Comentario de Lucas 8:22 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Aconteció en uno de aquellos días, que él entró en una barca, y también sus discípulos. Y les dijo: —Pasemos a la otra orilla del lago. Y zarparon.
8:22 Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y partieron. — “Y había con él otras barcas” (Mar 4:36); por eso, había otros testigos del milagro que iba a hacer.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
un día que él entró en una barca. Mat 8:18, Mat 8:23-27; Mar 4:35-41; Jua 6:1.
Pasemos a la otra parte del lago. Mat 14:22; Mar 5:21; Mar 6:45; Mar 8:13.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
tempestad: El episodio de la tormenta es uno de los cuatro milagros de los vv. Luc 8:22-56 que demuestran la autoridad de Jesús sobre una gran variedad de fenómenos: La naturaleza, los demonios, las enfermedades y la muerte. Todos los enemigos atacan más cerca de la persona pero son vencidos por Jesús, lo que muestra la comprensión de su autoridad. Este primer milagro se lleva a cabo en el lago de Galilea. El aire frío que corre hacia abajo por los barrancos y montes del área chocan con el aire cálido, lo que provoca tormentas repentinas y violentas. Hasta los pescadores experimentados en el bote le temían a este tipo de tormenta.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
Vea las notas sobre Mat 8:24-27.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
8:22 Aconteció un día, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y partieron. — “Y había con él otras barcas” (Mar 4:36); por eso, había otros testigos del milagro que iba a hacer.
Fuente: Notas Reeves-Partain
CALMA EN MEDIO DE LA TEMPESTAD
Lucas 8:22-25
Un día Jesús se embarcó con sus discípulos en una barca, y les dijo:
-Vamos a la otra parte del lago.
Así es que se pusieron a reMarcos Y mientras iban bogando, Jesús se quedó dormido. Al poco tiempo se desencadenó en el lago una tempestad de viento tan fuerte que corrían peligro de irse a pique. Entonces se volvieron a Jesús y se pusieron a decirle:
-¡Maestro, Maestro, que nos hundimos!
Jesús se despertó, y reprendió al viento y a las olas encrespadas, que se calmaron en seguida, produciéndose una maravillosa bonanza.
-¿Qué ha sido de vuestra fe? -dijo Jesús a sus atemorizados discípulos. Pero ellos no salían de su asombro, y se decían:
-¿Qué clase de hombre es éste, que le da órdenes hasta al viento y a la mar, y le obedecen?
Lucas nos cuenta esta escena con una extraordinaria economía de palabras, pero con gran efectividad. No cabe duda de que Jesús decidió cruzar el lago porque tenía mucha necesidad de descanso y de tranquilidad. Mientras navegaban, se quedó dormido.
Es encantador pensar en el Jesús durmiente. Estaba cansado, como a veces lo estamos todos nosotros. También Él podía llegar al punto de agotamiento en que es imperiosa la necesidad de dormir. Confiaba en sus hombres; eran pescadores del lago, y Jesús dejó de buena gana todo lo relativo a la travesía, a la experiencia y habilidad de sus discípulos, y se echó, a dormir. Confiaba en Dios; sabía que estaba en sus manos en el lago lo mismo que en tierra firme.
Entonces se desencadenó la tempestad. El Mar de Galilea es famoso por sus turbiones repentinos. Un viajero nos cuenta: «Apenas se había puesto el sol cuando el viento empezó a abalanzarse contra al lago, y siguió toda la noche con creciente violencia de tal manera que, cuando llegamos a la otra orilla la mañana siguiente, el lago parecía un inmenso caldero hirviendo.» La razón es la siguiente: el Mar de Galilea está a más de 200 metros por debajo del nivel del mar, y está rodeado de mesetas cercadas de grandes montañas. Los torrentes han ahondado sus lechos por la llanura hasta el mar, y estos torrentes actúan como embudos que canalizan los vientos fríos de las montañas. Y así surgen las tempestades. El mismo viajero nos cuenta cómo intentaron montar las tiendas en un vendaval semejante: «Teníamos que poner dos clavos a todas las cuerdas de la tienda, y a menudo teníamos que colgarnos con todo nuestro peso para que toda la tienda no saliera volando por la fuerza del viento.»
Fue una de esas tormentas repentinas la que atacó a la barquilla aquel día, y las vidas de Jesús y sus discípulos estuvieron en peligro. Los discípulos le despertaron, y Él calmó la tempestad con una palabra. Todo lo que hacía Jesús tenía un sentido más que temporal. Y el verdadero significado de este incidente es que donde está Jesús, la tempestad se convierte en calma.
(i) Cuando viene Jesús, calma las tormentas de la tentación. A veces nos asaltan las tentaciones con una fuerza casi arrolladora. Stevenson dijo una vez: «¿Conocéis la estación Caledonia de Edimburgo? Una inhóspita y fría mañana yo me encontré allí con Satanás.» A todos nos sorprenden encuentros semejantes. Si nos enfrentamos con la tempestad de la tentación a solas, pereceremos; pero Cristo trae la calma, y las tentaciones pierden la fuerza.
(ii) Jesús calma las tormentas de las pasiones. La vida le es más difícil al que tiene un corazón caliente y un temperamento fogoso. Un amigo se encontró con un hombre de ésos, y le dijo:
-Veo que has conquistado tu temperamento.
-No; no he sido yo el que lo ha conquistado: Jesús lo ha conquistado por mí.
Es una batalla perdida a menos que Jesús nos dé la calma de la victoria.
(iii) Jesús calma la tempestad de la aflicción. A todas las vidas llega a veces la tempestad del dolor, porque el dolor es siempre el precio del amor, y el que ama tiene que sufrir. Cuando murió la esposa de Pusey, él dijo: «Era como si hubiera una mano debajo de mi barbilla sosteniéndome la cabeza.» Ese día, en la presencia de Jesús, se nos enjugan las lágrimas y se nos suavizan las heridas del corazón.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
— la otra orilla: Es decir, la parte oriental del lago de Genesaret, territorio habitado sobre todo por paganos.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
El señor de la tormenta (ver Mat. 8:23-27; Mar. 4:35-41). El lago de Galilea está rodeado de montañas con valles estrechos entre ellas; estos forman canales por donde el viento sopla de repente con fuerza, produciendo grandes oleajes. La respuesta de Jesús a los discípulos sugiere que ellos tendrían que haberse dado cuenta de que, aunque él estaba dormido, no podría sobrevenirles ningún mal. Sin embargo, se levantó y se dirigió al viento y al mar como si fuera su dueño. Esta “parábola en acción” llevó a los discípulos a la pregunta correcta: ¿Quién es éste? La respuesta es que Dios es quien gobierna el mar y que su poder estaba en acción en Jesús (Sal. 89:8, 9; 93:3, 4; 106:8, 9; 107:23-32; Isa. 51:9, 10). Sin embargo, los discípulos apenas comenzaban a entenderlo.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
REFERENCIAS CRUZADAS
f 518 Mat 8:23; Mar 4:36
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
22 (1) Con respecto a los vs.22-25, véanse las notas de Mat_8:23-27 y de Mar_4:36-41 .
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
El acontecimiento descrito en estos versículos ha sido referido tres veces en los Evangelios. Mateo, Marcos y Lucas fueron inspirados para narrarlo. Esta circunstancia debe indicarnos su importancia, y debe hacernos fijar más la atención en las lecciones que contiene.
Aprendemos, primeramente, en estos versículos, que nuestro Señor Jesucristo era tan realmente hombre como Dios. Refiéresenos que navegando en el lago de Genesaret en una barca con sus discípulos, «se durmió.» El sueño, como es bien sabido, es uno de los fenómenos de nuestra constitución física corno seres humanos. Los ángeles y los espíritus no necesitan alimento ni descanso. Pero los seres humanos, para conservar la existencia, tienen que comer, beber, y dormir. Si Jesús se cansaba y necesitaba de reposo, debió haber unido dos naturalezas en una sola persona–una humana lo mismo que una divina.
Esta verdad es una fuente de consuelo y animación para todos los verdaderos cristianos. El Mediador, en quien se nos manda confiar, participó de la naturaleza humana. El Sumo Sacerdote, que mora á la diestra del Padre, tuvo experiencia propia de todos los sufrimientos corporales, excepto los que causa el pecado. El tuvo hambre y sed, y padeció dolores; El sufrió cansancio, y buscó descanso en el sueño. Abramos con franqueza nuestros corazones en su presencia, y contémosle aun nuestros más pequeños pesares, sin reserva. Aquel que hizo expiación por nosotros en la cruz es quien «puede compadecerse de nuestras flaquezas.» Heb 4:15. Aburrirse de trabajar por Dios es pecaminoso, pero sentir cansancio y decaimiento no es pecado. Jesús mismo estuvo cansado, y reposó.
Vemos, en segundo lugar, en estos versículos, qué de temores y ansiedades turban á veces el corazón de los verdaderos discípulos de Cristo. Se nos dice que cuando descargó una tempestad de viento sobre el lago, y la barca en que nuestro Señor iba se estaba llenando de agua, y se hallaba en peligro, Sus compañeros se alarmaron mucho, y se acercaron á él y lo despertaron diciendo: «Maestro, maestro, que perecemos » Olvidaron, por un instante, el cuidado no interrumpido que su Maestro había tenido de ellos en tiempos pasados. Se olvidaron que á su lado estaban exentos de todo peligro, cualquiera que fuese el accidente que sobreviniese, todo lo olvidaron, excepto la vista y la convicción del peligro presente, y bajo esa impresión ni aun pudieron aguardar á que Cristo despertase. Que cierto es que la vista, las sensaciones y los sentimientos forman muy pobres teólogos.
Hechos como estos abaten el orgullo de la naturaleza humana, nuestra presunción y nuestros pensamientos altivos se desvanecen al ver que criatura tan vil es el hombre, aun en sus mejores circunstancias. Pero hechos tales son, por otra parte, sumamente instructivos: nos enseñan sobre qué cosas debemos velar y contra tales debemos implorar el auxilio divino; nos enseñan cual débenos esperar que sea la conducta de otros cristianos. En nuestras esperanzas debemos ser moderados. No debemos suponer que algunos hombres no sean creyentes, porque algunas veces manifiestan grande fragilidad, porque se encuentren algunas veces abrumados temores. Aun Pedro, Santiago y Juan exclamaron, «Maestro, nuestro, que perecemos..
Se nos da á conocer, en tercer lugar, en estos versículos, cuan grande es el poder de nuestro Señor Jesucristo. Se nos dice que cuando Sus discípulos lo llamaron durante la tempestad, «despertando él riñó al viento y á la tempestad de agua, y cesaron; y fue grande bonanza.» Este fue, sin duda, un milagro prodigioso. Se necesitaba el poder de Aquel que hizo descender el diluvio sobre la tierra en los días de Noé, y, á su tiempo lo hizo desaparecer, dividió en dos el mar Rojo y el río Jordán, y abrió camino á Su pueblo por entre las aguas; y que hizo venir las langostas sobre Egipto con un viento del Este, y con un viento del Oste las arrebató. Exo 10:13, Exo 10:19. Ningún poder menor que este hubiera podido convertir en un momento una tempestad en bonanza. «Hablar á los vientos y á las olas » es un proverbio común para denotar que lo que se intenta es imposible. Pero en este pasaje vemos que Jesús habla, y los vientos y las olas obedecen instantáneamente. Como hombre había dormido; como Dios apaciguó la tempestad.
Es un pensamiento glorioso y consolador que nuestro Señor Jesucristo hace uso de su poder infinito en favor de los creyentes. Vino al mundo á salvarlos á todos, y «poderoso es para salvar.» Las tribulaciones de Su pueblo son frecuentemente muchas y muy penosas: el demonio jamás cesa de hacerles la guerra; los gobernantes de este mundo los persiguen con frecuencia; los jefes mismos de la iglesia, que deberían ser pastores afectuosos, se oponen á menudo y obstinadamente contra la verdad que se encuentra en Jesús. Pero, no obstante todo esto, el pueblo de Cristo jamás que dará completamente abandonado.
Aunque cruelmente hostilizado, no será anonadado; aunque abatido, no será vencido. Aun en las horas más sombrías los verdaderos Cristianos pueden tranquilizarse con la reflexión de que «es mayor Aquel que está por ellos que todos los que están contra ellos. El oleaje y los huracanes de la política y de la iglesia pueden acaso estrellarse furiosamente contra ellos, y toda esperanza puede parecer perdida; más ¿por qué desesperar? Aquel divino Protector que mora en los cielos puede hacer que estos vientos y estos oleajes cesen en un instante. La iglesia verdadera, de la cual Cristo es la cabeza, jamás perecerá. El glorioso Jesús es omnipotente, y vive eternamente, y todos los miembros fieles de la iglesia vivirán también y llegarán finalmente salvos á la patria celestial.
Joh 14:19.
Vemos, por ultimo, en estos versículos cuan necesario es que los cristianos mantengan viva su fe para servirse de ella en todo caso. Nuestro Señor dijo á sus discípulos cuando la tempestad había cesado, y sus terrores se habían disipado: «¿Dónde está vuestra fe?» ¡No sin razón hizo esta pregunta! ¿De qué les servia tener fe si no podían creer en el tiempo de la necesidad? ¿Qué mérito positivo tendría su fe, á no ser que la mantuvieran en activo ejercicio? ¿Qué ventaja habría en confiar, si solo confiaban en su Maestro durante la calma, pero no en la borrasca? La lección de que nos ocupamos es de grande y práctica importancia: poseer la fe verdadera es una cosa; mantener viva y activa esa fe para todo caso de necesidad, es otra. Muchos aceptan á Cristo como su Salvador, y le confían sus almas en vida y en muerte; sin embargo, muchas veces les falta la fe cuando acaece algún suceso inesperado ú ocurre repentinamente alguna tentación. Esto no debiera ser así. Nuestra oración ferviente debe ser que siempre nuestra fe permanezca á nuestro alcance y que nunca nos encontremos desprevenidos. El cristiano más leal es el que vive «cómo si viese al invisible.» Heb 11:27. Ese cristiano no se arredra ante la tempestad; pues ve á Jesús cerca de él en la hora más tenebrosa, y percibe el azul del cielo tras las nubes más negras
Fuente: Los Evangelios Explicados
esos… Lit. los.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
Lit., Y sucedió que
Fuente: La Biblia de las Américas
Lit. los.