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Comentario de Romanos 4:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Romanos 4:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

¿Qué diremos, pues, que ha encontrado Abraham, nuestro progenitor según la carne?

RESUMEN: La base de la justificación es la fe en Cristo Jesús, resucitado de los muertos, y no las obras de ley. Aun el mismo padre de la raza judaica fue justificado por la fe y no por la perfección de su vida (hacer obras de ley). David, profeta y también judío, describe la justificación como lo mismo que perdón de pecados. Estas bendiciones de la gracia se extienden igualmente al judío y al gentil, dependiendo de la fe obediente. El método divino de rescate, pues, es ejemplificado en Abraham y en David, dos personajes que ningún judío rechazaría, y la promesa de Dios es realizada mediante la fe de ambos, judío y gentil, en el Cristo resucitado.

Véase la nota al fin del capitulo.

4:1 — “halló,” aquí significa “obtuvo.” En 3:28, Pablo acabó de afirmar que la justificación es por fe sin las obras de ley. Ahora pone a prueba esta afirmación, usando a Abraham por ejemplo. ¿Obtuvo la justificación? Nadie negaba que hubiera sido justificado, pero ¿cómo obtuvo él esta justificación? El versículo 2 muestra que éste es el punto tratado.

— “según la carne.” Esta expresión presenta a Abraham como hombre, con sus obras o hechos. ¿Obtuvo o halló justificación Abraham como hombre perfecto que guarda la ley de Dios sin falta? (porque así uno sería justo). La respuesta es que “no.” La razón es dada en el versículo siguiente.

Los primeros conversos a Cristo eran judíos. Los cristianos judaizantes trataban de obligar a los conversos gentiles a circuncidarse, para gloriarse en su carne (Gál 6:13). Este problema es tratado principalmente en Romanos, Gálatas, Hebreos, 2 Corintios, Efesios y Colosenses. A estos judaizantes pregunta Pablo, ¿qué halló Abraham según la carne? ya que ellos enfatizaban tanto la cuestión de la carne (la circuncisión).

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

Qué pues diremos. Rom 6:1; Rom 7:7; Rom 8:31.

Abraham nuestro padre. Isa 51:2; Mat 3:9; Luc 3:8; Luc 16:24, Luc 16:25, Luc 16:29-31; Jua 8:33, Jua 8:37-41, Jua 8:53, Jua 8:56; Hch 13:26; 2Co 11:22.

según la carne. Rom 4:16; Heb 12:9.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Abraham, Rom 4:1-9.

antes de ser circuncidado, Rom 4:10-12.

sólo por la fe él y su simiente recibieron la promesa, Rom 4:13-15.

Abraham es el padre de todos los que creen, Rom 4:16-23.

nuestra fe también nos será contada como justicia, Rom 4:24, Rom 4:25.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Este capítulo es un factor fundamental para establecer que la justificación es por la gracia de Dios, únicamente a través de la fe. Los versículos Rom 4:1-8 demuestran que la justificación es una dádiva y no puede ganarse por obras. Los versículos Rom 4:9-12 discuten que puesto que Abraham fue justificado antes que fuera circuncidado, la circuncisión no es una base para la justificación. Los versículos Rom 4:13-17 prueban que desde que Abraham fue justificado cientos de años antes de la Ley Mosaica, la justificación no se puede basar en la Ley. Los versículos Rom 4:18-25 resumen el argumento de Pablo al concluir que Abraham fue justificado por la fe y no por las obras.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

según la carne significa «según su propio esfuerzo». El siguiente versículo lo indica, Pablo pregunta: «¿fue justificado Abraham por sus obras para con Dios?»

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

Incluso Abraham fue ya justificado por su fe, 4:1-25.
1 ¿Qué diremos, pues, haber obtenido Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Porque si Abraham fue justificado por las obras, tendrá motivos de gloriarse, aunque no ante Dios. 3 ¿Qué dice, en efecto, la Escritura? “Abraham creyó a Dios, y le fue computado a justicia.” 4 Ahora bien, al que trabaja no se le computa el salario como gracia, sino como deuda; 5 mas al que no trabaja, sino que cree en el que justifica al impío, la fe le es computada por justicia. 6 Así es como David proclama bienaventurado al hombre a quien Dios imputa la justicia sin las obras: 7 “Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas y cuyos pecados han sido velados. 8 Venturoso el varón a quien no toma a cuenta el Señor su pecado.” 9 Ahora bien, esta bienaventuranza, ¿es sólo de los circuncidados o también de los incircuncisos? Porque decimos que a Abraham le fue computada la fe por justicia. 10 Pero ¿cuándo le fue computada? ¿Cuándo ya se había circuncidado o antes? No después de la circuncisión, sino antes, n Y recibió la circuncisión por señal, por sello de la justicia de la fe, que obtuvo en la incircuncisión, para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, para que también a ellos la fe les sea computada por justicia; 12 y padre de los circuncidados, pero no de los que son solamente de la circuncisión, sino de los que siguen también los pasos de la fe de nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado. !3 En efecto, a Abraham y a su posteridad no le vino por la Ley la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. 14 Pues si los hijos de la Ley son los herederos, quedó anulada la fe y abrogada la promesa; 15 porque la Ley trae consigo la ira, ya que donde no hay ley no hay transgresión. 16 Por consiguiente, la promesa viene de la fe, a fin de que sea don gratuito y así quede asegurada a toda la descendencia, no sólo a los hijos de la Ley, sino a los hijos de la fe de Abraham, padre de todos nosotros, 17 según está escrito: “Te he puesto por padre de muchas naciones,” ante aquel en quien creyó, Dios, que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe. 18 Abraham, contra toda esperanza, creyó que había de ser padre de muchas naciones, según el dicho: “Así será tu descendencia,” 19 y no flaqueó en la fe al considerar su cuerpo sin vigor, pues era casi centenario y estaba ya amortiguado el seno de Sara; 20 sino que ante la promesa de Dios no vaciló, dejándose llevar de la incredulidad; antes, fortalecido por la fe, dio gloria a Dios, 21 convencido de que Dios era poderoso para cumplir lo que había prometido; 22 y por esto le fue computado ajusticia. 23 Y no sólo por él está escrito que le fue computado, 24 sino también por nosotros, a quienes debe computarse; a los que creemos en el que resucitó de entre los muertos, a Jesús, Señor nuestro, 25 que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.

San Pablo, que gusta de hacer resaltar en cuantas ocasiones se le ofrecen la armonía de ambos Testamentos, se veía casi obligado a tocar este tema de la justificación de Abraham. Era Abraham para los judíos el tipo acabado de hombre justo (cf. Sab 10:5; Ecli 44:20-23; 1Ma 2:52; Jua 8:33.39.52; Stg 2:21-24); si, pues, el principio de justificación por la fe estaba ya atestiguado antes del Evangelio (cf. 3:21.31), preciso era ver qué aplicación había tenido en el caso de Abraham. Es lo que va a hacer San Pablo en este capítulo, con el pensamiento fijo todavía en los judíos (v.1: “nuestro padre según la carne”), igual que en capítulos anteriores (cf. 2:17; 3:27). Encuentra así en la misma Escritura la prueba bíblica de que Dios nos justifica exclusivamente por la fe.
El sentido general de su argumentación no es difícil de deducir. Reconoce gustoso esa preeminencia de Abraham, como aparece claro de todo el contexto de su exposición; pero insiste en que Abraham ha sido “justificado” por Dios, no como recompensa o salario de sus obras, sino gratuitamente, a causa de su fe (v.2-5), que es como Dios perdona al pecador, según canta David (v.6-8).
Y por si alguno objetaba que de ahí no podía deducirse ningún principio general de justificación con aplicación también a los gentiles, pues, al fin de cuentas, Abraham y los pecadores a que alude David eran todos judíos, pertenecientes al pueblo de Dios, que llevaban en su carne la marca gloriosa de la circuncisión, San Pablo continuará su argumentación diciendo que la circuncisión no es condición previa ni pudo influir en la justificación de Abraham, pues ésa fue algo que tuvo lugar sólo posteriormente para sello o señal de la justicia de la fe recibida antes; con ello quería Dios presentar a Abraham como padre de todos los creyentes, sean éstos gentiles incircuncisos o judíos circuncisos (v.9-12). Y aún seguirá más adelante con su argumentación, tratando de deshacer otro reparo que podrían proponerle por parte de la Ley. ¿No era ésta una institución divina, que era necesario cumplir para poder participar de las promesas hechas a Abraham de que en él y en su descendencia serían bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gen 12:2-3; Gen 15:4-6; Gen 17:4-5; Gen 22:17-18) y, por consiguiente, para poder entrar en los planes de salud establecidos por Dios? A esta pregunta implícita San Pablo responde que la “promesa” fue hecha a Abraham y a su posteridad, no por razón de la observancia de la Ley (que todavía no había sido dada, como añadirá en Gal 3:17), sino por razón de su fe; y, por tanto, no es la Ley, sino la fe la que nos convierte en verdadera “posteridad” de Abraham, dándonos así derecho a participar de la promesa (v.13-17). En Gal 3:16-29 aún precisará más y dirá que esta “posteridad” de Abraham a la que están hechas las promesas es Cristo; y que es en El (es, a saber: por nuestra incorporación a El mediante la fe y el bautismo) como los seres humanos entramos a formar parte de la “posteridad” de Abraham y, por tanto, a ser herederos según la promesa. Con esto quedaba terminada prácticamente su exposición. En los versículos restantes, después de ponderar la grandeza de la fe de Abraham (v. 18-22; cf. Heb 11:8-19), recalcará que lo de Abraham no es un caso individual aislado, sino el primer jalón de un orden providencial, el de la justificación por la fe, que Dios establece en el mundo, y que quedará más patente en la época del Evangelio (v.23-25).
Tal es lo que pudiéramos decir el esquema de la argumentación de San Pablo. Hagamos ahora algunas aclaraciones sobre cada uno de los tres puntos en que hemos dividido su argumentación (v.1-8. 9-12.13-17), y también sobre la reflexión final (v.18-25).
No cabe duda que la parte básica es la primera (v.1-8). En ella trata de probar San Pablo que Abraham fue “justificado” no merced a sus obras, sino merced a su fe, en atención a la cual Dios le concedió gratuitamente el don de la “justicia.” 98 Le sirve de base la frase de la Escritura: “Creyó Abraham a Dios y le fue computado a justicia” (v.3.9.22; cf. Gal 3:6), frase que la narración del Génesis pone a raíz de la promesa de posteridad que le hace Dios (Gen 15:6). La expresión “le fue computado” (έλογίσ3η αύτω) pertenece al lenguaje transaccional, y significa “poner a cuenta de,” lo que aplicado metafóricamente a la justificación significa que Dios pone a cuenta de Abraham la fe, aceptándola como equivalente de la “justicia” que le otorga. No intenta decir el autor sagrado que Abraham fuese justificado precisamente en esa ocasión de la promesa de posteridad, pues es claro que le supone ya anteriormente amigo de Dios y, por consiguiente, “justo,” sino que la reflexión es general, significando con ella cuál es la norma de Dios en la “justificación.” Sobre el significado de los términos “fe,” “justicia” y “justificación” no hay por qué volver a insistir; San Pablo los ha venido empleando ya en capítulos anteriores, y en el mismo sentido deben tomarse aquí (cf. 1:16-17; 3:21-31). Lo que sí queremos advertir es que, de suyo, la expresión “le fue computado” no indica necesariamente gratuidad, pudiendo haber equivalencia de valor entre ambos extremos; sin embargo, en este caso de la “justicia” ciertamente hay gratuidad, y San Pablo la señala expresamente, contraponiendo esta computación de fe por justicia que Dios hace como “gracia” (κατά χάριν), a otra computación entre salario y obras realizadas, que sería como “deuda” (κατά όφείλημα). La cita del Sal 32:1-2, que a continuación hace el Apóstol (v.6-8), lleva la misma finalidad, es, a saber, la de mostrar la gratuidad de la justificación del pecador. Hace resaltar San Pablo que ahí el salmista no alude para nada a obras realizadas por el pecador, sino que lo atribuye todo a Dios; lo único personal que el pecador puede aportar es su “fe en aquel que puede justificarle” (v.5), confesando con su humilde oración la gratuidad de la obra de Dios. La expresión “cuyos pecados han sido velados” (v.7) equivale al “perdonados” inmediatamente anterior y al “no tomar a cuenta” que sigue, según exige el paralelismo de la poesía hebrea; de otros pasajes de San Pablo, como ya hicimos notar al comentar 3:24, se deduce claro que la “justificación” del pecador no ha de entenderse en sentido de “justicia” meramente imputada, como interpretaban los antiguos protestantes, sino de verdadera remisión del pecado con renovación interna del alma. Claro es que en el pecado debemos distinguir la ofensa, que es la que queda perdonada, del acto mismo del pecado en cuanto realidad histórica, bajo cuyo aspecto nunca podrá decirse que ese acto no ha sido cometido, una vez cometido, pero es “tapado por la mano de la misericordia divina, de modo que se tenga como no hecho.”
Por lo que toca a la relación entre “justificación” y circuncisión (v.8-12), que es lo que constituye la segunda etapa de la argumentación de San Pablo, éste no se contenta con decir que en la “justificación” de Abraham no pudo influir la circuncisión, puesto que ésta tuvo lugar después que había sido ya “justificado” (v.9-10), sino que hace resaltar el porqué de esa “justificación” por la fe antes de la circuncisión, es, a saber, “para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados” (v.11). ¡Qué humillación para los orgullosos judíos, que tanto se preciaban de ser los hijos de Abraham; (cf. Mat 3:9; Jua 8:33). Las consecuencias eran muy graves, pues si también los incircuncisos podían ser hijos de Abraham, luego podían participar de las bendiciones mesiánicas prometidas a Abraham y a su “posteridad,” sin necesidad de someterse a la circuncisión ni a la Ley. Y San Pablo sigue aún más adelante con la humillación, añadiendo que Abraham es también padre de los circuncisos, pero a condición de que imiten su fe, aquella precisamente que Abraham demostró antes de estar circuncidado (v.12). ¡Si la circuncisión no va acompañada de esa fe, no da derecho a considerar como padre a Abraham!
Respecto del tercer punto, es decir, relación de la Ley con la “promesa” (v.13-17), sigue San Pablo en la misma línea de pensamiento. Para que mejor entendamos su argumentación, convendrá que comencemos con algunas observaciones generales. Para los judíos lo que realmente constituía a Israel pueblo de Dios, lo sustantivo y esencial, era la ley de Moisés. Cierto que anterior a la Ley estaba la “promesa,” en la que Dios había prometido a Abraham que en él y en su descendencia serían bendecidas todas las naciones de la tierra, con alusión evidente a que también la gentilidad participaría de esas bendiciones; pero ello había de ser sometiéndose a la Ley, que, aunque posterior, había venido a completar la “promesa,” determinando el camino a seguir para poder participar de las bendiciones prometidas a Abraham. Este régimen de la Ley sería mantenido por el Mesías e impuesto a la gentilidad, a fin de que ésta pudiera entrar en los planes de salud señalados en la “promesa.” Diametralmente opuesta era la concepción de San Pablo. Para el Apóstol, lo realmente sustancial, permanente y definitivo, era la “promesa” hecha por Dios a Abraham en premio a su fe. Para poder participar de las bendiciones contenidas en esa “promesa,” de ninguna manera era necesario someterse a la Ley, institución posterior, secundaria y provisional, cuyo único objeto fue el de proteger externamente la transmisión de la “promesa” hasta el momento de su realización en el Evangelio (cf. Gal 3:24-25), y que, además, enervada por la concupiscencia, se convirtió de hecho en ocasión de transgresiones y en instrumento de pecado (cf. 3:20; 4:15; 5:20; 7:7-17; 1Co 15:56; Gal 3:19). Si la “promesa,” dice el Apóstol, estuviera vinculada a la observancia de la Ley, o, lo que es lo mismo, si para participar de la “promesa” hubiera que ser “hijo de la Ley” (v.14), ello equivaldría a decir que lo que bastó para Abraham no bastaba ya para nosotros y que Dios cambiaba sus planes. En efecto, a Abraham le otorgó Dios la “justicia” en premio a su fe, y, en atención a esa justicia radicada en la fe, le hizo también la “promesa,” sin que influyera para nada la Ley (v.13); sin embargo, a nosotros no nos bastaría ya la fe, sino que se nos exigiría la observancia de la Ley, con lo que, además de declarar anulada la eficacia de la fe, en realidad quedaba también abrogada la promesa (v.14), pues lo que se había concedido para Abraham y su descendencia por pura liberalidad, en premio a la fe, sin más condiciones, quedaba vinculado a que observáramos o no observáramos la Ley, cuya consecución deberíamos merecer con nuestras obras, dejando de ser un don gratuito de Dios. Teniendo en cuenta, además, que la Ley, convertida de hecho en ocasión de transgresiones (v.15), lejos de ser una nueva garantía para el cumplimiento de la “promesa,” más bien había de resultar un obstáculo para que Dios siguiese manteniendo esa “promesa.” Por el contrario, “si no hay Ley,” es decir, si la “promesa” está hecha de modo absoluto, sin condicionarla a la observancia de una ley, no puede haber “transgresiones” que impidan a Dios el cumplimiento de la “promesa” (v.15). Es el caso de la fe (v.16-17). La frase “llama a lo que no existe como si existiera” (v.17) alude sin duda a la llamada creadora de Dios, haciendo resaltar el poder omnímodo de sus actuaciones. No es claro si el sentido es comparativo o consecutivo: llamar a lo que no es como a lo que es, o llamar a lo que no es para que sea. En cualquier caso la idea central permanece la misma, y Pablo sigue en la perspectiva bíblica de que el mundo no existe de suyo, sino que ha sido llamado a la existencia por Dios (cf. Gen 1:1; 2Ma 7:28).
Y llegamos a la reflexión final (v. 18-25). La analogía que San Pablo establece entre nuestra fe y la de Abraham es perfecta. En ambos casos se trata de la misma “fe,” sumisión y abandono total en manos de Dios poderoso para dar vida a los muertos (v.17.19.24), fe que, lo mismo a Abraham que a nosotros, por pura liberalidad divina, se nos toma a cuenta de “justicia” (v.22.24). La única diferencia está en que para Abraham y para los justos, en general, del Antiguo Testamento, el objeto de esa “fe” eran las divinas promesas, que todas se concentraban en el Mesías (cf. 2Co 1:20; Gal 3:16), mientras que para nosotros, en el Nuevo Testamento, el objeto de la “fe” es ese Mesías, muerto ya y resucitado, en quien el Padre puso la salud del mundo (cf. 3:21-26). La frase “resucitado para nuestra justificación” (v.25) no es del todo clara. San Pablo establece, desde luego, una clara relación entre nuestra justificación y la resurrección de Jesucristo, como la establece con su pasión y muerte en el inciso anterior, al decir que “fue entregado por nuestros pecados.” Pero ¿cuál puede ser el influjo de la resurrección de Jesucristo en nuestra justificación? Entendemos perfectamente el de la pasión y muerte, causa meritoria de nuestra justificación; mas con la resurrección no podía ya merecer, habiendo terminado su tiempo de fiador. Algunos autores, siguiendo a San Juan Crisóstomo, dicen que, desde el punto de vista soteriológico, muerte y resurrección forman un todo inseparable y constituyen un único acto redentor en su doble aspecto, negativo y positivo, de modo que los efectos de la redención pueden atribuirse indistintamente a uno u otro de los aspectos; si San Pablo atribuye la remisión de nuestros pecados a la muerte de Cristo, y la justificación a su resurrección, ello no significa que muerte y resurrección hayan de considerarse separadamente como dos causas distintas, pues también los efectos que se les atribuyen, remisión de pecados y justificación, no son dos realidades diferentes, sino una realidad con dos aspectos, negativo y positivo. Todo esto es verdad; pero creemos que no acaba de explicar la frase de San Pablo. Desde luego, resultaría extraño que el Apóstol hubiera invertido los términos y hubiera dicho: “entregado para nuestra justificación y resucitado por nuestros pecados.” Por eso, debemos buscar alguna ulterior explicación. Ni parece bastar lo de que Cristo en su resurrección es causa ejemplar o tipo de la nueva vida del cristiano justificado; si nos quedamos con esto solo, parece claro que restamos vigor a la frase del Apóstol: “resucitado para nuestra justificación.” San Agustín, y con él otros muchos autores, buscan la explicación de esa frase en el hecho de que la resurrección de Cristo es el principal motivo de credibilidad y como fundamento de nuestra fe, sin la cual no hay justificación. Su razonamiento es más o menos así: Si Cristo no hubiera resucitado, aunque con su pasión y muerte hubiéramos quedado redimidos, nosotros no hubiéramos creído en El; mas, al resucitar, creímos, y de esa fe nos vino la justificación. Tampoco esta explicación parece dar razón completa de la expresión del Apóstol. Creemos que, en el pensamiento de San Pablo, la conexión entre resurrección de Jesús y justificación humana no debe reducirse a un lazo meramente extrínseco, en cuanto que aquélla es el principal motivo de credibilidad, sino que se trata de algo más íntimo, que pudiéramos concretar diciendo que, según los planes divinos, es en el momento de la resurrección cuando Cristo comienza a ser “espíritu vivificante” para la humanidad (1Co 15:45), haciendo participar a los seres humanos de esa plenitud de vida sobrenatural, de que El estaba lleno desde un principio, pero cuya comunicación a la humanidad exigía como condición previa su muerte y resurrección (cf. Jua 16:7; Rom 6:4; Rom 8:9-11; 1Co 5:17).
Como muy bien dice el P. Prat, “la resurrección de Cristo no es una simple recompensa otorgada a sus méritos, ni solamente un apoyo de nuestra fe y una prenda de nuestra esperanza; es un complemento esencial y una parte integrante de la misma redención”
Podríamos decir, usando terminología de Cerfaux, que “por la resurrección de Cristo entran en acción en este mundo los acontecimientos escatológicos prometidos y aguardados.” 100 Cristo resucitado, “primicias” de los que duermen (1Co 15:20), arrastra en pos de sí a toda la humanidad hacia la justicia y la vida, de forma parecida a como Adán la había arrastrado al pecado y a la muerte (cf. Rom 5:12-21). En su resurrección la humanidad, alejada de Dios por el pecado, sufre una verdadera transformación, real y jurídica, volviendo a la comunión y amistad con Dios.
Hagamos una última observación. En todo este capítulo referente a la justificación de Abraham, San Pablo se vale de varios textos del Génesis (Gen 15:5.6; Gen 17:5), cuyo sentido literal histórico no parece llegar tan lejos como el Apóstol da a entender (v.3.17.18). Realmente es muy difícil suponer que el redactor del Génesis, al componer su libro, pensase en ese valor universal del “creyó Abraham a Dios y le fue computado a justicia,” como expresión de la economía que Dios inauguraba de justificación por la fe, de modo que, como dice el Apóstol, no sólo por Abraham, sino también por nosotros esté escrito que la “fe le fue computada a justicia” (v.23-24); ni en esa “posteridad” innumerable que había de proceder de Abraham, no precisamente por vía de generación carnal, sino por vía de fe, mediante nuestra incorporación a Cristo, de modo que, como dice el mismo Apóstol, “los nacidos de la fe, ésos son los hijos de Abraham” (v.16; cf. Gal 3:7). Sin embargo, ¿qué duda cabe que cuando el autor sagrado, bajo la inspiración, consignaba en la Sagrada Escritura aquellas frases, todo eso estaba en la mente de Dios y a eso principalmente miraba? Tendríamos, pues, aquí, al igual que en otras citas del Apóstol (cf. 1:17), un sentido literal, sí, pero más allá del que veían e intentaban los autores sagrados del Antiguo Testamento. Es el principio, recordado en varios lugares (cf. 15:4; 1Co 9:9-10; 1Co 10:1-11), de que todo lo que hay en la Escritura no mira sólo a los personajes concretos a quienes de modo directo se refiere, sino que está dicho para nosotros.

Fuente: Biblia Comentada

Abraham, nuestro padre. Pablo usa el ejemplo de Abraham para probar que la justificación solo es por fe, ya que los judíos lo tenían por ejemplo supremo de un hombre justo (Jua 8:39), y porque mostraba con claridad que el judaísmo con su justicia de obras se había desviado de la fe que caracterizó a los ancestros y patriarcas judíos. En sentido espiritual, Abraham también fue el precursor de la iglesia gentil en Roma (vea las notas sobre Rom 1:13; Rom 4:11 ; Rom 4:16; cp. Gál 3:6-7).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Tras haber probado de manera concluyente la pecaminosidad universal del hombre y su necesidad de justicia (Rom 1:18-32; Rom 2:1-29; Rom 3:1-20), Pablo desarrolla el tema que introdujo en Rom 1:17, (i. e. Dios en su gracia) ha provisto una justicia que viene de Él solo con base en la fe (Rom 3:21-31; Rom 4:1-25; Rom 5:1-21).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

RESUMEN: La base de la justificación es la fe en Cristo Jesús, resucitado de los muertos, y no las obras de ley. Aun el mismo padre de la raza judaica fue justificado por la fe y no por la perfección de su vida (hacer obras de ley). David, profeta y también judío, describe la justificación como lo mismo que perdón de pecados. Estas bendiciones de la gracia se extienden igualmente al judío y al gentil, dependiendo de la fe obediente. El método divino de rescate, pues, es ejemplificado en Abraham y en David, dos personajes que ningún judío rechazaría, y la promesa de Dios es realizada mediante la fe de ambos, judío y gentil, en el Cristo resucitado.
Véase la nota al fin del capitulo.

4:1– “halló,” aquí significa “obtuvo.” En 3:28, Pablo acabó de afirmar que la justificación es por fe sin las obras de ley. Ahora pone a prueba esta afirmación, usando a Abraham por ejemplo. ¿Obtuvo la justificación? Nadie negaba que hubiera sido justificado, pero ¿cómo obtuvo él esta justificación? El versículo 2 muestra que éste es el punto tratado.
–“según la carne.” Esta expresión presenta a Abraham como hombre, con sus obras o hechos. ¿Obtuvo o halló justificación Abraham como hombre perfecto que guarda la ley de Dios sin falta? (porque así uno sería justo). La respuesta es que “no.” La razón es dada en el versículo siguiente.
Los primeros conversos a Cristo eran judíos. Los cristianos judaizantes trataban de obligar a los conversos gentiles a circuncidarse, para gloriarse en su carne (Gál 6:13). Este problema es tratado principalmente en Romanos, Gálatas, Hebreos, 2 Corintios, Efesios y Colosenses. A estos judaizantes pregunta Pablo, ¿qué halló Abraham según la carne? ya que ellos enfatizaban tanto la cuestión de la carne (la circuncisión).

Fuente: Notas Reeves-Partain

CREER EN LA PALABRA DE DIOS

Romanos 4:1-8

¿Qué podemos decir que encontró nuestro patriarca Abraham, de quien todos los judíos somos descendientes? Si entró en la debida relación con Dios gracias a sus obras, puede estar orgulloso de algo, pero no en relación con Dios. Pero, ¿qué es lo que dice la Escritura? «Abraham confió en Dios, y aquello se le contó como justicia.» EL que hace un trabajo no recibe el sueldo por misericordia, sino como algo que se le debe. Pero, al que confía en el Dios que trata al que no es

bueno como si lo fuera, la fe se le cuenta como justicia. Así dice David que considera dichoso al que Dios trata como justo sin que haya hecho ninguna cosa especial: » ¡Dichosos aquellos a los que se perdonan las transgresiones y cubren los pecados! ¡Dichoso el hombre a quien Dios no le lleva la cuenta del pecado!»

Pablo pasa a hablar de Abraham por tres razones.
(i) Los judíos consideraban a Abraham el patriarca de su raza y el dechado de todo lo que debe ser un hombre; por tanto sería natural que le preguntaran a Pablo: » Si lo que dices es cierto, ¿qué fue lo que Dios vio en Abraham cuando le eligió para que fuera el patriarca de Su pueblo escogido? ¿En qué era diferente de los demás?» Pablo se dispone a contestar a esa pregunta.
(ii) Pablo ha estado tratando de demostrar que lo que pone a un hombre en relación con Dios no es el cumplimiento de lo que establece la Ley, sino sencillamente la confianza que se manifiesta en una entrega incondicional creyendo que Dios tiene palabra y que nos sigue amando a pesar de que no hemos hecho nada para merecerlo. La reacción inmediata de los judíos sería: «Esto es algo completamente nuevo, y que contradice todo lo que se nos ha dicho que tenemos que creer. Esto es totalmente increíble.» Y Pablo responde: «Lejos de ser nada nuevo, esta doctrina es tan antigua como la fe de Israel. Lejos de ser una herejía novedosa, es la misma base de la religión judía.» Y eso es lo que se dispone a demostrar.
(iii) Pablo empieza hablando de Abraham porque es un maestro consciente y sabe cómo funciona la mente humana. Ha estado hablando de la fe. La fe es una idea abstracta. Una mente sencilla tiene dificultad para captar las ideas abstractas. Un buen maestro sabe que las ideas hay que personificarlas; que la única manera de que una mente corriente pueda entender una idea abstracta es presentársela en acción, en una persona. Así es que lo que Pablo dice en realidad es: «He estado hablando de la fe. Si quieres saber lo que es la fe, mira a Abraham.»
Cuando Pablo empieza a hablar de Abraham se coloca en un terreno que les era conocido a todos los judíos. Abraham ocupaba un puesto de honor en su pensamiento. Era el fundador de la nación. Fue el primer hombre con quien Dios se puso en contacto. Fue un hombre único, porque Dios le escogió, y porque escuchó y obedeció a Dios. Los rabinos habían discutido mucho sobre Abraham. La esencia de su grandeza era para Pablo que Dios se había puesto en contacto con él y le había mandado marcharse de su casa y de sus parientes y amigos y medio de vida, y le había dicho: «Si te embarcas en esta gran aventura de fe, llegarás a ser el padre de una gran nación.» Abraham creyó que Dios tenía palabra; no se puso a discutir, ni a dudar, sino que se puso en camino sin saber adónde iba (He 11:8 ). Lo que le puso en relación con Dios no fue el haber cumplido meticulosamente los preceptos de una ley, sino el poner toda su confianza en Dios y estar dispuesto a dedicarle su vida. Para Pablo eso era la fe, y fue la fe de Abraham lo que hizo que Dios le considerara bueno.

Unos pocos, muy pocos, de los rabinos más avanzados pensaban así. Había un comentario rabínico que decía: «Nuestro padre Abraham heredó este mundo y el mundo venidero únicamente por el mérito de la fe con que creyó en el Señor; porque dice la Escritura que «creyó al Señor, y Él se lo contó como justicia.»»
Pero la inmensa mayoría de los rabinos manipulaban la historia de Abraham para ponerla de acuerdo con sus creencias. Sostenían que Abraham era el único justo de su generación, y por tanto Dios le eligió como patriarca de su pueblo escogido. La objeción inmediata sería: «Si la única manera de ser justo es cumplir perfectamente la Ley, ¿cómo pudo serlo Abraham, que vivió cientos de años antes de que se promulgara la Ley?» Y los rabinos contestaban con la extraña teoría de que Abraham cumplió la Ley por intuición o por anticipación. «En aquel entonces -dice el Apocalipsis de Baruc 57:2- la Ley no escrita se conocía instintivamente, y así se podían cumplir los mandamientos.» «Cumplió la Ley del Altísimo -dice Eclesiástico 44:20s- y entró en alianza con Dios… Por tanto, Dios le aseguró con un juramento que las naciones serían benditas en su descendencia.» Los rabinos estaban tan enamorados de su teoría de las obras que insistían en que Abraham había sido elegido por sus obras, aunque entonces tenían que suponer que conocía la Ley por anticipación, porque todavía no había sido promulgada.

Aquí tenemos otra vez la raíz de la escisión entre el legalismo judío y la fe cristiana. La idea básica de los judíos era que el hombre tiene que ganarse el favor de Dios; y la idea básica del Cristianismo es que lo único que puede hacer el hombre es creer que Dios tiene palabra, y jugárselo todo a que Dios cumplirá sus promesas. El razonamiento de Pablo, realmente incontestable, era que Abraham había entrado en relación con Dios, no por cumplir toda clase de preceptos legales, sino por dar crédito a la promesa de Dios, y obrar en consecuencia.

La fe que al hombre anima, – tu más precioso don, es luz en las tinieblas, – alivio en la aflicción; amparo al desvalido, – al náufrago salud, origen de alegrías, – cimiento a la virtud.

JUAN BAUTISTA CABRERA.

El descubrimiento supremo de la vida cristiana es que no tenemos que torturarnos en una batalla perdida para ganar el amor de Dios, sino que lo único que tenemos que hacer es aceptarlo con completa confianza. Es verdad que, después de eso, una persona de bien está obligada toda su vida a mostrarse agradecida por ese amor. Pero ya no es un criminal que trata de cumplir una ley imposible, sino un enamorado ofreciéndose entero al que le amó cuando no lo merecía.
James Barrie contó una vez una historia acerca de Robert Louis Stevenson: «Cuando Stevenson fue a Samoa, primero se construyó una choza, y luego se mudó a una casa grande. La primera noche que pasó en la casa grande se sentía muy frustrado y triste porque no se le había ocurrido encargarle a su criado que le trajera café y cigarrillos. Cuando estaba pensándolo, se abrió la puerta y entró el muchacho nativo con una bandeja de café y cigarrillos. Stevenson le dijo en su lengua nativa: «Grande es tu previsión.» A lo que contestó el muchacho, corrigiéndole: «Grande es mi amor.» Prestaba sus servicios, no a la fuerza ni servilmente, sino movido por el amor. Ese es el móvil de la bondad cristiana.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 4

3. PRUEBA ESCRITURÍSTICA (4,1-25)

Lo que Pablo había simplemente apuntado en 3,21, a saber, el testimonio de la Escritura en favor de la justicia de Dios revelada en el acontecimiento cristiano, lo expone con la prueba escriturística del capítulo 4. Ciertamente que lo que aquí le interesa no es sólo el testimonio de la Escritura en favor de su tesis de la justificación, sino también y sobre todo el testimonio escriturístico para la consecuencia que saca del mensaje de la justificación en 3,27-31; es decir, en favor de la unidad de la Iglesia formada por judíos y gentiles. Es aquí donde Abraham constituye la figura clave, preparada ya por la Escritura. Esta intención de la prueba bíblica resalta todavía más en la sección que forma el capítulo 4. En 4,1-8 se empieza por exponer los principios fundamentales según los cuales es posible hablar de la justicia de Abraham por la fe, según la Escritura.

a) La justificación de Abraham por la fe (Rm/04/01-08)

1 ¿Qué diremos, pues, que obtuvo Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Porque, si Abraham fue justificado en virtud de sus obras, tiene motivo de jactarse. ¡Pero no ante Dios! 3 En efecto, ¿qué dice la Escritura? «Creyó Abraham a Dios, y esto se le imputó como justicia» (Gen 15:6). 4 Ahora bien, al que realiza un trabajo, el salario no se le imputa como un favor, sino como algo que se le debe. 5 Por el contrario, al que no trabaja, pero tiene fe en el que justifica al impío, esta fe suya se le imputa como justicia. 6 En este sentido, también David proclama bienaventurado al hombre al que Dios imputa justicia independientemente de las obras: 7 «Bienaventurados aquellos cuyos delitos fueron perdonados, y cuyos pecados fueron cubiertos; 8 bienaventurado el varón a quien el Señor no imputará en modo alguno su pecado» ( Sal 32:1-2).

La pregunta del v. 1 intenta provocar el interés del judío. De forma expresiva se le llama a Abraham «nuestro padre», aunque el inciso inmediato «según la carne» representa una cierta limitación. Se refiere a las relaciones de los judíos con Abraham, judíos con los que Pablo aquí se identifica. El v. 2 permite descubrir más claramente la conexión con el capítulo 3. Porque «si Abraham fue justificado en virtud de sus obras…» Pablo vuelve la mirada a la tesis de 3,28, y a través de la misma retorna al mensaje de los v. 21-26. Incluso en Abraham queda excluida la propia jactancia, y desde luego que en razón de su fe. El pasaje escriturístico de Gen 15:6 se convierte en el comprobante del mensaje paulino de la justificación. «Creyó Abraham a Dios…» Ya la fe del gran patriarca muestra la oposición entre las obras de la ley y la fe, aunque no de forma explícita. En cualquier caso Pablo puede entender la cita del Génesis en el sentido de que no habla de un mérito de Abraham -así lo había entendido el judaísmo-, sino de la imputación de la justicia por parte de Dios y sobre la base de la fe. Ahora bien, la fe excluye cualquier hincapié en el propio mérito. Lo cual resulta algo inaudito para los judíos. Convencidos como están por su tradición de que Abraham está de su parte y de que tienen en él el gran ejemplo de su piedad y de su fe en el mérito, Pablo les arrebata ahora esta figura central en la historia de la salvación convirtiéndola en el testigo decisivo de su mensaje de gracia.

Los v. 4 y 5 permiten conocer la base genuina de la argumentación de Pablo. Imputar la fe, dice Pablo, no es atribuir mérito a una obra realizada, sino imputar como gracia; imputación que se hace «al que no trabaja» y, más en concreto, sólo al que «tiene fe». El creyente es quien renuncia a que su acción se le impute como un mérito. Esta renuncia a la afirmación de sí mismo es parte esencial de la fe. Por sí solo el hombre no es más que un «impío»; reconociéndolo así, el hombre da paso a la acción justificante de Dios.

En los v. 6-8 Pablo refuerza su interpretación de Gen 15:6 con un nuevo pasaje bíblico, concretamente con el Sal 32:1-2. Al lado de Moisés ( = Gen 15:6), aparece David como inspirado cantor profético del Salterio. Este orden tal vez responda al esquema de 3,21b, según el cual la revelación de la justicia de Dios está atestiguada por la ley y por los profetas. La bienaventuranza del salmo pertenece claramente, según Pablo, al hombre a quien Dios imputa justicia sin obras. Ciertamente que esto no se dice de forma directa en ninguno de los dos versículos. Se habla de la felicidad, consecuencia del perdón de los pecados, y con tal motivo aparece el verbo «imputar»; ésta ha sido la palabra clave para Pablo. Dios no imputa el pecado. Esto, según el Apóstol, sólo puede entenderse en el sentido de su mensaje sobre la gracia, justo porque no se imputa nada según mérito sino según gracia, es decir, sin obras de por medio. Ya se ve que el camino de la argumentación no deja de presentar rodeos; pero eso no es nada extraño para Pablo.

b) Abraham, padre de todos los creyentes (4,9-17a)

Pablo esgrime diversos argumentos en pro de la paternidad universal de Abraham. No sólo cuenta respecto de los judíos, sino también -incluso sobre el fundamento del testimonio escriturístico- y de forma real respecto de cuantos creen como Abraham. La paternidad universal del gran patriarca se funda, pues, en su fe que le fue imputada como justicia. El testimonio de la Escritura corroborando la validez universal de tal paternidad lo desarrolla Pablo desde dos puntos de vista: por una parte, mostrando la primacía temporal y objetiva de la fe sobre la circuncisión (4,9-12); por otra, mostrando que la fe ha precedido a la ley en el tiempo (4,13-17a). La justicia no se imputa a la circuncisión sino a la fe, y a la fe se han hecho las promesas, no a la Ley.

La paternidad de Abraham se funda en la fe (Rm/04/09-12)

9 Ahora bien, esta declaración de bienaventuranza ¿es para los circuncidados o también para los no circuncidados? Porque decimos: «A Abraham se le imputó la fe como justicia.» (Gen 15:6). 10 Pero ¿cómo se le imputó? ¿Estando ya circuncidado o todavía sin circuncidar? No después de la circuncisión, sino antes de ser circuncidado. 11 Precisamente recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que tenía antes de circuncidarse, para que así fuera a la vez: padre de todos los creyentes no circuncidados, a quienes se imputaría su fe como justicia 12 y padre de los circuncidados, no sólo porque están circuncidados, sino también porque caminan tras las huellas de la fe de nuestro padre Abraham cuando aún era incircunciso.

Después que Pablo en los v. 1-8 ha hecho hablar a la Escritura con ayuda de dos pasajes, que para él son decisivos, de tal modo que el propio libro santo afirma la justificación por la fe excluyendo las obras como base de la salvación, ahora la figura de Abraham alcanza un mayor relieve, y sobre todo de cara a la tesis fundamental de Pablo de la unidad de judíos y gentiles en la fe.

Con la mayor naturalidad introduce Pablo en el v. 8 la citada bienaventuranza y la afirmación de la justicia de Abraham por la fe. Y puede hacerlo porque no aduce una prueba de crítica histórica, sino una prueba escriturística. Esto a su vez supone que la Escritura afirma una única verdad a través de los distintos autores. La Escritura aporta su verdad como confirmación de la nueva realidad que se ha abierto paso con el acontecimiento cristiano. Al trabajar con la Escritura, Pablo se interesa ahora por un nuevo desarrollo de la realidad central de la justificación.

La entrada para este desarrollo la proporciona el v. 9: lo que la Escritura afirma ¿vale sólo para los circuncidados o también para los no circuncidados? Aquí vuelve a aparecer de modo directo el problema, siempre actual en la Iglesia de Pablo, de las relaciones entre judíos y gentiles. A nosotros, desde un punto de vista histórico, no nos parece singularmente convincente el que la verdad de la universalidad de la salvación se demuestre por la cuestión de si Abraham estaba o no circuncidado cuando se le aplica la palabra de la Escritura, citada en Gen 15:6. Pero con tal planteamiento del problema, Pablo puede sacar de la Escritura lo que la fe le presenta como realidad cristiana y a cuya realización se sabe llamado. Pablo no desarrolla ninguna prueba escriturística de tipo histórico sino teológico. La exégesis actual, que argumenta con la historia en la mano no se sorprenderá de que Pablo utilice para su propósito los medios exegéticos que ya empleaba el judaísmo de su tiempo. Razón de más para que nosotros atendamos sobre todo al propósito que guía a Pablo en sus afirmaciones, sin que debamos anotar todos los pormenores de su argumentación zigzagueante.

Ese propósito que preside las afirmaciones de Pablo aparece claro en la doble frase final de los v. 11b-12; el versículo 11b se refiere a los incircuncisos, mientras el 12 alude a los circuncidados. Sobre la base de la Escritura hay que considerar a Abraham como «padre de todos los creyentes no circuncidados». El acento recae aquí sin duda alguna sobre el «todos». El que «todos» ellos crean no siendo circuncidados se agrega apuntando directamente a los judíos: creen como creyó el Abraham incircunciso, y su fe «se le imputa» como justicia. Lo mismo ocurre ahora con los creyentes.

Entre ellos se cuentan también los judíos, por cuanto creen. Eso es lo que afirma el v. 12: Abraham es «padre de los circuncidados», del que gustosamente alardean los judíos, pero no en el sentido de que desciendan simplemente de la circuncisión, sino en cuanto que siguen las huellas del Abraham que creyó estando todavía sin circuncidar. Pues, sólo así es realmente «nuestro Padre», como agrega Pablo al final. Sin duda que el Apóstol piensa aquí en los judeocristianos que se ufanan como auténticos judíos de su origen abrahamita, pero esta descendencia de Abraham, que desde un punto de vista puramente natural Pablo no discute, no puede tener valor a sus ojos desde el aspecto más transcendente de proporcionar la salvación. Si algo cuenta Abraham, no sólo delante de los hombres sino también delante de Dios, se lo debe a su fe y no a la circuncisión. Se anula, pues, la pretendida ventaja del judío por motivo de la circuncisión que le liga como pueblo a Abraham. Lo cual no deja tampoco de expresarse en el hecho de que los incircuncisos (v. 111b) precedan a los circuncidados (v. 12).

Con lo cual resulta -resultado bastante grotesco para el judío- que el camino de la incircuncisión, visto desde Abraham, es el camino verdadero, no ciertamente del simple hecho de no estar circuncidado, sino de la fe, que Dios reconoció en la incircuncisión de Abraham, y que ahora en razón del acontecimiento cristiano lo descubren también los incircuncisos como el camino general del hecho de la salvación. Con ello no es que la incircuncisión pase a ocupar el puesto de la circuncisión, sino que las pretensiones anejas a esta última han caducado. Ahora la circuncisión se considera igual que la incircuncisión. Por ello puede Pablo proclamar en Gal 5:6; «En Jesucristo no cuentan ni la circuncisión ni la incircuncisión; sino la fe, que actúa a través del amor.»

La promesa no se funda en la ley sino en la fe (Rm/04/13-17a)

13 Pues no fue por medio de la ley como le vino a Abraham y a su descendencia la promesa de que él iba a ser heredero del mundo, sino mediante la justicia de la fe 14 Porque, si quienes heredan son los que proceden de la ley, la fe ha quedado vacía, y la promesa sin efecto; 15 ya que la ley acarrea el castigo, mientras que donde no hay ley, tampoco hay transgresión. 16 Por eso la promesa es por la fe, para que lo sea según gracia y así la promesa quede firme para toda la descendencia, no sólo para los que proceden de la ley, sino también para los que proceden de la fe de Abraham, que es padre de todos nosotros, 17a como escrito está: «Te he constituido padre de muchos pueblos» (Gen 17:5)…

Con el v. 13 reanuda Pablo su demostración. La nueva palabra clave es la promesa. El contenido de la promesa hecha a Abraham viene descrito en conexión con un pasaje como Gen 18:18. Allí se dice: «Abraham será un gran pueblo y en él serán benditos todos los pueblos de la tierra.» Asimismo oímos repetidas veces que tendrá una descendencia innumerable. Pablo explica esta promesa en el sentido de que él «o su descendencia» serán los «herederos del mundo». Por «descendencia» de Abraham pueden entenderse aquí los creyentes en general; pero según Gal 3:16 es sobre todo Jesucristo el «heredero del mundo».

Pablo enfrenta aquí la ley a la justicia de la fe, y desde luego que con la mirada puesta en Abraham. Dado que la ley de Moisés sólo llegó después de Abraham, puede dar beligerancia a esta oposición con una cierta naturalidad. Pero el judío no aceptaría la consecuencia que aquí saca Pablo; pues, para el judío Abraham participó de la promesa justamente en razón de sus méritos, promesa de la que son partícipes asimismo los judíos en cuanto descendientes de Abraham. También aquí vuelve Pablo a interesarse por reclamar a Abraham para la Iglesia universal de judíos y gentiles; y ahora de cara a la promesa recibida por Abraham y cumplida en Cristo.

El v. 14 indica claramente que Pablo parte de la presente situación de la fe. Pero ¿qué pretende decir cuando afirma que la fe ha quedado vacía, si los herederos son «los que proceden de la ley»? ¿Significa esto que no puede ser lo que no debe ser? En un cierto sentido se podría pensar así. Pero hay que considerar la cuestión más despacio. La fe habría quedado ya vacía de contenido, si los judíos fuesen realmente los «herederos». Pero puesto que la fe ha llegado de hecho, lo que se ha demostrado, por el contrario, es que las pretensiones judías eran unas pretensiones hueras. Al creyente como creyente ya se le ha hecho partícipe de la promesa. Pablo puede partir de esta situación.

En el v. 15 Pablo intenta reforzar su argumentación de los dos versículos precedentes. Lo que tiene que probar de hecho es que la ley cubre exactamente el espacio de tiempo que media entre la promesa a Abraham y la realización de esa promesa en el acontecimiento cristiano de la hora presente. Y ese período es el tiempo huérfano de salvación, el tiempo del pecado y de la cólera de Dios. Con una idea marginal toca también brevemente el período anterior a la ley: donde no hay ley tampoco hay transgresión.

El v. 16 ofrece el punto capital de la argumentación. Brevemente se establece la correspondencia entre la fe de Abraham y la eficacia de la gracia de Dios al presente. Sigue inmediatamente, a modo de conclusión -y como en los v. 11b y 12-, el resumen de cuanto precede, en forma de oración final: así la promesa debía ser firme para toda la descendencia. Una vez más se expresa la validez universal de la presente realidad salvífica.

Pero ¿qué significa en concreto «toda la descendencia» o, literalmente «toda semilla»? La ampliación «no sólo para los que proceden de la ley, sino también para los que proceden de la fe de Abraham», es sorprendente. Pues, parece que aquí deberían identificarse judíos y cristianos. Mas ¿cómo puede ser esto posible cuando Pablo acaba de excluir en el v. 14 del derecho a la promesa a «los que proceden de la ley», es decir, a los judíos, más aún, cuando ha afirmado que la promesa está ligada a la fe y no a la ley? Si fe y ley se oponen mutuamente ¿cómo pueden estar aquí relacionadas entre sí? Sin entrar por el momento a discutir ese problema, es preciso establecer en todo caso que los judíos no quedan, por serlo, excluidos de la promesa. También ellos se cuentan entre los hijos de Abraham, aunque sólo en razón de la fe a la que está reservada, según Pablo, la genuina filiación de Abraham.

Al final del v. 16 se dice una vez más, sin dejar el menor resquicio a la duda, cuál es el verdadero tema de Pablo: Abraham que es padre de todos nosotros. La paternidad universal de Abraham, que Pablo reclama, responde a la misma Escritura, tal como se expone en el v. 17a citando un pasaje de Gen 17:5. Lo que, según dicho texto, se le prometió a Abraham fue esto: «Te he constituido padre de muchos pueblos»; promesa que ahora se cumple en la única comunidad de salvación que es la Iglesia.

En la sección de 4,13-17a queda claro que Pablo argumenta en favor de la unidad de judíos y gentiles, que se realiza en la única Iglesia fundada por Cristo, y lo hace teniendo en cuenta el punto de vista de los judíos de su tiempo, punto de vista que en parte compartían aún los judeocristianos. Es precisamente contra los judíos que él utiliza como el argumento más convincente la figura de Abraham, figura central en la historia de la salvación. Pero en Abraham no se manifiesta la continuidad histórica de la acción salvadora divina antes y ahora con un material histórico fehaciente, sino la unidad de la voluntad salvífica de Dios, que opera la justificación en el presente de la fe al igual que en Abraham. El patriarca es testigo del alcance de la fe en Cristo en el ámbito universal de la Iglesia. Que la fe cristiana del presente no es otra que la fe de Abraham, lo prueba Pablo en el resto del capítulo, en los versículos 17b-25.

c) La fe de Abraham, ejemplo para nuestra fe (Rm/04/17b-25)

17b Delante de Dios, en quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama al ser las cosas que no existen. 18 Esperando contra toda esperanza creyó; y así vino a ser padre de muchos pueblos, según aquello que se le había dicho: «Así será tu descendencia» (Gen 15:5).

Con más vigor aún que en la sección precedente aparece ahora la figura de Abraham en el primer plano, y concretamente por su ejemplaridad en la fe. Mientras en los v. 1-17a estaba en litigio la importancia teológica de la fe de Abraham, Pablo penetra ahora con mayor fuerza en su estructura interna. A causa de la esperanza «contra toda esperanza» la fe de Abraham se convierte en ejemplo para la fe cristiana; más aún, en cierto sentido la fe del patriarca se manifiesta como una fe cristiana, toda vez que Abraham creyó ya en el que resucita a los muertos. En esta correspondencia intrínseca entre la fe de Abraham y la fe cristiana culmina la prueba escriturística de Pablo, pues con ello queda demostrado que Pablo tiene realmente la Escritura de su lado.

El tema de la reflexión lo proporciona el v. 17b: fe en Dios que da vida a los muertos y llama al ser las cosas que no existen. Con el «delante de Dios» se explica cómo hay que entender las afirmaciones precedentes. Cuanto se ha dicho sobre la paternidad de Abraham, no cuenta por sí mismo, sino que se ha dicho teniendo ante los ojos los designios de Dios. Así es como quiere Pablo enjuiciar a Abraham, justamente desde los planes divinos. «Delante de Dios» es, pues, el supuesto hermenéutico para la interpretación de Pablo. Tal era ya el caso de 3,30 en que se invocaba a Dios como fundamento último de la unidad de la Iglesia. Ahora se reconoce a Dios como el Dios de Abraham y de la Iglesia; porque uno y otra, Abraham y la Iglesia, creen en el Dios que resucita a los muertos. Este atributo de Dios aparece en forma similar en 2Co 1:9, donde se nos exhorta a confiar «en el Dios que resucita a los muertos». Ya en el judaísmo se reconocía a Dios como el que resucita a los muertos. La oración de las dieciocho bendiciones (shema), dice así en un verso de la segunda bendición: «¡Alabado seas, Yahveh, …tú que resucitas a los muertos!» La fórmula de Pablo está tomada evidentemente de la tradición judía. Pero ¿cuál es su pensamiento concreto en 4,17? ¿Piensa acaso en el rejuvenecimiento milagroso del poder fecundante de Abraham? Tal vez habría que referirse mejor al v. 5, donde Dios viene descrito como «el que justifica al impío». En la justificación del impío tiene lugar la vivificación de los muertos. Es con este nuevo acto creador con el que Dios llama «al ser las cosas que no existen» 18.

FE/PARADOJA: El v. 18 desarrolla la afirmación creyente del v. 17 mirando a la estructura esperanzada de la fe. Abraham creyó «esperando contra toda esperanza». Pablo toca aquí justamente la paradoja de la fe. La fe consiste en esperar cuando no hay esperanza. La fe es suscitada por Dios. Es el resultado de una acción divina vivificante. La fe se apoya en la llamada de Dios que suscita la vida y que se escucha en el Evangelio. Abrazar el Evangelio como la oferta generosa de salvación que Dios hace es una fe en esperanza contra toda esperanza. La fe de Abraham le llevó a convertirse en «padre de muchos pueblos»; esa misma fe «contra toda esperanza» adquiere todo su vigor en el presente cristiano. Ahora la Iglesia de judíos y gentiles es la «descendencia» de Abraham suscitada por Dios.

……………

18. Tampoco esta exposición deja de tener sus precedentes en el judaísmo. ApBar (sir.) 48,8 se dice de Dios: «Tú llamas a la vida, por tu palabra. a lo que no existe».

……………

19 Y no flaqueó en su fe, aunque se dio perfecta cuenta de que su propio cuerpo estaba ya sin vigor -pues tenía casi cien años-, y de que el seno de Sara estaba igualmente marchito. 20 Ante la promesa de Dios no titubeó ni desconfió, sino que fue fortalecido por la fe y dio gloria a Dios; 21 y quedó plenamente convencido de que poderoso es Dios para realizar también lo que una vez prometió. 22 Por eso, precisamente, se le tomó en cuenta como justicia.

Los versículos 19 y 20 describen ahora la fe de Abraham explotando los materiales de su historia. Pero, al igual que en los v. 3 ss, la cita está acomodada a la doctrina que se trata de exponer. Pablo enlaza con Gen 17:17 en que Abraham recibe de Dios la promesa de un hijo: «Entonces Abraham se postró sobre su rostro y sonrióse diciendo en su corazón: ¿Conque a un viejo de cien años le nacerá un hijo, y Sara, de noventa, ha de parir?» Como quiera que se expliquen las risas de Abraham y de Sara en este pasaje y en Gen 18:12-15, es evidente que el texto no habla de la fe de Abraham sino más bien de su duda. Pablo, en cambio, acentúa la natural decrepitud del cuerpo como condición preliminar de la acción divina. Y hasta fuerza un poco las cosas, pues es evidente que según los datos de la Biblia no se puede hablar de una esterilidad absoluta, toda vez que, según Gen 25:1.2, Abraham aún engendró más tarde seis hijos con otra mujer llamada Guetura. La cuestión se explica perfectamente, no tildando a Pablo de inexactitud o de olvido, sino atribuyéndole el propósito no de narrar la historia bíblica sino de explotarla, y sin duda alguna que desde los puntos de vista que le ha proporcionado la presente experiencia de la realidad de la fe. En consecuencia, lo que aquí Pablo describe sirviéndose del ejemplo de Abraham es la fe cristiana. La fe cristiana es la que Dios ha suscitado de un estado de muerte y a la que mantiene firme en la promesa divina contra cualquier clase de duda; es la fe consciente de que el poder de Dios da cumplimiento a la promesa (v. 20). Todo esto puede Pablo presumirlo en Abraham, cuando en la Escritura se dice que «se le imputó como justicia». Naturalmente que Pablo no dice esto último ni en ese orden, sino en el orden inverso: Porque Abraham fue así, por eso se dice en la Escritura… (v. 22).

23 Ahora bien, eso de que se le imputó no se escribió en favor de Abraham sólo, 24 sino también en favor de nosotros, a quienes la fe se nos imputará, pues creemos en aquel que resucitó a Jesús nuestro Señor de entre los muertos, 25 el cual fue entregado por causa de nuestras faltas y fue resucitado por causa de nuestra justificación.

Finalmente, los versículos 23 y 24 expresan con toda claridad adónde quería llegar Pablo con su reflexión sobre Abraham: a los creyentes de su tiempo. En ellos se cumple la Escrituras o mejor, la acción de Dios testificada por la Escritura. Lo que en la sección anterior se describía de modo velado como fe de Abraham, se desvela ahora como fe cristiana en Dios que ha suscitado a Jesús, nuestro Señor, de entre los muertos. La afirmación cristológica todavía se desarrolla en el v. 25 brevemente con ayuda de una confesión de fe formal y se cierra de este modo, no sin referirse a «nuestra justificación», en la que el poder de Dios, que resucita a los muertos, alcanza su objetivo.

Lo que significa creer hay que descifrarlo, según Pablo, en la persona de Abraham. Creyó «esperando contra toda esperanza». Por consiguiente, la fe no es, en primer término, una opinión humana en un caso determinado, sino la entrega a Dios, provocada por un llamamiento divino. La fe es lo contrario de la propia afirmación; es el abandono del hombre en Dios que resucita a los muertos. Esta es justamente la fe que se alaba en Abraham. El patriarca se convierte así en el modelo y prototipo del cristiano, quien cree ciertamente en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos para nuestra justificación. Existe, pues, una correspondencia entre la fe de Abraham, padre de todos los creyentes, reconocido por Dios, y la fe del cristiano. Por ello, la realidad cristiana se demuestra sobre el fundamento de esta única fe como la realidad querida y establecida por Dios. A demostrar esto se encamina la prueba escriturística de Pablo.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

— nuestro antepasado: Aunque varios mss. importantes añaden: según la carne, no necesariamente tiene que referirse Pablo a judeocristianos; el contexto presenta a Abrahán como padre de todos los creyentes.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

Solamente por fe: la fe de Abraham. Pablo elabora ahora sobre los aspectos que desarrolló brevemente en 3:27-31, haciendo referencia a la historia de Abraham. Por dos razones era importante para Pablo citar a Abraham en este punto coyuntural. Primera, el judaísmo ponía en alto a Abraham pero tendía a verlo como un gran pionero de la “piedad de la Torah”, un hombre que agradaba a Dios, sobre todo debido a su obediencia a la ley. Segunda, Abraham, el receptor de la promesa de Dios y el antepasado de los judíos, ocupa un lugar crucial en la historia de la salvación en el AT. Esto era particularmente así en el pensamiento de Pablo, porque él veía que uno de los errores fundamentales de sus contemporáneos judíos era el de resaltar el pacto mosaico a expensas del previo acuerdo de Dios con Abraham (ver Gál. 3:15-18). Pablo necesita, entonces, citar a Abraham para demostrar que su hincapié en la justificación por la fe no es una doctrina nueva y revolucionaria, sino lo que las Escrituras enseñan desde el principio. Y, además, Pablo utiliza a Abraham para dejar absolutamente claro qué es exactamente la fe. Lo hace a través de una serie de contrastes que anticipan el gran principio de sola fide (“solamente por la fe”) en la Reforma.

1-8 En esta sección, Pablo discute acerca de la fe en contraste con las obras. La pregunta que abre el párrafo de 3:27-31 guarda cierto paralelismo con la pregunta inicial de este capítulo: ¿Qué diremos, pues, que ha encontrado Abraham, nuestro progenitor según la carne, es decir, en este tema de la jactancia y la justificación? Porque si Abraham fue justificado por obras -como creían algunos judíos- entonces él tenía, por cierto, buenas razones para jactarse, y peligraría la conclusión de Pablo de que la jactancia queda excluida (3:27). Pero no delante de Dios (2b) es la respuesta de Pablo a este supuesto. Esto podrá significar que Abraham tenía una razón para jactarse delante de otras personas, “pero no delante de Dios”; o lo que es más probable, que la condición que Pablo ha expresado -si Abraham fue justificado por las obras- debe ser rechazada cuando colocamos el asunto “delante” del veredicto de Dios. Este veredicto lo tenemos en la Escritura misma: “El [Abraham] creyó al Señor y le fue contado por justicia” (Gén. 15:6). Este texto se convierte en el fundamento para todo lo que aún Pablo ha de exponer. El muestra que este “contarse por justicia”, precisamente porque está fundamentado en la fe, excluye las obras (4-8), la circuncisión (9-12) y la ley (13-17). El detalla la fuerza y la naturaleza de esta fe de Abraham que dio lugar a su condición de justo (18-21), antes de citar una vez más su texto (22) y de hacer clara su aplicabilidad a los lectores (23-25).

El propósito de Pablo en los vv. 4, 5 es el de contrastar la fe y las obras. Las obras, por un lado, implican una situación de obligación. Una persona que trabaja recibe el salario que un empleador tiene la obligación de pagarle. La fe, por otra parte, implica una situación en la que se da gratuitamente. Como un acto de humilde aceptación, la fe no ejerce demanda alguna sobre el que da; tampoco tiene el dador “obligación” de responder. Estos contrastes demuestran claramente que la justificación debe basarse en la fe. Esto es porque Dios es, por definición, un Dios de gracia, un Dios que justifica al impío (5). Una persona no pasa a disfrutar una relación con Dios porque a causa de su justicia (condición de justa) se lo haya ganado. Es a la “persona malvada”, la persona que no tiene nada bueno en sí misma que justifique o que defienda su caso, aquella a quien Dios acepta. Pablo nos recuerda aquí de una de las grandes verdades de las Escrituras: que los seres humanos no pueden exigir la atención de Dios. Establecer una relación con él es cuestión de su don gratuito, que debe aceptarse en humilde fe.

A fin de subrayar la enseñanza que Pablo ha estado rescatando del Pentateuco (Gén. 15:6) agrega, en una manera típicamente judía, un texto confirmatorio tomado de los “Escritos”. En el Sal. 32:1, 2 David también deja establecido que Dios justifica a las personas aparte de las obras. La bendición, expresa claramente David, no es una cuestión de logros por parte de una persona, sino de que una persona sea perdonada por Dios. Pablo dice claramente que la frase “contado por justicia” en Gén. 15:6 significa que Dios considera a una persona como teniendo una condición de “justicia” en la cual los pecados de esa persona no le son “contados” en su contra.

9-12 Esta felicidad de tener una condición de justo no se fundamenta en la circuncisión. Porque el momento en que Dios declaró justo a Abraham (Gén. 15) fue mucho antes de que fuera circuncidado (Gén. 18; según los rabinos, transcurrieron 29 años entre ambos incidentes). La circuncisión, entonces, no fue el fundamento de la justicia de Abraham, sino una señal o sello de la justicia que Abraham ya tenía en virtud de su fe. De esta manera, Abraham queda calificado para ser el padre de todos los creyentes. Porque al igual que los cristianos gentiles, fue justificado sin ser circuncidado (11b) y, al igual que los cristianos judíos, fue a la vez circuncidado y justificado por la fe. La lectura que Pablo hace de Gén. a la luz del cumplimiento del plan de Dios, le permite ver a Abraham más que simplemente como el padre de la nación judía (1, “nuestro progenitor según la carne”), sino como el padre de todos los creyentes en Cristo.

Nota. 12 El orden de las palabras en este versículo da lugar a pensar que Pablo tiene en mente dos grupos claramente definidos: judíos -“los de la circuncisión”- y judíos cristianos: los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham … ”

13-17 En Gál. 3 Pablo argumenta que la ley mosaica no pudo haber tenido nada que ver con la condición de Abraham delante de Dios, porque la ley llega a conocerse siglos después de Abraham. Aquí en el cap. 4 Pablo prefiere basar su argumentación menos “en la historia” y más “en los principios”. Para demostrar que la obediencia a la ley nada tuvo que ver para que Abraham fuese “contado como justo” (13) Pablo cita la debilidad de la ley misma (14, 15), la gracia (16) y el poder creador de Dios (17b), y la “paternidad” universal de Abraham (16b, 17a).

Si el heredar la bendición de Abraham depende de hacer la ley, entonces la fe ha sido hecha inútil y la promesa invalidada. Esto es porque, como Pablo señalara anteriormente (3:9-20), ninguno puede obedecer suficientemente la ley como para ameritar ser considerado justo delante de Dios. La ley, entonces, no produce bendición, sino ira (15). Al detallar minuciosamente la demanda de Dios, la ley aumenta la responsabilidad del pecador ante Dios. Cuando, inevitablemente, la ley resulta quebrantada, la culpabilidad del pecador es aun mayor de lo que habría sido sin tener la ley que lo condene. Esta es la enseñanza que Pablo implica en el v. 15b cuando afirma que donde no hay ley, tampoco hay transgresión. El no quiere decir que no exista el “pecado” fuera del marco de la ley, sino que la forma específica del pecado llamado “transgresión” (gr. parabasis) puede existir únicamente frente a mandamientos claros y definidos por parte de Dios, ante los cuales una persona es responsable. (Este es el sentido que siempre tiene la palabra parabasis en los escritos de Pablo; Rom. 2:23; 5:14; Gál. 3:19; 1 Tim. 2:14.)

Pablo se refiere brevemente a una segunda razón por la cual la justicia no puede originarse en la ley: fundamentar la justicia en la ley significaría fundamentarla en “obras”, y así hacer nula la gracia de Dios (cf. 4:4, 5). Esta enseñanza está relacionada con la que Pablo deja en la última parte del v. 17, que el Dios en quien Abraham creyó es nada menos que aquel que vivifica a los muertos y llama a las cosas que no existen como si existieran. Esto se proyecta a la descripción de la propia fe de Abraham en los vv. 18-21, pero también refuerza la idea de la libertad de Dios y de su poder creativo. Es paralela en ese sentido a la designación que Pablo hizo anteriormente de Dios como aquel que justifica al impío (5). Una tercera razón por la cual la justicia no puede fundamentarse en la ley nos lleva a recordar el argumento que Pablo utilizó en 3:29, 30. La intención de Dios era la de abrir a toda la humanidad la herencia que había prometido a Abraham, tal como el AT mismo indica: “Te he constituido en padre de una multitud de naciones” (Gén. 17:5). Esto podría llevarse a cabo únicamente cuando la herencia ya no se fundamentara en una institución -la ley mosaica- particular de Israel.

18-21 En este párrafo Pablo se detiene para describir brevemente la naturaleza de la fe de Abraham, antes de cerrar su exposición. Abraham, enseña Pablo, tuvo una fe fuerte y firme frente a la abundante evidencia de que aquello que Dios había prometido podría no llegar a cumplirse. El tomó plena conciencia de la realidad de que tanto su edad como la matriz muerta de Sara hacían humanamente imposible el cumplimiento de la promesa de que tendría muchos hijos. No obstante, contra toda esperanza -la clase de esperanza que se fundamenta en las capacidades humanas naturales- Abraham creyó con la clase de esperanza que ve más allá de las circunstancias y puede descansar en las promesas y la capacidad de Dios. Nótese la fortalecedora aplicación que hace Calvino de este pasaje: “Recordemos también que la condición de todos nosotros es igual que la de Abraham. Todas las cosas que nos rodean están en oposición a las promesas de Dios: él promete inmortalidad, cuando estamos rodeados de mortalidad y corrupción; él declara que nos considera justos, cuando estamos cubiertos de pecados; él afirma que es propicio y bondadoso para con nosotros, todo cuanto nos rodea nos amenaza con su ira. ¿Qué hemos de hacer entonces? Debemos, con ojos cerrados, no prestar atención a nosotros mismos y a todas las cosas que tienen que ver con nosotros, de modo que nada nos estorbe o impida creer que Dios es fiel y verdadero.”

Nota. 20 La insistencia de Pablo en que Abraham no dudó de la promesa de Dios por falta de fe podrá parecer inconsecuente con la risa incrédula y socarrona de Abraham frente a la promesa de Dios en Gén. 17:17. No obstante, lo que Pablo quiere señalar no es que Abraham haya sido una persona perfecta, o que nunca haya tenido absolutamente ninguna duda, sino que la actitud de su corazón era, de manera consecuente, una actitud de fe y esperanza en la promesa de Dios.

22-25 Pablo redondea su exposición de la fe de Abraham citando nuevamente su versículo clave -Gén. 15:6-, y aclarando aquello que permanentemente ha estado implícito: que el versículo y su significado tienen aplicación directa a los creyentes en Cristo. Al igual que Abraham, nosotros también creemos en el Dios que da vida a los muertos; específicamente, en el Dios que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor.

El v. 25 describe la obra de Jesús el Señor a través de dos declaraciones paralelas (quizá Pablo esté citando una temprana confesión cristiana). La primera afirmación alude a la traducción de Isa. 53:12 en la LXX, donde se dice que el siervo de Dios fue “entregado por causa de los pecados de ellos”. El término por (gr. dia) en esta primera parte probablemente signifique “a causa de”: Jesús fue entregado a muerte porque era necesario hacer provisión para nuestro problema del pecado. No obstante, en la segunda parte el para parece afirmar que Jesús fue levantado de los muertos “con el propósito” de proveer para nuestra justificación. En tanto que Pablo generalmente relaciona nuestra justificación con la muerte de Cristo, este versículo muestra que la resurrección de Jesús también cumple una función en la reparación de nuestra relación con Di

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

4.1-3 Los judíos se sentían orgullosos de llamarse hijos de Abraham. Pablo mencionó a Abraham como un buen ejemplo de alguien salvo por fe. Para recalcar la fe, Pablo no dice que las leyes de Dios sean menos importantes (4.13), pero es imposible ser salvos simplemente por obedecerlas. Si desea más información acerca de Abraham, véase su perfil en Génesis 18.4.4 Este versículo significa que si una persona pudiera ganarse el favor de Dios siendo buena, la concesión de este regalo no sería voluntaria, sino obligatoria. La autoconfianza en este sentido es vana: todo lo que podemos hacer es cobijarnos con la misericordia y la gracia de Dios.4.5 Cuando algunas personas se enteran de que Dios nos salva mediante la fe, empiezan a inquietarse. «¿Tengo suficiente fe?», se preguntan. «¿Es mi fe suficientemente sólida para salvarme?» Están confundidas. Jesucristo es el que nos salva, no nuestros sentimientos ni nuestras obras. Por débil que sea nuestra fe, El es suficiente para salvarnos. Jesús nos ofrece la salvación gratuitamente porque nos ama, no porque la hayamos ganado mediante una fe poderosa. ¿Cuál es entonces el papel de la fe? Fe es creer y confiar en Jesucristo y aceptar el don maravilloso de la salvación.4.6-8 ¿Qué hacemos con la culpa? El rey David cometió pecados terribles: adulterio, homicidio, mentiras, y aun así experimentó el gozo del perdón. Nosotros también podemos experimentarlo cuando: (1) dejamos de negar nuestra culpabilidad y reconocemos que hemos pecado, (2) reconocemos nuestra culpa ante Dios y pedimos su perdón, y (3) desechamos la culpa y creemos que Dios nos ha perdonado. Esto puede ser difícil, sobre todo cuando el pecado ha echado raíces y se ha enraizado por años, cuando es muy serio o cuando involucra a otro. Debemos recordar que Jesús quiere y está dispuesto a perdonar todos los pecados. Si tomamos en cuenta el alto precio que El pagó en la cruz, es arrogancia pensar que algún pecado nuestro sea demasiado grande para que El lo perdone. Aunque nuestra fe sea débil, nuestra conciencia sea sensible y los recuerdos nos atormenten, la Palabra de Dios declara que pecado confesado es pecado perdonado (1Jo 1:9).4.10 La circuncisión era una señal externa de que los judíos eran el pueblo escogido de Dios. La circuncisión de todos los niños judíos marcaba su separación de las naciones que adoraban a todo tipo de dioses. Era una ceremonia muy importante. Dios bendijo y le ordenó esta ceremonia a Abraham (Gen 17:9-14).4.10-12 Los ritos no le aportaron recompensa alguna a Abraham, Dios le bendijo antes de implementarse la ceremonia de la circuncisión. Abraham halló el favor de Dios por la fe solamente, antes de ser circuncidado. Gen 12:1-4 nos relata que Dios llamó a Abraham a los setenta y cinco años de edad; la ceremonia de la circuncisión comenzó cuando tenía noventa y nueve (Gen 17:1-14). Las ceremonias y rituales sirven de recordatorio de nuestra fe e instruyen a los nuevos y jóvenes creyentes. No debiéramos pensar que nos conceden algún mérito especial delante de Dios. Son señales externas de un cambio interno de corazón y actitud. El centro de nuestra fe debe ser Cristo y su obra salvadora, no las obras nuestras.4.16 Pablo explica que Abraham agradó a Dios solo por la fe, cuando ni siquiera había oído de los rituales que serían tan importantes para el pueblo judío. Nuestra salvación es solo por fe. No es por amar a Dios ni hacer buenas obras. No es por fe más amor, ni tampoco por fe más las buenas obras. Somos salvos solo mediante la fe en Cristo, confiados en que El nos perdona todos nuestros pecados. Si desea más información acerca de Abraham, véase su perfil en Génesis 17.4.17 La promesa (o pacto) que Dios le dio a Abraham afirmaba que sería padre de muchas naciones (Gen 17:2-4) y que todo el mundo recibiría bendición a través de él (Gen 12:3). Esta promesa se cumplió en Jesucristo. Jesús era de la descendencia de Abraham y en verdad el mundo entero recibió bendición mediante El.4.21 Abraham nunca dudó de que Dios cumpliría su promesa. Su vida estuvo marcada con errores, pecados y fallas así como con sabiduría y bondad, pero siempre confió en Dios. Su vida es un ejemplo de fe en acción. Si hubiera puesto los ojos en sus recursos para sojuzgar Canaán y fundar una nación, hubiera caído en la desesperación. Pero puso sus ojos en Dios, le obedeció y esperó a que El cumpliera su palabra.4.25 Cuando creemos, ocurre un cambio. Damos a Cristo nuestros pecados y El nos da justicia y perdón (véase 2Co 5:21). No hay nada que podamos hacer para ganarlo. Solo a través de Cristo recibimos la justicia de Dios. ¡Qué oferta más increíble para nosotros! Muchos aún no la toman en cuenta y siguen «disfrutando» su pecado.

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

NOTAS

(1) “Diremos de Abrahán […] carne”, B; אADVg: “diremos que Abrahán nuestro antepasado según la carne ha ganado”.

REFERENCIAS CRUZADAS

a 243 Isa 51:2; Jua 8:39

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

Habiendo establecido que la justificación no es por obras, Pablo ahora toma a Abraham como un ejemplo de alguien que fue justificado por fe y no por obras, estableciendo y confirmando así la verdad de que la justificación por la fe es el método que Dios usa para salvar a los pecadores (3:27– 28; Gá 3:6– 14).

Fuente: La Biblia de las Américas

1 super (1) Después de hablar en el cap. 3 acerca de la justificación objetiva y posicional efectuada por la muerte de Cristo, en este capítulo Pablo muestra la justificación subjetiva y disposicional llevada a cabo por la resurrección de Cristo. El usa a Abraham como ejemplo para mostrar que la justificación adecuada y viva es la obra más profunda de Dios al llamar a los hombres caídos a salir de todo lo que no sea Dios y al hacerlos volver a El mismo, de modo que pongan toda su confianza en El y no en sí mismos. En Gn 15 la justificación de Abraham por parte de Dios no estaba relacionada con el pecado; más bien, tenía como fin obtener una simiente que produjera un reino que había de heredar el mundo (v.13). De la misma manera, este capítulo indica que el objetivo de la justificación no es meramente que el hombre sea librado de la condenación de Dios, sino más bien que Dios obtenga muchos hijos (8:29-30), a fin de que constituyan un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo (cap.12) como el reino de Dios (14:17) para el cumplimiento de Su propósito. La justificación objetiva y posicional de la cual se habló en el cap.3 está relacionada con la redención, por medio de la cual el hombre puede ser reconciliado con Dios; la justificación subjetiva y disposicional de la cual se habla en el cap.4 está relacionada con la vida, por medio de la cual los hombres pueden llegar a ser herederos para el cumplimiento del propósito de Dios. Esto requiere que la carne del hombre y su capacidad natural sean cortadas, es decir, que sean circuncidadas.

1 super (2) Abraham es el antepasado de todos los creyentes, de los de la incircuncisión, los cuales tienen la misma fe, y también de los de la circuncisión, los cuales siguen las pisadas de la misma fe.

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

ss. El objetivo de Pablo en este capítulo es demostrar que el principio de la justificación por la fe no es nuevo, y usa como prueba a Abraham.

Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie

44 (d) El tema ilustrado: en el AT, Abra­hán fue justificado por la fe (4,1-25). Para de­mostrar que la justificación de todos los seres humanos por gracia mediante la fe confirma la ley, Pablo sostiene que este principio ya es­taba en vigor en el AT. Se pone como ejemplo a Abrahán: fue considerado justo debido a su fe (4,1-8); no debido a su circuncisión (4,9-12), ni en dependencia de la ley, sino en virtud de una promesa (4,13-17). Como resultado de ello, es nuestro padre; su fe es el «tipo» de la fe cristiana (4,18-25). 4 51. ¿qué diremos, pues, de Abrahán?: El texto gr. no es seguro. Muchos comentaristas (Leenhardt, Lyonnet) y versiones (Goodspeed, RSV, NEB) leen el texto así, omitiendo el pro­blemático infin. heurékenai (de los mss. B, 6, 1739).

La lectura más difícil (de los mss. K, A, C,D, E, F, G) conserva el infin.: «¿Qué diremos que encontró Abrahán?», es decir, ¿qué tipo de rectitud fue la suya? (así Cranfield, Káse-mann, Wilckens). Otro grupo de mss. (K, L, P) vincula el infin. con kata sarka: «¿Qué diremos que Abrahán… encontró según la carne?», es decir, ¿qué consiguió con sus facultades natu­rales? Esta última lectura, además de contar con escasos testimonios en su favor, no es co­herente con la enseñanza paulina. Mucho es lo que se podría decir en favor de cualquiera de las otras dos. nuestro antepasado biológico: Lit., «según la carne» (véase 4 1,3). Descender de Abrahán era fuente de orgullo para los ju­díos (Mt 3,9; Lc 3,8). 2. por las obras: El ju­daismo de aquella época presentaba a Abra­hán como un observante anticipado de la ley (Eclo 44,20 [midrás sobre Gn 26,5]; Jub 6,19), e incluso en un sentido más amplio hablaba de sus «obras» (la derrota que infligió a los reyes [Gn 14]; su prueba [Gn 22,9-10]) como fuente de su rectitud (1 Mac 2,52; Sab 10,5; cf. Sant 2,21). Pero, al decir sólo ex ergén, Pablo quiere decir «obras de la ley» (véase el comentario a 2,15); éste es el único sentido que se ajusta a este contexto. De hecho, Pablo rechaza la opi­nión judía de la época, según la cual Abrahán fue un observante de la ley. razón para gloriar­se: Ante los seres humanos. 3. creyó en Dios y le fue acreditado como rectitud: Gn 15,6 (cf. Gál 3,6). Abrahán creyó en la promesa que Yahvé le hizo de una progenie numerosa, y esta fe «se le anotó en su haber». La cita no procede del TM (Abrán creyó a Yahvé, quien se lo acreditó como rectitud), sino de los LXX (con el vb. pas.). Por «fe» se entiende la aceptación de Yahvé por parte de Abrahán ante la mera pa­labra divina, y la disposición de éste a acatar­la. Entrañaba confianza personal por su parte e incluía la esperanza en una promesa que nadie meramente humano podía garantizar (4,18). El texto del AT prueba, en opinión de Pablo, que Abrahán fue justificado al margen de las obras y no tenía razón alguna para glo­riarse. El vb. elogisthé, «fue acreditado», es un término contable aplicado en sentido figurado a la conducta humana (Dt 24,13; Sal 106,31); se pensaba que las obras buenas y malas que­daban registradas en libros (Est 6,1; Dn 7,10). Para Pablo, la fe de Abrahán contó como rec­titud, porque Dios ve las cosas tal como son. La manifestación de la fe de Abrahán fue de suyo justificante (→ Teología paulina, 82:70). 4. no como don, sino como algo a él debido: El obrero que trabaja por una paga tiene estricto derecho a ella. Pablo introduce esta compara­ción para ilustrar el v. 2. Dios no fue nunca deudor de Abrahán, y la justificación de éste no fue algo debido. 5. cree en él, que justifica al impío: Esto no es una expresión teórica de la fe de Abrahán, ni significa que éste fuera asebés, «impío», antes de creer en Yahvé. La tradición judía consideraba a Abrahán un ger, «forastero», «extranjero» (Gn 23,4), llamado del paganismo. Puesto que en el momento de creer en Yahvé, momento del que habla Pablo, Abrahán ya había sido llamado y no era ni mu­cho menos «impío», la frase «que justifica al impío» es una genérica descripción paulina de Dios. 4 66. David: Como sus contemporáneos judíos, Pablo consideraba a David autor de Salmos, aun cuando el salmo que va a citar a continuación se suele considerar tardío (de ac­ción de gracias individual). En el TM lleva el título antiguo «De David», sin contar con obras: Estas importantes palabras están situa­das en la posición enfática final de la senten­cia y preceden inmediatamente a las palabras del salmo en cuestión. 7. dichosos aquellos…: Sal 32,1-2 (LXX). El texto prolonga el argu­mento que Pablo inició con Gal 15,6. Lo mis­mo que Dios le acreditó a Abrahán rectitud independientemente de cualquier obra meri­toria, también un ser humano puede ser acep­to a Dios aun sin tales obras. En el primer ca­so, Pablo argumentaba prescindiendo de las obras; ahora argumenta demostrando que la ausencia de obras de mérito no es un obstácu­lo para la justificación por parte de Dios. Los vbs. del salmo citado, «perdonar», «cubrir», «tomar en cuenta», son modos de expresar la eliminación del pecado, el obstáculo para la rectitud humana ante Dios. Expresan, por de­cirlo así, el lado negativo de la experiencia cristiana. Pero el salmo también hace hincapié en la gratuidad de la misericordia divina; sólo el Señor (Yahvé; cf. 9,28) puede producir estos efectos, y los seres humanos deben confiar en él y dejarse rodear por su bondad (Sal 32,10). Las palabras del salmo no significan necesa­riamente que los pecados permanezcan, de manera que la benevolencia de Dios se limite a cubrirlos. Son metáforas de la remisión de los pecados. Así, ambos testigos, Abrahán y David, demuestran que el AT como tal apoya la tesis de Pablo de una justificación de gracia por medio de la fe. De este modo, su enseñan­za «consolida» la ley (3,31).

47 9-12. Abrahán fue justificado antes de su circuncisión; por tanto, independientemen­te de ella. 9. también sobre los incircuncisos: La bienaventuranza pronunciada por David no estaba reservada exclusivamente para el ju­dío circuncidado, pese a la enseñanza de algu­nos rabinos (Str-B 3.203). Para demostrar esta idea, Pablo emplea un principio exegético ju­dío, gézérd sáwá (palabras idénticas, que apa­recen en dos lugares diferentes de la Escritura, sirven de base a una interpretación recíproca). El vb. logizesthai se encuentra en Sal 32 y en Gn 15,6, dicho de Abrahán cuando aún era in­circunciso. De ahí que la «bendición» de Sal 32 se pueda aplicar también a los pecadores incircuncisos (véase J. Jeremías, Studia pauli­na [Fest. J. de Zwaan, Haarlem 1953] 149-51). 10. antes de que fuera circuncidado: Pablo ar­gumenta desde el orden en que sucedieron los hechos según Gn mismo: en Gn 15 la fe de Abrahán fue computada como rectitud, pero él no fue circuncidado hasta Gn 17. Por tanto, la circuncisión nada tiene que ver con su jus­tificación. 11. el sello de la rectitud: En Gn 17,11se llama a la circuncisión el «signo de la alianza» entre Yahvé y la familia de Abrahán (cf. Hch 7,8). Más tarde, los rabinos la consi­deraron como el signo de la alianza mosaica, pues servía para distinguir a Israel de las na­ciones (Jue 14,3; 1 Sm 14,6). Resulta significa­tivo que Pablo evite toda mención de la alian­za, y que el «signo de la alianza» se convierta para él en el «sello de la rectitud». Parece ha­ber identificado demasiado la alianza con la ley; en este texto insinúa que la verdadera alianza de Dios se hizo con personas de fe. padre de todos los creyentes: Cuando Abrahán creyó en Dios y fue justificado, era tan incir­cunciso como cualquier gentil. Queda así esta­blecida su paternidad espiritual respecto a to­dos los gentiles creyentes (Gál 3,7). 12. Los judíos también deben seguir los pasos de su antepasado, imitando su fe, si quieren ser con­siderados en lo sucesivo sus hijos. La paterni­dad espiritual de Abrahán es un aspecto im­portante del plan salvífico de Dios para todos. De ahí la expresión final en la conclusión del v. 11(eis to + infin.; véase BDF 402.2).

48 13-17. Abrahán recibió una promesa independientemente de la ley. 13. la. promesa: La promesa de que de Sara nacería un herede­ro (Gn 15,4; 17,16.19) y de que él tendría una descendencia numerosa (Gn 12,2; 13,14-17; 17,8; 22,16-18) se amplió en la tradición judía, basándose en la universalidad de «todas las fa­milias de la tierra» (Gn 12,3), hasta significar que «el mundo entero» era herencia de Abra­hán (véase Str-B 3. 209). no por medio de la ley: Es decir, la ley mosaica (véase el comentario a 2,12); Pablo ataca implícitamente la opinión judaizante de que todas las bendiciones le lle­garon a Abrahán debido a su mérito en guar­dar esa ley que conoció por adelantado (véase el comentario a 4,2). por medio de la rectitud de la fe: Es decir, la basada en la fe. En 4,11 Pablo había contrapuesto este principio fundamen­tal a la pretensión de la circuncisión; ahora lo enfrenta a la ley mosaica misma. 14. si los adeptos de la ley son los herederos: Si la única condición para tal herencia fuera la observan­cia de la ley, la fe no significaría nada; la pro­mesa de Dios no sería una promesa, pues se habría introducido una condición extrínseca, ajena a la índole propia de las promesas (cf. Gál 3,15-20). 15. la ley trae ira: Este versículo es parentético, pero expresa una profunda convicción de Pablo. Las prescripciones de la ley se respetan más con su quebrantamiento que con su observancia; al fomentar así las transgresiones (Gál 3,19), la ley promueve el reinado del pecado. Provoca así el castigo des­crito en Rom 2-3 (véase 7,7-11; -> Teología paulina, 82:94). donde no hay ley no hay in­fracción: Sin ley, una maldad se puede perci­bir, sí (sólo vagamente), pero no como parabasis, «transgresión» (cf. 3,20; 5,13). Puesto que la transgresión, que atrae sobre sí la ira divina, surge únicamente en un contexto legal, Pablo concluye implícitamente que el mundo necesi­ta una dispensación independiente de la ley. 16. por esta razón todo depende de la fe: Esta críptica declaración vuelve sobre el pensa­miento de 4,13. Puesto que la ley y la promesa no pueden coexistir, ha de ceder la ley. La fe es el elemento más importante de todos, ya que entraña la benevolente promesa de Dios. Quien vive por la fe vive por gracia, y la pro­mesa es válida no sólo para el judío, sino para todos lo que comparten la fe de Abrahán, co­mo enseña el AT. 17. el padre de muchas na­ciones: Gn 17,5 (LXX). En Gn, el nombre del patriarca aparece primero como Abrán, «ele­vado en cuanto a su padre», es decir, el padre de este hijo es grande. La fuente P conservó el relato del cambio de Abrán en Abrahán y su etimología popular: ’Abráhám significa «padre de multitud de naciones» (’ab hámón góyim, que saca provecho de la h pero hace caso omi­so de la r).
Las «muchas naciones» hacen refe­rencia a los descendientes de Isaac, Ismael y los hijos de Queturá (Gn 25,1-2). Pablo, sin embargo, lo entiende de los gentiles en gene­ral, que son hijos de Abrahán por la fe. a los ojos de Dios: Aunque el argumento termina con la cita del AT, Pablo añade un pensamien­to que alude al coloquio de Abrahán con Dios (Gn 17,15-21). que da vida a los muertos: Esta frase y la siguiente pueden proceder en última instancia de una fórmula litúrgica judía. Esta es parecida a Shemoneh Esreh 2: «Tú, oh Se­ñor, eres poderoso por siempre, tú que das vi­da a los muertos» (AITB 159). En el contexto de Pablo, sin embargo, hace referencia al po­der divino por el cual la estéril Sara llegó a concebir a Isaac (Gn 17,15-21). Remotamente prepara para 4,24-25. llama a la existencia lo que no existe: Fórmula parecida a 2ApBar 48,8: «Con una palabra llamas a la vida a lo que no era, y con fuerza poderosa retienes lo que to­davía no ha llegado a ser» (AOT 866). En este contexto se refiere al Isaac aún no nacido; re­motamente connota la influencia de Dios so­bre los numerosos gentiles destinados a ser hi­jos de Abrahán. 49 18-25. La fe de Abrahán es el «tipo» de la fe cristiana. 18. esperando contra toda espe­ranza, creyó: Lit., «contra (toda) expectativa (humana), con esperanza creyó (a Dios)». Aun­que Abrahán tenía muchos motivos humanos para desesperar de llegar nunca a tener des­cendencia, creyó, confiando en lo que la pro­mesa divina le inspiró. Lc tomó a Dios la pala­bra y creyó en su poder creador para hacer lo que parecía imposible. Isaac llegó así a ser al­guien «nacido de una promesa» (Gál 4,23; cf. Gn 17,16.19; 18,10). 19. su cuerpo estaba prác­ticamente muerto: Sin prestar atención a Gn 25,1-2, que menciona otros seis hijos que Abra­hán tuvo de Queturá, Pablo alude únicamente a Gn 17,1-21: Abrahán cayó rostro en tierra y rió al oír que él, un hombre de 99 años y con un cuerpo cercano a la muerte, tendría un hijo. Sara también tenía 90 años, y era estéril. 20. no vaciló con incredulidad ante la promesa de Dios: Pablo pasa por alto el hecho de que a Abrahán le diera la risa. Más tarde, en la tradición judía ésta se convierte en su gran alegría (Jub 16,19). dio gloria a Dios: Una expresión veterotestamentaria (1 Sm 6,5; 1 Cr 16,28) formula la reacción de Abrahán, de reconocimiento agra­decido a Dios. Su rectitud se atribuye ahora a esta reacción. Pablo cita por tercera vez Gn 15,6 (véase 4,3.9). 24. sino también por noso­tros: Pablo ha recordado el episodio de Abra­hán para aplicarlo a sus lectores. Se vale así de algo que es característico de la interpretación midrásica, la tendencia a modernizar o actua­lizar el AT aplicándolo a una situación nueva (R. Bloch, DBSup 3.1263-65). Compárese el mi­drás posterior: «Todo lo que está escrito de Abrahán se repite en la historia de sus hijos» (Gen. Rabb. 40,8). Véanse además 1 Cor 9,9-10; 10,6-11. La fe de Abrahán es el modelo de la fe cristiana, porque su objeto es el mismo: la con­fianza en Dios que da vida a los muertos, nos será acreditada también a nosotros: La rectitud será anotada en nuestro haber en el juicio es­catológico, siempre y cuando tengamos la fe de Abrahán. que resucitó a Jesús nuestro Señor de entre los muertos: La fe de Abrahán en Dios, que da vida a los muertos (4,17), prefiguraba la fe cristiana en Dios, que resucitó a Jesús en un sentido único de entre los muertos. La activi­dad de la resurrección se atribuye al Padre (co­mo es frecuente en Pablo; -> Teología paulina, 82:59). Cristo resucitado es también aclamado como Kyrios (véase 10,9). 25. entregado por nues­tros delitos y resucitado por nuestra justifica­ción: Es muy probable que este versículo sea un fragmento de predicación kerigmática prepaulina. Alude a Is 53,4-5.11-12 e indica el ca­rácter vicario del sufrimiento de Cristo en su papel de Siervo de Yahvé que quita el pecado humano y consigue la justificación para los se­res humanos. En Is 53,11 (LXX), pecados (hamartias) y justificación (dikaioun) se contras­tan de manera parecida, y en 53,12 el Siervo «fue entregado por los pecados de ellos». Los vbs. pas. utilizados por Pablo probablemente se han de entender como «pasivas teológicas», perífrasis referidas a Dios (ZBG § 236). El uso doble de la misma prep. dia deja patente el pa­ralelismo de Pablo. El sentido de la prep. es, sin embargo, objeto de discusión. Taylor la tradu­ce «debido a» en ambos casos, sin dar más ex­plicaciones. Michel tiene razón al rechazar en la segunda parte el significado de que Jesús fue resucitado debido a que nosotros fuimos justi­ficados por medio de su muerte (Schlatter). Muchos comentaristas distinguen entre un uso y otro, entendiendo el primer dia como causal («debido a nuestros delitos») y el segundo co­mo final («para nuestra justificación»); así Cran­field, Kasemann, Kuss, Leenhardt, Michel, Wil­ckens. Puesto que la cruz y la resurrección son dos fases íntimamente conectadas del mismo acontecimiento salvífico, su yuxtaposición en el presente texto es el resultado de la retórica del paralelismo antitético (Kasemann, Romans 129).
No se ha de forzar, como si la muerte de Cristo estuviera encaminada únicamente a la eliminación del pecado humano, y su resurrec­ción, únicamente a la justificación. Pablo no siempre relaciona de manera explícita la justi­ficación con la resurrección (3,24-26; 5,9-10). La afirmación del papel desempeñado por la muerte y resurre
cción de Cristo en la reden­ción objetiva de la humanidad constituye una conclusión adecuada de esta parte A de la sec­ción doctrinal de Rom. Véanse S. Lyonnet, Greg 39 (1958) 295-318; Stanley, Christ’s Resurrection 171-73.261.

(Kasemann, E., «The Faith of Abraham in Ro­mans 4», Perspectives on Paul [Filadelfia 1971] 79-101. Oeming, M., «Ist Genesis 15,6 ein Beleg für die Anrechnung des Glaubens zur Gerechtigkeit?», ZAW 95 [1983] 182-97. Wilckens, U., «Die Rechtfertigung Abrahams nach Romer 4», Rechtfertigung ais Freiheit: Paulusstudien [Neukirchen 1974] 33-49.)

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

Lit., antepasado

Fuente: La Biblia de las Américas

Lit. haber.

Fuente: La Biblia Textual III Edición

[5] Padre de todas las naciones Israelitas.

[6] El fue salvo por fe en la promesa de multiplicidad física. Si él es nuestro padre de la fe, debemos creer exactamente lo que el creyó. Que Israel sería más que la arena del mar y más que el polvo de la tierra y extendidos a muchas naciones.

[7] Algunos críticos de las dos casas usan este único versículo como un tipo de presunta prueba del texto, tratando de negar todas las otras claras referencias de akrobustia a Efrayím, al decir que Abraham no era Efrayimita. Ellos aducen que porque YHWH todavía lo llama akrobustia, entonces akrobustia no puede significar “prepucios tirados”, sino que significa simplemente “nunca circuncidado.” El problema con ésto es que por su ignorancia, olvidan que como un descendiente de Noe que conocía lo bueno y lo malo (ej. principios de la Torah), el paganismo había entrado en la familia (aún en el padre de Abraham, Terah, y toda su casa. Por tanto, desde el punto de vista de YHWH, la casa de Abraham había tirado la verdad y la separación de Noe y su hijo Sem, y así el acto, o pacto de la circuncisión fue tirado por la casa de Abraham, hasta que fue renovada con Abraham. Conociendo YHWH que los ancestros de Abraham se habían hecho akrobustia, aplica este termino a Abraham antes de la renovación del rito, en oposición a usar la palabra aperitome, que hubiera significado que todos los ancestros de Abraham eran paganos y no tenían conocimientos de la Torah.

[1] El fue el padre a través de Isaac y Jacob de las dos casas. De los Judíos, al ser el padre de los circuncidados y de los Efrayimitas akrobustia que están retornando, al ser así mismo un retornado (uno que cruza) o uno que ev-ers como un retornante Hebreo. En Hebreo, uno que cruza es llamado Ivri. Ivri viene de la raíz de la palabra ev-er que significa “cruzar a la verdad del paganismo.” Entonces, tanto antes y como después de su circuncisión, él de todas formas era padre de una de las dos casas de Israel, a pesar de uno estar circuncidado y el otro akrobustia, ya que él fue ambos. YHWH lo aceptó en ambos estados, así como acepta ambas casas en sus deambular y sus infidelidades, en su retorno a través de el Moshiach.

[2] Judah en términos del primer siglo.

[3] Israel-Efrayím que compartió los patriarcas con el Israel- Judío. Esto se aplica tanto física como espiritualmente.

[4] Todas estas naciones escogidas iban a venir por medio de Jacob. A Ismael y a Esau nunca se les prometió dar a luz naciones sino una sola gran nación.

[5] Llena el mundo con su semilla a través de Jacob.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[3] Gen 15, 6; Gal 3, 6; Sant 2, 23.[7] Sal 32 (31).[9] La dicha de estar justificado por la gracia de Dios.[17] Gen 17, 4.

Fuente: Notas Torres Amat