Biblia

Comentario de Marcos 7:14 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Marcos 7:14 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Llamando a sí otra vez a toda la multitud, les decía: —Oídme todos y entended.

7:14

— Y llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended — Jesús, habiendo dirigido las palabras anteriores a los fariseos y escribas aparte (ver. 6), ahora llama a la multitud y se dirige a ella. Les manda, no solamente oír, sino también entender. (Todo el mundo tiene la responsabilidad de entender la Palabra de Dios. Considérese Efe 5:17).

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

llamando a toda la multitud. 1Re 18:21; 1Re 22:28; Sal 49:1, Sal 49:2; Sal 94:8; Mat 15:10; Luc 12:1, Luc 12:54-57; Luc 20:45-47.

Oidme todos, y entended. Pro 8:5; Isa 6:9; Hch 8:30.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Una pregunta privada a la hora de la comida trajo una controversia que ahora escuchaban los oídos de toda la multitud que seguía a Jesús. Él hizo una declaración pública que debe haber liberado a sus oyentes y enfurecido a los fariseos.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

7:14 — Y llamando a sí a toda la multitud, les dijo: Oídme todos, y entended — Jesús, habiendo dirigido las palabras anteriores a los fariseos y escribas aparte (ver. 6), ahora llama a la multitud y se dirige a ella. Les manda, no solamente oír, sino también entender. (Todo el mundo tiene la responsabilidad de entender la Palabra de Dios. Considérese Efe 5:17).

Fuente: Notas Reeves-Partain

LA VERDADERA CONTAMINACIÓN

Marcos 7:14-23

Jesús llamó otra vez a Sí a la multitud y les dijo: -Prestadme atención todos vosotros, y enteraos bien. No hay nada que entre en una persona desde fuera que la pueda contaminar; son las cosas que salen del interior de la persona las que la hacen inmunda.

Cuando llegó a la casa, ya sin la gente, Sus discípulos Le preguntaron acerca de ese dicho tan difícil, y Jesús les dijo:
Entonces, ¿es que vosotros también sois incapaces de captar las cosas? ¿No comprendéis que todo lo que entra en el cuerpo desde fuera no lo puede contaminar, porque no penetra en el corazón, sino en el estómago, y de ahí lo evacua el cuerpo por el proceso natural? -(El sentido de este dicho es que todos los alimentos son limpios). Pero Él siguió diciendo-: Lo que sale del interior de la persona,
eso es lo que hace inmunda a una persona. Es del interior, del corazón, de donde salen las malas intenciones, los deseos sexuales incontrolados, los hurtos, los asesinatos, los adulterios, las ansias codiciosas, las malas acciones, la astucia, la maldad desmadrada, la envidia, la calumnia, el orgullo, la locura; todas estas cosas malas vienen del interior, y son las que hacen inmunda a una persona.

Aunque no nos lo parezca, este pasaje, cuando se dijo por primera vez, debió de ser casi el más revolucionario del Nuevo Testamento. Jesús había estado discutiendo con los expertos legales acerca de diversos aspectos de la ley tradicional. Había mostrado la irrelevancia de los lavatorios elaborados. Había mostrado que la adherencia rígida a la ley tradicional podía conducir realmente a la desobediencia a la Ley de Dios. Pero aquí dice algo aún más alucinante. Declara que nada que entre en el cuerpo desde el exterior puede contaminarla, porque el cuerpo tiene un proceso natural y normal para deshacerse de ello. Ningún judío creyó eso nunca, ni hasta nuestros días. Levítico 11 tiene una larga lista de animales que son inmundos, y por tanto no se pueden comer. Hasta qué punto esto se tomaba en serio se puede ver en muchos de los incidentes de los tiempos de los Macabeos. En aquel tiempo, en rey sirio Antíoco Epífanes estaba decidido a erradicar la fe judía. Una de las cosas que les exigía a los judíos era que comieran cerdo; pero ellos estaban dispuestos a morir a centenares antes que hacer eso. «Sin embargo, muchos de Israel estaban plenamente decididos y firmes en sí mismos a no comer ninguna cosa inmunda. Por tanto, elegían antes morir que contaminarse con comidas, para no quebrantar el pacto santo; así es que morían» (1 Macabeos 1: 62s). 4 Macabeos 7 cuenta la historia de una viuda y sus siete hijos. Se les exigió que comieran carne de cerdo. Ellos se negaron. Al primero, le arrancaron la lengua, le cortaron los extremos de sus miembros, y luego le asaron vivo en una gran caldera; al segundo, le arrancaron el pelo y el cuero cabelludo; así los torturaron a todos uno tras otro hasta la muerte mientras su anciana madre los miraba y los animaba a ser fieles. Murieron antes que comer una carne que era para ellos inmunda.

En ese contexto Jesús hizo esta afirmación revolucionaria de que nada que entre en el cuerpo de una persona puede hacerla inmunda. Estaba borrando con un solo gesto las leyes por las que los judíos habían sufrido y dado la vida. No nos sorprende que los discípulos estuvieran alucinados.
En realidad, Jesús estaba diciendo que las cosas no pueden ser limpias o inmundas en un sentido religioso. Solamente lo pueden ser las personas; y lo que contamina a una persona son sus propias acciones, que son el producto de su propio corazón. Esto era una nueva doctrina, y de lo más sorprendente. Los judíos tenían, y todavía tienen, todo un sistema de cosas que son limpias o inmundas. Con un pronunciamiento definitivo, Jesús declaró toda la cuestión irrelevante, y que la inmundicia no tenía nada que ver con lo que una persona comiera, sino con todo lo que le saliera del corazón.

Veamos las cosas que Jesús lista que proceden del corazón humano y hacen inmundas a las personas.
Empieza por las malas intenciones (dialoguismoi). Cualquier pecado externo procede de una decisión interior; por tanto, Jesús empieza por los malos pensamientos de los que se deriva toda mala acción. Luego vienen los deseos sexuales incontrolados (porneíai); a continuación incluye en la lista acciones adulteras (moijeíai); pero la primera palabra es la más general, y quiere decir cualquier clase de tráfico en el vicio sexual. Siguen los robos (klopai). En griego hay dos palabras para ladrón -kléptés y léstés. Léstés es un bandolero; Barrabás era un léstés (Jn 18:40 ), y un bandolero puede ser muy valiente, aunque esté fuera de la ley. Kléptés es un ladrón; Judas era un kléptés, que sisaba de la caja (Jn 12:6 ). Un kléptés es un ratero vulgar, engañoso, cobarde, sin ni siquiera la cualidad positiva del bandolero audaz de las viejas historias. Los asesinatos (fonoi) y los adulterios vienen a continuación, y su significado está claro.

Luego vienen las ansias (pleonexíai). Pleonexía viene de dos palabras griegas que quieren decir tener más. Se ha definido como un deseo maldito de poseer. También como «el espíritu que se apropia de lo que no tiene ningún derecho a poseer,» «la funesta hambre de lo que pertenece a otros.» Es el espíritu que arrebata cosas, no para atesorarlas como un avaro, sino para gastarlas en lujos y excesos desmedidos. Cowley lo definía como «un apetito voraz de ganancias, no por sí mismas, sino por el placer de malgastarlas inmediatamente por vías de lujo y orgullo.» No es meramente el deseo de dinero o de cosas; incluye también el de poder, la insaciable codicia de la naturaleza humana caída. Platón decía: «El deseo de una persona es como una criba o un recipiente con un agujero, que no se puede llenar nunca por mucho que se intente.» Pleonexía es la codicia de poseer que tiene en el corazón el que busca la felicidad en las cosas en vez de en Dios.

Siguen las malas acciones. En griego hay dos palabras para malo: kakós, que describe una cosa que es mala en sí, y ponérós, que describe a una persona o cosa que es activamente mala. Ponéríai es la palabra que se usa aquí. El hombre que es ponérós es aquel en cuyo corazón hay un deseo de dañar. Está, como decía Bengel, » entrenado en toda clase de crimen, y totalmente equipado para infligir mal a cualquier otra persona.» Jeremy Taylor definía esta ponéría como «aptitud para jugar malas pasadas, para deleitarse en desgracias y tragedias; complacencia en causar problemas y en complicar la vida. Irritación, perversidad y retorcimiento en nuestras relaciones.» Ponéría no solamente corrompe al que la practica, sino también a los demás. Ponérós -el Maligno- es el título de Satanás. El peor de los hombres, el que hace la obra de Satanás, es el que, siendo malo en sí mismo, hace a otros tan malos como él.

A continuación viene dolos, que traducimos como la astucia. Viene de una palabra que quiere decir el cebo; se usa con astucia y engaño; por ejemplo, en una ratonera. Cuando los griegos estaban sitiando Troya, no pudiendo ganar una entrada, les enviaron a los troyanos el regalo de un gran caballo de madera como señal de buena voluntad. Los troyanos abrieron sus puertas y lo metieron dentro; pero el caballo estaba lleno de griegos, que salieron por la noche y sembraron la muerte y la destrucción en Troya. Eso es exactamente dolos. Es una traición inteligente, astuta y engañosa.

Lo siguiente en la lista es la maldad desmadrada (asélgueia). Los griegos definían asélgueia como «la actitud del alma que rechaza toda disciplina,» como «el espíritu que no acepta restricciones, que lo arriesga todo para conseguir su capricho e insolencia desmadrada.» La gran característica de la persona que es culpable de asélgueia es que ha perdido todo sentido de vergüenza y decencia. Uno que es malo puede que oculte su pecado; pero el que tiene asélgueia peca sin remordimientos y no vacila en escandalizar a sus semejantes. Jezabel fue el ejemplo clásico de asélgueia cuando construyó un altar pagano en la santa ciudad de Jerusalén.

La envidia se traduciría literalmente por el mal ojo, el ojo que mira el éxito y la felicidad de otro como si quisiera echarle una maldición si pudiera. La palabra siguiente es blasfemia. Cuando se usa en relación con las personas quiere decir calumnia; cuando se usa en relación con Dios es la blasfemia. Quiere decir insultar a las personas o a Dios.

Sigue en la lista el orgullo (hyperéfanía). La palabra griega quiere decir literalmente «ponerse uno por encima de los demás.» Describe la actitud de la persona «que siente desprecio hacia todo lo que no sea ella misma.» Lo interesante de esta palabra como la usaban los griegos es que describe una actitud que puede que nunca se manifieste públicamente. Puede que en lo más íntimo de su corazón uno se esté siempre comparando con los demás. Podría ser que se presentara hipócritamente humilde, y sin embargo fuera orgulloso de corazón. Algunas veces, por supuesto, el orgullo es autoevidente. Los griegos tenían una leyenda sobre este orgullo. Decían que los gigantes, los hijos de Tártaro y de Gué, trataron en su orgullo de asaltar el Cielo, pero Hércules los echó otra vez abajo. Eso es hyperéfanía. Es ponerse contra Dios; es «invadir las prerrogativas de Dios.» Eso es lo que se ha llamado «el Everest de todos los vicios,» y por lo que «Dios resiste a los soberbios» (Stg 4:6 ).

Por último viene la locura (afrosyné). No quiere decir la necedad debida a la falta de sensatez o de cabeza, sino la locura moral. Describe, no al que es un estúpido insensato, sino al que se hace el tonto para salirse con la suya.

Es una lista verdaderamente terrible de las cosas que salen del corazón humano la que nos presenta Jesús. Cuando la examinamos, sentimos un escalofrío. Sin embargo, es un desafío, no a evitar tales cosas por vergüenza, sino a examinar honradamente nuestros corazones.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

Toda la multitud: En lugar de toda (panta), el GNT tiene “de nuevo” (palin).

Fuente: Comentario para Exégesis y Traducción

REFERENCIAS CRUZADAS

q 326 Pro 8:5; Mat 15:10

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

Vemos el comienzo de este pasaje cuan difícilmente comprenden los hombres las cosas espirituales. «Escuchadme» dice nuestro Señor al pueblo, «escuchadme cada un de vosotros, y comprended» «¿Estáis así desprovistos de inteligencia?» Dice a los discípulos, ¿No percibís? La corrupción de la naturaleza humana es una enfermedad universal; no solamente afecta el corazón, la voluntad y la conciencia del hombre, sino su espíritu, su memoria y su inteligencia. La misma persona que es lista y avisada en cosas mundanas, dejará muchas veces de comprender por completo las más simples verdades del cristianismo; no le será posible aceptar los más sencillos razonamientos del Evangelio. No le encontrará sentido a los propios más claros que la doctrina evangélica, que le sonarán como necios o misteriosos. Los escuchará como quien oye hablar una lengua extranjera y comprende alguna que otra palabra, pero no el todo de la conversación. «El mundo no conoce a Dios por medio de la sabiduría» 1 Cor.1.21 Oye, pero no entiende.
Debemos pedir diariamente al Espíritu Santo que nos enseñe si queremos hacer progresos en el conocimiento de las cosas divinas. Sin El, muy poco nos hará avanzar, la inteligencia más poderosa y el más fuerte raciocinio. Cuando leemos la Biblia y oímos sermones, todo depende de la manera con que leemos y oímos. Una disposición del espíritu humilde, infantil, ansioso de aprender, es el gran secreto del éxito. Feliz aquel que dice a menudo con David, «Enséñame tus estatutos» Salmo 119.64 ese comprenderá tan bien como oye.
Vemos, en segundo lugar, por este pasaje, que el corazón es la fuente principal de la corrupción y de la impureza a los ojos de Dios. La pureza moral no depende de lavarse o de no lavarse, de tocar ciertas cosas o de no tocarlas, de comer algo o de no comerlo, como enseñaban los escribas y los fariseos. «No hay nada fuera del hombre que entrando en el pueda contaminarlo, sino lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre.
Hay en estas palabras una verdad profunda que con frecuencia pasa desapercibida. Rara vez tomamos en cuenta como se debe nuestra pecabilidad original y nuestra inclinación natural al mal. Se atribuye, en general, la maldad del hombre a los malos ejemplos, a las malas compañías a tentaciones especiales o a los lazos que tiende el diablo. Parece olvidarse que cada hombre lleva consigo un manantial de maldades. No necesitamos que las malas compañías nos enseñen, ni que el diablo nos tiente, para sumirnos en el pecado. Llevamos en nuestro interior la simiente de todos los pecados.
Debemos recordar esto en la disciplina y educación de los niños; no olvidemos en nuestro manejo de ellos, que en sus corazones existen las semillas de la maldad. No es bastante tener a los muchachos en casa y alejarlos de toda tentación externa, pues llevan en sus pechos un corazón dispuesto a pecar y mientras ese corazón no se muda, no están seguros, hagamos lo que queramos. Cuando los niños cometen una falta, es práctica común atribuir toda la culpa a las malas compañías; pero hacerlo así es ignorancia, ceguedad y tontería. No hay duda que las malas compañías es un gran mal que debe evitarse lo más que sea posible. Pero ningún mal compañero enseña a un muchacho ni la mitad de los pecados que le sugiere su propio corazón, si no está renovado por el Espíritu.
Dentro llevamos el principio de toda maldad. Si los padres fueran tan diligentes en orar por la conversión de sus hijos como lo son en guardarlos de malas compañías, sus hijos saldrían mejores de lo que son.
Vemos, por último, en este pasaje, que catálogo tan negro de males encierra el corazón humano. «Del corazón del hombre» dice nuestro Señor, «proceden malos pensamientos, adulterios, fornicaciones, asesinatos, robos, codicia, envidia, blasfemia, orgullo, necedad; todas estas cosas malas salen de dentro».
Comprendamos bien, al leer estas palabras, que nuestro Señor está hablando del corazón humano en general. No se refiere tan solo al libertino conocido, ni al criminal que está en una cárcel; habla del género humano. Todos nosotros, nobles o pecheros, ricos o pobres, amos o siervos, viejos o jóvenes, sabios o ignorantes, todos, por naturaleza, tenemos el corazón que Jesús describe en este pasaje. Las simientes de todos lo males que aquí menciona, yacen escondidas en Nuevo Testamento interior. Quizás permanezcan inertes toda nuestra vida, quizás el miedo de las consecuencias, la restricciones de la opinión pública, el temor de la publicidad, el deseo de parecer respetables y sobre todo, la gracia omnipotente de Dios, las ahoguen y las contengan en su desarrollo. Pero todo hombre lleva en si la raíz de todos los pecados.
¡Cuán humildes no deberíamos ser al leer estos versículos» «Todos somos inmundos» a los ojos de Dios. Isaías 64.6 Descubre en cada uno males sin cuento, que el mundo nunca ve, porque El lee en nuestros corazones. De todos loes pecados a que estamos sujetos de seguro que el más impropio es el de creernos justos en virtud de un poder que no sea personal.
¡Cuan agradecidos no debemos estar por el Evangelio, cuando leemos estos versículo» El Evangelio encierra una provisión completa para todas las necesidades de nuestras pobres y corrompidas naturalezas. La sangre de Cristo puede «limpiarnos de todo pecado». El Espíritu Santo puede transformar nuestros corazones pecadores y mantenerlos limpios, después de transformados. El hombre que no se gloría en el Evangelio, sabe muy poco de la letra que abriga en su interior.
¡Qué vigilantes deberíamos estar, cuando recordamos estos versículos! ¡Qué guardia tan cuidadosa no deberíamos hacer para refrenar nuestra imaginación, nuestra lengua, y nuestra conducta diaria! A la cabeza de la negra lista del contenido de nuestros corazones, se encuentran «los malos pensamientos». No lo olvidemos nunca. Los pensamientos son los progenitores de las palabras y de los hechos. Pidamos diariamente en nuestras oraciones gracia para mantener en orden nuestros pensamientos y clamemos de todo corazón y con gran fervor, «no nos dejes caer en tentación.

Fuente: Los Evangelios Explicados