Comentario de Lucas 10:8 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os pongan delante.
10:8 En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante; — El obrero más capacitado debe ser humilde y mostrar sincera gratitud hacia las personas que les recibían y atendían, sean ricas o pobres. Cuando alguna familia recibe al obrero, éste debe comer lo que ellos comen, como si fuera miembro de la familia. No debe buscar el lujo.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
donde entrareis, y os recibieren. Luc 10:10; Luc 9:48; Mat 10:40; Jua 13:20.
comed lo que os pusieren delante. 1Co 10:27.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
acercado … el reino de Dios: Al igual que en el v. Luc 10:11; Luc 11:20 y Luc 17:21 este texto muestra cómo varios aspectos de la autoridad real acompañaron a Jesús en su ministerio terrenal. La sanidad que trajo Jesús ilustra lo que ofrece su Reino (Luc 11:20). El ministerio de Cristo es el comienzo de las etapas iniciales del Reino de Dios, el que consumará Jesús a su regreso (Luc 17:20-37). El Reino de Dios vino en etapas. Cuando Cristo vino por primera vez fue rechazado. En su Segunda Venida establecerá su Reino absoluto sobre todo y sobre todos.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
10:8 En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante; — El obrero más capacitado debe ser humilde y mostrar sincera gratitud hacia las personas que les recibían y atendían, sean ricas o pobres. Cuando alguna familia recibe al obrero, éste debe comer lo que ellos comen, como si fuera miembro de la familia. No debe buscar el lujo.
Fuente: Notas Reeves-Partain
1Co 10:27.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
Estos versículos comprenden la segunda parte de los preceptos dados por nuestro Señor Jesucristo á los setenta discípulos. Estos, lo mismo que los de la primera parte, tienen especial referencia á los ministros y á los maestros del Evangelio; pero contienen verdades que merecen seria atención de parte de todos los miembros de la iglesia de Cristo.
El primer punto que debemos notar es la sencillez de las nuevas que nuestro Señor mandó que proclamasen sus primeros mensajeros. Estas fueron: «Se ha allegado á vosotros el reino de Dios..
Necesario es considerar estas palabras como la sustancia de todo lo que los discípulos habían de decir. Difícilmente puede suponerse que no dijeran nada más que esta sola frase. Las palabras sin duda tenían mucha más significación para el judío que las oía en aquel entonces, del que producen al presente en nuestra mente. Al erudito israelita, sonarían como el anuncio de que la época del Mesías había llegado, que el Salvador prometido desde tan remotos tiempos, estaba para ser revelado; que el «Deseado de todas las naciones » iba á aparecer. Hag 2:7. De esto no cabe duda. Tal anuncio hecho inesperadamente por setenta hombres que estaban convencidos indudablemente de la verdad de lo que decían y que viajaban por en medio de un país densamente poblado no dejaría de llamar la atención y de despertar la curiosidad, sin embargo de todo esto el anuncio es extraordinario y singularmente sencillo.
Es de dudarse si el modo moderno de enseñar el Cristianismo como regla general, suficientemente sencillo. Es un hecho innegable que los razonamientos profundos y los argumentos complicados no son, generalmente hablando, los medios de que Dios se ve para convertir las almas. Exposiciones sencillas hechas con valor y con dignidad, y de tal manera que los que las hacen sientan crean lo que dicen, parecen producir mayor efecto en el corazón y en la conciencia del oyente. Padres y maestros de la juventud, ministros y misioneros, lectores de la Escritura y visitadores de distrito, todos haríais bien en acordaros de esto. No debemos afanarnos, como lo hacemos á menudo por defender, probar, demostrar, y discutir las doctrinas del Evangelio. Tal vez ni uno en cada ciento ha sido convertido de este modo. Lo que necesitamos son declaraciones más sencillas, claras, solemnes y fervorosas, de las verdades sencillas del Evangelio. Tales declaraciones, sin duda, aducirán fruto á su tiempo. Son saetas dirigidas por Dios que penetran con frecuencia en corazones que no hubieran sido conmovidos por el sermón más elocuente.
El segundo punto que debemos observar en estos versículos es la gran perversidad de los que desechan los ofrecimientos hechos en el Evangelio. Nuestro Señor afirmó «que para Sodoma había más remisión el día del juicio,»que para los que no reciben la predicación de sus discípulos. Y prosiguió diciendo, que el pecado de Corazin y de Betsaida, ciudades de Galilea, donde había predicado y hecho milagros, pero donde las gentes á pesar de esto no se habían arrepentido, era mayor que el pecado de Tiro y Sidón.
Aseveraciones como estas son solemnes. Ellas ponen en claro algunas verdades, que el hombre está muy pronto á olvidar. Ellas nos enseñan que todos serán juzgados según la luz espiritual de que hayan gozado, y que de aquellos que han poseído más prerrogativas religiosas, más será exigido. Muéstranos también cuan grande es la obstinación é incredulidad del corazón humano: fue posible que algunos oyeran á Cristo predicar, y presenciasen sus milagros, y sin embargo no se convirtiesen. Nos enseñan también que el hombre es responsable por el estado de su alma. Los quo rechazan el Evangelio, y permanecen impenitentes é incrédulos, no son simplemente objetos de piedad y compasión, sino también, con sumo grado, reos y culpables á los ojos de Dios. Dios los llamó, pero ellos no respondieron. Dios les habló, pero ellos no quisieron hacer caso. La condenación del infiel será estrictamente justa Su sangre caerá sobre su cabeza. El Juez Universal obrará con justicia.
Meditemos estas verdades y guardémonos de la incredulidad. No solo el pecado descubierto y la maldad notoria pierden las almas. Si solo permanecemos quietos sin hacer nada, cuando se nos urge con ahínco para que aceptemos el Evangelio, nos hallaremos un día en el abismo. No es necesario precipitarnos en los excesos de la licencia. No es necesario que nos opongamos á la verdadera religión. Basta solamente que permanezcamos fríos, descuidados, indiferentes, inmobles, é impasibles, para que seamos arrojados al infierno. Esto fue lo que causó la ruina de Corazin y de Betsaida. Y esto puede también causar la ruina de millares mientras el mundo exista. Ningún pecado hace menos ruido, pero ninguno pierde el alma con tanta certeza como la incredulidad.
Lo último que debemos percibir en estos versículos es él honor que el Señor confiere a sus fieles ministros. Se nota esto en las palabras con que concluyó los preceptos dirigidos á los setenta discípulos. Les dijo: «El que á vosotros oye, á mí oye, y el que á vosotros desecha á mí desecha; y el que á mí desecha, desecha al que me envió.
El lenguaje que aquí usa nuestro Señor es muy notable, y lo es más si tenemos presente que fue dirigido á los setenta discípulos, y no á los doce apóstoles.
La enseñanza que con tales palabras se propuso inculcar es clara é inequívoca. Los ministros han de ser considerados como mensajeros y embajadores enviados por Cristo á un mundo corrompido. En tanto que ellos cumplan fielmente con sus deberes, son acreedores al honor y respeto de los fieles por amor á su Maestro. Los que los desechan, desechan mayormente por ese acto á su Maestro. Los que no aceptan la salvación que proclaman, ofenden, más que á ellos, á su Rey. Cuando el rey de Ammon, agravió á los embajadores de David, se recibió el insulto como si hubiera sido irrogado al mismo David. 2Sa 11:19.
Acordémonos de estas cosas para que podemos formar una idea justa de la posición del ministro del Evangelio. En esta materia se cometen muchos errores.
Unos respetan al ministro con reverencia que raya en idolatría y superstición. Otros le miran con torpe desprecio. Ambos extremos deben evitarse. Ellos previenen de qué se olvida la enseñanza sencilla de la Escritura. E ministro que no cumple fielmente con sus deberes ó no predica exactitud el Evangelio de Cristo, no tiene derecho á esperar que el pueblo lo respete. Pero las palabras del que declara los designios de Dios, y no calla nada que sea provechoso, no pueden menospreciarse sin gran pecado. Ese ministro está llenando la misión que le encomendó su Rey. Es un heraldo. Es un embajador, lleva en la mano la bandera blanca y trae proposiciones de paz. A tal ministro son estrictamente aplicables las palabras de nuestro Señor. Puede que sea hollado del rico, odiado del malo, injuriado del que ama los placeres, atacado del codicioso; mas puede consolarse diariamente con las palabras de su Maestro: «El que á vosotros desecha á mí desecha.» El día del juicio se probará que no en vano se pronunciaron estas palabras.
Fuente: Los Evangelios Explicados
R1115 El participio de presente con artículo τὰ παρατιθέμενα indica la ausencia de tiempo: lo que les pongan delante.