Comentario de Marcos 1:40 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
Y vino a él un leproso implorándole, y de rodillas le dijo: —Si quieres, puedes limpiarme.
1:40 — Vino a él un leproso, rogándole; e hincada de rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme — El leproso pasaba una vida de pena, de lástima (Lev 13:45-46). Véanse Núm 5:1-3; Núm 12:9-15; 2Cr 26:19-21. La lepra, que exigía separación de la sociedad en general, sirve de tipo del pecado que nos separa de Dios (Isa 59:2). Este leproso vino a Jesús, desesperado en su condición física, pero con fe y humildad. Lucas agrega que “se postró con el rostro en la tierra” (Luc 5:12). El hecho de que vino a Jesús sugiere que, o Jesús le invitó a acercarse a él, o el leproso en desesperación se atrevió a hacerlo, porque la ley lo prohibía. Manifestó su fe al decir, “puedes limpiarme”. Su fe se basaba en haber visto anteriormente algún milagro de Jesús o en haber oído de tales milagros.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
vino a él. Mat 8:2-4; Luc 5:12-14.
un leproso. Lev 13:1-59; Lev 14:1-57; Núm 12:10-15; Deu 24:8, Deu 24:9; 2Sa 3:29; 2Re 5:5; 2Re 5:27; 2Re 7:3; 2Re 15:5; Mat 11:5; Luc 17:12-19.
e hincada la rodilla. Mar 10:17; 2Cr 6:13; Mat 17:14; Luc 22:41; Hch 7:60; Efe 3:14.
Si quieres, puedes limpiarme. Mar 9:22, Mar 9:23; Gén 18:14; 2Re 5:7.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
leproso. Los leprosos eran considerados ceremonialmente impuros y eran proscritos de la sociedad (Lev 13:11). Mientras que en el AT el término usado para la lepra incluía otras enfermedades de la piel (vea la nota sobre Lev 13:2), este hombre pudo padecer verdaderamente de lepra (mal de Hansen), o de lo contrario, su curación no habría causado semejante revuelo (v. Mar 1:45).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Marcos relata una de las muchas curaciones de Jesús durante su ministerio en Galilea resumido en el v. Mar 1:39. La curación del leproso enfatiza el poder milagroso de Jesús sobre la enfermedad, tomando en cuenta que la lepra era una de las enfermedades más temibles de la antigüedad.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
1:40 — Vino a él un leproso, rogándole; e hincada de rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme — El leproso pasaba una vida de pena, de lástima (Lev 13:45-46). Véanse Núm 5:1-3; Núm 12:9-15; 2Cr 26:19-21. La lepra, que exigía separación de la sociedad en general, sirve de tipo del pecado que nos separa de Dios (Isa 59:2).
Este leproso vino a Jesús, desesperado en su condición física, pero con fe y humildad. Lucas agrega que “se postró con el rostro en la tierra” (Luc 5:12). El hecho de que vino a Jesús sugiere que, o Jesús le invitó a acercarse a él, o el leproso en desesperación se atrevió a hacerlo, porque la ley lo prohibía. Manifestó su fe al decir, “puedes limpiarme”. Su fe se basaba en haber visto anteriormente algún milagro de Jesús o en haber oído de tales milagros.
Fuente: Notas Reeves-Partain
UN LEPROSO ES LIMPIADO
Marcos 1:40-45
Un leproso acudió a Jesús pidiéndole que le ayudara. Se puso de rodillas delante de Él y Le dijo:
-Si quisieras, Tú podrías limpiarme.
Jesús Se conmovió de compasión en lo más íntimo de Su ser; extendió el brazo y le tocó, diciéndole:
-¡Sí quiero! ¡Queda limpio!
Inmediatamente le desapareció la lepra, y quedó limpio. Y acto seguido Jesús le despidió, advirtiéndole:
-Guárdate bien de decirle esto a nadie, sino preséntate al sacerdote para que te reconozca, y lleva la ofrenda de la purificación que estableció Moisés para demostrarles que estás curado de veras.
Pero el que había sido leproso se marchó y empezó a contar lo que -le había pasado con todo detalle y por todas partes. En consecuencia, ya no Le era posible a Jesús entrar abiertamente en los pueblos, sino que tenía que quedarse fuera en lunares deshabitados; y la gente no dejaba de acudir a El de todas partes.
En el Nuevo Testamento no había enfermedad que se considerara con más terror y lástima que la lepra. Cuando Jesús envió a los Doce, les mandó: «Sanad a los enfermos, limpiad a los leprosos» (Mt 18:8 ). La suerte del leproso era realmente terrible. E. W. G. Masterman, en su artículo sobre la lepra en Dictionary of Christ and the Gospels, del que tomamos mucho de la información que sigue, dice: «Ninguna otra enfermedad reduce a un ser humano por tantos años a una tan repulsiva.» Consideremos en primer lugar los Hechos:
Hay tres clases de lepra. (1) Está la lepra tuberculosa. Empieza por un letargo inexplicable y dolores en las articulaciones. Más tarde aparecen en el cuerpo, especialmente en la espalda, manchas simétricas descoloridas. En ellas se forman pequeños nódulos, al principio rosas, que luego se vuelven marrones. La piel se pone más gruesa. Los nódulos se agrupan especialmente en los pliegues de las mejillas, la nariz, los labios y la frente. Cambia de tal manera el aspecto total de la cara, que la persona pierde su aspecto humano y parece más, decían los antiguos, como un león o un sátiro. Los nódulos van haciendo cada vez más grandes; se ulceran y echan un pus repugnante. Se les caen las cejas; los ojos se les ponen saltones, la voz se vuelve áspera, y le silba el aliento a causa de la ulceración de las cuerdas vocales. También se les ulceran las manos y los pies. Poco a poco el paciente se convierte en masa de bultos ulcerados. El curso normal de la enfermedad es de nueve años, y acaba en la pérdida de la razón, coma por fin, la muerte. El paciente se convierte en un ser repulsivo para sí mismo y para los demás.
(ii) Está la lepra anestésica. Las etapas iniciales son la mismas; pero quedan afectados los nervios. El área infecta pierde la sensibilidad. Esto puede suceder sin que el paciente se dé cuenta; y puede que no lo note hasta que sufra algunas quemaduras y descubra que no siente los dolores que serían normales. Conforme se desarrolla la enfermedad el daño que se produce en los nervios causa manchas descoloridas y ampollas. Los músculos se degeneran; los tendones se contraen, hasta el punto de dejar las manos como garras. Siempre se le deforman las uñas. Se producen ulceraciones crónicas en los pies y en las manos seguidas de la progresiva pérdida de los dedos hasta que al final ,.se les cae la mano o el pie enteros. La duración de la enfermedad puede llegar hasta entre veinte y treinta años. Es una especie de terrible muerte lenta por un deterioro progresivo de todo el cuerpo.
(iii) La tercera clase de lepra es el tipo más corriente, en el que se mezclan la lepra tuberculoide y la anestésica. Esta es la lepra propiamente dicha, y no hay duda de que había muchos leprosos de esta clase en Palestina en tiempos de Jesús.
De la descripción de Lvítico 13 se deduce claramente que en los tiempos del Nuevo Testamento el término lepra se usaba aplicándolo a otras enfermedades de la piel. Parece habérsele aplicado a la soriasis, una enfermedad que cubre el cuerpo de escamas blancas, lo que podría ser el origen de la frase » un leproso blanco como la nieve» (Cp. Exdo 4:6; Números, 12:10; 2R 5:27 ). Parece que también incluía la tiña, que sigue siendo muy corriente en Oriente. La palabra hebrea que se usa en Lvítico es tsará’at. Ahora bien, Lv 13:47 habla de una tsará’at de la ropa, y la de las casas se menciona en Lv 14:33 . El deterioro de la ropa sería una clase de hongos o moho; y el de las casas sería carcoma o líquenes que destruyen la piedra. La palabra tsará’at, lepra, en el pensamiento judío parece haber cubierto cualquier clase de enfermedad de la piel. Naturalmente, con los conocimientos médicos en un estado extremadamente primitivo, la diagnosis no distinguía entre las diferentes clases de enfermedades de la piel, e incluía tanto las incurables y mortales como otras no tan fatales y comparativamente leves bajo un término general.
Cualquier enfermedad de la piel de las descritas hacía que el paciente quedara inmundo. Se le echaba de la sociedad; tenía que vivir solo, o con otros que estuvieran en la misma situación, fuera del pueblo. Tenía que llevar la ropa desgarrada, la cabeza descubierta, el labio superior tapado, y, cuando iba andando, tenía que gritar para advertir su presencia: » ¡Inmundo, inmundo!» Descubrimos la misma situación en la Edad Media, en la que se aplicaba también la Ley de Moisés. El sacerdote, con la estola y el crucifijo, llevaba al leproso a la iglesia y le leía el oficio de difuntos. El leproso era un muerto en vida. Tenía que llevar una túnica negra que todos pudieran reconocer, y vivir en un lazareto. No podía asistir a los oficios religiosos, que sólo podía atisbar por una » grieta de los leprosos» que había en los muros. El leproso tenía que asumir no sólo el sufrimiento físico de su enfermedad, sino también la angustia mental y espiritual de estar totalmente desterrado de la sociedad y evitado aun por los suyos.
Si se diera alguna vez el caso de que un leproso se curara -y la verdadera lepra era incurable, así es que se trataría cualquiera de las otras enfermedades de la piel tenía que pasar por una complicada ceremonia de restauración que describe en Lvítico 14. Le reconocía un sacerdote. Llevar dos avecillas, y se mataba una sobre agua corriente. Cosas se llevaba madera de cedro, grana e hisopo. Estas cosas y la avecilla viva se mojaban en la sangre de la avecilla muerta;
entonces se soltaba la viva. El hombre se lavaba, así como la ropa, y se afeitaba. Se dejaban pasar siete días, y luego se reconocía otra vez. Entonces tenía que afeitarse todo el pelo del cuerpo. Ofrecía algunos sacrificios celos corderos y una cordera de un año sin tacha; tres décimos de un efa de flor harina mezclada con aceite y un log de aceite. Las cantidad eran menores para los pobres. Al paciente restaurado se le tocaba el lóbulo de la oreja derecha, el pulgar de la mano derecha y del pie derecho con la sangre de la víctima y luego con el aceite. Se le reconocía por última vez y, si no le quedaban restos de la enfermedad, se le permitía volver a la sociedad con un certificado de que estaba limpio.
Aquí tenemos una de las escenas más reveladoras de Jesús
(i) No rechazó a una persona que estaba quebrantando la Ley. El leproso no tenía derecho a acercársele y hablarle, pero Jesús no le rechazó. Salió al encuentro de una necesidad humana con una compasión comprensiva.
(ii) Jesús extendió el brazo, y le tocó. Tocó a un hombre intocable, porque era inmundo. Para Jesús no lo era; era simplemente un alma humana con una necesidad desesperada.
(iii) Después de limpiarle, Jesús le envió a cumplir las normas legales. Él cumplía las leyes y la justicia humanas. Él no desafiaba impunemente los convencionalismos; sino, cuando era necesario, los aceptaba y cumplía.
Aquí vemos la compasión, el poder y la prudencia en perfecta armonía.
LA FE QUE SUPERA OBSTÁCULOS
Marcos 2:1-6
Algún tiempo después, cuando volvió Jesús a Cafarnaum, se corrió la voz de que estaba en una casa, y se abarrotó de gente de tal manera que no quedaba sitio para nadie más ni siquiera a la puerta.
Cuando Jesús estaba dándoles Su mensaje llegó un grupo trayéndole a Jesús a un paralítico al que llevaban entre cuatro. Como no podían llegar hasta Él a causa de la gente, descubrieron urca parte de la cubierta de la casa donde estaba, e hicieron un agujero por el que bajaron la camilla con el paralítico.
Cuando Jesús vio la fe de ellos le dijo al paralítico:
Hijo, tus pecados se te han perdonado.
Cuando Jesús terminó su campaña en las sinagogas, volvió a Cafarnaum. En seguida se corrió la voz de que había vuelto. La vida era muy abierta en Palestina. Por la mañana se abría la puerta de las casas, y cualquiera podía entrar o salir. No se cerraba nunca la puerta a menos que se quisieran evitar las visitas. Una puerta abierta era una invitación a todos los que quisieran entrar. En las casas más humildes, como esta tiene que haber sido, no había recibidor, y la puerta de la calle daba acceso al interior de la casa directamente. Así es que, de pronto, un gentío considerable había abarrotado la casa y se extendía por fuera de la puerta; y todos estaban escuchando atentamente el mensaje de Jesús.
A esta multitud llegó un grupo de hombres que llevaban en una camilla a un amigo suyo que estaba paralítico. No pudieron abrirse paso entre la gente; pero eran personas de iniciativa.
La techumbre de las casas de Palestina era plana, como terraza, que se usaba para estar tranquilos y para descansar así es que era corriente que hubiera una escalera exterior p subir. Los materiales de la cubierta se prestaban a lo q , hicieron estos cuatro amigos decididos. La cubierta esta formada por vigas planas que iban de una pared a otra se radas cosa de un metro entre sí. El espacio entre las vigas’. llenaba de cañizo y de tierra, y la superficie se alisaba por fuera. La mayor parte de la cubierta era de tierra, y no era que creciera la hierba en el tejado de la casa palestina. Fue cosa más fácil del mundo descubrir una parte del relleno en dos vigas, hacer un agujero suficientemente grande y bajar él al enfermo justamente a los pies de Jesús. Aquello no un destrozo considerable, ya que sería fácil dejarlo como esta antes. Cuando Jesús vio la fe que se reía de los obstáculos, de de haber sonreído complacido y comprensivo. Miró al hombre y le dijo: «Hijo, tus pecados se te han perdonado.»
Esta puede parecernos una manera un poco extraña comenzar una cura. Pero en Palestina, en tiempos de Jesús, era natural e inevitable. Los judíos relacionaban necesariamente pecado y el sufrimiento. Creían que si una persona esta sufriendo, sería porque había pecado. Ese era de hecho razonamiento de los amigos de Job. «Piensa ahora, ¿q inocente se pierde? ¿Dónde los rectos son destruidos?» (Jn 4:7 ). Los rabinos tenían un dicho: «Ningún enfermo puede curarse hasta que todos sus pecados se le hayan perdonado. Todavía seguimos encontrando estas mismas ideas entre 1 pueblos primitivos. Paul Tournier escribe: «¿Es que no informan los misioneros de que la enfermedad es una deshonra a los ojos del salvaje? Hasta los que se convierten al Cristianismo no osan ir a la comunión cuando están enfermos, porque se consideran rechazados por Dios.» Para los judíos, un enfermo era alguien con quien Dios estaba enfadado. Es verdad que gran número de, enfermedades se deben al pecado; y máS verdad todavía que vez tras vez se deben, no al pecado del que padecía enfermedad, sino de otros. Nosotros no establecemos la relación de causa a efecto que hacían los judíos; pero cualquier judío habría estado de acuerdo en qué el perdón de los pecados era condición previa y sine qua non para la curación.
Bien puede ser, sin embargo, que esta historia nos quiera decir más que eso. Los judíos establecían esa relación entre la enfermedad y el pecado, y bien puede ser que en este caso la conciencia del hombre estuviera de acuerdo, y bien puede ser que esa conciencia de pecado hubiera producido de hecho la parálisis. El poder de la mente, especialmente del inconsciente, sobre el cuerpo es sorprendente e innegable.
Los psicólogos citan el caso de una chica que tocaba el piano en un cine en los tiempos del cine mudo. Normalmente se encontraba bien; pero, en cuanto se apagaban las luces, y el local se llenaba del humo de los cigarrillos, empezaba a paralizarse. Ella trataba de combatirlo; pero la parálisis acabó por hacerse permanente, y había que hacer algo. Un examen reveló que no había ninguna causa física. Bajó hipnosis se descubrió que cuando era muy pequeña, una bebé de pocas semanas, estaba acostada en una de aquellas cunas antiguas muy elaboradas, con un lazo de tul por encima de la cara. Su madre se inclinó una vez hacia ella fumando un cigarrillo, y se prendieron los adornos de la cuna. El fuego se apagó inmediatamente, y ella no sufrió ningún daño físico; pero su mente inconsciente recordaba aquel terror. La oscuridad, además del olor del tabaco, actuaba en su inconsciente y le paralizaba el cuerpo -y ella no sabía por qué.
El hombre de esta historia puede ser que estuviera paralítico porque, consciente o inconscientemente, su conciencia le acusaba de que era pecador, y ese pensamiento le produjo la enfermedad que él creía que era la consecuencia inevitable del pecado. Lo primero que Jesús le dijo fue: «Hijo, Dios no está enfadado contigo. No te preocupes.» Era como hablarle con cariño a un chiquillo atemorizado en la oscuridad. La carga del terror de Dios y del alejamiento de Dios desaparecieron de su corazón, y aquel mismo hecho fue decisivo para su curación.
Es una historia preciosa, porque lo primero que Jesús hace por cada uno de nosotros es decirnos: » Hijo, Dios no este enfadado contigo. Vuelve a casa, y no tengas miedo.»
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
Un día en el ministerio liberador de Jesús (Mar 1:40-45)
Análisis de discurso
Esta es otra típica historia de milagros donde Jesús habla poco y hace mucho. Esta sanidad en particular sirve para acrecentar la fama de Jesús, a pesar de que, aparentemente, él quería mantener su identidad en secreto. Es interesante notar también que, en el Evangelio de Marcos, Jesús permanece la mayor parte del tiempo fuera de las grandes ciudades. Su ministerio se desarrolla en las zonas rurales y pequeños poblados de Galilea. Vemos esto en el comentario editorial del evangelista en Mar 1:45 (ver también Mar 1:28, Mar 1:39). Esto será confirmado en la narración, especialmente después de Mar 3:6, cuando Jesús, obligado a abandonar la ciudad, enfoca su ministerio en las zonas rurales. La próxima ciudad importante en la que va a entrar será Jerusalén, en el capítulo Mar 11:1-33 (Myers, 151).
Si incluimos Mar 1:40-45 con los pasajes previos, vemos cómo toda la sección Mar 1:21-45 es una unidad literaria demarcada por dos entradas de Jesús en Capernaúm (Mar 1:21 y Mar 2:1). En Mar 1:21-34, Jesús enseña y echa fuera demonios en la sinagoga de Capernaúm, y luego, en la casa de Simón, sana a la suegra de éste y a muchos enfermos que le fueron traídos, como así también endemoniados. En Mar 1:35-45, Jesús sale de la ciudad y predica, echa fuera demonios y sana enfermos en los pueblitos rurales. Finalmente, vuelve a entrar en Capernaúm. Podríamos analizar esta sección de la siguiente manera:
A. Jesús entra en Capernaúm (Mar 1:21)
B. Jesús enseña, echa fuera demonios y sana en la ciudad (Mar 1:21-34)
C. Jesús sale de Capernaúm y va a un lugar desierto a orar (Mar 1:35)
B’. Jesús predica, echa fuera demonios y sana fuera de la ciudad (Mar 1:36-45)
A’. Jesús entra otra vez en Capernaúm (Mar 2:1)
Se podría decir que el centro de esta sección, C, revela el secreto del éxito de la misión de Jesús: su contacto con Dios en oración. El lugar desierto, la soledad, le provee la energía espiritual necesaria para llevar a cabo su ministerio de liberación.
TÍTULO: La mayoría de las versiones consultadas coinciden en ponerle a los versículos Mar 1:40-45 el título Jesús sana a un leproso. Pensamos que toda la sección Mar 1:21-45 podría encerrarse bajo la idea de “un día en el ministerio liberador de Jesús”, ya que en ella se describen las actividades de Jesús día por día. Nótese que entre Mar 1:21 y Mar 1:39 ha pasado sólo un día.
Análisis textual y morfosintáctico
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
Un leproso: la palabra lepra en la Biblia no siempre se refiere a lo que hoy en día se conoce como lepra o enfermedad de Hanson. Más bien es un término genérico que se utiliza para describir una serie de enfermedades de la piel. Para una audiencia contemporánea, «un hombre que tenía la piel enferma» (TLA) es una mejor traducción.
Si quieres, puedes limpiarme: El hombre no duda del poder de Jesús para sanarlo, pero no asume que quiera hacerlo. Para él es una cuestión de voluntad, no de poder. La palabra para “limpiar” es kazarisai. Es un aoristo infinitivo, que conlleva la idea de una sanidad permanente, que se realiza de una vez y para siempre. Por eso, sería mejor traducirla como “sanar”, ya que “limpiar” puede dar a entender que la operación debe repetirse una y otra vez. La limpieza a la que se refiere el hombre es ritual, ceremonial. Como sabemos, una persona con una enfermedad cutánea era considerada impura y no podía participar de la vida de la comunidad, cuyo centro estaba en el culto del templo. TLA capta muy bien el sentido del texto, al traducir «yo sé que tú puedes sanarme. ¿Quieres hacerlo?»
Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción
— un leproso: Ver nota a Mat 8:2.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
La sanidad de un leproso (ver Mat. 8:1-4; Luc. 5:12-16). La palabra lepra abarcaba muchas enfermedades de la piel como también la lepra misma. Aislaban a los sufrientes de tener contacto con otras personas, ya que los leprosos eran considerados ceremonialmente inmundos. En realidad, la actitud hacia la lepra en esos días era casi la misma que con el SIDA de hoy, una mezcla de temor y desprecio. La lepra, con frecuencia, se veía como el castigo de Dios por el pecado, así que aunque este hombre no dudaba del poder de Jesús para sanar, dudaba de su voluntad de hacerlo. El no debiera haber dudado porque (según se declara repetidamente en Mar.) Jesús fue movido a compasión por él: lo tocó y lo sanó. El efecto que tuvo Jesús al tocarle debe haber sido tremendo. No sólo Jesús se arriesgó al contagio, sino que deliberadamente llegó a ser “inmundo” religio samente para que aquel hombre pudiera llegar a ser limpio. ¿Sería que Marcos tuvo la intención de que esto representara lo que Jesús haría para todos nosotros en la cruz?
Jesús rehusó esta oportunidad para tener mayor publicidad. El le dio dos advertencias firmes de lo que debía hacer. La primera era que fuese a los sacerdotes para que le dieran un “certificado de buena salud”, sin lo cual no se le permitiría volver a formar parte de la sociedad y unirse en la adoración a Dios. La segunda era no decir nada a nadie de su sanidad. Como muchos de nosotros, el hombre pensó que sabía más que Jesús, así que a todos les hablaba de su sa nidad. ¿Será posible que él haya disfrutado de la publicidad para sí mismo? El resultado de esa desobediencia fue que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba afuera en lugares despoblados.
Por la actitud de Jesús, no nos maravilla que la iglesia cristiana fue pionera en la obra de amor, misericordia y sanidad a los leprosos, cuando todo el mundo los rechazaba. ¿Qué diremos de los que padecen el SIDA en nuestros días? ¿Se verá el mismo amor y compasión por ellos por parte de los cristianos? ¿Qué haría Jesús?
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
REFERENCIAS CRUZADAS
x 51 Mat 8:2; Luc 5:12
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
un leproso. La lepra era una enfermedad horrible e incurable, que no sólo dañaba la piel y los músculos, sino que además el paciente era considerado inmundo y la ley lo obligaba a mantenerse alejado de las demás personas (Lv 5:2, 13).
Si quieres, puedes limpiarme. El leproso sabía que Jesús podía sanarlo y reconoció la soberana voluntad del Señor para curarlo(cp. 2 Co 12:7– 9).
Fuente: La Biblia de las Américas
40 (1) Un leproso representa un pecador típico. La lepra es la enfermedad más contaminadora y contagiosa, mucho más grave que una fiebre (v.30), y hace que su víctima sea aislada de Dios y de los hombres (véanse las notas 2 (1) y 3 (1) de Mt 8). Limpiar al leproso indica restaurar el pecador a la comunión con Dios y con los hombres. Esta fue la parte culminante del servicio evangélico del Salvador-Esclavo, según consta en este capítulo.
El servicio evangélico que el Salvador-Esclavo rinde a Dios incluye
(1) predicar (vs. 14-15, 38-39) para anunciar las buenas nuevas al pueblo miserable que estaba esclavizado;
(2) enseñar (vs.21-22) para iluminar con la luz divina de la verdad a los ignorantes, los cuales estaban en tinieblas;
(3) echar fuera demonios (vs.25-26) para acabar con la usurpación del hombre por Satanás;
(4) sanar al hombre de su enfermedad (vs. 30-31) para que éste sirva al Salvador-Esclavo; y
(5) limpiar al leproso (vs. 41-42) para restaurar el pecador a la comunión con Dios y con los hombres. ¡Qué obra tan maravillosa y excelente!
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
un leproso. Véase nota en Luc 5:12. Las leyes acerca de la lepra se hallan en Lev 13:14.
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
Leemos en estos versículos como nuestro Señor Jesucristo curó a un leproso. De todas las curas milagrosas de nuestro Señor, ninguna fue más maravillosa que las de los leprosos. Tan solo dos casos han sido descritos menudamente en la historia evangélica, y este es uno de ellos.
Tratemos, ante todo, de comprender bien lo terrible de la enfermedad que Jesús curó.
Muy poco o nada se conoce la lepra en los climas fríos y templados; pero en el Oriente es muy común. Es una dolencia incurable; porque no es, como algunos se imagina, una mera afección cutánea; es un mal que afecta profundamente todo el organismo. Ataca no tan solo la piel, sino la sangre, la carne y los huesos, hasta que el desgraciado paciente empieza a perder las extremidades y a corromperse pulgada a pulgada. Recordemos, además, que entre los judíos, el leproso era considerado impuro, y quedaba separado de la congregación de Israel sin poder tomar parte en el culto. Veíase obligado a habitar en una casa aislada; nadie podía tocarlo ni servirle. Recordemos todo esto para que podamos apreciar los sufrimientos indecibles de un leproso. Según se expresó Aaron, cuando intercedió por Miriam, era «como un cadáver, cuya carne estaba medio destruida» Num. 12.12 Pero ¿no existe entre nosotros algo parecido a la lepra? Y mucho que si. Hay una asquerosa enfermedad del alma arraigada en lo más íntimo de nuestra naturaleza, y adherida a la médula de nuestros huesos con furor mortífero. Tenemos la plaga del pecado que como la lepra, es una dolencia interna que inficiona todo nuestro ser, el corazón, la voluntad, la conciencia, la inteligencia, la memoria y los afectos. Como la lepra, nos hace abominables y asquerosos, indignos de la compañía de Dios, e incapaces de la Gloria del cielo. Como la lepra, no puede ser curada por ningún médico terrestre, y nos va arrastrando lenta pero ciertamente a la muerte segunda. Y lo que es más terrible que todo, es mucho peor que la lepra: porque ningún moral está exento de esa enfermedad.
«Todos somos» a los ojos de Dios, «como cosa impura» Isaías 64.6 ¿Lo sabemos? ¿Lo hemos descubierto? ¿Estamos convencidos de nuestro pecado, de nuestra maldad, de nuestra corrupción? ¡Feliz el que ha aprendido a confesar que es un «miserable pecador», y que no hay «salud en el»! ¡Bienaventurado, en verdad, el que sabe que es un leproso espiritual, y una criatura mala, criminal y pecadora! Conocer nuestra dolencia es dar un paso hacia la curación; pues la perdición y la desgracia de muchas almas es que nunca vieron sus pecados ni sintieron la necesidad que las aqueja.
Aprendamos, en segundo lugar, a conocer en estos versículos la omnipotencia maravillosa de nuestro Señor Jesucristo.
Se nos dice que el infeliz leproso se acercó a nuestro Señor «suplicándole, y postrándose ante El» y diciéndole, «Si quieres, puedes dejarme limpio». Se nos dice que «Jesús, movido de compasión, extendió la mano, y tocándolo, le dijo, Quiero, se limpio» Y la curación fue instantánea. En aquel momento mismo aquella plaga mortal dejó libre al pobre paciente, y quedó curado. Bastó una palabra, un toque, y ahí está ante el Señor, no un leproso, sino un hombre sano y cabal.
¿Quién puede concebir el cambio inmenso que tuvo lugar en los sentimientos del leproso, cuando se vio curado? El sol de la mañana iluminó en él a un ser miserable, más muerto que vivo, una masa de úlceras y de corrupción, para quien la existencia era un peso. El sol de la tarde lo vio lleno de esperanza y de alegría, libre de dolores y apto para entra en la sociedad de los hombres, pasó como de muerte a vida.
Bendigamos a Dios porque tenemos un Salvador que es omnipotente. Qué animo no da, y que consuelo no comunica el pensamiento que para Cristo no hay nada imposible. Puede curar las dolencias del corazón por agudas que sean. Nuestro Médico celestial puede curar todas las plagas del alma, cualquiera que sea su virulencia. Mientras tenga vida, no desesperemos de la salvación de nadie. La más violenta de las lepras espirituales puede aún sanarse. No hay ningún caso de lepra espiritual que pueda ser peor que los de Manases, Saul y Zaqueo, y sin embargo, todos ellos fueron curados. La sangre y el Espíritu de Cristo pueden llevar a los más grandes pecados a los pies de Dios. No se pierden los hombres porque sean demasiado malos para salvarse, sino porque no quieren acudir a Cristo que puede salvarlos.
Aprendamos, por último, en estos versículos, que hay tiempos en que debemos guardar silencio respecto a las obras de Cristo, y otros en que debemos proclamarlas.
Esta verdad se nos enseña de una manera muy notable. Vemos a nuestro Señor que encarga estrictamente a este hombre que no hable a nadie de su curo, que «no diga a ninguna persona» Vemos después a este hombre desobedecer esta orden en el ardor de su celo, y publicar y «vociferar» por do quiera su curación; y se nos dice que todo ello tuvo por resultado que Jesús «no pudiera volver a entrar en la ciudad, sino que estaba fuera en lugares solitarios.
Esta es una lección profunda e importante, aunque sea dificultoso aplicarla rectamente. Claro es que hay épocas en que el Señor quiere que trabajemos para El con quietud y en silencio, antes que atraer la atención pública con un celo ruidoso. Hay un celo que «no es ilustrado» y otro que es el verdadero y digno de alabanza. Todo es bello en su sazón. En algunos casos podemos con tranquilidad y paciencia servir mejor que de otra manera cualquier la causa de nuestro Maestro. No debemos «dar lo que es santo a los perros» ni «arrojar perlas ante los cerdos» por olvidar estas reglas podemos hacer más mal que bien y retardar la causa que deseamos ayudar.
No hay duda que el punto es delicado y de difícil apreciación. Es incuestionable que la mayoría de los cristianos se siente muchos más inclinada a guardar silencio respecto a su glorioso Señor, que a confesarlo delante de los hombres -y no necesitan tanto de la brida como del acicate. Pero tambpoco puede negarse que hay un tiempo para caca cosa; y conocer ese tiempo debe ser el gran empeño de todos los cristianos. Hay hombres muy buenos que tienen más celo que discreción y que hasta ayudan al enemigo de la verdad con palabras y actos inoportunos.
Pidamos todos nosotros a Dios que nos conceda el Espíritu de sabiduría y la firmeza de alma. Empeñémonos en descubrir diariamente la senda de nuestro deber, y diariamente impetremos discreción y buen sentido. Seamos valientes como leones para confesar a Cristo y no temamos «hablar de El ante los príncipes», si necesario fuere. Pero no olvidemos jamás que la «Sabiduría es provechosa para guiar» Ecl. 10.11, y guardémonos de hacer daño con un celo mal entendido.
Fuente: Los Evangelios Explicados
Lit., diciéndole