Por lo tanto, no tienes excusa, oh hombre, no importa quién seas tú que juzgas; porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, pues tú que juzgas haces lo mismo.
RESUMEN: Habiendo mostrado en el primer capítulo que los gentiles estaban perdidos, y por eso necesitaban del evangelio de Jesucristo para ser salvos, ahora en el segundo muestra que de igual manera están perdidos los judíos y necesitan igualmente del mismo evangelio salvador. 2:1 — “oh hombre;” esta frase se refiere al judío. Pablo comienza dirigiéndose al individuo, sin identificar su raza. Más tarde la identifica, versículo 17.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
Por lo cual eres inexcusable. Rom 1:18-20.
oh hombre. Rom 2:3; Rom 9:20; 1Co 7:16; Stg 2:20.
cualquiera que juzgas. Rom 2:26, Rom 2:27; 2Sa 12:5-7; Sal 50:16-20; Mat 7:1-5; Mat 23:29-31; Luc 6:37; Luc 19:22; Jua 8:7-9; Stg 4:11.
lo mismo haces. Rom 2:3, Rom 2:21-23.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
No hay excusa para el pecado, Rom 2:1-5.
No hay escape del juicio divino, Rom 2:6-13.
Ni siquiera para los gentiles, Rom 2:14-16;
muchos menos para los judíos, Rom 2:17-29.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
¿Cómo juzga Dios? Él juzga justamente (v. Rom 2:2), conforme a las obras de cada uno (vv. Rom 2:6-10) y a la luz de lo que cada uno conoce (vv. Rom 2:11-16).
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
En Rom 1:18-32, Pablo declara que toda injusticia de los hombres no tiene excusa. Ahora demuestra que los que se creen justos y buenos (aquellos que juzgan a otros) son inexcusables, al revelarse los niveles por los cuales todo el mundo se juzgará. El juicio será
(1) según la verdad (vv. Rom 2:1-5),
(2) según las obras (vv. Rom 2:6-11), y
(3) según la luz que tiene uno de la Ley (vv. Rom 2:12-16).
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
TU… HACES LO MISMO. En el cap. Rom 1:1-32 Pablo explicó que a los gentiles Dios los entregó al pecado. En el cap. Rom 2:1-29 muestra que los judíos hacen lo mismo y también necesitan ser salvos por medio de Cristo.
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
Culpabilidad de los judíos, 2:1-11.
1 Por lo cual eres inexcusable, ¡oh hombre!, quienquiera que seas, tú que juzgas: pues en lo mismo que juzgas a otro, a ti mismo te condenas, ya que haces eso mismo que condenas. 2 Pues sabemos que el juicio de Dios es conforme a verdad, contra todos los que cometen tales cosas. 3 ¡Oh hombre! ¿Y piensas tú, que condenas a los que eso hacen y con todo lo haces tú, que escaparás al juicio de Dios? 4 ¿O es que desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, desconociendo que la bondad de Dios te atrae a penitencia? 5 Pues conforme a tu dureza y a la impenitencia de tu corazón, vas atesorándote ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, 6 que dará a cada uno según sus obras; 7 a los que con perseverancia en el bien obrar buscan gloria, honor e inmortalidad, la vida eterna; 8 pero a los contumaces, rebeldes a la verdad, que obedecen a la injusticia, ira e indignación. 9 Tribulación y angustia sobre todo el que hace el mal, primero sobre el judío, luego sobre el gentil; 10 pero gloria, honor y paz para todo el que hace el bien, primero para el judío, luego para el gentil; n pues en Dios no hay acepción de personas.
San Pablo no dice nunca en esta historia que esté refiriéndose a los judíos. Simplemente habla de: “¡oh hombre, quienquiera que seas, tú que juzgas!” (v.1); y con este innominado personaje es con quien se encara. Parece claro, sin embargo, atendido el conjunto de la argumentación, que este personaje, representante de todo un sector, es el mismo que a partir del v.17 aparece ya explícitamente con el nombre de “judío.” Las mismas expresiones: “conforme a tu dureza y a la impenitencia de tu corazón” (v.5), están como recordando otras similares alusivas al pueblo de Israel (cf. Exo 32:9; Deu 31:27; Jer 9:26; Bar 2:30; Hec 7:51). Si San Pablo no pone explícitamente desde un principio el nombre de “judío” fue quizás para no herir bruscamente susceptibilidades, prefiriendo ir a la sustancia de la cosa, y que sean los judíos mismos, aunque sin nombrarlos, los que se vean como forzados a reconocer que también ellos son culpables.
La conexión de este capítulo con el anterior es clara. San Pablo continúa con el mismo alegato del estado ruinoso de la humanidad, que necesita de la “justicia” revelada en el Evangelio. Habló de los gentiles (Hec 1:18-32); ahora va a hablar de los judíos. Estos, en contraposición a los gentiles Deu 1:32, no aprueban los vicios de los paganos, antes al contrario los condenan (v.13). Están de acuerdo con San Pablo en esas invectivas lanzadas contra el mundo gentil, considerándose muy orgullosos de no pertenecer a esa masa pecadora, que no ha recibido la Ley, convencidos de que con ésta pueden ellos sentirse seguros, sin preocuparse gran cosa de las exigencias morales (cf. Mat 23:23; Lev 18:9-14). Pues bien, esta mentalidad es la que ataca aquí San Pablo, haciéndoles ver que su situación no es mejor que la de los gentiles, cuyos vicios condenan.
El argumento de San Pablo es el de que “hacen eso mismo que condenan” (v.1.3), y, por tanto, son tan culpables como los gentiles; incluso puede hablarse de culpabilidad mayor (cf. v.9), pues han recibido más beneficios de Dios, despreciando “las riquezas de su bondad y longanimidad” para con ellos (v.4-5). El que San Pablo diga que “hacen eso mismo que condenan” no significa que los judíos, como pueblo, cayeran tan bajo en los vicios todos de los paganos. Lo que se trata de hacer resaltar es que, por lo que toca al dominio del pecado, están en la misma situación que ellos; pues como ellos, tampoco viven de acuerdo con el conocimiento que tienen de Dios. Es ahí donde radica el gran pecado, tanto de gentiles como de judíos. En los v. 17-23 se concretarán luego algunos vicios de los judíos, que condenan en los paganos, pero que, sin embargo, también ellos cometen.
San Pablo, en todo este alegato contra los judíos, insiste en una verdad de suma importancia: que en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, cada uno será juzgado según sus obras, lo mismo judíos que gentiles; pues en Dios no hay acepción de personas (v.5-n). El “día de la ira” es el día del juicio final, de que con frecuencia habla San Pablo (cf. 14:10-12; 1Co 3:13-15; 1Co 4:5; 2Co 5:10; 1Te 5:2-9; 2Te 1:6-10) y también el Evangelio (cf. Mat 10:15; Mat 11:22-24; Mat 12:36; Mat 13:39-43; Mat 25:31-46); si se dice “día de ira” es porque en la perspectiva presente se mira sobre todo al castigo de los pecadores, aunque sea también día de recompensa de los justos. Al decir San Pablo que Dios “dará a cada uno según sus obras” (v.6; cf. 1Co 3:13-15; 2Co 5:10; Efe 6:8), no hace sino repetir lo dicho por Jesucristo (cf. Mat 16:27; Jua 5:29 ), y en modo alguno se contradice con lo que afirma en otras ocasiones hablando de “justificación por la fe” (cf. 1:16-17; 3:22; 4:11; 5:1); pues la “justificación por la fe” no excluye las obras, exigencia de esa misma fe en orden a conseguir la “salud” (cf. 12:1-2; 1Co 13:1; Gal 5:6). Aquí San Pablo recalca como universal el principio de retribución según las obras, que vale lo mismo para gentiles que para judíos, como luego concretará en los v. 12-16.
Ni la Ley ni la circuncisión dispensan de la rectitud interior,Gal 2:12-29.
12 En efecto, cuantos hayan pecado sin Ley, sin Ley también perecerán; y los que pecaron en la Ley, por la Ley serán juzgados; 13 porque no son justos ante Dios los que oyen la Ley, sino los cumplidores de la Ley, ésos serán declarados justos. 14 En verdad, cuando los gentiles, que no tienen Ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la Ley, ellos mismos, sin tenerla, son para sí mismos Ley. 15 Y con esto muestran que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia, que ora acusa, ora defiende. 16 Así se verá el día en que, según mi evangelio, juzgará Dios por Jesucristo las acciones secretas de los hombres. 17 Pero si tú, que te precias del nombre de judío y confías en la Ley y te glorías en Dios, 18 conoces su voluntad, e instruido por la Ley, sabes estimar lo mejor, 19 y presumes de ser guía de ciegos, luz de los que viven en tinieblas, 20 preceptor de rudos, maestro de niños, y tienes en la Ley la norma de la ciencia y de la verdad; 21 tú, en suma, que enseñas a otros, ¿cómo no te enseñas a ti mismo? ¿Tú, que predicas que no se debe robar, robas? 22 ¿Tú, que dices que no se debe adulterar, adulteras? ¿Tú, que abominas de los ídolos, te apropias los bienes de los templos? 23 ¿Tú, que te glorías en la Ley, ofendes a Dios traspasando la Ley? 24 Pues escrito está: “Por causa vuestra es blasfemado entre los gentiles el nombre de Dios.” 25 Cierto que la circuncisión es provechosa, si guardas la Ley; pero si la traspasas, tu circuncisión se hace prepucio. 26 Mientras que, si el incircunciso guarda los preceptos de la Ley, ¿no será tenido por circuncidado? 27 Por tanto, el incircunciso natural que cumple la Ley te juzgará a ti, que, a pesar de tener la letra y la circuncisión, traspasas la Ley. 28 Porque no es judío el que lo es en lo exterior, ni es circuncisión la circuncisión exterior de la carne; 29 sino que es judío el que lo es en lo interior, y es circuncisión la del corazón, según el espíritu, no según la letra. La alabanza de éste no es de los seres humanos, sino de Dios.
Continúa San Pablo su alegato contra los judíos en un ataque cada vez más directo e incisivo. Dos elementos nuevos entran en juego: la Ley (v. 12-24) Y la circuncisión (v.25-29), cosas ambas que eran para los judíos motivo de orgullo y que consideraban algo así como reaseguro infalible que les aseguraba un puesto en el reino de Dios. “Somos hijos de Abraham,” gritaron orgullosamente a Jesucristo, que trataba de llevarlos al buen camino (Jua 8:33); y, más o menos, esos mismos sentimientos de orgullo revelan también las frases que aquí les aplica San Pablo (v. 17-20). Se decía por algunos rabinos, según nos cuenta el Talmud, que Abraham “estaba sentado a las puertas del infierno y no permitía que entrase ninguno que estuviese circuncidado”; para el caso de grandes criminales, decían que el mismo Abraham les quitaba las señales de la circuncisión (cf. 1Ma 1:16; 1Co 7:18).
Pues bien, contra esa mentalidad absurda de confianza en los ritos exteriores, sin preocuparse de la rectitud interior, es contra la que lanza sus invectivas San Pablo. Comienza recalcando el principio, señalado ya antes (v.6), de que lo que realmente pesará en la balanza divina en el día del juicio, lo mismo para judíos que para gentiles, serán las obras de cada uno, con la única diferencia de que los judíos serán juzgados de conformidad con la ley dada a ellos, es decir, la ley mosaica, mientras que los gentiles, que no han recibido ninguna ley positiva, serán juzgados de conformidad con la ley natural impresa en sus corazones (v. 12-16). Ambas leyes, la mosaica y la natural, son expresiones de la voluntad de Dios, y el pecado está en no obrar de conformidad con esa voluntad 88. Es cierto que San Pablo nunca dice explícitamente que la ley natural, en virtud de la cual los hombres “son para sí mismos ley” (v.14), proceda de Dios; pero claramente se deduce de todo el contexto que ése es su sentir, pues de otro modo la ley natural no intimaría sus órdenes con tanto imperio e independencia, ni tenía por qué ser módulo por el que en el día del juicio “Dios por Jesucristo juzgará las acciones secretas de los hombres” (v.16; cf. Jua 5:22-30; Hec 17:31; 1Co 4:5).
A continuación, San Pablo, en los v. 17-24, hace una aplicación más directa a los judíos, acusándoles de quebrantar la Ley, a pesar del claro conocimiento que tienen de ella, siendo incluso motivo de que “entre los gentiles sea blasfemado el nombre de Dios” (v.24; cf. Isa 52:5; Eze 36:20); pues el desprecio hacia ellos recae de algún modo sobre el Dios del que se dicen servidores. El texto gramaticalmente resulta algo confuso, pues al período iniciado en el v.1y le falta la apódosis; sin embargo, no es difícil de suplir. No está claro a qué aluda San Pablo con ese “te apropias los bienes de los templos” (ίεροσυλεΐς) del v.22). Creen algunos que se trata de defraudaciones en los tributos que había que pagar al templo (cf. Mal 3:8-10), aunque otros, quizá más acertadamente, opinan que se trata de robos en templos y sepulcros paganos, contra el precepto expreso de la Ley (cf. Deu 7:5.25). De hecho, según Josefo89, parece que era éste un reproche que con frecuencia se echaba en cara a los judíos (cf. Hec 19:37).
Por fin, en los V.25-29, San Pablo precisa el verdadero sentido de la circuncisión, diciendo que forma un todo indivisible con la Ley, y que, si no se practica ésta, queda convertida en un signo meramente externo sin valor alguno espiritual. Hasta tal punto dice ser esto verdad, que si un gentil incircunciso observa la ley impresa en su conciencia, fundamentalmente correspondiente a la Ley mosaica, puede decirse más “circunciso” y más “judío” que los propios descendientes de Abraham; pues pertenece más realmente que ellos al verdadero pueblo de Dios, que juzga según las obras y no según las apariencias externas. Era éste un principio revolucionario para una mentalidad judía, al equiparar o poco menos la Ley mosaica con la ley natural, igualmente que había ya hecho en los v.14-15. Con este principio prepara ya su concepción del verdadero israelita, que concede al cristiano el derecho de reivindicar para sí las promesas hechas a Israel (cf. 9:6-8; Gal 3:29; Gal 6:16). De la circuncisión del “corazón” se hablaba ya en el Antiguo Testamento (cf. Lev 26:41; Deu 10:16; Jer 4:4).
Fuente: Biblia Comentada
inexcusable … tú que juzgas. Tanto los judíos (audiencia primordial de Pablo aquí, cp. el v. Rom 2:17) como los gentiles morales que creen estar exentos del juicio de Dios porque no han incurrido en los excesos morales descritos en el capítulo Rom 1:1-32, están en un error trágico. Tienen más conocimiento que los paganos inmorales (Rom 3:2; Rom 9:4) y por esa razón mayor responsabilidad (cp. Heb 10:26-29; Stg 3:1). te condenas a ti mismo. Si alguien tiene conocimiento suficiente para juzgar a otros, se condena a sí mismo porque muestra que tiene el conocimiento para evaluar su propia condición. haces lo mismo. En su condenación de los demás se han excusado y han pasado por alto sus propios pecados. La justicia en la opinión propia existe a causa de dos errores letales: 1) reducir a un mínimo el parámetro moral de Dios, casi siempre con un enfoque innecesario y exagerado en cuestiones externas, y 2) subestimar la profundidad de la propia pecaminosidad (cp. Mat 5:20-22; Mat 5:27-28; Mat 7:1-3; Mat 15:1-3; Luc 18:21).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Tras introducir la justicia que proviene de Dios (Rom 1:17), un tema que desarrolla con detalle (Rom 3:21-31; Rom 4:1-25; Rom 5:1-21), Pablo presenta evidencias irrefutables de la pecaminosidad del hombre, y subraya la necesidad imperiosa que tiene de esta justicia, la cual solo Dios puede proveer y transmitir. Presenta el caso de Dios contra la persona pagana, irreligiosa e inmoral (Rom 1:18-32; los gentiles), contra la persona religiosa y moral en apariencia (Rom 2:1-29; Rom 3:1-8; los judíos), y concluye con una demostración de que todos los hombres merecen por igual el juicio de Dios (Rom 3:9-20).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
RESUMEN: Habiendo mostrado en el primer capítulo que los gentiles estaban perdidos, y por eso necesitaban del evangelio de Jesucristo para ser salvos, ahora en el segundo muestra que de igual manera están perdidos los judíos y necesitan igualmente del mismo evangelio salvador.
2:1 — “oh hombre;” esta frase se refiere al judío. Pablo comienza dirigiéndose al individuo, sin identificar su raza. Más tarde la identifica, versículo 17.
— “juzgas” aquí significa condenas. Juzgaban los judíos a los gentiles en que pasaban sentencia contra ellos. Viendo los pecados de los gentiles, y sabiendo que eran dignos de la muerte por eso, los judíos condenaban a la muerte (y con razón) a los gentiles. Siendo correcto su juicio (o condenación), se condenaban a sí mismos porque practicaban lo mismo. Esto no lo estaban dispuestos a admitir.
Algunos tuercen este versículo para enseñar que es malo juzgar; que si uno juzga, es tan culpable como aquel a quien juzga. Pablo no critica al judío por su juicio o condenación al gentil; por el contrario, admite Pablo que es correcto su juicio o condenación. EL punto es que se juzgaban a sí mismos culpables de lo mismo y bajo la misma sentencia o condenación (véase el versículo 12).
Fuente: Notas Reeves-Partain
LA RESPONSABILIDAD DEL PRIVILEGIO
Romanos 2:1-11
Así que tú, hombre, que juzgas a los demás, tampoco tienes defensa. Cuando juzgas a otros te condenas a ti mismo; porque, aunque te eriges en juez, haces lo mismo que todos. Sabemos que los que hacen ciertas cosas están bajo el juicio de Dios, que no se basa más que en la realidad. ¿Estás haciéndote la cuenta, hombre, tú que te pones de juez de los que hacen esas cosas, que tú también haces, de que vas a escapar de la sentencia condenatoria de Dios? ¿O es que tratas con ligereza la riqueza de su amabilidad y aguante y paciencia, sin querer darte cuenta de que lo que pretende la amabilidad de Dios es conducirte al arrepentimiento? Lo que haces con tu insensatez y con tu corazón impenitente es almacenar ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios, que ajustará las cuentas a todas las personas según sus obras. A los que buscan gloria y honor e inmortalidad con constantes buenas obras, les asignará la vida eterna. Pero los que estuvieron dominados por la ambición, fueron desobedientes a la verdad y obedientes al mal, para ellos habrá ira e indignación, tribulación y aflicción. Estas son las cosas que sobrevendrán a todas las almas humanas que obran el mal, el alma de los judíos en primer lugar y también de los griegos; pero gloria y honor y paz serán la porción de todos los que obran el bien, el judío en primer lugar y también el griego, porque Dios no hace discriminaciones.
En este pasaje Pablo se dirige concretamente a los judíos. Su pensamiento se desarrolla de la manera siguiente.. En el pasaje anterior, Pablo ha descrito con los colores más sombríos el mundo pagano, que se encontraba bajo la condenación de Dios. Los judíos estarían totalmente de acuerdo con todos los términos de esa condenación; pero no considerarían ni por un momento que ellos se encontraban en la misma situación. Creían que ocupaban una posición privilegiada, porque Dios podría ser el Juez de los paganos, pero era el Protector especial de los judíos. Aquí Pablo les dice a los judíos que son tan pecadores como los gentiles, y que al condenar a los gentiles se están condenando a sí mismos; porque Dios los juzgará, no sobre la base de su herencia racial, sino por la clase de vida que viven.
Los judíos siempre se consideraban en una posición especialmente privilegiada con Dios. «Dios decían- no ama más que a Israel entre todas las naciones del mundo.» «Dios juzgará a los gentiles con una medida, y a los judíos con otra.» «Todos los israelitas tendrán parte en el mundo venidero.» «Abraham se sienta delante de la puerta del infierno, y no deja entrar a ningún israelita por malo que sea.» Cuando Justino Mártir estaba discutiendo con un judío acerca de la posición de los judíos en el Diálogo con Trifón, el judío decía: «Los que son descendientes de Abraham por naturaleza participarán del Reino eterno aunque sean pecadores e incrédulos y desobedientes a Dios.» El autor del Libro de la Sabiduría, comparando la actitud de Dios hacia los gentiles y los judíos, dice: «Porque a éstos probaste enseñándoles como padre; mas a los otros, como severo rey, condenándolos los pusiste en tormento» (11:9, Biblia del Oso). «Así que cuando a nosotros castigas, mil veces más azotas a nuestros enemigos» (12:22, ídem). Los judíos creían que todos tendrían que pasar por el juicio menos ellos; y que se librarían de la ira de Dios, aunque no fueran mejores que los demás, simplemente por ser judíos. Para salir al paso de esta situación, Pablo les recuerda cuatro cosas a los judíos.
(i) Les dice claramente que están comerciando con la misericordia de Dios. En el versículo 4 usa tres grandes palabras. Les pregunta: «¿No será que estáis abaratando la riqueza de su amabilidad y aguante y paciencia?» Vamos a fijarnos en estas tres grandes palabras.
(a) Amabilidad (jréstótés). (R-V benignidad). Trench dice:
«Es una hermosa palabra, y expresa una idea hermosa.» En griego hay dos palabras para bueno: son agathós y jréstós. Tienen matices diferentes. La bondad de uno que es agathós puede desembocar en reprensión, disciplina y castigo; pero la bondad de uno que es jréstós es siempre esencialmente amable. Jesús fue agathós cuando echó del Templo a los cambistas y a los vendedores de palomas con una ira al rojo vivo; pero fue jréstós cuando trató a la mujer pecadora que le ungió los pies y a la que había sido sorprendida en adulterio (Lucas 7 y Juan 8). Lo que Pablo dice realmente es: «Vosotros, judíos, estáis sencillamente tratando de sacar ventaja de la gran amabilidad de Dios.»
(b) Aguante (anojé). (R-V paciencia). Anojé es la palabra para tregua. Es verdad que quiere decir cese de hostilidades, pero que tiene un límite. Pablo les está diciendo a los judíos en realidad: «Creéis que estáis a salvo porque no os ha caído todavía el juicio de Dios; pero lo que Dios os está dando no es carte blanche para pecar, sino una oportunidad para arrepentiros y enmendaros.» Nadie puede seguir ofendiendo a Dios impunemente por tiempo indefinido.
(c) Paciencia (makrothymía). (R-V longanimidad). Makrothymía es una palabra que indica expresamente paciencia con las personas. Crisóstomo la definía como la cualidad del que se puede vengar y escoge deliberadamente no hacerlo. Pablo les está diciendo a los judíos: «No penséis que si Dios no os castiga es porque no puede. El que Su castigo no siga inmediatamente al pecado no es una señal de impotencia, sino de paciencia. Le debéis vuestra vida a la paciencia de Dios.»
Un gran comentarista ha dicho que casi todos tenemos «una vaga e indefinida esperanza en la impunidad», algo así como decirse: «No me pasará nada.» Los judíos llegaban todavía más lejos: Se atribuían abiertamente estar exentos del juicio de Dios. Jugaban con Su misericordia, lo mismo que siguen haciendo muchas personas todavía.
(ii) Pablo les decía a los judíos que estaban tomando la misericordia de Dios como una invitación a pecar más que como un incentivo a arrepentirse. Fue Heine el que hizo una famosa y cínica afirmación. No cabe duda de que no le preocupaba el otro mundo. Le preguntaron por qué estaba tan confiado, y contestó: » Dios me perdonará.» Y cuando le preguntaron que cómo estaba tan seguro, contestó: «C’est son métier», » Para eso está.» Considerémoslo en términos humanos: hay dos actitudes ante el perdón humano. Supongamos que un joven hace algo vergonzoso, que les produce tristeza y dolor a sus padres, y supongamos que se le perdona totalmente por amor, y aquello se olvida. Puede hacer una de dos cosas: puede ir y hacer lo mismo otra vez, asumiendo que se le perdonará otra vez; o puede sentirse movido a un agradecimiento tan grande por el generoso perdón que ha recibido, que pasa la vida tratando de ser digno de él. Una de las cosas más vergonzosas del mundo es el tomar el perdón que ha inspirado el amor como excusa para seguir pecando. Eso era lo que estaban haciendo los judíos. Y eso es lo que sigue haciendo mucha gente. La misericordia y el amor de Dios no han de hacernos pensar que podemos pecar porque no nos pasará nada; sino quebrantarnos el corazón de tal manera que procuremos no pecar nunca más.
(iii) Pablo insiste en que no hay nación que sea más favorecida que las demás en la economía divina. Puede que haya naciones a las que se les asigne una tarea o una responsabilidad especiales, pero ninguna a la que se le asigne un privilegio o una consideración especiales. Puede que sea verdad lo que dijo Milton de que, «Cuando Dios tiene una gran obra, se la encarga a Sus ingleses»; pero se tratará de una gran obra, no de un gran privilegio. Toda la religión judía se basaba en la convicción de que los judíos ocupaban una posición privilegiada y favorecida a los ojos de Dios. Puede que consideremos que esa es una actitud del pasado; pero, ¿lo es? ¿Es que no existe la barrera del color? ¿Es que ya no se da tal cosa como el sentimiento de superioridad sobre los que llamaba Kipling «las castas inferiores fuera de la ley»? Esto no es decir que todas las naciones tengan el mismo talento; pero sí que las más avanzadas no deberían mirar por encima del hombro a las otras, sino ayudarlas a avanzar.
(iv) Este es el pasaje de Pablo que deberíamos estudiar más a fondo para comprender exactamente lo que él pensaba; porque muchas veces se dice que a Pablo lo único que le importaba era la fe; y se suele marginar despectivamente como ajena al Nuevo Testamento una religión que haga hincapié en la importancia de las obras. Nada más lejos de la verdad. «Dios -decía Pablo- tratará a cada uno según sus obras.» Para Pablo, una fe que no producía obras era una fe de pega, o no era fe ni era nada. Él habría dicho que sólo se puede ver la fe de alguien en sus obras. Una de las tendencias religiosas más peligrosas es hablar de la fe y las obras como si fueran cosas diferentes. No hay tal cosa como una fe que no produce obras, ni obras que no sean el resultado de la fe. La fe y las obras van inseparablemente unidas. ¿Cómo va a poder juzgar Diosa nadie fuera de sus obras? No podemos decir cómodamente: «Yo tengo fe», y dejarlo ahí. Nuestra fe tiene que producir obras, porque es por las obras por lo que somos aceptados o condenados.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 2
2. EL PECADO DE LOS JUDÍOS (2,1-3,20)
En la sección precedente (1,18-32) flotaba ocasionalmente la idea de que había sido pensada de modo particular para describir el pecado de los paganos. La impresión se debe, sin duda, al hecho de que Pablo recurra en su exposición a las ideas del judaísmo de su tiempo sobre el mundo pagano y su corrupción, sin que por ello adopte la interpretación judía latente en tales imágenes. Pues, si bien en esta descripción de la condición pecadora del hombre tiene sobre todo ante los ojos la imagen de los vicios paganos, en conjunto su argumentación tiende a establecer la culpa de toda la humanidad delante de Dios.
A fin de precaver contra la impresión de que el judío está excluido de esta descripción de la humanidad pecadora y de que se encuentra en mejores condiciones que el gentil frente al juicio de la ira de Dios, Pablo se vuelve ahora expresamente contra la presunción de ser justo, tan propia del judío. A la luz del Evangelio, ésta aparece como el pecado típicamente judío. Pero el judío a quien Pablo se dirige aquí de modo particular, no hay que verle sólo como al representante de un pueblo determinado, sino como figura del hombre en general, en cuanto que éste siempre podría encontrar un motivo de disculpa frente a] juicio de Dios. De este dato se deduce algo que vamos a subrayar una vez más; a saber, que el Apóstol habla del judío como del gentil en un sentido estricto y exclusivamente teológico. La exposición de Pablo consta de cinco partes que acaban resumiéndose en un solo punto: «No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo» (3,10).
a) Presunción de los que juzgan a los demás hombres (Rm/02/01-16)
1 Por lo cual, no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas, que te eriges en juez. Pues en aquello por lo cual juzgas al otro, te condenas a ti mismo, ya que tú, que te eriges en juez, practicas aquellas mismas cosas. 2 Bien sabemos que el juicio de Dios recae realmente sobre quienes tales cosas practican.
Pablo habla directamente al «hombre», reprochándole lo que le es específico: que te eriges en juez. Teniendo en cuenta el material expositivo pagano de la descripción precedente, resulta natural ver en el hombre que juzga al judío, y en el otro al que aquél juzga, al gentil. De hecho Pablo tiene aquí ante los ojos al judío, aun cuando no lo diga de forma explícita. El judío aparece aquí como el prototipo del hombre que juzga a los demás. Ahora el Apóstol entra en juicio con el judío, que se cree justificado a sus propios ojos. El judío piensa que al menos el reproche de idolatría y de relaciones sexuales contra naturaleza no le afecta en la misma medida que al gentil. Pero, pese a que condena tales desenfrenos, en el fondo el judío no es mejor que quien practica tales cosas.
El judío podría ufanarse frente a los paganos por el conocimiento de Dios que posee, como parece indicar, por ejemplo, Sab 15:1 : «Pero tú, oh Dios nuestro, eres benigno y veraz…» Y más adelante: «A nosotros no nos ha inducido a error la humana invención de un arte mal empleado, ni el vano artificio de las sombras de una pintura, ni la efigie entallada y de varios colores» (v. 4). No es que el judío no tuviera conciencia de sus pecados, pero en definitiva sabía que habían sido eliminados por la «magnanimidad» y «misericordia» de Dios: «Aun si pecamos, tuyos somos, sabiendo como sabemos tu grandeza; pero no pecaremos sabiendo que somos considerados como tuyos» (Sab 15:2). Sin duda que esta confesión del judío piadoso es plenamente sincera y religiosa. No obstante, aun en ella puede reconocerse la jactancia del fariseo que se considera justo y que encontramos en Luc 18:11 : «¡Oh Dios!, gracias te doy por que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros. . . »
De lo que se deduce claramente que con la descripción del judío que juzga a los otros Pablo pone de relieve uno de los rasgos esenciales del judaísmo de su tiempo. Mas no le interesa trazar una caracterización, sino quitar de enmedio la ventaja que el judío esgrime frente al gentil. Y Pablo arriesga la afirmación audaz de que el judío, que juzga y condena a los otros, hace lo mismo que los gentiles. Lo cual requiere una explicación. No quiere decir que practique los mismos vicios o infamias morales, sino que el judío no es mejor en nada. También el judío, aun consciente de sus ventajas -ventajas de tipo institucional o ético- debe tener en cuenta su condición de criatura.
Que quien se sienta para juzgar olvida fácilmente que también será juzgada su propia conducta, es algo que responde a la experiencia humana de todos los días. Es justamente esa falta de memoria sobre la que Pablo llama la atención para demostrar así la inexcusabilidad de los judíos. Por aquí puede ya echarse de ver en qué consiste para Pablo el verdadero pecado de los judíos y del hombre en general: a saber, en su arrogancia y en su presunción de ser justo. Cuando el hombre se tiene por justo, la justicia de Dios no tiene nada que hacer.
3 ¿Piensas, oh hombre, que te eriges en juez de quienes practican tales cosas, a pesar de que tú mismo las haces, que vas a escapar al juicio de Dios? 4 ¿O es que menosprecias la riqueza de su bondad y de su paciencia y de su longanimidad, al no reconocer que esta bondad de Dios intenta llevarte a la conversión? 5 Pero, por tu dureza y tu impenitente corazón, te estás acumulando ira para el día de la ira, cuando se revele el justo juicio de Dios, …
Pablo quiere descubrir al judío su verdadera situación: no está precisamente justificado y por ello no escapará al juicio de Dios. Para redargüir al judío pone de relieve una vez más en el v. 4 que su confianza en la bondad, magnanimidad y paciencia de Dios es una audacia, ya que la bondad de Dios no le induce a conversión.
Conversión ¿hacia qué? ¿En el sentido tal vez de una vuelta a la alianza y a los mandamientos de Dios? Puesto que Pablo describe la condición pecadora de los judíos y de todos los hombres desde el punto de vista del Evangelio, el propósito de la «bondad de Dios» no puede interpretarse como un retorno a la antigua alianza renovada, sino justamente hacia el viraje decisivo y escatológico que se realiza con la fe en Cristo. Pero los judíos han respondido con obstinación y con un corazón impenitente a la oferta de salvación escatológica que Dios les ha hecho en Jesús.
Este es el verdadero pecado de los judíos, que en opinión de Pablo ha tenido numerosos precedentes en la historia del pueblo de Dios, transgresor una y otra vez de la alianza. En su comportamiento desleal dio Israel pruebas constantes de su dureza de corazón frente a las promesas de Dios, que tendían a la revelación de su justicia. A la luz del Evangelio se pone de manifiesto que el endurecimiento israelita contra las promesas de Dios llega a su máxima obstinación al rechazar el Evangelio. Este pecado justifica también, en último término, la cólera de Dios contra ellos en el «día de la ira» (cf. 1,18 y 2,16).
6…«el cual retribuirá a cada uno según sus obras» (Sal 62:13): 7 a quienes, siendo constantes en el bien obrar, buscan gloria, honra e inmortalidad, les dará vida eterna; 8 pero a quienes, obstinándose en la rebeldía y resistiendo a la verdad, se entregan a la perversión, los hará objeto de ira y furor. 9 Tribulación y angustia para todo hombre que se entrega al mal: tanto para el judío, primeramente, como también para el griego. 10 Por el contrario, gloria, honra y paz a todo el que practica el bien: tanto para el judío, primeramente, como también para el griego.
En el juicio de Dios cuenta la misma medida para todos: a cada uno se le recompensará según sus obras. Esta medida la establece Pablo de acuerdo con el tenor literal del Sal 62:13. De esa máxima de la Escritura no tanto se deduce un despersonalizador principio de retribución establecido por Dios, sino más bien la sujeción de todos los hombres al único juicio de Dios. Todos los hombres tienen conocimiento de tal medida; saben que lo que importa es hacer las obras de Dios y que, de conformidad con ello, cada uno ha de esperar la «vida eterna» o «ira y furor». Pablo pretende recordar aquí este conocimiento general y la esperanza consiguiente. Para ello repite -con un propósito claro de impresionar- la suerte contrapuesta de quienes obran mal y de los que obran bien, en los v. 9 y 10. Si Pablo pone aquí ante los ojos el juicio según las obras, lo hace ciertamente no sólo para recordar un principio ideal, sino con el fin de poner en claro, mediante la contraposición de la «vida eterna», la «gloria», la «honra» y la «paz», de una parte, y de otra la «ira y furor», la «tribulación» y la «angustia», aquello que cada uno puede ganar o perder ante el juicio de Dios.
En estos versículos tampoco puede pasarse por alto que Pablo pretende dirigirse aquí de modo particular a los judíos. Es sobre todo desde la primitiva experiencia misionera cristiana con los judíos como las expresiones empleadas aquí adquieren todo su significado. A este respecto son precisamente los judíos los que se han manifestado como los litigantes, como los contradictores que recusan la obediencia de la fe a la verdad del Evangelio. También por ello les alcanzará la ira de Dios antes que a los gentiles.
11 Pues no hay acepción de personas ante Dios.
En todo este contexto Pablo quiere establecer que todos los hombres son pecadores y todos están necesitados de la salvación de Dios. Con la máxima del v. 11 subraya una vez más la validez universal de la acción de Dios frente a todas las pretensiones del judío. Este v. 11 enlaza con los v. 1-3: en este orden de cosas el judío no está en mejores condiciones que el gentil. Con ello se mantiene la tensión entre la primacía del judío en la historia de la salvación y la universalidad del pecado. En esta tensión debemos ver, con el Apóstol, que Dios con su acción escatológica en el Evangelio no olvida sin más la historia de los hombres, sino que somete a juicio todas sus peculiaridades logradas en el curso de la historia.
12 Efectivamente, cuantos sin ley pecaron, sin ley perecerán, y cuantos dentro de la ley pecaron, por medio de la ley serán juzgados. 13 Porque, ante Dios, no son justos los que meramente oyen la ley; sino que los cumplidores de la ley serán justificados.
Ahora, los versículos 12 y 13 vuelven una vez más al tema de la universalidad del juicio, enfocando concretamente el empecinamiento con que los judíos se aferran a su ley. La no acepción de personas (v. 11) significa aquí también que no hay una acepción de la ley. La ley no protege del juicio. Por ello los gentiles, que estaban sin ley y sin ella pecaron, se pierden también sin la ley. En ese sentido, y a su manera, Pablo puede estar de acuerdo con los judíos. Mas también los judíos, que poseen la ley -y que por ello conocen las órdenes de Dios-, serán juzgados por la ley, lo cual quiere decir aquí que serán condenados. Pues -agrega Pablo a modo de aclaración- no son los oyentes de la ley los que son justos delante de Dios, sino que serán justificados los «cumplidores de la ley». Es éste el primer pasaje de la carta a los Romanos en que Pablo utiliza la palabra «justificar». Por el contexto resulta claro que se trata de una terminología forense; cosa que es preciso no perder de vista para comprender el concepto en el contexto inmediato.
¿Cómo es que Pablo llega en el v. 13 a poner de relieve con tanto énfasis la importancia de la acción humana, y con ella el cumplimiento de la ley, cuando por otra parte proclama «que el hombre no se justifica por las obras de la ley, sino solamente por la fe en Jesucristo» (Gal 2:16)? ¿No aparece en este pasaje de la carta a los Romanos, como en la acentuación del juicio según las obras, que hemos visto en los versículos precedentes, un resto todavía no reelaborado del pensamiento judío? Esta solución apenas puede satisfacer cuando se tiene en cuenta todo el entramado de la predicación paulina. Rom 2 no presenta una predicación del juicio independiente y yuxtapuesta al anuncio de la justificación, sino más bien la predicación de Pablo sobre el juicio en el contexto de la justificación. Quiere demostrar la severidad y universalidad del juicio de Dios, para sobre ese fondo destacar con mayor relieve el cambio que el acontecimiento cristiano ha introducido en la salvación. La máxima contenida en el v. 13, perfectamente judía en su significación, está superada por la nueva posibilidad que se ha abierto en el Evangelio.
14 Y así, los gentiles, que no tienen ley, cuando cumplen por naturaleza lo que ordena la ley, a pesar de no tener ley, ellos mismos son su ley. 15 Ellos dan prueba de que la realidad de la ley está grabada en su corazón, testificándolo su propia conciencia y los razonamientos con que se acusan y defienden recíprocamente. 16 Así se verá en el día en que, según mi Evangelio, Dios juzgue las interioridades de los hombres por medio de Jesucristo.
La diferencia, real en sí, entre judíos y gentiles queda allanada de cara al juicio de Dios. En los v. 14 y 15 muestra Pablo una vez más -junto a una divagación que realmente no continúa la demostración de la condición pecadora de los judíos- que incluso la posesión de la ley representa una diferencia muy relativa entre judíos y gentiles; pues, si éstos, que no tienen la ley, cumplen los mandamientos legales impulsados por su propia naturaleza, es una buena prueba de que quienes carecen de la ley ellos mismos son su ley. El v. 15 desarrolla aún más estas ideas. El ejemplo de los gentiles demuestra que llevan escritas en sus corazones las obras reclamadas por la ley.
No hay por qué discutir aquí si se trata sólo de una parte de los gentiles, es decir, de algunos gentiles o del mundo pagano en general; ni es tampoco cuestión de precisar si hacen todo lo que prescribe la ley mosaica. A Pablo lo que le interesa es la enunciada supresión de las diferencias entre judíos y gentiles.
Por naturaleza cumplen los gentiles lo que la ley ordena; idea que se corresponde con la del v. 15: en sus corazones llevan escritas las obras que impone la ley. Al igual que en 1,19 20, Pablo piensa aquí en la conexión íntima que vincula la criatura a su Creador. Es en la realidad de la creación en la que descansa, por consiguiente, la posibilidad de que los gentiles obren el bien como algo que la ley prescribe de forma positiva. Mas no deja de sorprender que Pablo hable de que los gentiles cumplen así realmente; pero es evidente que ello no afecta al estado general de pecado en que se encuentran los gentiles. Junto con las exigencias de la ley escritas en el corazón, también la conciencia desempeña una función de testigo. Es evidente que los «razonamientos con que se acusan y defienden recíprocamente» hay que entenderlos aquí como una explicitación del testimonio de la conciencia. La conciencia es, pues, una realidad que no se discute a los gentiles. Su existencia se demuestra en que los gentiles no viven sin ley; mejor dicho, en que «ellos mismos son su ley». La ley escrita en su corazón la experimenta el hombre como la voz de su conciencia. La conciencia es, por tanto, algo así como el lugar en que el hombre acoge el precepto de Dios.
A modo de conclusión, Pablo vuelve a recoger la idea, expresada ya en el v. 5 acerca del juicio que espera al judío, para poner una vez más a gentiles y judíos bajo el juicio de Dios. El día en que se celebre el juicio, el «día de la ira» (v. 5), es el día final en que acabará la actuación del hombre y se le exigirán cuentas de todas sus obras. Para Pablo aquel «día» no es una fecha que haya que esperar para un futuro lejano, sino que es una fecha escatológica que irrumpe ya en el presente. Y es que los acontecimientos últimos han empezado ya con Jesucristo. Por lo dicho en 1,18 ya no es posible separar el juicio airado de Dios de los acontecimientos escatológicos que condicionan el momento presente, y retrotraerlo hasta un futuro indefinido. Precisamente la aclaración de que el juicio llega «por medio de Jesucristo», «según mi Evangelio», da a entender que el juicio ya está en marcha al presente. El Evangelio que Pablo proclama afirma ante todo que la historia de la humanidad, cualquiera sea el modo en que se manifieste, está bajo el juicio de Dios.
b) Falsa seguridad del judío (Rm/02/17-29).
17 Pues si tú, que llevas el nombre de judío, y descansas seguro en la ley, y te sientes ufano de tu Dios; 18 que conoces su voluntad, y sabes apreciar, instruido por la ley, lo que es mejor, 19 y que estás convencido de que tú eres guía de ciegos, luz de los que están en tinieblas, 20 instructor de ignorantes, maestro de niños, que posees en la ley la expresión misma del saber y de la verdad…
Pablo continúa enfrentándose con el judío, y más en concreto con sus pretensiones y ventajas. En toda la sección puede advertirse un esfuerzo por no burlarse a la ligera del judío y por no aplastarlo con una acusación cerrada. Pablo contempla la situación del judío con una visión matizada; teniendo en cuenta la historia de la salvación, es un hecho manifiesto que no se puede negar un «primeramente» del judío frente al gentil.
Una enumeración en forma de lista, empieza con la alocución directa al judío que se jacta del nombre mismo de judío, pues van anejas a tal denominación determinadas pretensiones. Pablo empieza por dejar al judío en la conciencia de su propia estima sin ironías de ningún género, para después atraparle de forma irremediable en su culpa real. El timbre supremo de gloria lo tiene el judío en la ley. Todo lo demás, descrito en los v. 17-20, no es más que el desarrollo de esta afirmación central. Con la posesión de la ley el judío se asegura a Dios. Se siente ufano de su «Dios» con una cierta naturalidad, pues con la ley tiene en sus manos el documento de la alianza divina. Por la ley conoce la «voluntad» de Dios, aprendiendo así a juzgar lo que más importa. Y como conocedor de la voluntad divina por medio de la ley, entiende, penetra y tiene respuesta para las distintas situaciones de la vida.
En el v. 19 hay un cambio de orientación en el recuento de los títulos gloriosos del judío, apuntando en concreto hacia aquellos para quienes el judío debe ser algo, es decir, hacia los gentiles. Se da por supuesto que todo aquello que el judío pretende poseer, no sólo está destinado a los mismos judíos, sino también hacia quienes carecen de tales cosas. Eso lo sabe el propio judío, de ahí que también él intente ganarse a los gentiles para la ley y quiera hacer prosélitos. Los cuatro rasgos de los v. 19s describen con giros formulistas la pretensión dirigente del judío: se considera guía de los ciegos, luz que alumbra en las tinieblas, educador de los ignorantes y maestro de los menores de edad. Pablo utiliza aquí la tradición veterotestamentaria y judía.
Hay que recordar una frase de Mat 15:14, donde Jesús dice de los fariseos: «son ciegos que guían a otros ciegos». Que los «guías de ciegos» estén también privados de la vista agudiza la situación funesta en que se encuentra Israel.
De hecho el judío sólo puede justificar tales pretensiones si, como asegura el v. 20b a modo de conclusión, tiene «en la ley la expresión misma del saber y de la verdad». Con ello señala Pablo el núcleo del que se derivan los privilegios judíos. Como al principio del v. 17 aparecía la ley cual expresión de la conciencia judía, así aparece también en el v. 20, que cierra este largo período. Por lo demás, Pablo utiliza los mencionados privilegios y pretensiones en un sentido contrario, no para establecer y confirmar la posición privilegiada del judío, sino para poner más de relieve su inexcusabilidad.
21 Pues bien: tú que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas no robar, ¿robas? 22 Tú que dices que no hay que cometer adulterio, ¿lo cometes? Tú que abominas de los ídolos, ¿saqueas sus templos? 23 Tú que te sientes ufano de la ley, ¿deshonras a Dios con la transgresión de la ley? 24 Pues, según está escrito, «el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles a causa de vosotros» (Isa 52:5).
Con el v. 21 subraya Pablo el «tú, que enseñas a otro»… enlazando así con el motivo de jactancia del judío al que antes se ha referido de forma explícita. Con el «enseñar» reasume el título de «maestro de niños» del v. 20, para desarrollar ad absurdum la pretensión del judío. Tú, con todo y enseñar a los otros, ¿no te instruyes a ti mismo? Aquí se echa ya de ver claramente adónde apunta Pablo: a desenmascarar la presunción de justicia del judío invalidando así sus pretensiones. Remata con la misma fórmula estilística las tres frases siguientes. En cada una de las tres preguntas menciona un pecado grave, por no decir un verdadero crimen: proclamas que no hay que robar ¿y robas? Dices que no hay que cometer adulterio ¿y lo cometes? Aborreces a los ídolos ¿y practicas el expolio de los templos? Con esto último se señala una contravención singularmente grave. Los motivos de un judío para despojar un templo pagano podían ser de diversa naturaleza. Pablo sólo señala aquí que la abominación que el judío ve en los ídolos pasa a la actuación y actitud abominable del propio judío.
El v. 23 constituye una síntesis. La expresión clave es la transgresión de la ley. Con ella aflora la contradicción que media entre la actitud jactanciosa del judío, que se funda en la posesión de la ley, y su conducta práctica, que se define de forma clara y tajante como una transgresión de la ley. Con ello se pone de manifiesto cuál es en definitiva la culpa del judío: deshonra a Dios, lo que quiere decir que no observa el mandamiento primero y fundamental del decálogo: hacer que Dios sea totalmente Dios.
Puesto que el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles, concluye Pablo apoyándose en una cita de la Escritura. Dada la idea que tienen de sí mismos y dada su conciencia misionera, la conducta de los judíos debía llevar al reconocimiento de Dios entre los gentiles. Pero aquí ocurre justamente lo contrario: el comportamiento judío es causa de que se blasfeme el nombre de Dios entre los paganos.
25 La circuncisión, desde luego, tiene su valor si observas la ley; pero si eres transgresor de la ley, el estar circuncidado viene a ser como si no lo estuvieras. 26 Por el contrario, si el no circuncidado observa las prescripciones de la ley, su incircuncisión ¿no le ha de valer como circuncisión? 27 Más aún: el que físicamente no está circuncidado pero cumple la ley, te juzgará a ti, que, a pesar de la letra de la ley y de la circuncisión, eres transgresor de esa ley.
Pablo empieza, como siempre que se dirige a tales interlocutores, por discutir precisamente el problema de la circuncisión: pues, por lo que se refiere a la circuncisión, sólo te aprovecha si observas la ley. Supone el Apóstol una conexión intrínseca entre ley y circuncisión. Lo mismo ocurría ya en la carta a los Gálatas. Según Gal 5:3, todo hombre que se deja circuncidar se compromete a «cumplir» la ley. Que la circuncisión sólo aprovecha cuando se cumple la ley es «un principio que los doctores del rabinismo habrían rechazado, pues para ellos la circuncisión como tal tenía fuerza para librar a todo israelita del fuego del gehinnom y para convertirle en hijo del mundo futuro». La circuncisión se entendía casi como un principio de salvación, porque representa, por sí sola, una parte esencial del cumplimiento de la ley. Pablo no procede ciertamente ajustándose con detalle al punto de vista judío. Mas su reproche apunta a la seguridad de la salvación que el judío afirma, tanto por motivo de la circuncisión como de la ley. Lo que Pablo pretende es justamente sacudir esta seguridad del judío al referirse de modo explícito al principio que rige el mundo legal: la ley obliga a la práctica. Pero, por lo que a la acción se refiere, Pablo ha establecido en la perícopa precedente que el hombre es un transgresor de la ley. «Pero, si eres transgresor de la ley, el estar circuncidado viene a ser como si no lo estuvieras» (v. 25b); es decir, que nada te aprovecha la circuncisión, y no representa más que un vano motivo de jactancia.
Lo que a Pablo interesa es remover de bajo los pies del judío el terreno de la falsa seguridad en que se mueve. Por ello da ahora un paso más reasumiendo el enfrentamiento con los gentiles al que ya se había referido en los v. 12-15. Allí incluso había podido atribuir a los gentiles, como gente «sin ley» por naturaleza, cierta observancia de la ley, que pone de manifiesto que llevan escrito en el corazón lo que la ley exige (v. 15). Ahora bien, si los incircuncisos cumplen de hecho las prescripciones jurídicas de la ley, ¿no atribuye el v. 26 a los incircuncisos todo aquello que la circuncisión convierte en título de honor? Pablo piensa aquí sin duda en las promesas ligadas a la circuncisión. Le gustan las paradojas y por ello su fórmula, quizás un poco retorcida, de que la incircuncisión se les imputa como circuncisión. Quizás habría que decir con mayor exactitud: la observancia práctica de la ley se les imputa como una circuncisión. De este modo, y según el v. 27, los gentiles que «por naturaleza» son incircuncisos y que no obstante cumplen la ley, acabarán por juzgar a los judíos, en razón del cumplimiento objetivo de la ley, los cuales se muestran como transgresores de la ley, pese a tener la letra de la misma y la circuncisión. Con ello, las relaciones entre judío y gentil, establecidas en 2,10, se invierten por completo. Como pasaje paralelo de los Evangelios se nos presenta Mat 12:41 ( = Luc 11:32; Q): «Los habitantes de Nínive comparecerán en el juicio con esta generación y la condenarán.»
28 Porque no es judío el que lo es en lo externo, ni es circuncisión la que se ve en lo externo, en la carne; 29 al contrario, es verdadero judío quien lo es interiormente, y la verdadera circuncisión es la del corazón, hecha según el espíritu, no según la letra. Un judío así recibe alabanza, no de los hombres, sino de Dios.
Los versículos 28-29 representan una conclusión necesaria y general de todo el desarrollo precedente. Se trata del verdadero judío. Y no es «judío» en realidad el que lo es sólo en lo exterior, sino más bien quien lo es en lo oculto. Este juicio lo deduce Pablo del contraste precedente entre circuncisión e incircuncisión. De ahí su formulación paralela al principio acerca del verdadero judío: la verdadera circuncisión no es la que se muestra en la carne y puede exhibirse externamente, sino «la circuncisión del corazón».
Esta conclusión final no deja de sorprender desde el punto de vista de toda la sección. Lo que realmente cabía esperar al final del capítulo era la condena del judío; supuesto todo lo anterior, habría que decir que el judío no es mejor que los gentiles. Realmente había que esperar una conclusión en el sentido de afirmar la condición general pecadora, de la que Pablo quiere hablar. En lugar de eso, ahora habla del contraste entre el judío verdadero y el falso. Mas ¿puede hablarse de hecho del «verdadero judío» en la época anterior a Cristo y bajo el pecado? Se ve cómo Pablo al afrontar la cuestión del «verdadero judío» va más allá del contexto precedente. Es evidente que sus afirmaciones sobre la condición universal de pecadores, en la que veía incluidos también a los judíos, se entrecruzan ahora de una forma intencionada con una visión que anticipa el nuevo orden de la pertenencia a Cristo, en el que se realiza de una forma efectiva «la circuncisión del corazón».
Ya en el Antiguo Testamento hablaron los profetas de la circuncisión del corazón. En Eze 44:7.9 el concepto permanece aún dentro de los estrechos límites del judaísmo: todavía se identifican un «corazón incircunciso» y una «carne no circuncidada». La crítica se anuncia en Jeremías: «Circuncidados para Yahveh y separad el prepucio de vuestro corazón» (Eze 4:4). «Si todas las naciones son incircuncisas según la carne, toda la casa de Israel es incircuncisa de corazón» (Eze 9:26). Si el contraste entre la circuncisión externa y la circuncisión del corazón es perfectamente corriente en el pensamiento veterotestamentario y judío, no es menos cierto que en Pablo adquiere una nueva dimensión. Así, en Flp 3:3 proclama en tono polémico: «Pues nosotros somos la circuncisión, los que practicamos el culto según el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Jesucristo, y no ponemos nuestra confianza en la carne, aunque yo pudiera poner confianza también en la carne. Si algún otro cree tener razones para confiar en la carne, yo mucho más.» A los ojos de Pablo resulta, pues, claro que la verdadera circuncisión se realiza en los cristianos.
La idea flota también en los versículos finales de Rom 2. En este sentido apunta sobre todo la oposición entre espíritu y letra. Con ella no sólo0 se indica la oposición entre el interior y el exterior, o entre el espíritu y la materia, sino la oposición entre el hombre viejo y el hombre nuevo. Ese hombre nuevo, surgido en Cristo y por la fe en él, acaba por obtener el reconocimiento de Dios.
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
Mat 7:1-2.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
El juicio imparcial de Dios. El propósito de Pablo en esta sección es el de colocar al judío en la misma categoría que el pecador gentil en el cap. 1. Lo hace en tres etapas. Los vv. 1-5 contienen el corazón de la acusación de Pablo: el judío (el “blanco oculto” detrás del “tú” a quien Pablo se dirige) hace las “mismas cosas” que hacen los gentiles y por lo tanto está sujeto al mismo juicio. Pablo continúa esto con dos párrafos en los cuales se aparta de su estilo de “denuncia” para explicar y desarrollar los cargos que hizo en los vv. 1-5. Defiende su acusación al judío mostrando que la imparcialidad de Dios, enseñada en el AT y en el judaísmo, exige que él no tenga favoritos sino que trate a cada persona de la misma manera, sea judío o gentil (6-11). Tampoco la posesión de la ley mosaica por parte de los judíos hace que la situación del judío sea demasiado diferente de la del gentil; porque no es el “tener” la ley lo que importa delante de Dios, sino el ser hacedores de la ley y, en última instancia, los gentiles también tienen, en cierto sentido, la ley de Dios (12-16).
La expresión por lo tanto en el v. 1 es, a primera vista, difícil de entender. ¿Cómo puede la condena de Pablo a los gentiles (1:18-32) conducir a la conclusión de que los judíos están bajo condena también? Algunos sugieren que se trata simplemente de una expresión de transición, carente de fuerza lógica; otros (p. ej. Cranfield) que 1:18-32 no se refiere en realidad a los gentiles sino a todas las personas. Lo más probable parecería ser una adaptación de esta última sugerencia. Mientras el lenguaje utilizado por Pablo en los vv. 20-32 indica que está pensando solamente en gentiles, los vv. 18, 19 incluyen a toda persona. Como ya hemos señalado, estos versículos constituyen el encabezamiento para todo el bloque de 1:18-3:20, y es a estos versículos a los que ahora Pablo regresa en 2:1. Debido a que la ira de Dios se revela desde el cielo contra “todas” aquellas personas que detienen la verdad de Dios [tú], por lo tanto, no tienes excusa. Porque cualquiera que sea que juzga a los pecadores gentiles que Pablo describe en 1:20-32, también se está juzgando a sí mismo o a sí misma. Esto se debe a que el que está juzgando está haciendo lo mismo. En tanto que no todas las personas están comprometidas en grosera idolatría y promiscuidad sexual, ninguna persona está libre de culpa con respecto a los pecados detallados en los vv. 29-31: p. ej. avaricia, aborrecimiento de Dios, soberbia. Y quizá, en el sentido más amplio, aun el judío que pone la ley, o su circuncisión, o su piedad por encima de la devoción a Dios, es culpable de idolatría. Debido a que el juicio de Dios es según verdad, es decir, siempre está en total armonía con la realidad (2), él no puede simplemente pasar por alto tal pecado (3). Toda la argumentación de Pablo en estos tres primeros versículos puede entonces resumirse en tres proposiciones: el juicio de Dios recae sobre aquellos que hacen “tales cosas;” aun aquel que, creyéndose justo, juzga a los otros, hace “tales cosas”; por lo tanto, aun el juez que se piensa justo está sujeto al juicio de Dios.
La pregunta retórica en el v. 4 expone los falsos preconceptos a partir de los cuales este juez lleno de justicia propia está juzgando a los demás. Que Pablo está hablando a un judío, y reflejando una situación real, es evidente a partir de que el sentimiento y aun muchas de las palabras que forman su pregunta están tomadas del libro judío intertestamentario Sabiduría de Salomón. Luego de reprender a los gentiles por su idolatría y sus pecados en los caps. 13-14 (un texto del cual Pablo hace un paralelo en 1:18-32), el autor de este libro dice en 15:1-2: “Mas tú, Dios nuestro, eres bueno [crestos] y verdadero, paciente [makrothumeo] y que con misericordia gobiernas el universo. Aunque pequemos, tuyos somos, porque conocemos tu poder” (BJ). Indudablemente que lo que Pablo está debatiendo es precisamente esta presunción de exclusión automática del juicio de Dios. El judío que no se arrepiente sinceramente no quedará libre en el juicio simplemente porque él o ella son parte del pueblo del pacto de Dios. Tal persona está, en efecto, “acumulando sobre sí” ira para el día … del justo juicio de Dios (5).
El v. 6 está muy ligado al v. 5, pero en realidad introduce una nueva sección. El tema de esta sección se expresa tanto en el v. inicial como el final: No hay distinción de personas delante de Dios (11); él recompensará a cada uno conforme a sus obras (6). Pablo emplea esta misma técnica para detallar los dos posibles resultados del juicio imparcial de Dios: vida eterna para aquellos que hacen el bien (vv. 7 y 10), e ira para aquellos que pecan (vv. 8 y 9). El siguiente bosquejo muestra esta estructura:
A El juicio equitativo de Dios (v. 6)
B Vida para aquellos que hacen el bien (v. 7)
C Ira para aquellos que hacen el mal (v. 8)
C Ira para aquellos que hacen el mal (v. 9)
B Gloria para aquellos que hacen el bien (v. 10)
A La imparcialidad de Dios (v. 11)
Pablo aplica esta enseñanza acerca del juicio imparcial de Dios en forma explícita, tanto a judíos como gentiles (9, 10), revelando su propósito general de mostrar que el parámetro de Dios para juzgar a los judíos no será en nada diferente del que él utiliza para evaluar a los gentiles. Para ambos, es el “hacer” lo que será decisivo. Que el hacer mal incurrirá en la ira de Dios no es sorpresa y representa una enseñanza bíblica totalmente consecuente. ¿Pero qué quiere decir Pablo cuando asevera que las personas que hacen el bien obtendrán vida eterna (7; cf. v. 10)? Dado que Pablo en otro lugar deja sentado que las personas solamente pueden alcanzar la vida eterna a través de la fe (1:17; 3:20-22), él no puede estar significando que en realidad las personas pueden salvarse simplemente haciendo buenas obras. Algunos estudiosos (p. ej. Cranfield) creen que Pablo está describiendo a los cristianos, cuyas buenas obras demuestran la realidad de su nueva vida. Pero Pablo dice que es el hacer bien en sí mismo lo que trae aparejada vida. Es mejor, entonces, considerar estas declaraciones como aseveraciones generales de principio: si alguno persevera en hacer el bien (ver v. 7), esa persona obtendrá vida eterna. Pero lo que Pablo dejará aclarado en otro lugar es que, en realidad, ninguna persona, desde la caída de Adán, puede perseverar en hacer ese bien (ver 3:9-18, 23). El propósito de Pablo en este punto no es el de mostrar de qué manera una persona puede salvarse, sino dejar sentados los parámetros de la evaluación de Dios aparte del evangelio. Estos parámetros son los mismos para todos, sean judíos o gentiles, blancos o negros.
Un judío que escuchara el argumento de Pablo en este punto seguramente habría ofrecido una objeción decisiva: ¿Acaso el hecho de que los judíos son el pueblo elegido de Dios, y que han recibido su ley como una señal de su pacto, no los coloca en posición muy diferente a la de los gentiles frente al juicio de Dios? Pablo se anticipa a esta objeción y ofrece una respuesta preliminar en los vv. 12-16. Al igual que en los vv. 6-11, el propósito de Pablo es el de eliminar toda distinción entre judío y gentil en lo que respecta al juicio final de Dios. Esto lo lleva a cabo dejando dos puntos en claro. Primero, que no es simplemente el poseer la ley lo que eximirá al judío del juicio; sólo si es obedecida concretamente habrá de hacerle algún bien al judío (12, 13). Aquellos que pecaron sin la ley y aquellos que pecaron teniendo la ley (12) claramente son gentiles y judíos respectivamente. Esto no deja lugar a dudas de que Pablo utiliza aquí la palabra “ley” (gr. nomos) como generalmente hace, para referirse a la ley de Moisés. Tanto judíos como gentiles serán condenados por la ley (12) porque son solamente aquellos que obedecen la ley los que serán justificados delante de Dios (13). La lógica de estos versículos permite asumir que no hay persona que sea capaz de obedecer la ley de Dios tan suficientemente como para llegar a ser justa delante de él.
El segundo punto que Pablo deja en claro aquí es que los gentiles mismos poseen la ley de Dios, de modo que en realidad no hay tanta diferencia entre el judío y el gentil como el judío podría creer (14, 15). Los gentiles no tienen la ley de Moisés, pero al practicar por naturaleza el contenido de la ley, p. ej. observando algunos de los parámetros de la ley de Dios -no cometiendo homicidio, robo, adulterio; honrando a los padres- ellos revelan que son ley para sí mismos. Lo que Pablo quiere decir con esto se expresa de manera detallada en el v. 15: La obra de la ley está escrita en sus corazones. Prestando su conformidad ocasional a las demandas de la ley de Dios, estos gentiles demuestran que tienen acceso a las demandas morales de Dios. Aun sin poseer la ley escrita, tienen en su ser interior cierto conocimiento de los requerimientos de Dios, de manera que sus conciencias pueden, en cierta medida, controlar con precisión su actuar conforme a la voluntad de Dios (15b). Aquí Pablo suplementa su enseñanza respecto de la “revelación natural” en el cap. 1, recordándonos que toda persona tiene algún conocimiento de la voluntad moral de Dios. No obstante, como generalmente sucede con la revelación natural, este conocimiento no puede conducir a la salvación; el v. 15b no quiere decir que algunos gentiles quizá lleguen a salvarse en el juicio, sino que cada gentil tendrá algunos pensamientos que lo “acusarán” y algunos que lo “excusarán”.
El paréntesis con que la VHA encierra los vv. 14, 15 sugiere que debemos leer el v. 16 como la continuación del v. 13: la declaración de justo por parte de Dios se producirá en el día en que Dios juzgue los secretos de los hombres, por medio de Cristo Jesús; pero los vv. 14 y 15 son parte integral del argumento de Pablo. El v. 16, entonces, probablemente deba conectarse con el v. 15b: los “razonamientos” en conflicto de las personas serán revelados y utilizados como evidencia en el día del juicio por el Dios que tiene perfecto conocimiento de nuestros corazones (ver 1 Sam. 16:7; Sal. 139:1, 2; Jer. 17:10).
Nota. 14 Algunos estudiosos consideran que Pablo está describiendo a los cristianos gentiles en los vv. 14, 15, pero esto es improbable. Los cristianos gentiles no hacen las cosas de la ley por naturaleza; y la totalidad del argumento de Pablo tiene muchos rasgos similares a una enseñanza popular entre los griegos respecto de la “ley natural” que posee todo ser humano.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
2.1 Cuando sintamos cólera justificada por el pecado de alguien, debiéramos tener cuidado. Debemos hablar en contra del pecado, pero debemos hacerlo con espíritu de humildad. A menudo los pecados que vemos con más claridad en otros son los que tienen raíces en nosotros. Si nos miramos con cuidado, descubriremos que cometemos el mismo pecado en las más diversas formas socialmente aceptables. Por ejemplo, un chismoso quizás critique con obstinación a otros que chismean en su contra.2.1ss Cuando la carta de Pablo se leyó en la iglesia de Roma, sin duda muchas cabezas asintieron al condenar el culto idolátrico, las prácticas homosexuales y la violencia. Pero cuán sorprendidos se habrán sentido cuando se volvió a ellos y les dijo: «¡No tienen excusa. Ustedes son tan malos cono ellos!» Pablo afirmaba enfáticamente que nadie es suficientemente bueno para salvarse a sí mismo. Si deseamos evitar el castigo y vivir con Cristo para siempre, todos -no importa si somos homicidas, irrespetuosos, ni si somos ciudadanos honestos, trabajadores, excelentes- debemos depender por completo de la gracia de Dios. Pablo no discute si algunos pecados son peores que otros. Cualquier pecado es suficiente para llevarnos a depender de Cristo en cuanto a la salvación y la vida eterna. No hay otro camino, aparte de Cristo, por medio del cual uno puede ser salvo del pecado y sus consecuencias, y todos hemos pecado reiteradamente.2.4 En su bondad, Dios retarda su juicio para darle tiempo a la gente para que se arrepienta. Es muy fácil confundir la paciencia de Dios con la aprobación de la forma equivocada en que vivimos. La auto evaluación es difícil, y más difícil aún es sincerarnos con Dios y permitirle que nos diga en qué debemos cambiar. Sin embargo, como cristianos debemos orar siempre a fin de que Dios nos señale nuestros pecados y nos cure. Es lamentable, pero es más fácil sorprendernos de la paciencia que Dios tiene con otros, que humillarnos ante la que El tiene con nosotros.2.5-11 A pesar de que por lo general no recibimos el castigo inmediato por cada pecado, el juicio final de Dios es cierto. No sabemos con exactitud cuándo ocurrirá, pero sabemos que nadie escapará del encuentro final con el Creador. Si desea más información acerca del juicio, véase Joh 12:48 y Rev 20:11-15.2.7 Pablo dice que los que con paciencia y perseverancia hacen la voluntad de Dios tendrán vida eterna. No contradice su declaración anterior de que la salvación es solo por fe (1.16, 17). Las buenas obras no nos salvan, pero cuando entregamos nuestra vida por completo a Dios, queremos agradarle y hacer su voluntad. Por lo tanto, nuestras buenas obras son una demostración de agradecimiento por lo que Dios ha hecho, no un prerrequisito para obtener su gracia.2.12-15 La gente se condena no por lo que desconoce, sino por lo que hace con lo que sabe. Quienes conocen la Palabra escrita de Dios y su Ley serán juzgados por ellas. Quienes nunca han visto una Biblia saben diferenciar entre lo bueno y lo malo, y se les juzgará por no haber tomado en cuenta ni siquiera las normas que su conciencia les dictaba. A menudo, el juicio de Dios se ve obstaculizado por nuestro sentido moderno del proceso legal y los derechos del individuo. Pero recuerde que las personas suelen violar las normas que crearon para ellas mismas.2.12-15 Si viajara alrededor del mundo, descubrirá en cada sociedad evidencias de la Ley moral de Dios. Par ejemplo, todas las culturas prohíben el homicidio y aun así en todas las sociedades esa ley se quebranta. Pertenecemos a un género terco. Sabemos lo que es bueno, pero insistimos en hacer lo malo. Admita ante usted y ante Dios que encaja en el molde humano y que a menudo no cumple con las normas establecidas (mucho menos con las de Dios). Ese es el primer paso hacia el perdón y la santidad.2.17ss Pablo continúa desarrollando su argumento en el sentido de que todos somos culpables delante de Dios. Después de describir el fin de los incrédulos, los gentiles paganos, se ocupa de los religiosos privilegiados. A pesar del conocimiento que tienen de la voluntad de Dios, también tienen culpa por no vivir lo que creen. Quienes han crecido en hogares cristianos son los religiosos privilegiados de hoy. La condenación de Pablo es aplicable a ellos si no llegan a vivir conforme a lo que saben.2.21, 22 Pablo indica a los judíos que necesitaban autojuzgarse por la Ley y no juzgar a otros. Conocían muy bien la Ley y sabían cómo justificar sus acciones mientras criticaban a los demás. Pero la Ley es más que la «letra». Es una pauta para vivir de acuerdo a la voluntad de Dios y también es una advertencia de que no podemos vivir rectamente sin mantener una relación con Dios. Cómo Jesús destacó, retener lo que pertenece a alguien es robar (Mar 7:9-13) y mirar a otra persona para codiciarla es adulterio (Mat 5:27-28). Antes de acusar a otros, debemos mirarnos y verificar si ese pecado, en cualquiera de sus formas, está en nosotros.2.21-27 Estos versículos son una crítica mordaz a la hipocresía. Es mucho más fácil decir a otros cómo comportarse que vivir como es debido. Es más fácil decir las palabras buenas que permitirles que echen raíces en nosotros. ¿Aconseja a otros que hagan algo que usted no está dispuesto a hacer? Procure que sus palabras las avalen sus acciones.2.24 Si usted dice formar parte del pueblo de Dios, su vida debe reflejar a Dios. Cuando le desobedece, deshonra su nombre y por ello la gente incluso puede hablar mal de Dios. ¿Qué piensa de Dios la gente al contemplar su vida?2.25-29 La palabra circuncisión se refiere a la señal del pacto de Dios con su pueblo. Se requería que todos los varones judíos se sometieran a este rito (Gen 17:9-14). Para Pablo, ser judío (circuncidado) no significaba nada si la persona no obedecía las leyes de Dios. Por otro lado, los gentiles (incircuncisos) podían recibir el amor y la aprobación de Dios si guardaban sus mandamientos. Pablo pasa a explicarnos que el verdadero judío (uno que tiene el favor de Dios) no es la persona circuncidada (un judío «exteriormente»), sino aquel cuyo corazón es recto delante de Dios y le obedece (un judío «en lo interior»).2.28, 29 Ser judío significaba formar parte de la familia de Dios y heredar todas sus promesas. Sin embargo, Pablo aclara que la membresía en la familia de Dios se basa en cualidades internas, no externas. Todos los que tengan corazones rectos son judíos en verdad, o sea, miembros de la familia de Dios (véase también Gal 3:7). Así como la circuncisión no era suficiente para los judíos, tampoco lo es asistir a la iglesia, ser bautizado, confirmado o aceptado como miembro. Dios busca nuestra sincera entrega y obediencia. (Si desea más información acerca de la circuncisión del corazón, véanse también Deu 10:16; Jer 4:4.)
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
REFERENCIAS CRUZADAS
a 98 Rom 2:9; Rom 9:20
b 99 Rom 14:10; Stg 4:11
c 100 Mat 7:5
d 101 Rom 2:21
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
1 (1) Lo cual significa pronunciar juicio, critican. Así también en los versículos siguientes.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
Pablo muestra ahora, primero sutilmente (vv. Rom 2:1-16), después abiertamente, que los judíos estaban sin defensa.
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
28 (ii) El juicio de Dios contra los judíos (2,1-3,20). Pablo se dirige a un oyente imaginario que aplaude con entusiasmo su descripción del fracaso moral de los paganos. Ese tal no es mejor que el pagano, pues, pese a una cultura moral superior, no hace lo que cabría esperar que hiciera. Por tanto, no escapará al juicio divino.
La identidad del anthrópos de 2,1-16 es objeto de discusión. Para Crisóstomo y Teodoreto era el juez secular o la autoridad romana; para Orígenes, el obispo, sacerdote o diácono cristiano; para T. Zahn, el filósofo o moralista pagano. Pero muchos intérpretes modernos ven en él a un judío que se juzga superior al pagano debido a los privilegios de su pueblo. En 2,17 se menciona explícitamente al judío, y los w. 1-16 parecen ser sólo una preparación para esa identificación. Los w. 12-16 demuestran que el conocimiento de las ordenanzas divinas no es exclusivo del judío; algunas prescripciones de la Torá son conocidas incluso para los paganos. El judío es así término implícito de comparación. Además, estos versículos sirven de apoyo a 2,9-10, donde judío y griego son puestos en pie de igualdad ante Dios; los w. 1-8 preparan para esta opinión. Por lo tanto, 2,1-16 es una crítica indirecta del judaismo que se vuelve abierta en el v. 17; al final obliga al judío a emitir sentencia contra sí mismo.
Al desarrollar su argumento, Pablo enuncia el principio general del juicio imparcial de Dios (2,1-11), demostrando que la posesión de la ley no es garantía alguna frente a la ira divina (2,12-16) y anunciando que Dios condenará al judío lo mismo que al gentil (2,17-24) -y esto pese a la circuncisión (2,25-29)-. Véase Sab 11-15; cf. Cranfield, Romans 137-142; J. M. Bassler, Divine Impartiality (SBLDS 59, Chicago 1982). Los w. 1-11 y 17-19se consideran a menudo como un ejemplo de diatribe (-> Teología paulina, 82:12). 29 1. por eso: Normalmente, la partícula dio introduce una conclusión de lo que precede; en este caso es de transición e introduce un tema nuevo, tú que juzgas: Lit., «quien quiera que juzgas». Tal uso de anthrópos en una interpelación es característico de las diatribas en Epicteto (véanse también 2,3; 9,20). tú mismo te condenas: Lema de esta sección: tú mismo eres pecador y objeto de la ira de Dios. 2. juicio de Dios: El sustantivo krima puede significar meramente «pleito» (1 Cor 6,7) o «decisión», «juicio» (Rom 11,33); pero frecuentemente connota «condena», «sentencia adversa» (3,8; 13,2; Gál 5,10), como en este caso. Tal condena recae sobre todos los malhechores «justamente» (lit., «según la verdad»), sin acepción de personas (2,11). 3. que te sientas a juzgar: De las dos preguntas que siguen, esta primera pone de relieve la ilusión del crítico; una vez planteada, se responde sola. 4. ¿desprecias…?: No es sólo una cuestión de ilusión, sino también de desdén. Despreciar el retraso por parte de Dios en castigar el pecado -retraso que debiera conducir al arrepentimientoequivale a manifestar la culpable negligencia propia (véanse Sab 11,23; 2 Esd 7,74). 5. atesoras ira: Es decir, razones para la reacción adversa de Dios; véase el comentario a 1,18. justo juicio de Dios: La palabra dikaiokrisia acentúa la equidad de la decisión divina que se ha de dar a conocer el día de la ira; es algo claramente distinto de dikaiosyné theou (véase el comentario a 1,17). Pablo da a entender que el judío impenitente no se da cuenta de la relación del presente con el juicio venidero de Dios. 6. dará a cada cual según sus obras: Alusión a Sal 62,13 o Prov 24,12. Pablo no toma prestada simplemente esta afirmación en un momento de arrebato retórico; es una parte importante de su enseñanza. Resulta significativo que aquí, en Rom, se afírme antes incluso de abordar la justificación por gracia medíante la fe (3,23-26; cf. 14,10; 2 Cor 5,10). Pero la retribución según las obras se debe entender sobre el telón de fondo de la justificación por la fe (Kasemann, Romans 58; -> Teología paulina, 82:138). 7. vida eterna: La recompensa de quienes realizan pacientemente buenas obras es una vida que se ha de disfrutar «para siempre con el Señor» (1 Tes 4,17; cf. Rom 5,21; 6,22-23). Para el trasfondo del AT, véase Dn 12,2. Es vida en el aión, «era/mundo», venidero. 8. pero para los que se buscan a sí mismos: Frase difícil, a menudo mal entendida por los comentaristas. Etimológicamente, eritheia se relaciona con erithos, «paga de mercenario»; Aristóteles (Política 5.3) usaba eritheia para denotar «egoísmo», «ambición egoísta», en un contexto político (véase Barrett, Romans 47). Pero a menudo aparece en contextos de «contienda» (eris) y con frecuencia se confundía con ésta en el uso popular (véanse Gál 5,20; Flp 1,17; 2,3; 2 Cor 12,20). De ahí que algunos comentaristas entiendan que en el caso que nos ocupa significa «rebeldes» (Lagrange, Lietzmann, Lyonnet). En realidad, ambos significados encajan en el contexto: no son quienes persiguen pacientemente el bien, y su suerte es la ira divina. 9. tribulación y angustia: Expresión protológica del AT (Dt 28,53.55.57), que expresa el desagrado divino manifestado respecto a los seres humanos en esta vida (cf. Rom 8,35). Los vv. 9-10 reformulan los vv. 7-8, aplicando en orden inverso los efectos de la ira a quienes hacen el mal; además refunden desde la óptica de judíos y griegos lo ya dicho en 1,18. sobre todo ser humano: Lit., «alma» (psyché). Según Lagrange, estos castigos han de afectar específicamente al «alma», pero ésa es una interpretación demasiado helenística. Es más probable que Pablo esté usando psyché como el nepes del AT (Lv 24,17; Nm 19,20), como un aspecto del «ser humano» (-> Teología paulina, 82:104). el judío primero y también el griego: Véase el comentario a 1,16. Puesto que ha recibido privilegios únicos en la historia de la salvación, el judío es más responsable cuando peca; pero cuando hace lo que es correcto es el primero en recibir su recompensa. El gentil no es dejado de lado. 11. Dios no tiene favoritismos: Lit., «no hay parcialidad en Dios». Pablo usa prosópolémpsia, «parcialidad», una palabra encontrada sólo en escritos cristianos, pero acuñada a partir de una expresión de los LXX, prosópon lambanein, trad. del hebr. pánim nasa, «levantar la cara». Denota el acto benevolente de alguien que levanta la cara de una persona mostrándole favor (Mal 1,8; Lv 19,15). Tal «levantar la cara» no se encuentra en Dios.
Así, Pablo sintetiza el principio subyacente tras su análisis de 2,1-11: Dios no tiene acepción de personas; pese a sus privilegios, los judíos no saldrán mejor librados que los gentiles, a menos que hagan lo que se supone que deben hacer. 30 12. sin la ley: No simplemente «sin una ley», sino específicamente sin la ley mosaica. El contexto se ocupa de los gentiles que vivían sin la ventaja de la legislación mosaica. Si pecan sin conocimiento de sus prescripciones, pueden perecer sin relación con ella; su pecado conlleva su propia condena, aun cuando no se les aplica la ley. En esto, Pablo va contra las nociones judías habituales, cuantos pecaron bajo la ley: La expresión en nomo (sin artículo) se refiere a la misma ley mosaica. Los comentaristas han intentado en ocasiones establecer una distinción entre el uso que Pablo hace de ho nomos, «la ley (mosaica)», y nomos, «ley» (en general, o incluso ley «natural»); pero esta distinción carece de apoyo filológico sólido (pese a ZBG § 177; -> Teología paulina, 82:90). Lo que los seres humanos hacen es el criterio por el cual serán juzgados, y esto se explica en los dos versículos siguientes. 13. oyentes de la ley: El judío no es recto ante Dios simplemente porque conozca las prescripciones de la Torá por haberlas oído leer cada sábado. Pablo utiliza una conocida distinción parenética entre conocimiento y acción, los que cumplen la ley: Pablo adopta una perspectiva judía en su argumentación y se hace eco implícitamente de Lv 18,5 («quien observe estas cosas encontrará vida»), serán hechos rectos: El vb. fut. permite ver la naturaleza escatológica y forense de la justificación esperada en el juicio, de acuerdo con la perspectiva judía adoptada (-> Teología paulina, 82:68). 14. cuando los gentiles que no tienen la ley: Este versículo y el siguiente explican por qué los gentiles, sin conocer la ley mosaica, serán castigados (2,12). observan instintivamente: Lit., «por naturaleza» (physei), es decir, por el orden habitual y natural de las cosas (BAGD 869), prescindiendo de cualquier revelación positiva. Siguiendo la orientación de la physis, los gentiles elaboran normas de conducta para sí mismos y conocen al menos algunas de las prescripciones de la Torá judía, lo que la ley prescribe: Lit., «las cosas de la ley», expresión que no se debe entender de manera demasiado rígida, como si se refiriera a cada uno de los preceptos de la Torá. Pues, aunque Pablo admite que los gentiles observan «las cosas de la ley», su declaración está formulada con una oración temporal indeterminada, «siempre que…», aun cuando no tengan la ley: Es decir, la ventaja de una legislación revelada, como la tenían los judíos. son (una/la) ley para sí mismos: Porque tienen en ellos la physis como guía de su conducta, guía que es «no sólo relativa o psicológica, sino absoluta y objetiva» (Michel, Rómer 78). Pablo habla de ethné, «gentiles»; no quiere decir «todos los gentiles», ni presupone de hecho la observancia perfecta de todos los preceptos. Usa physei en un contexto que hace referencia principalmente al conocimiento: aun sin la ley, los gentiles saben instintivamente lo que se ha de hacer. No le da a ese término el significado de «por naturaleza» en contraposición a «por gracia»; así, su punto de vista no es el del problema teológico posterior de si la voluntad del pagano basta physei para obedecer la ley natural. 15. demuestran que lo que la ley requiere está escrito en sus corazones: Lit., «la obra de la ley está escrita». Pablo utiliza el sg. de la expresión que en otros lugares emplea en pl. en sentido peyorativo, erga nomou, «las obras de la ley» (3,20.28; Gál 2,16; 3,2.5.10), o simplemente erga (4,2.6; 9,12.32; 11,6). Son las obras que prescribe la ley. Para esta expresión empleada a modo de eslogan, -> Teología paulina, 82:100. Pablo afirma tal conocimiento como una condición presente y real de la conciencia gentil, sus pensamientos arguyen sus razones a favor y en contra: Esta versión de una sentencia difícil entiende que metaxy allélón, «entre unos y otros», se refiere al debate entablado entre los pensamientos íntimos en la conciencia gentil; dicho debate versaría sobre la conducta de los gentiles (así Cranfield, Romans 162; Kasemann, Romans 66). Algunos comentaristas entienden que se refiere a los pensamientos que critican o defienden los actos de otros, «en sus relaciones recíprocas». Esto, sin embargo, resulta rocambolesco. 16. Lógicamente, este versículo sigue a 2,13; algunos comentaristas indican que los w. 14-15 son parentéticos o incluso que están desplazados. La tradición ms., sin embargo, es constante. Pablo no pretende decir que la conciencia gentil funcionará sólo en el día del juicio, sino que dará testimonio especialmente ese día. «Tal autocrítica anticipa el juicio final, como en Sab 1,5-10» (Kasemann, Romans 66). cuando Dios juzgará por Jesucristo: Los judíos de aquella época esperaban que Yahvé realizara el juicio por medio de un Elegido (1 Hen 45,3-6). Pablo aplica esta creencia a Jesús.
La locución prep. dia Christou hace referencia a la mediación de Cristo en su papel escatológico (-> Teología paulina, 82:118). según mi evangelio: La proclamación del papel de Cristo en el juicio escatológico forma parte de la «buena noticia» de la salvación que anuncia Pablo (→ Teología paulina, 82:31-36). Para Pablo se trata de un juicio salvífico. 31 17. te dices judío: En este momento se presenta al crítico imaginario con el nombre que en la diáspora se da habitualmente a los miembros del pueblo elegido. Ésta es la primera de las dos series de cinco y cuatro frases zahirientes, alineadas paralácticamente, en las que Pablo compendia la pretensión judía: soy judío; confío en la ley; me glorío en Yahvé (cf. Jr 9,23; SalSl 17,1); entiendo su voluntad; instruido por la ley, sé lo que está bien y lo que está mal. 19-20. Cuatro sarcasmos más revelan la actitud del judío respecto a los demás. Pablo no niega los privilegios de Israel (9,4-5), pero ve la mentira con demasiada claridad en la habitual autocomplacencia judía. 21. ¿a ti mismo no te enseñas?: La compleja oración iniciada en 2,17 no ha terminado; Pablo se detiene e interpela directamente al judío con cinco preguntas mordaces (2,21-23) que revelan la escisión existente entre la enseñanza del judío y sus obras (Sal 50,16-21). no robarás: Éx 20,15. 32 25. Pablo se adelanta a una objeción: «Quizá nosotros los judíos no observamos la ley como debiéramos, pero al menos estamos circuncidados». Pablo también rechaza este argumento, circuncisión: El «signo de la alianza» (Gn 17,10-11; Jub 15,28; cf Rom 4,11) incorporaba al varón al pueblo elegido de Dios y le aseguraba la vida en el mundo venidero (J. P. Hyatt, IDB 1. 629-631). Pablo no niega el valor de la circuncisión ni la herencia de Israel por ella indicada (Lv 18,5; Dt 30,16). 26. ¿no se tendrá su incircuncisión como circuncisión?: Esta valiente pregunta de Pablo, que equipara a un pagano bueno con un judío circuncidado, habría sido una abominación a oídos farisaicos (cf. Gál 5,6). 27. Recuérdese 2,14-15. 28. el verdadero judío: Momento culminante del pensamiento de Pablo: a las actitudes religiosas judías de su época les contrapone el principio de la motivación interior de los actos humanos -la circuncisión del corazón, ya proclamada en el AT (Dt 10,16; 30,6; Jr 4,4; 9,24-25; Ez 44,9)-. Pues Dios no se relaciona con los seres humanos según las apariencias exteriores, sino que, «por medio de Cristo Jesús», «juzga los secretos» que aquéllos encierran (2,16). 29. la verdadera circuncisión es la del corazón, algo del Espíritu, no de la letra: En 2 Cor 3,6, el contraste entre el Espíritu y la letra es una manera sucinta de compendiar las diferentes realidades de las dos dispensaciones, la nueva y la antigua. Ésta se hallaba regida por un código escrito, una norma extrínseca que se debía observar y estimar; aquélla está vitalizada por el don del Espíritu dado por Dios, un principio intrínseco que reestructura a los seres humanos y cambia su conducta. Así, la idea veterotestamentaria de la circuncisión del corazón asume un matiz nuevo; no es simplemente una circuncisión espiritual del corazón humano, sino una circuncisión que brota del Espíritu de Cristo mismo, su alabanza no procede de los hombres, sino de Dios: El verdadero judío es el israelita de corazón circuncidado, que será reconocido como tal por Dios y de él recibirá su alabanza. Alguien así no se preocupa de la alabanza de los mortales que puedan percatarse de su fidelidad a la Torá. Pablo tal vez esté jugando con el significado del sustantivo hebr. equivalente a «judío», yehüdi, derivado del nombre patriarcal Judá (Yéhüdá). Una etimología popular lo explicaba como la pasiva de hódá, «alabado». La persona de corazón circuncidado es la «alabada» a los ojos de Dios, el verdadero «judío».
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
ti mismo… → Mat 7:1; Luc 6:37.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
R402 A Pablo le encanta argüir con un oponente imaginario. En los vv. 1 y 3, él lo llama ὦ ἂνθρωπε πᾶς ὁ κρίνων.
R748 Τὸν ἕτερον equivale a prójimo.
M103 La última parte de este versículo se debe traducir: porque tú mismo que juzgas haces las mismas cosas (tú el juez -T151).
T253 Ἐν ᾧ en este caso significa: porque.
BD281 La segunda persona se usa para representar a la tercera persona (discurso directo).
Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego
g Mat 7:1; Luc 6:37.
Fuente: La Biblia Textual III Edición
[2] Aún los creyentes serán responsables por sus acciones después de la salvación.
[3] El hombre puede obtener la inmortalidad por el Moshiach, pero no la tiene aparte de el Moshiach.
[4] Esta es una clara indicación que ambas casas entran la Gran Tribulación, que es opuesto a las naciones volando al cielo en un rapto fuera de las Escrituras.
[5] Ver nota en Rom 1:16.
[6] Pablo obviamente enseñó la Torah.
[7] Una pista, o remez a los hombres de Israel según Eze 34:31.
[1] Esta referencia fue dada a la Casa de Israel, o Efrayím, diciendo que por su conducta, el Nombre de YHWH era profanado entre todas las naciones. Claramente, Pablo está identificando a los creyentes en Roma como los mismísimos que profanaban el Nombre, como originalmente está reprendido en Eze 36:20-23.
[2] La circuncisión es buena después que se ha llegado a la fe y después de una lenta y progresiva incorporación de nuevo a la vida de la Torah. Empezar a un creyente que había estado vagando en las naciones por 721 años con circuncisión, es la herejía proclamada por el Concilio de Jerusalén y reprendida por Pablo en Galatas.
[3] La palabra por incircucisión es akrobustia, que significa “prepucios tirados”, o ésos que fueron una vez Israel, confirmados previamente por circuncisión. Los que ahora la han tirado, incluyendo su obediencia a la Torah, y su preciosa herencia al mezclarse y hacerse una carne con las naciones. Este término aparece a través del Renovado Pacto cuando se habla del retornado Israel-Efrayím. Si éstos fueran verdaderos paganos en Roma, la palabra Griega a ser usada sería la palabra aperitome, o la negación de la palabra peritome (Griego del Strong G4061) para circuncisión. Este término único nos da una idea importante que éstos eran las ovejas perdidas de Israel, akrobustia y no aperitome, o verdaderos paganos, que nunca habían sido circuncidados. Esta palabra fue puesta en la inspiración de la Escritura, para diferenciar entre “los del prepucio tirado”, en oposición a los paganos nunca circuncidados. Aún los estudiosos del Griego están perplejos por el término único e inusual, y no pueden explicar cómo y porqué aparece a través de las Escrituras. Mas con un apropiado entendimiento de las dos casas, tiene perfecto sentido.
[4] Akrobustia es siempre una referencia a Israel-Efraím, quien tiró sus derechos y sus beneficios de pertenecer a la circuncisión, o al pueblo del Israel histórico.
[5] Si Efraím, que está regresando, guarda la Torah, ¿no los aceptará YHWH denuevo?
[6] Ejecutar y realizar. El Griego de Strong G5055 teleo.
[7] Esto no significa que el verdadero Judío son ahora los Cristianos. Significa que un verdadero Judío tendrá tanto la circuncisión de corazón como la circuncisión de la carne, y el akrobustia, o el retornado Efrayimita tendrá también los dos. De esta manera todos son iguales en Israel teniendo la circuncisión tanto física como la espiritual en su lugar. Si alguna falta, entonces esa persona no puede ser parte del verdadero Israel de YHWH, a pesar de su jactancia.
[14] Muchos gentiles, aunque no tenían la ley escrita, ayudados de la luz de la gracia adoraban al verdadero Dios.[24] Is 52, 5; Ez 36, 2.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero
Fuente: Notas Torres Amat