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Comentario de Juan 20:11 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Juan 20:11 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Pero María Magdalena estaba llorando fuera del sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro

María debió regresar con Pedro y Juan (vv. Jua 20:3, Jua 20:4), pero se quedó fuera del sepulcro después que estos se fueron. Los ángeles (v. Jua 20:12) son principalmente los mensajeros de Dios. Su mensaje a María y a los otros aparece completo en Luc 24:4-7.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

llorando. El sentimiento de pena y dolor de María debió conducirla de regreso a la tumba. Parece que no se cruzó en el camino con Pedro o Juan y por eso ignoraba la resurrección de Jesús (vea el v. Jua 20:9).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

EL GRAN RECONOCIMIENTO

Juan 20:11-18

Pero María se quedó llorando a la entrada de la tumba. Llorando como estaba, se inclinó hacia abajo para mirar dentro de la tumba, y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado colocado el cuerpo de Jesús. Y le dijeron:
Mujer, ¿por qué estás llorando?
-Porque se han llevado a mi Señor -les contestó María-, y no sé adónde.
Entonces se dio la vuelta, y vio a Jesús que estaba allí de pie; pero no se dio cuenta de que era Él. Jesús le dijo:
Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?.
Ella, tomándole por el hortelano, Le contestó:
-Señor, si has sido Tú el que Te Le has llevado, dime dónde Le has puesto, y yo me Le llevaré.
-¡María! -le dijo Jesús.
-¡Rabbuní! -que quiere decir «maestro mío», Le contestó ella. Y Jesús le dijo:
-Suéltame, que todavía no he ascendido a Mi Padre; pero ve a decirles a Mis hermanos que voy a ascender a Mi Padre, Que es vuestro Padre, y a Mi Dios, Que es vuestro Dios.
María Magdalena llegó diciéndoles a los discípulos:
-¡He visto al Señor!
Y les dijo todo lo que Él le había dicho.

Se ha dicho que esta escena es la más grande historia de reconocimiento de la literatura universal. A María corresponde la gloria de haber sido la primera persona que vio a Cristo Resucitado. Toda la historia está salpicada de referencias a su amor. Había vuelto a la tumba; había llevado la noticia de la tumba abierta a Pedro y Juan, que deben de haberla dejado atrás en su carrera a la tumba; así es que, para cuando ella llegó, ellos ya se habían vuelto a su alojamiento, tal vez por otro camino. El caso es que aquí nos la encontramos otra vez a la entrada de la tumba, llorando desconsoladamente.
No hay por qué buscar razones complicadas para explicar el que no reconociera a Jesús. Lo más sencillo y conmovedor es que no Le veía a través de las lágrimas.
Toda su conversación con el Que tomó por el hortelano revela su amor. «Si has sido Tú el que Te Le has llevado, dime dónde Le has puesto.» No mencionó el nombre de Jesús; supuso que todo el mundo sabría a Quién estaba buscando; tenía la mente tan llena de Él que no le quedaba sitio para nadie más en todo el mundo. «Y yo me Le llevaré.» ¿Cómo se Le iba a llevar, y adónde, una mujer sola? Pero ella ni siquiera se había planteado esos problemas. Lo único que anhelaba era poder llorar su amor sobre el cuerpo muerto de Jesús. Tan pronto como Le contestó al Que había tomado por el hortelano, se daría la vuelta hacia la tumba, dándole la espalda a Jesús. Y entonces no hizo falta más que una palabra: «¡María!» Y otra de respuesta: «¡Maestro mío!» (Rabbuní es la forma aramea de Rabí, que Juan interpreta para sus lectores griegos como es su costumbre).

Las siguientes pueden haber sido las razones por las que María no reconoció en un principio a Jesús.
(i) No nos damos cuenta de hasta qué punto la Resurrección fue una sorpresa gloriosa pero totalmente inesperada para los amigos de Jesús. Es verdad que Él se la había anunciado; pero también que ellos no Le habían comprendido, como se nos dice una y otra vez. Aunque nos extrañe, Jesús era la última Persona Que creían que podían encontrarse casualmente.
(ii) A María, las lágrimas no le permitieron reconocerle: le cegaron los ojos para que no Le pudiera ver. Cuando perdemos a un ser querido, hay tristeza en el corazón y lágrimas que se derraman o que no se derraman. Pero hay algo que debemos recordar: entonces nuestro dolor es en esencia egoísta. Lo que sentimos es nuestra soledad, nuestra pérdida, nuestra desolación. No podemos sentir que alguien haya ido como invitado de Dios; es por nosotros por los que lloramos. Es natural e inevitable. Al mismo tiempo, no debemos dejar que las lágrimas nos cieguen a la gloria del Cielo. Lágrimas ha de haber, pero a través de ellas debemos vislumbrar la gloria.

(iii) No pudo reconocer a Jesús porque no hacía más que mirar hacia el otro lado. No podía apartar los ojos de la tumba, así es que Le estaba dando la espalda. También eso nos sucede a menudo. En esos casos nuestros ojos están fijos en la fría tierra de la tumba; pero tenemos que arrancarlos de ahí: ahí no es donde están nuestros seres queridos; sus cuerpos desgastados puede que sí, pero su persona real está en los lugares celestiales en comunión con Cristo y en la gloria de Dios.

Cuando viene la aflicción, no debemos dejar que las lágrimas nos cieguen a la gloria, ni tampoco fijar nuestros ojos en la tumba olvidando el Cielo. Alan Walker, en su Calvario de todo el mundo, nos cuenta que una vez estaba oficiando en un funeral ante personas para las que el culto no era más que una fórmula, y que no tenían ni fe cristiana ni ningún contacto con la iglesia. «Cuando se terminó el oficio, una joven miró hacia la tumba y dijo quebrantada: «¡Adiós, padre!» La palabra «Adiós» es el final para los que no tienen la fe cristiana.» Pero para nosotros ese momento es literalmente «¡A Dios!», con lo que queremos decir: «¡Hasta la vista!»

COMPARTIENDO LA BUENA NOTICIA

Juan 20:11-18 (conclusión)

Hay una dificultad innegable en este pasaje. Cuando se ha completado la escena del reconocimiento, a primera vista, en cualquier caso, Jesús le dijo a María: «No me toques, porque todavía no he ascendido al Padre.» Y unos pocos versículos más adelante nos encontramos con. que Jesús invita a Tomás a que Le toque (Jn 20:27 ). Lucas también nos presenta a Jesús invitando a Sus aterrados discípulos: «¡Miradme las manos y los pies! ¡Mirad, soy Yo! ¡Tocadme y miradme! Un fantasma no es una persona de carne y hueso como veis que soy Yo» (Lc 24:39 ). En el relato de Mateo leemos que «ellas se Le acercaron, se abrazaron a Sus pies y Le adoraron» (Mt 28:9 ). La expresión de Juan también es difícil de entender. Pone en boca de Jesús: «No Me sujetes, que todavía no he ascendido a Mi Padre,» como diciendo que se Le podría tocar después de ascender. No hay ninguna explicación que sea totalmente satisfactoria.

(i) Se le ha dado una explicación espiritual a todo esto. Se ha afirmado que el único contacto real con Jesús es posible solamente después de la Ascensión; que no es el contacto físico con las manos lo verdaderamente importante, sino el que establecemos por la fe con el Señor Resucitado y Viviente. Eso es indudablemente cierto y precioso, pero no parece ser el sentido de este pasaje.

(ii) Se ha sugerido que el griego es realmente una traducción inexacta de un original arameo. Es verdad que Jesús hablaría en arameo, y no en griego; y que lo que nos dice Juan aquí es la traducción de lo que dijo Jesús. Se sugiere que lo que Jesús dijo realmente fue: «¡No me retengas; sino, antes de que Yo ascienda a Mi Padre, ve a decirles a Mis hermanos…» Sería corno si Jesús hubiera dicho: «No te detengas tanto adorándome con el gozo de tu nuevo descubrimiento. Ve a darles la noticia a los demás discípulos.» Puede que sea esta la mejor explicación. El imperativo griego es un imperativo presente, y en estricta literalidad quiere decir: «¡Deja de agarrarme!» Puede que Jesús le estuviera diciendo a María: «No sigas sujetándome egoístamente para ti sola. Dentro de poco vuelvo a Mi Padre. Antes quiero pasar con Mis discípulos el mayor tiempo posible. Ve a darles la buena noticia para que no perdamos nada del tiempo que ellos y Yo podemos compartir.» Así se obtiene un sentido excelente, y de hecho eso fue lo que hizo María.

(iii) Queda otra posibilidad. En los otros tres evangelios se hace hincapié en el temor de los que reconocieron a Jesús de pronto. En Mt 28:10 , las palabras de Jesús son: «¡No tengáis miedo!» En Mr 16:8 , el relato termina: «…se había apoderado de ellas un temblor y un miedo terrible… porque estaban atemorizadas.» En Lc 24:5 se nos dice que «se llevaron tal susto que no se atrevían ni a levantar la mirada del suelo.» En el relato de Juan no se menciona ese miedo paralizador. Ahora bien: a veces los que copiaban los manuscritos antiguos cometían errores, porque no era nada fácil leerlos. Algunos investigadores creen que lo que Juan escribió no era ME MOY APTOY, «no Me toques», sino ME PTOOY, «no tengas miedo» (El verbo PTOEIN quiere decir «estremecerse de miedo»). En ese caso, Jesús le estaba diciendo a María: «No tengas miedo; todavía no Me he ido a Mi Padre; todavía estoy aquí con vosotros.»

Como ya dijimos, ninguna de estas explicaciones es totalmente satisfactoria; pero tal vez la segunda es la mejor de las tres que hemos considerado.
Lo que está claro es que Jesús le dijo a María que volviera a los discípulos con el mensaje de que lo que les había dicho a menudo estaba a punto de suceder: Jesús volvía a Su Padre; y María llegó con la noticia: «¡He visto al Señor!»
El mensaje de María contiene la esencia del Evangelio, porque un cristiano es el que puede decir: «He visto al Señor.» El Cristianismo no quiere decir saber de Jesús, sino conocer a Jesús. No es poder discutir acerca de Jesús, sino encontrarse con Él. Quiere decir tener la certeza de que Jesús está vivo.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

b. María Magdalena se encuentra con Jesús (vv. Jua 20:11-18)

Análisis de discurso

TÍTULO: Aquí hay mucha coincidencia entre las versiones: Jesús se aparece a María Magdalena (RV95, DHH, TLA), Aparición a María Magdalena (NBE), La aparición de Jesús a María Magdalena (LPD). Pensamos que estos títulos no hacen justicia a la importancia de la encomienda registrada. Por ello proponemos Jesús hace de María Magdalena la apóstol de los apóstoles.

Análisis textual y morfosintáctico

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

Este v. retoma el relato acerca de María Magdalena que se había interrumpido en el v. Jua 20:2, por eso se puede comenzar este versículo así: “Volviendo al caso de María Magdalena” o “En cuanto a María Magdalena, ella estaba de pie afuera de la tumba llorando. Mientras seguía llorando desconsoladamente se asomó para ver dentro de la tumba”. El texto tiene el verbo “llorar” repetido, lo que se puede entender como la acción continua de llorar de María Magdalena, lo que se puede expresar como “María Magdalena lloraba y lloraba inconsolable”. Aunque literalmente el texto dice “entonces como lloraba se inclinó hacia la tumba”, se puede introducir una oración de propósito, como: “para ver dentro de la tumba”, se inclinó para mirar dentro del sepulcro, «se agachó para mirar dentro» (DHH).

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

Jesús se aparece a María. La fe aún no había comenzado a aparecer en María. Estaba convencida de que el cuerpo había sido robado (13). Los ángeles no le dieron palabras de consuelo, sino de suave reproche. No debería haber estado llorando frente a la tumba vacía, pero no había ido más allá de la teoría del ladrón de tumbas. Primero pensó que el jardinero era el culpable (15). Es fácil entender que confundió a Jesús con el jardinero debido a sus lágrimas. Cuando Jesús le hizo la misma pregunta que los ángeles, abruptamente expresó su pedido del cuerpo de Jesús. En este punto, Jesús estaría a sus espaldas, pero se dio vuelta inmediatamente al reconocer su voz. El uso de su nombre por parte de Jesús muestra un toque de ternura. La palabra Raboni (16), que Juan traduce para beneficio de sus lectores gentiles, no es la más elevada confesión, pero demuestra una relación restaurada.

Lo más probable es que el verbo suéltame (17), tradicionalmente traducido “no me toques”, deba entenderse en el sentido de “no sigas aferrándote a mí”. Esto no estaría en contradicción con la invitación a Tomás en el v. 27. Jesús implicaba que después de la ascensión habría una relación diferente, pero no indicaba que después de ese evento se permitiría tocarle, porque es claro que eso no hu biera sido comprensible. El hecho es que “tocar” no es la base para una fe permanente. En el caso de Tomás, estaba dudando de la realidad de los informes de la resurrección. Jesús dijo a María que hiciera saber que subo (más bien que “vuelvo”) en el sentido de un proceso continuado que aún no había alcanzado su clímax. La distinción entre mi y vuestro en este versículo es significativo porque establece la filiación de Jesús sobre un nivel diferente que la de los apóstoles. Cuando María anunció su experiencia (18), estaba más impresionada con su encuentro con el Señor que con el mensaje sobre la ascensión.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

María estaba…llorando. Ella seguramente siguió a Juan y Pedro y regresó a la tumba (vers. 3). Aquí la palabra llorando denota llanto audible e incontenible.

Fuente: La Biblia de las Américas

11 super (1) Lit., lamentándose; así también en los vs.13,15,

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

El capítulo que pasamos á examinar nos trasporta de la muerte á la resurrección de Jesucristo. Á semejanza de los otros tres Evangelistas, San Juan refiere detenidamente los pormenores de esos dos grandes acontecimientos. Ni es esto de extrañarse: el gran sistema del Cristianismo estriba sobre estos dos hechos–que Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
En este pasaje se nos enseña que los que han recibido mayores beneficios de Jesucristo son los que más lo aman. La primera persona que menciona San Juan, de las que vinieron al sepulcro de Jesús, es María Magdalena. La mayor parte de la historia de esta mujer nos es desconocida, pero sí sabemos que el Señor le había echado fuera «siete demonios» (Mar 15:9 : Lucas 8.2), y que su gratitud hacia él no tenía límites. En una palabra, ningún discípulo de nuestro Señor parecía amarlo tanto como María Magdalena; ninguno estaba tan agradecido; ninguno tenía tan buena voluntad en servirle. Por eso, como bellamente lo expresa el obispo Butler, «Ella fue la última en separarse del pié de la cruz, y la primera en acudir al lado del sepulcro. No pudo estar tranquila hasta que se levantó á buscarle, y lo buscó cuando aún el día no había esclarecido suficientemente para poderlo ver.» Habiendo recibido muchas bendiciones, amó con mucha vehemencia; y habiendo amado con vehemencia, se esforzó en manifestar la sinceridad de su amor.
Lo que queda dicho nos pondrá en aptitud de comprender mejor una cuestión de grande interés para todo verdadero discípulo de Jesucristo. ¿Cómo es que profesan creer? ¿Cómo es que muchos, cuya fe y cuyas virtudes no podrían negarse sin calumniarlos, toman tan poco interés en propender por la difusión del Evangelio y glorificar á Jesucristo sobre la tierra? Á estas preguntas solo puede darse una respuesta: es que esos cristianos no se han formado una idea adecuada de los inmensos beneficios que han recibido de Jesucristo. Quien no se apercibe de sus culpas, no hace nada por la causa; y quien se apercibe poco, hace poco. El hombre que tiene convicción íntima de su culpabilidad y corrupción, y que está plenamente persuadido que á no ser por la mediación de Cristo, seria merecidamente sumergido en el infierno, ese hombre, decimos, es el que se afana por servir á Jesús, y el que cree que, por mucho que haga, ha faltado á su deber. Pidamos diariamente á Dios nos haga percibir más y más cuan horrible es el pecado, y cuán benigno es el Redentor. Así dejaremos de ser tibios e indiferentes con relación a nuestros deberes religiosos, y así alcanzaremos a comprender cómo era que María de Magdala estaba animada de un celo tan intenso y cómo fue que San Pablo escribió las siguientes palabras: «El amor de Cristo nos constriñe; juzgando esto: que si uno murió por todos, luego todos estaban muertos; y que murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó.» 2 Cor. 5.14 y 15.
En estos versículos se nos enseña, en segundo lugar, que los creyentes difieren mucho en índole.
Dejase esto ver de una manera notable en lo que Pedro y Juan hicieron cuando María Magdalena les dijo que el cuerpo del Salvador había desaparecido.
Ambos corrieron hacia el sepulcro; pero Juan adelantó a Pedro y llegó primero. Mas la diferencia de índole se descubre en esto: que Juan como más suave en sus modales, mas sosegado, mas tierno, mas reservado y de sentimientos más profundos, se inclinó a la entrada y miró, más no penetró dentro; en tanto que Pedro como más fogoso, más entusiasta, más fervoroso y más precipitado en sus acciones, no se contentó hasta que no hubo penetrado en el sepulcro y mirando con sus propios ojos. Ambos, sin duda, amaban a nuestro Señor; ambos sentían el corazón, en aquella hora solemne, lleno de encontrados deseos y temores, esperanzas y zozobras. Y sin embargo, cada uno se condujo de una manera distinta.
Ese suceso debe enseñarnos a ser indulgentes con los creyentes por su diversidad de caracteres. Si así lo hiciéramos nos evitaremos en la vida muchos desazones y nos guardaremos de formar juicios que pequen contra la caridad cristiana. No censuremos ni menospreciemos a nuestros hermanos porque dejen de percibir las cosas como nosotros las percibimos, o porque no se sientan impresionados de la misma manera que nosotros nos sentimos. Las flores de ese gran jardín que se llama la iglesia invisible no son del mismo color ni despiden el mismo aroma. Los súbditos del reino del Señor no son exactamente del mismo genio y las mismas inclinaciones, aunque todos aman al mismo Salvador y tienen inscritos sus nombres en el libro de la vida. Unos se parecen a Pedro, otros a Juan, más para todos hay lugar, para todos hay esfera de acción. Amemos a los que aman a Jesucristo, y demos gracias a Dios de que se hallen animados de tales sentimientos. Ese amor es lo esencial.
En ese pasaje se nos enseña, finalmente, que aún las mentes de los verdaderos creyentes pueden adolecer de mucha ignorancia. Juan, el evangelista, dice de sí mismo y de Pedro, su compañero, que aún no sabían la Escritura relativamente a que era necesario que Jesús resucitase de entre los muertos. ¡Cuán extraño no parece eso! Estos dos apóstoles distinguidos habían oído a nuestro Señor hablar, por tres largos años, de su resurrección con un hecho que había de acontecer, y no obstante no le habían entendido. Nosotros no nos formamos una idea adecuada del influjo que tienen sobre la mente las enseñanzas erróneas inculcadas en la infancia, o las preocupaciones adquiridas en la juventud. Ciertamente ningún ministro del Evangelio tiene derecho para quejarse de la ignorancia de sus oyentes.
Mas la fe y no la ciencia es lo esencial. El Salvador que está de nuestra parte es muy indulgente y disimula y perdona mucha ignorancia cuando ve que el corazón es recto a los ojos de Dios. Es cierto que hay algunas cosas que nos es necesario saber, y que si las ignoramos no podemos ser salvos; tales son, por ejemplo estas: que somos pecadores, que Jesucristo es nuestro Salvador, que la fe y el arrepentimiento son indispensables para obtener el cielo. Más en otros respectos se puede ser muy ignorante. Esforcémonos por adquirir conocimientos, pues la ignorancia es hasta cierto punto deshonrosa, más ante todo, cuidemos de que nuestro corazón sea recto a los ojos de Dios.

Fuente: Los Evangelios Explicados

R624 La preposición πρός tiene un sentido locativo en los vv. 11 y sigs., y significa: cerca o frente a (en -M54).

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego