Mientras pasaba Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento,
Esta es la sexta de las siete señales hechas por Jesús que Juan registra. Todo el capítulo se dedica a ese evento y al efecto que tuvo sobre el hombre que nació ciego, sus padres, los vecinos y los líderes de los judíos. 9:1 Al pasar Jesús, — Es difícil precisar cuándo sucedió este evento, porque Juan no se preocupaba por la cronología exacta de los eventos de la vida de Jesús, pero no es necesario concluir que los sucesos del cap. 9 siguieran inmediatamente después de los del cap. 8. No es muy razonable que los discípulos hayan hecho esta pregunta en los mismos momentos en los que los judíos tomaron piedras para arrojárselas (8:39).Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
vió un hombre ciego de nacimiento. Jua 9:32.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
El hombre nacido ciego recupera la visión, Jua 9:1-7;
luego es traído a los fariseos, Jua 9:8-12.
Despúes de interrogarlo, lo expulsan, Jua 9:13-34;
pero él es recibido por Jesús y confiesa su nombre, Jua 9:35-38.
La ceguera espiritual, Jua 9:39-41.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
El hombre ciego de nacimiento era un mendigo (v. Jua 9:8). Los mendigos esperaban en las puertas del Templo por las donaciones que les daban los adoradores. Por lo tanto, es probable que esta escena tenga lugar cerca del Templo justo después de la confrontación registrada en el capítulo Jua 9:8.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
Capitulo 9.
Narración del milagro, 9:1-7.
La conexión narrativa de este milagro con lo anterior no es muy clara. Para unos ha de unirse con la siguiente (Westcott, Bernard) del capítulo 10, basándose en Jua 10:22. Pero esta razón no es concluyente. Si algo pudiera sugerir la narración, parecería que fuese la alusión a las aguas de Siloé, que tanta actualidad litúrgica tenían en la fiesta de los Tabernáculos; acaso esta evocación pudiese ligar esta narración más directamente con esta festividad. Al menos se pensaría que su situación literaria pudiese ser evocada por las narraciones anteriores (c.7 y 8), que tienen lugar en la festividad de los Tabernáculos. Pero lo que más puede pedir otro contexto histórico es que, después que buscaban prenderle (Jua 7:30) y lapidarle (Jua 8:59), a continuación actúa y habla libremente con los fariseos. Posiblemente suponga esto una circunstancia histórica anterior a los capítulos 7 y 8.
1 Pasando, vio a un hombre ciego de nacimiento, 2 y sus discípulos le preguntaron diciendo: Rabí, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego? 3 Contestó Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. 4 Es preciso que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día; venida la noche, ya nadie puede trabajar. 5 Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo. 6 Diciendo esto, escupió en el suelo, hizo con saliva un poco de lodo y untó con él los ojos, 7 y le dijo: Vete y lávate en la piscina de Siloé – que quiere decir “enviado” – . Fue, pues, se lavó y volvió con vista.
La escena se introduce escuetamente diciendo que, “pasando” Cristo, vio a “un hombre ciego de nacimiento.”
Sabido es que los enfermos pedían habitualmente limosna a la puerta del templo (Hec 3:2-10). Acaso fuese aquí donde estaba este ciego, al que Cristo miró con misericordia al pasar al templo.
Los “discípulos” que le acompañaban, le preguntaron quién había pecado para que naciese ciego: si él o sus padres.
Era una creencia popular, que enseñaban los mismos rabinos, que todo padecimiento físico o moral era castigo al pecado 1. Aunque varios profetas anunciaban que se anulaba el castigo por solidaridad de los padres en los hijos (Isa 31:29.30; Eze 18:2-32), sin embargo, esta creencia primera estaba completamente arraigada en el pueblo 2. Tanto que existían las dos corrientes 3. A esto responde esta pregunta de los “discípulos.” Más aún, la doble pregunta que le hacen, si pecó él o sus padres, era una preocupación y tema doble que se refleja en la literatura rabínica 4.
Pero, tratándose de un ciego de nacimiento, ¿cómo pudo pecar antes de nacer? Se pensó por algunos autores en la hipótesis, que habría que suponer divulgada entre el pueblo, de la “preexistencia” de las almas, que, según Joséfo, admitían los esenios 5; o la inclinación al mal en el seno de la madre 6; o por razón del acto conyugal (Sal 51:7), que, en aquella mentalidad, causaba impureza ritual 7. Probablemente esto era una creencia popular, no bien justificada, pero que acaso había nacido por una conclusión de no saber interpretar las retribuciones materiales prometidas en la Ley.
Pero, ante esta errónea concepción popular, Cristo descubre un gran misterio. No pecó ni él ni sus padres. Este problema del dolor, que ingresó en el mundo por el pecado de origen, tiene, sin culpa personal del sujeto, una finalidad profunda en el plan de Dios: “que sean manifestadas en él (ciego) las obras de Dios.” No solamente es para mérito del justo, como en el caso de Job, sino que aquí se muestra esta otra profunda finalidad en el plan de Dios: su gloria (Jua 11:4), al patentizarse estas intervenciones maravillosas – los milagros – , que son “signos” de la obra de la salud y de la grandeza de Cristo (Jua 5:36; Jua 10:32.37; Jua 10:14).
En un paréntesis (v.4.5) expone Cristo, en una pequeña alegoría, el tema y “símbolo” del milagro que va a realizar. Al modo que se trabaja en el día y se descansa en la noche en aquel medio ambiente, así Cristo ha de realizar estas “obras” en el día (Jua 5:17), que es la hora de su vida pública, de su “manifestación,” pues El, “mientras está en el mundo, es Luz del mundo.” Llegará la “noche,” la hora de su muerte, en que desaparecerá visiblemente El, la Luz, del mundo. Sin embargo, críticamente parece ser la lectura en plural: “nos conviene obrar” (v.4). Aunque aparece ésta en la mayor parte de los manuscritos, la forma singular parece ser una corrección. Jn con el plural, podría advertir a los cristianos la necesidad de “hacer las obras de Dios” (Jua 6:28b) 7.
El “simbolismo” de este milagro queda aquí destacado y centrado: Cristo “iluminador.” Va a abrir los ojos a un ciego para que lo vean a El; .para iluminar su alma con su luz de vida (v.35-38).
El milagro va a realizarse. Tiene primero una preparación. Cristo “escupió en el suelo,” e inclinándose, hizo en el suelo, con aquella saliva y el polvo, un poco de “lodo.” Y tomándolo con las manos, no sólo lo puso encima de los ojos del ciego, sino que los “ungió,” los frotó con ello. Fácilmente se reconstruye la escena de este ciego. Sus ojos estarían abiertos; descentradas sus pupilas y blancas, como se ven tantos ciegos en Jerusalén. Y Cristo tapó, cerró aquellos ojos con el barro. Es “ceguera sobre ceguera.” 8.Y le dijo al mismo tiempo: Ahora “vete y lávate en la piscina de Siloé – que quiere decir Enviado – . Fue, se lavó, y volvió viendo.”
La saliva era considerada en la antigüedad como remedio curativo de la vista 9. Cristo había usado, simbólicamente, este remedio para curaciones instantáneas en otras ocasiones (Mat 7:33; Mat 8:23). El barro aparece recomendado como remedio de tipo tu-moral o inflamatorio en los ojos sólo en un poema del siglo III d. C. 10. Pero este tipo de emplasto estaba prohibido usarlo para curar en día de sábado 11. Manifiestamente, ni estos elementos son colirios curativos, ni a nadie se le podía ocurrir que, “cegándole” con barro, el ojo muerto iba a curarse, ni Cristo pretende curarlos con ello; pues, aplicado éste, no se produce la curación; ésta se realiza al lavarse en la piscina de Siloé.
¿Qué significaba, pues, aquí esta acción? Algunos Padres pensaron que tenía un valor simbólico, al estilo de los antiguos profetas (1Re 22:11; Isa 8:1-4.18; Jer 19,lss; Isa 27:2ss). San Ireneo pensaba que Cristo con esto simbolizaba o evocaba el acto de la creación – el hombre formado de barro – , poniéndose así en el mismo plano del Creador 12. Lo que parece lógico, puesto que el milagro se va a producir en Siloé, es que con este lodo quiere plastificar más el milagro que va a realizarse al “cegar” de esta manera a aquel ciego de nacimiento. Y si con el lodo usa saliva, que se la creía con propiedades curativas, aquí es usada solamente como medio de formar el lodo, y así “cegar” a aquel ciego. Cristo Luz quiere demostrar bien que es sólo su poder el que le comunicará la luz a los ojos, como realidad y símbolo a un tiempo de la luz que le va a comunicar, por la fe, al espíritu (v.35-38).
La piscina de Siloé es un rectángulo de 24 metros de largo por cinco y medio de ancho. El agua que contiene no es por manantial, sino que le viene por un canal subterráneo tallado en la roca de la colina de Ofel. Tiene uno 530 metros de largo y toma su agua de la actual «Ain Sitti Mariam,” la antigua Gihón. Este canal lo construyó el rey Ezequías (2Re 20:20; 2Cr 32:30; Isa 22:11; Eco 48:19) 13. Ni tenían sus aguas propiedades curativas (Jua 5:2-4).
Juan dice que Siloé significa “enviado.” Es un dato característico del valor histórico-simbolista” de este evangelio. El nombre de Siloé (Shiloah = el que envía; Isa 8:6) es el canal de Ezequías que conduce el agua a la piscina. Y en este dato ve Juan un dato simbolista que ilumina esta escena. Pues en este nombre, del verbo shalah, enviar, ve él un símbolo de Cristo, cuyo tema constante de su evangelio es que es “el Enviado.” Y si Cristo envía a este ciego a lavarse en Siloé, lo envía, realmente, a lavarse, cuerpo y alma, en El, pues lo envía a su poder de Enviado.
Precisamente en la liturgia judía de la fiesta de los Tabernáculos, se iba a buscar, ritualmente, agua a Siloé para derramarla en el altar, y cuya agua era símbolo de las bendiciones mesiánicas 14. Es todo ello evocar que es en Cristo donde están las bendiciones mesiánicas.
Si la etimología Jn la toma en pasiva, y el nombre de Siloé (Shiloah) es activa, no es más que un caso ordinario de construcción de etimología al modo popular, por sola asonancia o “aproximación.” 15
No sería nada imposible que, en el pensamiento al menos de Jn, esté aludido en estas aguas de Siloé – el agua del Enviado – el bautismo cristiano. Tanto por el “simbolismo” de su evangelio cuanto por haber hablado de él en el capítulo 3 (Jua 3:3-7), lo mismo que por la época de composición de su evangelio. A esto mismo parece llevar el v.32, como se verá en su lugar. Además la lectura del v.6 en que se dice que “puso (έπέθηκεν ) sobre los ojos” el “lodo,” tiene en varios códices la palabra que, para decir lo mismo, se usa en el v.1 1: le “ungió (επέχρισεν ) los ojos.” Y la “unción” formaba parte del rito bautismal ya en la liturgia primitiva (Contituciones Apostólicas 7:22). Y hasta podría ser eco de leerse este pasaje – o su núcleo – en alguna catequesis bautismal.
El remitirlo a Siloé era una prueba para su fe. Así había hecho el profeta Elíseo con Naamán, sirio, haciéndole ir a lavarse siete veces en el Jordán para curar de su lepra (2 Re 5:lss; cf. Isa 8:6).
Discusión popular sobre la curación,Isa 9:8-12.
El evangelista trae a continuación un doble relato de discusiones sobre el milagro. Con ello se tiende a autentificar y poner en claro la verdad del milagro. La primera discusión que se recoge es, como era lógico, la discusión popular.
8 Los vecinos y los que antes le conocían, pues era mendigo, decían: ¿No es éste el que estaba sentado pidiendo limosna? 9 Unos decían que era él; otros decían: No, pero se le parece. El decía: Soy yo. 10 Entonces le decían: Pues ¿cómo se te han abierto los ojos? 11 Respondió él: Ese hombre llamado Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: Vete a Siloé y lávate; fui, me lavé y recobré la vista. 12 Y le dijeron: ¿Dónde está ése? Contestó: No lo sé.
La discusión comienza, como era lógico, entre los “vecinos” y entre los que “antes le conocían” (v.8).
Como Cristo envió al ciego a curarse a Siloé, éste, al curar aquí, seguramente fue a los suyos. Un ciego rehecho cobra una fisonomía distinta. De ahí el que surjan las disputas en torno a él: algunos negaban que fuese el mismo. La sorpresa mayor era que “jamás se oyó decir que nadie haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.” Pero, sobre todo, gritaba él diciendo que era el mismo.
Y vinieron las preguntas obligadas sobre quién le había curado y de qué modo. De Cristo sólo supo decir su nombre, con el que acusa la fama que Cristo tenía y la noticia que de ella le había llegado; pero ignoraba dónde estuviese después de su cura. Lo mismo que le dijeron la preparación curativa del lodo.
Discusión del milagro por los fariseos, 9:13-34.
Después de estas primeras reacciones de sorpresa en los “vecinos” y algunas gentes que le conocían, el milagro va a ser sometido a un proceso ante los “fariseos,” porque esto había sido hecho violando el reposo del “sábado.”
13 Llevan a presencia de los fariseos al antes ciego, 14 pues era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. 1S De nuevo le preguntaron los fariseos cómo había recobrado la vista. El les dijo: Me puso lodo sobre los ojos, me lavé y veo. 16 Dijeron entonces algunos de los fariseos: No puede venir de Dios este hombre, pues no guarda el sábado. Otros decían: ¿Y cómo puede un hombre pecador hacer tales milagros? Y había desacuerdo entre ellos. 17 Otra vez dijeron al ciego: ¿Qué dices tú de ese que te abrió los ojos? El contestó: Que es profeta. 18 No querían creer los judíos que aquél era ciego y que había recobrado la vista, hasta que llamaron a sus padres, 19 y les preguntaron, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, de quien vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo ahora ve? 20 Respondieron los padres y dijeron: Lo que sabemos es que éste es nuestro hijo y que nació ciego; 21 cómo ve ahora, no lo sabemos; quién le abrió los ojos, nosotros no lo sabemos; preguntádselo a él; edad tiene; que él hable por sí. 22 Esto dijeron sus padres porque temían a los judíos, que ya éstos habían convenido en que, si alguno le confesaba Mesías, fuera expulsado de la sinagoga. 23 Por esto sus padres dijeron: Edad tiene, preguntadle a él. 24 Llamaron, pues, por segunda vez al ciego y le dijeron: Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador. 25 A esto respondió él: Si es pecador, no lo sé; lo que sé es que, siendo ciego, ahora veo. 26 Dijéronle también: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? 27 El les respondió: Os lo he dicho ya y no habéis escuchado. ¿Para qué queréis oírlo otra vez? ¿Es que queréis haceros discípulos suyos? 28 Ellos, insultándole, dijeron: Sé tú discípulo suyo; nosotros somos discípulos de Moisés. 29 Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés; cuanto a éste, no sabemos de dónde viene. 30 Respondió el hombre y les dijo: Eso es de maravillar: que vosotros no sepáis de dónde viene, habiéndome abierto a mí los ojos. 31 Sabido es que Dios no oye a los pecadores; pero, si uno es piadoso y hace su voluntad, a ése le escucha. 32 Jamás se oyó decir que nadie haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. 33 Si éste no fuera de Dios, no podría hacer nada. 34 Respondieron y dijéronle: Eres todo pecado desde que naciste, ¿γ pretendes enseñarnos? Y le echaron fuera.
En los evangelios se ve cómo se ataca a Cristo porque hacía milagros en sábado. Ya Jn relató otra curación en sábado, en la piscina de Bethesda (Jua 5:9), lo mismo que las persecuciones que había contra El porque “hacía estas cosas en sábado” (Jua 5:16).
“Al escoger de nuevo un sábado para esta curación prodigiosa, tenía Jesús una intención marcadísima: acometer de frente, en Jerusalén., la casuística rabínica, pero autorizando el paso con un milagro.” 16
En realidad, lo que los judíos censuraban no era la curación en sábado, sino el que hubiese hecho lodo con saliva en el día del sábado. No en la Ley, sino en la casuística rabínica se había terminantemente prohibido “amasar,” aquí el hacer lodo con saliva 17, y poner emplasto 18, como era aquí el poner este lodo sobre los ojos del ciego.
De aquí el llevar al ciego curado ante los “fariseos,” ya que esta curación se presentaba con un carácter prodigioso, religioso, y ellos eran sólo los competentes en las cosas religiosas. Estos fariseos son o están en íntimo contacto con el Sanedrín (v.22).
Primer testimonio del ciego ante los fariseos (v.13-17).
Los fariseos le preguntan cómo recobró la vista. El ciego repite el relato. Pero el evangelista destaca en su respuesta uno de los elementos que los rabinos prohibían en sábado: “Me puso lodo sobre los ojos,” añadiendo sintéticamente lo que el lector ya sabe y suple: “Me lavé (en la piscina de Siloé) y veo.”
Ante esta narración surge una disputa: “Algunos de los fariseos” negaron que “este hombre pueda venir de Dios,” pues violaba las leyes que ellos dieron sobre el sábado. En cambio, otros, sin duda fariseos, ya que se llevó el caso del ciego ante ellos, admitían que fuese enviado de Dios, pues “un hombre pecador” no podía hacer, con poder de Dios, tales prodigios. Argumento que luego va a esgrimir contra la obstinación de ellos el ciego de nacimiento. Ya Jn había dicho que había en Jerusalén fariseos que creían en Cristo a causa de los milagros que hacía (Jua 3:1.2), aunque la fe de ellos no era muy firme (Jua 2:23-25).
Divididos entre sí y disputando, un grupo de ellos, sin duda el primer grupo fariseo hostil, le preguntan al ciego qué piensa de Cristo. Naturalmente, la pregunta es capciosa, pues ellos no van a creer en Cristo por lo que diga el ciego, cuando ellos niegan la obra de Cristo ante la evidencia. El ciego confiesa a Cristo por un “profeta,” es decir, un hombre santo, un enviado de Dios y dotado de poder y sabiduría sobrenaturales. Es la confesión que de El hizo la Samaritana, y la que hacía muchas veces el pueblo ante su obra taumatúrgica (Jua 4:19; Jua 6:14; Luc 7:16, etc.). Los fariseos sólo buscaban en su respuesta un motivo de poder desvirtuar los hechos y negar que Cristo lo hubiese curado.
Testimonio de sus padres ante los “fariseos” (v.18.-23).
Los fariseos, que aquí Jn los llama así sin más, como en otras ocasiones “los judíos,” expresión, que en varios casos significa la autoridad religiosa o las clases rectoras, no querían creer en el milagro, para lo cual negaron que aquel hombre fuese ciego de nacimiento. Y para ello llamaron a sus padres. Contaban, seguramente, que la intimidación de éstos les prestase base para negar el milagro de Cristo.
Y les preguntan si aquel hombre es su hijo, que nació ciego; y entonces, cómo ve ahora.
La respuesta de los padres fue política. Reconocieron que era su hijo, que había nacido ciego; pero que ellos no lo sabían: ni quién le abrió los ojos ni qué procedimiento hubo para ello. Ellos no lo saben, dicen, pero que se lo pregunten a él, que “ya tiene edad.”
La frase “que tiene edad” no sólo significa que ya tiene una edad que le permite hablar y contar lo que le sucedió, sino edad madura, pues en los papiros la palabra “edad” (ηλικία ) aparece, en ocasiones, probablemente como aquí, como término técnico de mayoría de edad 19.
El evangelista destaca esta evasión de los padres. Dijeron esto “sus padres porque temían a los judíos” dirigentes, ya que éstos “habían convenido en que, si alguno le confesaba Mesías, fuera expulsado de la sinagoga” (Jua 12:42; Jua 16:2).
La “excomunión” de la sinagoga era la excomunión de la comunidad judía. Y revestía tres formas: 1) Nezijha: se reducía a una reprensión al delincuente, alejándosele una semana o hasta un mes; 2) Nidduí: era el segundo grado y duraba un mes; el delicuente así castigado debía sentarse en el suelo, vestir de luto, dejar crecer cabello y barba, privarse de baños y ungüentos y no asistir a la oración común: 3) Herem: era el grado más grave. Llevaba anejo el destierro; era de duración indefinida; podía llevar aneja la confiscación de bienes; prohibía a todos el trato, aun el privado, con el culpable 20.
Se piensa si Jn refleje el ambiente posterior de las excomuniones de la sinagoga a los judeocristianos. En tiempo de Cristo, parece tuviese un carácter menos duro. Pero la triple forma de excomunión, antes indicada, podría utilizarse en una de sus dos formas primeras; Jn habla en general. Aunque no se excluye la sugerencia hecha.
Los padres temen esta “excomunión” si lo proclaman Mesías. Y, aunque el ciego no pasó de proclamarlo profeta, se estaba al borde de la proclamación mesiánica, máxime en aquel ambiente neotestamentario, sobre todo después del movimiento creado por el Bautista (Jua 1:19ss; Jua 6:15). Ya en Jerusalén, en los días de los Tabernáculos, se había dicho de Cristo por “muchos de la muchedumbre” que “creyeron en El”: “El Mesías, cuando venga, ¿hará más milagros de los que hace éste?” (Jua 7:2.31); por lo que los fariseos enviaron sus agentes para que prendiesen a Cristo (Jua 7:32).
Segundo testimonio del ciego ante los fariseos (v.24.-34).
Los fariseos, determinados a no admitir la grandeza de Cristo, de nuevo interrogan al ciego, esperando lograr en su nuevo relato alguna contradicción o algo que les permita desvirtuar aquella curación.
El nuevo interrogatorio del ciego comienza por una frase que, en esta situación, era coactiva en sentido peyorativo: “Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador.”
La expresión “Da gloria a Dios” es una fórmula de adjuración conocida ya en el Antiguo Testamento (Jos 7:18; Jos 7:1 Esd 10:11), con la cual también se forzaba a hablar a una persona obstinada en no hablar, y cuyo sentido preciso depende del contexto 21. Aquí el sentido es claro: negando el milagro, le adjuran a que diga la verdad, que, según ellos, no ha de ser lo contado. La razón es que la curación, o mejor, el poner “lodo” en sus ojos, fue hecho en sábado. Por eso es “pecador.” Y, en consecuencia, Dios no pudo ni quebrantar el sábado ni dar a Cristo el hacer obras prodigiosas.
Pero el ciego da una respuesta, “dando gloria a Dios,” incontrovertible y llena de ironía: no sabe si es pecador, pero sí sabe que, siendo ciego de nacimiento, gracias a Cristo ahora ve. La ironía es profunda. Si ellos saben eso, El sabe lo contrario., probado con un milagro.
A la insistencia capciosa de los fariseos en que repita el milagro, les responde el curado, harto de tanta maniobra, con una ironía que los hiere en lo mas vivo: ¿es que con tanta insistencia pretenden hacerse “discípulos suyos”? Si podría pensarse en una formulación de Jn, queda en ello el fondo de un hombre exasperado ante la crítica de la obra benéfica evidente de su bienhechor. El insulto aparece claro al mandarle que se haga discípulo de Cristo. Pero la amenaza aparece al punto. Ellos, como maestros de la Ley, saben que Dios habló a Moisés en el Sinaí y le dio la Ley. Pero no saben “de dónde viene éste.” Y, según ellos, al no atenerse a la Ley y a su interpretación, después de no haber cursado con ellos (Jua 7:15) 22 y después de no observar, según su interpretación, el sábado, no puede venir ni de Moisés ni, en consecuencia, de Dios. Así quedaba flotando la insinuación que malévolamente le hicieron los fariseos en otra ocasión: que obraba prodigios en virtud de Beelzebul (Mat 12:24ss par.). Y, con esta expresión, los judíos confiesan candidamente su ceguera. Ejemplo de ironía propia de Jn (Mat 11:49-51; Mat 18:28, etc.) 23.
Pero el ciego replica con un argumento irrebatible, basado en un principio admitido por los fariseos y enseñado frecuentemente en el A.T.: Dios ayuda al justo, pero al pecador, mientras no se arrepienta, no le da el obrar prodigios. Estaba ello basado en el principio de la “retribución.” Si Cristo realizó esta curación – y nadie mejor que el ciego es testigo – , la conclusión que se sigue es incontrovertible: Cristo no es pecador, es santo. Y lo recalca subrayando el tipo de milagro hecho: “jamás se oyó decir que nadie haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento.” Tan raro era esto, si alguna vez se dio en la antigüedad, que el ciego lo esgrime como argumento irrebatible.
Todo el curso de la narración, y especialmente el destacar ahora, en forma tan enfática, que el ciego fue curado de una enfermedad de nacimiento, lo que nadie había hecho, hace pensar que el evangelista está apuntando aquí, sobre el hecho histórico, al valor simbólico del mismo: el bautismo cristiano. En la antigüedad cristiana se llamaba al sacramento del bautismo la “iluminación.”
En el capítulo 3 habló de la necesidad de “nacer por el agua y el Espíritu,” que es la doctrina de la necesidad del bautismo; Cristo, en este capítulo, se presenta explícitamente como “iluminador” (cf. v.4.5.39-41) del cuerpo, para que aquellos ojos ciegos lo vean a El y luego (v.35ss) se crea en El; envía al ciego a lavarse en la piscina, que evocaba, a la hora de la composición de este evangelio, el rito bautismal de inmersión (Rom 6:3ss); lo “unge” en los ojos; y la piscina lleva el nombre de Siloé, “que quiere decir Enviado”; es decir, que el ciego se va a lavar en Cristo. Y lavarse con agua en Cristo evoca el bautismo cristiano. Así lo comentaba San Agustín: “Lavó los ojos en aquella piscina que quiere decir Enviado, es decir, fue bautizado en Cristo” 24.
A todo este razonamiento, los fariseos responden con dos venganzas.
La primera fue decirle: “Eres todo pecado desde que naciste, ¿y pretendes enseñarnos?”
Ellos, los “fariseos,” los “separados,” son los incontaminados, los puros; el ciego, en cambio, que nació ciego, es “todo pecado” desde que nació. El sentido debe de ser aludiendo a la creencia de entonces, que atribuía en este caso el pecado a los padres. Todo él era pecado, porque así había sido engendrado (Sal 51:7), y contaminándose hasta nacerle inútil para todo al no ver la luz. “Ellos afectan ver en su ceguera congénita el signo de una impureza total, que le afectaría cuerpo y alma.” 25 ¿Y ellos no fueron también concebidos de esa manera, antes dicha (Sal 51:7) en su nacimiento?
¿Y él pretendía enseñarles a ellos, los maestros de la Ley? Ellos, que decían que los que no cultivaban la Ley, dedicándole, como ellos, su vida a su estudio, no sólo eran unos “ignorantes” de lo único interesante, sino que eran “malditos” (cf. Jua 7:49) 26.
Y luego “lo echaron fuera.” Seguramente el evangelista quiere indicar aquí que se trata, más que de donde se tuvo este diálogo, de la sinagoga, de la “excomunión,” con la que ya habían amenazado a los que confesasen a Cristo por Mesías o fuesen sus defensores o discípulos (v.22). Acaso, como antes se dijo ¿refleje ya las excomuniones de los judeocristianos?
La Ley y la ceguera espiritual,Jua 9:35-41.
El término de la narración va a concluir la historia destacando el sentido simbólico del milagro, presentando, una vez más, a Cristo “iluminador.”
35 Oyó Jesús que le habían echado fuera, y, encontrándole, le dijo: ¿Crees en el Hijo del hombre? 36 Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en El? 37 Díjole Jesús: Le estás viendo; es el que habla contigo. 38 Dijo él: Creo, Señor, y se postró ante El. 39 Jesús dijo: Yo he venido al mundo para un juicio, para que los que no ven, vean, y los que ven, se vuelvan ciegos. 40 Oyeron esto algunos fariseos que estaban con El, y le dijeron: Conque ¿nosotros somos también ciegos? 41 Díjoles Jesús: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora decís: Vemos, y vuestro pecado permanece.
La noticia de la “expulsión,” seguramente “excomunión,” que los fariseos hicieron del ciego, llegó a oídos de Cristo. Y “encontrándole,” aunque se diría que fue un encuentro buscado por El y providencial, como Jn destaca frecuentemente en el evangelio (Jua 1:42.45; 5.14), le pregunta si cree en el Hijo del hombre 27.
No deja de extrañar que se le presente la fe al ciego en el Hijo del Hombre, título que no era sinónimo de Mesías en el pueblo (Jua 12:34) 28. Sin embargo, aquí está usado como sustitutivo del Mesías. Y puede ser vocabulario prestado por Jn.
Pero el ciego, que ya le había reconocido por “profeta” (v.17), ignora quién sea y qué importa para él esta persona y su fe en ella. El diálogo de Jn es esquemático, y sólo transmite la sustancia del hecho, aunque ello mismo incita a suponer una mayor explicación sin descartarse los matices y comentarios de Jn.
Y declarándosele, el ciego protestó su fe en El, y, postrándose en tierra, le reverenció, le “adoró,” ¿Hasta dónde llegó en aquel ciego la “luz” de la revelación de Dios? Es secreto de Dios. Mas no parece – dado el proceso histórico con que Cristo lo hizo – que vislumbrase la divinidad de Cristo. Acaso “adoró” a un excepcional “enviado” de Dios.
Y el tema de la “iluminación” de Cristo se presenta como en una tesis: ha venido al mundo para que haya, ante El, un juicio, una discriminación: para que los que no ven, “vean,” y los que “ven,” no vean. La proposición es general, “sapiencial.” Pero, en el contexto, la aplicación se hace automáticamente. Los sabios, los que dicen “ver” la verdad religiosa, los que se consideraban rectores espirituales e intérpretes infalibles de la Ley, se “ciegan” para no ver la Luz, a Cristo-Mesías; investigan las Escrituras, que hablan de El (Jua 5:39), y no logran el sentido de las mismas; en cambio, los “ciegos” a la sabiduría orgullosa encuentran la “iluminación” de la sabiduría en Cristo-Luz. Por eso aquéllos permanecen en ceguera de pecado.
El ciego curado es, además de historia, “símbolo” de los ignorantes que encuentran la Luz. Frente a los sabios fariseos están los apóstoles y discípulos de Cristo, en quienes “plugo al Padre. ocultar estas cosas a los sabios y discretos” y revelarlas, en cambio, “a los pequeñuelos” (Mat 11:25 par.). Era un tema oue va recogen los sinópticos.
1 Cf. comentario a Mat 8:20. – 2 Bereshith Rabba 34:12. – 3 Bonsirven, Le Judaisme. (1935) Ii P.86. – 4 Strack-B., Kommentar. Ii P.528. – 5 Josefo, De Bello Iud. Ii 8:11. – 6 Sanhedrim 91 B; Cf. Wünsche, Nene Beitrage Zur Erlauterung Der Evangelien Aus Talmud Und Midrasch (1878) P.537. – 7 Sal 51:7. – 7 Nestle, O. C., Ap. Crit. A Jua 9:4. – 8 Lagrange, O.C., P.260. – 9 Suetonio, Vespasiana Vii; Plinio, Nat. Hist. Xxvii 4. – 10 Poetae Latini Minores (Ed. Baehreus) Iii N.214ss. – 11 Shabbath 6:5; Bonsirven, Textes Rabbiniques. (1955) N.727. – 12 Adv. Haer. V 15:2. – 13 Vlncent-Aeeljerusakm Nouv. Ii P.860-864; Perrella, / Luoghi Santi (1936) C.16: La Piscina Di Siloé P. 194-196. – 14 Sobre La Etimología De Shiloah, Cf. Strack-B., Ii P.530. – 15 Felten, Storia Dei Tempi Del N.T., Vers. Del Alem. (1932) Ii P.255. – 16 Lebreton, La Vida Y. Vers. Esp. (1942) Ii P.33. – 17 Shabbath M.7:2; M.24:1; Cf. Bonsirven, Textes Rabbimques. N.661.705. – 18 Shabbath 6:3.4.4; Cf. Bonsirven, O. C., N.727. – 19 Papiro Ryland Ii, Citado Por Lagrange, évang. S. St. Jean (1927) P.265. – 20 Strack-B., Kommentar. Iv P.292-333. – 21 Strack-B., O. C., U P.535. – 22 Cf. comentario A Jua 7:15. – 23 Mollat, L’évangüe S. St. Jean, En La Sainte Bible De Jérusalem (1953) P.125 Nota A. – 24 In Lo. Evang. Trocí, Tr.44:2:15. – 25 Braun, L’évang. S. St. Jean (1946) P.393. – 26 Cf. comentario A Jua 7:49. – 27 Varios Códices Ponen Hijo De Dios, Pero Es Probablemente Una Corrección. La Lectura Crítica Admitida Es La Primera. Cf. Nestlé,;V. T. Graece Et Latine (1928) Ap. Crít. Ajn 9:35. – 28 Sobre El Concepto De Hijo Del Hombre, Cf. comentario a Mat 8:20. Su uso en Jn, cf. Jua 1:51; Mat 3:13; Mat 6:27.53.62; Mat 8:28; Mat 12:34.
Fuente: Biblia Comentada
Esta es la sexta de las siete señales hechas por Jesús que Juan registra. Todo el capítulo se dedica a ese evento y al efecto que tuvo sobre el hombre que nació ciego, sus padres, los vecinos y los líderes de los judíos.
9:1 Al pasar Jesús, — Es difícil precisar cuándo sucedió este evento, porque Juan no se preocupaba por la cronología exacta de los eventos de la vida de Jesús, pero no es necesario concluir que los sucesos del cap. 9 siguieran inmediatamente después de los del cap. 8. No es muy razonable que los discípulos hayan hecho esta pregunta en los mismos momentos en los que los judíos tomaron piedras para arrojárselas (8:39).
«Al pasar Jesús» El vio una oportunidad para «hacer las obras del que» le envió (9:4). Nosotros también, «al pasar» (al ocuparnos en las actividades normales) veremos muchas oportunidades si abrimos los ojos (4:35).
— vio a un hombre ciego de nacimiento. — Muchos lo habían visto pero no como Jesús lo vio. De los seis milagros registrados en los que Jesús abrió los ojos de los ciegos, este es el único caso en que el individuo era ciego de nacimiento. «Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego» (9:32).
Fuente: Notas Reeves-Partain
LUZ PARA LOS OJOS CIEGOS
Juan 9:1-5
Cuando Jesús iba pasando por ahí, vio a uno que era ciego de nacimiento; y Sus discípulos Le preguntaron:
-Rabí, ¿quién fue el que pecó para que naciera ciego, él mismo o sus padres?
No es porque pecaran ni éste ni sus padres -les contestó Jesús-; sino que sucedió para que hubiera en él una demostración de lo que Dios puede hacer. Tenemos que hacer las obras del Que Me envió mientras dure el día; se acerca la noche cuando nadie podrá hacer nada. Mientras esté en el mundo, Yo soy la luz del mundo.
Este es el único de los milagros que se nos narran en los evangelios en el que se dice que se trataba de una dolencia de nacimiento. En Hechos tenemos dos casos de personas que habían estado impedidas desde que nacieron: el cojo de la puerta Hermosa del templo en Hch 3:2 , y el paralítico de Listra en Hch 14:8 . Pero este ciego es la única persona de la historia evangélica que se encontraba en ese caso. Debe de haber sido un personaje conocido, porque los discípulos de Jesús ya sabían de él.
Cuando le vieron, aprovecharon la oportunidad para presentarle a Jesús un problema que los judíos llevaban mucho tiempo discutiendo, y que sigue siendo enigmático. Los judíos consideraban que el sufrimiento seguía al pecado como el efecto a la causa hasta tal punto que suponían que tenía que haber habido algún pecado donde había sufrimiento. Así es que Le dirigieron a Jesús la pregunta que consideraban clave: «Este hombre -Le dijeron- está ciego. ¿Es su ceguera debida a su propio pecado, o al de sus padres?»
¿Cómo podría ser debida a su propio pecado, si era ciego de nacimiento? Los teólogos judíos proponían una de dos posibles respuestas a esa pregunta.
(i) Algunos de ellos sustentaban la extraña idea del pecado prenatal. De hecho, creían que una persona podía empezar a pecar cuando estaba en el vientre de su madre. En las conversaciones imaginarias entre Antonino y el rabino Judá el Patriarca acerca del origen del pecado en la vida personal, Antonino le preguntó a su interlocutor: «¿Desde qué momento ejerce su influencia la mala tendencia sobre una persona, desde que se forma el embrión en el seno materno o desde el nacimiento?» Y el rabino contestó al principio: «Desde que se forma el embrión.» Antonino no estaba de acuerdo, y convenció a Judá de su postura; porque Judá tuvo que admitir que, si la mala tendencia empezara con la formación del embrión, entonces el bebé rompería el vientre a patadas y saldría. Judá encontró un texto que respaldaba esta postura, Ge 4:7 : «El pecado está a la puerta,» que él interpretó como que el pecado está acechando a la puerta del seno materno tan pronto como nace el niño. El razonamiento nos parecerá ridículo, pero es una prueba de que la idea del pecado prenatal era, por lo menos, tema frecuente de discusión entre los judíos.
(ii) En tiempos de Jesús, los judíos creían en la preexistencia del alma. Realmente, esta idea la había tomado de los griegos; entre otros, de Platón. Creían que todas las almas existían antes de la creación de la raza humana en el huerto del Edén, o que estaban en el séptimo cielo o en una cierta cámara, esperando la oportunidad para entrar en un cuerpo. Los griegos habían creído que esas almas eran buenas, y que era la entrada en el cuerpo lo que las contaminaba; pero había algunos judíos que creían que las almas eran ya buenas o malas antes del nacimiento. El autor del Libro de la Sabiduría dice: «Ahora bien, yo era un niño bueno por naturaleza, y me tocó en suerte un alma buena» (Sabiduría 8:19 ).
En tiempos de Jesús, algunos judíos creían que la aflicción de una persona, aunque fuera de nacimiento, podía venirle de un pecado que hubiera cometido antes de nacer. Es una idea extraña, y que nos parecerá hasta fantástica; pero a su base se encuentra la idea de un universo infectado de pecado.
La alternativa era que los males que se padecían desde el nacin-fiento los causaba el pecado de los padres. La idea de que los niños heredan las consecuencias del pecado de sus padres está entretejida en todo el Antiguo Testamento. «Yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación» (Ex 20:5 ; cp. Ex 34:7 ; Nm 14:18 ). El salmista dice del malvado: «Venga en memoria ante el Señor la maldad de sus padres, y el pecado de su madre no sea borrado» (Sal 109:14 ). Isaías habla de las iniquidades de ellos y de «las iniquidades de sus padres,» y llega a decir: «Yo les mediré en el seno el pago de sus obras antiguas» (Isa 65:6-7 ). Una de las ideas características del Antiguo Testamento es que Dios siempre visita, es decir, castiga, los pecados de los padres en los hijos. No debemos olvidar que nadie vive ni muere para sí mismo solamente. Cuando pecamos, ponemos en movimiento una cadena de consecuencias sin fin.
LUZ PARA LOS OJOS CIEGOS
Juan 9:1-5 (conclusión)
En este pasaje encontramos dos grandes principios eternos. (i) Jesús no contesta directamente a la pregunta, ni trata de desarrollar o explicar la relación que existe entre el pecado y el sufrimiento. Dice que la aflicción de aquel hombre le vino para que hubiera una oportunidad de demostrar lo que Dios puede hacer. Esto es cierto en dos sentidos.
(a) Para Juan, los milagros son siempre una señal de la gloria y el poder de Dios. Los autores de los otros evangelios parece que tenían otro punto de vista, y los veían como una demostración de la misericordia de Jesús. Cuando Jesús vio la multitud hambrienta, tuvo compasión de ellos, porque Le parecían como ovejas sin pastor (Mr 6:34 ). Cuando llegó el leproso con su angustioso ruego de limpieza, Jesús fue movido a misericordia (Mr 1:41 ). Se suele insistir en que el Cuarto Evangelio es diferente en esto; pero no tenemos por qué verlo como una contradicción. Son sencillamente dos maneras distintas de ver la misma cosa. En el fondo está la suprema verdad de que la gloria de Dios se muestra en Su compasión, y que Él no revela nunca Su gloria más plenamente que cuando revela Su piedad.
(b) Hay otro sentido en que el sufrimiento humano es prueba de lo que Dios puede hacer. La aflicción, el dolor, la desilusión, la pérdida de seres queridos, son siempre oportunidades para que se despliegue la gracia de Dios. Primero, permite al paciente mostrar a Dios en acción. Cuando llega el desastre o la aflicción a una persona que no conoce a Dios, esa persona puede que se desmorone; pero cuando llegan a una persona que camina con Dios, sacan la fuerza y la belleza y la paciencia y la nobleza que hay en un corazón en el que está Dios. Se cuenta que, cuando estaba muriendo un santo de la antigüedad en una agonía de dolor, mandó a buscar a su familia diciendo: «Que vengan a ver cómo muere un cristiano.» Es cuando la vida nos asesta uno de sus golpes más terribles cuando podemos demostrarle al mundo cómo le es posible vivir y morir a un cristiano. Veamos un ejemplo:
Mientras más se prolonga el sufrimiento más veo en él Tu cariñosa mano, más cerca estoy de Ti, más puro siento el amor que me aparta de lo vano y a Ti me lleva en amoroso aliento.
Tú me has dado esta copa de amargura con designio de amor; de otra manera Tu mano paternal no me la diera, porque no haces sufrir a Tu criatura sin un plan que después haga patente un designio de amor beneficente.
La recibo, Señor, con bendiciones; pero hazme más humilde y resignado, más grato a la riqueza de Tus dones, en Tus promesas aún más confiado y siempre alegre en lo que Tú dispones.
Y si, apurada la postrera gota, permites que prolongue mi misión, anunciaré Tu amor, que no se agota, predicando en Jesús la Salvación.
Y si quisieres dar por concluida esta misión, que realicé tan mal, ¡oh Roca de los Siglos, de guarida sírveme ante el divino tribunal!
(Carlos Araujo Carretero, última Rima, escrita un mes antes de su muerte).
Cualquier clase de sufrimiento es una oportunidad para que se muestre la gloria de Dios en nuestras vidas. (b) Segundo, ayudando a los que pasan por dificultades o dolores, les podemos demostrar a otros la gloria de Dios. Frank Laubach nos hace partícipes del gran pensamiento de que, cuando Cristo, Que es el Camino, llega a nuestra vida, «nos convertimos en parte del Camino. El Camino Real de Dios pasa por nosotros.» Cuando nos gastamos como una vela ayudando a los que pasan por dificultades, distrés, dolor o aflicción, Dios nos está usando como camino por el que Él envía Su ayuda a las vidas de los que sufren. El ayudar a un semejante necesitado es manifestar la gloria de Dios, que quiere decir mostrar cómo es Dios.
Jesús pasa a decir que Él y Sus seguidores deben hacer la obra de Dios mientras haya tiempo para hacerla. Dios ha dado a la humanidad el día para trabajar y la noche para descansar; cuando se acaba el día, también se acaba el tiempo de trabajar. Para Jesús era verdad que tenía que darse prisa con el trabajo que Dios Le había confiado porque faltaba poco para la noche de la Cruz. Pero es verdad que todas las personas disponemos de un tiempo limitado. Nuestra tarea la tenemos que cumplir en ese tiempo.
Hay en Glasgow un reloj de sol con esta leyenda en escocés: «Tak’ tent of time ere time be tint.» «Aprovecha el tiempo antes que se te acabe.» No debemos dejar las cosas para otro día, pues puede que ese día no llegue nunca. El deber del cristiano es usar el tiempo de que dispone -y nadie sabe cuánto será- en el servicio de Dios y de sus semejantes. No hay pesar más intenso que el trágico descubrimiento de que se nos ha hecho demasiado tarde para hacer lo que teníamos que hacer.
Pero hay otra oportunidad que podemos desaprovechar. Jesús dijo: «Mientras esté en el mundo, Yo soy la luz del mundo.» Cuando Jesús dijo eso no quería decir que el tiempo de Su vida y obra eran limitados, sino que nuestra oportunidad de recibirle sí es limitada. A toda persona le llega la oportunidad de aceptar a Cristo como su Salvador, su Maestro y su Señor; y, si no se aprovecha, puede que no vuelva a presentarse. E. D. Starbuck, en su Psicología de la religión, tiene algunas estadísticas interesantes y aleccionadoras sobre la edad en que suele producirse la conversión. Puede suceder tan pronto como a los siete u ocho años; aumenta el porcentaje gradualmente hasta la edad de diez u once años; aumenta rápidamente hasta los dieciséis; declina abruptamente hasta los veinte, y después de los treinta es rara. Dios nos dice: «Ahora es el tiempo.» No es que el poder de Jesús disminuya, o que Su luz se haga más difusa, sino que, si aplazamos esa gran decisión, vamos perdiendo capacidad para hacerla con el paso de los años. Hay que hacer un trabajo, hay que tomar unas decisiones, mientras es de día, antes que se nos eche encima la noche.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 9
LA CURACIÓN DE UN CIEGO DE NACIMIENTO (9,1-41)
El relato, que enlaza de un modo perfectamente coherente con los duros enfrentamientos que preceden, de forma que no se ve la necesidad de admitir un cambio de lugar, es un típico relato joánico acerca de una señal o signo. A la narración bastante esquemática de un milagro de curación (v. 1-7) sigue un enfrentamiento dramático acerca del mismo, que, en el fondo, se convierte en un enfrentamiento acerca de la importancia de la persona de Jesús (v. 8-38). Acaba todo con una sentencia general (v. 39-41). Lo que la hace importante, como relato de señal es el tema de la «luz del mundo», formulado en el v. 5.
Jesús está presente como la «luz del mundo». Al símbolo de la luz responde la doble reacción humana de ceguera y visión, como expresión respectivamente de la incredulidad y de la fe, de la desgracia y la salvación. Así, pues, el milagro de curación está al servicio de la revelación y la salud que Jesús trae al hombre. Además, el propio curado aparece como testigo de Cristo, y lo es en virtud de lo que Jesús ha obrado en él. Su testimonio consiste precisamente en que no puede por menos de testificar su curación operada por Jesús: al hablar de su curación tiene que hablar también de quién le ha curado y salvado. Por ello, de un modo perfectamente lógico, el enfrentamiento acerca de su curación se convierte en un enfrentamiento acerca del mismo Jesús, aunque él se halle ausente. Y, por fin, se suma un último elemento, y es el de que en este relato se trata del enfrentamiento entre la comunidad judía y la cristiana en tiempo del evangelista y de su círculo (*).
Aquí se mencionan por vez primera las medidas que, hacia el año 90 d.C., se tomaron por parte judía contra los judeo-cristianos, a saber la expulsión total de la sinagoga. Se ve cómo en esta historia se entrecruza toda una serie de motivos importantes. Por lo que hace a su disposición literaria, el capítulo 9 se cuenta entre los literariamente mejores y más tensos de todo el Evangelio según Juan.
……………
* Según Schnackenburg la exposición trasluce con singular claridad las circunstancias históricas del evangelista y de su comunidad. Dos son los puntos principales que se destacan: a) el enfrentamiento acerca de la mesianidad de Jesús; b) el proceso de exclusión de la comunidad judía.
……………
1. LA CURACIÓN DE UN CIEGO (Jn/09/01-07)
La historia de la curación de un ciego de nacimiento pertenece a las historias joánicas de signos y, como relato milagroso, tiene sin duda una historia de tradición autónoma anterior a Juan. Sin embargo, es difícil entresacar el relato de curación original y anterior al texto actual, porque la narración está tan fuertemente trenzada con el lenguaje y mentalidad joánicos que en su redacción presente hay que tratarla como una narración joánica. Las diferentes afirmaciones y reflexiones muestran que tal narración se ha elaborado dentro por completo de la teología joánica de los signos. Cierto que en las curaciones sinópticas de ciegos (Mar 8:22-26 y 10,46-62) se advierten unos paralelos objetivos ciertos; pero la disposición y propósito del relato son fundamentalmente distintos. Según Bultmann, ni siquiera hay que derivar la narración joánica de la tradición sinóptica, «sino que varía de modo independiente el motivo latente en ellas». La diferencia está sobre todo, según el mismo Bultmann, en la discusión aneja así como en el hecho de que es Jesús el que toma la iniciativa del milagro, lo que por lo demás constituye un rasgo permanente en los relatos joánicos de milagros.
1 Al pasar vio [Jesús] a un ciego de nacimiento. 2 Y le preguntaron sus discípulos: Rabí, ¿quién pecó, para que éste naciera ciego: él o sus padres? 3 Contestó Jesús: Ni él pecó, ni sus padres, sino que esto es para que se manifiesten las obras de Dios en él. 4 Mientras es de día, tenemos que trabajar en las obras de aquel que me envió, Ilega la noche, cuando nadie puede trabajar. 5 Mientras estoy en el mundo, luz del mundo soy. 6 Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, aplicó el barro a los ojos del ciego 7 y le dijo: Ve a lavarte a la piscina de Siloé, que significa «enviado». Fue, pues, y se lavó, y volvió, obtenida ya la vista.
Jesús sale del templo -así hay que imaginar sin duda el suceso- y ve, probablemente en alguna de las puertas, donde solían mendigar todo tipo de personas achacosas (cf. Hec 3:2), a un ciego de nacimiento (v. 1). Se dice expresamente que el hombre era «ciego de nacimiento». Ello contribuirá a destacar la grandeza del milagro; pero al mismo tiempo se convierte en punto de arranque para la pregunta acerca de Jesús, cuya acción reveladora se manifiesta a la luz pública y a la conciencia de todos mediante este acto. La circunstancia de que aquel hombre fuera ciego de nacimiento empieza por plantear a los discípulos acompañantes un problema largamente discutido, y que se formula en la pregunta de quién «pecó» y es culpable, por tanto, de que aquel individuo viniera ya ciego al mundo: ¿la culpa era de él o de sus progenitores? (v. 2).
Se trata aquí de la problemática de la creencia en la retribución compensativa; más en concreto, de la convicción de que una conducta buena y conforme al mandamiento de Dios tendrá necesariamente buenas consecuencias, mientras que una conducta mala tendrá de necesidad consecuencias funestas. Hoy se habla de la conexión obras-resultados o también de la esfera del acto forjador del destino, mentalidad que se ha fraguado especialmente dentro de ia tradición sapiencial del Antiguo Testamento. Los actos buenos y malos entrañan unas consecuencias y comportan unos efectos bien precisos, tanto para los individuos como para la comunidad. Por tanto, de las secuelas buenas o malas, de la felicidad o desgracia, del bienestar y de la enfermedad, de las catástrofes, etc., puede deducirse la conducta buena o mala de una persona. Estando a la lógica de esta concepción, cuando a un hombre, como en el caso de Job, le asaltan la desgracia y la enfermedad con inusitada violencia, hay que pensar -cosa que defienden los amigos de Job en sus contrarréplicas- que subyace una acción mala del tipo que sea, oculta de algún modo con que necesariamente sea manifiesta. Ya el libro de Job analiza toda la problemática entrañada en esta mentalidad, al presentar el problema tomado de la experiencia de un hombre, notoriamente piadoso -«recto, justo, temeroso de Dios, alejado del mal» son los atributos con que se introduce al personaje Job, 1,1- que sufre una desgracia inaudita. Ante tal experiencia esa manera de pensar fracasa por completo. Ciertamente que no existe una solución teórica definitiva para dicha problemática empeñada en buscar una conexión interna entre bondad moral y bienestar, maldad moral y desgracia o infelicidad. En todas las épocas se pueden observar experiencias en sentido contrario: personas buenas que sufren, y personas malas que prosperan.
El problema de todos modos tiene sus raíces en un estrato más profundo, enlazando directamente con la fe ética en Dios. Si Dios es el autor de todo bien, si es el Dios del derecho, de la justicia y del amor, no hay duda de que el problema de la injusta distribución de bienes y males en el mundo y en la historia constituye un gravísimo escándalo para la fe en Dios (el gran problema de la teodicea). De ahí que un hombre como Job no luche sólo por su derecho, sino aún más por su Dios. La experiencia de la injusticia representa uno de los ataques más violentos contra la fe en Dios. Y es también uno de los motivos por los que en la lógica del pueblo sencillo y de muchos hombres piadosos se ha podido mantener tan tenazmente -en contra de las numerosas afirmaciones en contrario- la idea de que la desgracia y las enfermedades eran secuelas de unos pecados especiales. También en el judaísmo el planteamiento del libro de Job representaba más bien una excepción y para la mayoría demasiado pretencioso. Cierto que era conocida la idea de una corrección por amor; es decir, que Dios quiere educar y purificar al hombre mediante el sufrimiento; pero eso era más bien la excepción. «Se consideraba como regla el que no hay corrección sin culpa, y que el padecer supone pecado». Asimismo la idea de que un niño pueda pecar en el seno materno no era totalmente ajena a los rabinos judíos. Y la discusión se apoyaba en el relato de Esaú y de Jacob (/Gn/25/19-26), en la afirmación de que los dos niños «chocaban» en el seno materno (Gen 25:22) (*). Por el contrario, era una opinión muy difundida el que los hijos hubieran de sufrir las consecuencias de los pecados de los padres.
La respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos (v. 3), que aquí aparecen como representantes de la creencia popular, corta en seco ese tipo de pregunta. Frente a la revelación de Jesús la pregunta resulta a todas luces absurda, porque queda totalmente superada por esa misma revelación. Quizás haya también que incorporar la idea de que, frente a Jesús, «luz del mundo», todos los hombres se encuentran en un estado de ceguera religioso-espiritual, de la que sólo la fe puede liberarlos. La pregunta acerca de una culpa ajena apartaría de ese conocimiento de sí mismo. La respuesta de Jesús resulta en todo caso clara. Ni el hombre en cuestión ha pecado, ni han pecado sus progenitores. Es una pregunta que se antoja totalmente secundaria, tan pronto como se percibe el lado positivo del asunto, a saber, que en ese ciego «se manifiestan las obras de Dios» o, lo que es lo mismo, se muestran de manera portentosa. Así, el ciego de nacimiento se convierte en ejemplo magnífico de las obras de Dios, con esta expresión se indica la salud que Jesús ha traído. A eso apunta precisamente el signo de la curación del ciego.
El v. 4 pone de relieve la necesidad que pesa sobre Jesús de realizar tales signos de salvación por encargo de Dios, como «obras del que me envió», mientras dura el tiempo de revelación, «mientras es de día». La referencia al «que me envió» pertenece a las metáforas más sugerentes de la historia. «La noche, cuando nadie puede trabajar» alude ante todo a la muerte y con ello al fin de la actividad terrena de Jesús. El tiempo de Jesús es limitado; debe aprovechar la oportunidad de «trabajar», aunque ello ocurra en sábado. Que lo que importa son justamente esas demostraciones de la actividad salvífica de Jesús, lo indica la referencia al propio Jesús. Mientras está en el mundo es la luz del mundo. La afirmación enlaza el relato con el discurso acerca de la luz (8,12), al tiempo que revela el carácter simbólico de toda la narración. Aunque con ello se expresa también el tiempo históricamente limitado de la revelación, en la afirmación no deja de haber resonancias al significado supratemporal de la revelación de Jesús. Porque gracias a la fe y a la predicación de la Iglesia, Jesús continúa siendo para todos los tiempos y épocas «la luz del mundo». Lo que ocurre en este ciego de nacimiento ejemplifica lo que acontece en cada uno de los hombres que llegan a creer en Jesús.
Los v. 6-7 describen el proceso curativo. Según el v. 6, no depende sólo de una palabra de Jesús, sino que va ligado a una acción. Jesús escupe en tierra, y con el polvo y la saliva hace una masa que pone sobre los ojos del ciego. «La saliva pasa por ser un remedio para la enfermedad de los ojos (Plinio, Nat. 28,7) y se encuentra en las curaciones de ciegos (Mat 8:22 ss; Jua 9:1 ss; Tácito, Hist. IV, 81)». El dato se repite en el subsiguiente enfrentamiento como argumento importante; casi como testimonio sentimental del ciego. Al mismo tiempo sirve para inculpar a Jesús de haber transgredido el sábado. A ello se une en el v. 7 la orden que Jesús da al ciego para que vaya a lavarse en la piscina de Siloé. La piscina de Siloé (hebr. shelakh) era una importante instalación hidráulica de la Jerusalén antigua. Era alimentada con las aguas de la fuente de Guihón a través de una red de canales subterráneos, el más notable de los cuales era el construido por el rey Ezequías (ha. 704 a.C.; cf. 2Re 20:90; Isa 22:11). La construcción de dicho canal está atestiguada por la inscripción de Siloé, que habla del encuentro de las cuadrillas de trabajadores que llegaban de diferentes puntos. También aquí vuelve a ser engañoso el conocimiento topográfico de Juan.
La orden de Jesús tiene un cierto paralelismo formal con el relato de la curación del general sirio Naamán, al que el profeta Elías ordenó lavarse en el Jordán (cf. 2Re 5:8-9.14). Más importante, sin embargo, es la significación simbólica, que Juan destaca explícitamente, del nombre de Siloé, que significa «el enviado». «El ciego se cura con esas aguas gracias al Enviado de Dios». El ciego obedeció la indicación de Jesús: «fue, pues, y se lavó, y volvió, obtenida ya la vista», dice el texto escuetamente dando a conocer el resultado de la operación.
2. SE CONFIRMA LA CURACIÓN (Jn/09/08-12)
8 Los vecinos y los que antes lo conocían, pues era un mendigo, decían: ¿No es éste el que estaba sentado pidiendo limosna? 9 Unos decían: Sí, es éste. Otros replicaban: No, sino otro que se le parece. Pero él afirmaba: Sí, que soy yo. 10 Entonces le preguntaban: Pues, ¿cómo te fueron abiertos los ojos? 11 él respondió: Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo: Ve a lavarte a Siloé. Fui entonces, me lavé y obtuve la vista 12 y ellos le preguntaron: ¿Dónde está ése? él contesta: Pues no lo sé.
Se llega a la confirmación del hecho curativo milagroso por parte de «los vecinos» y otras gentes, que conocían de antes al hombre hasta entonces ciego y mendigo. Que el ciego mendigaba lo sabemos aquí por primera vez, aunque nada tiene de sorprendente. El rasgo, de suyo típico, resulta aquí importante para la identificación del curado Se refleja ahí el asombro general de la gente, que pregunta si en efecto se trata del mismo sujeto, que se sentaba en uno de los accesos al templo y pedía limosna. Se llega así a un pequeño enfrentamiento, pues mientras unos afirman la identidad, otros la ponen en duda (v. 9). Se anticipa con ello la disputa acerca del reconocimiento del signo, así como la división que cada vez se va haciendo mayor. El curado confirma desde luego su identidad, refrendando con ello la realidad del milagro operado. Se establece con ello el hecho en cuanto tal, al tiempo que se plantea la pregunta acerca del «cómo» de la curación. ¿Cómo se ha realizado el milagro? (v. 10). A la misma el curado sólo puede responder con un relato que sitúa a Jesús de un modo totalmente espontáneo en el centro de la discusión: «Ese hombre, que se llama Jesús…» Sigue luego un relato escueto del proceso de la curación, que se atiene literalmente a la historia referida. Esa fidelidad a la verdad es una nota permanente del relato (cf. v. 15b.27). El curado se mantiene firme en el hecho por él experimentado, mientras que otros -como harán más tarde, sobre todo los fariseos- pretenden apartarle de esa su convicción con todo tipo de preguntas. Es un hombre que saca las conclusiones rectas, mientras que los argumentos de los enemigos de Jesús resultan cada vez más retorcidos y deshilvanados. Con ello, se convierte en testigo de Jesús. El v. 11 plantea, pues, la pregunta acerca de Jesús: «¿Dónde está ése?» A lo que el hombre responde: «Pues no lo sé.»
……………
* He aquí una tradición relacionada con el tema: «Los niños (Esaú y Jacob) chocaban en el seno materno, uno quería matar al otro, uno quería rechazar los mandamientos del otro. Cuando nuestra madre Rebeca pasaba cerca de los templos de los ídolos, Esaú se abalanzaba y quería salir; pasaba ella, en cambio, antes las casas de Dios y los pórticos escolares, el que se abalanzaba y quería salir era Jacob», citado según M.J. BIN GURlON.
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3. EL CIEGO CURADO Y LOS FARISEOS (Jn/09/13-34)
Viene ahora un interrogatorio por parte de los fariseos, que se desarrolla en tres fases: a) Primer interrogatorio en presencia de los fariseos (v. 13-17). b) Episodio con los progenitores del ciego (v. 18-23). c) Condena del hombre curado por parte de los fariseos (v. 2434).
a) Primer interrogatorio por parte de los fariseos (9,13-17).
13 Llevan a presencia de los fariseos al que hasta entonces había sido ciego. 14 Era precisamente sábado el día en que Jesús hizo el barro y le abrió los ojos. 15 También los fariseos le preguntaban, a su vez, cómo había obtenido la vista. él les contestó: Me aplicó barro a los ojos, me lavé y veo. 16 Algunos fariseos decían: Este hombre no viene de parte de Dios, pues no guarda el sábado. Pero otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador realizar señales como éstas? Y había división entre ellos. 17 Nuevamente preguntan al ciego: ¿Tú qué dices acerca de este que te abrió los ojos? él contestó: ¡Que es un profeta!
El hombre curado es conducido ahora a presencia de los fariseos (v. 13), subrayando al final del versículo «el que hasta entonces había sido ciego»; habría que completar sin duda «el supuesto vidente, pero que en realidad siempre había sido ciego». Así se identifican ambos personajes. La exposición asume ahora el carácter de un interrogatorio en regla, un interrogatorio oficial. En el v. 14 se alude al hecho de que el día de la curación era sábado, con lo que se agrega el nuevo motivo del conflicto sabático. Jesús había hecho barro en día de sábado, trabajo que era uno de los prohibidos en el día de descanso, y había abierto los ojos del ciego. Con la pregunta de «cómo había obtenido la vista» empieza el interrogatorio de los fariseos. El hombre sanado vuelve a relatar correctamente el proceso de la curación. «Me aplicó barro a los ojos, me lavé y veo.» Puesto que el hecho es evidente y no contiene contradicciones de ningún tipo, el enfrentamiento vuelve a surgir ahora acerca de la persona de Jesús, que empieza aquí sin transición alguna. La discusión acerca del signo de revelación se convierte en discusión acerca de Jesús.
Entra así Jesús en el choque de opiniones, siendo dos las concepciones que se enfrentan: unos dicen: Este hombre no viene de Dios, y fundamentan su manera de pensar en que no guarda el sábado. Otros argumentan: ¿Cómo puede un pecador realizar señales como éstas? Por ese camino se produce entre los fariseos un cisma, una verdadera división, que da origen a la crisis y que puede conducir a la revelaci6n (v. 16). Los fariseos, pues, están divididos sin que logren ponerse de acuerdo; lo que puede indicar la diversidad de opiniones que acerca de Jesús había de hecho entre ellos. E intentan solucionar la crisis dejando ahora la decisión en manos del hombre curado: ¿Qué opinas tú del que te ha abierto los ojos? Y el hombre contesta rápidamente: «¡Que es un profeta!» La respuesta parece tener un tono genérico, aunque bien podría designar también al profeta escatológico. Tal es la contestación del hombre al que le han sido abiertos los ojos, y que con su fe ya ha empezado a ver quién es Jesús. Más tarde quedará patente que esta categoría de «profeta» no es tampoco aquí la última palabra acerca de Jesús. La afirmación del sanado es un primer testimonio de fe. Los fariseos se enfrentan aquí a una afirmación confesional, simple y positiva, respecto de Jesús; lo que les pone en una situación penosa.
b) La intervención de los padres del ciego (9,18-23)
18 Sin embargo, no creyeron los judíos que este hombre había sido ciego y que había obtenido la vista, hasta que llamaron a sus padres 19 y les preguntaron: ¿Es éste vuestro hijo, del que vosotros aseguráis que nació ciego? Pues ¿cómo es que ahora ve? 20 Respondieron sus padres: Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. 21 Pero cómo ahora ve, no lo sabemos; o quién le abrió los ojos, nosotros no lo sabemos. Preguntádselo a él; ya tiene edad; él dará razón de sí. 22 Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos; pues éstos habían acordado ya que quien reconociera a Jesús como Mesías, quedara expulsado de la sinagoga. 25 Por eso sus padres dijeron: Ya tiene edad; preguntádselo a él.
Ahora se toma otro camino para eludir la decisión. Ese es el verdadero motivo por el que hacen que los padres del hombre curado intervengan en la discusión. El testimonio del interesado era claro e inequívoco; pero siempre existe la posibilidad de poner en duda el hecho mismo de la curación, y para ello se intenta poner en tela de juicio que sea credible el sanado. «Los judíos» -como se designa ahora a los enemigos de Jesús- no creen que el hombre curado diga la verdad hasta tanto no interroguen a sus progenitores (v. 18s). Y el interrogatorio de los mismos debe aclarar dos hechos: primero ¿es éste vuestro hijo, del que se dice que nació ciego? Segundo ¿cómo es que ve ahora? Los padres contestan afirmativamente a la pregunta primera (v. 20). Ello basta para la confirmación objetiva del hecho: Cierto que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Mas, por lo que hace a la pregunta segunda, los padres se muestran más cautos, sin que den informe alguno sobre el asunto. Cómo es que ahora ve no lo sabemos, ni sabemos tampoco quién le ha abierto los ojos. Sobre todo ello debe informar el hombre curado, que ya tiene edad suficiente para hacerlo. El v. 22 explica esta actitud de los padres como una escapatoria; el motivo de la misma estaba en el miedo a los judíos, que ya habían decretado expulsar de su sinagoga a quienquiera que reconociese a Jesús por Mesías. El v. 23 vuelve a confirmar enfáticamente la noticia.
La afirmación «reconocer a Jesús como Mesías» o Cristo es un lenguaje típico de la primitiva confesión cristiana. La homologuía es la confesión específica de los cristianos de que Jesús de Nazaret es el Mesías. Se trata, pues, de la primitiva confesión cristiana: Jesús es el Mesías. En ese interrogatorio de testigos se trata, además, de la confesión pública de Jesús ante los representantes oficiales del judaísmo. A ello se suma otra noticia importante: los judíos habían decidido expulsar de la comunión sinagogal a quienquiera que emitiese dicha confesión. La noticia no encaja en vida de Jesús, ni tampoco en la época en que la comunidad primera permanecía todavía dentro del marco del judaísmo, es decir aproximadamente hasta el final del templo segundo (año 70 d.C.). Más bien nos sitúa en la época en que se compuso el Evangelio según Juan, es decir, en la década de los noventa del siglo I de la era cristiana.
La «presión griega aposynagogós genesthai/poiein significa en pasiva «ser excluido de la sinagoga» (así en 9,22; 14,42), y en activa: «expulsar de la sinagoga». No tiene, pues, aquí el significado de «lanzar contra alguien la excomunión sinagogal mayor o menor», pues esa excomunión sinagogal era una pena correctiva. Hay que diferenciarla de la expulsión plena, que se imponía a los herejes y apóstatas. «Esos círculos de apóstatas y herejes eran considerados como los enemigos más peligrosos de la sinagoga, ya que habían surgido en la misma. Contra ellos no se procedía con la excomunión sinagogal, sino que se les expulsaba simplemente de la sinagoga en virtud de unas normas, que debían hacer pensar aun a los judíos más simples, ya que se cortaba cualquier tipo de comunión entre la sinagoga y tales círculos. Quedaba prohibido todo trato personal y social con los mismos.. ».
Hacia el 90 d.C., el rabino Gamaliel II introdujo la fórmula o bendición de los herejes (= la bendición XII de la oración de las dieciocho peticiones). J. Petuchowski ha demostrado al respecto que la introducción de la bendición de los herejes contra los minim (min = hereje) y los nozerim (= los nazarenos, los cristianos y, más en concreto, los judeocristianos) tuvo también sin duda alguna un aspecto político. En su opinión, habría que «…pensar también en la actitud que los judeocristianos adoptaron frente a los diversos movimientos judíos de liberación en terreno palestino, hasta el aplastamiento de la sublevación de Bar Kokeba el año 135 de una manera ininterrumpida. Lo mesiánico tuvo siempre resonancias en tales movimientos de liberación. Es evidente que los judeo-cristianos, que creían haber reconocido al verdadero Mesías, no podían participar en tales movimientos mesiánicos. La actitud de los judíos hacia sus hermanos separados es fácilmente comprensible». Se veía, por tanto, en los judeo-cristianos unos traidores en potencia, no sólo del pueblo judío sino también de la causa político-mesiánica.
Sobre los judeo-cristianos pendía la sospecha de haberse unido incluso a los romanos. Lo importante, pues, es que con la exclusión de la sinagoga se trataba de una medida dirigida contra los judeo-cristianos. Lo que aquí está en juego es la separación definitiva entre el judaísmo normativo y el judeo-cristianismo. En ello ha desempeñado ciertamente un papel importante la confesión de Jesús Mesías. «No aceptados por los judíos como judíos de pleno derecho, ni por la Iglesia como cristianos auténticos, ya que la Iglesia se iba haciendo cada vez más paulina y se componía principalmente de gentes no judías, los minim y los nazoreos no podían mantenerse durante largo tiempo, como tampoco pudieron hacerlo los ebionitas».
Nos encontramos, pues, en Jua 9:22; Jua 12:42 y 16,2 con unas referencias claras a la separación definitiva entre el judaísmo y el (judeo) cristianismo. «Se trata de una erradicación de la comunidad religiosa judía con graves consecuencias personales y sociales». Mas tampoco podemos dejar de mencionar las consecuencias teológicas y eclesiásticas, que han ido conduciendo cada vez más a un extrañamiento y, finalmente, al fenómeno del antisemitismo cristiano.
c) Condena y expulsión del ciego curado (9,24-34)
24 Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador. 25 Pero él respondió: Si es pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que antes yo era ciego y que ahora veo. 26 Preguntáronle entonces: ¿Qué es lo que hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? 27 él les respondió: Yo os lo dije y no habéis hecho caso. ¿Para qué queréis oírlo de nuevo? ¿Acaso también vosotros queréis haceros discípulos suyos? 28 Pero ellos le llenaron de improperios y le dijeron: ¡Tu serás discípulo de ése; que nosotros somos discípulos de Moisés! 29 Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero éste no sabemos de dónde es. 30 El hombre les respondió: Pues esto sí que es asombroso: que vosotros no sepáis de dónde es, y que me haya abierto los ojos. 31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; sino que al hombre temeroso de Dios y cumplidor de su voluntad, a ése es a quien escucha. 32 Nunca se oyó decir que nadie abriera los ojos a un ciego de nacimiento. 33 Si éste no viniera de parte de Dios, no habría podido hacer nada. 34 Respondiéronle ellos: En pecados naciste todo tú, ¿y tú nos vas a dar lecciones? Y lo arrojaron fuera.
El proceso de desviación de los fariseos no produjo el resultado apetecido; más bien se había demostrado de inmediato como un arma de doble filo, con un resultado final contrario a los propios iniciadores. Ahora no tienen más remedio que quitarse la máscara, evidenciando con ello que no son más que unos ciegos.
Montan ahora un segundo interrogatorio (v. 24a). Empiezan por exhortarle a que dé gloria a Dios, que en este caso equivale a decir la verdad sin más. Pero el v. 24b indica que para los interrogadores ya estaba establecido el resultado de la expresión: «Nosotros sabemos que ese hombre es pecador.» Así, pues, el «dar gloria a Dios» significa en su perspectiva el asentir al «saber» y juicio ya establecido, sin tener para nada en cuenta los pros ni los contras. La autoridad espiritual identifica sin más ni más su conocimiento y juicio con la verdad de Dios. No puede admitir que la verdad pueda encontrarse en otro sitio. El ciego que, como sabemos, se ha convertido ya en vidente, ve también aquí sin dificultad el problema, y pone en entredicho la afirmación de «Ese hombre es pecador»: «Si es pecador no lo sé; sólo sé una cosa: que antes yo era ciego y ahora veo» (v. 25). El v. 26 muestra el embarazo de los fariseos que no pueden avanzar; no hacen más que dar vueltas al asunto y empiezan a repetir preguntas que ya estaban contestadas. Y en tal sentido suena la respuesta del interrogado, al que empieza también a fastidiarle el asunto (v. 27). ¿Qué interés se oculta en todo este interrogatorio? No sin ironía el ciego sanado formula a su vez su contrapregunta: «¿Acaso también vosotros queréis haceros discípulos suyos?» Eso es algo que saca a los interrogadores de sus casillas, hasta el punto de que empiezan a insultarle. Se llega a una separación formal entre los discípulos de Jesús y los discípulos de Moisés, que los fariseos quieren seguir siendo, según ellos proclaman (v. 28). Para ello se reclaman de manera explícita en el v. 29 a la revelación hecha a Moisés: Nosotros sabemos que Dios le habló. De Jesús, en cambio, ni siquiera saben de dónde es. Y ahí queda patente su auténtica ceguera, como un no saber nada acerca del origen de Jesús. Y menos aún advierten, como discípulos de Moisés, que el gran legislador es un testigo a favor de Jesús (5,45-47).
Al hombre le resulta sorprendente de veras la salida de los fariseos (v. 30). Y lo sorprendente para él está en que los fariseos no hayan podido deducir el origen del autor de la curación milagrosa y simbólica que ha realizado, pues que el signo apunta con suficiente claridad al verdadero origen de Jesús. El curado se remite también a un saber de fe, común a los judíos y a los cristianos, y que quizás ha desempeñado un papel de argumento en la discusión: Sabemos que Dios no escucha a pecadores, más bien escucha sólo a los piadosos, que cumplen su voluntad (v. 30). En una palabra, el signo es a la vez un argumento en pro de la piedad de Jesús y testifica que éste no es ningún pecador. Luego, en esa señal, Dios mismo ha hablado en favor de Jesús, y ello de acuerdo con unos criterios válidos para los dos grupos. Sobre todo y ante todo porque se trata de un signo tan maravilloso como jamás se había oído de siglos. Tal es la conclusión a que el antiguo ciego ha llegado partiendo de sus experiencias e ideas: desde que el mundo es mundo jamás se ha oído que se le hayan abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si Jesús no viniera de Dios, en modo alguno hubiera podido hacerlo. E1 argumento, tal como aquí se aduce, resulta concluyente en la discusión teológica; nada se puede objetar en contra. O se acepta o hay que rechazarlo sin más. Con ello el enfrentamiento llega al fin, al que tendía toda la historia desde el comienzo. Todas las otras posibilidades de que la curación no hubiera tenido efecto, que Jesús pudiera ser un pecador, han quedado excluidas sistemáticamente una tras otra. El signo está comprobado y lo mismo cuanto el signo pretendía demostrar: que Jesús tiene que haber venido de Dios. Por consiguiente, lo único que ahora falta es la decisión de fe.
La respuesta de los fariseos en el v. 34 es muy característica dentro del sentido de la narración. Empiezan por poner en tela de juicio la credibilidad del hombre curado mediante un argumento, que Jesús ya había excluido desde el principio (v. 1-3): «En pecados naciste todo tú…», referido evidentemente al ciego de nacimiento. Con ello confirman a la vez indirectamente que tampoco ellos han logrado reconocer la curación, y que su conducta es un no querer reconocer consciente e intencionado, siendo por tanto una ceguera consciente. Y. finalmente, no se les ocurre más que apoyarse en su condición de maestros y letrados, contraponiéndola a la de un am ha arez, un simple hombre del pueblo. Rechazan el dejarse enseñar por semejante tipo, al que además califican de pecador. No quieren ni pueden ceder en su autoridad docente, para aprender algo nuevo del asunto. Así que, «lo arrojan fuera», expresión que parece indicar la expulsión de la sinagoga.
Simultáneamente esta actuación se nos antoja un pequeño anticipo del proceso contra Jesús.
4. JESÚS SALE AL ENCUENTRO DEL CIEGO SANADo (Jn/09/35-38)
35 Se enteró Jesús de que lo habían arrojado fuera y, al encontrarlo, le preguntó: ¿Tú crees en el Hijo del hombre? 36 él le respondió ¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él? 37 Jesús le respondió: Ya lo has visto: el que está hablando contigo, ése es. 38 Entonces exclamó: ¡Creo, Señor! Y se postró ante él.
Según el v. 35 a Jesús le han llegado rumores de que habían expulsado al ciego curado. En un nuevo encuentro le plantea la pregunta de fe con la fórmula concreta de ¿Crees tú en el Hijo del hombre? Es una formulación que supone la firme identificación cristiana entre Jesús de Nazaret y el Hijo del hombre, como venía dada en la comunidad pospascual de tradición judeocristiana. Pero en la concepción joánica -como ya hemos visto repetidas veces- el concepto «Hijo del hombre» incluye también el acontecimiento salvador de la muerte en cruz y la resurrección, es decir, la exaltación y glorificación del Hijo del hombre. En ese sentido el concepto de Hijo del hombre como fórmula cristológica es en Juan una fórmula de fe universal, que abarca en un solo concepto la persona y el destino de Jesús. Se trata, por consiguiente, de la plena confesión cristológica y soteriológica de la comunidad joánica.
El ex ciego responde con la contrapregunta de quién es ese personaje en el que debe creer. Para ello utiliza el tratamiento Kyrios, Señor, que aquí probablemente todavía no hay por qué entender en todo su alcance cristológico, aunque sí con una gran apertura en esa dirección (v. 36). El giro «para que yo crea en él» muestra toda su buena disposición para la fe. Y a esa pregunta responde Jesús dándose a conocer personalmente, que ahora con su experiencia de fe se convierte en vidente en el pleno sentido de la palabra. El simbolismo determina también aquí hasta los últimos detalles la elección del vocabulario, pues que Jesús dice: Tú le has visto su realidad, entera y sin mermas, que constituye el ser de Jesús. En la visión de Jesús entra también la palabra de Jesús: «…el que está hablando contigo, ése es».
De inmediato el ciego sanado proclama el pleno reconocimiento de Jesús, y formula la confesión de fe: «¡Creo, Señor! » En esas palabras la fórmula con Kyrios alcanza ahora todo su sentido (cf. la paralela confesión de Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!», Jua 20:28). Y al mismo tiempo se postra ante Jesús. Cumple el rito de la proskynesis, lo cual significa que reconoce en Jesús el lugar de la presencia de Dios. Y así el relato alcanza su verdadero objetivo.
5. SENTENCIA CONCLUSIVA (Jn/09/39-41)
Sigue todavía una sentencia final (v. 39), con la que enlaza un breve diálogo entre los fariseos y Jesús (v. 4041). No se trata propiamente de una disputa, sino de una aclaración complementaria que recapitula una vez más el contenido teológico de la curación del ciego; y, desde luego, en el sentido de la crisis, del juicio que se celebra ya al presente, y que ha sido introducido con la venida de Jesús.
39 Y Jesús dijo: Yo he venido a este mundo para una decisión: para que los que no ven, vean; y los que ven, se queden ciegos. 40 Oyeron esto algunos de los fariseos, que estaban con él, y le dijeron: ¿Es que también nosotros somos ciegos? 41 Jesús les contestó: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas como decís: ¡Nosotros vemos!, vuestro pecado permanece.
En su forma escueta la sentencia del v. 39 recuerda varias otras palabras del Señor en los sinópticos, así como el característico: «Yo he venido», o «Yo no he venido» (cf. Mat 5:17.24:Mat 10:34s). El v. 39a dice que Jesús «ha venido a este mundo para una decisión» (lit. «juicio»). Su venida introduce el proceso judicial escatológico; y de tal manera que su presencia opera la separación definitiva como la que se da en la alternativa creer o no creer, ver o no ver. También el testimonio de Cristo, de palabra y obra, en el que se manifiesta la experiencia de salvación cristiana, enfrenta de continuo al mundo con el propio Jesucristo. El lugar del juicio es este mundo, un giro que aproxima el concepto de cosmos a la idea de «este eón malo».
Como revelador de Dios, Jesús es personalmente «la luz del mundo». Pero esa luz introduce también la crisis en forma de división entre ciegos y videntes. El proceso divisorio está formulado de un modo paradójico, como un cambio de la situación existente. Están los ciegos, es decir, aquellos que están en la desgracia y tienen conciencia de la misma, de tal forma que no se atribuyen la visión, y que van a convertirse en videntes. Y, a la inversa, están los «videntes», o lo que es lo mismo, los que alardean de ver, y que por ello piensan que no necesitan curación: se trocarán en ciegos. En esta afirmación resuena también una vez más el motivo del endurecimiento u obstinación.
Algunos de los fariseos, que oyen la afirmación de Jesús, se sienten aludidos por tales palabras: ¿Acaso piensa que también ellos son ciegos? (v. 40). La respuesta de Jesús (v. 41) asegura que no son precisamente ciegos, sino «videntes»; gentes que saben muy bien de qué se trata y que realmente han visto algo en la actividad de Jesús, como se demuestra en la curación del ciego. Por tanto, su no ver no es algo ajeno a cualquier prejuicio, sino más bien un consciente e intencionado no querer ver, con lo que se sitúan del lado de la incredulidad y se hacen culpables. Si realmente hubieran sido ciegos, no habrían tenido pecado, ni culpa alguna, delante de Dios. Su pecado es la incredulidad por la que rechazan el reconocimiento del enviado de Dios. Además se tienen a sí mismos por videntes, por lo cual también les falta el recto deseo de la salvación. De ahí que su culpa persista, y desde luego tanto como persista su incredulidad.
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MEDITACIÓN
En Juan 9 aparecen «los fariseos» como los representantes oficiales del judaísmo y como los auténticos enemigos de Jesús. No perdamos de vista esta imagen de los fariseos que nos presenta Jn 9. A ellos es conducido el ciego curado, y son ellos los que montan la escena del interrogatorio. Son asimismo los representantes de una rígida observancia del sábado, que, debido al simple hecho de que Jesús haya curado en tal día, pronuncian contra él la sentencia de que no puede venir «de parte de Dios». Ello conduce, por lo demás, a un cisma, porque muchos de los fariseos defienden la opinión de que un «pecador» no puede llevar a cabo tales señales. Han tomado ya la resolución de excluir de la comunidad judía a cualquiera que confiese a Jesús por Mesías. Gozan, pues, de plenos poderes para lanzar la excomunión y para expulsar de la comunidad judía a herejes y nazoreos. En todo ello obran con buena intención; aspiran a «dar gloria a Dios», y lo mismo esperan del que ha sido curado. No hay duda de que para ellos la «gloria de Dios» ocupa el lugar supremo en la jerarquía de valores. Pese a todo, en el relato se demuestran incapaces de atender al testimonio concreto del interrogado. Se tiene la impresión de que semejante testimonio no encaja en su programa, no encaja en su sistema religioso. Tal sistema tiene para ellos un peso mucho mayor de cuanto el ciego sanado tiene que decirles en base a su experiencia.
A la pregunta de si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús, reaccionan con una alergia extremosa; se sienten heridos e irritados, hasta el punto de que cubren de insultos al sanado; lo que descubre las más de las veces un sentimiento de inferioridad. Realmente no quieren saber nada de cuanto les dice el ciego curado, y se sienten profundamente inseguros. Lo único que tienen que oponer a la pregunta del curado es la pura afirmación de su posición presente. Tú serás discípulo suyo; nosotros somos y queremos seguir siendo discípulos de Moisés. Se reclaman así a la exigencia de revelación teológica; por la tora escrita y oral saben que Dios habló a Moisés. Es ésa una doctrina verdadera transmitida por los padres. Jesús aparece, por contra, como algo totalmente nuevo y sin pruebas. La afirmación «éste no sabemos de dónde es» es a todas luces equívoca. Y se presta a muchas interpretaciones, pudiendo referirse, por ejemplo, al origen de Jesús de la aldea oscura de Nazaret, a su pasado bastante desconocido y también, desde luego, a su origen de Dios.
Frente a los sabios fariseos, con sus criterios firmes, ese Jesús no goza, en modo alguno, de garantías. Frente al grupo religioso firmemente establecido con su programa doctrinal y su preparación académica aparece Jesús como un excéntrico con pretensiones inauditas, que no pueden confirmarse con testimonios bien trenzados. Y se entiende perfectamente bien que un hombre así pudiera poner en dificultades a los maestros y guía de la comunidad, que gozaban de reconocimiento. Por lo demás, los propios fariseos incurren en múltiples contradicciones quedando presos en sus mismas trampas. Es una consecuencia objetiva de su comportamiento el que pongan fin a la discusión con una medida autoritaria y «arrojen fuera» al ciego sanado. Probablemente lo hacen por un instinto de conservación. Juan desde luego condena tal conducta como un intencionado «no querer ver», como una ceguera afectada y, por tanto, culpable.
Considerando el cuadro a cierta distancia, no se le puede negar cierta verdad en distintos aspectos. Se ha dicho ya repetidas veces que se ha de considerar este texto en su relación a los actuales enfrentamientos entre las comunidades judía y cristiana, y que tales enfrentamientos conservaban entonces un lado intrajudaico, fácilmente rastreable, por cuanto afectaban directamente a los judeo-cristianos. Es un conflicto entre hermanos reñidos, que como es bien sabido suelen combatirse con especial acritud; un conflicto entre grupos rivales, que se desarrolla en la historia real, en que tales procesos no se desarrollan habitualmente de forma amistosa sino entre peleas y discusiones. En tales enfrentamientos raras veces un bando mantiene una manera sensata y reflexiva de considerar las cosas; lo que domina más bien es la polémica. Los hombres, que en esa disputa practican un sentido soberano de reconciliación, son verdaderas excepciones; cuando realmente se dan, no pueden mostrarse como son, porque entonces tendrían dificultades con su propio grupo. Con ello se pone de manifiesto una vez más la importancia que tiene el contemplar las afirmaciones neotestamentarias en su inmediata situación histórica, en el contexto dado, para ver y comprender su alcance y no atribuirles precipitadamente la trascendencia de una palabra divina supratemporal. Una interpretación dogmatista de afirmaciones condicionadas históricamente no hace justicia a tales textos y resulta además peligrosa en extremo, como debemos saber hoy tras una experiencia de diecinueve siglos. Porque, en virtud de esa concepción ahistórico-dogmatista de dichos textos, como los que repetidas veces encontramos en el Evangelio de Juan, afirmaciones pronunciadas en el calor de la lucha, se convierten y fijan como verdades absolutas. De ese modo han surgido los patrones antisemitas que marcaron la imagen cristiana de «los judíos». En este contexto ¿quién no piensa en la imagen de la sinagoga con la venda ante los ojos, que tan explícitamente subraya su «ceguera» frente a Jesús? Justamente imágenes así han impedido ver a los judíos como son en realidad. Hoy constituye un precepto apremiante la supresión de tales patrones en un análisis autocrítico.
Por otra parte, en los fariseos del capítulo 9 de Jn encontramos la imagen de una autoridad de la fe, que a los teólogos católicos les resulta muy familiar por la historia y por la experiencia presente. Uno se sorprende de ver en este texto trazadas de forma tan increíblemente perfecta unas estructuras, unas maneras de conducta y unos modelos de comportamiento específicos de un proceso inquisitorial religioso, cual si el autor hubiera podido contemplar de antemano la historia cristiana del Santo Oficio, de la Inquisición y de la Congregación de la Fe. Naturalmente que no lo hizo. Su visión clara y precisa de esas actitudes y estructuras problemáticas procede sobre todo de la propia experiencia personal de pertenecer a una minoría religiosa combatida y en cierto modo también oprimida; de pertenecer a las víctimas y no a los vencedores. Las victimas, que padecen tales estructuras y procedimientos, ven habitualmente la realidad de manera un tanto distinta de los defensores de la «verdad divina», que piensan han de actuar con interrogatorios y castigos. Nuestro texto muestra además algo del absurdo y de la problematicidad crasos de tales «procesos de la verdad y de la fe».
Es evidente que en este contexto Jesús aparece personalmente como un hereje peligroso, afectando también con ello al ciego sanado, que se pone cada vez más del lado de Jesús hasta llegar al pleno convencimiento de su verdad. El hereje empieza por alzarse con toda sencillez contra las autoridades establecidas y contra su concepción de la verdad y de la fe. Cuentan ciertamente de su parte con toda la tradición y con las autoridades reconocidas del pasado, que desde largo tiempo atrás encontraron las fórmulas y las prácticas adecuadas. Defienden, pues, unas posiciones acreditadas, y ahí está su fuerza. El individuo con sus nuevas experiencias, ideas y verdades experimentadas no logra imponerse en modo alguno frente a una institución tan poderosa, que no se deja conmover tan fácilmente. Y cuando de hecho se llega a ciertas conmociones, el hereje corre un mayor peligro. Pues debe contar con que en caso de duda la institución le abandone. Con Jesús las cosas discurrieron de hecho como después han venido repitiéndose hasta el día de hoy.
Otro de los rasgos es la «preinteligencia dogmática», o mejor el prejuicio. Aquí se expresa mediante la afirmación de que quien no guarda el sábado no puede ser un hombre piadoso, sino que pertenece al número de los pecadores. Pero a ello se opone simple y llanamente la experiencia del hombre curado, que era ciego y ha recuperado la vista. La guarda del sábado, sin embargo, es tan importante y constituye una norma tan inmutable, que nada pueden en contra las nuevas experiencias. Cabe objetar que aquí se trata de una institución práctica designada falsamente como dogma, mientras que los dogmas cristianos han de entenderse como afirmaciones de verdades que se han de creer. Mas -como bien se sabe- en el cristianismo existen también «dogmas prácticos» (por ejemplo, en la moral del matrimonio) y, además, el problema psicológico y humano se plantea en ambos casos de un modo muy similar. Cierto que los dogmas son expresión de la verdad de la fe, que aquí no se discute. Pero, cuando se afirman como firmes «axiomas de verdad», que ya no permiten ninguna contrapregunta ni ningún replanteamiento, pueden convertirse en prejuicios sólidos y anquilosados, sobre todo cuando se les atribuye sin dificultad una exigencia de absoluto, que elimina las relaciones y relatividades necesariamente anejas a cualquier dogma, cuando se consideran como un sistema cerrado en sí y deja de tenerse en cuenta la condición decisiva de su verdad, que es el creer.
Los dogmas pueden ser fecundos e importantes; pero el creer apunta a la persona misma de Jesús. Y eso es lo que enseña el Evangelio según Juan en cada una de sus páginas. En una palabra, cada dogma puede trocarse en un prejuicio ciego, porque su «verdad» no está sólo en la afirmación como tal, sino sobre todo en la realización viva de la fe. Con el dogma convertido en prejuicio suele ir ligada la desidia del corazón y la dureza inhumana que a tantísimas personas ha condenado a la muerte en la hoguera «para mayor gloria de Dios».
Una autoridad de fe, que se considera obligada a vigilar angustiosamente sobre la verdad, que se sabe al cabo de la calle sobre lo que es verdadero y falso, que no permite nuevos planteamientos ni réplicas, ni el poner nada en tela de juicio, que no se abre al diálogo con el hombre, que aporta sus experiencias y verdades redescubiertas por él mismo y que deben reelaborarse, una autoridad semejante cae irremediablemente en la manera de pensar y de actuar que muestran los fariseos en nuestro relato, y acaba cayendo en la ceguera. Y todo ello en virtud de sus propios mecanismos. Cuando el dogma se convierte en un prejuicio firme, porque ya no se puede poner en tela de juicio, traducir ni reinterpretar su verdad, que pretende transmitir al hombre, deriva a la pura ideología y asume unos rasgos totalitarios, que son funestos, porque han dejado de servir a la vida. Se convierten en una ilusión mortífera. Pero la urgencia apremiante de la sentencia final, de que los ciegos pueden llegar a ver y los videntes hacerse ciegos, es también importante para los cristianos, y que la fe necesita orientarse de hecho a la persona misma de Jesús, a fin de que su verdad resulte clara y luminosa también dentro de la Iglesia.
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
PRIMERA PARTE
El ministerio público de Jesús: Dios muestra su majestad esplendorosa al mundo (Jua 1:19-51; Jua 2:1-25; Jua 3:1-36; Jua 4:1-54; Jua 5:1-47; Jua 6:1-71; Jua 7:1-53; Jua 8:1-59; Jua 9:1-41; Jua 10:1-42; Jua 11:1-57; Jua 12:1-50)
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Análisis de discurso
De Caná a Jerusalén
Los caps. Jua 2:1-25; Jua 3:1-36; Jua 4:1-54; Jua 5:1-47; Jua 6:1-71; Jua 7:1-53; Jua 8:1-59; Jua 9:1-41; Jua 10:1-42; Jua 11:1-57; Jua 12:1-50 muestran una serie de siete milagros o señales que Jesús realiza durante su ministerio público. Por medio de ellos muestra la gloria de Dios al mundo. Esta sección, que comienza con la señal de la boda en Caná de Galilea, es conocida por los comentaristas como “el libro de las señales”.
Los 25 versículos del cap. Jua 2:1-25 se organizan en tres temas: (1) El milagro en Caná de Galilea, Jua 2:1-12. (2) La expulsión de los mercaderes del templo, Jua 2:13-22. (3) La reacción y las señales en Jerusalén, Jua 2:23-25.
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Análisis de discurso
La curación de un hombre que nació ciego
Después de la tensa polémica con las repetidas amenazas de muerte, este capítulo sigue mostrando la misma tónica agresiva de las autoridades judías. El evangelista pinta aquí un cuadro dentro de dos niveles: por un lado la historia misma de Jesús y el enfrentamiento agresivo de las autoridades contra él y, por otro, el destino histórico de los seguidores de Jesús distanciados hasta la separación de la sinagoga.
La estructura del texto es sencilla y, hasta cierto punto, con matices populares. Sólo dos versículos describen el milagro (Jua 9:6, Jua 9:7), pero el resto del capítulo depende de este acontecimiento. Dicho acontecimiento se repite intencionalmente como una frase muy conocida: “el hombre ciego se fue, se lavó la cara y recobró la vista” (vv. Jua 8:7, Jua 8:11, Jua 8:15). Además, para los propósitos del evangelista es importante insistir en que este hombre es ciego desde su nacimiento. Por eso el verbo “nacer” aparece varias veces (vv. Jua 8:2, Jua 8:19, Jua 8:20, Jua 8:32, Jua 8:34).
La curación de ciegos en los evangelios sinópticos (cf. Mar 8:22-26; Mar 10:46-52; Mat 9:27-30) recuerda, como en este caso en Juan, que los tiempos mesiánicos se han hecho realidad en Jesús. Sin embargo, este milagro coincide más en su estructura y forma a la primera señal en Jerusalén del cap. Jua 5:1-47, aunque también se notan claras diferencias. Este milagro es el segundo que Jesús hace en Jerusalén. Como ha ocurrido en otros pasajes, después del milagro sigue una fuerte controversia con los judíos, primero con el hombre sanado y después con Jesús mismo, lo que permite al evangelista elaborar para sus propósitos los discursos de Jesús en cuanto a su divinidad. Es de notarse que desde Jua 7:10 no habían intervenido los discípulos en la narración.
Juan coloca este texto al final de la fiesta de los Tabernáculos, posterior a la celebración del “festival de las luces”, precisamente cuando Jesús anuncia que él es “la luz del mundo” (Jua 8:12), y ahora mostrará esa realidad en la vida de un hombre que ha estado ciego toda su vida. La ausencia de datos cronológicos al comienzo del relato confirma este contexto, y la redacción es tal que se nota una continuación entre este capítulo con el anterior. El capítulo cierra con la denuncia de Jesús por la ceguera espiritual de los fariseos.
El relato está sencilla y hermosamente entretejido, donde el principal segmento de la narración (vv. Jua 9:8-34) muestra el desarrollo gradual de la comprensión que el hombre curado va teniendo de Jesús. En esto se parece mucho a la evolución cristológica que la mujer de Samaria tiene en el cap. Jua 4:1-54, con la diferencia que la fe de este hombre va creciendo bajo la presión de los fariseos y el temor de perder la vida. Cuando le preguntan sus vecinos en cuanto a cómo recuperó la vista él identifica a “un tal hombre llamado Jesús” (v. Jua 9:11). Cuando los fariseos le presionan para que defina a la persona que lo curó en el sábado, él responde que “él es profeta” (v. Jua 9:17). Durante el segundo interrogatorio de los fariseos, el hombre responde: “este hombre viene de Dios” (v. Jua 9:33). Después que sufre la expulsión de la sinagoga, y Jesús lo encuentra, el hombre confiesa a Jesús: “Creo, Señor” (v. Jua 9:38).
El relato muestra también la ceguera progresiva de los líderes religiosos de Jerusalén. En el primer interrogatorio los fariseos están dispuestos a aceptar que se ha producido un milagro en este hombre, aunque algunos no quieren admitir que quien realizó el milagro viene de parte de Dios. Algunos de ellos quizás están a punto de creer (vv. Jua 9:13-16). Sin embargo, en el segundo interrogatorio los fariseos expresan dudas de que el hombre haya nacido ciego. Por esta razón llaman a interrogar a los padres del hombre (vv. Jua 9:17-23). Y, finalmente, cuando no quedan dudas de que sí era ciego desde su nacimiento, entonces lo acusan de haber nacido en pecado y le expulsan de la sinagoga (vv. Jua 9:24-34).
El capítulo se puede organizar de la siguiente manera:
1. El contexto del milagro (Jua 9:1-7)
a. El diálogo con los discípulos (vv. Jua 9:1-5)
b. La curación del ciego (vv. Jua 9:6-7)
2. La controversia por el milagro (Jua 9:8-34)
a. El diálogo con los vecinos (vv. Jua 9:8-12)
b. El primer interrogatorio de los fariseos al hombre (vv. Jua 9:13-17)
c. El interrogatorio de los fariseos a los padres del ciego (vv. Jua 9:18-23)
d. El segundo interrogatorio de los fariseos al hombre (vv. Jua 9:24-34)
3. Las consecuencias finales por el milagro (Jua 9:35-41)
a. Encuentro con Jesús (vv. Jua 9:35-38)
b. La ceguera de los fariseos (vv. Jua 9:39-41)
En algunas culturas el título del capítulo necesitará otra equivalencia para “el hombre que nació ciego”. Podría titularse “Jesús sana a un hombre ciego” o “Jesús sana a un hombre con ceguera de toda la vida”.
TÍTULO: Todas las versiones coinciden en titular este pasaje señalando el evento central: Jesús sana a un ciego de nacimiento (RV60, RV95), Jesús sana a un ciego (TLA), Jesús da la vista a un hombre que nació ciego (DHH), Cura al ciego de nacimiento (NBE), Curación de un ciego de nacimiento (BJ). La BA consigna que esta sanidad es otro de los signos: Sexto signo: el ciego de nacimiento. Consideramos importante mencionar este carácter de signo, pero ser más enfáticos que la BA, por ejemplo: Sexto signo: Jesús sana a un hombre que nació ciego.
Análisis textual y morfosintáctico
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
1. El contexto del milagro (Jua 9:1-7)
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
a. El diálogo con los discípulos (vv. Jua 9:1-5)
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
El capítulo comienza diciendo literalmente “Y caminando él vio a un hombre ciego de nacimiento”, sin ninguna indicación de que es algo diferente a lo narrado en el capítulo anterior. Pero como comienza otra sección hay que especificar que la narración se refiere a Jesús: Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.
La idea es que mientras Jesús “caminaba” o “pasaba” se dio cuenta de la presencia del hombre ciego. La frase un hombre ciego de nacimiento es una expresión griega que tiene su equivalencia en el dicho en hebreo “desde el vientre de su madre”. Habrá que buscar una equivalencia en otros idiomas que exprese bien la idea de alguien que ha nacido ciego. Se podría pensar en “un hombre que era ciego desde que su madre lo trajo al mundo”, “que siempre ha estado ciego, desde la cuna” o “desde que vino a este mundo”.
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Encuentro con el ciego. Hay una clara conexión entre este cap. y el 8, porque tanto en 8:12 como en 9:5 Jesús declaró que él era la luz del mundo. Ahora Juan menciona una ocasión específica en la cual Jesús fue visto como luz, dando la vista a un ciego. Los otros Evangelios registran casos de curaciones de ciegos por Jesús, pero lo característico en Juan es la discusión que provocó la curación que se centró en la persona de Jesús.
No es claro en base al texto cuándo ocurrió este episodio, pero fue en algún momento entre la fiesta de los Tabernáculos y la de la Dedicación (cf. 10:22). El hombre nunca había visto (1). El hecho de que él había nacido en esa condición realzó la discusión teológica que siguió. Hay menos dificultad en ver alguna conexión entre el pecado y el sufrimiento como un principio general, que en aplicarlo a casos concretos (2). La suposición de los discípulos de que el hombre mismo o sus padres debieron haber cometido alguna falta estaba de acuerdo con las teorías de la época. Algunos rabinos pensaban que era posible pecar antes del nacimiento. Pero Jesús se negó a contestar la pregunta de ¿quién pecó … ? y prefirió poner la atención más bien en la gloria de Dios. Que el sufrimiento se pudiera usar para la gloria de Dios era un concepto difícil de creer, aunque sea inherente en el enfoque cristiano del problema. Puede demostrar el poder iluminador de Cristo, no sólo en la esfera física sino también en la espiritual. En el v. 4 Jesús estaba incluyendo a sus discípulos en la realización de su propia misión, aunque no estaban involucrados en la realización inmediata del milagro de sanidad. El contraste entre día y noche parece ser simbólico si se refiere a la misión de Jesús, caso en el cual la noche representaría el fin de esa misión. La creciente hostilidad e incredulidad de los judíos se podían representar por las tinieblas de la noche, pero el primer criterio parece ser más aceptable.
La observación de Jesús en el v. 5 muestra que estaba pensando en su vida terrenal. El uso de saliva para curar la ceguera tiene algún paralelo en Mar. 7:33; 8:23, aunque en estos casos la saliva fue aplicada directamente, mientras que aquí se la mezcló con lodo. Había una idea común de que la saliva era buena para los ojos enfermos. Pero si bien Jesús usó los medios que se aceptaban corrientemente, no les dio ningún valor supersticioso. De hecho, la curación ocurrió sólo cuando el hombre se lavó en el estanque de Siloé, como le indicó Jesús. No es claro por qué Juan dice que Siloé significa enviado, pero quizá veía alguna conexión con Jesús, que era el enviado. Por supuesto, puede ser solamente una ayuda para sus lectores griegos, como en otros casos con los nombres hebreos (cf. 1:42). El v. 7 implica cierto retardo en la curación, quizá para probar la fe del hombre. La conversación posterior entre el hombre y sus vecinos se cuenta con vivacidad excepcional (8-12). La discusión sobre la identidad del hombre, su vaguedad en cuanto al conocimiento de Jesús y la certeza de la curación son elementos presentados claramente.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
9.1ss En el capítulo 9 vemos cuatro reacciones diferentes ante Jesús. Los vecinos revelaron sorpresa y escepticismo; los fariseos mostraron incredulidad y prejuicio; los padres creyeron pero callaron por temor a la excomunión; y el hombre sanado demostró una fe constante y creciente.9.2, 3 Una creencia común en la cultura judía era que la calamidad y el sufrimiento eran el resultado de algún gran pecado. Pero Cristo utilizó el sufrimiento de este hombre para enseñar acerca de la fe y glorificar a Dios. Vivimos en un mundo caído donde la buena conducta no recibe siempre una recompensa y la mala conducta no recibe siempre un castigo. Por lo tanto, los inocentes a veces sufren. Si Dios quitase el sufrimiento cada vez que lo pidiésemos, lo seguiríamos por comodidad y conveniencia, no por amor y devoción. Sean cuales fueren las razones de nuestro sufrimiento, Jesús tiene poder para ayudarnos a lidiar con él. Cuando sufra debido a una enfermedad, una tragedia o una incapacidad, trate de no preguntar: «¿Por qué me sucedió esto?» ni «¿En qué me equivoqué?» Más bien pida a Dios que le dé fortaleza para la prueba y una perspectiva más clara de lo que está sucediendo.9.7 Ezequías construyó el estanque de Siloé. Sus obreros abrieron un conducto subterráneo desde un manantial que estaba fuera del muro de la ciudad para que llevase agua al interior de la misma. Así la gente podía siempre obtener agua sin temor al ataque. Esto resultaba especialmente importante en tiempos de sitio (véanse 2Ki 20:20; 2Ch 32:30).9.13-17 Mientras que los fariseos investigaban y discutían acerca de Jesús, la gente se sanaba y cambiaba. El escepticismo de los fariseos no se basaba en la falta de evidencia, sino en los celos debido a la popularidad de Jesús y su influencia en las personas.9.14-16 El día de reposo de los judíos, el sábado, era el santo día de descanso de la semana. Los fariseos elaboraron una larga lista específica de permisos y prohibiciones referentes al día de reposo. Trabajar con lodo y sanar al hombre se consideraban trabajo y por lo tanto estaban prohibidos. Es posible que Jesús haya hecho el lodo a propósito a fin de enfatizar su enseñanza acerca del día de reposo: Es bueno ocuparse de las necesidades de otros aun cuando implique trabajar en un día de reposo.9.25 Ya el ex ciego había escuchado las mismas preguntas demasiadas veces. No sabía cómo ni por qué Jesús lo sanó, pero sabía que su vida cambió milagrosamente y no temía decir la verdad. No es necesario que uno conozca todas las respuestas para hablar de Cristo a otros. Es importante decirles cómo El ha cambiado nuestra vida. Luego confiemos que Dios usará esas palabras para ayudar a otros a creer también en El.9.28, 34 La nueva fe del hombre fue severamente probada por algunas de las autoridades. Lo maldijeron y lo expulsaron de la sinagoga. Es posible que llegue persecución cuando uno sigue a Jesús. Tal vez pierda amigos; incluso quizás pierda la vida. Pero nadie puede quitarle jamás la vida eterna que Jesús le da.9.38 Cuanto más experimentaba este hombre su nueva vida a través de Cristo, más confiaba en aquel que lo sanó. No solo adquirió la vista física, sino también la espiritual al reconocer a Jesús primeramente como un profeta (9.17), luego como su Señor. Cuando usted va a Cristo, empieza a verlo de manera diferente. Cuanto más anda con El, mejor comprenderá quién es. Pedro nos dice que crezcamos «en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2Pe 3:18). Si desea saber más de Jesús, siga andando con El.9.40, 41 A los fariseos les chocó que Jesús pensase que eran ciegos espirituales. Jesús les contestó que solo la ceguera (obstinación y estupidez) disculpaba su conducta. A los que fueron receptivos y reconocieron que el pecado en verdad los tenía ciegos en cuanto a conocer la verdad, El les dio entendimiento y revelación espiritual. Pero rechazó a quienes se volvieron condescendientes, arrogantes y ciegos.
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
1 (1) Este caso también comprueba que la religión de la ley (véase la nota 14 (1)) no pudo, en ninguna manera, ayudar a un hombre ciego. Pero- el Señor Jesús, como luz del mundo, le impartió la vista conforme a la vida (10:10b, 28).
1 (2) La ceguera, igual que el pecado en el capítulo anterior, también es asunto de muerte. Indudablemente, una persona muerta está ciega. «El dios de este siglo cegó las mentes de los incrédulos». Así que, ellos necesitan que «la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo» les alumbre ( 2Co_4:4), para abrir sus ojos y volverlos «de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios» ( Hch_26:18). Según el principio establecido en el cap.2, esto también es cambiar la muerte en vida.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
128 (i) LA CURACIÓN DEL CIEGO DE NACIMIENTO (9,1-12). En los sinópticos hallamos milagros similares (p.ej., Mc 10,46-52 par.; Mc 8,22-26). Los w. 1.2.3a.6.7 representan probablemente la tradición recibida por el evangelista; los w. 3-5b son añadidos por él. Estos versículos clarifican el simbolismo de Jesús-luz y anuncian la proximidad de su partida. Quizás sustituyan una explicación previa al sentido del milagro. El narrador proporciona asimismo al lector una interpretación del nombre de la piscina del v. 7. 11. ese hombre que se llama Jesús: A diferencia del paralítico, el ciego de nacimiento puede responder a los que le interrogan que es Jesús quien le ha curado, aunque no puede decirles «dónde» se encuentra.
129 (ii) Los fariseos interrogan al ciego: Jesús es un profeta (9,13-17). El milagro se traslada a sábado a fin de justificar el interrogatorio. 16. los fariseos le preguntaron de nuevo: El primer intento de las autoridades judías de desautorizar a Jesús insistiendo en que quien viola el reposo sabático (moldeando arcilla) no puede ser «de Dios» provoca una división de opiniones. Un pecador no podría realizar tales signos (cf. 5,36, las «obras» de Jesús testifican a su favor; también 10,25.32.33; cf. el comentario favorable acerca de los signos de Jesús en 3,2). 17. que es un profeta: El ciego responde a la pregunta de los fariseos afirmando que Jesús es un profeta. «Profeta» probablemente no se refiere aquí a la figura mesiánica de Jn 4 ó 7,52, sino a Jesús como alguien cuyo poder procede de Dios.
130 (iii) Los judíos interrogan a los padres: Temor a ser expulsados de la sinagoga (9,18-23). Mediante el interrogatorio a los padres, el hombre ciego queda identificado sin lugar a dudas con el ciego de nacimiento (contrastar con la confusión en los vv. 8-9). La negativa de los padres a involucrarse más en el asunto permite al evangelista relacionar este episodio con la crisis sufrida por algunos miembros de la comunidad joánica (vv. 22-23).
131 (iv) Segundo interrogatorio y expulsión de la sinagoga (9,24-34). La escena culmina, mostrando la profundidad de la ironía del evangelista, cuando los fariseos acusan al ciego de haber «nacido en pecado» (cf. la desautorización de esta interpretación por Jesús en los w. 2-3), y lo expulsan de la sinagoga. 24. dar gloria a Dios: Se trata de una fórmula que introduce la confesión de los pecados (p.ej., Jos 7,19; 1 Sm 6,5; 2 Cr 30,8; Jr 13,16; mSanh. 6,2) . El lector joánico sabe que nadie puede dar «gloria» a Dios llamando a Jesús pecador. Jesús es quien ha recibido la gloria de Dios (p.ej., 5,41.44; 7,18; 8,54). 26-28. ya os lo he dicho: Al pedir al ciego por segunda vez que repita cómo fue curado, se inicia una tensa discusión que acaba identificando al hombre que era ciego con los «discípulos de Jesús» y a los judíos con los «discípulos de Moisés». 29-33. Los argumentos contra Jesús probablemente reflejan las disputas entre los cristianos joánicos y sus oponentes judíos, si este hombre no viniese de Dios: Los «judíos» argumentan que Moisés habló con Dios, pero que no se sabe de dónde procede Jesús. El lector sabe que Jesús habla de lo que ha oído de su Padre (8,26) y es el único que ha visto a Dios (1,18). de Dios: A diferencia de sus interrogadores, el ciego comprende el «signo» revelado mediante la curación de un ciego de nacimiento y llega a la conclusión de que Jesús es «de Dios».
132 (v) Jesús es el Hijo del hombre (9,35-38). La fe del ciego en Jesús no es plena hasta que en su segundo encuentro Jesús le revela que es el «Hijo del hombre». Jesús va a buscarlo confirmando así lo que él mismo había afirmado en 6,37, «Todos los que me da el Padre vendrán a mí, y yo no rechazaré nunca al que venga a mí». La expresión «Hijo del hombre» en este contexto probablemente remita a su uso cultual entre los cristianos joánicos puesto que tiene como consecuencia que el ciego adore a Jesús. Jn 12,32.34 anuncia que el Hijo del hombre tras la exaltación atraerá a todos a él.
133 (vi) La ceguera de los fariseos (9,39-41) . Reaparece el tema del juicio. La venida de Jesús al mundo ha separado a los que realmente ven de los que, como los fariseos, pretenden ver pero en realidad están ciegos. 41. vuestro pecado permanece: La expresión recuerda al lector que el «pecado» es la falta de fe (p.ej., 8,24) y remite a la condena de 3,36b, «pero quien no lo acepta, no tendrá esa vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él».
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
En el capítulo que comienza con los versículos arriba trascritos se nos dice cómo dio Jesús la vista á un hombre que era ciego de nacimiento. La narración, que es minuciosa en los detalles, abunda en lecciones espirituales. He aquí algunas de ellas : 1a. Que el pecado ha traído al mundo muchas desgracias. Se nos dice que había un hombre que era ciego de nacimiento. Es difícil concebir una desgracia más grande. De todos los sufrimientos corporales que pueden imponerse al hombre sin quitarle la vida, no hay quizá uno peor que la pérdida de la vista. El ciego está privado de los más grandes goces de la vida, tiene que permanecer encerrado en los estrechos límites de su propia personalidad, y para todos sus movimientos depende de una manera en extremo penosa del auxilio que le presten los demás. Á la verdad, no es sino hasta que un hombre pierde la vista, que se forma una idea adecuada de su valor.
Ahora bien, la ceguera, como cualquiera otro mal, es uno de los frutos del pecado. Si Adán no hubiera caído, no hay duda que no habría habido ciegos, ni sordos, ni mudos. Las numerosas dolencias que son herencia de la carne, los innumerables dolores, enfermedades y desarreglos físicos á que todos estamos sujetos, empezaron cuando descendió la maldición sobre la tierra. Odiemos pues el pecado como fuente que ha sido de todos nuestros afanes y desdichas.
2″. Que en el curso de la vida nos incumbe aprovechar, para hacer bien, las oportunidades que tengamos. Jesús dijo á sus discípulos, cuando estos le hicieron una pregunta acerca del ciego: » Á mí me conviene obrar entre tanto que el día es: la noche viene, cuando nadie puede obrar..
Esas palabras son muy ciertas si se aplican á nuestro Señor mismo. El sabía muy bien que su ministerio terrenal duraría solo tres años, y por lo tanto, aprovechó diligentemente el tiempo. No dejó pasar ninguna oportunidad de hacer obras de misericordia y de cumplir los deberes de su misión. De día ó de noche, siempre estaba empeñado en la obra que le encomendó el Padre. En toda su conducta podía percibirse la aplicación de estas palabras: » Me conviene obrar entre tanto que el día es: la noche viene, cuando nadie puede obrar..
Palabras son estas que todos los cristianos debieran recordar. La vida presente es el día. Cuidemos de emplearla bien, para gloria de Dios y provecho de nuestras almas. Trabajemos por nuestra salvación con temor y con temblor mientras dura el día. En el sepulcro, al cual todos nos encaminamos apresuradamente, no hay tareas que cumplir ni trabajo que ejecutar. Oremos, leamos buenos libros, santifiquemos el domingo, oigamos predicar la Palabra de Dios, hagamos bien á nuestros semejantes, manifestemos, en fin, que no nos olvidamos de que la noche se acerca. El tiempo de que podemos disponer es breve; las tinieblas empezarán pronto á invadir nuestro horizonte; jamás podremos recobrar oportunidades una vez perdidas. Evitemos, pues toda demora escrupulosamente, y empleemos toda la fuerza y habilidad de que somos capaces en cumplir los deberes que nos caigan en lote. «La noche viene, cuando nadie puede obrar..
3a. Que para obrar los milagros Jesús empleó diferentes medios en las diferentes ocasiones. Para sanar al ciego El habría podido, si lo hubiese tenido á bien, haberle tocado meramente con el dedo ó haber pronunciado una palabra. Mas no fue de su agrado hacerlo así, sino le untó los ojos con lodo que él mismo había hecho. Por supuesto que ese lodo no poseía inherentemente ninguna virtud sanativa; mas Jesús quiso emplear ese medio.
Ese hecho nos enseña que el Señor de cielos y tierra no se ciñe ó limita al empleo de un solo medio, y que los que han recibido de Jesucristo algunas mercedes no deben juzgar de otra por su propia experiencia. ¿Nos ha restituido Jesucristo la vista y la vida? Rindamos por ello gracias al Eterno, y procuremos ser más humildes. Mas guardémonos de decir que solo han recibido la salud y la vida espirituales aquellos cuya experiencia corresponde exactamente á la nuestra.
4a. Que Jesucristo posee un poder infinito. Lo que él hizo era de suyo imposible. Sin medicamentos curó una enfermedad incurable, restituyó la vista á uno que había nacido ciego.
Empero, además de demostrarnos que el Señor es todopoderoso en los cielos y en la tierra, un milagro de ese linaje debe llenarnos de esperanza acerca del porvenir de nuestras almas y de las almas de nuestros semejantes. ¿Qué enfermedad espiritual hay que él no pueda curar? El puede abrir los ojos de los más pecadores é ignorantes, y hacerlos ver cosas que jamás habían visto. El envía la luz á las mentes más entenebrecidas, y hace desaparecer los errores y las preocupaciones que las ofuscaban.
Si no nos salvamos la culpa es nuestra. Estemos alerta no sea que puedan aplicársenos aquellas palabras solemnes: » La luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz; porque sus obras eran malas.» No queréis venir á mí para que tengáis vida. Joh 3:19; Joh 5:40.
Fuente: Los Evangelios Explicados
M73 Aquí en la expresión temporal, ἐκ indica el punto de partida (comp. el v. Jua 9:24 y Jua 6:64): desde su nacimiento.
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
Da el Señor vista a un ciego de nacimiento. Los judíos pretenden despojarle de la gloria de este milagro. Constancia del ciego en confesar y defender a su Bienhechor. Los judíos excomulgan al ciego, y le echan de su sinagoga. El Señor lo recibe, e instruye; y el ciego le adora.
2 a. ¿Cuál ha podido ser la causa de que este naciese ciego? ¿sus pecados, o los de sus padres? Bien sabían que este ciego no había podido pecar con pecado personal antes de nacer; y también que el pecado fue el que introdujo las enfermedades en el mundo, y que algunas veces castiga Dios en los hijos los pecados de los padres. Por esto proponen al Señor esta cuestión, para que los instruyese y dijese lo que pudiera haber ocasionado en este hombre una tal desgracia.
3 b. El Señor les responde, que no precisamente por sus pecados le había Dios enviado aquel trabajo, pues había otros muchos igualmente pecadores, a quienes no había acaecido semejante desgracia; y que Dios las envía a los hombres, o para castigar sus propios pecados, o en los hijos las injusticias de los padres en que tuvieron alguna parte, o que los imitan; o para purificar y probar su virtud, o para hacer brillar las obras de su poder. Santo Tomás. San Juan Crisóstomo hace aquí una observación muy importante que puede servir para ilustrar otros muchos lugares paralelos de la Escritura, esto es; que Dios no hizo nacer ciego a este hombre para tener ocasión de obrar un milagro en su persona; sino que la ceguera de este hombre sirvió para manifestar y hacer brillar el poder divino. La palabra griega ína que se traslada, para que, o a fin de que, no siempre denota el fin, o la causa, sino muchas veces el efecto. Así se ha de entender en el v. 39 de este mismo capítulo, y lo que San Pablo dice en Rom 1,19-20.
4 c. El tiempo que debía estar en este mundo, y alumbrarle con la luz de su doctrina.
d. El tiempo de su muerte, en que cesó de obrar visiblemente.
e. En estas palabras nos da el Señor un importantísimo aviso, esto es; que no perdamos los días, que nos han sido dados para que los empleemos en buenas obras (Gál 6,10), porque llegará la noche de la muerte, en la que no podremos ya trabajar ni por nuestra propia salud, ni por la de los otros.
7 f. MS. En la nadadera.
g. Este es uno de los nombres que la Escritura da al Mesías, Shiló, Enviado; o como otros quieren, el que ha de ser enviado. Por una secreta disposición de la divina Providencia fue dado este nombre a una piscina, a cuyas aguas debía comunicar el Enviado de Dios la virtud de dar la vista a un ciego de nacimiento; siendo esto la figura del Bautismo, en donde nuestras almas son lavadas e iluminadas por el Espíritu Santo, y representando ellas al vivo todas las gracias que nos vienen por los méritos del Mesías verdadero. El Señor con sola su palabra pudo curarle; pero quiso que precediesen todas estas disposiciones para probar su fe; y lo mismo había ya practicado Eliseo con Naamán (2Re 5,12), y también para confundir a los fariseos, que por leyes de su capricho, y que habían añadido a la ley de Dios, hacían consistir la religión del sábado en ciertas menudas observancias, que no eran sino hipocresía y superstición (v. 14), y por la misma razón mandó al paralítico (5,8), a quien curó también en sábado, que cargase con el lecho en que yacía.
8 h. El Griego: hóti tuflós én, que era ciego.
17 i. Un hombre santo, un hombre eminente en virtud y en doctrina, un enviado de Dios.
19 j. La pregunta que hacen da bien a entender la respuesta que buscaban. Querían, pues, sin duda, que o dijesen que no era aquel su hijo, o que no había nacido ciego, lo que les bastaba para disminuir el crédito de un milagro. Pero los padres intimidados confesaron que era su hijo, y que había nacido ciego; pero añadieron que no sabían cómo veía. Para esto se remitieron al testimonio de su hijo, de quien decían que tenía edad para poder hablar y ser creído en juicio, que entre los hebreos era la de trece años arriba.
22 k. Esta es una especie de excomunión, por la que separaban del trato y comunicación de los otros a los que eran convencidos de impiedad y de irreligión.
24 l. Esta era una fórmula solemne con que se pretendía obligar a decir la verdad al que se le preguntaba, como si le dijeran: Para gloria de Dios confiésanos toda la verdad del hecho. Pero no es esta la que buscaban, sino tapar la boca al ciego, e intimidarle, para que se desdijese de lo que antes había confesado. Nosotros, dicen, que somos los doctores de la ley, las cabezas del pueblo y los jueces en materia de religión, sabemos que ese hombre es un pecador, un hombre malo y perverso, ¿qué es lo que tú dices de él? Sobre dicha fórmula véase Jos 7,19; 1Sam 6,5.
25 m. A mí no me toca juzgar, les respondió, si es o no, lo que vosotros decís; me toca declarar solamente lo que sé. Sé que era ciego, y no me engaño en lo que digo; y sé, y no me engaño tampoco, cuando digo que ahora veo claramente. A esta respuesta tan sencilla y tan fuerte quedaron como mudos para poderle replicar, y volvieron otra vez a su primera pregunta.
27 n. El Griego: kái ouk ekóusate, y no lo habéis querido entender. Cansado ya de tanta importunidad, y conociendo que sus preguntas no eran dirigidas a informarse de la verdad, sino a oscurecerla y a calumniarla, les respondió con firmeza, y en tono irónico les dio en rostro con su incredulidad. Y así la palabra vos es enfática.
30 o. En el mismo tono de ironía les dice: Por cierto es una cosa asombrosa, que vosotros, que entendéis las Escrituras, e instruis a los otros, no alcancéis de dónde sea aquel que ha abierto los ojos a un ciego de nacimiento; y que nosotros, aunque rudos e ignorantes, alcancemos que Dios no oye a pecadores para obrar una maravilla como la que ha obrado conmigo, y tal, que no se ha oído semejante desde que el mundo es mundo. Demás de esto entendemos que este hombre es de Dios, le honra, y cumple su voluntad, porque Dios le oye: de lo contrario no podría hacer tales prodigios; porque Dios, que es la verdad, no concede a un impostor el poder de autorizar sus mentiras con milagros.
31 p. El ciego habla como que aún no estaba enteramente iluminado en el espíritu; porque es cierto que Dios oye a los pecadores que de veras le buscan, como se vio en el publicano, y en otros lugares de la Escritura. Y aun algunas veces concede a los pecadores las gracias extraordinarias, que los teólogos llaman gratis datas, como el don de profecía, de milagros, etc. Así profetizó Caifás, como dice el Evangelio, y de historias fidedignas consta haber Dios obrado milagros por medio de pecadores, y aun infieles.
34 q. ¿Naciste ciego, has vivido pidiendo una limosna, y lleno de arrogancia pretendes venir ahora a enseñarnos a nosotros, que sabemos los ápices de la ley?
r. Del concilio, o sala en donde estaban congregados. Algunos dicen que le echaron de la sinagoga, o le excomulgaron.
36 s. Dice esto, porque no conocía al Señor, ni le había visto, puesto que no cobró la vista hasta haberse lavado en la piscina.
37 t. Esto es; tú le ves al presente. S. Ciril. O, según otros: Tú le has visto; experimentando en ti su divina virtud, cuando te dio vista.
39 u. Para hacer brillar este terrible juicio, que los que reconocen de buena fe su ceguedad, sean alumbrados de la luz divina; y los que confían en sus propias luces, sean castigados por la ceguedad de su corazón.
41 v. Si conocieseis vuestra ceguedad, recurriríais a aquel que puede curarla, y os libraría de vuestros pecados; mas por cuanto no la reconocéis, y os tenéis por los videntes, no buscáis al médico que os pudiera curar; por esto permanecéis en la ceguedad de vuestro pecado, o vuestro pecado permanece en vosotros, y os tiene ciegos, y por lo mismo incurables. El Griego lee: El pecado vuestro.
Fuente: Notas Bíblicas
[1] Un hijo del pacto, y por tanto de 13 o mayor.
[2] Los líderes lo acordaron, no el pueblo que le oía gustosamente.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero