Entonces la compañía de soldados, el comandante y los guardias de los judíos prendieron a Jesús y le ataron.
18:12, 13 Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, — «Le ataron» aunque voluntariamente se entregó en sus manos. ¿Cuántos hombres se requerían para realizar este trabajo tan «peligroso» de prender y atar a Jesús? Tanto gentiles y judíos tomaron parte en este asunto (Mat 20:19). Los oficiales aceptaron lo que Jesús dijo: «si me buscáis a mí, dejad ir a éstos»; «entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron» (Mat 26:56), porque estaban confusos acerca de la misión de Jesús y también porque El prohibió que le defendieran. En su confusión simplemente «huyeron», como Jesús había profetizado: «seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo» (16:32). Esto muestra «que ellos simplemente no estaban preparados psicológicamente para los eventos de esa trágica noche» (GNW). Otro detalle interesante fue grabado por Marcos (14:51, 52): «Pero cierto joven le seguía, cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron; mas él, dejando la sábana, huyó desnudo» (llevando puesta su ropa interior). Es muy posible que ese joven haya sido el autor del libro que lleva este nombre, puesto que Mateo y Lucas no relatan este detalle. Es posible que él tuviera la actitud de Juan de referirse a sí mismo sin mencionar su propio nombre.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
la compañía de soldados. Jua 18:3; Mat 26:57; Mar 14:53; Luc 22:54.
el tribuno y los alguaciles. Hch 21:31, Hch 21:37; Hch 22:24-28; Hch 23:10, Hch 23:17.
y le ataron. Gén 22:9; Gén 40:3; Jue 16:21; Sal 118:27; Mat 27:2; Mar 15:1.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
El tribuno era el oficial principal de una cohorte romana (v. Jua 18:3).
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
PRENDIERON A JESÚS. Véase Mat 26:57, nota sobre el orden de los acontecimientos desde el arresto de Cristo hasta su crucifixión.
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
18:12, 13 Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, — «Le ataron» aunque voluntariamente se entregó en sus manos. ¿Cuántos hombres se requerían para realizar este trabajo tan «peligroso» de prender y atar a Jesús? Tanto gentiles y judíos tomaron parte en este asunto (Mat 20:19). Los oficiales aceptaron lo que Jesús dijo: «si me buscáis a mí, dejad ir a éstos»; «entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron» (Mat 26:56), porque estaban confusos acerca de la misión de Jesús y también porque El prohibió que le defendieran. En su confusión simplemente «huyeron», como Jesús había profetizado: «seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo» (16:32). Esto muestra «que ellos simplemente no estaban preparados psicológicamente para los eventos de esa trágica noche» (GNW).
Otro detalle interesante fue grabado por Marcos (14:51, 52): «Pero cierto joven le seguía, cubierto el cuerpo con una sábana; y le prendieron; mas él, dejando la sábana, huyó desnudo» (llevando puesta su ropa interior). Es muy posible que ese joven haya sido el autor del libro que lleva este nombre, puesto que Mateo y Lucas no relatan este detalle. Es posible que él tuviera la actitud de Juan de referirse a sí mismo sin mencionar su propio nombre.
— y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. — Ahora comienza el «juicio» de Jesús. En realidad el «juicio» ante Anás y Caifás, ante el Sanedrín, ante Pilato y ante Herodes fue una burla a la justicia, pues «en su humillación no se le hizo justicia» (Hch 8:33). Ya estaba condenado antes del primer «juicio» (11:50). Al leer acerca de Anás y Caifás, la cuestión de cuál de ellos era el verdadero sumo sacerdote, etc., es fácil ver que en realidad los dos eran uno solo en cuanto a su propósito. Por eso, Jesús sabía qué clase de «justicia» le esperaba al aparecer ante los dos. «Cuando alguien ha emprendido un mal camino lo único que quiere es eliminar a cualquiera que se le opone» (WB).
Anás había sido el sumo sacerdote (Luc 3:2) por siete años, y todavía lo era para los judíos, porque según la ley de Moisés (Núm 35:25 y otros textos) el puesto del sumo sacerdote era de por vida . Era importante, pues, que los judíos tuvieran la aprobación de Anás en lo que hacían con Jesús. Los romanos, sin embargo, le habían quitado de su puesto y, oficialmente (para los romanos) su yerno Caifás servía en su lugar. Hch 4:6 habla de «el sumo sacerdote Anás, y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes».
La expresión «aquel año» no quiere decir que hubiera cambio de sumo sacerdote cada año, sino que Caifás era el sumo sacerdote aquel año tan significativo (¡aquel año tan horrible!), el año en que crucificaron al Señor. (Caifás sería el sumo sacerdote por doce años, desde el 25 hasta el 37 d. de J. C.).
Fuente: Notas Reeves-Partain
JESÚS ANTE ANÁS
Juan 18:12-14, 19-24
La compañía de soldados con su comandante y los agentes de los judíos apresaron a Jesús y, después de atarle, Le llevaron en primer lugar a Anás, que era el suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Había sido Caifás el que había aconsejado a los judíos que era mejor que Uno muriera por el pueblo…
EL sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de Sus discípulos y de Su doctrina; y Jesús le contestó:
-Yo le he hablado a todo el mundo de lo más abiertamente, y he enseñado siempre en las sinagogas y en el área del templo donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nunca nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a Mí? Pregúntales a los que Me han oído qué es lo que les he dicho. ¡Mira! Ellos saben lo que he dicho.
Cuando dijo eso Jesús, uno de los agentes que estaban vigilando Le dio una bofetada y Le dijo:
-¿Qué manera es esa de hablarle al sumo sacerdote?
-Si he dicho algo inconveniente -le contestó Jesús-, di lo que ha sido. Pero, si he hablado como es debido, ¿por qué me pegas?
Seguidamente, Anás le envió a Jesús atado al sumo sacerdote Caifás.
Para seguir la narración agrupamos aquí los dos pasajes que se refieren a la vista ante Anás, y haremos lo mismo con los otros dos que tratan de la tragedia de Pedro.
Juan es el único de los evangelistas que nos dice que Jesús fue conducido en primer lugar a presencia de Anás. Anás era un personaje célebre. Edersheim escribe de él: «No hay figura de la historia judía de aquel tiempo que nos sea más conocida que la de Anás; ninguna persona era más afortunada o influyente, pero tampoco más vilipendiada, que el ex sumo sacerdote.» Anás era el poder entre bastidores en Jerusalén. Había sido sumo sacerdote entre los años 6 y 15 d C., y cuatro de sus hijos también ocuparon ese puesto, y Caifás, que era su yerno. Ese hecho ya es suficientemente sugestivo y esclarecedor. Había habido un tiempo, cuando los judíos eran libres, en que el puesto de sumo sacerdote era vitalicio; pero, cuando llegaron los procuradores Romanos, se alcanzaba mediante conspiraciones, intrigas, sobornos y corrupción. Se nombraba al mayor sicofanta, al mejor postor, al que consiguiera mantenerse en la cuerda floja con el gobernador romano. El sumo sacerdote era el supercolaboracionista, el que daba facilidades y prestigio y comodidades y poder a los dueños del país, no sólo con sobornos, sino también con estrecha colaboración. La familia de Anás era inmensamente rica, y uno tras otro de sus hijos había alcanzado la cima con sobornos e intrigas, mientras él mismo seguía moviendo todas las marionetas.
Su manera de hacer dinero tampoco era menos objetable. En el Atrio de los Gentiles estaban los puestos de vendedores de animales para los sacrificios, a los que Jesús había echado con cajas destempladas. No eran comerciantes, sino desolladores. Todas las víctimas que se ofrecían en sacrificio en el templo tenían que estar libres de mancha o defecto. Había inspectores que lo comprobaban. Si se traía un animal de fuera del templo, se podía estar seguro de que le encontrarían algún fallo. De esa manera se obligaba al fiel a comprar en el templo la víctima que quisiera ofrecer, que ya habría pasado la revisión y no había peligro de que se la rechazaran. Eso habría sido conveniente y de ayuda si no hubiera sido por una cosa: en el templo todo costaba diez veces más. Todo el negocio era una desvergonzada explotación, y los puestos de venta en el templo se llamaban » El Bazar de Anás», porque eran propiedad de su familia, y la manera en que Anás había amasado su fortuna.
Los mismos judíos odiaban a la familia de Anás. Hay un texto en el Talmud que dice: «¡Ay de la casa de Anás! ¡Ay de su silbido de serpientes! Son sumos sacerdotes; sus hijos son los tesoreros del templo; sus yernos, los guardias del templo, y sus criados arremeten contra los fieles a garrotazos.» Anás y su familia eran célebres.
Ahora podemos entender por qué había dispuesto Anás que le llevaran a Jesús en primer lugar a él: Jesús había atentado contra sus intereses creados, había echado del templo a los vendedores de víctimas y había tocado a Anás en la parte más sensible de su persona, la bolsa. Anás quería ser el primero en regodearse en la captura de aquel perturbador galileo.
La vista ante Anás fue una burla de la justicia. Era uno de los principios de la jurisprudencia judía que no se le podían hacer a un preso preguntas que le pudieran incriminar. Maimónides, el gran judío cordobés que es una autoridad en tantas materias, estableció: «Nuestra auténtica ley no inflige la pena de muerte a ningún culpable por su sola confesión.» Anás violó los principios de la justicia judía cuando interrogó a Jesús. Fue eso precisamente lo que Jesús le recordó. Le dijo: «No Me hagas preguntas a Mí. Házselas a los que Me han oído.» Lo que estaba diciendo era en realidad: «Lleva mi caso como es debido y justo. Examina a tus testigos como es tu derecho y deber. Deja de interrogarme a Mí, que es algo que no tienes derecho a hacer.» Cuando Jesús dijo aquello, uno de los agentes Le dio una bofetada, y Le dijo: «¿Es que vas a enseñarle Tú al sumo sacerdote cómo tiene que conducir un juicio?» Y Jesús le contestó: «Si he dicho o enseñado algo que no es legal, se debe aportar testimonio. No he hecho más que citar la ley. ¿Y me pegas por eso?»
Jesús no tenía la menor esperanza de justicia. Había tocado los intereses creados de Anás y sus colegas, y sabía que estaba condenado antes de ser juzgado. Cuando uno está implicado en un negocio sucio, su único deseo es eliminar a cualquiera que se le oponga. Si no lo puede hacer por las buenas, lo hará por las malas.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
2. El interrogatorio por Anás y la negación de Pedro (Jua 18:12-27)
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
a. Jesús es conducido ante Anás (vv. Jua 18:12-14)
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Entonces la compañía de soldados, el comandante y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron, “Entonces los soldados romanos con su comandante y los guardias del templo arrestaron a Jesús, le ataron las manos”. Para más claridad se puede cambiar el orden de la primera frase: “Entonces el comandante al frente de los soldados romanos y junto con la guardia del templo ataron las manos de Jesús”. Esta última frase se entiende también como “maniataron a Jesús”. Es necesario especificar “las manos” para no dar la idea de que también le amarraron los pies y tuvieron que cargarlo.
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
El juicio judío. El principal interés de este relato del arresto está en la referencia a Caifás como sumo sacerdote de aquel año (13) y el recor datorio de Juan del incidente anterior que involucraba a Caifás (11:49-51). Anás, suegro de Caifás, había ejercido previamente la función de sumo sacerdote y aún tenía considerable influencia. Se menciona la reacción de sólo dos de los discípulos: Simón Pedro y otro discípulo (15). El último bien puede haber sido Juan, aunque su relación con el sumo sacerdote es difícil de explicar. Por medio de este discí pulo Pedro tuvo acceso al patio. En el relato de Juan, la triple negación de Pedro es puntualizada por el interrogatorio del sumo sacerdote a Jesús (19-24). Además de la referencia aquí al fuego, éste sólo se menciona en Luc. (Luc. 22:56). Sólo Juan hace notar el frío (18).
La respuesta de Jesús (20) al interrogatorio sugiere que el sumo sacerdote estaba tratando de averiguar alguna enseñanza secreta que Jesús hubiera dado a sus discípulos. El v. 20 sería un fuerte contraste a tal sugerencia. Si el sumo sacerdote quería evidencia, hubo amplia oportunidad para buscarla de entre los testigos. Este habría sido el procedi miento normal en un juicio conducido correctamente. Por cierto, los testigos de la defensa debieron haber sido llamados antes. Puede ser que Anás no consideraba que su examen era de orden oficial y que, por ello, no estaba obligado por las reglas legales. La bofetada de parte del oficial era otra irregularidad. El comentario de Jesús en el v. 23 era una tranquila demanda de una audiencia correcta. Pero las intrigas de sus opositores ya estaban en acción en contra de ello. Algunos ven una dificultad en la referencia al sumo sacerdote (Anás) en el v. 22 y la pos terior en el v. 24 (Caifás). Es probable que Anás retuviera el título aunque no la función.
La tercera persona que desafió a Pedro (25-27) era un familiar del hombre cuya oreja había cortado. Los Sinópticos no mencionan esto. Por el otro lado, Juan omite las blasfemias y maldiciones, seguidas por las amargas lágrimas.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
NOTAS
(1) O: “el quiliarca”. Gr.: ho kji·lí·ar·kjos; jefe de 1.000 soldados.
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
los alguaciles de los judíos. Mejor, los criados de las autoridades judías (de los principales sacerdotes).
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
Con estos versículos empieza la relación que San Juan hace de la pasión y crucifixión. De la intercesión hecha por nuestro Señor vamos pues, a pesar al de su sacrificio. Como los demás evangelistas, San Juan narra detalladamente esa triste historia, y, según notaremos después, menciona además varias circunstancias que, por sabias razones sin duda, fueron omitidas por Mateo, Marcos y Lucas.
Es de observarse en estos versículos hasta que extremo puede llegar la dureza de corazón de un apóstata. Judas sirvió de guía á los que aprendieron á Jesús, valiéndose del conocimiento que tenia del paraje á donde nuestro Señor solía retirarse; y se nos dice que cuando la cuadrilla de soldados y oficiales se acercó á Jesús para aprisionarlo él estaba en sus filas. Y sin embargo Judas, por el espacio de tres años había acompañado constantemente á Jesús, había visto sus milagros, había oído sus sermones, había gozado del beneficio de su instrucción privada, se había declarado como creyente suyo y aun predicado y trabajado en su nombre. Razón habría para preguntar: Señor, ¿qué especie de criatura es el hombre? Desde el goce de los más altos privilegios hasta los más profundos abismos del pecado hay una escala no interrumpida. El mal uso de esos privilegios parece embotar la conciencia. El mismo fuego que derrite la cera endurece el barro.
Guardémonos de fincar nuestras esperanzas de salvación en nuestros conocimientos religiosos por grandes que sean, ó en los privilegios espirituales que tengamos á nuestro alcance, por crecido que sea su número. «El que se piensa estar firme, mire no caiga.» 1Co 10:12. Y, sobre todo, precavámonos de abrigar en nuestros corazones algún pecado dominante, tal como el amor del dinero ó del mundo. Un solo agujero en el casco de un navío puede causar un naufragio, y un solo pecado que no sea resistido puede arrastrar á un cristiano á la ruina eterna. Acordémonos de Judas Iscariote. Su historia nos ha sido trasmitida para que nos sirva de escarmiento.
Notemos, en seguida, que Jesús se sometió al sufrimiento de su propia y libre voluntad. Se nos refiere que la primera vez que nuestro Señor se dio á conocer á los soldados, estos volvieron atrás y cayeron en tierra. No cabe duda de que un poder invisible fue comunicado á las palabras de Jesús cuando dijo: «Yo soy.» No puede explicarse de otra manera como una partida de soldados romanos, avezados á las armas, cayeran atónitos al suelo en presencia de un hombre solo é inerme. La misma fuerza misteriosa que dejó á los fariseos sin medios de ofender cuando nuestro Señor entró triunfante á Jerusalén, que contuvo toda oposición cuando arrojó á los que vendían y compraban en el templo, esa misma fuerza se manifestó en la ocasión á que nos referimos. Fue un verdadero milagro, aunque pocos quisieron apercibirse de él. Precisamente en el momento en que parecía más desamparado é indefenso, nuestro Señor manifestó que era poderoso.
Si sufrió, fue, por lo tanto, espontáneamente. Si murió, no fue porque no pudiera impedirlo, ó porque no pudiera libertarse de las manos homicidas de sus enemigos. Es que estaba empeñado con todo el entusiasmo de su espíritu en la obra sacrosanta de nuestra redención. El nos amó y se entregó por nosotros no solo de buena voluntad sino con alegría. Meditemos sobre estas verdades y tengamos buen ánimo. Nuestro Salvador tiene más voluntad de salvarnos que nosotros tenemos de ser salvos. Si no nos salvamos, la culpa es nuestra.
Debemos notar, además, con cuánta ternura veló nuestro Señor por la seguridad de sus discípulos. Aun en eso momento supremo, cuando se acercaban las horas de su pasión, no se olvidó del puñado de creyentes que lo rodeaba. Sabiendo cuan débiles eran, él no ignoraba que no estaban en aptitud de pasar por la dura prueba de presentarse en el palacio del Sumo Sacerdote y en el tribunal de Pilato; y por lo tanto, en su benignidad les proporcionó los medios de escapar.
«Si á mí buscáis,» dijo, «dejad ir á estos.» Es bien probable que en ese caso también sus palabras ejercieron un influjo milagroso en el ánimo de las personas á quienes iban dirigidas. Por lo menos, en nada se molestó á los discípulos.
De esta pequeña circunstancia podemos juzgar de qué manera obra Jesucristo para con los creyentes aun el día de hoy. Jamás permite que sean tentados de una manera más fuerte de lo que puedan resistir. Con su mano poderosa detiene el curso de los huracanes y de las tempestades, y no deja á sus discípulos abandonados á su propia suerte. Vela compasivamente sobre cada uno de sus hijos, y como experto facultativo, calcula con exactitud infalible su fuerza pasiva. «Jamás perecerán y nadie los arrebatará de su mano.» Joh 10:28. Aun en la hora más angustiosa Jesús nos contempla: si confiamos en él, nuestra salvación es, por lo tanto, segura.
Es de advertirse, por último, cuan completamente se sometió Jesús á la voluntad de su Padre. En otro lugar se nos dice que exclamó: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa.» Después exclamó otra vez; «Si no puede esta copa pasar de mí sin que yo la beba, hágase tu voluntad.» Mas en el pasaje de que nos ocupamos se nota que dijo todavía con mayor complacencia: «¿No tengo de beber la copa que mi Padre me ha dado?.
He aquí un ejemplo bien digno de imitación para todos los que se llaman cristianos. Aunque nosotros no podemos llegar á la altura de nuestro Maestro, ese ejemplo es el blanco hacia el cual debemos dirigir nuestros esfuerzos. Del empeño de seguir nuestro capricho y de hacer solo lo que nos gusta dimanan muchas de nuestras desgracias en este mundo. Por otra parte, la costumbre de encomendarnos á Dios por medio de la oración y de pedirle que haga con nosotros lo que sea de su agrado, es una fuente de paz. Fue por su voluntariedad que Adán y Eva cayeron é introdujeron el pecado y la desgracia en el mundo.
Quien subordina su voluntad á la divina, se prepara mejor para entrar á esa celestial morada donde solo reinará la voluntad de Dios.
Fuente: Los Evangelios Explicados
Gr., quiliarca; i.e., oficial romano al mando de mil soldados