Comentario de Mateo 6:9 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos: Santificado sea tu nombre,

Mat 6:9, PADRE NUESTRO… SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

Introducción.

A. Mat 6:9-13; Luc 11:1-4. En estos textos Jesús nos enseña cómo orar. No era su propósito revelar una oración que debería ser memorizada y rezada (recitada) repetidas veces. (Mas bien esto es lo que estaba condenando, ver 7). Esta verdad es obvia cuando se considera que estos dos textos ni siquiera son iguales; hubiera sido idéntica la oración en los dos textos si Jesús la hubiera entregado para ser rezada. La iglesia del primer siglo no rezaba el «Padre Nuestro».

B. Los discípulos querían orar correctamente, y Jesús les dice, «Oraréis así». Dice que debemos orar «así'» (de esta manera), y entonces nos da un ejemplo de cómo orar correctamente. Algunos de los elementos principales de la oración aceptable son: (1). Alabar y exaltar al Padre. (2). Pedir que se haga su voluntad. (3). Pedir por su reino. (4). Pedir el pan de cada día (el sostén, 1Ti 6:8). (5). Pedir el perdón. (6). Pedir la dirección divina. C. Desde luego, hay otros textos que nos enseñan cómo orar: Jua 14:13; Jua 16:26 nos enseñan que debemos orar en el nombre de Jesús; 1Ti 2:1-2 agrega detalles importantes; también 1Ts 5:17, Stg 1:5; Stg 5:16, etc. Aparte de instrucciones y mandamientos, hay buenos ejemplos que seguir.

I. «Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre».

A. Los paganos no podían decir, «Padre Nuestro», porque los dioses paganos eran, según la imaginación de ellos, crueles, despóticos y caprichosos. No había relación padre-hijo con los dioses paganos y sus adoradores. Isa 64:8, «Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros». Pero los dioses paganos, en lugar de haber formado a sus adoradores, fueron formados por ellos.

B. «que estás en los cielos». Esta expresión habla de la majestad y grandeza de Dios; sirve para exaltarle. El es el único Dios que está en los cielos. Decimos esto, pues, para expresar gran reverencia. Desde luego, su presencia llena el universo, como dijo Salomón, cuando dedicó el templo, «He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?» (1Re 8:27). Pero la palabra «cielos» es muy apropiada para expresar la exaltación de Dios.

D. ¿Cómo es santificado su nombre? Es fácil decir esto sin pensar en lo que se dice. Al decir «Santificado sea tu nombre», pedimos que su nombre sea adorado, reverenciado, respetado y glorificado. (Recuérdese Mat 5:34-37, el nombre de Dios no es santificado si nuestra palabra no vale o si tomamos en vano su nombre). (1). Su gran nombre es glorificado por el culto que le ofrecemos: los cantos, las oraciones, la predicación y los demás actos de culto. (2). Pero también es glorificado por nuestras vidas. «Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1Pe 3:15). (3). Glorificamos a Dios cuando predicamos y practicamos la enseñanza del Sermón del Monte (por ejemplo, las bienaventuranzas, 5:1-12; buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, 6:33, etc.), y toda la enseñanza del Nuevo Testamento.

II. «Venga tu reino».

A 1Cr 29:11, dice David, «Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos».

B. Mat 3:2; Mat 4:17, «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado». Así predicaron Juan y Jesús. (1). Mar 9:1 «hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder». El reino iba a venir con poder. (2). Luc 23:51, José de Arimatea, «esperaba el reino de Dios». (3). Luc 24:49, los apóstoles recibirían poder. Hch 1:5; Hch 1:8, el poder del Espíritu Santo. Ese poder vino el día de Pentecostés. (4). Por lo tanto, el reino vino el día de Pentecostés.

C. ¿ Qué es el reino? ¿Qué vino el día de Pentecostés? ¿Qué sucedió ese día? (1). Jesús ya había ofrecido su vida en la cruz por los pecados del mundo. De esa manera El compró su iglesia (Hch 20:28); es decir, El pagó el precio de nuestra redención (1Pe 1:18) e hizo posible la salvación, el perdón de pecados. Pedro y los apóstoles explicaron este plan de salvación el día de Pentecostés, y tres mil almas obedecieron al evangelio (Hch 2:37-41). (2). Estas personas fueron trasladadas al reino de Cristo (Col 1:12-13). (3). Fueron bautizados en un cuerpo, 1Co 12:13. (4). Jesús había dicho, «Edificaré mi iglesia» (Mat 16:18). ¿Qué es su iglesia? ¿Cuándo la edificó? La palabra «iglesia» significa los «llamados», los que son llamados por el evangelio (2Ts 2:14). Son simplemente los salvos. Los primeros que fueron salvos por el evangelio predicado por los apóstoles fueron los tres mil en el día de Pentecostés. (5). Los términos «reino», «iglesia», «cuerpo», «rebaño», etc. todos se refieren a la misma cosa. La palabra «reino» significa «poder, autoridad», y también el «imperio» de Dios, o sea, los súbditos o ciudadanos del reino. Col 1:13 lo indica claramente. (6). Si la iglesia no es el reino, entonces los milenarios (premilenialistas) tienen razón al decir que el reino todavía no se ha establecido. Pero recuérdese: (a) el reino y la iglesia se establecieron el mismo día; (b) tienen la misma cabeza; (c) tienen las mismas condiciones de entrada; (d) la cena del Señor está en la iglesia y está en el reino; y (e) todas las enseñanzas del Nuevo Testamento son para la iglesia y también son para los ciudadanos del reino. (7). Si los miembros de la iglesia no son los ciudadanos del reino, ¿quiénes son los ciudadanos del reino? Si los miembros de la iglesia no están en el reino, ¿quiénes están en el reino? (8). Hay un solo cuerpo (Efe 4:4), pero si la iglesia no es el reino, y el reino no es la iglesia, y si el reino ya se ha establecido, entonces hay dos cuerpos. Esta conclusión es ineludible. La implicación y consecuencia de la enseñanza de los que dicen que la iglesia no es el reino es que en realidad hay dos cuerpos. (9). 2Sa 7:12-13, el «linaje» de David (Cristo) «edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su REINO». La casa de Dios es la iglesia (1Ti 3:15), pero el profeta habló con David de su trono en su casa o reino. Además el ángel dijo a María, «Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre». Hch 2:29-30, David sabía que Dios levantaría al Cristo para que se sentase en su trono. Así dijo Pedro en su sermón el día de Pentecostés. En ese mismo día Jesús estaba sobre el trono de David y en ese mismo día edificó su casa, su iglesia según la profecía de 2Sa 7:13 y Mat 16:18. (10). Los que dicen que la iglesia no es el reino de Mat 3:2; Mar 9:1; Col 1:13 son compañeros de doctrina de los milenarios. Los dos minimizan la bendita iglesia del Señor Jesús, diciendo que no es el reino de Cristo.

III. «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra».

A. Primero, es necesario aprender la voluntad de Dios por el estudio y por la experiencia. Rom 12:2 «para que comprobéis (por la experiencia) cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta». Mat 7:21; Mat 12:50. Los salvos son los que hacen la voluntad de Dios. Jua 6:44-45, Todos serán enseñados de Dios. Mat 28:19, el evangelio (la voluntad de Dios) fue predicado a todas las naciones. Hechos de los Apóstoles nos dice que los apóstoles llevaron a cabo esa comisión. Efe 5:17 dice, «no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor». La persona que dice, «Hágase tu voluntad» cuando no le gusta estudiar la Biblia, ni la lee, ni asiste a las clases bíblicas hace burla de esta oración.

B. ¿Cuál es la voluntad de Dios para nosotros? 1Ts 4:3 «pues la voluntad de Dios es vuestra santificación». Debemos apartarnos de todo mal. Debemos limpiar el corazón (la mente, voluntad, emociones) y presentar el cuerpo como sacrificio vivo al Señor (Rom 12:1), para ser transformados a la imagen de Cristo (Rom 8:29; 2Co 3:18; Gál 4:19).

C. Los que hacen esta oración deben obedecer al evangelio y cumplir la voluntad de Dios. ¿Qué nos aprovecha orar, «hágase tu voluntad» si no la queremos hacer nosotros? Esta oración significa que estamos sumisos a Dios.

D. Entonces, si estamos haciendo la voluntad, debemos enseñar, amonestar y exhortar a otros para que hagan lo mismo. Debemos «cooperar» con la oración.

E. «como en el cielo». Véase Apo 4:1-11.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

oraréis así. Luc 11:1, Luc 11:2.

Padre nuestro. Mat 6:1, Mat 6:6, Mat 6:14; Mat 5:16, Mat 5:48; Mat 7:11; Mat 10:29; Mat 26:29, Mat 26:42; Isa 63:16; Isa 64:8; Luc 15:18, Luc 15:21; Jua 20:17; Rom 1:7; Rom 8:15; Gál 1:1; Gál 4:6; 1Pe 1:17.

que estás en los cielos. Mat 23:9; 2Cr 20:6; Sal 115:3; Isa 57:15; Isa 66:1.

santificado sea tu nombre. Lev 10:3; 2Sa 7:26; 1Re 8:43; 1Cr 17:24; Neh 9:5; Sal 72:18; Sal 111:9; Isa 6:3; Isa 37:20; Eze 36:23; Eze 38:23; Hab 2:14; Zac 14:9; Mal 1:11; Luc 2:14; Luc 11:2; 1Ti 6:16; Apo 4:11; Apo 5:12.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

así no significa que hay que orar usando sólo estas palabras, sino que hay que orar de esta forma. La gente, a menudo, reduce esta oración a una recitación vacía; justo lo que el Señor dijo que no debía hacerse (v. Mat 6:7). La oración se compone de seis solicitudes. Las primeras tres piden que venga el Reino (vv. Mat 6:9, Mat 6:10) y las últimas tres son para que Dios supla las necesidades de su pueblo hasta que el Reino venga (vv. Mat 6:11-13).

santificado sea tu nombre no es una adscripción para rogar al Padre. El verbo es un imperativo y significa: «que tu nombre sea bendito». Esto alude a la profecía de Ezequiel en Eze 36:25-32, donde el profeta dice que Israel ha profanado el nombre de Dios entre las naciones. Un día Dios reunirá a su pueblo, los limpiará, y con esto quiere decir que reivindicará la santidad de su gran nombre. La santificación del nombre del Padre significa la venida del Reino de Dios.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

ORARÉIS ASÍ. Con esta oración modelo, Cristo indicó aspectos de interés que deben ser parte de la oración del creyente. El padrenuestro comprende seis peticiones: tres que tratan de la santidad y de la voluntad de Dios; tres que tratan de las necesidades personales. Su brevedad no significa que se deba orar sólo brevemente. A veces Cristo oró toda la noche (Luc 6:12).

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS. La oración comprende la adoración al Padre celestial.

(1) Como Padre, Dios ama y cuida al creyente y recibe su comunión con agrado; por medio de Cristo el creyente tiene acceso al Padre en cualquier momento para adorarlo y expresarle sus necesidades (vv. Mat 6:25-34).

(2) Dios como Padre no significa que Él es como un padre terrenal que tolera la maldad en sus hijos o deja de disciplinarlos correctamente. Dios es un Padre de santidad que tiene que oponerse al pecado. No tolerará la maldad, ni siquiera en quienes lo llaman Padre. Su nombre tiene que ser «santificado» (v. Mat 6:9).

(3) Por eso, como Padre celestial Él puede castigar o bendecir, retener o dar, actuar con justicia o con misericordia. Su manera de responder a sus hijos depende de la fe y obediencia a Él.

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE. Lo primordial en las oraciones y en la vida del creyente debe ser la santificación del nombre de Dios. Es de suma importancia que Dios sea reverenciado, honrado, glorificado y exaltado (cf. Sal 34:3). En la oración y en el diario andar se debe estar intensamente interesado en la reputación de Dios, de su iglesia, de su evangelio y de su reino. Hacer algo que deshonre el nombre y el carácter del Señor es un pecado espantoso que lo expone a vergüenza pública.

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

oraréis así. Cp. Luc 11:2-4. La oración es un modelo, no una simple liturgia. Es notable por su brevedad, simplicidad y sencillez. De las seis peticiones, tres están relacionadas con Dios (vv. Mat 6:9, Mat 6:10) y tres con las necesidades humanas (vv. Mat 6:11-13).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Mat 6:9, PADRE NUESTRO… SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
Introducción.
A. Mat 6:9-13; Luc 11:1-4. En estos textos Jesús nos enseña cómo orar. No era su propósito revelar una oración que debería ser memorizada y rezada (recitada) repetidas veces. (Mas bien esto es lo que estaba condenando, ver 7). Esta verdad es obvia cuando se considera que estos dos textos ni siquiera son iguales; hubiera sido idéntica la oración en los dos textos si Jesús la hubiera entregado para ser rezada. La iglesia del primer siglo no rezaba el «Padre Nuestro».
B. Los discípulos querían orar correctamente, y Jesús les dice, «Oraréis así». Dice que debemos orar «así'» (de esta manera), y entonces nos da un ejemplo de cómo orar correctamente. Algunos de los elementos principales de la oración aceptable son: (1). Alabar y exaltar al Padre. (2). Pedir que se haga su voluntad. (3). Pedir por su reino. (4). Pedir el pan de cada día (el sostén, 1Ti 6:8). (5). Pedir el perdón. (6). Pedir la dirección divina. C. Desde luego, hay otros textos que nos enseñan cómo orar: Jua 14:13; Jua 16:26 nos enseñan que debemos orar en el nombre de Jesús; 1Ti 2:1-2 agrega detalles importantes; también 1Ts 5:17, Stg 1:5; Stg 5:16, etc. Aparte de instrucciones y mandamientos, hay buenos ejemplos que seguir.
I. «Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre».
A. Los paganos no podían decir, «Padre Nuestro», porque los dioses paganos eran, según la imaginación de ellos, crueles, despóticos y caprichosos. No había relación padre-hijo con los dioses paganos y sus adoradores. Isa 64:8, «Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos somos todos nosotros». Pero los dioses paganos, en lugar de haber formado a sus adoradores, fueron formados por ellos.
B. «que estás en los cielos». Esta expresión habla de la majestad y grandeza de Dios; sirve para exaltarle. El es el único Dios que está en los cielos. Decimos esto, pues, para expresar gran reverencia. Desde luego, su presencia llena el universo, como dijo Salomón, cuando dedicó el templo, «He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?» (1Re 8:27). Pero la palabra «cielos» es muy apropiada para expresar la exaltación de Dios.
D. ¿Cómo es santificado su nombre? Es fácil decir esto sin pensar en lo que se dice. Al decir «Santificado sea tu nombre», pedimos que su nombre sea adorado, reverenciado, respetado y glorificado. (Recuérdese Mat 5:34-37, el nombre de Dios no es santificado si nuestra palabra no vale o si tomamos en vano su nombre). (1). Su gran nombre es glorificado por el culto que le ofrecemos: los cantos, las oraciones, la predicación y los demás actos de culto. (2). Pero también es glorificado por nuestras vidas. «Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros» (1Pe 3:15). (3). Glorificamos a Dios cuando predicamos y practicamos la enseñanza del Sermón del Monte (por ejemplo, las bienaventuranzas, 5:1-12; buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, 6:33, etc.), y toda la enseñanza del Nuevo Testamento.
II. «Venga tu reino».
A 1Cr 29:11, dice David, «Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos».
B. Mat 3:2; Mat 4:17, «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado». Así predicaron Juan y Jesús. (1). Mar 9:1 «hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder». El reino iba a venir con poder. (2). Luc 23:51, José de Arimatea, «esperaba el reino de Dios». (3). Luc 24:49, los apóstoles recibirían poder. Hch 1:5; Hch 1:8, el poder del Espíritu Santo. Ese poder vino el día de Pentecostés. (4). Por lo tanto, el reino vino el día de Pentecostés.
C. ¿ Qué es el reino? ¿Qué vino el día de Pentecostés? ¿Qué sucedió ese día? (1). Jesús ya había ofrecido su vida en la cruz por los pecados del mundo. De esa manera El compró su iglesia (Hch 20:28); es decir, El pagó el precio de nuestra redención (1Pe 1:18) e hizo posible la salvación, el perdón de pecados. Pedro y los apóstoles explicaron este plan de salvación el día de Pentecostés, y tres mil almas obedecieron al evangelio (Hch 2:37-41). (2). Estas personas fueron trasladadas al reino de Cristo (Col 1:12-13). (3). Fueron bautizados en un cuerpo, 1Co 12:13. (4). Jesús había dicho, «Edificaré mi iglesia» (Mat 16:18). ¿Qué es su iglesia? ¿Cuándo la edificó? La palabra «iglesia» significa los «llamados», los que son llamados por el evangelio (2Ts 2:14). Son simplemente los salvos. Los primeros que fueron salvos por el evangelio predicado por los apóstoles fueron los tres mil en el día de Pentecostés. (5). Los términos «reino», «iglesia», «cuerpo», «rebaño», etc. todos se refieren a la misma cosa. La palabra «reino» significa «poder, autoridad», y también el «imperio» de Dios, o sea, los súbditos o ciudadanos del reino. Col 1:13 lo indica claramente. (6). Si la iglesia no es el reino, entonces los milenarios (premilenialistas) tienen razón al decir que el reino todavía no se ha establecido. Pero recuérdese: (a) el reino y la iglesia se establecieron el mismo día; (b) tienen la misma cabeza; (c) tienen las mismas condiciones de entrada; (d) la cena del Señor está en la iglesia y está en el reino; y (e) todas las enseñanzas del Nuevo Testamento son para la iglesia y también son para los ciudadanos del reino. (7). Si los miembros de la iglesia no son los ciudadanos del reino, ¿quiénes son los ciudadanos del reino? Si los miembros de la iglesia no están en el reino, ¿quiénes están en el reino? (8). Hay un solo cuerpo (Efe 4:4), pero si la iglesia no es el reino, y el reino no es la iglesia, y si el reino ya se ha establecido, entonces hay dos cuerpos. Esta conclusión es ineludible. La implicación y consecuencia de la enseñanza de los que dicen que la iglesia no es el reino es que en realidad hay dos cuerpos. (9). 2Sa 7:12-13, el «linaje» de David (Cristo) «edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su REINO». La casa de Dios es la iglesia (1Ti 3:15), pero el profeta habló con David de su trono en su casa o reino. Además el ángel dijo a María, «Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre». Hch 2:29-30, David sabía que Dios levantaría al Cristo para que se sentase en su trono. Así dijo Pedro en su sermón el día de Pentecostés. En ese mismo día Jesús estaba sobre el trono de David y en ese mismo día edificó su casa, su iglesia según la profecía de 2Sa 7:13 y Mat 16:18. (10). Los que dicen que la iglesia no es el reino de Mat 3:2; Mar 9:1; Col 1:13 son compañeros de doctrina de los milenarios. Los dos minimizan la bendita iglesia del Señor Jesús, diciendo que no es el reino de Cristo.
III. «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra».
A. Primero, es necesario aprender la voluntad de Dios por el estudio y por la experiencia. Rom 12:2 «para que comprobéis (por la experiencia) cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta». Mat 7:21; Mat 12:50. Los salvos son los que hacen la voluntad de Dios. Jua 6:44-45, Todos serán enseñados de Dios. Mat 28:19, el evangelio (la voluntad de Dios) fue predicado a todas las naciones. Hechos de los Apóstoles nos dice que los apóstoles llevaron a cabo esa comisión. Efe 5:17 dice, «no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor». La persona que dice, «Hágase tu voluntad» cuando no le gusta estudiar la Biblia, ni la lee, ni asiste a las clases bíblicas hace burla de esta oración.
B. ¿Cuál es la voluntad de Dios para nosotros? 1Ts 4:3 «pues la voluntad de Dios es vuestra santificación». Debemos apartarnos de todo mal. Debemos limpiar el corazón (la mente, voluntad, emociones) y presentar el cuerpo como sacrificio vivo al Señor (Rom 12:1), para ser transformados a la imagen de Cristo (Rom 8:29; 2Co 3:18; Gál 4:19).
C. Los que hacen esta oración deben obedecer al evangelio y cumplir la voluntad de Dios. ¿Qué nos aprovecha orar, «hágase tu voluntad» si no la queremos hacer nosotros? Esta oración significa que estamos sumisos a Dios.
D. Entonces, si estamos haciendo la voluntad, debemos enseñar, amonestar y exhortar a otros para que hagan lo mismo. Debemos «cooperar» con la oración.
E. «como en el cielo». Véase Apo 4:1-11.

Fuente: Notas Reeves-Partain

EL PADRE EN EL CIELO

Mateo 6:9a

Padre nuestro del Cielo.

Bien se podría decir que la palabra Padre aplicada a Dios es un resumen breve de la fe cristiana. El gran valor de esta palabra Padre está en que establece todas las relaciones de esta vida.

(i) Establece nuestra relación con el mundo invisible. Los misioneros nos dicen que uno de los más grandes desahogos que el Cristianismo trae a la mente y al corazón paganos es la certeza de que hay un solo Dios. Los paganos creen que hay innumerables dioses, que cada corriente o río, árbol o valle, colina o bosque, y todas las fuerzas de la naturaleza tienen su propio dios. El pagano vive en un mundo infestado de dioses. Todavía más: Todos estos dioses son celosos y tacaños y hostiles. Hay que aplacarlos, y uno no puede nunca estar seguro de no haber omitido nada del honor debido a alguno de ellos. La consecuencia es que el pagano vive en terror de los dioses; está «asediado y no ayudado por su religión.»

La leyenda griega más significativa sobre los dioses es la de Prometeo. Prometeo era un dios. Corrían los días antes de que la humanidad poseyera el fuego; y la vida sin fuego era fría, triste e incómoda. Por piedad, Prometeo tomó el fuego del cielo y se lo dio como un regalo a la humanidad. Zeus, el rey de los dioses, se airó extraordinariamente de que la humanidad recibiera este regalo; así que se apoderó de Prometeo y le encadenó a una roca en medio del mar Adriático, donde era atormentado con el calor y la sed del día, y el frío de la noche. Y todavía más: Zeus preparó un buitre que le rasgara el hígado a Prometeo, que volvía a crecer, solamente para ser destrozado otra vez.
Eso fue lo que le sucedió a un dios que trató de ayudar a la humanidad. Toda esta concepción se basa en la convicción de que los dioses son celosos, vengativos, y tacaños; y lo que menos- les interesa hacer es ayudar a los humanos. Esa es la idea pagana de la actitud del mundo invisible hacia la humanidad. Los paganos se sienten asediados por el miedo a una horda de dioses celosos, crueles y tacaños. Así pues, cuando descubren que el Dios al Que Jesucristo nos ha venido a revelar tiene el nombre y el corazón de Padre, eso trasforma completamente todas las cosas del mundo. Ya no tenemos por qué temblar de miedo ante una horda de dioses celosos; podemos descansar en el amor de un Padre.

(ii) Establece nuestra relación con el mundo visible, este mundo del espacio y el tiempo en el que vivimos. Es fácil pensar que este mundo es hostil. Hay circunstancias y eventualidades en la vida; hay leyes férreas del universo que quebrantamos a nuestro riesgo; hay sufrimiento y muerte; pero, si podemos estar seguros de que detrás de este mundo hay, no un dios caprichoso, celoso, y burlón, sino un Dios cuyo nombre es Padre, entonces, aunque todavía haya muchas cosas que nos parezcan oscuras, todo es ahora soportable porque detrás de todo está el amor. Siempre nos ayudará creer que este mundo está organizado, no para nuestra comodidad, sino para nuestro entrenamiento.

Tomemos, por ejemplo, el dolor. Puede parecer algo malo; pero el dolor tiene su lugar en el orden de Dios. Algunas veces sucede que una persona está constituida tan anormalmente que es incapaz de sentir el dolor. Una persona así es un peligro para sí misma, y un problema para todos los demás. Si no hubiera tal cosa como el dolor, nunca sabríamos si estamos enfermos, y a menudo nos moriríamos antes de que se pudieran dar pasos para tratar la enfermedad. Esto no es decir que el mal no puede convertirse en una cosa mala; pero es decir que innumerables veces el dolor es la lucecita roja de Dios que nos avisa de un peligro en el camino.

Lessing solía decir que, si se le permitiera hacerle una pregunta a la Esfinge, sería: «¿Es éste un universo amigable?» Si podemos estar seguros de que el Dios que creó este mundo es Padre, entonces podremos también estarlo de que éste es fundamentalmente un universo amigable. Llamar a Dios Padre es establecer una nueva relación con el mundo en que vivimos.

EL PADRE EN EL CIELO

Mateo 6:9a (continuación)

(iii) Si creemos que Dios es Padre, esto establece nuestra relación con nuestros semejantes. Si Dios es Padre, es el Padre de todos los seres humanos. La Oración Dominical no nos enseña a decir Mi Padre; nos enseña a decir Padre nuestro. Es muy significativo el hecho de que en la Oración Dominical no aparecen las palabras yo, mi, y mío; es verdad decir que Jesús vino para quitar esas palabras de nuestra vida y poner en su lugar nosotros, y nuestro. Dios no es la posesión exclusiva de ninguna persona. La misma frase Padre nuestro implica la eliminación del yo. La paternidad de Dios es la única base para la fraternidad humana.

(iv) Si creemos que Dios es Padre, esto establece nuestra relación con nosotros mismos. Hay veces que uno se desprecia y se odia a sí mismo, se reconoce como la criatura más miserable que se arrastra por la tierra. El corazón conoce su propia, amargura, y nadie conoce la indignidad de una persona mejor que ella misma.

Mark Rutherford proponía añadir otra bienaventuranza: «Bienaventurados los que nos sanan de despreciarnos a nosotros mismos.» Benditos sean los que nos devuelven nuestro propio respeto. Eso es precisamente lo que hace Dios. En esos momentos terribles, tenebrosos y crudos, todavía nos podemos recordar a nosotros mismos que, aunque no le importemos a ninguna otra persona, Le importamos a Dios; que, en la infinita misericordia de Dios somos linaje regio, hijos del Rey de reyes.
(v) Si creemos que Dios es Padre, eso establece nuestra relación con Dios. No es que eso excluya Su santidad, majestad y poder. Eso no hace a Dios menos Dios; pero nos hace asequibles esa santidad, y . majestad, y poder.

Hay una antigua historia romana que nos habla de un emperador que estaba entrando en Roma en triunfo. Tenía el privilegio, que Roma concedía a sus grandes héroes, de hacer marchar sus tropas por las calles de Roma, con todos los trofeos y prisioneros que había capturado. El emperador iba desfilando con sus tropas. Las multitudes, alineadas en todas las calles, le vitoreaban. Los corpulentos legionarios alineaban los bordes de las calles para mantener en su sitio a la gente. En cierto punto de la ruta triunfal había una plataforma en la que estaban sentadas la emperatriz y su familia, para ver al emperador pasar en toda la gloria de su triunfo. En la plataforma, con su madre estaba el hijo menor del emperador, un chiquillo. Cuando se acercaba el emperador, el chico saltó de la plataforma, se abrió paso entre la multitud, regateó su paso entre las piernas de los legionarios y salió al centro de la carretera al encuentro de la carroza de su padre. Un legionario se inclinó y le detuvo, tomándole en sus brazos: «No puedes hacer eso, chico -le dijo-. ¿Es que no sabes quién va en esa carroza? ¡ES el emperador! No puedes dirigirte a ella.» El chiquillo le contestó riendo: «Puede que sea tu emperador -le dijo-, pero es mi padre.» Ese es exactamente el sentir del cristiano para con Dios. La santidad, la majestad y el poder son los de Aquel a Quien Jesús nos ha enseñado a llamar Padre nuestro.

EL PADRE EN EL CIELO

Mateo 6:9a (conclusión)

Hasta ahora hemos estado pensando en las dos primeras palabras que dirigimos a Dios Padre nuestro; pero Dios no es solamente nuestro Padre: Es nuestro Padre Que está en el Cielo. Estas palabras tienen una importancia capital. Nos conservan dos grandes verdades.

(i) Nos recuerdan la santidad de Dios. Es fácil convertir en sensiblería toda la idea de la paternidad de Dios, haciéndola una excusa para una religiosidad cómoda y permisiva. «Es un buen tipo, y le da todo igual.» Como dijo Heine de Dios: «Dios me perdonará. Para eso está.» Si dijéramos sólo Padre nuestro y nos paráramos ahí, podríamos tener alguna disculpa; pero es a nuestro Padre del Cielo a Quien nos dirigimos. El amor está presente, pero la santidad también.

Es extraordinario lo rara vez que Jesús usa la palabra Padre refiriéndose a Dios. El evangelio de Marcos es el más antiguo, y por tanto el más próximo a un reportaje de lo que Jesús dijo e hizo; y en el evangelio de Marcos Jesús llama a Dios Padre sólo seis veces, y nunca fuera del círculo de los discípulos. Para Jesús, la palabra Padre era tan sagrada que casi no podía soportar el usarla; y no la podía usar a menos que fuera entre los que ya habían captado algo de lo que quería decir.

No debemos usar nunca la palabra Padre refiriéndonos a Dios con ligereza, superficialidad y sentimentalismo. Dios no es un padre de manga ancha que cierra los ojos tolerantemente a todos los pecados y faltas y errores. Este Dios a Quien llamamos Padre, es el Dios al Que debemos acercarnos con reverencia y adoración, y temor y admiración. Dios es nuestro Padre del Cielo, y en Dios se dan en perfecta armonía el amor y la santidad.

(ii) Nos recuerdan el poder de Dios. En el amor humano se da muy a menudo la tragedia de la frustración. Puede que amemos a una persona, y sin embargo seamos incapaces de ayudarla a conseguir algo o a dejar algo. El amor humano puede ser intenso -y sin embargo impotente. Cualquier padre con un hijo extraviado, o cualquier enamorado con una amada errática lo sabe muy bien. Pero cuando decimos Padre nuestro -del Cielo, ponemos juntas dos cosas. Colocamos el amor de Dios al lado del poder de Dios. Nos decimos que el poder de Dios siempre está motivado por el amor de Dios, y nunca se ejerce sino para nuestro bien; nos decimos que el amor de Dios está respaldado por el poder de Dios, y que, por tanto, su propósito no puede ser nunca frustrado ni derrotado. Pensamos en términos de amor, pero es el amor de Dios. Cuando oramos Padre nuestro del Cielo debemos recordar siempre la santidad de Dios y el amor de Dios que se mueven en amor, y el amor que está detrás del poder invencible de Dios.

LA SANTIFICACIÓN DEL NOMBRE

Mateo 6:9a

Que Tu nombre sea tenido por santo.

«Santificado sea Tu nombre» -probablemente es cierto que, de todas las peticiones de la Oración Dominical, ésta es la nos sería más difícil explicar. Así que, en primer lugar, concentrémonos en el sentido determinado de las palabras.
La palabra que traducimos por santificar es el verbo griego haguiázesthai, relacionado con el adjetivo haguios, que quiere decir tratar a una persona o cosa como haguios. Haguios es la palabra que traducimos corrientemente por santo; pero el sentido básico de haguios es diferente o separado. Algo que es haguios es diferente de otras cosas: Una persona que es haguios es separada de las otras personas. Así, un templo es haguios porque es diferente de los otros edificios. Un altar es haguios porque existe para un propósito diferente del de las cosas ordinarias. El día del Señor es haguios porque es diferente de otros días. Un sacerdote es haguios porque está separado para un ministerio especial. Así que, esta petición quiere decir: » Que el nombre de Dios se trate de una manera diferente de los otros nombres; que se dé al nombre de Dios una posición que sea absolutamente única.»

Pero hay algo que añadir a esto. En hebreo, el nombre no quiere decir simplemente el nombre propio por el que se conoce a una persona -Juan o SantiagoJas., o el nombre que sea. En hebreo, el nombre quiere decir la naturaleza, el carácter, la personalidad de la persona en tanto en cuanto nos es conocida o revelada. Esto resulta claro cuando vemos cómo usan la expresión los autores bíblicos.

El salmista dice: «En Ti confiarán los que conocen Tu nombre» (Sal 9:10 ). Está claro que esto no quiere decir que los que saben que Dios se llama Jehová pondrán en Él su confianza. Quiere decir los que saben cómo es Dios, los que conocen la naturaleza y el carácter de Dios. El salmista dice: «Unos presumen de carros de combate y otros de caballería; pero nuestro orgullo es el nombre del Señor nuestro Dios» (Sal 20:7 ). Está claro que esto no quiere decir que en tiempos difíciles el salmista se acordará de que Dios se llama Jehová. Quiere decir que, en tales momentos, algunos confían en las ayudas y defensas humanas y materiales; pero el salmista se acordará de la naturaleza y el carácter de Dios; se acordará de cómo es Dios, y ese recuerdo le dará confianza.

Así que, tomemos estas dos cosas y pongámoslas juntas. Haguiázesthai, que se traduce por santificar, quiere decir considerar como diferente, dar un lugar único y especial. El nombre’ es la naturaleza, el carácter, la personalidad de la persona en tanto en cuanto nos es conocida y revelada. Por tanto, cuando oramos: «Santificado sea Tu nombre,» queremos decir: «Capacítanos para darte el lugar único y soberano que merecen Tu naturaleza y carácter.»

LA ORACIÓN POR LA REVERENCIA

Mateo 6:9 (conclusión)

¿Hay alguna palabra en español que quiera decir darle a Dios el lugar único y soberano que requieren Su naturaleza y carácter? La hay, y es reverencia. Pedimos ser capacitados para reverenciar a Dios como Dios merece ser reverenciado. En toda auténtica reverencia de Dios hay cuatro elementos esenciales.

(i) A fin de reverenciar a Dios, debemos creer que Dios existe. No podemos reverenciar a alguien que no exista; debemos empezar por estar seguros de la existencia de Dios. Para la Biblia, Dios es un axioma. Un axioma es un hecho autoevidente que no necesita demostración, sino que es la base de todas las otras pruebas. Por ejemplo: «La línea recta es la distancia más corta entre dos puntos;» o: «las líneas paralelas son las que, hallándose en un mismo plano, no se encuentran nunca.» Estos son axiomas.
Los autores bíblicos habrían dicho que era superfluo intentar demostrar la existencia de Dios, porque ellos experimentaban la presencia de Dios en todos los momentos de su vida. Habrían dicho que un hombre no necesita demostrar que Dios existe más de lo que necesita demostrar que existe su mujer. Se encuentra con ella y convive con ella todos los días, y así con Dios.

Pero supongamos que necesitáramos demostrar que Dios existe usando nuestras propias mentes para hacerlo; ¿por dónde empezaríamos? Podríamos empezar por el mundo en que vivimos. El antiguo argumento de Paley no está todavía totalmente desfasado. Supongamos que una persona va andando por un camino. Tropieza con el pie con un reloj que está en el suelo. Supongamos que esa persona no había visto un reloj en la vida; no sabía lo que era eso. Lo recoge; ve cómo está hecho y la colocación en su interior de ruedecillas y muelles. Ve que está andando y funcionando de una manera deliciosamente ordenada, y que las manillas se mueven alrededor de la esfera con una regularidad obviamente predeterminada. ¿Qué es lo que se dice? No se dice: «Todos estos metales y piezas diversas han llegado aquí del fin del mundo por casualidad, y se han hecho ruedas y muelles por casualidad, y se han reunido en este mecanismo por casualidad, y se dan cuerda y se ponen en marcha a sí mimos por casualidad, llegando a este funcionamiento obviamente ordenado por casualidad.» No; sino dice: «Me he encontrado un reloj; de modo que tiene que existir un relojero.»

Un orden presupone una mente. Cuando miramos al mundo vemos una máquina inmensa que funciona con orden. El Sol sale y se pone en sucesión invariable. Las mareas tienen su flujo y reflujo cronométricamente. Las estaciones se suceden en orden. Cuando miramos al mundo no tenemos más remedio que decir: «Tiene que existir el Relojero.» La existencia del mundo nos empuja a reconocer la de Dios. Como decía sir James Jeans: «Un astrónomo no puede ser ateo.» El orden del universo revela la mente de Dios que está detrás.
Podríamos empezar por nosotros mismos. Lo único que el ser humano no ha llegado a crear es la vida. Puede alterar y cambiar y reorganizar las cosas; pero no puede crear un ser viviente. ¿De dónde, entonces, nos hemos sacado la vida? De nuestros padres. ¿Y ellos, de dónde se sacaron la suya? De los suyos. ¿Y ellos? La vida tiene que haber empezado alguna vez en el mundo; tiene que venir de fuera del mundo, porque nosotros no podemos crearla. Y, de nuevo, el misterio de la vida nos empuja a Dios.

Cuando miramos a nuestro interior, y al mundo exterior, nos sentimos empujados hacia Dios. Como decía Kant hace mucho: «Dos cosas nos sobrecogen de admiración: la ley moral dentro de nosotros mismos, y los cielos estrellados por encima de nosotros.» Y nos empujan hacia Dios.
(ii) Antes de reverenciar a Dios tenemos que creer, no solamente que Dios existe, sino también tenemos que saber cómo es Dios. No se podía sentir reverencia por los dioses griegos, con sus amoríos, y celos, y rivalidades, y odios, y adulterios, y trampas y villanías. No se pueden reverenciar dioses caprichosos, inmorales, impuros. Pero en el Dios que Jesucristo nos ha venido a revelar hay tres grandes cualidades. Hay santidad; hay justicia, y hay amor. Debemos reverenciar a Dios, no sólo porque existe, sino por ser el Dios Que sabemos que es.

(iii) Pero puede que una persona crea que hay Dios; puede que esté intelectualmente convencida de que Dios es santo, justo y amoroso; y puede que todavía no Le reverencie. Porque para tenerle reverencia es menEster ser conscientes permanentemente de Dios. Reverenciar a Dios es vivir en un mundo que está lleno de Dios, una vida que sucede en Su presencia. Esta consciencia no se limita a la iglesia, ni a los llamados lugares santos; tiene que ser una consciencia que nos acompaña siempre y en todas partes. El salmista lo expresa bellamente:

Señor: Tú me has escudriñado, y me conoces. Sabes cuándo estoy en reposo, y cuándo en acción. Comprendes mis pensamientos antes de que los tenGálatasGa. Has escudriñado mi conducta y mi carácter, y tienes a la vista los planos de mis planes. Aun antes de que profiera una palabra, Tú, Señor, ya sabes lo que iba a decir. Estás presente en mi pasado y en mi futuro, y mantienes Tu mano sobre mí en cada momento. El saber esto es demasiado maravilloso para mí; es algo sublime, y más allá de lo que puedo comprender. ¿Adónde me podría ir para desligarme de Tu Espíritu? ¿Adónde podría huir que no estuviera en Tu presencia? Si subiera al Cielo, es allí donde Tú estás; y si me ocultara en el seol, allí me encontrarías. Si tomara las alas del alba, e hiciera mi morada al otro lado del mar, aun allí sería Tu mano la que me guiara, y Tu diestra la que me cobijara. Si dijera: «¡Seguro que la oscuridad me esconderá!,» hasta en la noche Te sería tan visible como al mediodía; porque las tinieblas tampoco encubren de Tu vista: y la noche Te es tan clara como el día. ¡Lo mismo Te dan las tinieblas que la luz!

(Sal 139:1-12 ).

Dios en la iglesia, y en el campo, y en el hogar; Dios en el taller, y en la tienda, y en la mina; Dios entre los pucheros y en medio del tráfico… Lo malo es que, para la mayoría, la consciencia de Dios es algo espasmódico, con altibajos, presencias y ausencias. Reverencia quiere decir la consciencia constante de Dios.
(iv) Todavía nos falta otro ingrediente de la reverencia. Tenemos que creer que Dios existe; tenemos que saber qué clase de Dios es; debemos ser siempre conscientes de Dios. Pero puede que una persona tenga todo esto, y no tenga todavía reverencia. A todo esto hay que añadir la obediencia y la sumisión a Dios. Reverencia es conocimiento más sumisión. Lutero preguntaba en su catecismo: » ¿Cómo es santificado el nombre de Dios entre nosotros?» Y su respuesta era: «Cuando tanto nuestra vida como nuestra doctrina son verdaderamente cristianas.» Es decir: cuando nuestro convencimiento intelectual y todas nuestras acciones están perfectamente sometidas a la voluntad de Dios.
El saber que Dios existe, el saber la clase de Dios que es, el ser siempre consciente de Dios y el serle siempre obediente -esa es la reverencia y lo que pedimos cuando oramos: » Santificado sea Tu nombre.» Que Dios reciba la reverencia que merece por Su carácter y Su naturaleza.

EL REINO DE DIOS

Y LA VOLUNTAD DE DIOS

Mateo 6:10

Venga Tu Reino; que Tu voluntad se haga, como en el Cielo, así en la Tierra.

La frase El Reino de Dios es característica de todo el Nuevo Testamento. Es una de las frases que más se usan en la oración, y en la predicación, y en la literatura cristiana. Por tanto, es de importancia capital que sepamos lo que quiere decir.

Es evidente que el Reino de Dios era central en el mensaje de Jesús. La primera vez que apareció Jesús en el escenario de la Historia fue cuando llegó a Galilea predicando la Buena Noticia del Reino de Dios (Mr 1:14 ). Jesús mismo describía la predicación del Reino como la obligación que se Le había impuesto: «Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido» (Mr 1:38 ; Lc 4:43 ). La descripción que nos hace Lucas de la actividad de Jesús es que Él iba por todas las aldeas y pueblos predicando y mostrando la Buena Noticia del Reino de Dios (Lc 8:1 ). Está claro que tenemos que tratar de entender el significado del Reino de Dios.

Cuando así lo hacemos nos encontramos con algunos Hechos paradójicos. Encontramos que Jesús hablaba del Reino de tres maneras diferentes. Hablaba del Reino como ya existente en el pasado. Decía que Abraham, Isaac y Jacob, y todos los profetas estaban en el Reino (Lc 13:28 ; Mateo 8: I1). Por tanto está claro que el Reino se remonta largo tiempo en la Historia. Jesús hablaba del Reino como presente: «El Reino de Dios -decía- está en medio de vosotros» (Lc 17:21 ). Así que el Reino de Dios es una realidad presente aquí y ahora. Y hablaba del Reino de Dios como futuro, porque Él enseñó a orar por la venida del Reino en esta Su propia oración. ¿Cómo puede ser el Reino pasado, presente y futuro a la vez? ¿Cómo puede ser el Reino al mismo tiempo algo que existió, que existe y cuya venida estamos obligados a pedir?

Encontramos la clave en esta doble petición de la Oración Dominical. Una de las características más corrientes del estilo literario hebreo es la que se conoce técnicamente como el paralelismo. En hebreo se tendía a decir la misma cosa dos veces. Se decía de una manera, y luego de otra que repetía o ampliaba o explicaba la primera. Casi en cada versículo de los Salmos encontramos este paralelismo en acción. Los versículos se dividen en dos partes por el centro; y la segunda parte repite o amplía o explica la primera parte.

Vamos a tomar algunos ejemplos, y la cosa nos resultará clara:

Dios es nuestro amparo y fortaleza

-nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Sal 46:1 ). ¡El Señor de los ejércitos está con nosotros!

– ¡Nuestro refugio es el Dios de Jacob! (Sal 46:7 ). Del Señor es la Tierra y su plenitud,

– el mundo y los que en él habitan (Sal 24:1 ).

Ahora apliquemos este principio a las dos peticiones de la Oración Dominical. Pongámoslas en paralelo:

Venga Tu Reino, hágase Tu voluntad en la Tierra como en el Cielo.

Supongamos que la segunda petición explica, y amplía y define la primera. Entonces tenemos la perfecta definición del Reino de Dios: El Reino de Dios es una sociedad en la Tierra en la que la voluntad de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo. Aquí tenemos la explicación de cómo el Reino de Dios puede ser pasado, presente y futuro, todo al mismo tiempo. Cualquier persona que en cualquier momento de la Historia hizo perfectamente la voluntad de Dios, estaba en el Reino; cualquier persona que hace perfectamente la voluntad de Dios, está en el Reino; pero, como el mundo está muy lejos de ser un lugar en el que voluntad de Dios se haga perfecta y universalmente, la consumación del Reino está todavía en el futuro, y es todavía algo por lo que debemos orar.

El estar en el Reino es obedecer la voluntad de Dios. Inmediatamente vemos que el Reino no es una cosa que tiene que ver primariamente con las naciones y los pueblos y los países, sino con cada uno de nosotros. El Reino es, de hecho, la cosa más personal del mundo. El Reino demanda la sumisión de mi voluntad, mi corazón, mi vida. El Reino viene sólo cuando cada uno de nosotros hace su propia y personal decisión y sumisión.

Un chino cristiano hacía la conocida oración: » Señor, aviva a Tu Iglesia, empezando por mí.» Y nosotros podríamos parafrasearla y decir: «Señor, trae Tu reino, empezando por mí.» Orar por el Reino del Cielo es pedir que nosotros sometamos totalmente nuestras voluntades a la voluntad de Dios.

EL REINO DE DIOS
Y LA VOLUNTAD DE DIOS

Mateo 6:10 (conclusión)

Por lo que acabamos de ver resulta claro que la cosa más importante del mundo es obedecer la voluntad de Dios; y la petición más importante del mundo es: «Hágase Tu voluntad.» Pero queda igualmente claro que la actitud mental y el tono de voz con que se haga esta petición supone toda la diferencia del mundo.
(i) Se puede decir «hágase Tu voluntad» con un tono de resignación derrotada, no porque se quiere decir, sino porque se ha aceptado el hecho de que no se puede decir otra cosa; se puede decir porque se ha aceptado el hecho de que Dios es demasiado poderoso; y es inútil darnos de cabezazos contra las murallas del universo. Se puede decir pensando solamente en el poder ineludible de Dios, Que nos tiene en un puño. Como decía `Umar Jayyám:

Como con piezas de ajedrez Él juega en tablero de días y de noches moviéndolas, les da jaque y las mata y las mete en la caja sin reproches. No admite noes, ni ayes, ni preguntas; de un lado a otro mueve el Jugador, y cuando te derriba en el tablero, del resultado Él solo es sabedor.

Una persona puede que acepte la voluntad de Dios por la sola razón de que se ha dado cuenta de que no puede hacer otra cosa.
(ii) Se puede decir «hágase Tu voluntad» con un tono de amargo resentimiento. Swinbume hablaba de sentir el pisotón de los férreos pies de Dios, y del mal supremo: Dios. Beethoven estaba solo cuando murió; y se dice que cuando encontraron su cuerpo tenía los labios echados hacia atrás con una mueca de rabia y los puños cerrados como amenazando a Dios y al Cielo. Puede que uno considere a Dios su enemigo, pero un enemigo tan fuerte que es imposible resistirle. Por tanto, puede que se acepte la voluntad de Dios, pero con un resentimiento amargo y una rabia difícilmente contenida.
(iii) Se puede decir «hágase Tu voluntad» con perfecto amor y confianza. Se puede decir gozosa y voluntariamente, sea cual sea esa voluntad. Debería ser fácil para un cristiano decir así «hágase Tu voluntad;» porque el cristiano puede estar absolutamente seguro de dos cosas acerca de Dios.

(a) Puede estar seguro de la sabiduría de Dios. Algunas veces, cuando queremos edificar o alterar o reparar algo, se lo consultamos al técnico. Puede que haga algunas sugerencias, y muchas veces acabamos diciendo: «Bueno, pues hágalo como le parezca. Usted es el experto.» Dios es el experto en la vida, y Su dirección no nos descarriará nunca.

Cuando mataron al reformista escocés Richard Cameron, le cortó la cabeza y las manos un cierto Murray y las llevó a Edimburgo. «Su padre estaba en la cárcel por la misma causa. El enemigo se las llevó para añadirle más dolor en su dura situación, y le preguntó si las conocía. Tomando la cabeza y las manos de su hijo que eran muy hermosas (de una complexión como la suya) las besó y dijo: «Las conozco, las conozco. Son las de mi hijo, mi querido hijo. Es el Señor. Buena es la voluntad del Señor, Que no puede hacernos daño ni a mí ni a los míos, sino que ha hecho que el bien y la misericordia nos sigan todos los días de nuestra vida.»» Cuando uno puede hablar así, cuando está totalmente seguro de que sus tiempos están en las manos de la infinita sabiduría de Dios es fácil decir: «Hágase Tu voluntad.»

(b) Puede estar seguro del amor de Dios. Los cristianos no creemos en un dios caprichoso y burlón, ni en un fatalismo ciego y cruel. Thomas Hardy acaba su novela Tess con las sombrías palabras: «El Presidente de los Inmortales había terminado su juego divertido con Tess.» Pero nosotros creemos en un Dios Cuyo nombre es amor. Como dice el himno de Juan Bautista Cabrera:

Cual bálsamo que mitiga – tenaz y acerbo dolor es para el alma angustiada – saber que Dios es amor. Venero que proporciona – riquezas de gran valor es para el alma salvada – sentir que Dios es amor.

Y como decía Pablo: «El Que no nos escatimó ni aun a Su propio Hijo, sino que Le entregó por todos nosotros, ¿no nos dará también con El todas las cosas?» (Rm 8:32 ). No se puede mirar a la Cruz y seguir dudando del amor de Dios; y cuando se está seguro del amor de Dios, es fácil decir: «Hágase Tu voluntad.»

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

LA ORACIÓN DEL DISCÍPULO

Mateo 6:9-15

Así que orad de esta manera: Padre nuestro del Cielo, que Tu nombre sea tenido por santo; venga Tu Reino; que Tu voluntad se haga, como en el Cielo, así en la Tierra; danos hoy el pan para este día; perdónanos nuestras deudas como nosotros se las perdonamos a nuestros deudores; y no nos metas en tentación, sino líbranos del maligno. Porque, si les perdonáis a vuestros semejantes sus ofensas, también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros las vuestras; pero si no les perdonáis a vuestros semejantes sus ofensas, tampoco os perdonará las vuestras vuestro Padre.

Antes de empezar a pensar en la Oración Dominical en detalle, hay algunos Hechos generales que nos vendrá bien recordar.
Debemos advertir, antes de nada, que esta es una oración que Jesús les enseñó a Sus discípulos. Tanto Mateo como Lucas lo dejan bien claro. Mateo pone todo el Sermón del Monte en el contexto de la enseñanza de Jesús a Sus discípulos (Mt 5:1 ); y Lucas nos dice que Jesús les enseñó esta oración a Sus discípulos a petición de uno de ellos (Lc 11:1 ). Hacemos bien en llamarla La Oración Dominical, porque fue el Señor Dominus- Quien nos la enseñó y legó como algo Suyo; pero es una oración que no puede hacer suya más que un discípulo de Jesús; que sólo uno que ha reconocido a Jesucristo como su Salvador y Señor puede tomar en sus labios con sentido.

La Oración Dominical no es la oración de un niño, como se la suele considerar; de hecho, no tiene sentido para un niño. Tampoco es la Oración Familiar, como se la llama a veces, a menos que por familia entendamos la familia de la Iglesia.

La Oración Dominical se nos presenta específica y definidamente como la oración del discípulo, y solo en los labios de un discípulo adquiere su pleno significado. Para decirlo de otra manera: sólo la puede hacer suya la persona que sabe lo que está diciendo en ella, y no lo puede saber a menos que haya entrado en el discipulado.

Debemos advertir el orden de las peticiones de la Oración Dominical. Las primeras tres tienen que ver con Dios y con Su gloria; las tres siguientes se refieren a nuestras necesidades. Es decir, que se empieza por darle a Dios el lugar supremo que Le corresponde, y después, y sólo después, nos volvemos hacia nosotros y nuestras necesidades. Sólo cuando se Le da a Dios el lugar que Le corresponde, todo lo demás pasa a ocupar el lugar que le corresponde. La oración no debe ser nunca un intento de forzar la voluntad de Dios a nuestros deseos, sino siempre un intento de someter nuestra voluntad a la de Dios.

La segunda parte de la oración, la que trata de nuestras necesidades, tiene una unidad preciosamente ensamblada. Trata de las tres necesidades esenciales de la persona humana, y las tres esferas del tiempo en que se mueve. Primero, pide pan, lo que necesita para mantener la vida, y de esta manera presenta las necesidades del presente ante el trono de Dios. Segundo, pide perdón, y así trae el pasado a la presencia de Dios. Y tercero, pide ayuda en la tentación, y deja así el futuro en las manos de Dios. En estas tres breves peticiones se nos enseña a depositar el pasado, el presente y el futuro en el estrado de la gracia de Dios.

Pero esta oración no se limita a presentarle a Dios la totalidad de la vida; también es una oración que trae la totalidad de Dios a nuestras vidas. Cuando pedimos pan para sostener nuestra vida terrenal, esa petición dirige nuestro pensamiento inmediatamente a Dios el Padre, Creador y Sustentador de toda la vida. Cuando pedimos perdón, esa petición nos dirige el pensamiento inmediatamente a Dios el Hijo, Jesucristo nuestro Salvador y Redentor. Y cuando pedimos ayuda en las tentaciones futuras, esa petición dirige inmediatamente nuestro pensamiento a Dios el Espíritu Santo, el Confortador, iluminador, Guía y Guardián de nuestras almas.

De la manera más maravillosa, esta breve segunda parte de la Oración Dominical toma el presente, el pasado y el futuro, y los presenta a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; es decir, a Dios, en toda Su plenitud. Jesús nos enseña en la Oración Dominical a presentar la totalidad de la vida a la totalidad de Dios, y a traer la totalidad de Dios a la totalidad de la vida.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

Lev 22:32; Deu 32:51; Eze 28:22; Eze 28:25; Eze 36:23.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

NOTAS

(1) O: “sea tenido por sagrado; sea tratado como santo”. Gr.: ha·gui·a·sthé·to; lat.: sanc·ti·fi·cé·tur; J17,18(heb.): yith·qad·dásch, “que sea santificado”. Véase Éxo 29:43, n: “Santificado”.

REFERENCIAS CRUZADAS

k 248 Luc 11:2

l 249 Eze 36:23; Eze 38:23

m 250 Éxo 6:3; Sal 83:18; Isa 42:8; Isa 54:5

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

Padre nuestro. Los judíos preferían dirigirse a Dios en términos que enfatizaban la trascendencia y majestad de El (Omnipotente, Todopoderoso, etc.). En toda oración, excepto una (27:46; Mr 15:34), Jesús siempre se dirige a Dios como Padre.

santificado. La palabra santificado significa « apartado para uso sagrado o santo,» es decir, no para uso común ni profano.

tu nombre. Se refiere al nombre propio de Dios en el A.T. El mandamiento de guardar santo el nombre de Dios (cp. Ex 20:7) se aplica a otros nombres y títulos de su divinidad.

Fuente: La Biblia de las Américas

9 (1) La palabra así no quiere decir que debemos recitar esta oración. Ni en Hechos ni en las epístolas vemos ningún caso en el que se recite una oración.

9 (2) En la oración que el Señor puso como ejemplo, las tres primeras peticiones implican la Trinidad de la Deidad: «Santificado sea Tu nombre» está relacionado principalmente con el Padre; «Venga Tu reino», con el Hijo; y «Hágase Tu voluntad», con el Espíritu. Esto se cumple en esta era y se cumplirá completamente en la era del reino venidero, cuando el nombre de Dios será admirable en toda la tierra ( Sal_8:1), cuando el reinado sobre el mundo pasará a Cristo ( Rev_11:15), y cuando la voluntad de Dios será realizada.

9 (a) vs.9-13: Luc_11:2-4

9 (b) Mat_6:32

9 (c) Isa_29:23 Eze_36:23 1Pe_3:15

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

así. El Padre Nuestro es un modelo para nuestras oraciones. Empieza con adoración a Dios (v. Mat 6:9), reconoce sujeción a Su voluntad (v. Mat 6:10), le dirige peticiones (vv. Mat 6:11-13 a), y termina con una atribución de alabanza (v. Mat 6:13, aunque es posible que ésta se haya agregado más tarde).

Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie

En cuanto á su número estos versículos son pocos, y pronto se pueden leer; mas en cuanto á su importancia son de un valor inapreciable, por cuanto contiene esa oración el modelo que Jesús legó á su pueblo, y que comúnmente se conoce bajo el nombre de «la Oración del Señor..
Quizá no hay otra parte de la Escritura que sea mejor conocida. Donde quiera que reina el Cristianismo sus palabras se han vulgarizado en medio de todas las capas sociales. Millares y millares de hombres que jamás han visto una Biblia ú oído el Evangelio en su pureza, saben bien la Oración Dominical. ¡Dichoso seria el mundo si se supiera esta oración en el espíritu tan perfecta y extensamente como se sabe en la letra! Quizá no hay un pasaje de la palabra divina que sea tan sencillo y al mismo tiempo tan fecundo como este. Es la primera oración que podemos aprender en la infancia: esto prueba su sencillez. Contiene el germen de todo lo que el cristiano más avanzado puede desear: en esto consiste su fecundidad. Cuanto más meditemos sobre cada una de sus palabras, tanto más nos convenceremos de que esta oración ha dimanado de Dios.
Se compone de diez partes o sentencias. La primera contiene la designación del Ser á quien va dirigida; luego siguen tres que se refieren al nombre, reino y voluntad de ese Ser; luego cuatro que versan sobre nuestras necesidades diarias, nuestros pecados, nuestra flaqueza y nuestros peligros; después una expresión de los sentimientos que nos animan respecto de los demás; y por último, un tributo de alabanza. En toda ella se nos enseña á decir » nosotros» y «nuestros,» con lo cual se significa que al orar debemos acordarnos de los demás así como de nosotros mismos. Sobre cada una de esas partes se podría escribir un volumen entero: por ahora tenemos que contentarnos con unas breves observaciones.
En la primera se expresa á quién es que debemos orar. He aquí los términos en que está concebida: » Padre nuestro, que estás en los cielos. «No es á los santos ó á los ángeles que hemos de dirigir nuestra voz, sino al Dios eterno, al Padre de los espíritus, al Señor de cielos y tierra. Lo llamamos Padre primeramente en el sentido de Creador, como cuando Pablo dijo á los atenienses: «En él vivimos, y nos movemos, y tenemos nuestro ser…. porque somos también su linaje.» Act 17:28. Mas también lo llamamos Padre en un sentido más elevado, como al Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de la muerte de su Hijo. Col 1:20-22. Profesamos ser lo que los justos del Antiguo Testamento no percibieron, ó solo percibieron confusamente –profesamos ser hijos suyos mediante la fe en Jesucristo, y poseer «el Espíritu de adopción por el cual clamamos: ‘ Abba, Padre.'» Y menester es tener presente que en este sentido es que debemos ser hijos si queremos obtener la salvación.
La segunda parte es una petición respecto del nombre de Dios: «Sea santificado tu nombre.» Por el «nombre de Dios» se entiende todos los atributos por medio de los cuales se manifiesta á sus criaturas, tales como su poder, su sabiduría, su santidad, su justicia, su misericordia, y su verdad. Al pedir que sean santificados se expresa el deseo de que sean revelados y glorificados. La gloria de Dios es lo primero que los hombres deben anhelar. Ese fue el tema de una de las plegarias que nuestro Señor mismo hizo: «Padre, glorifica tu nombre.» Joh 12:28. Con ese fin fue que se creó el mundo: con ese fin es que se convierte á los hombres.
La tercera es una petición respecto del reino de Dios: «Venga tu reino.» Por su reino se entiende el reino de gracia que Dios establece y preserva en los corazones de todos los verdaderos discípulos de Jesucristo, por medio de su Espíritu y de su palabra; mas también se refiere al reino de gloria que se elevará el día que Jesús venga por segunda vez y todos los hombres, desde el más grande hasta el más pequeño, le conozcan.
La cuarta es una petición respecto de la voluntad de Dios: «Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. «Así rogamos que las leyes de Dios sean obedecidas por los hombres con tanta perfección, prontitud y constancia, como lo son por los ángeles en el cielo; que los que no las obedecen ahora, sean de tal manera instruidos que aprendan á cumplirlas ; y que los que las cumplan, aprendan á cumplirlas mejor. La verdadera felicidad consiste en la sujeción á la voluntad de Dios, y es un acto de la más acendrada caridad el orar que toda la humanidad conozca esa voluntad á fin de que la obedezca y se someta á ella.
La quinta es una petición respecto de nuestras necesidades diarias: «Danos hoy nuestro pan cotidiano. «De este modo se nos enseña que nosotros dependemos enteramente de Dios para la satisfacción de las necesidades de cada día. Así como Israel había menester maná cotidiano, nosotros habernos menester pan cotidiano. Confesamos que somos criaturas pobres, débiles y menesterosas, y suplicamos al supremo Hacedor qué nos socorre. Pedimos «pan,» porque esa sustancia suple la más sencilla de nuestras necesidades, mas con dicha palabra denotamos todo lo que el cuerpo necesita.
La sexta es una petición relativamente á nuestros pecados: » Perdónanos nuestras deudas.» De ese modo reconocemos que somos pecadores y que necesitamos de que diariamente se nos perdonen nuestros pecados. Esta parte de la oración dominical merece especial atención por cuanto condena la alabanza propia y la propia justificación. Con ella se nos enseña á confesar habitualmente nuestras culpas ante el trono de la gracia y á implorar la misericordia y el perdón. Necesitamos lavar nuestros pies diariamente. Joh 13:10.
La sétima es la expresión de los sentimientos que nos animan ó deben animarnos respecto de los demos: le pedimos al Padre que nos perdone nuestras deudas como nosotros perdonamos á nuestros deudores. Esta es la única aseveración que respecto de nosotros hacemos en toda la oración, y la única parte que nuestro Señor explicó y reiteró al fin. Con ella se nos recuerda que no podemos esperar que nuestros ruegos por el perdón sean atendidos, si en tanto que los enunciamos se anida en nuestro pecho la malicia y el rencor para con los demás. Orar en tales circunstancias es una mera fórmula y un acto de horrible hipocresía. Es peor que hipocresía. Escomo si dijésemos: «No me perdones.» Sin caridad nuestras oraciones son nulas.
La octava es una petición acerca de nuestra flaqueza: «No nos metas en tentación.» Esta expresión implica que estamos expuestos á extraviarnos y á delinquir, y nos enseña que debemos confesar nuestra debilidad suplicando á Dios que nos sostenga y no nos deje vagar por las sendas del mal. Para emplear el lenguaje bí-blico, suplicamos Aquel que ordena todas las cosas en el cielo y en la tierra, que no nos deje ser tentados más de lo que podemos resistir. 1 Cor.
Joh 10:13.
La nona es una petición con referencia á los peligros que nos ro-dean: «Líbranos de mal.» Esto significa que debemos pedir á Dios que nos libre del mal que existe en el mundo, el que existe en nuestros corazones, y sobre todo, el que se encarna, por decirlo así, en el maligno; confesando así que mientras estemos revesti-dos de la carne estaremos constantemente viendo, oyendo y sintiendo lo que es malo.
La última sentencia es un tributo de alabanza: «Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria.» Con estas palabras expresamos nuestra convicción de que los reinos de este mundo pertenecen á nuestro Padre celestial; de que suyo es todo el «poder» y suya debe ser toda la «gloria.» Y terminamos con la cordial manifestación de que es á El á quien tributamos toda la honra y el loor como «Rey de reyes y Señor de señores.» Ahora bien, examinémonos y preguntémonos si realmente deseamos obtener lo que se nos enseña á pedir en la Oración del Señor. Es de temerse que muchos la repiten maquinalmente todos los días sin pensar en lo que dicen: no se cuidan de la gloria, el reino, ó la voluntad de Dios ; no reconocen que dependen de Dios, ni se aperciben de su culpabilidad, su flaqueza y su peligro; no abrigan amor o sentimientos de caridad hacia sus enemigos. Esto no debiera suceder. Hagamos la resolución de que, mediante la ayuda de Dios, nuestros corazones darán asentimiento á lo que nuestros labios prenuncien.

Fuente: Los Evangelios Explicados

R459 Note que el nominativo está aquí en aposición con el vocativo (comp. T35): Nuestro Padre, el que está en el cielo.

BD277(1) Ὑμεῖς aparece aquí con el imperativo para dar algún grado de hincapié (en contraste con los gentiles).

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego