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Comentario de Romanos 10:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Romanos 10:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Hermanos, el deseo de mi corazón y mi oración a Dios por Israel es para salvación.

RESUMEN: Este capítulo y el próximo describen la condición de Israel desde el punto de vista del evangelio. Israel no halló la justicia de Dios (9:31,32) porque no obedecieron al evangelio (10:16). La justicia de Dios por el evangelio es cosa “de cerca” (fácil y accesible, 10:6-8). Es igualmente para judíos como para gentiles (10: 11-15. Sin embargo, los judíos, que tenían toda oportunidad de ser salvos, estaban perdidos a causa de su rebeldía (10:16-21).

10:1 — Véase 9:1-3. Israel estaba perdido, a pesar de su “celo de Dios” (versículo 2); esto lo sabemos porque Pablo deseaba su salvación. El que necesita de salvación está perdido. Aquí tenemos prueba de que el celo religioso solo no salva.

Aunque rechazados como nación, los judíos todavía podían (y pueden) ser salvos como individuos. Oraba Pablo por su salvación. (Según el calvinismo, el “reprobado” no puede ser salvo, habiendo sido predestinado irremediablemente a la perdición).

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

el anhelo, el deseo de mi corazón. Rom 9:1-3; Éxo 32:10, Éxo 32:13; 1Sa 12:23; 1Sa 15:11, 1Sa 15:35; 1Sa 16:1; Jer 17:16; Jer 18:20; Luc 13:34; Jua 5:34; 1Co 9:20-22.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

La Escritura muestra la diferencia entre la justicia de la ley y la de la fe, Rom 10:1-10;

que todos los que creen, sean judíos o gentiles, no serán defraudados, Rom 10:11-17;

y que los gentiles recibirán la Palabra y creerán, Rom 10:18.

Israel no ignoraba estas cosas, Rom 10:19-21.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

El cimiento del capítulo Rom 10:1-21 se provee anteriormente en (Rom 9:30-33). El énfasis aquí está en la justicia y en por qué Israel carece de ella. Pablo deja la responsabilidad de la escasez de justicia firmemente sobre los hombros de los individuos. Él sabe que al llevar a los pecadores ante la presencia de la soberanía divina, la respuesta frecuente para justificarse ellos mismos es poner la responsabilidad de sus pecados en Dios. Pablo no se disculpa de ninguna manera por lo que dijo acerca de la soberanía de Dios en el capítulo Rom 9:1-33. No cambia su sólida creencia de que Dios siempre obra por el principio de la elección. Sin embargo, demuestra que Dios no es responsable de la condición perdida de los no creyentes. Sólo el hombre es el responsable y es inútil que trate de esconderse detrás de la soberanía divina y de la doctrina de la elección como una excusa para el pecado personal.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

salvación: Esta palabra se usa en el NT. de diferentes maneras (Rom 1:16). En Romanos, Pablo parece hacer una distinción entre la justificación y la salvación (Rom 5:9, Rom 5:10); el lector debe poner atención en el contexto. La justificación es lo que ocurre en el momento de fe en Cristo. La salvación, por lo menos en Romanos, se refiere a la obra de Dios en el creyente que continúa después de la justificación. Es la liberación de la ira de Dios (Rom 1:18; Rom 5:9, Rom 5:10). La conclusión lógica a partir del capítulo Rom 9:1-33 es que Israel está bajo la ira divina (Rom 9:22). El profundo anhelo y oración de Pablo es que Israel pueda ser justificado y salvo de la ira de Dios.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

EL ANHELO DE MI CORAZON, Y MI ORACION A DIOS. Véase el ARTÍCULO ISRAEL EN EL PLAN DE SALVACION DE DIOS, P. 1592. [Rom 9:6], para comentarios que indican que el interés de Pablo por los israelitas demuestra que el no aprobaba la doctrina de la predestinación de las personas al cielo o al infierno.

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

Justicia por la Ley y justicia por la fe, 10:1-13.
1 Hermanos, a ellos va el afecto de mi corazón y por ellos se dirigen a Dios mis súplicas, para que sean salvos. 2 Yo declaro en favor suyo que tienen celo por Dios, pero no según la ciencia; 3 porque ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia, no se sometieron a la justicia de Dios; 4 porque el fin de la Ley es Cristo, para la justificación de todo el que cree. 5 Pues de la justicia proveniente de la Ley escribe Moisés que “el hombre que la cumpliere vivirá por ella.” 6 Pero la justicia que viene de la fe dice así: “No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?” Esto es, para bajar a Cristo; 7 o ¿quién bajará al abismo?” Esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. 8 Pero ¿qué dice? “Cerca de ti está la palabra, en tu boca, en tu corazón,” esto es, la palabra de la fe que predicamos. 9 Porque si confesares con tu boca a Jesús como Señor y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa para la salud. n Pues la Escritura dice: “Todo el que creyere en El no será confundido.” 12 No hay distinción entre judío y gentil. Uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan, 13 pues “todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.”

Sigue San Pablo con el mismo tema iniciado en los últimos versículos del capítulo anterior. Es, podríamos así denominarlo, el tema de las dos justicias, o mejor, el de los dos medios de aspirar a la consecución de la “justicia”: de una parte, la justicia por la fe, medio elegido por Dios y que siguen los cristianos; de otra parte, la justicia por la Ley, con cuyo exacto cumplimiento pretendían los judíos conseguir su propia justicia.
El Apóstol comienza por afirmar una vez más su amor hacia los judíos, sus compatriotas, por quienes dirige incesantes súplicas-a Dios, “para que sean salvos” (v.1; cf. 9:3). Notemos bien esto último, pues ello nos ayuda a precisar el sentido de la expresión “vasos de ira” del capítulo anterior, contra aquellos intérpretes que le dan un sentido predestinacionista de reprobación irrevocabLc. Dice el Apóstol que “tienen celo por Dios, pero no según la ciencia,” es decir, mal dirigido (v.2; cf. Hec 22:3; Gal 1:14; Flp 3:6). Y la razón es porque tratan de hacer triunfar su punto de vista, de una justicia por las obras de la Ley, en que los judíos conserven su puesto de privilegio sobre los otros pueblos, rehusando “someterse a la justicia de Dios,” es decir, al modo elegido por Dios para salvar al mundo conforme a sus promesas, juntando en un solo pueblo judíos y gentiles, y salvando a todos por la fe en Jesucristo (v.3). Ese es el sentido que damos a la expresión “justicia de Dios,” en conformidad con lo ya explicado en otra ocasión (cf. 1:16-17; 3” 21-26). Ni los judíos pueden buscar apoyo en la Ley para defender su punto de vista, pues la Ley, con sus instituciones y prescripciones, está ordenada hacia Jesucristo y debe conducir a creer en El, llegando entonces a su “fin” o plenitud (v.4; cf. 3:31; 8:4).
A continuación San Pablo pone frente a frente las dos justicias, la que proviene de la Ley (v.6) y la que proviene de la fe (v.6-10), concluyendo que es ésta la única aceptable lo mismo para judíos que para gentiles (v. 11-13). Para hablar de la primera, San Pablo se apoya en Lev 18:5 : “El que cumpliere mis mandamientos, dice Yahvé, vivirá por ellos,” texto que cita con bastante libertad (v.5). La misma cita, y en contexto muy parecido, hace también en Gal 3:12. Esa “vida” a que se refiere el texto del Levítico no es meramente la vida temporal, ni tampoco la vida futura, de que el Pentateuco no habla, sino la vida en amistad con Yahvé, prácticamente equivalente a la “justicia” de que se viene hablando. Lo que el Apóstol parece intentar con esa cita del Levítico es hacer ver que en la economía de la Ley cada uno había de labrarse su “justicia,” cumpliendo exactamente todos sus preceptos (cf. 2:13; Gal 3:10; Gal 5:3), cosa muy difícil de realizar (cf. Hec 15:10), y, desde luego, imposible sin el auxilio de la gracia interior, que no se daba en virtud de la Ley precisamente, sino en virtud de la fe (cf. 4:2-25). La Ley, en cuanto tal, es decir, como contrapuesta a la fe y, por tanto, aislada de la gracia, más bien era ocasión de pecados (cf. 3:20; 5:20; 7:7-24), ofreciendo una “justicia” a la que era imposible llegar.
Al contrario, la “justicia” proveniente de la fe es fácil de alcanzar. Es la idea que San Pablo trata de inculcar en los v.6-io, valiéndose de las mismas expresiones empleadas por Moisés con referencia a la Ley (cf. Deu 30:11-14), expresiones que, por una prosopopeya, pone en boca de la “justicia” proveniente de la fe, como si ésta fuera un personaje vivo. La aplicación de esas expresiones a la “justicia” por la fe no deja de causar extrañeza, pues originariamente están dichas con referencia a la Ley, y, por tanto, más bien esperaríamos verlas aducidas en favor de la precedente “justicia” por la Ley. Es posible que San Pablo, con esa cita, no trate de darnos una prueba escrituraria de su tesis, sino simplemente quiera vestir su pensamiento con lenguaje de la Escritura, que usaría en sentido “acomodaticio.” Su argumentación se reduciría a esto: Moisés ha dicho de la Ley que, para conocerla, no es necesario subir al cielo ni atravesar los mares..; con mayor razón debe decirse esto del Evangelio, pues no es necesario subir al cielo para hacer bajar a Cristo, puesto que ya bajó en la encarnación, ni descender a los abismos para hacerle subir, puesto que ya resucitó de entre los muertos, sino que basta con escuchar la doctrina predicada por los apóstoles, creyendo con el corazón y confesando con la boca que Jesús es el Señor y que ha resucitado. Precisamente porque se trataría simplemente de una “acomodación,” San Pablo no tendría inconveniente en modificar el texto mosaico (“atravesará los mares” = “bajará al abismo”) para que se acomodara más al misterio de la resurrección de Cristo. Sin embargo, otros autores, como Lagrange y Ricciotti, creen que no se trata de simple “acomodación,” sino que el Apóstol quiere darnos el sentido pleno o profundo del texto mosaico. Y, desde luego, la opinión no carece de fundamento, pues poco antes ha dicho que el “fin de la Ley es Cristo” (v.4); por tanto, nada tendría de extraño que en esos pasajes referentes a la Ley mosaica viera ya como presentida la ley evangélica, que era como su fin o plenitud.
Las expresiones “creer con el corazón” y “confesar con la boca” (v.9-10) señalan claramente el doble aspecto (interior y exterior) que ha de revestir la fe cristiana. El orden “boca-corazón” (v.9) no debe urgirse demasiado, pues en el proceso de justificación la fe es, lógicamente, anterior a la confesión externa, orden natural que tenemos en el v.10; si en el v.9 San Pablo invierte ese orden, parece que lo hace bajo el influjo de Deu 30:14, pasaje que está sirviendo de base a su exposición. Tampoco debe urgirse demasiado la diferencia entre “justicia” y “salud” (v.10), como si al acto interno de fe correspondiera la “justicia,” y a la profesión externa de esa fe, la “salud”; desde luego, esos términos de “justicia” y “salud” no siempre se equivalen (cf. 5:9-10; 8:24), pero en el pensamiento de San Pablo están íntimamente unidos, y a veces, como en este lugar, los toma más o menos indistintamente, sin parar mientes en el matiz que los distingue (cf. 1:16-17; 2Co 6:2; Efe 2:8).
Como objeto esencial de la confesión de fe cristiana señala San Pablo el “señorío” de Cristo (v.9). De este título de “Señor” dado a Cristo, símbolo y compendio de todas sus prerrogativas, ya hablamos al comentar Hec 2:21-36 y 11:20-24. En los v. 11-13, el Apóstol trata de confirmar con textos de la Escritura esta su afirmación de que basta la fe en Cristo-Señor para conseguir la salud, lo mismo tratándose de judíos que de gentiles. Los textos en que se apoya son uno de Isaías (Isa 29:16), citado ya anteriormente en 9:33, y otro de Joel (Joe 2:32), citado también por San Pedro en su discurso de Pentecostés (Hec 2:21). Aunque los textos se refieren directamente a Yahvé, los apóstoles no tienen inconveniente en aplicarlos a Jesucristo, a base de esa noción de sentido “pleno” que ya explicamos al comentar 9:33 y Hec 2:21.

Los judíos son inexcusables,Hec 10:14-21.
14 Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán sin haber oído? ¿Y cómo oirán si nadie les predica? 15 ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: “¡Cuan hermosos los pies de los que anuncian buenas nuevas!” 16 Pero no todos obedecen al Evangelio. Porque Isaías dice: “Señor, ¿quién creyó nuestra predicación?” 17 Por consiguiente, la fe es por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo. 18 Pero digo yo: ¿Es que no han oído? Cierto que sí. “Por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del orbe su pregón.” 19 ¿Pero acaso Israel no conoció? Es Moisés el primero que dice: “Yo os provocaré a celos de uno que no es pueblo, os provocaré a cólera por un pueblo insensato.” 20 E Isaías se atreve a decir: “Fui hallado de los que no me buscaban, me dejé ver de los que no preguntaban por mí.” 21 Pero a Israel le dice: “Todo el día extendí mis manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde.”

San Pablo llega al final del análisis que viene haciendo sobre la culpabilidad de Israel. Con una serie de interrogaciones debidamente enlazadas, y con abundantes citas de textos bíblicos, va señalando cómo Dios ha ofrecido a los judíos todo lo necesario para que pudiesen conocer el Evangelio, y cómo, si no han creído, la culpa está toda de su parte.
El punto de partida es la invocación a Cristo como Señor, de que se habló en v.13. Su argumentación es clara: para invocar a Cristo, es necesario creer en El; para creer en El, es necesario haber oído su predicación 116 o al menos la de sus mensajeros; para ser mensajero autorizado y no engañoso (cf. 2Co 11:13; Tit 1:11), es necesario haber recibido el legítimo mandato (v.14-15). Tales son las condiciones para, de vía ordinaria, llegar a la fe. Hasta aquí San Pablo se mantiene en el terreno de la teoría; luego, en los v. 18-21, hará la aplicación a Israel, mostrando haberse verificado en él esas condiciones.
Antes, sin embargo, aun a trueque de perder algo en claridad su argumentación, se detiene a considerar la hermosa obra de los mensajeros del Evangelio, que son los que hacen llegar hasta nosotros la palabra de Cristo y ponen la base a nuestra fe. A ellos aplica (v.15) el texto de Isa 52:7, palabras con que el profeta aludía a los encargados de anunciar el final del destierro babilónico, pero que, con toda razón, pueden aplicarse a los mensajeros o heraldos del Evangelio, pues, en la mente de los profetas, a la restauración temporal de Israel va siempre unida la restauración mesiánica (cf. Hec 15:16). Estos mensajeros del Evangelio han cumplido su oficio, pero desgraciadamente “no todos han aceptado su predicación” (v.16). San Pablo, aunque sigue hablando en general, está pensando evidentemente en los judíos, y a ellos aplica (v.16) el texto de Isa 53:1, texto que también les había aplicado San Juan en su Evangelio (Jua 12:38), y en el que el profeta predice la incredulidad judía hacia un Mesías paciente y humilde. El texto de Isaías da pie al Apóstol, como parece insinuar ese “por consiguiente” (αρά), para volver a insistir en la importancia de la predicación en orden a la fe, predicación que, en el caso presente, tiene su origen o punto de partida en la palabra misma o mensaje revelado por Cristo (v.17).
A continuación (v. 18-21), San Pablo desciende al campo histórico, con aplicación concreta a los judíos. Lo primero que pregunta es si también ellos han oído la predicación del Evangelio (v.18). La respuesta no puede ser sino afirmativa; y el Apóstol, para hacer resaltar más la universal resonancia de la predicación evangélica, imposible de ignorar por los judíos, cita una frase de Sal 19:5, en la que el salmista se refiere a los cielos y firmamento estelar pregonando la gloria de Yahvé a la tierra toda. Evidentemente en esta “acomodación” o adaptación del texto bíblico, aplicando a los apóstoles respecto de Cristo un papel análogo al de los cielos respecto de Dios, hay su parte de hipérbole, pues no es cierto que en aquellas fechas el Evangelio hubiera sido ya predicado “hasta los confines del mundo.” San Pablo lo sabe de sobra, pero era una frase ya hecha, y la predicación evangélica estaba lo suficientemente extendida para que no necesitase pensar en cambiarla.
Quedaba una segunda posible excusa que podría alegarse en favor de los judíos, y era la de que, aunque hubieran oído la predicación evangélica, no la hubiesen “conocido” (v.19), es decir, no la hubiesen entendido tal como era, medio único de salud. En ese caso habría error, pero no culpa. San Pablo trata de responder también a este punto (v.19-21). No lo hace de manera directa, sino basándose en citas de la Escritura, una de Moisés (Deu 32:21) y otra de Isaías (Isa 65:1-2). Aunque no es fácil de precisar la relación exacta entre estos textos citados y el punto discutido 117, la idea general que San Pablo pretende hacer resaltar es clara: Si un pueblo (los gentiles) mucho menos preparado religiosamente que el judío ha entendido la predicación evangélica y abrazado la fe, Israel ha debido entenderla también (v. 19-20), y si no ha sido así, ello debe atribuirse a su espíritu de incredulidad y rebeldía, no a que el mensaje evangélico fuese oscuro (v.21). La conclusión será, pues, que se trata de ignorancia (cf. v.2-3), pero ignorancia en que tiene gran parte la obstinación y mala voluntad y que no exime a los judíos de culpa (cf. Hec 3:17).

Fuente: Biblia Comentada

mi oración a Dios por Israel. El llamado de Pablo como apóstol a los gentiles (Rom 11:13; Hch 9:15) no disminuyó sus ruegos continuos a Dios (cp. 1Ti 2:1-3) para que Israel como nación fuera salva (cp. Rom 1:16; Jua 4:22; Hch 1:8), o sus propios esfuerzos evangelizadores en beneficio de los judíos.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

RESUMEN: Este capítulo y el próximo describen la condición de Israel desde el punto de vista del evangelio. Israel no halló la justicia de Dios (9:31,32) porque no obedecieron al evangelio (10:16). La justicia de Dios por el evangelio es cosa “de cerca” (fácil y accesible, 10:6-8). Es igualmente para judíos como para gentiles (10: 11-15. Sin embargo, los judíos, que tenían toda oportunidad de ser salvos, estaban perdidos a causa de su rebeldía (10:16-21).

10:1– Véase 9:1-3. Israel estaba perdido, a pesar de su “celo de Dios” (versículo 2); esto lo sabemos porque Pablo deseaba su salvación. El que necesita de salvación está perdido. Aquí tenemos prueba de que el celo religioso solo no salva.
Aunque rechazados como nación, los judíos todavía podían (y pueden) ser salvos como individuos. Oraba Pablo por su salvación. (Según el calvinismo, el “reprobado” no puede ser salvo, habiendo sido predestinado irremediablemente a la perdición).

Fuente: Notas Reeves-Partain

UN CELO MAL ORIENTADO

Romanos 10:1-13

Hermanos, lo que deseo cordialmente para los judíos y Le pido a Dios para ellos es que se salven. Porque hay que reconocerles que tienen celo por las cosas de Dios; pero no está basado en un conocimiento verdadero; porque no se dan cuenta de que el hombre no puede llegar a la condición de justicia para con Dios nada más que aceptándola como don de Dios, y ellos tratan de establecerla por sí mismos; así es que no se han sometido a ese poder de Dios que es el único que los puede hacer justos en relación con Él. Porque Cristo es el fin de todo el sistema de la ley, porque vino precisamente para poner en la debida relación con Dios a todos los que creen y confían. Moisés dice que el que actúa de una manera conforme con la justicia que exige la ley, vivirá por ella. Pero de la justicia que se deriva de la fe, la Escritura dice: «¿Quién subirá al Cielo?» -es decir, para hacer bajar a Cristo-; o «¿Quién podrá bajar a lo profundo del abismo?» -es decir, para sacar a Cristo de entre los muertos-. Pero, ¿qué es lo que dice? «La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.» La palabra de la que se habla aquí es el Mensaje de fe que proclamamos: Que, si confesáis con vuestra boca que Jesús es el Señor, y creéis con el corazón que Dios Le levantó de los muertos, seréis salvos. Porque al creer con el corazón llegáis a la perfecta relación con Dios, y al confesar con la boca estáis en el camino de la Salvación. Porque la Escritura dice: «Nadie que crea en Él será defraudado.» Así que no hay diferencia entre judíos y griegos; porque el mismo Señor es el Señor que está sobre todos, y es suficiente Salvador de todos los que Le invocan; porque dice la Escritura: «Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.»

Pablo ha estado diciendo algunas cosas muy duras de los judíos; cosas que a ellos les resultaría desagradable oír, y más aún reconocer. Todo el pasaje de Romanos 9 al 11 es una condenación de la actitud religiosa de los judíos. Sin embargo, desde el principio hasta el fin no hay ira, sino anhelo y ansiedad cordiales. Lo que Pablo desea por encima de todo es que los judíos se salven.

Si vamos a llevar a Cristo a otras personas, esa debe ser nuestra actitud. Los grandes predicadores lo han reconocido. «No des palizas» -decía uno-. «Acuérdate de no chillar demasiado» -decía otro. Y un gran predicador de los tiempos presentes decía que predicar es «suplicar a las almas.» Eso era lo que decía también Pablo (2 Corintios 5-:20). Y Jesús lloró por Jerusalén. Hay una manera de predicar que pretende aterrar al pecador con palabras airadas de condenación; pero Pablo decía la verdad con amor.

Pablo estaba totalmente dispuesto a admitir que los judíos tenían celo de Dios; pero ese celo estaba mal orientado. La religión judía estaba basada en una obediencia meticulosa a la Ley. Ahora bien: está claro que esa obediencia sólo se la podía proponer alguien que tomara la religión totalmente en serio. No era nada fácil. En muchas ocasiones llevaría a graves inconvenientes y haría la vida sumamente incómoda.
Tomemos como ejemplo la ley del sábado. Se establecía exactamente la distancia máxima que se podía andar; se prohibía llevar una carga superior al peso de dos higos secos; se prohibía cocinar en sábado; se fijaban los medios para evitar que un enfermo se pusiera peor, pero se prohibía curarle. Todavía hoy en día hay judíos ortodoxos estrictos que no encienden ni apagan una luz en sábado. Algunas familias judías acomodadas emplean a criados gentiles para que hagan las cosas imprescindibles los sábados -aunque, según Ex 20:10 y Dt 5:14 , la ley del sábado obligaba igualmente a los siervos y ‘a, los forasteros gentiles.

Esto es algo que nos cebe mover, no a la risa, sino a la admiración. La vida bajo la Ééy no era fácil. Nadie se sometería a menos que lo tomara realmente en serio. Los judíos eran y son celosos. Pablo no tenía dificultad en reconocérselo, pero les advertía que aplicaban u orientaban mal su celo.
En el Cuarto libro de los Macabeos se relata un incidente sorprendente. Llevaron al sacerdote Eleazar ante Antíoco Epífanes, que se había propuesto acabar con la religión judía. Antíoco le mandó a Eleazar que comiera cerdo. El anciano sacerdote rehusó: «Ni aunque me saques los ojos o me abrases las entrañas. Nosotros, oh Antíoco, que vivimos bajo la Ley divina, no admitimos ninguna obligación por encima de la obediencia a la Ley.» Si tenía que morir, sus antepasados le recibirían «santo y puro.» Dio orden de que le apalearan. «Le rasgaron la carne con látigos hasta que chorreaba sangre por todo el cuerpo y las heridas le descubrían los costados. Cayó, y un soldado le dio de patadas. Al final, los soldados se compadecieron de él y le trajeron carne que no era de cerdo y le dijeron que la comiera y dijera que había comido cerdo. Se negó. Por último, le mataron. «Muero en feroces tormentos por amor a la Ley» -dijo en oración a Dios. «Resistió -añade el-narrador- hasta la agonía de la muerte por causa de la Ley.»

¿Y por qué todo eso? Para no comer cerdo. Parece mentira que alguien esté dispuesto a morir así por una ley así. Pero los judíos estaban dispuestos. No cabe duda que tenían celo por la Ley. No se puede decir que no tomaran absolutamente en serio su religión.

Los judíos estaban convencidos de que adquirían crédito con Dios mediante la obediencia a la Ley. Lo que mejor revela la actitud judía son las tres clases en que dividían la humanidad: Había personas que eran buenas, cuyo balance era positivo; había otros que eran malos, cuya vida arrojaba un balance de deuda, y había quienes estaban en medio, que serían buenos si hicieran una buena obra más. Todo era cuestión de ley y mérito. A esto contesta Pablo: «Cristo es el final de la Ley», lo que quiere decir que es el final del legalismo. La relación entre Dios y el hombre ya no es la que existe entre un acreedor y un deudor, entre un asalariado y un patrono o entre un juez y un acusado. Gracias a Jesucristo, el hombre ya no está en la posición de tener que satisfacer la justicia divina; sólo tiene que aceptar Su amor. Ya no tiene que merecer el favor de Dios, sino solamente tomar la Gracia y el amor y la misericordia que Dios le ofrece gratuitamente.
Para demostrar su argumento Pablo cita dos pasajes del Antiguo Testamento. En primer lugar, Levítico 18: S, donde se dice que el que obedezca meticulosamente los mandamientos de Dios encontrará la vida. Es verdad, pero nadie ha podido. Luego cita Dt 30:12 s. Dice Moisés que la Ley de Dios no es inasequible o imposible: está en la boca, en la mente y en el corazón del hombre. Pablo toma ese pasaje en sentido alegórico. No fue nuestro esfuerzo el que trajo al mundo a Cristo o Le resucitó. No es nuestro esfuerzo lo que nos reconcilia con Dios. Dios lo ha hecho por nosotros, y no tenemos más que aceptarlo y recibirlo.

Los versículos 9 y 10 son de suprema importancia. Contienen la base del primer credo cristiano.
(i) Hay que confesar que Jesucristo es el Señor. La palabra para Señor es Kyrios. Es la palabra clave del cristianismo primitivo. Su significado pasa por cuatro etapas: (a) Es el título normal de respeto, como en español señor, en inglés sir, en francés monsieur y en alemán Herr. (b) Era el título que se aplicaba al Emperador romano. (c) Era el título de los dioses griegos y Romanos, que se colocaba antes del nombre; por ejemplo: Kyrios Serapis. (d) En la traducción al griego del Antiguo Testamento, Kyrios es la traducción normal del nombre divino Yahweh o Jehová. Los primeros cristianos iban a la muerte con tal de no confesar que el César era Kyrios, porque sólo aplicaban ese título a Jesucristo. Cuando llamaban a Jesús Kyrios, no sólo le confesaban como el Señor supremo de su vida, y Le estaban equiparando al Emperador o a los dioses griegos, sino con el Dios único y verdadero, al Que se debía absoluta obediencia y culto reverente. Llamar Kyrios a Jesús era reconocer y confesar su divinidad. Lo primero para ser cristiano es el sentimiento de qué Jesucristo es supremamente único.

(ii) Hay que creer que Jesucristo ha resucitado. La Resurrección de Jesucristo era una parte esencial del credo cristiano. El cristiano cree, no solamente que Cristo vivió, sino también que vive. No sólo debe saber de Cristo, sino conocerle personalmente. No se limita a estudiar un personaje histórico, por muy grande que fuera; sino que vive con una Presencia real. No sólo debe saber de Cristo el Mártir: debe también conocer a Cristo el Vencedor.

(iii) Pero el cristiano no sólo debe creer en su corazón, sino también confesar con sus labios. Ser cristiano es creer y confesar; como se dice en muchas declaraciones de fe evangélica, » Creemos y testificamos.» El creer supone testificar ante los demás. No es suficiente que Dios sepa de qué parte estamos, sino que hace falta que también lo sepa la gente.

A un judío le resultaría difícil creer que el acceso a Dios no era por medio de la Ley; este camino de la confianza y la aceptación era algo revolucionario e increíblemente nuevo para él. Además, le resultaría sumamente difícil creer que el acceso a Dios estaba abierto a todo el mundo. Le parecía que los gentiles no podían estar en la misma posición que los judíos. Así es que Pablo concluye su argumento citando dos pasajes del Antiguo Testamento como última demostración. Cita en primer lugar Isa 28:16 : » Nadie que crea en Él será defraudado.» No se dice nada de la Ley; todo se basa en la fe. Y en segundo lugar cita Jl 2:32 ; «Todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará.» No hay limitación aquí; la promesa es para todos; por tanto no hay diferencia entre judíos y gentiles.

En esencia, este pasaje es una apelación a los judíos para que abandonen el camino del legalismo y acepten el de la Gracia. Es una apelación para que reconozcan que su celo está descarriado, y para que presten atención a los profetas que declararon hace mucho tiempo que la fe es el único camino de acceso a Dios, y que está abierto a todo el mundo.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 10

2. LA PROPIA JUSTICIA (Rm/10/01-03)

1 Hermanos, el anhelo, de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para que alcancen salvación. 2 Pues doy testimonio en favor de ellos: tienen celo por Dios, pero no en conformidad con un verdadero conocimiento. 3 Pues no reconociendo la Justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a esa Justicia de Dios.

Israel como pueblo ha rechazado la fe en la salvación aparecida en Cristo. A pesar de todo, o mejor, precisamente por ello, son más apremiantes los deseos y oraciones de Pablo por la «salvación» de todo Israel. Pues, por su propia experiencia puede testificar en favor de sus hermanos israelitas que tienen «celo por Dios», es decir, seriedad religiosa y adecuada disposición para hacer cuanto exige la ley en orden a obtener la justicia delante de Dios. Este testimonio del Apóstol en favor de sus compatriotas nos amonesta a no juzgar con demasiada precipitación la observancia supuestamente hipócrita de la ley y las prácticas piadosas de los judíos. Lo que nosotros queremos rechazar muchas veces como farisaico, a saber, una mera exterioridad en lugar de la exigible conducta interna frente a Dios y frente a los semejantes, aparece según el testimonio del Nuevo Testamento como la actitud fundamental del judío sin más precisiones. Ciertamente que en los Evangelios aparecen precisamente los fariseos y los doctores de la ley junto con la nobleza sacerdotal de la nación como los enemigos declarados de Jesús. Mas no podemos olvidar que en la actitud repulsiva de las clases dirigentes del pueblo judío frente a Jesús se manifiesta la postura de la humanidad entera frente al hecho de la revelación que ha tenido lugar en Cristo. Sin embargo, no se puede negar que la esforzada práctica religiosa de los judíos produce precisamente la impresión de una exteriorización legal y que amenazaba con endurecerse en la satisfacción de sí mismo.

Pablo caracteriza el celo de Israel, definiéndolo como un celo sin el discernimiento adecuado. Israel confió en la ley y creyó estar suficientemente informado por medio de la ley para conocer la voluntad de Dios (cf. 2,17s). Esta voluntad de Dios, reconocible por medio de la ley, creyó que tenía que observarla para obtener la justicia. Pero de este modo «no reconoció la justicia de Dios», que se le había ofrecido en Jesucristo. Esa es la culpa de Israel. Pues, desconocer la justicia de Dios y no doblegarse a la oferta de la salvación divina que se nos hace en Cristo de un modo vinculante y definitivo, equivale a negar a Dios el honor y a aferrarse a la propia justicia, lograda por las fuerzas personales. Como «justicia de Dios» (cf. 1,17; 3,21s) aparece Jesucristo en persona. Hay que decidirse por él y hay que obedecerle en la fe. Todo lo demás, cualquier forma de negativa y excusa, equivale a la propia justicia, o, lo que es lo mismo, equivale a establecer la soberanía del propio yo. Porque si es el yo quien condiciona el modo con que Dios tiene que revelarse, es evidente que, en tal caso, ya no es Dios quien se impone, sino que el yo del hombre pasa a ocupar su lugar y el de su revelación escatológica. Esta afirmación del hombre mismo se deja sentir también, y de modo muy particular, hasta en la pretendida lealtad a las promesas divinas de la alianza. Si la fidelidad de Israel consiste únicamente en la lealtad a la tradición y a la promesa hereditaria como una tradición, Israel corre el peligro de desconocer la revelación escatológica de Dios y de enfrentarse a ella en una postura de desobediencia. Israel ha fallado precisamente en esa buena disposición para salir al encuentro de Dios tal como él se ha revelado en el presente y quiere revelarse en el futuro.

3. LA NUEVA JUSTlClA (Rm/10/04-13)

4 Porque el final de la ley es Cristo, para justificar a todo el que cree. 5 Efectivamente, Moisés escribe acerca de la justicia procedente de la ley que «el hombre que la practique vivirá por ella» (Lev 18:5). 6 Pero la justicia procedente de la fe habla así: «No digas en tu corazón. ¿Quién subirá al cielo?»(Deu 30:12), es decir, para hacer descender a Cristo; 7 O «¿Quién bajará al abismo?» (Sal 107.26), es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos. 8 ¿Qué dice, pues? «La palabra está cerca de ti, en tus labios y en tu corazón» (Deu 30:14), es decir, la palabra de la fe que proclamamos.

Israel, que tanto valor otorgaba a la «justicia» delante de Dios, se ha alejado de la justicia. La justicia nueva, que se ha revelado a cada uno en Cristo y se le ha hecho así accesible por la fe, exige del Israel histórico la entrega incondicional de su propio afán hacia la justicia. Por tanto, exige de él la postergación de la ley y la confiada entrega a Cristo. Y así, en una frase muy breve y precisa, aparece Cristo como el final de la ley, del camino legalista seguido hasta ahora por Israel y de su justicia levantada por tal medio. Cristo representa, por lo mismo, el final del antiguo Israel, que vivía y se entendía por la ley; Cristo es el fundamento del Israel nuevo, que se presenta como el Israel de Dios ya ahora a través de la Iglesia universal de los creyentes, en la que entran judíos y gentiles. En este Israel nuevo y universal, que es ya una realidad en Cristo, tiene que insertarse el Israel antiguo. Por consiguiente, en el problema de Israel se enfrentan dos tipos de justicia: la justicia «procedente de la ley» (v. 5), y la justicia «procedente de la fe» (v. 6). Una y otra se contraponen, no como dos posibilidades entre las que cabría elegir, toda vez que la justicia procedente de la ley ya no representa una auténtica posibilidad, sino que resulta imposible por la justicia procedente de la fe. Así, el testimonio de Moisés sacado de Lev 18:5, alude a la justicia procedente de la ley, que late en el fondo del camino legalista, y en modo alguno se refiere a la posibilidad presente del camino legal. Ese testimonio indirecto se convierte -porque de hecho ningún hombre cumple la ley ni puede cumplirla- en un testimonio en favor de la nueva justicia, que no procede de las obras de la ley sino de la fe en Cristo. éste, empero, no puede ser suplantado por ninguna pretensión humana; o dicho con otras palabras, no se le puede «hacer descender» del cielo (v. 6), ni «hacerle subir» del «abismo» (v. 7). Las citas veterotestamentarias, que Pablo explota aquí, van provistas en cada caso de una ampliación exegética, que pone claramente de relieve cómo la interpretación paulina de la Biblia está referida a Cristo.

También la cita del v. 8 -tomada de Dt 30,14- presenta la justicia nueva como la verdadera, única y genuina posibilidad. Esa posibilidad se nos brinda en la palabra de la predicación. En el Evangelio, y sólo en el Evangelio, se nos revela ciertamente la justicia de Dios (cf. 1,17). Por ello, le interesa a Israel aceptar el Evangelio y hacerse creyente. Pero Israel ya ha desperdiciado al presente la palabra de Dios que salió y llega con el Evangelio. Pese a todo, éste es el único camino que le queda.

9 Porque, si confiesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. 10 Pues creerlo con el corazón conduce a justicia, y confesarlo con los labios conduce a salvación. 11 Por eso dice la Escritura: «Ninguno de los que creen en él quedará defraudado» (Isa 28:16).

En el centro de la proclamación de la fe por parte del Apóstol, que «primeramente» se dirige a Israel (d. 1,16), se encuentra Jesucristo. Con unas fórmulas confesionales y evidentemente en estrecha conexión con una confesión de fe anterior, presenta el Apóstol la fe en Jesús como una fe salvadora. La cita final de la Escritura en el v. 13 confirma la fe cristiana universal por el testimonio de la alianza de Israel.

CREER/QUE-ES: La confesión de fe se centra en Jesús como Señor. Creer significa reconocer a Jesús como Señor y someterse de forma permanente a su soberanía. Que esto sea una exigencia que abarca la vida entera, ya nos lo ha demostrado Pablo en el capítulo 6. Pero la fe apunta, además, a una confesión del Señor Jesús expresamente formulada en este hecho concreto: que «Dios le resucitó de entre los muertos». La resurrección de Jesús es el hecho fundamental y, bien entendido, la raíz de la confesión de fe cristiana Pues, en Cristo y con Cristo, Dios nos ha suscitado para vivir la vida que ya poseemos ahora, en fe, en una fe esperanzada, aunque todavía no con una contemplación manifiesta (cf. 8,24s). Con la resurrección de Jesús de entre los muertos, Dios ha demostrado su fuerza creadora, y es precisamente esta potencia divina que vuelve a crear, a la que hay que someterse con fe, a fin de que la salvación aparezca como una creación nueva de Dios.

12 Pues no hay diferencia entre judío y griego, ya que uno mismo es el Señor de todos, que prodiga sus riquezas para con todos los que lo invocan; 13 y «todo el que invoque el nombre del Señor, será salvo» (11 3,5).

Con toda la claridad deseable subraya el Apóstol una vez más el carácter universal de la nueva justicia que se abre en Cristo. Esto lo hace refiriéndose al valor universal de la soberanía de Dios: uno mismo es el Señor de todos. Para alcanzar la plenitud, esta soberanía universal de Dios en Cristo tiene que comprender también a Israel. Bajo esa soberanía ya no hay «diferencia» entre judíos y gentiles. éste es ciertamente el aspecto histórico-salvífico del problema, que es el mismo Israel; pues, como pueblo elegido de Dios, siempre debía tener ante los ojos lo que le diferenciaba del mundo pagano. De otro modo ¿dónde se manifestaba el hecho de la elección? En Cristo resulta patente que la elección encuentra precisamente su manifestación en el hecho de que todas las esperanzas humanas, incluso las esperanzas e ideas de Israel sobre la justicia, vienen superadas por Dios mismo, y en que Dios llama a todos los hombres sin distinción alguna. La igualdad de cara a la salvación obtenida supone la igualdad en el pecado; supone que «todos pecaron y están privados de la gloria de Dios» (3,22s). De ahí que también a Israel interese volverse hacia ese Señor.

4. ISRAEL ES INEXCUSABLE (Rm/10/14-21)

14 Ahora bien, ¿cómo podrían invocar a aquel en quien no tuvieron fe? ¿Y cómo podrán tener fe en aquel de quien no oyeron hablar? ¿Y cómo van a oír, sin que nadie lo proclame? 15 ¿Y cómo podrán proclamarlo, sin haber sido enviados? Como está escrito: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian cosas buenas!» (1Sa 52:7). 16 Pero no todos aceptaron el Evangelio. Ya lo dice Isaías: «Señor, ¿quién ha prestado fe a nuestro mensaje? (Isa 53:1). 17 Así que la fe viene de la predicación escuchada, y esta predicación se hace en virtud de la palabra de Cristo.

Se trata de la palabra de Dios que se nos ha dirigido y nos sigue llegando en el Evangelio. Esa palabra hay que escucharla. Con la escucha y aceptación creyente del Evangelio, la causa de Dios logra su objetivo. Por ello, de cara a Israel hay que preguntarse si es que no ha tenido lugar allí el acontecimiento de la palabra del Evangelio. En caso negativo, Israel no sería ciertamente culpable. Mas Pablo puede partir de la base de que el Evangelio también ha sido anunciado a los judíos, y además «primeramente» (Isa 1:16). El énfasis con que ahora expone el hecho de la predicación del Evangelio, pone de relieve una vez más la inexcusabilidad de Israel.

La predicación, la escucha, la fe y la llamada con su relación intrínseca aparecen como un acontecimiento encadenado, cuyos actos aislados enlazan unos con otros. Mediante este ordenamiento causal del hecho de la palabra conduce Dios a la salvación. Esto es lo que también Israel debe reconocer. Y ante todo y sobre todo tiene que aprender a escuchar. En la predicación del Evangelio escucha a aquel a quien debe volverse con fe, al Dios precisamente que ahora cumple sus promesas a Israel en Cristo y por Cristo. Es el mismo Dios el que sale fiador de todo este acontecimiento, desde la predicación hasta la llamada a la profesión de fe. Incluso envía a los anunciadores de la palabra, pues el predicador forma parte del acontecimiento salvífico de la palabra divina. Como tal se entiende a sí mismo el Apóstol. Su ministerio apostólico es un eslabón imprescindible en el acontecimiento de la salvación. Pero es justamente un servicio, bajo el cual está el encargo de Dios y que se manifiesta en la predicación que suscita la fe de los oyentes. El ministerio en la Iglesia no puede tener otro fundamento que su destino esencial como un servicio a la salvación. En el acontecimiento de la palabra salvífica de Dios, el Apóstol presta al Evangelio su palabra articulada; pero como una palabra que merece un crédito consistente.

Pero verdad es que «no todos aceptaron al Evangelio» (v. 16). Más aún, Israel como pueblo en general se ha cerrado a la palabra salvadora de Dios en la hora presente. Y esto es lo que angustia al Apóstol de forma opresiva. Por eso puede referirse aquí con toda razón a la palabra del profeta: «¿Quién ha prestado fe a nuestro mensaje?» Entra, pues, en el destino del mensajero el no encontrar fe ni el ser recibido en todas partes con los brazos abiertos. En esta experiencia descorazonadora del mensajero se pone mejor de manifiesto que es obra y mérito de Dios cuando la palabra acaba por conducir a la fe. Mas, por lo que hace a Israel, el Apóstol no puede permanecer tranquilo pensando que la conducta de su pueblo corresponde a la palabra del profeta. Si en la presente proclamación de la palabra opera el Dios de las promesas, el Dios que según el testimonio de la Escritura ha vinculado sus promesas a Israel, es evidente que Israel no puede quedar ahora al margen sin más.

18 Pero pregunto: ¿Es que no oyeron? ¡Claro que sí! «Por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del mundo llegaron sus palabras» (Sal 19:5).

Israel oyó, puesto que el Evangelio ha resonado «por toda la tierra». Las palabras del salmo citadas aquí no hablan ciertamente, en su sentido original, del Evangelio como «palabra de Cristo» (v. 17), sino de las obras de la creación en las que Dios se manifiesta. Pero el Apóstol puede aplicar este acontecimiento revelador, cantado en el salmo del Antiguo Testamento, a la predicación del Evangelio, sin intentar hacer violencia al texto. Pues, todas las palabras de Dios ya pronunciadas encuentran en el Evangelio su verdadero y definitivo alcance. Por ello afirma Pablo del Evangelio que sus ecos han resonado por toda la tierra. Ha sido proclamado para todo el mundo y con el anuncio del Apóstol está corriendo por todo el planeta, hasta llegar a Roma y aún más allá. Pese a todo, Israel no ha alcanzado la fe, y eso es lo que constituye su culpa delante de Dios.

19 Pero sigo preguntando: ¿Acaso Israel no se enteró? Moisés primeramente afirma: «Yo os haré tener celos de un pueblo que ni siquiera lo es, con un pueblo insensato os provocaré a enojo» (Deu 32:21). 20 Luego Isaías se atreve a decir: «Fui hallado por los que no me buscaban, me hice visible en quienes no preguntaban por mí» (Isa 65:1). 21 En cambio, dice refiriéndose a Israel: «Todo el día estuve con las manos extendidas hacia un pueblo indócil y rebelde» (Isa 65:2).

¿Qué le falta aún a lsrael para escuchar el Evangelio? ¿Le falta sólo el reconocimiento? Pero precisamente Israel debería haberlo reconocido antes que nadie, puesto que se jacta de conocer la voluntad de Dios y aquello que más interesa en las relaciones con Dios (cf. 2,18). Pero, evidentemente, el hombre no alcanza la fe mediante ese pretendido conocimiento sino gracias al Dios que llama. Así lo demuestra la vocación de los gentiles, que han sido llamados siendo un «pueblo insensato» y que, por lo mismo, no contaban con ninguna disposición para ese reconocimiento.

De este modo ha quedado anulada la prioridad de Israel en la historia de la salvación. Dios se ha revelado a un «pueblo que ni siquiera es pueblo», a «los que no me buscaban… a quienes no preguntaban por mí». Todo esto lo ha hecho Dios para hacer «tener celos» al pueblo de Israel. Pues, ni aun ahora ha olvidado Dios a Israel ni le ha abandonado sin más. «Todo el día» -lo que se extiende también al presente- Dios extiende sus manos «hacia un pueblo indócil y rebelde». La elección de Israel no es algo puramente casual, puesto que ahora mismo el Dios de la elección sigue actuando en ese sentido. El camino de «los celos» o de la emulación bien puede ser en definitiva el camino por el que Israel recupere lo que de hecho ya ha perdido.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

La justicia de Dios y la justicia de la ley. Un contraste entre dos clases de justicia prevalece en esta sección: la justicia de Dios (10:3), disponible sólo por medio de la fe (9:30; 10:4, 6, 10), y la “justicia propia” (10:3), una justicia ligada a la ley (9:31; 10:5) y a las obras (9:32). Pablo desarrolla este contraste en tres pasajes en cierta forma paralelos (9:30-33; 10:1-4; 10:5-13). En cada uno acusa a Israel en general, de perder la justicia de Dios en Cristo, la única justicia que puede salvar (ver 10:1, 9, 10), a causa de su preocupación por las obras y la ley de Moisés. Un enfoque de la ley guiado por el entendimiento correcto los hubiera llevado a Cristo y a la verdadera justicia, ya que la ley misma señala a Cristo (10:4).

La pregunta de Pablo: ¿Qué, pues, diremos? (30) introduce una nueva etapa en su argumento. Sugiere que tratará un tema que surge a partir de lo que ha discutido anteriormente. Este tema es el giro inesperado que ha tenido la historia de la salvación que acaba de mencionar (24-29): los judíos, el “pueblo elegido de Dios”, quedan sólo como remanente, mientras que los gentiles, que alguna vez estuvieron lejos de Dios, ahora son llamados “hijos del Dios viviente”. Pablo ofrece una primera explicación de por qué sucede esto en los vv. 30b-33. Utiliza imágenes tomadas de las pistas de carreras para establecer un contraste entre los gentiles e Israel. Los primeros, aunque ni siquiera estaban “en carrera” (no iban tras la justicia), sin embargo, han alcanzado la “línea de llegada”: han obtenido una condición correcta ante Dios. Y Pablo deja en claro que la han obtenido por su fe. Israel, por otra parte, aunque participaba activamente en la carrera, no ha llegado a la meta de esa carrera. En este momento, no obstante, el contraste cuidadosamente construido por Pablo parece romperse, ya que la meta que Israel perseguía pero no alcanzó no era la justicia, sino la ley de justicia. Algunos eruditos sugieren que Pablo simplemente quiere referirse al “principio de justicia”, o que podemos revertir los términos y traducirlo como “la justicia de la ley” (cf. 10:5). Pero la ley es casi seguramente la ley mosaica, y deberíamos respetar el orden de las palabras que ha elegido Pablo. El usa esta frase para enfatizar que la búsqueda de Israel de una relación correcta con Dios estaba totalmente ligada a la ley; estaban persiguiendo “una ley que prometía la justicia” (cf. 2:13).

Pero no llegaron, ni podrían jamás llegar a esta meta. Porque la ley, como ha aclarado Pablo previamente, no puede producir justicia (3:20, 28; 4:13-15; 8:3). Por consiguiente, Pablo rompe el paralelismo entre los gentiles e Israel para destacar el hecho de que Israel es culpable tanto por lo que estaba persiguiendo (una ley de justicia) como por la forma en que trataba de lograrlo (no era por fe, sino por obras). Sus ojos estaban tan fijamente concentrados en la ley que, en lugar de abrazar a Jesucristo, verdadera meta de la “carrera” (ver 10:4), tropezaron en él. Pablo toma prestada la imagen de Isa. 8:14, que cita junto con Isa. 28:16 en el v. 33.

En 10:1-4 Pablo explica con mayor detalle este “tropiezo” de los judíos en Jesús. Después de reafirmar su profundo anhelo por la salvación de sus hermanos y hermanas judíos (ver 9:1-3), Pablo destaca la falla de los judíos en no tener un conocimiento de los caminos y los propósitos de Dios que sea comparable a su indiscutible celo. Utilizando la imagen de la carrera vista en 9:30-33, Israel corría afanosamente, pero no se dirigía hacia la verdadera línea de llegada de la carrera. Esa línea de llegada es la justicia de Dios (gr. ten tou theou dikaiosunen, v. 3), y, como en 1:17 y en 3:21, 22, se refiere a la acción de Dios de colocar a las personas en una relación correcta con él. Concentrados en la persecución de su propia justicia, la justicia que viene por obras (9:32) y por la ley (10:5), los judíos no se han sometido a, ni han querido aceptar en fe, la manera en que Dios relaciona a las personas con él.

La preocupación de los judíos por la ley es, una vez más, el problema subyacente, como lo implica Pablo en el v. 4; porque no han llegado a comprender que Cristo es en sí mismo la “culminación” de la ley. Pablo utiliza la palabra telos, que algunas versiones como la RVA traducen “fin” y otras, “meta”; pero si seguimos con las imágenes de la carrera utilizadas en el pasaje, la palabra probablemente contenga elementos de ambas traducciones. Cristo, dice Pablo, ha sido durante todo el tiempo la meta a la que ha apuntado la ley; y, dado que la meta ha sido ahora lograda -Cristo ha venido- la búsqueda o la persecución de la ley debería llegar a su fin. Este versículo, junto con Mat. 5:17, es una expresión clave de un tema dominante en el NT: la culminación o “cumplimiento” en Jesús el Mesías de la antigua ley del pacto y todas sus instituciones. Con esa culminación llega también la intención de Dios de ofrecer justicia a todo aquel que crea, gentil así como judío (ver 9:30; 10:12, 13).

La tercera afirmación de Pablo sobre el contraste entre las dos formas de justicia (10:5-13) tiene dos propósitos principales. Utiliza el AT mismo para reafirmar que la diferencia clave entre ellas es la diferencia entre “hacer” (la ley) y “creer” (el evangelio) (5-10), y refuerza la dimensión “universal” de la justicia de Dios por fe (11-13; cf. 10:4b: a todo aquel que cree). La cita que toma Pablo del AT, que aparentemente se contradice a sí misma en los vv. 5-8, ha sido motivo de considerable discusión y controversias. No podemos evitar el problema eliminando el contraste entre los vv. 5 y 6 (Cranfield, p. ej. traduciría una “y” al comienzo del v. 6) o negando que Pablo está verdaderamente citando el AT en los vv. 6-8. En cambio, deberíamos comprender que Pablo está buscando una mayor comprensión de los pasajes que cita a la luz de la venida de Cristo. Lev. 18:5 puede ser una expresión válida de la justicia que es por la ley ya que se concentra en lo que era característico del sistema legal mosaico: el hacer. Moisés subrayó repetidamente que un judío sólo podría vivir (es decir, disfrutar de las bendiciones del pacto de Dios) obedeciendo. Tomada en forma aislada, separada de la promesa subyacente de Dios, la ley mosaica ofrece la posibilidad de justicia y vida sólo si se cumple verdaderamente. Al concentrarse tan exclusivamente en la ley de Moisés, los judíos se habían puesto en la situación de poder encontrar la vida y la salvación sólo al “hacerla”, tarea imposible, como ya ha dejado en claro Pablo (cf. 3:9-20).

En los vv. 6-8 Pablo quiere destacar, con sus citas selectivas de Deut. 30:12-14, lo fácilmente disponible que está la justificación que es por la fe, en contraste con la imposibilidad de lograr la justicia que es por la ley. El pasaje de Deut. motiva a la obediencia a la ley de Dios, recordándoles a los israelitas que la palabra de Dios está cerca, y que no hay necesidad de ascender al cielo o bajar al abismo (Pablo quizá haya mezclado una alusión al Sal. 107:26 con su cita) para encontrarla. Pablo puede aplicar el texto a la muerte y resurrección de Cristo (6, 7) y a la palabra de fe, el evangelio (8), porque ve en Cristo la culminación de la ley (4). Lo que el AT atribuía a la ley, Pablo entiende ahora que se “cumple” en Cristo y en el mensaje del evangelio: poner al alcance de las personas los medios para lograr la justicia. Continuar luchando por cumplir la ley mosaica como medio de justicia -como estaban haciendo los judíos- es perder de vista el hecho de que Dios ha acercado su palabra a las personas en el mensaje del evangelio de la muerte y resurrección de Cristo.

Los vv. 9-13 elaboran dos consecuencias de la cercanía de la palabra de Dios en el evangelio. Primera, dado que Dios ya ha “hecho” lo que es necesario para asegurar la justicia, lo único que una persona debe hacer es creer. Segunda, el evangelio está “cerca” para todos, no sólo para los judíos. Las menciones tanto de la boca como del corazón en Deut. 30:14 llevan a Pablo a desarrollar cada una de ellas en los vv. 9 y 10. (Ya que éste es el origen de las imágenes, no debemos colocar un énfasis indebido en la confesión oral, como si Pablo la estuviera elevando al rango de componente necesario de la salvación.) Reconocer que Jesús es el Señor es un elemento de lo que Pablo obviamente quiere resaltar: creer en el corazón (ver 2:28, 29). La fe, no el hacer la ley, trae la salvación y la trae para todos, sean judíos o gentiles. Pablo prueba esto citando Isa. 28:16 (11; nótese que Pablo ha usado ya este texto en 9:33) y Joel 2:32 (13). La aplicación al Señor Jesús de textos que hablan del Señor Dios es indicativo del alto concepto que Pablo tiene de Jesucristo.

Nota. 33 El hecho de que Pedro también cite Isa. 28:16 y 8:14 juntos (1 Ped. 2:6, 8) podría indicar que eran parte de una primitiva colección cristiana de “textos mesiánicos comprobatorios”, basados en Cristo como la “roca”.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

10.1 ¿Qué sucederá con los judíos que creen en Dios y no en Cristo? Si creen en el mismo Dios, ¿por qué no van a ser salvos? Si fuera así, Pablo no se hubiera sacrificado tanto por enseñarles acerca de Cristo. Ya que Jesús es la más completa revelación de Dios, sin Jesús nadie puede entender bien a Dios; ya que Dios escogió a Jesús como puente entre Dios y el hombre, no podemos dirigirnos a Dios por otro medio. Los judíos, como cualquier otra persona, pueden hallar la salvación solo a través de Jesucristo (Joh 14:6; Act 4:12). Como Pablo, debiéramos anhelar que todos los judíos se salvaran. Debiéramos orar por ellos y con amor anunciarles las buenas nuevas.10.3-5 En lugar de vivir mediante la fe en Dios, los judíos establecieron costumbres y tradiciones (añadiduras a la Ley de Dios) en su afán de ser aceptos ante El. Pero los esfuerzos humanos, por sinceros que sean, nunca podrán sustituir la justicia que Dios nos ofrece por la fe. La única forma de ganar la salvación es ser perfectos y esto es imposible. Solo podemos extender nuestras manos vacías y recibirla como regalo.10.4 Cristo es «el fin de la ley» en dos sentidos. Cumplió el propósito y la meta de la Ley (Mat 5:17) ejemplificando a la perfección los deseos de Dios en la tierra. Pero también El es el fin de la Ley porque al compararla con Cristo, la Ley es impotente para salvarnos.10.5 Para salvarse mediante la Ley, una persona debe tener una vida perfecta, sin siquiera pecar una vez. ¿Por qué Dios dio la Ley sabiendo que la gente no podría cumplirla? De acuerdo a Pablo, una de las razones por la que se dio la Ley a los hombres era mostrarles cuán culpables son (Gal 3:19). La Ley era una sombra de Cristo; o sea, el sistema sacrificial educó a la gente a fin de que al ofrecerse el verdadero sacrificio, la gente pudiera entenderlo (Heb 10:1-4). El sistema de leyes ceremoniales perduró hasta la venida de Cristo. La Ley señalaba a Cristo, y para eso se sacrificaban todos esos animales.10.6-8 Pablo adapta el desafío de despedida de Moisés de Deu 30:11-14 para aplicarlo a Cristo. El Señor hizo posible nuestra salvación haciéndose hombre (viniendo a la tierra) y resucitando (levantándose de entre los muertos). La salvación de Dios está frente a nosotros. El vendrá a dondequiera que estemos. Lo único que hay que hacer es aceptar su regalo de salvación. Abismo aquí se refiere al sepulcro o Hades, lugar de los muertos.10.8-12 ¿Alguna vez le han preguntado cómo se hace uno cristiano? Estos versículos le dan la preciosa respuesta: la salvación está en el corazón y en la boca. La gente piensa que debe ser un proceso complicado, pero no es así. Si creemos en nuestro corazón y proclamamos con nuestra boca que Jesús es el Señor resucitado, seremos salvos.10.11 Este versículo debe leerse en su contexto. Pablo no se refiere a que los cristianos estarán exentos de vergüenzas y desilusiones. Habrá veces en que la gente nos defraudará y las circunstancias empeorarán. Pablo dice que Dios cumple su parte del trato: todo aquel que lo invoca será salvo. Dios siempre ha de justificar a los que creen.10.14, 15 Debemos llevar a otros el gran mensaje de salvación, para que respondan a las buenas nuevas. ¿Cómo sabrán de este mensaje sus seres queridos y vecinos si nadie se lo comunica? ¿Está llamándole Dios a participar en la proclamación de este mensaje para que sea conocido en su comunidad? Piense en una persona que necesita oír las buenas nuevas e idee un plan para lograrlo. Luego póngase en acción en cuanto le sea posible.10.18-20 Muchos judíos que esperaban al Mesías no quisieron creer en El cuando vino. Dios le ofreció su salvación a los gentiles («un pueblo que no es pueblo» y «pueblo insensato»). Muchos gentiles, que ni siquiera sabían del Mesías, lo hallaron y creyeron en El. Algunos religiosos están espiritualmente ciegos, mientras que otros que nunca han ido a una iglesia son a veces los que responden de manera más positiva al mensaje de Dios. Ya que las apariencias son engañosas y no podemos ver el corazón de las personas, cuídese de decir de antemano quién aceptará o no al evangelio.

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

REFERENCIAS CRUZADAS

a 614 Rom 9:3

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

mi oración. El hecho de que Pablo continuaba orando por el pueblo incrédulo de Israel es evidencia de que él no consideraba este rechazo a Cristo como final. El propio Pablo, siendo israelita, es un buen ejemplo de conversión: de un estado de completa enemistad con Dios a una absoluta sumisión a su voluntad (11:1).

Fuente: La Biblia de las Américas

Pablo expresa su hondo anhelo por la salvación de Israel (v. Rom 10:1), que estaba tratando de establecer la justicia que es por la ley, en vez de aceptar La justicia que es por fe (vv. Rom 10:2-4), a pesar de que la última está al alcance de todos (vv. Rom 10:5-13). Dios dio a los judíos toda clase de oportunidades para recibir el evangelio, pero ellos no respondieron con fe (vv. Rom 10:14-21).

Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie

101 1-4. Una expresión de pesar inicia el cap. 10, al afirmar Pablo que Israel no ha re­conocido que la rectitud viene a través de Cris­to, el fin de la ley. 1 .para que se salven: La ora­ción de Pablo incluye explícitamente a los judíos dentro de la perspectiva que el apóstol tiene del plan de salvación de Dios (cf. 1 Tes 5,9; Rom 1,16). 2. celo de Dios: Pablo podría hablar por experiencia (Gál 1,13-14; Flp 3,9; cf. 1 Mac 2,26-27). no inteligente: Lit., «no según conoci­miento» (epignósis), es decir, un verdadero co­nocimiento que reconozca la relación real de la humanidad con Dios tal como se ha revela­do ahora en Cristo Jesús. 3. en su ignorancia de la rectitud de Dios: Esto se ha entendido a menudo referido a una comunicación de recti­tud a los seres humanos; es decir, los judíos no se dan cuenta de que la auténtica condición de rectitud ante Dios no se alcanza con sus es­fuerzos, sino que es conferida por Dios como don. Este es el sentido de Flp 3,9, «una recti­tud (que viene) de Dios» (cf. 2 Cor 5,21; -Teo­logía paulina, 82:39). Pero Pablo no utiliza en este caso la locución prep. y habla más bien de una mala interpretación de «la rectitud de Dios», el atributo divino (como en otros luga­res de Rom: 1,17; 3,5.21-26). Los judíos no han captado el verdadero significado del poder ab­solutorio de Dios, y por tanto se han negado a someterse a él. 4. el fin de la ley es Cristo: El significado de esta oración es muy discutido. El telos gr. puede significar (1) «terminación», «cese», (2) «última parte», «conclusión», o (3) «meta», «propósito», «finis» (BAGD 811). El significado (2) no hace al caso, y la disputa se centra en si Cristo es la «terminación» de la ley o la «meta» o «propósito» de la ley. En el primer sentido, telos se entiende temporal­mente, el «fin» del período de tórá Cristo sería la terminación de todo esfuerzo humano por alcanzar la rectitud ante Dios mediante la ob­servancia de la ley mosaica (así NEB, Bultmann, Kasemann, Pesch, Robinson). Aun cuando Pablo nunca utiliza esta frase en Gál, este sentido se ajustaría a Gál 4,2-6 (- Teolo­gía paulina, 82:96-97). Pero cabe preguntarse si se ajusta al análisis de Rom, y por eso otros comentaristas prefieren el tercer sentido: Cris­to sería la meta de la ley, meta a la que ésta iba encaminada en sentido intencional o final (así Cerfaux, Cranfield, Flückiger, Howard). Este sentido final se basa en la conexión entre 10,4 y 9,31-33, donde la «búsqueda» de la rectitud por parte de los gentiles presupone una «me­ta». También el «celo» de 10,2 presupone ese sentido, y ésta es probablemente la razón por la cual Pablo insiste en 3,31 en que su evan­gelio de justificación por gracia mediante la fe «consolida» o «confirma» la ley. Pues una comprensión correcta de la fe paulina, «que se realiza a sí misma mediante el amor» (Gál 5,6) , que es «el cumplimiento de la ley» (Rom 13,10; -Teología paulina, 82:98), explica có­mo Pablo no sólo podía mirar a Cristo como la meta de la ley, sino también considerar la rec­titud por medio de la fe en él como una mane­ra de cumplir la ley como tal y de consolidar todo aquello que ésta representaba, para la rectitud de quien quiera que tenga fe: La pre­ciada condición de rectitud ante Dios es ahora accesible a todos mediante la fe (véase 1,16).
(Campbell, W. S., «Christ the End of the Law: Romans 10:4», Studia bíblica III [JSOTSup 3, Shef­field 1978] 73-81. Cranfield, C. E. B., «St. Paul and the Law», SJT 17 [1964] 43-68. Flückiger, F. «Christus, des Gesetzes telos», TZ 11 [1955] 153-57. Ho­ward, G. E., «Christ the End of the Law», JBL 88 [1969] 331-37. Refoulé, F., «Romains, X,4: Encoré une fois», RB 91 [1984] 321-50. Rhyne, C. T„ «No­mos dikaiosynés and the Meaning of Romans 10:4», CBQ 47 [1985] 486-99.)

102 5-13. El nuevo camino de rectitud, abierto a todos, es fácil, como demuestra la Escritura. 5. Moisés escribe: Lv 18,5, también citado en Gál 3,12, promete vida a quienes se esfuercen por alcanzar la rectitud legal. La ob­servancia práctica de las prescripciones de la ley era una condición necesaria para la vida así prometida. Queda sobreentendido en la ci­ta el carácter arduo de dicha condición. En contraste con tal exigencia, el nuevo camino de rectitud no pide a los seres humanos nada tan arduo. Para ilustrar esta idea, Pablo alude a las palabras de Moisés en Dt 30,11-14. Lo mismo que Moisés intentó convencer a los is­raelitas de que la observancia de la ley no re­quería escalar las alturas ni descender a las profundidades, Pablo juega con las palabras de Moisés, aplicándolas en sentido acomodati­cio a Cristo mismo. Las alturas han sido esca­ladas y las profundidades han sido sondeadas, pues Cristo vino al mundo de la humanidad y fue resucitado de entre los muertos. A nadie se le pide que realice una encarnación o una re­surrección; sólo se le pide que acepte con fe lo que ya ha sido hecho por la humanidad y que se identifique con Cristo encamado y resucita­do. En su explicación midrásica de Dt, Pablo añade una alusión a Sal 107,26. En esa expli­cación, «Cristo» sustituye a la «palabra» de la Torá. 9. si confiesas: Hay que pronunciar la confesión básica de la fe cristiana y decirla en serio. Pablo pasa a citar la fórmula confesio­nal (quizá incluso kerigmática) de la primitiva Iglesia palestinense, Kyrios Iésous, «Jesús es Señor» (cf. 1 Cor 12,3; Flp 2,11). Se requiere una fe interior que guíe a la persona entera; pero esa fe incluye también un asentimiento a una expresión de dicha fe. Pablo vuelve a afir­mar la actividad del Padre en la resurrección de Cristo (-Teología paulina, 82:58-59). 10. Este versículo formula retóricamente la re­lación existente entre la rectitud y salvación humanas y la fe y su expresión. El balance subraya aspectos diferentes del único acto bá­sico de adhesión personal a Cristo y de su efec­to. No conviene hacer demasiado hincapié en las diferencias entre justificación y salvación. 11. nadie que crea en él quedará avergonzado: Se utiliza otra vez Is 28,16; cf. 9,33. Pablo mo­difica la cita añadiendo pas, «todo», poniendo así de relieve la universalidad de la aplicación: «no… todo» = «nadie». En Is, las palabras ha­cían referencia a la preciosa piedra angular puesta por Yahvé en Sión; Pablo las adapta a la fe en Cristo y las utiliza como garantía de salvación para el creyente cristiano. La adi­ción de pas prepara para el versículo siguien­te. 12. no hay distinción entre judío y griego: Todos tienen la oportunidad de participar igualmente en la nueva rectitud por la fe (3,22-23). el mismo Señor: En principio, Kyrios pa­rece referirse a Yahvé, puesto que Pablo utili­za expresiones judías, «el Señor de todos» (Josefo, Ant. 20.4.2 § 90), «invocan el nombre de» (1 Sm 12,17-18; 2 Sm 22,7), y se refiere ex­plícitamente en el v. 13 a Jl 3,5. Pero dentro del contexto (esp. tras 10,9) Kyrios sólo puede re­ferirse a Jesús, que es el Señor resucitado de judíos y griegos (cf. 9,5; Flp 2,9-11). En el AT, lo de «invocan el nombre del Señor» designa­ba a los israelitas sinceros y piadosos; en el NT, eso mismo pasa a decirse de los cristianos. Los vv. 12-13 son testimonio elocuente del cul­to a Cristo como Kyrios en la Iglesia primitiva.

103 14-21. Israel, sin embargo, no apro­vechó la oportunidad que le brindaron los pro­fetas y el evangelio; por consiguiente, la culpa es suya. La oportunidad de creer en Cristo se brindó a todos, pero especialmente a Israel; no puede decir que no oyó su evangelio. Pablo se plantea cuatro dificultades u objeciones, quizá haciéndose eco de comentarios sacados de sermones misioneros pronunciados entre ju­díos, y a cada una de ellas le da una respuesta breve citando la Escritura: (1) ¿Cómo puede la gente creer en el evangelio si no ha sido predi­cado enteramente? (10,14-15). (2) ¡Pero no ha sido aceptado por todos! (10,16-17). (3) ¡Pero quizá los judíos no lo oyeron! (10,18). (4) ¡Qui­zá no lo entendieron! (10,19-21).

104 14. no han creído: La primera dificul­tad es múltiple y parte del supuesto de que el culto a Cristo se debe fundar sobre la fe en él. a quien no han oído: La pregunta no alude a los judíos de Palestina, que podrían haber sido testigos del ministerio de Jesús, sino a quienes no le habían oído directamente, si no se lo pre­dica alguien: La fe se funda en una predicación autorizada, en el testimonio de aquellos a quienes se les ha encomendado la misión de dar a conocer la palabra de Dios. En este tex­to, lo mismo que en el v. 17, el primer paso de toda fe es «oír» el mensaje propuesto; así, el objeto de la fe, formulado en proposiciones, primero es presentado (-Teología paulina, 82:109). 15. si no son enviados: Una predica­ción autoritativa, base de la fe, presupone una misión. Al expresar esto último, Pablo utiliza el vb. apostellein, aludiendo al origen apostóli­co del testimonio de la Iglesia cristiana y de su predicación autorizada del acontecimiento Cristo. A esta objeción Pablo responde con Is 52,7 (en una forma más próxima al TM que a los LXX). los que traen buenas noticias: En Is, el texto hace referencia a la buena noticia anunciada a los judíos que habían quedado en una Jerusalén en ruinas: estaba a punto de lle­gar la liberación de la cautividad babilónica y la restauración de Jerusalén se hallaba muy próxima. En el uso que Pablo hace de él, el tex­to adquiere las tonalidades de su buena noti­cia, el «evangelio». Su respuesta a la primera dificultad es, pues, citar a Isaías y demostrar que el «evangelio» ciertamente ha sido predi­cado a Israel. 16. no todos han hecho caso de la buena noticia: Segunda dificultad. Pablo repli­ca citando Is 53,1. Indirectamente declara que el hecho de que no todos los judíos hayan aceptado la buena noticia no significa que no les haya sido predicada, pues Isaías previo en su propia misión una equiparable negativa a creer. 17. mediante el mensaje de Cristo: Esta vaga expresión se puede interpretar de diver­sas maneras, y Pablo no la explica. Podría sig­nificar el mensaje que trajo Cristo mismo o (más probablemente dentro de este contexto) el mensaje acerca de Cristo. Véase R. R. Rickards, BT 27 (1976) 447-48. 18. ¿no han oído?: Tercera dificultad, cuyo sentido es: tal vez no hayan tenido la oportunidad de oír la buena noticia; tal vez los predicadores apostólicos no hayan hecho su trabajo. Pablo responde con Sal 19,5. En el original, el salmista canta a la naturaleza que proclama por doquier la gloria de Dios. Pablo adapta esas palabras a la predi­cación del evangelio. De hecho, niega que Israel no haya tenido la oportunidad de creer en Cristo. 19. ¿es que Israel no comprendió?: Cuarta dificultad: tal vez los predicadores apostólicos hablaran de manera ininteligible, e Israel no comprendiera su mensaje. Pablo responde de nuevo con la Escritura, citando Dt 32,21 e Is 65,1-2, primero la Torá, luego los Profetas. Las palabras de Dt están sacadas del cántico de Moisés, con el cual Yahvé -por me­dio de Moisés intenta educar a Israel y anun­cia que será humillado por los paganos. Al ci­tar así Dt, Pablo insinúa una comparación entre la situación actual de Israel y lo ocurri­do en la época del exilio. Si fue humillado en­tonces, cuánto mayor será su humillación ahora; los gentiles entienden el mensaje evan­gélico, pero Israel se queda sin comprender. 20. En el contexto original de Is 65,1-2, las pa­labras del profeta de los vv. 1 -2 tienen en men­te a la misma gente, sean samaritanos, judíos apóstatas o simplemente judíos (acerca de es­to hay división de opiniones entre los comen­taristas del AT). Pero Pablo, influenciado por los LXX, que hablan de ethnos, «nación», en el v. 1 y de laos, «pueblo», en el v. 2, desdobla la referencia de los dos versículos. El primero se aplica a los gentiles; el segundo, a los judíos. Resulta evidente el contraste entre los gentiles, «la nación necia», que acepta a Cristo con fe, y los judíos, «pueblo desobediente y obstina­do», que se niega a creer en él. Así termina la severa crítica a Israel por parte de Pablo.
(Black, M., «The Christological Use of the Oíd Testament in the New Testament», NTS 18 [1971-72] 1-14. Delling, G., «“Nahe ist dir das Wort’’», TLZ 99[1974] 401-12. Howard, G. E., «The Tetragram and the New Testament», JBL 96 [1977] 63-83. Lindemann, A., «Die Gerechtigkeit aus dem Gesetz», ZNW 73 [1982] 231-50. Suggs, M. J. «“The Word is Near You”: Romans 1:6-10 within the Purpose of the Let­ter», Christian History and Interpretation [Fest. J. Knox, ed. W. R. Farmer et al., Cambridge 1967] 289-332.)

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

el anhelo… Lit. el buen deseo; por ellos… M↓ por Israel.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

M70 Tal vez la preposición εἰς se use con un sentido de finalidad en este versículo: el deseo de mi corazón … tiene como propósito la salvación de ellos.

T191 El adjetivo posesivo ἐμῆς equivale a μοῦ: de mi corazón.

BD463 La omisión de un conectivo en este versículo distingue más la apelación emocional.

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

Algunos mss. posteriores dicen: Israel

Fuente: La Biblia de las Américas

Lit. la complacencia. El buen deseo.

10.1 M i añaden por Israel.

Fuente: La Biblia Textual III Edición

[11] Para todo Israel, pero los siguientes versículos tratan con el Israel-Judío en contexto.

[12] “Obras de la ley,” como se explicó en detalle en los notas al pie de página en el Rollo de Gálatas.

[13] Uno de los asuntos más pesados es fe en Moshiaj. Si, el Israel-Judío va a vivir por la Torah, deben aceptar el aspecto de la Torah que los llevará a una posición correcta con YHWH.

[1] Deu 30:12-14 : Pablo está realmente diciendo que la palabra que “predicamos” es a lo que la Torah apunta, que es tomar la misma palabra dada por todos los tiempos a Israel, y por fe en Moshiaj, ponerla en los corazones y bocas del Israel reunido. Ésta es una directa afirmación mostrando que Pablo está simplemente predicando la internacionalización de la Torah, más que su abrogación.

[2] Salvos del juicio, muerte, Lago de Fuego, la sepultura, pecado pecado y esclavitud, y ser discípulo de s.a.tan. Israel nunca debe ridiculizar el concepto de salvación personal como muchos lo han hecho, pensando erróneamente que es un concepto no Hebreo.

[3] Haz tu llamado y elección del pasado segura y firme, invocando a YHWH, y no en algún otro título sustituto y abominable.

[4] Moisés en Deu 32:21 habló de una parte de Israel que se convertiría en Lo-Ami sin entendimiento, y que terminaría provocando al resto de la nación a cellos. Por supuesto que habla de Efrayím provocando a Judah.

[5] Isa 65:1 es una referencia a Efrayím de las naciones buscando a YHWH, en oposición al Israel-Judío, que en parte cree que amar al verdadero Moshiaj no es una parte crítica del celo de la Torah.

[6] Israel-Judío.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[5] Lev 18, 5; Ez 20, 11.[6] Deut 30, 12.[8] Deut 30, 14.[11] Is 28, 16.[13] Joel 2, 32.[15] Is 52, 7; Nah 1, 15.[16] Is 53, 1.[19] Deut 32, 21.

Fuente: Notas Torres Amat