Comentario de Mateo 7:12 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
“Así que, todo lo que queráis que los hombres hagan por vosotros, así también haced por ellos, porque esto es la Ley y los Profetas.
Mat 7:12, LA REGLA DE ORO I. «Así que».Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
todas las cosas. Luc 6:31.
porque esto es la ley y los profetas. Mat 22:39, Mat 22:40; Lev 19:18; Isa 1:17, Isa 1:18; Jer 7:5, Jer 7:6; Eze 18:7, Eze 18:8, Eze 18:21; Amó 5:14, Amó 5:15; Miq 6:8; Zac 7:7-10; Zac 8:16, Zac 8:17; Mal 3:5; Mar 12:29-34; Rom 13:8-10; Gál 5:13, Gál 5:14; 1Ti 1:5; Stg 2:10-13.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
La frase la ley y los profetas hace eco a Mat 5:17. La así llamada «regla de oro» corresponde a la aplicación práctica de Lev 19:18 : «amarás a tu prójimo como a ti mismo».
PARA VIVIRLO
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¡No juzguéis!
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¿Qué estaba pidiendo Jesús cuando le ordenó a sus seguidores «no juzgar» (Mat 7:1)? ¿Quería que cerraran sus ojos al mal y al error? ¿Pretendía que los supervisores se abstuvieran de hacer evaluaciones críticas del desempeño de sus empleados, o que los editores de noticias y los críticos de arte colgaran sus guantes? ¿Y qué con los jurados? ¿Tendrían que dejar de juzgar? ¿Tendría la gente que ir más allá y rechazar cualquier evaluación de otra persona, puesto que ninguno de nosotros es perfecto?
No, todo esto sería aplicar mal las enseñanzas de Jesús. Él no estaba ordenando una aceptación a ciegas, sino que ofreciéramos gracia al prójimo. Puesto que todos somos pecadores, necesitamos dejar de preocuparnos por las faltas de los demás y comenzar a atender nuestras faltas graves (Mat 7:3-5). Sus palabras aquí amplían su anterior exposición sobre la hipocresía (Mat 6:1-18). Jesús estaba diciendo: no acusen ni humillen a otros para excusarse o sobresalir ustedes mismos.
¿Hay, entonces, lugar para valorar a los demás? Sí, pero sólo en la forma que lo hace Jesús. Con empatía y justicia (Mat 7:12), y con una disposición a perdonar libre y completamente (Mat 6:12, Mat 6:14). Cuando una persona tiene que corregir a otra, debe actuar como un buen doctor cuyo propósito es traer sanidad; no como un enemigo que ataca.
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Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
haced vosotros con ellos. Diversas versiones de la «la regla de oro» existían antes de Cristo, en los escritos rabínicos e incluso en el hinduismo y el budismo. En todos los casos se menciona la regla como orden negativa, como en la versión del rabí Hillel, «Lo que sea odioso para ti mismo, no lo hagas a los demás». Jesús aplicó la regla de oro como orden positiva, enriqueciendo su significado y subrayando que este mandamiento resume apropiadamente la esencia entera de los principios éticos contenidos en la ley y los profetas.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Mat 7:12, LA REGLA DE ORO
I. «Así que».
A. «Por eso» (LBLA). «Por tanto» (VM). Son palabras que indican una conclusión de lo antes dicho, pero ¿conclusión de qué? De toda la enseñanza del Sermón del Monte que tiene que ver con relaciones correctas entre los hombres (y mayormente entre hermanos). En este texto (como también en Mat 5:7-9; Mat 5:13-16; Mat 5:28; Mat 5:32; Mat 5:33-37) Jesús habla de nuestra relación con todos los hombres; en 5:38-48 se refiere a nuestra relación con los enemigos; en 5:22, 23, 24 como también en 7:3, 4 se refiere a nuestra relación con los hermanos. En 7:9-11 se refiere a la relación entre padres e hijos.
B. Mat 7:12, «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos». «Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos» (LBLA). Dice Luc 6:31, «Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos». En Luc 6:31 esta enseñanza aparece dentro de la enseñanza sobre el amor hacia los enemigos. El ver 30 dice, «A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva», y el ver 32 dice, «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?» Esto indica, pues, que la enseñanza de Mat 7:12 es la conclusión de la enseñanza de Mat 5:38-48, y, lógicamente, de toda la enseñanza del sermón sobre relaciones humanas.
II. La importancia de la «regla de oro».
A. Esta «Regla de Oro» expresa un principio fundamental del reino de los cielos. Los ciudadanos del reino de los cielos la practican. Es la base fundamental de nuestra relación con otros.
B. Es una expresión de la voluntad de Dios. Con esta regla Dios nos gobierna. Si no aceptamos esta regla rechazamos la voluntad de Dios. La mayoría de los problemas entre los hermanos son causados por desobedecerla. No debemos ser guiados por los deseos e impulsos de la carne (Gál 5:19-21), sino por esta regla. Aceptaremos esta regla si somos guiados por el Espíritu.
III. ¿Cómo queremos que otros nos traten a nosotros?
A. Que esto sea la regla de nuestra vida, es decir, tratemos a otros como queremos ser tratados. Desde luego, esta regla implica conducta razonable y responsable; por ejemplo, el criminal diría al juez, «No me castigue, porque usted no quiere ser castigado», pero el cristiano acepta el castigo del crimen como justo aunque él mismo sea el culpable (Mat 5:26; Hch 25:11, «Si algún agravio, o cosa alguna digna de muerte he hecho, no rehuso morir»). Pero el punto es que el discípulo de Jesús debe ser guiado por un fuerte deseo de aprender y seguir la voluntad de Dios; sobre esta base debe hacer con otros como quiere que hagan con él. (El cristiano quiere que otros también hagan la voluntad de Dios).
B. Mat 22:39, «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Básicamente la enseñanza de este texto equivale a la enseñanza de Mat 7:12. Si tratamos a otros como queremos ser tratados, esto indica que amamos a otros como a nosotros mismos. Estos mandamientos (7:12; 22:39) son tanto positivos como negativos. No debemos hacer con otros lo que no queremos que hagan con nosotros pero debemos hacer con ellos lo que queremos que ellos hagan con nosotros. No se trata de filosofía humana, ni de buena psicología. No se refiere a lo que sea bueno para el negocio. Los hombres del mundo que no conocen a Cristo nunca pueden practicar la Regla de Oro (Jua 15:5), porque no son movidos por el amor divino.
1. Mat 25:35-36. ¿Cómo queremos ser tratados cuando estamos enfermos, necesitados, etc.? ¿Hacemos con otros como queremos que hagan con nosotros? Debemos aplicar esta regla y hacer toda clase de buenas obras (Luc 10:25-37; Gál 2:9; Gál 6:10; Efe 4:28; Tit 3:1; Tit 3:8; Stg 1:27; Stg 2:14-26, etc.).
2. Stg 5:19-20. Si estuviéramos todavía en los pecados, ¿nos gustaría que otros hicieran esfuerzos por rescatarnos? Entonces, debemos hacer todo lo posible por rescatar a los que están perdidos. Si nosotros nunca hubiéramos escuchado la predicación del evangelio puro, ¿cuál sería nuestra necesidad?
C. Rom 13:8-10, «El amor no hace mal al prójimo» (no adulterar, no matar, no hurtar, no mentir, no codiciar). No queremos que otros practiquen tales cosas contra nosotros; por lo tanto, no debemos practicarlas contra ellos. A esta lista podemos agregar muchas otras cosas (toda clase de conducta mala): no calumniar, no chismear, no envidiar, no juzgar (en el sentido prohibido por Mat 7:1-5), no burlarse, etc. Nos conviene meditar mucho sobre esto y eliminar tales cosas de nuestra conducta. El amor no hace mal al prójimo.
D. Stg 2:8-9, «Amarás a tu prójimo como a ti mismo… pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado».
E. Efe 5:28, «Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia». Col 3:19, «Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos (amargos, crueles) con ellas». Los maridos que abusan de sus esposas desobedecen Mat 7:12 y Mat 22:39. Muchos maridos se disgustan con otros (el patrón, los clientes, los vecinos, etc.) y quieren pelear pero, por temor de pelear con ellos, gritan y pegan a sus esposas. ¡Tales hombres son cobardes débiles, y tal conducta es carnalidad! Se puede agregar también que muchas mujeres abusan de sus esposos, gritándoles, regañándoles y queriendo mandar. Dice 1Pe 3:7, «Vosotros, maridos, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo».
IV. «Esto es la ley y los profetas».
A. Mat 7:12 es un resumen breve de la conducta humana requerida por Dios desde el principio del mundo. Compárese 1Ti 1:5, «Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida». Jesús habla del propósito de la ley y los profetas.
B. Este hermoso texto es una regla breve, un resumen compacto no solamente de las enseñanzas entregadas en este sermón, sino también del contenido de la ley y los profetas. Es como cápsula (condensación) de ellas, una expresión abreviada de todo lo que la ley y los profetas requieren con respecto a las relaciones humanas. Es la esencia destilada de su enseñanza. Es una regla bien práctica y fácil de recordar.
C. Es imperativo que este versículo se aprenda y que se aplique a las actividades diarias que afectan nuestra relación con otros. En cualquier momento de las actividades diarias nos conviene preguntarnos «¿Cómo quisiera yo mismo ser tratado en tal circunstancia?» Esta pregunta me ayuda a decidir correctamente cómo debo tratar a otros.
D. Si esta enseñanza se practicara, se resolvería toda clase de problema en el hogar, en la iglesia y en todas las relaciones humanas.
E. Esta frase comprueba que Mat 7:12 equivale a Mat 22:39, porque en cada texto Jesús termina diciendo así se cumplen la ley y los profetas; es decir, el propósito de la ley y los profetas es que los hombres practiquen esto.
IV. Nuestra relación con Dios depende de nuestra relación con los hombres.
A. Mat 6:12, «Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». Véanse los ver 14, 15; Mat 18:23-35.
B 1Jn 4:8, «El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor». El ver 20 dice, «Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?… El que ama a Dios ame también a su hermano».
C. Mat 5:23-24 nos enseña claramente que no podemos seguir ofreciendo servicio aceptable a Dios si estamos mal con el hermano.
D. Por lo tanto, nos urge recordar cada día esta hermosa enseñanza, esta regla de oro. No debemos volver mal por mal, sino que debemos ser pacientes, benignos, misericordiosos, y dispuestos a perdonar.
Fuente: Notas Reeves-Partain
EL EVEREST DE LA ÉTICA
Mateo 7:12
Por tanto, todo lo que queráis que los demás hagan por vosotros, hacedlo vosotros por ellos; porque esto es la Ley y los Profetas.
Esta es probablemente la cosa más universalmente famosa que dijo Jesús. Con este mandamiento el Sermón del Monte alcanza su cima. Este dicho de Jesús se ha llamado » la piedra clave de todo el discurso.» Es la cima más alta de la ética social, y el Everest de toda la enseñanza ética.
Se pueden citar paralelos rabínicos para casi todo lo que dijo Jesús en el Sermón del Monte; pero este dicho de Jesús no tiene paralelo. Es algo que no se había dicho nunca antes. Es nueva enseñanza, y una manera nueva de ver la vida, con sus obligaciones.
No es difícil encontrar muchos paralelos de este dicho en su forma negativa. Como ya hemos visto, hubo dos maestros judíos famosísimos. Uno era Sammay, famoso por su austeridad a ultranza; y el otro Hil.lel, famoso por su dulce comprensión. Los judíos contaban la siguiente anécdota: «Un pagano vino a Sammay y le dijo: «Estoy dispuesto a que me aceptéis como prosélito a condición de que me enseñes toda la Ley mientras yo me mantenga sobre una pierna.» Sammay se le quitó de encima con la regla que llevaba en la mano. Luego el pagano fue a Hil.lel, que le recibió como prosélito. Le dijo: «Lo que no te gustaría que te hicieran, no se lo hagas a nadie; eso es toda la Ley, y 1o, demás es comentario. Ve y aprende.»» Aquí tenemos la Regla de Oro en su forma negativa.
En el Libro de Tobías hay un pasaje en el que el anciano Tobías le enseña a su hijo todo lo que le hace falta para la vida. Una de sus máximas es: «Lo que no te gusta, no se lo hagas a nadie» (Tobías 4:16).
Hay una obra judía que se llama La Carta de Aristeas, que pretende ser el informe de los eruditos judíos que fueron a Alejandría para traducir las Escrituras hebreas al griego, y produjeron la Septuaginta. El rey de Egipto les hizo un banquete en el que les dirigió algunas preguntas difíciles. «¿Cuál es la enseñanza de la sabiduría?» -preguntó. Un erudito judío le contestó: «Como tú quieres que no te sobrevenga ningún mal, sino participar de todas las cosas buenas, así debes actuar sobre el mismo principio con tus súbditos y ofensores, y amonestar suavemente a los nobles y a los buenos. Porque Dios atrae a todos los seres humanos a Sí mismo con Su benignidad» (La Carta de Aristeas 207).
Rabí Eliezer se acercó más a la formulación de Jesús cuando dijo: «Que la honra de tu marido te sea tan querida como la tuya propia.» El salmista también lo presentó en una forma negativa cuando dijo que sólo el que no hace mal a su prójimo tiene acceso a Dios (Sal 15:3 ).
No es difícil encontrar esta regla en la enseñanza judía en su forma negativa; pero no tiene paralelo en la forma positiva que le dio Jesús. Lo mismo pasa en la enseñanza de otras religiones. La forma negativa es uno de los principios básicos de Confucio. Tsze-Kung le preguntó: «¿Hay alguna palabra que pueda servir de regla de conducta para toda la vida?» Confucio dijo: «¿No sería tal palabra reciprocidad? Lo que no quieres que te hagan, no se lo hagas a otros.»
Hay algunas líneas hermosas en los Himnos de la Fe budista que se acercan mucho a la enseñanza cristiana:
Todos tiemblan a la vara, pues todos temen la muerte; poniéndote en el lugar de otros, ni mates ni hagas matar.
Todos tiemblan a la vara, y todos aman la vida; haciendo como quieres que te hagan, ni mates ni hagas matar.
Lo mismo tenían los griegos y los Romanos. Y Sócrates nos relata que el rey Nicocles aconsejaba a sus oficiales: «No hagáis a otros lo que os irrita cuando lo experimentáis a manos de otras personas.» Epicteto condenaba la esclavitud sobre el principio siguiente: «Lo que vosotros evitáis padecer, no tratéis de infligírselo a otros.» Los estoicos tenían como una de sus máximas básicas: «Lo que no quieres que se te haga, no se lo hagas a otro.» Y se dice que el emperador Alejandro Severo tenía esa frase tallada en las paredes de su palacio para no olvidarla nunca como regla de vida.
En su forma negativa, ésta regla es de hecho la base de toda enseñanza ética, pero nadie más que Jesús la puso nunca en su forma positiva. Muchas voces habían dicho: «No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti.» Pero no se había oído decir nunca: «Todo lo que queráis que los demás hagan por vosotros, hacedlo vosotros por ellos.»
LA REGLA DE ORO DE JESÚS
Mateo 7:12 (conclusión)
Veamos hasta qué punto la forma positiva de la regla de oro difiere de la forma negativa; y veamos cuánto más demanda Jesús que ningún otro maestro.
Cuando esta regla se pone en su forma negativa, cuando se nos dice que debemos resistirnos a hacer a los demás lo que no querríamos que nos hicieran a nosotros, ésta no es una regla esencialmente religiosa. Es sencillamente una formulación de sentido común sin la cual no sería posible ningún trato social en absoluto. Sir Thomas Browne dijo una vez: «Siempre que nos encontramos con una persona, esperamos que no nos mate.» En cierto sentido, eso es cierto; pero, si no pudiéramos dar por sentado que la conducta y el comportamiento de otras personas hacia nosotros se ajustaría a los baremos aceptados de la vida civilizada, entonces la vida resultaría insoportable. La forma negativa de la Regla de Oro no es ningún extra en ningún sentido; es algo sin lo cual la vida no podría continuar.
Además, la forma negativa de la Regla no implica nada más que no hacer ciertas cosas; quiere decir abstenerse de ciertas acciones. Nunca es demasiado difícil no hacer ciertas cosas. Que no debemos hacer daño a otras personas no es un principio especialmente religioso; es más bien un principio legal. Es la clase de principio que podría muy bien cumplir una persona que no tuviera ninguna fe ni ningún interés en la religión. Una persona podría abstenerse siempre de causar ningún daño a ninguna otra persona, y serles sin embargo totalmente inútil a sus semejantes. Una persona podría cumplir la forma negativa de la Regla mediante la simple inacción; no haciendo nada que la quebrantara. Una bondad así sería la contradicción de todo lo que quiere decir la bondad cristiana.
Cuando se formula esta Regla en sentido positivo, cuando se nos dice que debemos actuar activamente con los demás como querríamos que ellos actuaran con nosotros, entra un nuevo principio en la vida y una nueva actitud hacia nuestros semejantes. Una cosa es decir: «No debo hacer daño a nadie; no debo hacerles lo que no me gustaría que me hicieran.» Eso, la ley nos podría obligar a cumplirlo. Pero es totalmente otra cosa el decir: «Debo dejar lo que esté haciendo para ayudar a otras personas y ser amable con ellos, como me gustaría que ellos hicieran y fueran conmigo.» Eso, sólo el amor nos puede obligar a hacerlo. La actitud que dice: «No debo hacerle daño a nadie,» es algo totalmente distinto de la actitud que dice: «Debo procurar por todos los medios ayudar a la gente.»
Para poner un ejemplo muy sencillo: Si uno tiene un coche, la ley le obliga a conducirlo de tal manera que no sea un peligro para los demás; pero no le puede obligar a llevar a un peatón cansado. Es bien simple abstenerse de hacer daño a otros; no es tan difícil respetar sus principios y sus sentimientos, y es mucho más difícil tener por norma voluntaria y constante el dejar lo nuestro para ser tan amables con los demás como querríamos que ellos lo fueran con nosotros.
Y sin embargo es precisamente esa nueva actitud la que hace que la vida sea hermosa. Jane Stoddart cita un incidente de la vida de W. H. Smith: «Cuando Smith estaba en el Ministerio de la Guerra, su secretario particular Mr. Fleetwood Wilson se dio cuenta de que al final del trabajo de una semana, cuando su jefe estaba preparándose para ir a Groenlandia el sábado por la tarde, solía hacer un paquete de los papeles que tenía que llevarse, para llevárselos en su viaje. Mr Wilson comentó que el señor Smith se podría ahorrar mucho trabajo si hiciera lo que tenían costumbre de hacer los otros ministros: dejar los papeles para que se los enviaran por vía diplomática. Pero el señor Smith pareció avergonzado por un momento; y luego, levantando la vista hacia su secretario, le dijo: «Bien, mi querido Wilson, el hecho es que el cartero que nos trae las cartas desde Henley lleva mucho peso. Yo me le quedé mirando una mañana, que se acercaba con todo lo mío además de su cartera de costumbre, y decidí ahorrárselo siempre que pudiera.»» Un detalle así muestra bien a las claras una cierta actitud para con otras personas: la de creer que debemos tratarlas, no como la ley nos permite, sino como el amor nos demanda.
Es perfectamente posible para un hombre del mundo el observar la forma negativa de la Regla de Oro. Podría disciplinar su vida sin grandes dificultades para no hacer a los demás lo que no querría que le hicieran ellos; pero la única persona que puede tan siquiera empezar a observar la forma positiva de la Regla es la que tiene el amor de Cristo en su corazón. Tratará de perdonar, como quisiera que la perdonaran a ella; de ayudar, como querría que la ayudaran; de alabar, como querría que la alabaran; de comprender, como querría que la comprendieran. Nunca evitará el hacer lo que sea; estará siempre buscando cosas que hacer. Está claro que esto le complicará mucho la vida; que tendrá menos tiempo para hacer lo que le gusta y sus propias actividades, porque una y otra vez tendrá que dejar lo que esté haciendo para ayudar a otra persona. Este será el principio que domine su vida en casa, en el trabajo, en el autobús, en el mercado, en la calle, en el tren, en los juegos… en todas partes. No podrá hacerlo perfectamente hasta que se le seque y se le muera el yo dentro del corazón. Para obedecer este mandamiento uno tiene que llegar a ser una nueva criatura, con un nuevo centro en su vida; y si el mundo estuviera compuesto de personas que trataran de obedecer esta Regla, sería un mundo nuevo.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
— se porten con ustedes: Esta norma de comportamiento era conocida ya en el mundo antiguo. Se solía formular de modo negativo tal como nuestro: “no quieras para otro lo que no quieres para ti”. Jesús la hace suya proclamándola en forma positiva.
— la ley… los profetas: Ver nota a Mat 5:17.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
Mat 5:17; Mat 11:13; Mat 22:40; Luc 16:16 (ver Mat 24:44); Jua 1:45; Hch 13:15; Hch 24:14; Hch 28:23; Rom 3:21; Rom 13:8-10.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
La regla de oro (véase Luc. 6:31). Este versículo concluye y resume las instrucciones de Jesús para vivir como discípulo. La Ley y los Profetas continúa lo que iniciamos en 5:17. Véase 22:37-40 para otro re sumen de la Ley y los Profetas. Otros maestros habían dado instrucciones similares en formas negativas: no traten a otros como no quisieran ser tratados; la forma positiva de Jesús demanda más.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
REFERENCIAS CRUZADAS
n 299 Luc 6:31
ñ 300 Rom 13:10; Gál 5:14; 1Ti 1:5
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
la ley y los profetas. Véase coment. en 5:17.
Fuente: La Biblia de las Américas
12 (1) La nueva ley del reino no contradice la ley y los profetas; más bien, los cumple e incluso los complementa.
12 (a) Luc_6:31 ; Rom_13:8-10 ; Gál_5:14
12 (b) Mat_5:17 ; Mat_22:40 ; Gál_5:14
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
La conocida «Regla de Oro». También fue enseñada por los grandes rabinos judíos, tales como el rabino Hillel.
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
Examinemos uno por uno los preceptos que nuestro Señor inculca en esta parte de su sermón.
En primer lugar, sienta un principio general como norma de la conducta de los hombres entre sí. Debemos conducirnos con los demás de la manera que quisiéramos que ellos se condujesen con nosotros. No hemos de portarnos con ellos así como se portan con nosotros: tal proceder revelaría un egoísmo detestable. Hemos de portarnos como quisiéramos que ellos se portasen con nosotros: tal proceder armoniza con el espíritu del Cristianismo.
Con razón se ha llamado esta «la regla de oro.» No solo prohíbe pequeños actos de malevolencia, venganza y engaño: abarca en su aplicación muchas acciones: y arregla infinidad de disputas que se suscitan entre los hombres. Previene así la necesidad de prescribir un sin número de reglas para guía de nuestra conducta en casos especiales, pues lo incluye todo en un gran principio, y señala la pauta que todos deben seguir en el cumplimiento de su deber. ¿Hay algo que quisiéramos que nuestro prójimo no hiciera hacia nosotros? Pues, entonces recordemos que eso es precisamente lo que hemos de evitar hacer hacia él.
¿Hay algo que quisiéramos que él hiciera hacia nosotros? Pues, entonces eso es lo que debemos ejecutar para con él. Cuántas disputas no se decidirían prontamente de una manera satisfactoria si se observara escrupulosamente esta regla.
En segundo lugar, el Señor nos previene de una manera general acerca del camino que siguen los muchos en materias religiosas. No siempre es lo más recomendable pensar como otros piensan y obrar como otros obran; o adoptar las opiniones de moda y nadar con la corriente. Jesús nos dice que el camino que conduce á la vida perdurable es angosto y que pocos son los que lo siguen; en tanto que el camino que conduce á la perdición eterna es ancho, y los que lo transitan son muchos. Estas verdades son terribles, y debieran impulsar á todo el que las lee á hacer un detenido examen de conciencia, y á preguntarse á sí mismo: «¿Cuál de estas sendas es la que yo sigo?» Todos nos encontramos en una de las dos.
Razón tendremos para temblar y sobrecogernos de temor si nuestra religión sea la que profesa la muchedumbre. Si lo único que podemos alegar en nuestro favor es que vamos á donde los demás van, y rendimos culto donde los demás lo rinden, y que tenemos esperanza de que no nos quedaremos en zaga de los demás, pronunciamos así nuestra propia condenación. ¿Qué es esto sino seguir el «camino ancho»? ¿Qué es esto sino andar en la senda que conduce á la perdición? No tenemos razón para desalentarnos y abatirnos, si la religión que profesamos no es popular y si pocos son los que convienen con nosotros. El arrepentimiento, la fe en Jesucristo y la santidad de vida no han estado jamás de moda: el verdadero rebaño de Cristo ha sido siempre pequeño. Ni debemos sorprendernos si se nos considera singulares y excéntricos en cuanto á nuestra conducta, y fanáticos y mezquinos en cuanto á nuestras ideas. Es á la verdad mejor entrar á la vida eterna con unos pocos, que descender al infierno en medio de un numeroso concurso.
Finalmente, el Señor nos previene contra los falsos maestros que suelen aparecer en el seno mismo de la iglesia. «Guardaos,» dice, «de los falsos profetas.» El enlace que este pasaje tiene con el que le precede es bien notable. ¿Queremos mantenernos lejos del camino ancho? Entonces tenemos que guardarnos de los falsos profetas. En todos tiempos los habrá. Empezaron á aparecer en los días de los apóstoles: aun en aquel entonces se sembró la Semilla del error. Y desde esa época, no han dejado de presentarse aquí y allí. Estemos alerta.
Muy necesario es hacer esta advertencia. Millares de personas hay que están prontas á creer cualquier cosa que oigan, si emana de los labios de un ministro que haya recibido las órdenes sagradas. Se olvidan que los clérigos están tan sujetos á error como los legos, pues no son infalibles y sus enseñanzas deben ser pesadas en la balanza de la Escritura. Debe creérseles y seguir sus consejos hasta el punto en que sus doctrinas se ajusten á los preceptos de la Biblia: pero no un ápice más allá. Y debemos conocerlos por sus frutos. La profesión de sanas doctrinas y la vida piadosa son los distintivos de los verdaderos ministros del Evangelio. Recordemos esto, y convenzámonos de que las equivocaciones de nuestro cura ó pastor no pueden servirnos para excusar las nuestras. Si un ciego guía á otro ciego ambos caerán en el hoyo.
¿Y cuál es el mejor preservativo contra las falsas enseñanzas? Sin duda que el estudio constante de la palabra de Dios, precedido de una plegaria por el auxilio del Espíritu Santo. Nos fue dada la Biblia para que nos sirviera de «lámpara á nuestros pies y de lumbre á nuestro camino.» Psa 119:105. Es casi imposible que se extravíe el que la lea de la manera debida. Es el descuido en leer la Biblia lo que expone á tantos á ser víctimas del primer maestro falso que oigan.
Tengamos, pues, presente la admonición de nuestro Señor. El mundo, el demonio y la carne no son los únicos enemigos que amenazan al cristiano: hay otro más y es el falso profeta, el lobo con piel de oveja. Feliz el que, después de implorar la ayuda divina, examina con cuidado la Biblia, y aprende á distinguir la verdad del error.
Fuente: Los Evangelios Explicados
R427 En este versículo, ὅσα ἐὰν θέλητε es una oración adjetival que describe a πάντα, lo cual da como significado: todas las cosas, las que ustedes deseen.
T107 El tiempo presente es interesante en este versículo. El verbo principal significa: hagan así con ellos; y la cláusula relativa significa: lo que ustedes deseen que ellos les hagan (es decir, en el momento cuando ustedes estén haciéndoles esto a ellos).