Comentario de Lucas 12:41 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Entonces Pedro le dijo: —Señor, ¿dices esta parábola para nosotros, o también para todos?
12:41 Entonces Pedro le dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos? — Jesús no le contesta directamente, pero ellos tendrían que dar cuenta de su mayordomía como apóstoles escogidos y bendecidos por Cristo. Compárese Stg 3:1.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos? Mar 13:37; Mar 14:37; 1Pe 4:7; 1Pe 5:8.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
a nosotros, o también a todos: Pedro pregunta si la enseñanza era para los discípulos o para todo el mundo. Jesús no responde directamente esa pregunta. Más que eso, describe una variedad de siervos. Los siervos son aquellos que pertenecen a un amo y de quienes se evalúa su desempeño (Luc 19:11-27). En los vv. Luc 19:42-48 se describen varias respuestas que van desde la fidelidad hasta la desobediencia más absoluta. La cuestión es vivir en una manera que espera y toma con seriedad el regreso de Jesús (1Jn 2:28).
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
12:41 Entonces Pedro le dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos? — Jesús no le contesta directamente, pero ellos tendrían que dar cuenta de su mayordomía como apóstoles escogidos y bendecidos por Cristo. Compárese Stg 3:1.
Fuente: Notas Reeves-Partain
NOTAS
(1) O: “Amo”.
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Estos versículos nos enseñan cuan importante es que nuestro cristianismo sea activo. Nuestro Señor se refiere a su segunda venida, y compara a sus discípulos con unos criados que aguardan el regreso de su amo y a quienes se les había ordenado lo que habían de hacer durante la ausencia de éste.
«Bienaventurado,» dice, «aquel siervo que, cuando el señor viniere, fuere encontrado haciendo su obra.
Esta admonición se refiere, sin duda, primariamente a los ministros del Evangelio. Estos, como guardianes de los misterios de Dios, están obligados de una manera especial a ser activos, o, para usar la palabra del texto, «estar haciendo» cuando Cristo venga la segunda vez. Pero las palabras citadas son susceptibles de una aplicación más lata, sobre la cual todos los cristianos harían bien en meditar: nos enseñan que es menester que la religión de todos nosotros sea activa, práctica y fecunda en bienes.
Y esto es precisamente lo que falta en la iglesia cristiana. Se habla mucho de intenciones, y esperanzas, y deseos, y sentimientos, y protestas. Sería mejor que se pudiera decir más respecto a hechos. No es al siervo que encontrare deseando y protestando, sino al que encontrare «haciendo» que Jesús llama «bienaventurado».
Por desgracia, muchos se excusan de transmitir esta admonición a otros, y muchos rehúsan recibirla. Se nos dice con mucha gravedad que eso de «hechos» y de «obras» tiene olor a ley mosaica e impone un yugo servil a los cristianos. Observaciones como éstas no deben hacernos cejar. Los que las hacen manifiestan ignorancia o perversidad. Las palabras de que tratamos no se refieren a la justificación sino a la santificación, no a la fe, sino a la santidad de vida. La cuestión no es ¿Qué deberá hacer el hombre para ser salvo? Sino ¿Qué deberá hacer un hombre que está ya salvo? La doctrina de la Escritura es clara y explícita en este punto. Un hombre que ha sido salvo debe sobresalir en buenas obras. Tit. 3.8. El deseo del verdadero cristiano debe ser que lo encuentren «haciendo bien.
Si deseamos la salvación, hagamos resolución firme de ser, con Cristo: «El pasó haciendo bienes» Hechos 10.38. Así nos asemejaremos a los apóstoles: ellos eran hombres de hechos más bien que de palabras. Así glorificaremos a Dios: «En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto» Juan 15.8. Así seremos útiles al mundo: «Así pues alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» Mat. 5.16 Nos enseñan, además, estos versículos, cuan grande es el peligro que corren lo que descuidan los deberes de su profesión. De los tales nuestro Señor dice que «los apartará y pondrá su suerte con los infieles» Sin duda estas palabras han de aplicarse especialmente a los ministros y maestros del Evangelio. Sin embargo, no demos lisonjearnos con la idea de que los incluya tan solo a ellos. Probablemente van también dirigidas a todos los que ocupan puestos de gran responsabilidad. Es un hecho muy singular que nuestro Señor no contestara a Pedro cuando este le dijo. «¿Dices esta parábola por nosotros, o también por todos?» Quienquiera que desempeñe un destino de responsabilidad y descuida el cumplimiento de sus deberes, haría bien en meditar sobre este pasaje hasta enterarse de lo que enseña.
Las palabras que nuestro Señor usa cuando habló de los siervos perezosos e infieles son notablemente severas. En pocos pasajes del Evangelio se encuentran expresiones tan fuertes como en este. Muy engañados están los que creen que el Evangelio no contiene sino palabras suaves. El compasivo Salvador, que ejerce su infinita misericordia con el penitente y el creyente, no deja de pronunciar el juicio de Dios contra los que desprecian sus preceptos.
Desengañémonos; hay un infierno para el que continúe en su maldad, así como hay un cielo para el que cree en Jesucristo. Existe lo que se llama «la ira del Cordero..
Esforcémonos por vivir de tal manera que, a cualquier hora que nuestro Señor vega, estemos prontos para recibirlo. Velemos sobre nuestras almas con celo devoto, y pongámonos en guardia contra cualquier síntoma que indique no estamos prontos para la llegada de nuestro Señor. Ante todas cosas, evitemos tota tendencia a viciar la pureza de nuestro sistema religioso, a tener ojeriza a los que sean más espirituales que nosotros, y a ajustar nuestra conducta a las prácticas de las personas irreligiosas. Tan pronto como advirtamos tal tendencia, podemos estar seguros de que nuestras almas están en gran peligro. El que, a pesar de haber hecho profesión de fe, hostiliza a los verdaderos creyentes y haya placer en la sociedad de los incrédulos, ha entrado de lleno en el camino de la perdición.
Estos versículos nos enseñan, por último, que cuanto mayor sean los conocimientos religiosos que un hombre posea, tanto mayor será su culpabilidad si no se convierte. «El siervo que entendió la voluntad de su señor, y no se apercibió, ni hizo conforme a su voluntad, será azotado mucho» «A cualquiera que fue dado mucho, mucho se le volverá a demandar; y al que encomendaron mucho, más le será pedido».
Estas palabras tienen una aplicación casi universal: se dirigen a muchas clases de individuos. Deben despertar las conciencias de todos los habitantes de países cristianos, pues ellos serán juzgados con más severidad que los paganos que jamás han visto la Biblia. Todos los protestantes que tienen el privilegio de leer las Escrituras deben sentir que a ellos se refieren esas palabras. Su responsabilidad es más grande que la de los romanistas a quienes los clérigos privan de la palabra de Dios. No olvidemos jamás esta verdad: que nosotros seremos juzgados en el último día según las ventajas y los privilegios de que hayamos gozado.
¿Qué uso hacemos nosotros de nuestros conocimientos religiosos? ¿Empleamos dichos conocimientos de una manera sabia y prudente, y de tal modo que sean fecundos en bienes para nuestros semejantes? ¿O nos contentamos simplemente con decir que sabemos tal y cual cosa, y nos lisonjeamos en secreto con que el conocimiento de la voluntad de Dios nos hace mores que otros, en tanto que desacatamos esa misma voluntad? Guardémonos de hacernos ilusiones.
Día llegará en que esos de que no hemos hecho uso, contribuirán a nuestra propia condenación. Muchos caerán en cuenta entonces que tendrán que ocupar un lugar inferior al de los paganos más ignorantes o idólatras.