Biblia

Comentario de Mateo 10:26 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Mateo 10:26 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

“Así que, no les temáis. Porque no hay nada encubierto que no será revelado, ni oculto que no será conocido.

10:26 — Así que, no los temáis (10:28, 31); porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse. (Mar 4:22; Luc 8:17) 27 Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

no los temáis. Mat 10:28; Pro 28:1; Pro 29:25; Isa 41:10, Isa 41:14; Isa 43:1, Isa 43:2; Isa 51:7, Isa 51:8, Isa 51:12, Isa 51:13; Jer 1:8, Jer 1:17, Jer 1:18; Eze 2:6; Hch 4:13, Hch 4:19; 1Pe 3:14.

porque nada hay encubierto. Mar 4:22; Luc 8:17; Luc 12:2, Luc 12:3; Luc 24:47; Hch 1:8; 1Co 4:5.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

NO LOS TEMÁIS. Al servir al Señor y al luchar contra Satanás, los discípulos de Cristo estarán expuestos al contraataque de Satanás (vv. Mat 10:16-25); pero no tienen que tener miedo, porque los sostendrán el Espíritu Santo y el Padre (vv. Mat 10:20; Mat 10:29-31). Deben permanecer fieles a la Palabra de Cristo, predicando sincera y valerosamente.

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

10:26 — Así que, no los temáis (10:28, 31); porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado; ni oculto, que no haya de saberse. (Mar 4:22; Luc 8:17) 27 Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas.

Fuente: Notas Reeves-Partain

LA LIBERACIÓN DEL MIEDO
DEL MENSAJERO DEL REY

Mateo 10:26-31

Así que no les tengáis miedo; porque no hay nada que esté velado que no haya de ser desvelado, ni nada escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz del día; lo que se os susurra al oído, proclamadlo desde las azoteas.
No les tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no el alma; temed más bien al Que tiene poder para destruir tanto el cuerpo como el alma en la gehena.
¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una pesetas, y ni uno de ellos se posará en el suelo sin que lo sepa vuestro Padre? Dios lleva la cuenta hasta de los pelos que tenéis en la cabeza; así que no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.

Tres veces en este breve pasaje Jesús exhorta a Sus discípulos que no tengan miedo. El mensajero del Rey tiene que tener una cierta intrepidez valerosa que le distinga de otras personas.

(i) La primera orden está en los versículos 26 y 27, y habla de una doble intrepidez.

(a) No tienen que tener miedo, porque no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni escondido que no llegue a saberse. El sentido de esto es que la verdad triunfará. «Grande es la verdad -decía un proverbio latino-, y prevalecerá.» Cuando Jaime VI de Inglaterra amenazó a Andrew Melville con desterrarle o ahorcarle, la respuesta del reformador fue: «Tú no puedes desterrar o ahorcar la verdad.» Cuando el cristiano se encuentra atacado por el sufrimiento, el sacrificio y aun el martirio por su fe, debe recordar que llegará un día cuando se verán las cosas como son en realidad; y entonces el poder del perseguidor y el heroísmo del testigo cristiano se apreciarán en su justo valor, y cada uno recibirá su merecido.

(b) No tienen que tener miedo de proclamar con coraje el mensaje que han recibido. Lo que Jesús les había dicho, tenían que decírselo a todo el mundo. Aquí en este versículo único (el 27) se encuentra la verdadera función del predicador.
En primer lugar, el predicador debe escuchar; debe estar en el consejo secreto con Cristo, para que en las horas tenebrosas Cristo le hable, y para que en la soledad Cristo le susurre al oído. Nadie puede hablar por Cristo a menos que Cristo le haya hablado; nadie puede proclamar la verdad a menos que haya escuchado a la verdad; porque nadie puede comunica a otros lo que no sabe.

En los grandes días en que la Reforma estaba llegando a nacer, Colet invitó a Erasmo a que fuera a Oxford a dar una serie de conferencias sobre Moisés o Isaías; pero Erasmo sabía que no estaba listo, y le mandó su respuesta: «Pero yo, que he aprendido a vivir conmigo mismo, y sé cuán escaso es mi bagaje, no puedo pretender la preparación que se requiere para esa tarea, ni creo poseer la fuerza de mente para resistir los celos de tantos que estarán ansiosos por mantener su propio terreno. Esa campaña es tal que requiere, no un novato, sino un experto general. Ni tampoco quiero que me consideres inmodesto por declinar una posición que sería más inmodesto aceptar. No estás actuando sabiamente, Colet, al pedirle agua a una roca pómez, como decía Plauto. ¿Con qué cara voy yo a enseñar lo que nunca he aprendido? ¿Cómo voy a calentar a otros cuando yo mismo estoy tiritando de frío?»
En segundo lugar, el predicador debe hablar lo que Le ha escuchado a Cristo, y debe hablar aunque lo que diga le granjee el odio de muchos; y aun si, por hablar, tiene que tomar su vida en sus manos.
A la gente no le gusta la verdad; porque, como decía Diógenes, la verdad es como la luz para los ojos irritados. Una vez estaba predicando Latimer en presencia del rey. Sabía que iba a decir algo que al rey no le agradaría; así es que en el púlpito mantuvo un soliloquio consigo mismo: «¡Latimer, Latimer, Latimer! – se decía – Cuidado con lo que dices: El Rey Enrique VIII está aquí.» Hizo. una pausa, y luego prosiguió: «¡Latimer, Latimer, Latimer! Ten cuidado con lo que dices. ¡El Rey de reyes está aquí!»
El que tiene un mensaje habla a los hombres, pero habla en la presencia de Dios. Se dijo del gran reformador escocés John Knox cuando le estaban enterrando: «Aquí yace uno que temía a Dios tanto que nunca tuvo el más mínimo temor delante de ningún hombre.»
El testigo cristiano es alguien que no conoce el miedo, porque sabe que el juicio de la eternidad corregirá los juicios del tiempo. El predicador y maestro cristiano es una persona que escucha con reverencia y luego habla con coraje; porque sabe que, ya sea que escuche o que hable, está en la presencia de Dios.

LA LIBERACIÓN DEL MIEDO
Y EL CORAJE DE LA JUSTICIA
DEL MENSAJERO DEL REY

Mateo 10:26-31 (conclusión)

La segunda orden está en el versículo 28. Para decirlo sencillamente, lo que Jesús está diciendo aquí es que ningún castigo que los hombres puedan imponer se puede comparar con el destino final del que haya sido culpable de infidelidad y desobediencia a Dios. Es verdad que los hombres pueden matar el cuerpo físico; pero Dios puede condenar a muerte el alma. Hay tres cosas en que debemos fijarnos aquí.

(a) Algunas personas creen en lo que se llama inmortalidad condicional. Esta creencia sostiene que la recompensa de la bondad es que el alma se eleva más y más hasta que es una con toda la inmortalidad, la bienaventuranza y la bendición de Dios; y que el castigo del malvado que se niegue a enmendar sus caminos a pesar de las llamadas de Dios es que su alma irá cayendo cada vez más hasta que al final desaparezca y deje de ser. No podernos construir una doctrina basándonos en un solo texto; pero eso es algo muy parecido a lo que Jesús está diciendo aquí.

Los judíos sabían que el castigo de Dios era algo terrible.

Porque Tú tienes potestad sobre la vida y la muerte. Y Tú guías hacia abajo hasta las puertas del Hades; y otra vez de -vuelta hacia arriba. Pero, aunque el hombre puede matar en su malignidad, sin embargó no puede traer de nuevo el espíritu que ha marchado, ni liberar al alma que el Hades ha recibido.

(Sabiduría de SalomóNm 16:13

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

Mar 4:22; Luc 8:17.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

REFERENCIAS CRUZADAS

s 462 Mar 4:22; Luc 8:17; 1Co 4:5

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

26 (a) vs.26-33: Luc_12:2-9

26 (b) Mar_4:22 ; Luc_8:17

26 (c) 1Ti_5:25

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

oculto…Mar 4:22; Luc 8:17.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

T77 En este versículo esperaríamos el tiempo presente, ya que el contexto requiere la traducción: dejen de temer.

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

g Mar 4:22; Luc 8:17.

Fuente: La Biblia Textual III Edición