Comentario de Marcos 10:28 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Pedro comenzó a decirle: —He aquí, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.
10:28 — Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido — Mateo (19:27) agrega que Pedro pregunta: “¿qué, pues, tendremos?” Pedro declara la verdad al decir que los apóstoles todo lo habían dejado por seguir a Jesús ya por unos tres años. Ahora, Pedro quiere saber, dado que todo es posible con Dios, si él dará la salvación a los tales? El había oído la promesa que Jesús hizo al joven rico de “tesoro en el cielo” (ver. 21) a base de sacrificio personal. Así que quiere saber si ellos los apóstoles han de recibir ese tesoro, si esa promesa les toca a ellos.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
He aquí, nosotros hemos dejado todo. Mar 1:16-20; Mat 19:27-30; Luc 14:33; Luc 18:28-30; Flp 3:7-9.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Pedro expresa lo que debe haber estado en la mente de cada discípulo. Ellos habían dejado mucho por seguir a Jesús, aunque el joven rico no lo hizo. «¿Qué recibiremos a cambio?», se preguntaban.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
nosotros lo hemos dejado todo. Pedro nota que los doce habían hecho lo que el Señor había demandado hacer al joven rico (cp. el v. Mar 10:21) y habían venido a Él siguiendo sus reglas. ¿Haber tenido esta clase de fe absoluta los calificaba para tener un lugar en el reino de los cielos?, fue la pregunta de Pedro.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
10:28 — Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido — Mateo (19:27) agrega que Pedro pregunta: “¿qué, pues, tendremos?” Pedro declara la verdad al decir que los apóstoles todo lo habían dejado por seguir a Jesús ya por unos tres años. Ahora, Pedro quiere saber, dado que todo es posible con Dios, si él dará la salvación a los tales? El había oído la promesa que Jesús hizo al joven rico de “tesoro en el cielo” (ver. 21) a base de sacrificio personal. Así que quiere saber si ellos los apóstoles han de recibir ese tesoro, si esa promesa les toca a ellos.
Fuente: Notas Reeves-Partain
CRISTO NO QUEDA EN DEUDA CON NADIE
Marcos 10:28-31
Pedro se puso a decirle a Jesús:
-¡Fíjate! Nosotros lo hemos dejado todo para ser Tus seguidores.
-Os diré la pura verdad -les contestó Jesús-: No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos, o tierras por causa de Mí o del Evangelio, que no recupere cien veces más en este tiempo presente, hogares, hermanos, hermanas, madres, hijos, tierras, con persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna. Pero muchos que están los primeros serán los últimos, y los últimos, primeros.
Pedro había estado dándole vueltas a la cosa en su cabeza y, como le era característico, no podía callar la boca. Acababa de ver a un hombre rechazar el «¡Sígueme!» de Jesús. Acababa de oírle decir a Jesús que ese hombre, por su reacción, se había excluido del Reino de Dios. Pedro no podía por menos de trazar el contraste entre aquel hombre y él mismo y sus amigos. Al contrario de lo que había hecho aquel hombre, que había rehusado la invitación de Jesús a seguirle, él y sus amigos la habían aceptado; y Pedro, con esa casi silvestre sinceridad suya, quería saber lo que él y sus amigos iban a sacar. La respuesta de Jesús cae en tres secciones.
(i) Dijo que nadie renunciará nunca a nada por causa de Él y de Su Buena Noticia que no lo recupere multiplicado por cien. Aquello fue un hecho repetido en las vidas de muchos de los primeros cristianos. La conversión al Cristianismo de un hombre le podía suponer la pérdida de hogar y amigos y parientes, pero su entrada en la Iglesia Cristiana le introducía en una familia mucho más amplia y numerosa unida por lazos espirituales.
Lo vemos hecho realidad en la vida de Pablo. Sin duda, cuando Pablo se hizo cristiano, le cerraron en la cara las puertas de su propia casa, y su familia le proscribió. Pero igualmente sin duda hubo ciudad tras ciudad, pueblo tras pueblo, aldea tras aldea en Europa y en Asia Menor donde él podía encontrar un hogar donde se le esperara y una familia en Cristo que le recibiera. Es curioso cómo usa los términos familiares. En Rm 16:13 , dice que la madre de Rufo había sido tan buena como una madre para él; en Phm 1:10 habla de Onésimo como el hijo que le ha nacido en la cárcel.
Así sucedería con todos los cristianos en los primeros tiempos. Cuando su propia familia los excluía, entraban en la familia más amplia de Cristo.
Cuando Egerton Young predicó por primera vez el Evangelio a los amerindios de Saskatchewan, la idea de que Dios fuera Padre fascinaba a hombres que hasta entonces no habían pensado en Dios nada más que en relación con el trueno y el rayo y las tormentas. El viejo jefe le preguntó a Egerton Young: «¿Te he oído bien llamar a Dios «Padre nuestro»?» «Es verdad que lo he dicho» -le contestó el misionero. «¿Es Dios tu Padre?» -preguntó de nuevo el jefe. «Sí» -contestó Egerton. «Y -prosiguió el jefe-, ¿es Él también mi Padre?» «No te quepa la menor duda»- le contestó Young. De pronto se le iluminó el rostro al jefe, y extendió los brazos mientras decía como si hubiera hecho un descubrimiento maravilloso: » ¡Entonces, tú y yo somos hermanos!»
Una persona puede tener que sacrificar vínculos que le son muy queridos al convertirse a Cristo; pero entonces se convierte en miembro de una familia y de una fraternidad que abarca la Tierra y el Cielo.
(ii) Jesús añadió dos cosas. La primera, añadió las sencillas palabras » y persecuciones.» Automáticamente, estas palabras sacan todo el tema del mundo del quid pro quo. Descartan la idea de una recompensa material por un sacrificio material. Nos dicen dos cosas. Nos presentan la absoluta honradez de Jesús. Él no ofrecía nunca gangas. Decía claramente que el ser cristiano es una cosa costosa. Jesús nunca usó el soborno para invitar a que Le siguieran, sino el desafío. Es como si dijera: » Puedes estar seguro de que recibirás Tu recompensa, pero tendrás que mostrarte lo suficientemente grande y gallardo para obtenerla.» La segunda cosa que Jesús añadió, fue la referencia al mundo venidero. Él nunca prometió que habría en este mundo de espacio y tiempo una especie de revisión final del ejercicio y cierre de cuentas. Jesús no llamaba a las personas a ganar las recompensas del tiempo. Las llamaba a ganar las bendiciones de la eternidad. Este no es el único mundo que Dios tiene para cumplir Sus compromisos.
(iii) Entonces Jesús añadió un epigrama de advertencia: » Pero muchos que están los primeros serán los últimos, y los últimos, primeros.» Esta era en realidad una advertencia a Pedro. Puede ser que por entonces Pedro estuviera calculando su propia valía y su propia recompensa, y valorándolas bien alto. Lo que Jesús estaba diciendo era: » El baremo definitivo del juicio es el de Dios. Muchos puede que ocupen una buena posición en el juicio del mundo, pero el juicio de Dios trastocará el del mundo. Todavía más: muchos puede que se consideren muy importantes a su propio juicio, y descubran que la valoración que Dios hace de ellos es muy diferente.» Es una advertencia contra el orgullo. Es la advertencia de que los juicios definitivos son los de Dios, que es el único Que conoce la motivación de los corazones humanos. Es una advertencia de que el juicio del Cielo puede que trastrueque las dignidades de la Tierra.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
«Recuerda que nosotros hemos dejado todo» (TLA) trata de captar el sentido de la expresión griega idou, que significa “he aquí”, o “mira”, o «ya lo ves» (BJ). Dicha expresión se utiliza para dar énfasis y su traducción es importante. NVI la trata de manera bien creativa, poniendo de relieve lo que realmente se esconde detrás de la respuesta de Pedro: «¿Qué de nosotros, que lo hemos dejado todo y te hemos seguido? —comenzó a reclamarle Pedro».
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
REFERENCIAS CRUZADAS
e 489 Mat 19:27; Luc 18:28
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Lo primero que debe fijar nuestra atención en estos versículos es la gloriosa promesa que en ellos se contiene. El Señor Jesús dice á sus discípulos, «En verdad os digo, que no hay hombre que haya dejado casa, ó hermanos, ó hermanas, ó padre, ó madre, ó mujer, ó hijos, ó heredades, por amor mío y del Evangelio, que no reciba centuplicado, ahora en este tiempo, casas, y hermanos, y hermanas, y madres, é hijos, y heredades, con persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna..
Hay pocas promesas más extensas que esta en la Palabra de Dios. De cierto que no hay ninguna que dé más ánimo para aceptar la vida actual. Contemplen esta promesa todos los tímidos y flojos de corazón en el servicio de Cristo. Estudien bien esta promesa, y beban en ella su consuelo todos los que están sufriendo trabajos y tribulaciones por causa de Cristo.
A todos los que se sacrifican por el Evangelio, Jesús promete resarcirles sus sacrificios » centuplicados, ahora en este tiempo.»No solamente tendrán perdón y gloria en el mundo venidero, sino que aquí, en la tierra, tendrán esperanzas, y alegrías, y consuelos suficientes á compensar las pérdidas que hayan sufrido.
Encontrarán en la comunión de los santos, nuevos amigos, nuevos parientes, nuevos compañeros, más amantes, fieles y valiosos que los que tuvieron antes de su conversión. El verse recibidos en la familia de Dios será abundante recompensa por la exclusión en que se encuentren de la sociedad de este mundo. Esto podrá resonar en muchos oídos como algo increíble y sorprendente; pero muchos saben por experiencia que es verdad.
Á todos los que se sacrifican por el Evangelio, Jesús promete «vida eterna en el mundo venidero.» Tan pronto como abandonen su tabernáculo terreno, comenzarán una existencia gloriosa, y el día de la resurrección gozarán de honores y alegrías tales quo exceden la comprensión humana. Sus ligeras aflicciones de unos pocos años terminarán en recompensas eternas. Sus combates y pesares mientras han estado en el cuerpo, se cambiarán en un reposo perfecto y en una corona triunfal. Vivirán en un mundo en que no hay muerte, ni pecado, ni diablo, ni cuidados, ni lloros, ni separaciones, pues todas las cosas antiguas habrán pasado. Dios lo ha dicho, y se verá que todo es verdad.
En donde está el santo que se atreva á decir, oyendo estas gloriosa» promesas, que no hay estímulos para servir á Cristo? ¿En donde está el hombre ó la mujer que en la carrera del cristiano siente que sus manos empiezan á caer y sus rodillas á Saquear? Que mediten este pasaje y cobren nuevo valor. El tiempo es corto; el fin es seguro; podrán sentirse pesados durante una noche, pero el gozo viene con la mañana. Confiemos pacientemente en el Señor Lo que, en segundo lugar, reclama nuestra atención en estos versículos, es el solemne apercibimiento que contienen. El Señor Jesús veía la presunción secreta de sus discípulos, y quiso cortar el vuelo á sus altos pensamientos con algunas palabras oportunas. «Muchos que son primeros serán últimos, y los últimos primeros..
¡Que verdad no encierran estas palabras aun aplicadas á los doce apóstoles! Entre los que oían á nuestro Señor se encontraba un hombre que por algún tiempo pareció ser uno de los más preeminentes de los doce. Tenía á su cuidado el tesoro y guardaba lo que en él se ponía; y, sin embargo, ese hombre cayó y tuvo un fin desastroso. Se llamaba Judas Iscariote. Por el contrarío, entre los oyentes de nuestro Señor no se encontraba aquel día uno que en época posterior hizo más por Cristo que todos los doce. Cuando nuestro Señor hablaba así era aún un joven fariseo, que se educaba á los pies de Gamaliel, y que por nada sentía tanto celo como por la ley. Y, sin embargo, ese joven al fin fue convertido á la fe de Cristo, no se quedó atrás de los principales de los apóstoles, y trabajó más que todos. Su nombre era Saulo. Con razón dijo nuestro Señor, «los primeros serán últimos, y los últimos primeros..
¡Que verdaderas son esas palabras, cuando las aplicamos á la historia de las iglesias cristianas! Hubo un tiempo que el Asia Menor, la Grecia, y el África Septentrional estaban llenas de cristianos, mientras que la Inglaterra y la América eran países paganos. Mil y seiscientos años han producido un gran cambio.
Las iglesias de África y de Asia se han hundido en una ruina completa, al mismo tiempo que las iglesias de Inglaterra y de América están trabajando en extender por el mundo el Evangelio. Con razón pujo decir nuestro Señor que «los primeros serán los últimos, y los últimos primeros..
¡Cuan verdaderas parecen estas palabras á los creyentes, cuando registran bus pasadas vidas y recuerdan todo lo que han visto desde el día de su conversión! Cuantos empezaron á servir á Cristo en la misma época que ellos y al parecer marcharon bien por algún tiempo. ¿Pero en donde se encuentran ahora? El mundo ha cautivado á uno; falsas doctrinas han extraviado á otro; un matrimonio malo La echado á perder á un tercero; y pocos son los creyentes que no puedan recordar muchos casos parecidos. Pocos son los que al fin no descubren que » los últimos son a menudo los primeros, y los primeros últimos.’ Aprendamos á pedir en nuestras oraciones humildad al leer textos como este. No es bastante comenzar bien; debemos perseverar, y adelantar, y continuar en nuestra buena conducta. No nos contentemos con las primeras flores de algunas pocas convicciones religiosas, de alegrías, pesares, esperanzas y temores.
Preciso es que produzcamos los buenos frutos de hábitos sentados, y arrepentimiento, fe y santidad. Feliz el que calcula el costo, y se decide, después de haber empezado á marchar por la senda estrecha, á nunca separarse de ella apoyándose en la gracia de Dios.
Finalmente, fijemos nuestra atención al leer este pasaje en la presciencia de nuestro Señor respecte a sus propios sufrimientos y á su muerte. Habla tranquila y deliberadamente á sus discípulos de su pasión que tendría lugar en Jerusalén. Va describiendo una tras otra todas las principales circunstancias que acompañarían su muerte. Nada reserva, nada oculta.
Marquemos esto bien. No hubo nada de involuntario ni imprevisto en la muerte de nuestro Señor. Fue resultado de su propia elección libre, determinada y deliberada. Desde el principio de su ministerio terrenal, vio siempre ante sí la cruz, y se dirigió á ella mártir voluntario. Sabia que su muerte era la reparación necesaria que debía hacerse para reconciliar al hombre con Dios. El había pactado que su sangre seria el precio de esa reparación y á ello se había obligado.
Cuando llegó el tiempo señalado, como fiador fiel, cumplió su palabra, y murió por nuestros pecados en el Calvario.
Bendigamos á Dios por el Evangelio que nos presenta tal Salvador, tan fiel á las condiciones del pacto, tan dispuesto á sufrir, que con tan buena voluntad se sometiese por nosotros á ser tenido por pecador y por maldito. No dudemos que Aquel que cumplió su promesa de sufrir, cumplirá también la de salvar á iodos los que á El se acerquen. No lo aceptemos regocijados tan solo como nuestro Redentor y Abogado, si no que también pongamos con el mismo regocijo a su servicio nuestras personas y todo lo que poseemos. En verdad que si Cristo murió con tanto gusto por nosotros poco es exigir de los cristianos que vivan por El.