazando la idea de que el primer puesto fuera suyo, y declarando que lo suyo era que Jesús creciera, y él decreciera. (3:25-30). Se hace referencia a que Jesús estaba teniendo más éxito que Juan en su predicación (4:1). Se menciona que la gente decía que Juan no había hecho las maravillas que hacía Jesús (10:41).
En alguna parte de la Iglesia había un grupo de personas que querían darle a Juan el Bautista una importancia excesiva. El mismo no dio pie para aquella actitud, sino hizo todo lo posible para desanimarla; pero el Cuarto Evangelio sabía de la existencia de tal tendencia, y tomó medidas para protegerse. Todavía puede suceder que ciertas personas le den más importancia a un predicador que a Cristo. Todavía puede suceder que la mirada de la gente se fije en el heraldo más que en el Rey que viene a anunciar. Juan el Bautista no tenía la menor culpa de lo que había sucedido; pero Juan el evangelista estaba, decidido a no dejar que nadie desplazara a Cristo del lugar, supremo que le corresponde.
Es más importante fijarnos en que en este pasaje encontramos otra de las grandes palabras clave del Cuarto Evangelio:. la palabra testigo. El Cuarto Evangelio nos presenta un testigo tras otro, no menos de ocho, del supremo puesto que corresponde a Jesucristo.
(i) Está el testimonio del Padre. Jesús dijo: «El Padre que Me envió ha dado testimonio de Mí» (5:37). «El Padre que Me envió da testimonio de Mí» (8:18). ¿Qué es lo que quería decir Jesús? Quería decir dos cosas.
(a) Quería decir algo que Le afectaba a Él mismo. En Su corazón Le hablaba la íntima voz de Dios, que no Le dejaba la menor duda acerca de Quién era Él y de lo que Dios Le había enviado a hacer. Jesús no consideraba que había sido Él el Que había elegido esa misión. Su íntima convicción era que Dios Le había enviado al mundo a vivir y a morir por la humanidad.
(b) Quería decir algo que afectaba a la humanidad. Cuando una persona se encuentra cara a cara con Cristo, siente la convicción íntima de que Él no es sino el Hijo de Dios. El Padre Tyrrell ha dicho que el mundo no puede escapar nunca de ese «extraño Hombre en la Cruz.» Esa fuerza interior que siempre nos hace volver los ojos a Cristo hasta cuando queremos olvidarle, esa voz interior que nos dice que este Jesús no es otro que el Hijo de Dios y el Salvador el mundo es el testimonio de Dios en lo íntimo del alma.
(ii) Está el testimonio de Jesús mismo. «Yo soy –dijo Él Que doy testimonio de Mí mismo» (8:18). «Aunque Yo doy testimonio acerca de Mí mismo -dijo-, Mi testimonio es verdad» (8:14): ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que Su mejor testimonio. era lo que Jesús era. Decía ser la luz y la vida y la verdad y el camino. Decía ser el Hijo de Dios y Uno con el Padre. Decía ser el Salvador y Maestro de la humanidad. A menos que Su vida y carácter fueran como eran, aquella habría sonado a demencia y blasfemia. Lo que Jesús era en Sí mismo era el mejor testigo de que lo que decía ser era verdad.
(iii) Está el testimonio de Sus obras. Él dice: «Las obras que el Padre Me ha concedido cumplir… dan testimonio de Mí» (5:36). «Las obras que Yo hago en nombre de Mi Padre, dan testimonio de Mí» (10:25). Después de decirle a Felipe que existe una total identidad entre el Padre y Él, Jesús añade: «Creedme por las mismas obras» (14:11). Uno de los pecados incomprensibles de los hombres es que han visto Sus obras y no han creído (15:24). Debemos darnos cuenta de una cosa: Cuando Juan hablaba de las obras de Jesús, no estaba refiriéndose sólo a Sus milagros; estaba pensando en toda la vida de Jesús. No se refería solamente a Sus grandes momentos excepcionales, sino a cómo vivía Jesús todos los momentos del día. Jesús no podría haber realizado aquellas obras maravillosas si no hubiera estado en contacto más íntimo con Dios que los demás hombres de todos los tiempos; pero, igual: no podría haber vivido aquella vida de amor y piedad, compasión y perdón, servicio y ayuda en la vida de cada día si no hubiera estado en Dios y Dios en Él. No es haciendo milagros como podemos demostrar que pertenecemos a Cristo, sino viviendo una vida semejante a la Suya todos los momentos del día. Es en las cosas normales y corrientes en las que mostramos que pertenecemos a Él.
(iv) Está el testimonio ,que dan de Él las Sagradas Escrituras. Jesús dijo: «Escudriñáis las Escrituras porque creéis que tenéis en ellas la vida eterna; y son ellas las que dan testimonio de Mí» (5:39). «Si creyerais a Moisés me creeríais a Mí; porque él escribió de Mí» (5:46): Felipe estaba convencido de que había encontrado a Aquel de Quien escribieron Moisés y los profetas (1:45). A lo largo de toda la historia del pueblo de Israel, hombres y mujeres habían estado soñando con el día en que vendría el Mesías de Dios. Se habían tratado de hacerse una idea de cómo sería; y ahora, en Jesús de Nazaret; todos sus sueños e ideas y esperanzas se habían hecho realidad totalmente. Aquél a Quien el mundo estaba esperando, por fin había llegado.
(v) Está el testimonio del último de los profetas, Juan el Bautista. «Vino como testigo, para dar testimonio de la luz» (1:7-8). Juan dio testimonio de haber visto descender sobre Jesús al Espíritu Santo. Aquél en el que culminaba el testimonio de los profetas fue el que dio testimonio de Jesús como Aquél al que señalaba todo el testimonio profético.
(vi) Está el testimonio de aquellos con los que Jesús se puso en contacto. La mujer de Samaria dio testimonio de la intuición y del poder de Jesús (4:39). El que había nacido ciego dio testimonio de Su poder sanador (9:25, 38). Los que fueron testigos de Sus milagros testificaron de cómo se habían maravillado de lo que Jesús hacía (12:17). Hay una leyenda que nos cuenta que el Sanedrín buscaba testigos para condenar a Jesús. Vino una multitud de personas diciendo: «»Yo era leproso y me curó.» «Yo era ciego y me dio la vista.» «Yo era sordo y me abrió los oídos.» Esa era precisamente la clase de testimonio que no quería el Sanedrín. En todas las épocas y generaciones ha habido una gran multitud de personas que estaban dispuestas a dar testimonio de lo que Cristo había hecho por ellos.
(vil) Está el testimonio de los discípulos y especialmente del autor de este evangelio. La comisión de Jesús a Sus discípulos fue precisamente: «Vosotros también sois mis testigos, porque habéis estado -conmigo desde el principio» (15:27). El autor del evangelio es un testigo y garante personal de las cosas que cuenta. De la Crucifixión escribe: «El que lo vio ha dado testimonio,. y su testimonio es verdad» (19:35). «Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y escribió estas cosas» (21:24). Lo que él cuenta no es lo que se dice por ahí, no algo que sabe, de segunda mano, sino lo que él mismo ha visto y conoce por propia experiencia. El mejor testigo de todos es el que puede decir: «Esto es verdad, porque yo lo sé por propia experiencia.»
(viii) Está el testimonio el Espíritu Santo. «Cuando venga el Consolador… el Espíritu de la verdad… dará testimonio de Mí» (15:26). Juan escribe en la Primera Epístola: «Y el Espíritu es el testigo, porque el Espíritu es la verdad» (1Jn 5:6 ). Para los judíos, el Espíritu tenía dos funciones: traía la verdad de Dios a los hombres, y les permitía reconocer esa verdad cuando la veían. Es la obra del Espíritu Santo dentro de nuestro corazón lo que nos permite reconocer a Jesús como el que es y confiar en Él por lo que puede hacer.
Juan escribió su evangelio para presentar un testimonio incontestable de que Jesucristo es la Mente de Dios plenamente revelada a la humanidad.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
b. El testimonio de Juan Bautista (vv. Jua 1:6-8)
El carácter poético desaparece y se abre un paréntesis narrativo que interrumpe la línea de pensamiento entre v. Jua 1:5 y v. Jua 1:9.
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Presenta dificultades si se traduce literalmente. En primer lugar, la estructura del griego es pasiva: los verbos están en tiempo pasado y son un claro contraste con los verbos en imperfecto (vv. Jua 1:1, Jua 1:2, Jua 1:4) y v. Jua 1:5 en presente. Es mejor traducir el v. Jua 1:6 en voz activa. Si se traduce literalmente, Hubo un hombre enviado por Dios, el cual se llamaba Juan, puede confundir, pues puede entenderse que el nombre de Dios es Juan. Siguiendo la idea del participio “enviado” se puede traducir: «Dios envió a un hombre llamado Juan» (TLA), «Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió» (NVI) o «Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan» (LPD).
Si se quiere dar más dramatismo a la inclusión de este paréntesis narrativo se podría decir: “apareció un hombre que todos conocían con el nombre de Juan. Dios lo envió para dar testimonio de la luz”.
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Jua 1:15; Jua 1:19-34; Jua 5:33; Jua 10:41; Mat 3:1-12; Mar 1:4-8; Luc 1:13-17; Luc 1:60; Luc 1:67; Luc 1:76-80; Luc 3:2-20.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
— Juan: Se trata, sin duda, de Juan el Bautista. Las dos menciones de este personaje dentro del prólogo (Jua 1:6-8 y Jua 1:15) constituyen dos paréntesis dentro del himno y preparan el relato de Jua 1:19-34.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
El testimonio de Juan el Bautista
La línea de pensamiento se mueve ahora más cerca de los hechos históricos que rodearon la venida de la luz mencionando el ministerio de Juan el Bautista. De inmediato se nos asegura que este ministerio había sido elegido divinamente (6). El verbo enviado es característico en este Evangelio para describir el ministerio de Jesús. Es correcto que también se aplique al heraldo. Es posible que algunos de los lectores del Evangelio estuvieran poniendo un énfasis excesivo en la importancia de Juan el Bautista (cf. Hech. 19:3, 4) y que Juan tenía la intención de rectificar cualquier malentendido desde el comienzo (cf. también vv. 15, 26, 27). No sólo se niega expresamente que Juan mismo sea la luz, sino que se afirma dos veces su función como testigo de la luz (7, 8). El propósito era dar testimonio de la luz, para que todos creyesen por medio de él, lo que expresa la función de todos los verdaderos testigos cristianos, desde ese día hasta hoy.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
NOTAS
(1) Véase Mat 3:1, n: “Juan”.
REFERENCIAS CRUZADAS
k 10 Luc 3:2
l 11 Mat 3:1; Luc 1:13
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Vino. Este verbo compara a Juan ( que es un hombre ) con el Verbo que es eterno, no creado y que siempre existió (vers. 1, 2, 4).
Juan. En este evangelio este nombre siempre se refiere a Juan el Bautista. El plan de Dios en la vida de Juan, aún desde su concepción, se encuentra en el cap. 1 de Lucas. Véase coment. en Mt 3:1.
Fuente: La Biblia de las Américas
6 (1) Enviado tiene el sentido de ser mandado como mensajero con una comisión especial.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
Juan (el Bautista). Su papel, como aparece claro en el v. Jua 1:8, era simplemente dar testimonio de la luz.
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
S. Juan, después de hacer una exposición de la naturaleza divina nuestro Señor, trata de su precursor, Juan Bautista. No debe pasar desapercibido el contraste que forman los términos que se refieren al Salvador con los que se refieren al precursor. De Cristo se nos dice que era el Dios eterno, el Creador de todas las cosas, la fuente de la vida y de la luz. De Juan Bautista se nos dice simplemente que «fue un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan..
Estos versículos nos enseñan, en primer lugar, la verdadera naturaleza de las funciones del ministro cristiano. Se desprende esto de lo dicho acerca de Juan Bautista en el versículo séptimo.
Los ministros cristianos no son sacerdotes ni mediadores entre Dios y los hombres. Tampoco son una especie de agentes en cuyas manos los fieles encomienden sus almas y que estén revestidos del poder delegado de practicar la religión por lo demás. No son sino testigos. Su misión es rendir testimonio a la verdad de Dios, y especialmente a la de que Cristo es el único Salvador, la única luz del mundo. Esto fue lo que hizo S. Pedro el día de Pentecostés. «Y con otras muchas palabras testificaba» Hechos 2.40. En esto también consistió la obra de S. Pablo, «Testificando a los judíos y también a los griegos el arrepentimiento hacia Dios, y la fe hacia nuestro Señor Jesucristo». Hechos 20.21. Si el ministro cristiano no da un testimonio pleno y completo acerca del Salvador, es infiel en el cumplimiento de sus sagrados deberes. En tanto que rinda este testimonio, cumple con la misión que le ha sido encomendada y recibirá su galardón, aunque sus oyentes no crean las verdades que proclame. Pero es solo cuando creen que los oyentes reciben provecho de los trabajos del ministro. El gran fin que debe proponerse el ministro es que por su medio crean los hombres.
Estos versículos nos dan a conocer, en segundo lugar, lo que es nuestro Señor Jesucristo respecto a la humanidad. «Aquella palabra era la luz verdadera,» etc.
Cristo es para las almas de los hombres lo que el sol para el mundo. Es el centro y la fuente de toda luz espiritual, de la vida, de la animación, del crecimiento, de la hermosura, de la fecundidad. A semejanza del sol, alumbra para bien de toda la humanidad del noble y del plebeyo, del rico y del pobre, del judío y del griego. A semejanza del sol, todos pueden tornar hacia él los ojos para contemplarlo. Si hubiera millones de hombres que fueran tan necios que quisieran habitar en subterráneos o vendarse los ojos, tendrían que culparse a sí mismos por la oscuridad que los rodeara y no atribuirla a defecto del sol. Del mismo modo, si millones de hombres prefieren las tinieblas a la luz espiritual, ellos son los que tienen la culpa de su ceguedad, y no Cristo. «El necio corazón de ellos fue entenebrecido». Rom 1.21 Estos versículos nos enseñan, en tercer lugar, cuan malo es por naturaleza el corazón del hombre. Véase los versículos 10 y 11.
Jesucristo estuvo en el mundo de una manera invisible, mucho antes de haber nacido de la Virgen María. Si, estuvo desde el principio ordenando y gobernando toda la creación. «Todas las cosas subsisten en él» Col. 1.17. A todo comunicaba vida y animación, y por mandato suyo gobernaban los reyes, y según San Juan crecía y menguaban las naciones. Sin embargo, los mortales no lo conocían ni le rendía homenaje, más «honraban y servían a la criatura antes que al Creador» Rom 1.25 ¡Malo por naturaleza es, a la verdad, el corazón del hombre! Más tarde el Verbo se hizo carne y apareció en el mundo de una manera visible, más no tuvo mejor acogida. Se presentó ante el mismo pueblo que había sacado de Egipto, y había rescatado para si, esto es, ante los judíos, que había separado de las otras naciones y a quienes se había revelado por medio de los pasajes del Antiguo Testamento que lo anunciaban, que habían visto en su templo los tipos y símbolos que lo prefiguraban, que habían, en fin, manifestado que aguardaban su venida. ¡Y sin embargo, esos mismos hijos de Israel lo rechazaron, lo escarnecieron y lo inmolaron! ¡Perverso es, a la verdad, el corazón del hombre! Estos versículos nos enseñan, por último cuales y cuan grandes son los privilegios que se conceden a los que aceptan a Cristo y creen en él. «A todos los que le recibieron les dio poder de ser hechos hijos de Dios, esto es, a los que creen en su nombre..
Jesucristo siempre tiene quien lo siga. Si la mayoría de los judíos no lo reconoció como Mesías, hubo, por lo menos, unos pocos que si lo reconocieron. A estos otorgó la gracia de ser hechos hijos de Dios, adoptándolos como miembros de la familia de su Padre y reconociéndolos como hermanos de la misma carne y de la misma sangre. Así fueron abundantemente recompensados por lo que habían tenido que sufrir por su amor.
Téngase presente que semejantes bendiciones son concedidas en todo tiempo a todos lo que acepten a Jesucristo por medio de la fe y lo sigan como a su Salvador. «Son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús». Gal. 3.26. Pocos como son, y despreciados como se ven por el mundo, su Padre celestial vela sobre ellos con misericordia infinita, y les manifiesta su complacencia por amor a u Hijo. ¡Con el tiempo les suministra todo lo que pueda contribuir a su bien, y en la eternidad les dará una corona inmarcesible de Gloria! ¿Somos nosotros hijos de Dios? ¿Hemos nacido de nuevo espiritualmente? ¿Se descubre en nosotros las señales del renacimiento tales como la conciencia de haber pecado, la fe en Jesucristo, el amor hacia el prójimo, la enmienda de vida, la separación del mundo? No nos tranquilicemos hasta no haber contestado satisfactoriamente estas preguntas.
¿Anhelamos ser hijos de Dios? Recibamos entonces a Cristo como a nuestro Salvador, y creamos en él de todo corazón.
Fuente: Los Evangelios Explicados
de parte de… Gr. pará (con genitivo); Juan… → Mat 3:1; Mar 1:4; Luc 3:1-2.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
R534 La preposición παρά con el genitivo se usa aquí para expresar agente: por Dios.
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
O, Hubo un
Fuente: La Biblia de las Américas
g Mat 3:1; Mar 1:4; Luc 3:1-2.
Fuente: La Biblia Textual III Edición
Gr. pará (con genitivo) = de parte de.
1.6 g Mat 3:1; Mar 1:4; Luc 3:1-2.