Comentario de Lucas 7:18 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
A Juan le informaron sus discípulos acerca de todas estas cosas. Entonces Juan llamó a dos de sus discípulos
7:18 Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas. — Mat 11:2, “Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo”. Herodes le había encarcelado porque había reprendido los pecados del rey (Mat 14:4). Este versículo nos deja un poco perplejo. Si los discípulos de Juan le contaron las nuevas de las obras maravillosas de Jesús, ¿por qué no resolvieron sus dudas? La respuesta de Jesús aclara la cuestión por conectar las buenas obras que El hacía a las profecías acerca del Mesías. — Y llamó Juan a dos de sus discípulos, 19 y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? 20 Cuando, pues, los hombres vinieron a él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que había de venir, — “El que había de venir” era otro nombre del Mesías, Gén 49:10; Deu 18:18-19; Isa 9:6; Isa 11:1-5; Isa 35:4-6; Isa 53:1-12; Dan 9:24-27.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
Mat 11:2-6; Jua 3:26.
y llamó Juan a dos de sus discípulos. Luc 10:1; Jos 2:1; Mar 6:7; Hch 10:7, Hch 10:8; Apo 11:3.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
¿Eres tú el que había de venir?: La incertidumbre de Juan se puede deber al hecho de que Jesús no mostrara indicios de ser el mesías político y conquistador que la mayoría de los judíos esperaba en ese período.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
Los discípulos de Juan. Es evidente que Juan el Bautista se mantuvo informado acerca del ministerio de Cristo, incluso después de su encarcelamiento, por medio de discípulos que actuaban como sus mensajeros. Cp. Hch 19:1-7.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
7:18 Los discípulos de Juan le dieron las nuevas de todas estas cosas. – Mat 11:2, “Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo”. Herodes le había encarcelado porque había reprendido los pecados del rey (Mat 14:4). Este versículo nos deja un poco perplejo. Si los discípulos de Juan le contaron las nuevas de las obras maravillosas de Jesús, ¿por qué no resolvieron sus dudas? La respuesta de Jesús aclara la cuestión por conectar las buenas obras que El hacía a las profecías acerca del Mesías.
— Y llamó Juan a dos de sus discípulos, 19 y los envió a Jesús, para preguntarle: ¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro? 20 Cuando, pues, los hombres vinieron a él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, para preguntarte: ¿Eres tú el que había de venir, — “El que había de venir” era otro nombre del Mesías, Gén 49:10; Deu 18:18-19; Isa 9:6; Isa 11:1-5; Isa 35:4-6; Isa 53:1-12; Dan 9:24-27.
— o esperaremos a otro? – La respuesta de la mayoría de los judíos a esta pregunta fue la siguiente: “No lo es, y definitivamente esperaremos a otro”. Sin embargo, Juan preparó el camino para Jesús. Le bautizó y vio al Espíritu descender sobre El como paloma, oyó la voz del Padre que le proclamó como su Hijo aprobado. Entonces él mismo proclamó que Jesús era el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jua 1:29). Al recordar todo esto es un poco sorprendente su pregunta. La Biblia no revela la razón por la cual la hizo, pero el lenguaje mismo indica que él había comenzado a tener dudas acerca de Jesús, porque aun pregunta, “¿o esperaremos a otro?” Si no tenía dudas acerca de Jesús, estas preguntas no tienen sentido.
Algunos, queriendo defender a Juan y no aceptar que él tuviera dudas, dicen que las dudas no eran de Juan sino de sus discípulos; es decir, creen que Juan los envió con esta pregunta para resolver las dudas de ellos, pero, como observa Lenski, esta explicación ataca la integridad de Juan, porque implica que Juan haría esta pregunta como si él quisiera la respuesta cuando en realidad él quería la respuesta para sus discípulos. Peor aun, ataca la integridad de Jesús quien dice, “Id, haced saber a Juan”, para apoyar el fingimiento como si Juan quisiera saber cuando solamente sus discípulos tenían dudas (desde luego, Jesús conocía perfectamente quién tenía y quién no tenía dudas).
El ser inspirado por Dios como profeta no era garantía de que él entendiera la naturaleza espiritual del reino del cual hablaba. Es muy probable que él, al igual que los apóstoles y los demás, esperara que Cristo reinara aquí en la tierra. Este texto ilustra otra vez que la Biblia habla con toda franqueza de las flaquezas de sus más grandes héroes, y la explicación más razonable de esta pregunta es que Juan tenía dudas acerca de Jesús de Nazaret. Por lo menos quería tener su confianza reafirmada (ATR). Al volver a leer Mat 3:10, “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego”, tenemos que preguntar, ¿está mostrando algo de impaciencia ahora porque Jesús no había cortado el árbol corrupto? ¿No habría compartido el concepto de los otros judíos y aun de los apóstoles que el Mesías había de establecer un reino terrenal para llevar a cabo fuertes juicios? Y ¿dónde estaba ese reino? ¿Por qué no lo había establecido? Jesús enseñaba y hacía milagros, pero aparentemente no había hecho nada para establecer tal reino. Tal vez Juan compartiera la esperanza de muchos de los que acompañaban a Jesús de que El comenzara a reunir sus ejércitos para derrotar a los romanos.
“Los árboles sin frutos todavía no han sido cortados; el grano no ha sido removido de la cáscara, ni ha visto él todavía el fuego que no se apaga. Probablemente él no vio ninguna tendencia hacia ninguno de estos resultados… De haberle sido a él permitido formar parte de la compañía del Salvador, recibir la influencia silenciosa de su ejemplo y su verdad, pedirle explicaciones y de oír sus razonamientos, podemos nosotros estar seguros de que su estado mental hubiera sido muy diferente. Pero no solamente no había tenido los privilegios del más humilde de los discípulos del Señor, sino que, por el contrario, lo habían dejado languidecer y sentir agitarse su espíritu en cruel encarcelamiento, el cual le había sido impuesto debido a su celo justo por la misma causa que había sido enviado a promover” (GRB).
Sea lo que haya sido el caso de Juan debemos aprender que los hijos de Dios más fieles y fuertes pueden tener dudas y faltas (1Co 10:12). El apóstol Pedro aprendió esto y lloró amargamente (Mat 26:72; Gál 2:11).
¿Cómo podría Juan dudar? Algunos, queriendo defender a Juan, suponen que Juan solamente quería que Jesús declarara más abiertamente que en realidad El era el Mesías para acabar con las dudas e inquietudes del pueblo acerca de su identidad (compárese Mat 16:14), pero si eso hubiera sido su pensamiento o motivación, habría enviado discípulos a Jesús animándole a hacerlo, pero simplemente no fue así.
Cuando Dios llamó a Moisés, éste le resistió con excusas (Éxo 3:1-22; Éxo 4:1-31), indicando su falta de fe en Dios (lo hizo otra vez en Núm 20:12). Solamente con milagros se convenció Gedeón. La confianza que Elías tenía en Dios prácticamente desapareció y él se escondió en una cueva (1Re 19:1-4). Jeremías denunció el día de su nacimiento (Jer 20:7; Jer 20:14-18). Job también. El ejemplo “clásico” de flaqueza en los grandes era Pedro quien, después de ser testigo de la transfiguración de Jesús y observar su vida y obras tan maravillosas, andando con El por más de tres años, lo negó con juramentos. En cuanto a Juan, sin duda el estar confinado en la cárcel tuvo algo que ver con su flaqueza, porque cuando él estaba predicando y bautizando a mucha gente, su fe era muy viva y fuerte (JWM).
Sea lo haya sido el caso de Juan, aquí cabe una advertencia para nosotros. Recuérdese que Juan estaba encarcelado. Esto podría ser aun para los más fuertes una experiencia deprimente. Juan ya no estaba en el sol del desierto, sino que su vida había pasado por debajo de una nube obscura. La advertencia para nosotros es esta: tengamos cuidado de no perder la fe o caer en dudas cuando estamos afligidos y angustiados. Hay toda clase de experiencia que deprime y debilita.
Fuente: Notas Reeves-Partain
LA PRUEBA FINAL
Lucas 7:18-30
Los discípulos de Juan el Bautista le llevaban noticias a Jesús de todo lo que iba sucediendo. Una vez, Juan llamó a dos de sus discípulos y se los envió a Jesús para que le preguntaran: «¿Eres tú el Mesías que había de venir, o tenemos que seguir esperando a otro?» Y cuando ellos llegaron adonde estaba Jesús, le dijeron:
Juan el Bautista nos ha mandado para que te preguntemos: «¿Eres tú el Mesías que había de venir, o tenemos que seguir esperando a otro?»
En aquel momento-Jesús curó a muchos que padecían enfermedades o dolencias o bajo la influencia de malos espíritus, y les devolvió la vista a muchos que estaban ciegos.
-¡Id a contarle a Juan todo lo que habéis oído y visto! Decidle que los ciegos, ven; los cojos, andan; los leprosos vuelven a estar limpios; los sordos, oyen; los muertos, resucitan, y los pobres escuchan la Buena Noticia. ¡Bendito sea el que no se escandaliza de mí!
Cuando los mensajeros se fueron, Jesús se puso a hablar de Juan a los muchos que estaban escuchándole:
-¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Era lo que se ve en el desierto todos los días, las hierbas altas que se doblan con el viento? Si no era eso, ¿qué es lo que fuisteis a ver? ¿A uno que iba vestido de ropas delicadas y distinguidas? ¡Los que visten así, y viven en lujos, están en los palacios reales! Pues entonces, ¿qué fue lo que salisteis a ver? ¿Era un profeta? ¡Sí, os lo digo yo, y más que un profeta! Él era el que estaba anunciado en las Escrituras: «¡Atención! Te mando mi mensajero por delante para que te vaya preparando el camino por donde has de pasar.» Os aseguro que no ha surgido nadie entre los mortales en la Historia de la Humanidad que haya sido una figura más importante que Juan el Bautista; pero también os digo que el más pequeñito en el Reino de Dios es más que él. Y toda la gente, y hasta los publicanos que le oyeron, le dieron la razón a Dios y se bautizaron con el bautismo de Juan; pero los fariseos y los escribas, al no aceptar el bautismo de Juan, rechazaron lo que Dios tenía para ellos.
Juan le envió mensajeros a Jesús para preguntarle si era Él el Mesías o si tenían que seguir esperando a otro.
(i) Este episodio ha preocupado a muchos, que se han sorprendido de que pareciera que Juan dudaba de Jesús. Se han propuesto varias soluciones.
(a) Se ha sugerido que Juan dio ese paso, no para sí mismo, sino por causa de sus discípulos. Él estaba suficientemente seguro; pero tal vez ellos no lo estaban tanto, y necesitaban una prueba irrefutable.
(b) Se ha sugerido que lo que quería Juan era animar a Jesús, porque creía que era el momento de que entrara en acción de una manera definitiva.
(c) La explicación más sencilla es la mejor. Figuraos cómo se encontraba Juan: era un hombre del desierto y de los espacios abiertos, y estaba encerrado en una mazmorra del castillo de Maqueronte. Una vez, uno de los Macdonald, los jefes del Norte de Escocia, estaba preso en una celda del castillo de Carlisle en la que no había más que una ventana pequeña. Hasta ahora se pueden ver en la roca arenisca las marcas de las manos y los pies que dejó el prisionero al encaramarse y colgarse del alféizar de la ventana día tras día para mirar, con una nostalgia infinita, las colinas y los valles que no habría de recorrer nunca más. Encerrado en una celda entre estrechas paredes, Juan se hacía muchas preguntas porque el cruel cautiverio le ahogaba el corazón.
(ii) Fijémonos en la prueba que Jesús le ofreció. Le indicó Hechos. Los enfermos, los dolientes y los pobres humildes estaban experimentando el poder de Dios y escuchando la Buena Noticia. Esa no era la respuesta que muchos judíos habrían esperado. Si Jesús era el Mesías, el Rey ungido de Dios, habrían esperado: » Mis ejércitos están en marcha. Cesarea, el cuartel general de los Romanos, está a punto de caer. Se están borrando del mapa los pecadores. El juicio ha comenzado.» Pero lo que le dijo Jesús fue: » La misericordia de Dios está aquí.» Esa era la respuesta a Juan, que tal vez otros no habrían sabido comprender. Era más clara que un » sí» rotundo. Está claro que Juan conocía las Escrituras, y esperaba y anunciaba a un Mesías que cumpliría las profecías del » Siervo de Jehová», y que seria «El Cordero de Dios que carga con el pecado del mundo.» Y Jesús le dice que se están cumpliendo las señales por las que los profetas habían anunciado que se reconocería al Mesías. Donde se mitiga el dolor y la tristeza se cambia en gozo, donde se destierran el sufrimiento y la muerte, allí está manifestándose el Reino de Dios. La respuesta de Jesús fue: «¡Volved a Juan a decirle que el amor de Dios está aquí!»
(iii) Cuando ya se habían ido los mensajeros de Juan, Jesús le dedicó el mayor elogio imaginable. Las multitudes habían salido al desierto para ver y oír a Juan, que no era precisamente una caña que se meciera al viento. Eso podía querer decir una de dos cosas.
(a) Nada era más corriente a orillas del Jordán que un junco que se doblara por la fuerza del viento. Era una frase proverbial que indicaba las cosas normales. Puede querer decir que la gente no fue al desierto para ver algo vulgar y corriente.
(b) Puede querer decir algo vacilante. Juan no era un hombre que se plegara ante las circunstancias o los poderosos de este mundo como un junco, sino inamovible como un árbol recio y fuerte.
Tampoco habían salido al desierto a ver a un tipo delicado y vestido de seda como los cortesanos de los palacios.
Entonces, ¿qué era lo que salieron a ver?
(a) El primer lugar, Jesús hace el más grande elogio de Juan. Los judíos esperaban que apareciera un gran profeta del pasado, Elías, para preparar el camino y anunciar la llegada del Rey ungido de Dios (Mal 4:5 ). Juan fue ese heraldo del Altísimo. Jesús le coloca por encima de todas las grandes figuras de la historia de Israel y del mundo, entre los que se encuentran hombres como Abraham y Moisés, que los judíos consideraban insuperables y aun incomparables.
(b) En segundo lugar, Jesús reconoce claramente las limitaciones de Juan al decir que el más pequeñito en el Reino de Dios es mayor que él. ¿Por qué? Algunos han dicho que porque Juan dudó en su fe, aunque fuera sólo por un momento. Pero no es por eso, sino porque Juan estaba antes de la línea divisoria de la Historia. Desde que Juan hizo su proclamación, Jesús había venido; la eternidad había invadido el tiempo, y el Cielo la Tierra; Dios había venido en la persona de su Hijo, y la vida ya no podía ser la misma. Ponemos la fecha de todo lo que ha sucedido diciendo antes de Cristo (a C.) o después de Cristo (d C.). Jesús es el que divide la Historia. Por tanto, a todos los que vivimos después de su venida y le recibimos se nos ha concedido una bendición mayor que a los que vivieron antes. La entrada de Jesús en el mundo divide en dos el tiempo y toda la vida. Si alguno está en Cristo, es una nueva creación (2Co 5:17 ).
Como dijo el mártir cristiano Bilney: «Cuando leí que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, fue como si la oscuridad de la noche se hubiera convertido de pronto en luz del día.»
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
Jesús y Juan el Bautista (ver Mat. 11:2-19). A esta altura Juan ya había estado en prisión por algún tiempo, y estaba intrigado por las noticias que le llegaban por medio de sus seguidores. No parecía que Jesús estaba haciendo el impacto dramático que él esperaba; y quizá se preguntaba por qué él no había sido liberado de la prisión. Algunos han pensado que Juan estaba perturbado por la omisión de juicio condenatorio en la enseñanza de Jesús (aunque sí lo hubo; ver 11:13, 14, 37-53). ¿Era Jesús el prometido o no?
Jesús dirigió la atención a las obras de misericordia que había estado haciendo y mandó de vuelta a los mensajeros de Juan con palabras que eran un eco de Isa. 26:19; 29:18, 19; 35:5, 6; 61:1. El cumplimiento de estas profecías debía demostrar a Juan que las señales de la edad prometida de salvación ya estaban presentes. Demostraban que Jesús no era meramente un profeta, anunciando la venida de una nueva era, sino la persona que realmente la hizo realidad. Por lo tanto, Juan no debía ignorar ese punto y perder la fe en Jesús.
No se dice si el mensaje confirmó la fe de Juan en Jesús, pero hay un indicio de ello en el hecho de que a continuación Jesús alabó a Juan. No era alguien que buscara el camino fácil, ni alguien que sirviera sólo por un tiempo (como una caña sacudida por el viento), viviendo en comodidad y aprobando los caminos fáciles de sus oyentes. Era el más grande de los profetas, en realidad el más grande de los hombres que haya nacido, porque era el precursor del Mesías. (Esta descripción se basa en Exo. 3:20 y Mal. 3:1; cf. Mar. 1:2). La alabanza es definida, pero entonces era una sorpresa, al agregar que la persona más insignificante en el reino de Dios es mayor que Juan, porque él vivió en el borde de la era de salvación y no experimentó por sí mismo sus bendiciones.
Los vv. 29, 30 nos dicen, en un aparte, que los seguidores de Juan que integraban la multitud alabaron a Dios porque su profeta había sido exaltado por Jesús, pero que los fariseos y maestros de la ley relacionaron a Juan con Jesús y los recha zaron a ambos.
Esta actitud por parte de los líderes religiosos explica por qué Jesús dijo que eran como muchachos jugando. Cuando un grupo sugería jugar al casamiento y tocaba música alegre, el otro grupo se ne gaba a bailar. Pero cuando el otro grupo sugería jugar al funeral y cantaba una endecha, los demás tampoco querían unirse. Del mismo modo, los líderes judíos no estaban de acuerdo con el estilo de vida ascética de Juan y criticaban con sarcasmo a Jesús porque se reunía con gente que no tomaba en serio la religión. Sin duda el cuadro de Juan y Jesús es exagerado en ambos casos. Pero a pesar de ellos, dijo Jesús, la sabiduría de Dios parece ser lo correcto para sus hijos, o sea para los que responden a Juan y a él mismo.
Notas. 19 Aquel que ha de venir probablemente es una referencia al Mesías más que a un profeta (como Juan 6:14; 11:27 pueden sugerir). Ver Heb. 10:37. 34 El Hijo del Hombre se refiere aquí a Jesús en su condición humilde en la vida terrenal como persona rechazada por la gente de su tiempo. Algunos eruditos piensan que la frase aquí, en el original arameo, podía ser una simple perífrasis de “yo” y que no es necesario reconocerlo como un título basado en Dan. 7:13. Ver más adelante en 9:22. 35 En vez de muchachos Mat. 11:19 habla de “hechos”. La sabiduría en realidad significa “Dios en su sabiduría”.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
REFERENCIAS CRUZADAS
p 446 Mat 11:2; Jua 3:26
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
18 (1) Con respecto a los vs.18-35, véanse las notas de Mat_11:2-19 .
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
El mensaje que Juan el Bautista envió á nuestro Señor y que se refiere en estos versículos es señaladamente instructivo, si consideramos las circunstancias en que fue enviado. Juan el Bautista en esa época estaba preso en poder de Herodes. «Oyó en la prisión los hechos de Cristo.» Mat 11:2. Su vida iba acercándose á su fin. Su oportunidad para prestar servicios había pasado. Una larga prisión, ó una muerte violenta, era lo único que podía esperar. Sin embargo, aun en estos días de sufrimiento, vemos á este hombre santo manteniéndose en su puesto como testigo en favor de Cristo. Es el mismo que había exclamado: «He aquí el Cordero de Dios.» Dar testimonio de Cristo era su continua tarea cuando predicaba libremente. Enviar mensajeros á Cristo fue una de sus últimas obras cuando se hallaba prisionero en cadenas.
Debemos observar en estos versículos la sabia previsión que Juan mostró por sus discípulos antes de dejar el mundo. Se nos refiere que envió á dos de ellos á Jesús con un mensaje en que le preguntaba: ‘ ¿Eres tú aquel que había de venir, ó esperaremos á otro?» Pensó sin duda que ellos recibirían una respuesta que dejaría una impresión indeleble en sus mentes. Y pensó bien; porque se les replicó, con los hechos, lo mismo que de palabra; todo lo cual produjo probablemente efecto más profundo que cualesquiera argumentos que hubieran podido oír de los labios de su maestro.
Podemos fácilmente imaginar que Juan el Bautista debió haber sentido mucha ansiedad por el porvenir de sus discípulos. Conocía su ignorancia y debilidad en la fe; sabia cuan natural era que mirasen á los discípulos de Jesús con envidia; sabia cuan probable era que se despertase entre ellos el despreciable espíritu de partido, é hiciera que se mantuviesen alejados de Cristo, después que su maestro hubiera muerto. Contra estas desgracias desea prepararlos mientras vive, y envía dos de ellos á Jesús para que vean por sí mismos qué clase de maestro es, no sea que lo rechacen sin verlo ni oírlo. Cuida de ponerlos en vía de adquirir la mejor; evidencia de que nuestro Señor es verdaderamente el Mesías. Semejante á su divino Maestro habiendo amado á sus discípulos, los ama hasta el fin. Y ahora, conociendo que va á separarse pronto de ellos, hace por dejarlos bien recomendados y procura que hagan Conocimiento con Cristo.
¡Qué lección tan instructiva es esta para los ministros y padres de familia–para todos los que tienen que cuidar de las almas de otros! Debemos esforzarnos, como Juan el Bautista, en proveer de antemano á la felicidad espiritual de los que dejemos detrás á nuestra muerte. Debemos con frecuencia hacerles presente que no podemos estar siempre con ellos. Debemos instarles á menudo que se guarden del camino espacioso cuando seamos separados de ellos, y queden solos en el mundo. Debemos no ahorrar esfuerzos para que todos los que por cualquier motivo esperen en nuestra protección se alleguen y conozcan á Cristo. ¡Felices aquellos ministros y padres de familia cuyas conciencias no los acusen en su lecho de muerte, por no haber dicho á sus oyentes é hijos que vayan á Jesús y lo sigan! En segundo lugar debemos observar en estos versículos la respuesta singular que los discípulos de Juan recibieron de nuestro Señor. Se nos dice que «en la misma hora sanó él á muchos de enfermedades y de plagas.» Y después respondió Jesús, y les dijo: «Id y dad las nuevas á Juan de lo que habéis visto y oído.» No afirma de una manera explícita que El es el Mesías prometido; más sencillamente presente los hechos á los mensajeros para que los trasmitan á su maestro, y los despide. El sabía bien qué uso Juan el Bautista haría de estos hechos. él sabía que diría á sus discípulos: » Ved en el que ha hecho estos milagros á un profeta más grande que Moisés. Este es aquel á quien debéis oír y seguir, cuando yo muera. Este es verdaderamente el Cristo..
La respuesta que nuestro Señor dio á los discípulos de Juan contiene una gran lección de utilidad práctica que haremos bien en recordar. Nos enseña que el modo más eficaz de determinar el grado de mérito de las iglesias y de los ministros, es examinar las obras que hacen por amor de Dios, y los frutos que producen. ¿Queremos saber si una iglesia es pura y merecedora de confianza? ¿Queremos saber si un ministro tiene verdadera vocación, y es ortodoxo en la fe? Apliquemos aquella antigua escuadra que se llama la Escritura: «Por sus frutos los conoceréis.» Como Cristo fue conocido por sus obras y por su doctrina, así mismo deben serlo las iglesias fieles, y los fieles ministros de Cristo. Cuando los que atan muertos en pecado no son resucitados, y los ciegos no reciben la vista, y á los pobres no se les anuncia el Evangelio, habrá, por lo general, razón para sospechar la falta de la presencia de Allí, donde él esté, será visto y oído. Donde él esté, habrá no solamente profesión, ritos, ceremonias, y otras demostraciones religiosas de esa clase, sino también progreso real y visible en el corazón y en la vida del creyente.
Últimamente, debemos observar en estos versículos la solemne admonición que nuestro Señor hizo á los discípulos de Juan. El conocía el peligro en que se hallaban. Sabia que á causa de su exterior humilde estaban inclinados á dudar que El fuese el Mesías. No descubrían indicios algunos de que fuera rey: nada de riquezas, nada de aparato real, nada de guardias, nada de cortesanos, nada de coronas. Veían solamente á un hombre, que al parecer era tan pobre como cualquiera de ellos, acompañado de unos pocos pescadores y publícanos. Su orgullo rechazaba con indignación la idea de que semejante persona fuese el Cristo. «¡Es increíble!» «¡Debe de haber alguna equivocación!» Pensamientos como estos, con toda probabilidad, cruzaban su mente. Nuestro Señor leyó sus corazones, y los despidió con una advertencia significativa. «Bienaventurado es,» les dijo, «el que no fuere escandalizado en mí..
Esta admonición es tan necesaria ahora como lo fue entonces. Mientras que dure el mundo, Cristo y Su Evangelio serán «piedra de escándalo » para muchos.
Oír que nosotros todos estamos perdidos y somos culpables pecadores, y que no podemos salvarnos sin el auxilio divino; oír que no debemos cifrar esperanzas en nuestra propia rectitud sino más bien confiar en Aquel que fue crucificado entre los ladrones; oír que tenemos que contentarnos con entrar en el cielo al lado de los publícanos y de las rameras; y oír, en fin, que nuestra salvación es toda de gracia y gratuita– esto, decimos, repugna siempre al hombre carnal. No puede agradar á nuestros corazones orgullosos. Tiene que disgustarnos.
Que se grabe profundamente en nuestras memorias la admonición contenida en estos versículos. Estemos alerta para no tropezar. Guardémonos de «ser escandalizados» por las humildes doctrinas del Evangelio, ó por la vida santa que prescribe á los que lo reciben. El orgullo secreto es uno de los peores enemigos del hombre; ha sido y será cansa de la ruina de millares de almas. Millares habrá en el último día á quienes se ha ofrecido la salvación, pero que la han rehusado por no haberles gustado las condiciones. No quisieron condescender á «entrar por la puerta angosta..
No quisieron venir humildemente como pecadores al trono de la gracia. En una palabra «se escandalizaron.» Y entonces revelará el profundo sentido de las palabras de nuestro Señor: «Y bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí..
Fuente: Los Evangelios Explicados
T195 Δύο τινάς no significa: unos dos, sino cierto par.