EN PROFUNDIDAD

Jerusalén hollada por los gentiles

Los que vivían en Jerusalén en la época de Cristo tenían razones suficientes como para creer en la predicción de que la ciudad caería al fin bajo una fuerza invasora (Luc 21:20; véase también Luc 19:41-44). Las tensiones políticas estaban en un punto muy delicado.

Los judíos estaban muy resentidos con los romanos por la ocupación de su territorio, lo que trajo la influencia corrupta de la cultura griega, los fuertes impuestos y el cruel gobierno. Algunos como los celotes, soplaban las llamas de la revolución al liderar las revueltas por los impuestos y lanzar consignas terroristas en contra de las tropas y de los oficiales romanos.

El capítulo final de este drama comenzó el año 66 d.C cuando estalló una escaramuza entre judíos y gentiles por la profanación de la sinagoga en Cesarea. Incapaces de triunfar políticamente, los judíos se desquitaron religiosamente al prohibir todos los sacrificios en nombre de los extranjeros, e incluso del emperador. Además, el acceso a los terrenos del Templo en Jerusalén se limitó estrictamente a los judíos.

Mientras tanto, el procurador romano ordenó un fuerte pago por los tesoros del Templo. Los judíos se rehusaron pensando que el emperador recapacitaría. En vez de eso, envió tropas a la ciudad que terminaron violando y saqueando a voluntad, hasta el grado de recurrir al azote y a la crucifixión. La matanza cobró más de 3600 vidas judías, incluyendo niños.

La ciudad se escandalizó. Se provocaron incendios en edificios oficiales junto con la casa del sumo sacerdote, sospechoso de estar confabulado con el Imperio. En todas partes, los judíos invadían las fortalezas romanas, emboscaban una legión de refuerzos y capturaban armas para la revuelta en Jerusalén. Al final, los romanos se retiraron, por poco tiempo, dejando la ciudad santa en manos de los rebeldes.

Pero sin importar lo valientes y lo comprometidos que pudieran ser los revolucionarios judíos, no eran obstáculos para la armada profesional y preparada de Roma. El emperador Nerón despachó a Vespasiano, su general de más alto rango, a la región. Comenzó en Galilea, y fue viajando hacia el sur, para cortar sistemáticamente los accesos de suministros y escape a Babilonia, Egipto y el Mediterráneo. En el año 70 a.C estaba en condiciones de dar su golpe final en Jerusalén.

Sin embargo, Vespasiano debió volver a Roma para suceder a Nerón como emperador y dejó a su hijo Tito a cargo de la campaña. Al avanzar a la ciudad por el norte, el este y el oeste, sus legiones erigieron murallas para sitiarla y finalmente tomaron la ciudad lo que dio cumplimiento a la profecía de Jesús. El Templo de Herodes fue destruido sólo seis años después de que se completara (cf. Luc 21:5, Luc 21:6); además, se abolió el sacerdocio y el consejo, y todos los judíos fueron expulsados de las ruinas de la ciudad.

Jesús lloró al pensar en tal masacre (Mat 23:37-39). Pero ese fue uno de los precios que debió pagar su generación por rechazarle como su Mesías.