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Comentario de Romanos 5:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Comentario de Romanos 5:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo,

RESUMEN: Habiendo establecido e ilustrado la justificación por fe (4:3), Pablo habla de los frutos de la justificación (versículos 1-11). Luego Pablo contrasta a Adán con Cristo, el primero pecador para muerte y el segundo justo para vida. También somos libertados de nuestros propios pecados.

5:1 — “Justificados, pues, por la fe,” en lugar de justificados por obras de ley (moralidad legalista, la base de la esperanza humana, según los judíos), equivale a decir llegar a ser justos por la obediencia al evangelio, en lugar de la obediencia a ley. No dice Pablo que somos justificados por la fe sola, aparte de obediencia al evangelio, pero tal es el sentido erróneo que algunos sectarios dan a estas palabras de Pablo. Tal interpretación sectaria ignora por completo la discusión de Pablo en los capítulos tres y cuatro de la justificación. Los que no obedecen al evangelio, dice Pablo (2Ts 1:8-9), serán castigados de eterna perdición.

Al decir “pues,” Pablo introduce la conclusión del asunto argumentado en los capítulos anteriores.

— “tenemos paz.” Este es uno de los frutos referidos. El estado de pecado es enemistad con Dios. Perdonado uno del pecado, tiene amistad (paz) con Dios. Es la paz del alma, o de la conciencia.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

justificados por la fe. Rom 5:9, Rom 5:18; Rom 1:17; Rom 3:22, Rom 3:26-28, Rom 3:30; Rom 4:5, Rom 4:24, Rom 4:25; Rom 9:30; Rom 10:10; Hab 2:4; Jua 3:16-18; Jua 5:24; Hch 13:38, Hch 13:39; Gál 2:16; Gál 3:11-14, Gál 3:25; Gál 5:4-6; Flp 3:9; Stg 2:23-26.

tenemos paz para con Dios. Rom 5:10; Rom 1:7; Rom 10:15; Rom 14:17; Rom 15:13, Rom 15:33; Job 21:21; Sal 85:8-10; Sal 122:6; Isa 27:5; Isa 32:17; Isa 54:13; Isa 55:12; Isa 57:19-21; Zac 6:13; Luc 2:14; Luc 10:5, Luc 10:6; Luc 19:38, Luc 19:42; Jua 14:27; Jua 16:33; Hch 10:36; 2Co 5:18-20; Efe 2:14-17; Col 1:20; Col 3:15; 1Ts 5:23; 2Ts 3:16; Heb 13:20; Stg 2:23.

por medio de nuestro Señor Jesucristo. Rom 6:23; Jua 20:31; Efe 2:7.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Siendo justificados por la fe, tenemos paz con Dios, Rom 5:1;

y gozo en nuestra esperanza, Rom 5:2-7;

siendo aun pecadores, fuimos justificados por su sangre, Rom 5:8, Rom 5:9;

siendo reconciliados, más todavía seremos salvos, Rom 5:10, Rom 5:11.

Como el pecado y la muerte entró por Adán, Rom 5:12-16;

mucho más la justicia y la vida llegaron a través de Jesucristo, Rom 5:17-19.

donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, Rom 5:20, Rom 5:21.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

La justificación trae paz para con Dios (v. Rom 5:1), gracia para la vida actual (v. Rom 5:2), esperanza para el futuro (v. Rom 5:2), victoria en tribulaciones (vv. Rom 5:3Rom 5:4), y la seguridad del amor de Dios que puso en nuestros corazones por el Espíritu Santo (v. Rom 5:5). Debido a la gran justificación del amor de Dios (vv. Rom 5:6-8), podemos regocijarnos de que nuestra esperanza de recompensa eterna se cumplirá (vv. Rom 5:9-11).

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

paz no se utiliza aquí como un sentimiento subjetivo de paz. En lugar de eso, esta paz es el estado de estar en paz en vez de estar en guerra. La hostilidad entre Dios y el creyente cesó. El creyente se reconcilió con Dios.

 EN FOCO

«Justificación»

(Gr.  dikaíosis) (Rom 4:25; Rom 5:18) # en Strong G1347: El sustantivo griego para justificación deriva del verbo griego dikaióo, que significa «absolver» o «declarar justo» (Pablo lo usa en Rom 4:2, Rom 4:5; Rom 5:1). Es un término legal que se usa en un veredicto favorable de un caso. La palabra ilustra el ambiente de un tribunal, presidido por Dios como el Juez, que determina la fidelidad de cada persona ante la Ley. En la primera sección de Romanos, Pablo deja en claro que nadie puede resistirse al juicio de Dios (Rom 3:9-20). La Ley no fue dada para justificar a los pecadores sino para exponer sus pecados. Para remediar esta situación deplorable, Dios envió a su Hijo para morir por nuestros pecados, en nuestro lugar. Cuando creemos en Jesús, Dios imputa Su justicia en nosotros, y somos declarados justos delante de Dios. De esta forma, Dios demuestra que Él es Juez justo y el Único que nos declara justos, nuestro Justificador (Rom 3:26).

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

JUSTIFICADOS, PUES, POR LA FE. La justificación mediante la fe produce varios resultados en la vida del creyente: paz con Dios (véase el ARTÍCULO LA PAZ DE DIOS, P. 1028. [Jer 29:7]), gracia, esperanza, seguridad, sufrimientos, el amor de Dios, el Espíritu Santo, salvación de la ira, reconciliación con Dios, salvación mediante la vida y la presencia de Jesucristo, y gozo en Dios (vv. Rom 5:1-11).

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

La justificación, prenda de la salud eterna, 5:1-11.
1 Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por mediación de nuestro Señor Jesucristo, 2 por quien en virtud de la fe hemos obtenido también el acceso a esta gracia, en que nos mantenemos y nos gloriamos, en la esperanza de la gloria de Dios. 3 Y no sólo esto, sino que nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; 4 la paciencia, la virtud probada; y la virtud probada, la esperanza. 5 Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. 6 Porque cuando todavía éramos débiles, Cristo, a su tiempo, murió por los impíos. 7 En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; sin embargo, pudiera ser que muriera alguno por uno bueno; 8 pero Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros. 9 Con mayor razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por El salvos de la ira; 10 porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, seremos salvos en su vida. 11 Υ no sólo reconciliados, sino que nos gloriamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien recibimos ahora la reconciliación.

Comienza un nuevo apartado en este tema de la “justificación” que viene desarrollando San Pablo. Hasta ahora su preocupación era la de demostrar el hecho de la “justificación,” don gratuito que Dios ofrece a todos los hombres, judíos y gentiles, mediante la fe en Jesucristo, que nos lo mereció con su muerte redentora. Es lo que el mismo San Pablo indica en los v.1-2, que muy bien podemos considerar como conclusión de lo dicho en anteriores capítulos y como punto de arranque para los cuatro siguientes: “justificados,” pues, por la fe, tenemos ya paz con Dios los que antes éramos “hijos de ira” (cf. Efe 2:7; Col 1:21), y esto lo debemos a Jesucristo, que es quien nos ha hecho aceptos a Dios (cf. 3:24-25; 2Co 5:18; Efe 2:11-22) y nos ha conseguido el acceso a “esta gracia” de la justificación.. en la esperanza de la gloria de Dios. Con esta última expresión queda suficientemente indicada la nueva fase en que entra su exposición.
En efecto, la finalidad que el Apóstol se había propuesto al comenzar su carta era la de exponer cómo el Evangelio “es poder de Dios para la salud de todo el que cree” (Efe 1:16). Esta “salud” está ya iniciada con la “justificación,” que nos ha devuelto la paz con Dios; pero la “justificación” no es aún la “salud” completa y definitiva. San Pablo, a lo largo de cuatro capítulos (5:1-8:39) tratará de establecer la unión entre esas dos cosas: “justificación” y “salud” final o, lo que es lo mismo, “gracia” santificante y “gloria” eterna, dándonos un precioso resumen de la vida cristiana, con su fecunda vitalidad, vida que, gracias al don del Espíritu (cf. 5:5; 8:9-11), es participación de la vida misma de Cristo, de cuyo amor nada ni nadie será capaz a separarnos (cf. 8:29-39).
En esta primera historia (v.1-11) deja ya establecida en sus líneas generales y demostrada la tesis fundamental: nuestra esperanza de llegar a la salud final “no quedará confundida” (v.1-5a), pues si, cuando todavía éramos pecadores y enemigos, Dios en su gran amor nos concedió la gracia de la “justificación,” llegando hasta entregar a su Hijo a la muerte por nosotros, ¿cuánto más, ahora que somos amigos, hemos de esperar recibir de El la gracia de la-”salud” final? Quién hizo lo más, cuando éramos enemigos, ¿no hará ahora lo menos, cuando somos amigos? (v.5b-11).
Expuesto así el pensamiento fundamental, tratemos de detallar un poco más. Dice el Apóstol que, ante esa esperanza de la gloria futura, nos gloriamos “incluso en las tribulaciones” (v.3-4). Y es que las tribulaciones, como a soldado en campaña, nos dan ocasión de ejercitarnos en la paciencia y fortificarnos en la virtud, acrecentando nuestros méritos y nuestros deseos de llegar a la meta final y recibir el premio (cf. 8:18-23). También dice que el fundamento de esa nuestra esperanza es “el amor de Dios derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (v.5). ¿De qué amor habla San Pablo? ¿Del amor con que Dios nos ama del amor (virtud teologal) conque nosotros amamos a Dios? La expresión “derramado en nuestros corazones” parecería pedir la segunda interpretación, que es la que dan muchos autores, siguiendo a San Agustín, y en cuyo sentido citan el texto los concilios Arausicano (c.17 y 25) y Tridentino (ses.6 c.7); sin embargo, el contexto general del pasaje, particularmente los V.8-9, está exigiendo claramente la primera interpretación. Claro que no se trata de un amor que quedase solamente en una actitud de benevolencia desde fuera, sino de un amor con un lazo viviente dentro de nosotros, que es el Espíritu Santo, presente en nosotros a título de don, que desde el primer momento de “justificados” dirigirá toda nuestra vida sobrenatural (cf. 8:8-27; Gal 3:1-5). Esta presencia activa del Espíritu Santo en nosotros es claro testimonio del amor con que Dios nos ama y prueba evidente de que “nuestra esperanza no quedará confundida.” Mas como esta presencia no siempre será perceptible y pueden llegar momentos de desaliento, San Pablo en los v.6-8, con frases entrecortadas y repitiendo de varios modos la misma idea, señala la prueba suprema, siempre perceptible, que Dios ha dado de este amor: la muerte de Cristo. Aunque raro, dice, pudiera darse el caso de que uno se sacrificara por un hombre de bien (v.7); pero es inconcebible que muera por un “impío” (v.6), “pecador” (v.8), “enemigo” (v.10), como es el caso de Cristo muriendo por nosotros en la época fijada por Dios (“a su tiempo”: v.6; cf. 2Co 6:2; Gal 4:4; Efe 3:4-5; Col 1:26), cuando todavía “éramos débiles,” es decir, impotentes para conseguir la “salud” y sin nada de nuestra parte que pudiera merecernos el favor divino. Si, pues, concluye gozoso (v.9-10), tal fue el amor de Dios con nosotros cuando éramos enemigos, ¿cómo no hemos de esperar con mayor razón, ahora que estamos reconciliados con El, ser “salvos de la ira” (v.g; cf. 2:5; 1Te 1:10; 2Te 1:6-9) Y entrar de modo definitivo en la participación de la vida de Cristo? (v.10; cf. 6:4-11; 8:11-17). Y aún añade el Apóstol, como tratando de dar nueva fuerza a su argumentación, que no sólo estamos reconciliados con Dios, sino que “nos gloriamos en El, plenamente confiados, como hijos con su padre (cf. 8:14-16), de que dará cumplimiento a todas nuestras aspiraciones, confesando alegres, con más humildad que los judíos (cf. 2:17), que somos su pertenencia y que todo se lo debemos a El. Es también interesante notar cómo en los v.9-11 recoge San Pablo punto por punto las tres afirmaciones fundamentales de los v.1-2 (justificados.., paz con Dios.., nos gloriamos) para volver a repetir que esa “justificación” (v.9), esa “reconciliación” (v.10) y ese “gloriarnos” (v.11) lo debemos a la muerte redentora de Jesucristo.
De toda esta exposición se deduce claramente que, en el pensamiento de San Pablo, “gracia” y “vida eterna” (o “justificación” y “salud” final) son los eslabones extremos de una cadena indisoluble en los planes de Dios. Cuidemos, sin embargo, de no sacar consecuencias falsas, como si el Apóstol enseñara que una vez “justificados” podemos tener certeza absoluta de nuestra “salud” final. Esto es verdad, vistas las cosas de la parte de Dios, que ciertamente no dejará de ayudarnos; pero nuestra voluntad libre tiene el triste privilegio de poder romper esa cadena, volviendo de nuevo al pecado, como el mismo Apóstol indicará poco después a lo largo del capítulo sexto.

Paralelismo entre Cristo y Adán, 5:12-21.
12 Así, pues, como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. 13 Porque hasta la Ley había pecado en el mundo, pero como no existía la Ley, el pecado, no existiendo la Ley, no era imputado; 14 pero la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no habían pecado con prevaricación semejante a la de Adán, que es tipo del que había de venir. 15 Mas no es el don como fue la transgresión” Pues si por la transgresión de uno solo han muerto los que son muchos, con más razón la gracia de Dios y el don de la gracia, que nos viene por un solo hombre, Jesucristo, se ha difundido copiosamente sobre los que son muchos. 16 Y no fue del don lo que fue de la obra de un solo pecador, pues por el pecado de uno solo vino el juicio para condenación, mas el don, después de muchas transgresiones, acabó en la justificación.17 Si, pues, por la transgresión de uno solo, esto es, por obra de uno solo, reinó la muerte, mucho más los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia reinarán en la vida por obra de uno solo, Jesucristo. 18 Por consiguiente, como por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos la justificación de vida. 19 Pues, como por la desobediencia de un solo hombre los que son muchos fueron constituidos pecadores, así también, por la obediencia de uno solo, los que son muchos serán constituidos justos. 20 Se introdujo la Ley para que abundase el pecado; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, 21 para que, como reinó el pecado por la muerte, así también reine la gracia por la justicia para la vida eterna, por Jesucristo nuestro Señor.

Nos había dicho San Pablo que la “reconciliación” y “paz” con Dios las obtuvimos por Jesucristo (v.1-11). Esto le lleva a tratar del origen de esa “enemistad” que Cristo vino a suprimir, estableciendo un paralelismo antitético entre la obra de Cristo y la de Adán, paralelismo que va desarrollando difusamente a lo largo de toda esta perícopa (v. 12-21). La partícula de enlace es δια τούτο (ν. 12), que normalmente tiene sentido causal (= por lo cual); pero, en este contexto, parece reducirse a mera partícula de transición para introducir un nuevo párrafo en que se completan las ideas anteriores, y que podemos traducir por: “así, pues.” Es éste el lugar clásico para demostrar la existencia del pecado original; sin embargo, como aparece claro del contexto en que está enmarcada la perícopa, la intención directa del Apóstol no es tratar del pecado original, sino valerse de esa doctrina como punto de referencia para mejor declarar la acción reconciliadora y vivificadora de Jesucristo en calidad de segundo Adán. Para San Pablo, Adán y Jesucristo son como dos cabezas o troncos de raza que arrastran en pos de sí a toda la humanidad: el primero llevándola a la perdición, el segundo devolviéndole los dones perdidos e incluso enriqueciéndola con otros nuevos. Evidentemente, Pablo en esta anecdota está evocando la imagen de Adán, tal como es presentada en los primeros capítulos del Génesis.
La argumentación de San Pablo, en sustancia, se reduce a esto: Como por Adán entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, así por Jesucristo entró la justicia en el mundo y por la justicia: la vida. Es un trinomio antitético: Adán-pecado-muerte, Cristo-justicia-vida. Mas el Apóstol teme hacer agravio a la grandeza de la obra de Cristo si no da a entender al mismo tiempo que el paralelismo no es perfecto, pues el don aventaja a la pérdida; de ahí esa construcción gramaticalmente bastante embrollada, en que se van mezclando ambos aspectos, dentro siempre de la idea fundamental del paralelismo. Expresan simplemente el paralelismo los v. 12.18.19.21; por el contrario, en los v. 15.16.17 se recalca la idea de que es inmensamente superior la eficacia de la obra de Cristo para el bien, de lo que lo fue la de Adán para el mal. Quedan los v.13-14, que constituyen una especie de paréntesis, conque se intenta dar explicación de ese “por cuanto todos pecaron” del v.12; y el v.20, en que San Pablo introduce un nuevo elemento, la Ley, para decir que la Ley, contra lo que algunos pudieran imaginarse, no sólo no ha contribuido a la reconciliación y paz con Dios, sino que ha aumentado los pecados, con lo que, en realidad, ha contribuido a hacer más abundante la eficacia de la obra de Cristo.
Aunque toda la perícopa forma una unidad, podemos hacer, por razones prácticas, la siguiente división: consecuencias de la caída de Adán (v.12-14), beneficios de la redención de Cristo (v.15-21). Digo por razones prácticas, pues así es más fácil dar unidad a nuestras explicaciones, teniendo en cuenta, además, que de hecho en los v.12-14 apenas se habla sino de las consecuencias del pecado de Adán, con simple alusión a Cristo al final del v.14, mientras que en los ν. 15-21 lo que resalta es la obra de Cristo, quedando en penumbra la obra de Adán.
Hablemos, pues, primeramente de los v.12-14. Claramente se ve que el v.12 es clave en todo el pasaje, y que los demás versículos no hacen sino desarrollar más la idea ahí expresada. Gramaticalmente el v.12 es la prótasis de una proposición a la que falta la correspondiente apódosis. 101 El Apóstol, llevado de otras consideraciones (v.13-14), se olvida de completar la frase. Uno de tantos anacolutos, frecuentes en él (cf. 2:17; 11:18; Gal 2:3-9). Con todo, la parte implícita, suficientemente insinuada al final del v.14 con la expresión “tipo del que había de venir,” fácilmente se sobrentiende, y podríamos explicitarla así: .”. de la misma suerte, por un hombre entró la justicia en el mundo, y por la justicia la vida, y así pasó la vida a todos los hombres, por cuanto todos fueron vivificados” (cf. v.17-18; 1Co 15:22). Evidentemente, en el pensamiento de San Pablo ese “hombre” por quien entró el “pecado” (ή αμαρτία) en el mundo (v.12) es Adán. Así lo exige claramente el v.14, y también el texto paralelo de 1Co 15:22, en que el Apóstol expresamente cita a Adán por su nombre. Más ¿cuál es ese “pecado” que entró en el mundo por Adán? El Apóstol añade, y esto puede darnos luz, que por ese pecado entró la “muerte” (ó 3άνατος); y vuelve a repetirlo aún de otra manera: “la muerte pasó a todos los seres huamnos, por cuanto todos pecaron.” Vemos, pues, que establece clara relación entre “pecado” y “muerte,” considerando ésta como consecuencia de aquél: precisamente porque el pecado es universal, lo es también la muerte. Son precisamente estos términos de “pecado” y de “muerte” los que ofrecen mayores dificultades exegéticas. Antes de referirnos concretamente a este v.12, conviene que recordemos algunas nociones previas.
Como ya hicimos notar en la introducción a la carta, Pablo distingue entre “pecados” y “el pecado.”Los “pecados” son violaciones concretas de la voluntad de Dios, expresada en la ley natural o en la escrita (cf. 2:12-16); en cambio, “el pecado” (ή αμαρτία), en singular y con artículo, es concebido como algo resultante de actos pasados, especie de poder maléfico o fuerza personificada del mal, que, a partir de la transgresión de Adán, hace su entrada en el mundo y ejerce su imperio sobre todo el linaje humano (cf. 3:9; 5:21; 6:6.13.17.20.23; 7:11.13.14.17). De modo parecido se expresa sobre la “muerte” (ó 3άνατος), especie de tirano subalterno a las órdenes del pecado, que está dominando al hombre (cf. 5:17; 6:21-23; 7:24-25; 8:2). Evidentemente, en todos estos pasajes, se trata de “personificaciones” literarias; pero no es menos evidente que, bajo ese ropaje literario, algo quiere decir San Pablo. Es lo que tratamos de averiguar.
Pues bien, atendido el conjunto de textos, debemos decir que hay ocasiones en que el término “pecado” parece apuntar a pecados personales (cf. 3:9; 5:13); pero hay otras en que parece apuntarse más bien a un “pecado” o estado de pecado (separación de Dios) que,, independientemente de los pecados personales, afecta a todo hombre a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12.19). Incluso hay textos en que se da la impresión de que ambos aspectos andan mezclados en el pensamiento de Pablo: pecados personales y “pecado” o estado de pecado proveniente de la transgresión de Adán (cf. 6:6-7.17-18).
Algo parecido hemos de decir del término “muerte,” que resulta también de significado bastante complejo. Creemos que, para Pablo, su significado fundamental es el de muerte total, es decir, separación de Dios en todo nuestro ser (cuerpo y espíritu), separación que de suyo es definitiva (muerte eterna) a no mediar la obra de Cristo, que es quien nos devuelve a la “vida” (cf. 5:17; 6:23; 8:2). La muerte física, hecho tangible y visible para todos, entra dentro de este concepto en cuanto señal y, en cierto modo, también prueba de la separación de Dios o muerte total. En efecto, según doctrina ya del Antiguo Testamento, la muerte, tal como ahora la conocemos, no entraba en los planes de Dios al crear al hombre, sino que es pena del pecado y, si el hombre no hubiera pecado, tampoco habría muerto. No que la “muerte física” no fuera, antes ya del pecado, algo inherente a nuestra naturaleza, igual que a la de todo ser viviente material. De eso la Escritura no dice nada. Lo que la Escritura dice es que Dios creó todas las cosas en estado de orden y equilibrio (cf. Gen 1:3-2:17; Rom 8:19-21), y que el ser humano, destinado a llevar una vida feliz en íntima familiaridad con Dios, habría sido preservado de la muerte, que sólo entró de hecho en el mundo a causa del pecado (cf. Gen 3:19.24; Sab 1:13-15; Sab 2:23-24).
Supuestas estas nociones previas, vengamos ya concretamente a los términos “pecado” y “muerte” en el versículo que comentamos. No parece caber duda de que ese “pecado” (ή αμαρτία) que por un hombre entró en el mundo, es el pecado de Adán; pero no en cuanto “transgresión” o “desobediencia” personal (cf. v. 14.15.19) que afecta simplemente a él, sino en cuanto que esa “transgresión” introduce en el mundo un estado de pecado (pecado original) que afecta a todo el género humano. Es lo que de manera clara se dirá en el v.19, que viene a ser una repetición en forma concreta de lo que aquí se dice en forma abstracta. En cuanto al término “muerte,” creemos que de modo directo, al igual que en el v.14, se está aludiendo a la muerte física, hecho visible y tangible, que está suponiendo la muerte espiritual, pues no habría tenido lugar de no haber venido el pecado. Reducir el significado del término “muerte” simplemente a muerte espiritual (separación de Dios) sin connotar al mismo tiempo la muerte física, es prácticamente darle el mismo sentido que al término “pecado” y hacer ininteligible el texto de Pablo.
Más difícil resulta la expresión “por cuanto todos pecaron” (.. εφ’ φ πάντες ήμαρτον). Es sabido que este inciso es traducido en la Vulgata latina por “in quo omnes peccaverunt,” con referencia a Adán, el “hombre” por quien entró “el pecado” en el mundo. Así interpretan también la frase la generalidad de los Padres latinos y la casi totalidad de los antiguos intérpretes y teólogos, con lo que la existencia del pecado original, como participación de todos los hombres en el pecado de Adán, quedaría afirmada de una manera explícita. Sin embargo, esa traducción de έφ’φ, con sentido de relativo, no parece admisible gramaticalmente; pues, de una parte, está suponiendo un antecedente (“por un hombre”) demasiado lejano, y, de otra, es locución que ya en los clásicos suele tener sentido causal, y lo mismo sucede en Pablo (cf. 2Co 5:4; Flp 3:12; Flp 4:10). Por lo demás, el sentido causal armoniza perfectamente en este contexto, tratando Pablo de dar la razón de por qué mueren todos: porque todos pecaron.
El problema está en determinar el sentido de ese “pecaron” (ήμαρτον). La interpretación tradicional (manténgase o no el “in quo” de la Vulgata) sostiene que Pablo está refiriéndose al mismo “pecado” de que habló en el primer inciso, es decir, al pecado de todos los hombres en Adán, no a los pecados personales de cada uno (Cerfaux, Feuillet, Benoit). En cambio, otros muchos autores (Lyonnet, Kuss, Fitzmyer), con apoyo en los Padres griegos, creen que Pablo está refiriéndose no a un pecado en Adán por nuestra solidaridad con él, sino a los pecados personales de cada uno, igual que en 2:12 y 3:23. Habría, pues, que distinguir entre el primer inciso: “como por un hombre entró el pecado.. por el pecado la muerte” (alusión al “pecado” de Adán y su repercusión universal, igual que en v.19), y el segundo inciso: “y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron,” donde Pablo trataría de hacer resaltar la responsabilidad de cada uno, como advirtiendo de que nadie era merecedor de la “muerte” (muerte espiritual como separación definitiva de Dios) sino por sus propios pecados.
Creemos que esta última interpretación resulta violenta, pues hace decir a Pablo en una misma frase dos cosas difíciles de compaginar: “pecado-muerte” viniendo de Adán, y “pecado-muerte” viniendo de nuestros actos personales. Más obvio parece tomar los términos “pecado-pecaron” en el mismo sentido desde el principio, conforme sostiene la opinión tradicional; y, por lo que respecta al término “muerte,” no hablar simplemente de muerte espiritual (separación de Dios), sino de muerte física que está connotando la muerte espiritual. Ese segundo inciso: “y así (ούτως) la muerte..” no haría sino recalcar lo ya dicho en el primer inciso sobre vinculación entre “pecado” y “muerte,” como tratando de llamar fuertemente la atención: “y así. , es decir, mediante el pecado la muerte se hizo universal.
A la misma conclusión nos lleva el análisis de los v.13-14, ligados al v.12 por la conjunción “porque” (yáp) y con los que San Pablo parece que trata de clarificar su pensamiento precisamente sobre ese punto de la relación entre “pecado” y “muerte.” Lo que San Pablo viene a decir, en sustancia, es que, durante el período de tiempo entre Adán y Moisés, ciertamente hubo “pecado” y hubo “muerte,” como vemos por la narración de la misma Sagrada Escritura a lo largo del libro del Génesis; mas esa muerte no podía ser simplemente castigo de pecados personales, pues, fuera del precepto dado a Adán (cf. Gen 2:17; Gen 3:19), no existía ninguna ley divina, hasta la legislación mosaica, conminando el “pecado” con la pena de “muerte”; por consiguiente, el pecado “con que todos pecaron” y a todos lleva a la “muerte” (v.12), no pueden ser simplemente los pecados personales, ya que a éstos no se les ha conminado la muerte, sino algo relacionado con la transgresión de Adán, que de manera real (cf. v. 18-19) contagia a toda la humanidad. En otras palabras, lo que solemos llamar “pecado original.”
El que San Pablo diga que, antes de la Ley, el pecado “no era imputado” (v. 13), no significa que antes de la legislación mosaica los hombres, lo mismo judíos que gentiles, no fuesen responsables de sus pecados personales (cf. 1:20; 2:12), sino que “no era imputado” a muerte (cf. v.14: “pero reinó la muerte..”). Esa época entre Adán y Moisés tenía para Pablo especiales características, pues, aunque los hombres gozaban de suficiente conocimiento de Dios para poder pecar, sin embargo, no eran tan plenamente conscientes de lo que estaban haciendo como lo serán luego bajo la Ley (cf. 5:20; 7:7-11). En cambio, Adán, en la forma que nos lo presenta la narración bíblica, era plenamente conocedor de la voluntad de Dios y, por lo tanto, estaba en condiciones muy semejantes a las de los judíos bajo la Ley. El inciso “aun sobre aquellos que no habían pecado con prevaricación (παράβαση) semejante a la de Adán” (v.14), a primera vista parecería aludir, en contraposición a los que habían cometido pecados personales, a una segunda categoría de personas, la de los que no los habían cometido (Abel, Henoc, Noé, niños que mueren antes del uso de la razón..), con lo que la argumentación de San Pablo para probar la existencia del pecado original subiría aún de fuerza; sin embargo, dentro del contexto general de la carta a los Romanos, resultaría extraña esta alusión directa a personas inocentes, dada su insistencia en hacer ver que, antes de Cristo, “todos nos hallábamos bajo el pecado” (cf. 3:9.23). Por eso, más bien creemos que se alude simplemente a los hombres del período entre Adán y Moisés, quienes, no obstante sus pecados personales, no habían cometido transgresiones de ninguna ley divina sancionada con pena de muerte, como había hecho Adán.
En resumen, desde Adán a Moisés la “muerte” (muerte física connotando la muerte espiritual) no podía ser simplemente castigo de pecados personales y, por tanto, hay que suponer un pecado de todos en Adán. Contra esta interpretación, que podemos llamar tradicional, los autores que interpretan el “todos pecaron” del v.12 en sentido de pecados personales, dan a estos v.13-14 una nueva interpretación, en consonancia con la interpretación del “todos pecaron.” Dicen que Pablo añadió estos versículos explicativos, no para decir que desde Adán a Moisés la “muerte” no podía ser simplemente castigo de pecados personales y, por tanto, hay que suponer un pecado en Adán, sino que los añadió para afirmar que también en esa época, a pesar de no existir todavía la Ley (y donde no hay ley no hay transgresión), hubo “pecado” (pecados personales) que llevaba a la “muerte” (muerte eterna).
Dentro de la oscuridad del pasaje, seguimos considerando mucho más fundada la interpretación tradicional, reteniendo para el término “muerte” su sentido de muerte física, aunque con implicación de muerte espiritual (separación de Dios), conforme explicamos anteriormente. Por lo demás, todos los judíos conocían con qué vivos colores presenta la Escritura los “pecados” de la época del diluvio y de Sodoma y Gomorra, es decir, de la época anterior a la Ley. ¿A qué vendría, pues, tratar de recalcar que también entonces hubo pecados personales?
Pasemos ahora a los v.15-21, en los que resalta sobre todo la segunda parte del paralelismo: la obra de Cristo. Prácticamente estos versículos no son sino un comentario de la última frase del v.14, en que San Pablo afirma que Adán es “tipo del que había de venir,” es decir, de Cristo. En todo el desarrollo de la argumentación se nota la preocupación de San Pablo por hacer ver la inmensa superioridad de la obra de Cristo para el bien sobre la de Adán para el mal; y, aunque nunca los pone de manera explícita, parecen estar asomando continuamente a la superficie estos dos principios: a) Adán es puro hombre, Jesucristo es mucho más. b) Más desea y puede hacer Dios para el bien que el hombre para el mal.
En el v.15 tenemos ya establecida, de manera genérica, esa afirmación fundamental de que la eficacia redentora de la obra de Cristo es muy superior a la eficacia corruptora de la obra de Adán. San Pablo no da pruebas, pero parece evidente que los dos principios a que aludimos antes están bullendo en la mente del Apóstol. Cuando habla de “los que son muchos” (oí πολλοί), ese “muchos” equivale a “todos,” como tenemos explícitamente en los v. 12.18; si pone “muchos,” no es para excluir la universalidad, sino por contraste con “uno,” y significa “todos los otros.”
Tal uso es frecuente en hebreo, y únicamente el contexto habrá de decirnos si esa “multitud” es o no la totalidad. En el ν. 16 se repite la misma idea del v.15, pero concretando más; no se afirma simplemente la mayor eficacia del “don,” que termina en “justificación,” sobre la del “pecado,” que termina en “condenación,” sino que se lleva la comparación a un aspecto concreto: mientras que en el caso de Adán, para su obra destructora, se parte de un solo pecado, que es el que origina la ruina, en el caso de Cristo, para su obra redentora, se parte no sólo del pecado de Adán, sino de otras muchas transgresiones que han seguido a aquella primera y que Cristo hubo de borrar también. El v.17 sigue con el mismo pensamiento de los v.15-16, llevando las cosas hasta el final: si el pecado de Adán tuvo fuerza para establecer el reinado de la muerte, con mayor razón (a fortiori) la gracia de Jesucristo tendrá fuerza para establecer el reinado de los justos en la “vida.” El porqué de ese a fortiori siguen siendo los dos principios de que hablamos antes. Bajo el término “vida” queda incluido todo el proceso de salvación, que comienza en el momento de la “justificación” (cf. 6:11) y culmina con la resurrección de los cuerpos, última victoria de la obra redentora de Cristo (cf. 1Co 15:26). Recordemos que la idea central de este capítulo es infundir alientos a los ya justificados de que llegarán al final en este camino hacia la “bendicion ” definitiva (cf. v.5).
Grupo aparte forman ya los v. 18-19. Constituyen estos versículos, entre sí casi idénticos y con sólo diferencias de matiz, una especie de resumen a que el mismo San Pablo reduce su argumentación. Es quizás el lugar de todo el pasaje en que el Apóstol habla con más claridad del pecado original. Por lo que se refiere a la obra de Cristo, usa dos expresiones: “llega a todos la justificación de vida” (v.18), “los que son muchos serán constituidos justos” (v.19).
La expresión “justificación de vida” viene a equivaler al “reinarán en la vida” del v.1y, y más que significar “justificación que conduce a la vida,” creemos que significa “justificación que da vida,” inicialmente y en fase de crecimiento acá en la tierra, definitiva y perfectamente en el cielo. El que esta “justificación de vida” se extienda a todos los seres humanos, no quiere decir que de hecho todos los hombres la reciban; es necesario que acepten (por la fe y el bautismo) depender voluntariamente de Cristo, como (por la generación carnal) dependen necesariamente de Adán. Tampoco el futuro “serán constituido justos” significa que la “justificación” del hombre no sea ya una realidad acá en la tierra (cf. v.1); probablemente San Pablo usa el futuro como tratando de señalar que la obra redentora de Cristo se irá aplicando poco a poco a lo largo de los siglos, a medida que los hombres, por la fe y el bautismo, vayan renaciendo a la “vida.” El Apóstol nada dice de los que vivieron antes de Cristo, pero es evidente que, si a ellos llegó la “vida,” hubo de ser también en dependencia de Cristo, cabeza de la humanidad regenerada.
En los v.20-21 San Pablo nos da ya la conclusión final, introduciendo un nuevo elemento, la Ley, causa también ella de nuevas transgresiones, con lo que hace resaltar aún más la eficacia de la obra redentora de Cristo, que hubo de eliminar no solamente el pecado de Adán y sus consecuencias, sino también las transgresiones ocasionadas por la Ley. Para San Pablo, la Ley mosaica, aunque de suyo es buena (cf. 7:12), de hecho ha venido también ella, junto con el pecado y la muerte, a convertirse en poder maléfico que esclaviza al hombre (cf. 3:20; 4:15; 5:20; 7:7; Gal 3:19.23; Gal 4:22-25). En 1Co 15:56 resume así San Pablo la acción conjunta de estos tres enemigos en su empeño de dominio del hombre: “El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la Ley.”

Fuente: Biblia Comentada

Justificados. La construcción griega y su traducción subrayan que la justificación es una declaración legal que se hace una sola vez y que tiene resultados perpetuos (vea la nota sobre Rom 3:24), no un proceso continuo. paz para con Dios. No una sensación subjetiva e interior de calma y serenidad, sino una realidad externa y objetiva. Dios se ha declarado en guerra contra todo ser humano a causa de la rebelión pecaminosa del hombre contra Él y sus leyes (v. Rom 5:10; cp. Rom 1:18; Rom 8:7; Éxo 22:24; Deu 32:21-22; Sal 7:11; Jua 3:36; Efe 5:6). El primer resultado de la justificación es que la guerra del pecador con Dios termina para siempre (Col 1:21-22). Las Escrituras se refieren al término de este conflicto como la reconciliación de una persona con Dios (vv. Rom 5:10-11; 2Co 5:18-20).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

Tras haber probado de manera concluyente la pecaminosidad universal del hombre y su necesidad de justicia (Rom 1:18-32; Rom 2:1-29; Rom 3:1-20), Pablo desarrolla el tema que introdujo en Rom 1:17, (i. e. Dios en su gracia) ha provisto una justicia que viene de Él solo con base en la fe (Rom 3:21-31; Rom 4:1-25; Rom 5:1-21).

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

RESUMEN: Habiendo establecido e ilustrado la justificación por fe (4:3), Pablo habla de los frutos de la justificación (versículos 1-11). Luego Pablo contrasta a Adán con Cristo, el primero pecador para muerte y el segundo justo para vida. También somos libertados de nuestros propios pecados.

5:1– “Justificados, pues, por la fe,” en lugar de justificados por obras de ley (moralidad legalista, la base de la esperanza humana, según los judíos), equivale a decir llegar a ser justos por la obediencia al evangelio, en lugar de la obediencia a ley. No dice Pablo que somos justificados por la fe sola, aparte de obediencia al evangelio, pero tal es el sentido erróneo que algunos sectarios dan a estas palabras de Pablo. Tal interpretación sectaria ignora por completo la discusión de Pablo en los capítulos tres y cuatro de la justificación. Los que no obedecen al evangelio, dice Pablo (2Ts 1:8-9), serán castigados de eterna perdición.
Al decir “pues,” Pablo introduce la conclusión del asunto argumentado en los capítulos anteriores.
–“tenemos paz.” Este es uno de los frutos referidos. El estado de pecado es enemistad con Dios. Perdonado uno del pecado, tiene amistad (paz) con Dios. Es la paz del alma, o de la conciencia.

Fuente: Notas Reeves-Partain

CONFIANDO EN DIOS

Romanos 5:1-5

Entonces, como hemos entrado en la debida relación con Dios por medio de la fe, disfrutemos de estar en paz con Él mediante nuestro Señor Jesucristo. Por medio de Él, por la fe, estamos en posesión de una introducción a esta Gracia en la que nos sentimos seguros; así que, encontremos nuestra gloria en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo eso, sino hallamos que las dificultades conducen ala gloria; porque sabemos que la oposición produce entereza; la entereza, carácter; el carácter, esperanza; una esperanza que no es ilusoria, porque el Espíritu Santo Que se nos ha dado ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones.

Aquí tenemos uno de esos grandes pasajes líricos de Pablo, en el que canta el íntimo gozo de su confianza en Dios. La confianza de la fe realiza lo que nunca podría conseguir el esfuerzo por producir las obras de la Ley: le da al hombre la paz con Dios. Hasta que vino Jesús, nadie podía sentirse realmente cerca de Dios.

Algunos han llegado a pensar en Dios, no como el Bien supremo, sino como el mal supremo. Antonio Machado escribió en su poema El dios ibero:

«¡Señor, por Quien arranco el pan con pena, sé tu poder, conozco mi cadena! ¡Oh dueño de la nube del estío que la campiña arrasa, del seco otoño, del helar tardío, y del bochorno que la mies abrasa!»

Algunos han considerado a Dios como el supremo forastero, el totalmente inalcanzable. En uno de los libros de H. G. Wells se encuentra la historia de un hombre de negocios que tenía la mente tan tensa que estaba al borde de la locura. Su médico le dijo que lo único que podía salvarle era encontrar la paz que da la relación con Dios. «¡Qué! -dijo el hombre- ¿Pensar en Ése, allá arriba, en relación conmigo? ¡Más fácil me parecería refrescarme el gaznate con la Vía Láctea, o chocar los cinco con las estrellas!» Para él Dios era totalmente inasequible. Rosita Forbes, la viajera, cuenta que se refugió en el templo de un pueblo chino porque no tenía otro lugar. En medio de la noche se despertó y vio, a la luz de la luna que entraba de refilón por las ventanillas, los rostros de las imágenes de los dioses, en los cuales no había más que gestos despectivos, burlones y sarcásticos hacia los humanos, como si los odiaran.
Sólo cuando nos damos cuenta de que Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo entra en nuestra vida esa intimidad con Él, esa nueva relación que Pablo llama justificación.

Por medio de Jesús, dice Pablo, tenemos acceso a esta Gracia en la que nos sentimos seguros. La palabra que usa para acceso es prosagógué. Es una palabra que sugiere dos imágenes:

(i) Es la palabra corriente para introducir a una persona a la presencia de la realeza; y es también la palabra que se usa para el adorador que se acerca a Dios. Es como si Pablo dijera:

«Jesús nos introduce a la presencia de Dios mismo; nos abre la puerta de acceso a la presencia del Rey de reyes. Y cuando se abre esa puerta, lo que encontramos es la Gracia; no condenación, ni juicio, ni venganza; sino la prístina, inmerecida, increíble amabilidad de Dios.»

(ii) Pero prosagógué nos presenta otra escena. En el griego posterior es la palabra para el lugar donde atracan los barcos, puerto o muelle. Si la tomamos en este sentido, quiere decir que mientras tratemos de depender de nuestros propios esfuerzos nos encontramos a merced de las tempestades, como los marineros que luchan con un mar que amenaza tragárselos irremisiblemente; pero ahora que hemos oído la Palabra de Cristo, hemos llegado por fin al puerto de la Gracia de Dios, y conocemos la calma que viene de depender, no de lo que podemos hacer por nosotros mismos, sino de lo que Dios ha hecho por nosotros.

Gracias a Jesús tenemos entrada a la presencia del Rey de reyes y al puerto de la Gracia de Dios.
Cuando Pablo acaba de decir esto, se le presenta la otra cara de la moneda. Todo esto es cierto, y es la misma gloria; pero sigue sucediendo que en esta vida los cristianos lo tenemos muy difícil. Era difícil ser cristiano en Roma. Al recordarlo, Pablo presenta un gran clímax: «La oposición dice- produce entereza.» La palabra que usa para oposición es thlipsis, que quiere decir literalmente opresión. Hay un montón de cosas que pueden oprimir a un cristiano: necesidades, estrecheces, dolor, persecución, rechazamiento y soledad. Todo lo que oprime, dice Pablo, produce entereza. La palabra que usa para entereza es hypomoné, que quiere decir más que aguante: es el espíritu que puede vencer al mundo, que no se limita a resistir pasivamente, sino que vence activamente las pruebas y tribulaciones de la vida.

Cuando Beethoven se vio amenazado por la sordera, lo más terrible que le puede suceder a un músico, dijo: «Cogeré a la vida por el cuello.» Eso es hypomoné. Cuando Walter Scott estaba en la ruina por la bancarrota de sus editores, dijo: «Nadie va a decir que soy un pobre hombre. Pagaré la deuda con mi propia mano.» Eso es hypomoné. Alguien le dijo a una noble alma que estaba pasando un gran dolor: «El dolor le da color a la vida, ¿no?» Y respondió: «¡Sí! ¡Pero yo escojo el color!» Eso es hypomoné. Cuando Henley yacía en la enfermería de Edimburgo con una pierna amputada y con la otra en peligro de serlo, escribió Invictus:

En medio de las nieblas que me cubren, como un pozo de polo a polo negras, doy gracias por mi alma inconquistable.

Eso es hypomoné. Hypomoné no es un espíritu que se tumba y deja que la riada le pase por encima, sino el espíritu que apechuga con la adversidad y la vence.

«La entereza -continúa Pablo- produce carácter.» La palabra que usa para carácter es dokimé. Dokimé se dice de un metal que ha pasado por el fuego de forma que ha quedado limpio de todo lo inferior. Se usa de una moneda de quilates. Cuando se arrostra la aflicción con entereza, se sale de la batalla más fuerte, más puro y mejor y más cerca de Dios.

«El carácter -continúa Pablo- produce esperanza.» Dos personas se enfrentan con la misma situación; a una la puede conducir a la desesperación, y puede espolear a la otra a una acción victoriosa. Para una puede ser el final de la esperanza, y para la otra un desafío a la grandeza. «No me gustan las crisis decía Lord Reith-, pero sí las oportunidades que presentan.» La diferencia está en las personas. Si uno se ha dejado llegar a ser débil y flojo, si ha dejado que las circunstancias le venzan, si no ha hecho más que gimotear y achicarse bajo la aflicción, ha llegado a un punto en el que, cuando se presenta el desafío de la crisis, no puede hacer más que desesperarse. Si, por el contrario, uno ha ido por la vida con la frente alta, enfrentándose con las cosas hasta conquistarlas, entonces, cuando llega el desafío, lo arrostra con los ojos inflamados por la esperanza. El carácter que ha resistido la prueba siempre sale lleno de esperanza.

Luego Pablo hace una afirmación final: «La esperanza cristiana nunca resulta una vana ilusión, porque está cimentada en el amor de Dios.» La Epístola moral a Fabio dice de ciertas esperanzas:

«Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y donde al más activo nacen canas…»

Pero la esperanza que se pone en Dios, no se desvanece, ni deja frustrados. La esperanza que se pone en el amor de Dios no es ninguna ilusión; porque Dios nos ama con un amor eterno respaldado por un poder eterno.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

CAPÍTULO 5

Parte segunda

NUEVO DESARROLLO DE LA JUSTIFICACIÓN 5,1-8,39

Entre el capítulo 4 y el 5 hay un corte. El comienzo de 5,1 muestra que Pablo quiere sacar ahora unas consecuencias: «Justificados, pues, por la fe…». Con ello se refiere a la exposición del hecho de la justificación que ha tenido lugar en la parte primera. Con la palabra «justificación» concluía la sección anterior (4,25). Ahora saca Pablo nuevas consecuencias del hecho que ha proclamado ¿Qué significa que nosotros hayamos sido «justificados»? Ante todo que tenemos paz y que nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (5,1-2). La exposición que empieza aquí se prolonga hasta el final del capítulo 8; aun cuando los capítulos 5-8 no contienen una exposición sistemática. Característica de los mismos es una serie de conceptos nuevos, como «paz», «gracia», «esperanza», «amor», «espíritu», «reconciliación», «salvación», «vida», «santificación», «gloria», «filiación»…

Estos conceptos no se han empleado en la parte primera o sólo contadas veces. Su finalidad es desarrollar el acontecimiento de la justificación como una realidad que abraza y define al hombre. Para ello conviene, ante todo, no pasar por alto que la nueva realidad es algo que, por parte del hombre, necesita siempre de una realización ulterior (véase especialmente los capítulos 6 y 8). Sorprende, por el contrario, que los conceptos de «justificación» y «justicia» retroceden sensiblemente. En el contexto de la parte segunda, los nuevos conceptos van a expresar una vez más de qué se trata cuando se habla de la «justificación» del hombre. Es preciso entenderlos como aclaraciones del mensaje de la justificación. Se mantiene, pues, en estos capítulos el tema del hecho de la justificación, aunque enfocado desde nuevos puntos de vista.

I. ALCANCE DE LA JUSTIFlCAClÓN (5,1-21)

1. PAZ Y ESPERANZA COMO DONES DEL AMOR DE DIOS (5,1-11)

a) Los dones (Rm/05/01-05)

1 Justificados, pues, por la fe, estamos en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, 2 mediante el cual hemos obtenido -por la fe- incluso el acceso a esta gracia, en la que estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 3 Y no sólo esto; sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza; 5 y la esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado.

«Justificados, pues…» estamos en paz… (v. 1): a lo largo de toda la perícopa 5,1-11 emplea Pablo preferentemente la primera persona del plural. Nosotros somos los que hemos experimentado el hecho de la justificación, objeto de la predicación paulina. Pablo habla aquí a los hombres e intenta exponer la nueva conciencia del hombre creyente. Aparece, pues, en un primer plano el presente como tiempo de la fe y sobre todo -según muestran a continuación los v. 3-4- como tiempo de la prueba. Ahora tiene que mostrarnos qué significa «nuestro Señor Jesucristo».

La paz, que nosotros hemos alcanzado en nuestras relaciones con Dios por medio de Jesucristo, es un don divino que se nos ha otorgado con el acontecimiento cristiano. Pero no debe desfigurarse entendiéndola como un descanso, como un dormirse en los laureles que Jesucristo nos ha conquistado. Esto lo demuestra con singular claridad el capítulo 6. La «paz» es aquella paz escatológica a la que, desde un punto de vista histórico, debemos tender siempre, pero que en el fondo ya la tenemos aquí habiendonosla ganado Jesucristo. «Paz con Dios» designa precisamente esas relaciones escatológicas de las que ya ahora podemos disfrutar como justificados. Por tanto, la paz ya no es simplemente un deseo del hombre, un sueño acariciado, sino una realidad. En consecuencia, también la esperanza histórica de paz que el hombre tiene es una esperanza real y no una utopía. Esto es también lo que los cristianos han de proclamar hoy con justa razón, para lo cual tienen sin duda que comprometerse de forma resuelta. El v. 2a recuerda una vez más la obra de Cristo: por su acción hemos logrado el acceso «a esta gracia, en la que estamos firmes». El justificado ha sido llamado a ocupar su puesto para que como tal se muestre agradecido a quien le ha llamado. Eso es justamente lo que significa «estamos firmes». Se insinúan ya las exigencias del estado de gracia, que sólo en el capítulo 6 alcanzarán un desarrollo temático. Gracia evoca aquí la paz de que goza el hombre justificado.

Junto al don de la paz aparece en el v. 2 la esperanza. Como justificados, podemos gloriarnos en dicha esperanza, sin que el hecho se convierta en una jactancia vana, porque Dios ha habilitado para la esperanza a quienes creen en Jesucristo y todo lo esperan de él. La «gloria de Dios» es, por ello, el objeto adecuado de la esperanza. En ella se anuncia la prolongación futura y escatológica del presente estado de justificación. Pero, en cuanto don esperado, la participación en el mismo no es sólo una realidad pendiente, sino que fundamentalmente ya está dada en el hecho de Jesucristo. De ahí que la esperanza pueda constituir también un título de gloria. Este gloriarse escapa al peligro de un vano engreimiento en la medida en que se sabe sustentado por la obra de Jesucristo. Por esa misma razón la esperanza de la que se enorgullece el cristiano no es tampoco un sentimiento fantástico y exaltado.

Se impone, pues, acentuar ambos aspectos: la nueva realidad otorgada por Dios y la realización por parte de Dios que todavía es objeto de esperanza.

El v. 3 menciona como nuevo timbre de gloria las «tribulaciones». ¿Qué quiere decir Pablo con esto? ¿Acaso piensa en las apreturas que ha experimentado personalmente en su ministerio apostólico (cf. 2Co 11:23-30), o en su «debilidad» de la que se gloría en 2Co 11:30-33? Probablemente también esto. Pero las «tribulaciones» sirven aquí para designar el estado cristiano. Es propio del cristiano gloriarse de la esperanza en la gloria de Dios lo mismo que gloriarse en los sufrimientos. Tales sufrimientos no son únicamente las persecuciones padecidas por la fe, sino las miserias de la vida con las que la muerte irrumpe ya, o sigue irrumpiendo todavía, en nuestra vida: el temor, la preocupación por el futuro, los desengaños, los dolores, las enfermedades, la estrechez y todo lo que la vida trae consigo, pero que ahora junto con la vida hay que afirmar también que es don de Dios. El cristiano, por ende, no tiene sólo que superar los padecimientos, sino que para él son a la vez un don y una tarea que debe aceptar. De cara, pues, a los padecimientos que hay que soportar, el cristiano no tiene el camino más fácil que el no cristiano. Por lo demás, en razón de su fe el cristiano descubre una coherencia de sus padecimientos, cuyo conocimiento no es posible al no creyente. Pablo describe paradójicamente la postura del cristiano frente a las tribulaciones como un gloriarse. Lo cual no significa naturalmente enorgullecerse de las tribulaciones que se padecen, andar refiriéndolas y exaltándolas. Lo que se quiere decir es más bien que es preciso acogerlas como venidas de Jesucristo. Ese gloriarse excluye cualquier vano triunfalismo.

El v. 3b aclara el contexto desde el que debe entenderse la gloria cristiana de cara a las tribulaciones: «Sabiendo que la tribulación produce la paciencia.» Esta es el primer eslabón de una cadena que se prolonga hasta el v. 5a. Ninguno de estos eslabones debe entenderse en un plano psicológico, sino más bien teológico. En esa enumeración no se puede calcular a qué distancia se está de la perfección o qué es lo que hay que hacer en cada caso para superar las tribulaciones; lo que importa más bien es un contexto de eficacia en el que coinciden la tribulación terrena y la esperanza escatológica. Con ello queda al descubierto el fundamento de la aceptación de las tribulaciones. Hay que aceptarlas justamente porque en ellas, en su aspecto de muerte destaca la esperanza en la vida.

Dentro de este encadenamiento, cada uno de los eslabones contiene ideas fecundas para la realización práctica de la esperanza cristiana. La tribulación en la que nos encontramos produce «paciencia», literalmente el «aguante», es decir, todo lo contrario de la huida e impaciencia. La paciencia produce a su vez «virtud probada». De la «prueba en la tribulación» habla Pablo en 2Co 8:2. Y en 10,18 de la misma carta se dice de forma clara y bella que no es el cristiano quien se da la aprobación a sí mismo, sino que se la da Dios por medio precisamente de las tribulaciones a las que aquél se ve expuesto. Es Dios quien prueba y discierne. «Pues no es aceptado el que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien Dios recomienda.» Pablo cierra la cadena con una cita libre de los Sal 22:6 y 25,3.20: «la esperanza defrauda». La esperanza cristiana es algo distinto de un consolarse y hasta de un olvidarse de las tribulaciones. Es la irrupción alentadora del pensamiento de la gloria de Dios que se abre paso en las tribulaciones.

La esperanza cristiana tiene su razón de ser en las nuevas relaciones del hombre con Dios, relaciones establecidas por el acto único de Jesucristo. Esto es lo que afirma el v. 5b al referirse al amor de Dios que «ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado». Según el v. 8 Dios nos ha demostrado su amor en esto: en que Cristo murió por nosotros pecadores. Este amor, «derramado en nuestros corazones 19 por medio del Espíritu Santo», es decir, por el Espíritu de Cristo, es un constante don de Dios.

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19. Acerca de esta misma idea, véase también Eze 39:29; Joe 2:28 s; Za 12,10; Sal 45:3; Sal 69:25; Sal 79:6; 2Re 22:13.

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b) El amor de Dios, fundamento de nuestra vida (Rm/05/06-11)

6 Efectivamente, cuando todavía estábamos desvalidos, Cristo murió, a su tiempo, por los impíos. 7 Y la verdad es que apenas hay quien muera por un justo; por un hombre bueno quizás haya alguien que se atreva a morir. 8 Pero Dios muestra en esto el amor que nos tiene: en que siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. 9 Con mucha más razón, por consiguiente, ahora que por su sangre hemos sido justificados, por mediación de él seremos salvados de la ira. 10 Porque, si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo, con mucha más razón, una vez reconciliados, seremos salvados por su vida. 11 Y no sólo esto; sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual hemos recibido ahora la reconciliación.

El amor de Dios se demuestra de un modo decisivo para la salvación en la entrega que Jesús hace de su vida por nosotros (v. 6, y véase también el v. 8). «Cuando todavía estábamos desvalidos», Cristo murió «por los impíos». «Desvalidos» estaban los hombres en su estado de perdición. Y hay que llamarlos desvalidos e impíos, porque, pese a su aparente seguridad, estaban completamente necesitados de la acción de Dios. Esta situación negativa es precisamente el punto en que Dios toma su amorosa iniciativa. El v. 7 pone de relieve lo extraordinario de la muerte de Jesús por nosotros. La conducta que ordinariamente puede observarse entre los hombres ofrece una imagen bien distinta: el que uno salga fiador por otro no es en modo alguno la norma general 20 Sólo desde ese fondo se echa de ver con claridad lo que significa «que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (v. 8).

El v. 9 retorna de nuevo a la idea del v. 5a. La esperanza se cumple en la salvación futura de la ira de Dios. Echando una mirada atrás Pablo recuerda de nuevo que nuestra perspectiva para el futuro se funda y apoya en la justificación presente. Con el giro «por su sangre» (cf. 3, 25) 21 el hecho de la justificación se localiza en la entrega de su vida por parte de Jesús, lo cual otorga una certeza mucho mayor a la esperanza. Una vez más vuelve Pablo en el v. 10 a la conexión entre la muerte de Jesús y la salvación escatológica; pero ahora desde el punto de vista de la reconciliación con Dios: la muerte del Hijo de Dios supera la enemistad entre el hombre y Dios. Además, la muerte y la vida de Jesús se yuxtaponen como medios del acontecimiento de salvación, sin que quepa separarlas una de la otra, pues en la muerte de Jesús irrumpe precisamente su vida, que es también nuestra vida 22.

Pero nosotros no solamente hemos sido reconciliados, sino que nos «gloriamos también en Dios» (v. I l). Y como quienes se glorían en Dios -así habría que reasumir el v. 10- seremos salvados. Se echa de ver que el v. 11 presenta una formulación trabajosa. A la inteligencia de la frase contribuirá el que, frente a la construcción gramatical, establezcamos una mayor conexión ideológica y valoremos más el «gloriarse» de los v. 2 y 3. Como cristianos podemos gloriarnos «en Dios»: nos alegramos con la esperanza que tiene su fundamento en la donación que Jesús ha hecho de su vida e intentamos mantener firme esa esperanza en medio de las tribulaciones de la existencia que nos asedian constantemente.

Pablo concluye su razonamiento con una alabanza a Dios, que debería servir para la comprensión y experiencia del presente como el tiempo de la paz lograda con Dios y de la fundada esperanza de salvación. El éxito de la justificación del pecador, debida a Dios, se demuestra en la paz que ahora, una vez reconciliados, tenemos con él, y en la esperanza que en medio de las tribulaciones presentes nos abre la perspectiva de la gloria de Dios.

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20. En el v. 7 el «muera por un justo» y el «por un hombre bueno… morir» presentan sólo una oposición aparente. Pablo no pretende decir que sea más fácil morir por un «hombre bueno» que por otro «justo»; lo que intenta más bien es corregir la frase primera del v. 7 con la segunda. La fórmula «por un justo» está evidentemente en oposición antitética con los «impíos» del v. 6, mientras que el «por un hombre bueno» hay que entenderlo en el sentido de «por un buen amigo». El enlace de las ideas, que no aparece fluido a lo largo de la sección 5,6-11, es un signo del lenguaje directo y asistemático de la carta, que renuncia al equilibrio perfecto de las fórmulas.

21. Véase también 1Co 11:25; Efe 1:7; Col 1:20. 22. Cf. Gal 2:20; Rom 6:11.

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2. EL HOMBRE NUEVO Y LA NUEVA HUMANIDAD (Rom 5:12-21)

A lo largo de esta sección de 5,12-21 Pablo pretende exponer el alcance de la justificación, obtenida por la fe, de cara a la historia humana. Para ello se sirve de la confrontación entre Adán y Cristo. Adán es aquí el representante de toda la humanidad; y al igual que el primer Adán incorpora a la humanidad entera, también al segundo Adán y a su obra les corresponde una vigencia universal.

La interpretación de esta perícopa tiene que descubrir cuál es el propósito que preside esta larga confrontación entre Adán y Cristo. De ahí que no baste con establecer qué es lo que se dice de Adán, por una parte, y de Cristo, por la otra; es preciso relacionar todo lo que se dice de uno y otro.

a) Conexión entre el pecado y la muerte (Rm/05/12-14)

12 Por esta razón, como por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…

Los versículos precedentes han puesto de relieve especialmente la acción de Jesucristo. Con ellos enlaza el v. 12: «Por esta razón…» Pablo intenta ahora una comparación: «Como por medio de un solo hombre…» Pero aquí se confrontan la acción de Cristo con la acción de Adán, mas no se concluye. De hecho sólo se detiene en la exposición de un solo extremo, el de Adán, sin mencionar para nada el otro. La segunda parte de la frase, que falta, sólo se sugiere al soslayo a través de una idea intermedia en los v. 13 y 14. De ahí que el v. 12 sólo pueda entenderse de modo adecuado desde el contexto que forma la sección 5,12-21.

Como la frase está incompleta, adquiere ahora enorme relieve la afirmación acerca de un solo hombre por medio del cual el pecado y, como secuela del pecado, la muerte entraron en el mundo. Se supone aquí la caída de Adán en el pecado. ¿Pero qué se pretende explicar con este recurso a la figura de Adán y a su pecado? Se empieza por decir que por medio de Adán entró el pecado en el mundo, y con el pecado la muerte. Pero aquí no se plantea la cuestión del origen del pecado ni de su influencia. Esto lo dice ciertamente el v. 12 en su parte central. El pecado tiene tal eficacia que ahora la muerte, aparecida con el pecado, alcanza a todos los hombres. Conviene advertir que no se dice que el pecado llegó a todos los hombres, sino la muerte, y la muerte sin duda como efecto del pecado, que ahora está en el mundo y que en el mundo repercute sobre todos como una muerte. Y hay que advertir sobre todo que con este razonamiento se polariza la afirmación sobre el pecado de Adán. Es decir, que ya no se discute simplemente el pecado del primer hombre, sino la relación de la infelicidad que todos los hombres experimentan como muerte con ese pecado, con el pecado de Adán. A éste no se le nombra expresamente, sino que viene indicado como «un solo hombre». Con ello surge una antítesis vigorosa: entre «un solo hombre» y todos «los hombres». La conexión entre ambas partes es una conexión fatídica, y eso es lo que más importa en el presente versículo.

Ahora bien, es curioso que, al final del v. 12, Pablo subraya fuertemente la idea de que el pecado de Adán representa el pecado de todos los hombres. En efecto, la frase «por cuanto todos pecaron…» no encaja con lo que antecede, pues subraya precisamente que tantas desgracias (muerte) no proceden en exclusiva del pecado de Adán, sino del hecho de que todos pecaron. La idea de un pecado original, lejos de confirmarse, viene más bien excluida con esa frase que comentamos, pues tampoco gramaticalmente puede referirse a Adán de un modo directo. En el contexto del v. 12, más que de pecado original heredado habría que hablar de una muerte heredada.

13 Porque ya antes de la ley existía pecado en el mundo, aunque el pecado no se imputa cuando no hay ley. 14 Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre aquellos que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir.

En lugar de concluir la frase iniciada en el v. 12, Pablo hace una divagación en el v. 13 sobre el problema de si se puede, y cómo, hablar de pecado en el tiempo en que la ley aún no había sido promulgada, ya que el pecado es una transgresión de la ley. Como en el versículo precedente Pablo ha dicho que el pecado es el pecado de todos los hombres, surge la cuestión de cómo puede hablarse de pecado cuando la ley (de Moisés) todavía no había sido promulgada. En el dato de Pablo se echa de ver claramente que el pecado es siempre tanto una fuerza nefasta que pesa sobre el destino de la humanidad como un hecho nefasto del que es responsable personal el individuo. Ciertamente que por la acción de Adán entró el pecado en el mundo. Pero ese pecado no se «imputa» como de la humanidad que ha pasado a ser pecadora; no se toma en cuenta hasta que aparece la ley y cumple su función funesta. La ley tiene sin duda el valor de presentar el pecado como un acto pecaminoso del hombre. «La ley sólo lleva al conocimiento del pecado» (3,20), lo que quiero decir que, por la ley, el pecado llega a ser lo que es en el acto del hombre.

Mas no se puede negar que el poder de la muerte también dominó sobre los hombres «desde Adán hasta Moisés», aun cuando, como ha dicho Pablo en el v. 13, el pecado todavía no se imputaba, o -con otra expresión- los hombres no pecaban «a la manera de la transgresión de Adán» (v. 14). Según Pablo, la muerte no se concibe sin el pecado; pero el Apóstol intenta distinguir. Hay que entender la muerte como secuela del dominio del pecado en el mundo, incluso cuando el acto del hombre, por el que el pecado llega a dominar, no se tiene en cuenta o todavía no ha llegado a imputársele. Sin infravalorar teológicamente este dato que apunta el Apóstol, se descubre en él una cierta perplejidad; perplejidad que en buena parte se debe al hecho de que Pablo entiende el pecado, la muerte y la ley como fuerzas funestas que colaboran para convertir la historia de la humanidad en una historia de perdición. De este contexto histórico cargado de desdichas no quedan excluidos precisamente los judíos, que tanto se ufanan por causa de su ley.

Pero con esta pequeña digresión Pablo no se olvida de reanudar el hilo que dejó suelto en el v. 12. Realmente no quiere hablar de la historia de la humanidad entre Adán y Moisés, ni tampoco del pecado de Adán, sino de Adán como «figura» del Adán futuro. Esta consideración tipológica de la historia cristiana la desarrolla en los v. siguientes, aunque no sin poner de relieve al mismo tiempo sus diferencias.

b) Superioridad de la gracia (Rm/05/15-17)

15 Pero no fue la falta de igual categoría que el don. Pues, si por la falta de uno solo todos incurrieron en la muerte, mucho más la gracia de Dios, o sea, el don contenido en esa gracia, en la de un solo hombre, Jesucristo, redundó profusamente sobre todos. 16 Ni sucede con el don como sucedió por causa de aquel uno que pecó: pues, a consecuencia de una sola falta, el juicio terminó en condenación; mientras que el don, partiendo de muchas faltas, culminó en justificación. 17 Porque si por la falta de uno solo reinó la muerte por mediación de este solo, mucho más por medio de uno solo, Jesucristo, reinarán en la vida los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

Pablo no compara simplemente a Adán con Cristo; con tal confrontación lo que pretende sobre todo es poner de relieve el alcance universal del acto de Cristo. Ahora bien, éste es tan incomparable por su misma naturaleza que un paralelismo entre Adán y Cristo sólo puede esclarecer el contraste entre pecado y gracia y la superación del acto pecaminoso por el acto gratificante. Por eso, en los v. 15-17 el acento carga siempre en el «mucho más».

El acto pecaminoso de Adán desencadenó sobre los hombres la fatalidad del dominio de la muerte. Las cosas corren de otro modo, al tiempo que se supera esa conexión, con la gracia de Dios que se otorga a los hombres con sobreabundancia por medio del nuevo Adán, Jesucristo. A través del acto de Jesucristo la gracia aparece como un don inmerecido e inconmensurable, y precisamente en favor de todos los hombres, que por sí mismos no pueden presentar otra cosa que el pecado y la muerte.

El v. 16 pone vigorosamente de relieve las diferencias que presenta el mundo de la gracia. La comunicación del don divino no sigue el mismo proceso que el del pecado y la muerte a través del acto fatídico de Adán. El juicio contra un acto pecaminoso llevó a la condenación. Por el contrario, el don de la gracia se mantiene y ha llegado por razón de muchos actos pecaminosos y lleva a un acto justo.

La acentuación de la unidad y multiplicidad de los que quedan afectados por ese «uno solo», requiere una explicación particular. La unidad que aparece hasta seis veces en nuestros versículos, indica que todo depende de uno. La humanidad está vista de forma colectiva. Su existencia y el modo de la misma se lo debe a uno. La unidad y unicidad las atribuye el judaísmo ante todo a Dios. «Dios es uno», argumenta Pablo en Gal 3:20, suponiendo como algo natural la verdad de esta frase. A la unidad de Dios responde la creación de un hombre -en dos sexos relacionados entre sí y formando de ese modo la unidad- como imagen suya. Esta unidad es, pues, constitutiva de toda la humanidad en razón de la creación, lo que necesariamente no implica una unidad genealógica. Y como unidad de creación se mantiene constitutivamente incluso cuando, por el pecado de uno, esa unidad degenera en una unidad de desgracia general. Fuera de Cristo la humanidad se encuentra como una creación trastornada. Y como tal la ha descrito Pablo en 1,18-3,20. Su situación de desgracia se concreta, según 5,16, en la pluralidad de «faltas». La unidad de la creación, intentada por Dios desde el principio, se presenta en Cristo como un estado de salvación, de tal modo que Cristo puede aparecer ahora como el nuevo Adán, en el que vuelve a cimentarse de nuevo la conexión salvadora de la humanidad. En la experiencia de la fe que se orienta hacia Cristo el hombre comprende incluso que la unidad del género humano se fundamenta en la voluntad salvadora de Dios que antecede y supera toda la historia de infelicidad.

Frente a la vieja historia de su infelicidad la humanidad encuentra ahora en el acto de Cristo y en el don de su gracia la nueva creación de su ser. La diferencia con la vinculación fatídica la expresa con toda claridad el v. 17. El nuevo ser no es al modo de la unidad colectiva en el pecado y la muerte, establecida por el acto de Adán, no es una fatalidad azarosa. El nuevo ser es más bien una gracia y un don inmerecidos que se otorgan a todos los hombres. Sólo que los hombres no nacen ya en este nuevo estado de salvación, sino que «reciben» su nuevo ser como «don de la justicia». La unidad del género humano fundada por Cristo escapa por lo mismo a cualquier automatismo y legalidad. Se constituye como la comunidad de los convertidos y de los «hijos» libres23 que esperan con fe la promesa de Dios. Las palabras del final del v. 17 reclaman de forma directa que se acentúe la libertad en el ordenamiento de la gracia: quienes han recibido el incomparable «don de la justicia», es decir, del nuevo ser, «reinarán en la vida (eterna)». El valor de esta promesa destaca sobre todo cuando se confronta con el funesto señorío de la muerte (v. 17a). Es de notar aquí el cambio de sujeto: hasta ahora dominó fatalmente la muerte, pero ahora reinarán personalmente aquellos a quienes Dios ha otorgado sus dones con «abundancia». Este nuevo reinado de la vida que empieza por llegar a los cristianos en forma de promesa, no supone ninguna merma del don de la gracia, sino que descubre esperanzadoramente la dimensión de futuro de nuestro nuevo comienzo que se funda en Cristo.

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23. Cf. Gal 3:26; Gal 4:7; Rom 8:14-23.

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c) Resumen y moraleja: Señorío universal de la gracia (Rm/05/18-21)

18 Así pues, como por la falta de uno solo recayó sobre todos los hombres la condenación, así también por la acción justa de uno solo recae sobre todos los hombres la justificación que da vida. 19 Pues, al igual que por la desobediencia de un solo hombre todos quedaron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos quedaran constituidos justos. 20 La ley intervino para que se multiplicaran las faltas; pero, donde se multiplicó el pecado, mucho más sobreabundó la gracia, 21 a fin de que, así como el pecado reinó para la muerte, así también la gracia, mediante la justicia, reine para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor.

La antítesis entre Adán y Cristo demuestra a lo largo de la sección que forman los v. 12-17 el valor universal de la acción salvadora de Cristo. Pablo vuelve a resumirlo en el v. 18: al igual que todos los hombres han experimentado la desgracia por un solo hombre, así ahora todos los hombres alcanzan la salvación por un solo hombre: Cristo.

El tema principal de esta perícopa es, pues la universalidad de la salvación. Al final Pablo afirma que «así como el pecado reinó para la muerte, así también la gracia, mediante la justicia, reina para la vida eterna» (v. 21).

Merece especial atención que en este contexto vuelva el v. 19 -con mayor claridad que el v. 12- a conectar la desgracia, y con ella el pecado de todos los hombres, con la acción pecaminosa de Adán. Cómo haya que explicar tal conexión no lo dice nuestro pasaje, pues sólo habla del contraste con la acción de Cristo. Para la comprensión, tanto del v. 12 como del 19, es de vital importancia no aislar las afirmaciones sobre el pecado de Adán y de todos los hombres, toda vez que alcanzan todo su significado al exponer la acción de Cristo y la nueva conciencia de los creyentes.

El v. 20a habla una vez más de la función fatídica de la ley; lo que debe entenderse sin perder de vista lo dicho en 3,20 y 5,13-14. El v. 20b es una simple puntualización: por el advenimiento de Cristo se ha puesto esto en evidencia: a un pecado que sólo llega a consumarse por la ley debía corresponder la sobreabundancia de la gracia. En 6,1-2, Pablo señalará cómo puede interpretarse mal el sentido de esta frase.

La consecuencia que Pablo saca de esta afirmación en el v. 21 conduce una vez más al tema del capítulo 6: entre pecado y gracia ha tenido lugar un cambio de soberanía, en el que se fundan las exigencias bajo las que ahora se encuentra la nueva humanidad justificada por la fe.

Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje

— nos mantiene: Algunos importantes mss. dicen: mantengámonos en paz con Dios por medio de Jesucristo.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

Isa 53:5; Efe 2:14-17.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

La esperanza de gloria

Pablo comienza una nueva sección de su carta aquí en 5:1 (y no tanto en 6:1). Esto está demostrado por la frase de transición “justificados, pues, por la fe” en el v. 1; un pasar, en este momento, de hacer de la “fe” el centro de atención (33 menciones en 1:18-4:25 contra solamente tres en los caps. 5-8) a un énfasis en la “vida” (24 veces en los caps. 5-8 contra solamente 2 en 1:18-4:25); y por la claridad del tema y estructura antes bosquejados.

Como un eco que se transmite a través de los caps. 5-8, hay una pregunta generada por la tensión entre la enseñanza de Pablo en cuanto a que una persona es justificada delante de Dios en el instante que cree, y la verdad bíblica de que es necesario aun enfrentar un día de juicio divino. ¿Cómo se relacionan entre sí estas dos verdades? ¿Puedo yo estar seguro de que mi justificación actual será válida en el día del juicio? A esta pregunta, Pablo responde en este párrafo con un resonante “¡sí!”: Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (2b) y la esperanza no acarrea vergüenza (5a). En estas afirmaciones se halla el corazón de este párrafo.

Los vv. 1, 2a conducen a estas afirmaciones, recordando aquello que los creyentes en Cristo que han sido justificados … por la fe ahora disfrutan: paz para con Dios, una relación en la cual ya no estamos bajo la amenaza de la ira de Dios, y tenemos acceso … a esta gracia en la cual estamos firmes, una participación continua en las bendiciones aseguradas por la gracia de Dios en Cristo. No obstante, Pablo es consciente de las luchas que los creyentes aún enfrentan en este mundo. Pero estas luchas, lejos de amenazar nuestra paz y nuestra seguridad en él, nos brindan mayor seguridad de ellas (3b, 4), porque las tribulaciones son utilizadas por Dios para producir en nosotros perseverancia, la capacidad de soportar. La perseverancia produce carácter probado (dokime), la fortaleza que viene únicamente como resultado de someterse a una prueba intensa, y el carácter probado, a su vez, produce esperanza. Porque Dios obra de esa manera en nuestras vidas, y porque debiéramos anhelar tan desesperadamente esta clase de carácter y esperanza, debiéramos gloriarnos en las tribulaciones (3a). Aquí Pablo refleja una perspectiva que era común en los cristianos de los primeros tiempos, respecto del valor inmensamente mayor de las virtudes divinas en comparación con los problemas terrenales (ver también 8:18; Stg. 1:2-4; 1 Ped. 1:6, 7), una perspectiva que demasiados creyentes en Cristo en la actualidad han perdido.

Los vv. 5b-8 colocan a la esperanza cristiana (5a) sobre el fundamento inconmovible del amor de Dios por nosotros en Cristo. El Espíritu Santo capacita al creyente para percibir desde su ser interior que Dios ha derramado (ekcheo) abundantemente su amor … en nuestros corazones. Sumada a esta comprensión interna está la demostración histórica y objetiva de ese amor de Dios por nosotros en la cruz de Cristo. El Calvario mostró al mundo un amor que trasciende lejos al amor que es típico entre los seres humanos, un amor según el cual sólo por el bueno uno estaría dispuesto a morir (7). No es sino la naturaleza del amor de Dios lo que le llevó a sacrificar a su propio Hijo por los impíos (6) y los pecadores (8), precisamente por aquellas personas que se habían negado a honrarlo y adorarlo (cf. 1:21, 22). Esta es la idea que se transmite en la expresión a su tiempo [BJ, en el tiempo señalado; DHH, a su debido tiempo] (6a): en el preciso momento en que éramos nosotros débiles, Cristo murió por nosotros. Dios no esperó que diéramos el primer paso para volver a él, sino que intervino en un acto de pura gracia, proveyendo un camino para nuestro regreso.

Los vv. 9, 10 reúnen los conceptos principales de los vv. 1-8, repitiendo la certeza de la esperanza cristiana (2, 5a). Obviamente son paralelos. Pablo establece la inquebrantable relación entre la condición presente de los creyentes delante de Dios (justificados por su sangre, reconciliados con Dios), y su condición futura (salvos de la ira [de Dios], salvos). Su argumentación va de “lo mayor” a “lo menor”. Dios ha hecho “lo mayor”, al llevarnos a una relación a través del altísimo costo de la sangre de su Hijo, precisamente cuando éramos enemigos. Nos encontrábamos en una condición de hostilidad mutua, en la cual la ira de Dios pesaba sobre nosotros (1:18), y éramos “aborrecedores de Dios” (1:30). En consecuencia, con toda seguridad, Dios hará aquello que según los términos de este argumento es lo más “fácil”: librarnos, a los que ya él aceptó, del derramamiento de su ira en el día del juicio. El v. 11 encierra el párrafo con un repaso final de alguna de sus ideas clave: “gloriarse” (2, 3); disfrutar la actual reconciliación con Dios (1b, 10); y, sobre todo, el hecho de que este regocijo y reconciliación se hacen realidad únicamente por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Nota. 1 Una variante seriamente atestiguada permite leer, en lugar del modo indicativo “tenemos (echomen)”, el modo subjuntivo “(que) tengamos” (echomen) [ver nota de la RVA]. El efecto de esto es el de convertir al v. 1 en un llamado a disfrutar la paz con Dios más bien que en una afirmación de que la estamos ahora disfrutando. No obstante, a pesar del fuerte apoyo que brinda el ms. (las dos copias más importantes de las cartas de Pablo contienen el subjuntivo) y su aceptación por parte de muchos eruditos (p. ej. Sanday-Headlam, Murray), el modo indicativo tiene más sentido dentro del contexto, y es ampliamente preferido.

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

5.1 Ahora tenemos paz con Dios, que no necesariamente equivale a sentimiento de paz como la calma y la tranquilidad. Paz con Dios significa que nos hemos reconciliado con El. No hay más hostilidad entre nosotros, ningún pecado bloquea la relación con El. La paz con Dios es posible solo porque Jesús con su muerte en la cruz pagó el precio de nuestros pecados.5.1-5 Este pasaje es la introducción de una sección que contiene algunos conceptos difíciles. Para comprender los próximos cuatro capítulos, es bueno tener presente la realidad de los dos lados de la vida cristiana. Por un lado, estamos completos en Cristo (que somos aceptos en El, es seguro); por otro lado, crecemos en Cristo (llegamos a ser cada vez más semejantes a El). A la vez tenemos categoría de reyes y responsabilidades de esclavos. Sentimos la presencia de Cristo y también la opresión del pecado. Disfrutamos la paz que viene como resultado de estar en buenas relaciones con Dios, pero aún enfrentamos problemas cotidianos que nos ayudan a crecer. Si recordamos estos dos lados de la vida cristiana, no nos desalentaremos al enfrentar las tentaciones y los problemas. En su lugar, aprenderemos a depender del poder de Cristo que está a nuestro alcance, porque El vive en nosotros en la persona del Espíritu Santo.5.2 Pablo establece que, como creyentes, ahora estamos en un lugar muy privilegiado («esta gracia en la cual estamos firmes»). No solo Dios nos declara sin culpa, sino que nos lleva cerca de El. En lugar de enemigos, ahora somos amigos; y más aún, somos sus hijos (Joh 15:15; Gal 4:5).5.2-5 Como Pablo afirma con claridad en 1Co 13:13, la fe, la esperanza y el amor son la esencia misma de la vida cristiana. Nuestra relación con Dios empieza con la fe que nos ayuda a aceptar que la muerte de Cristo nos salva de nuestro pasado. La esperanza crece a medida que nos nos enteramos de todo lo que Dios tiene en mente para nosotros, de sus promesas en cuanto al futuro. Y el amor de Dios llena nuestras vidas y nos capacita para alcanzar a otros.5.3, 4 Para los cristianos del primer siglo, el sufrimiento era la regla más que la excepción. Pablo nos dice que en el futuro vamos a triunfar, pero por ahora tenemos que luchar. Esto significa que experimentaremos dificultades que nos ayudarán a crecer. Nos regocijamos en las tribulaciones, no porque nos guste el dolor que nos causan, sino porque sabemos que Dios usa las dificultades de la vida y los ataques de Satanás para edificar nuestro carácter. Los problemas que encontramos acrecientan nuestra paciencia, la que a su vez fortalece nuestro carácter, profundiza nuestra confianza en Dios y nos da gran seguridad acerca del futuro. Gracias a Dios por estas oportunidades de crecer y por permitirnos enfrentarlas con su fortaleza (véanse también Jam 1:2-4; 1Pe 1:6-7).5.5, 6 Los tres miembros de la Trinidad participan en la salvación. El Padre nos amó de tal manera que envió a su Hijo para que se convirtiera en puente (Joh 3:16). El Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo para llenar nuestras vidas con amor y permitir que vivamos por su poder (Act 1:8). Con todo este cuidado amoroso, ¡cómo podemos hacer menos que servirle completamente!5.6 Eramos débiles e incapaces de salvarnos. Alguien tuvo que venir a rescatarnos. Cristo no solo vino en un buen momento de la historia, sino a su debido tiempo, de acuerdo al plan del Padre. Dios controla la historia, y controló la ocasión, los métodos y los resultados de la muerte de Jesús.5.8 Siendo aún pecadores son palabras maravillosas. Dios envió a Jesucristo para que muriera por nosotros, no porque seamos buenos, sino porque nos ama. Cuando no se sienta seguro del amor de Dios, recuerde: si El lo amó cuando usted aún era rebelde, puede sin duda fortalecerlo ahora que le corresponde.5.9, 10 El amor que motivó a Cristo a morir es el mismo que envió al Espíritu Santo a vivir en nosotros y a guiarnos cada día. El poder que levantó a Cristo de la muerte es el mismo que nos salva y está a nuestro alcance en la vida diaria. Asegúrese de que, habiendo empezado una vida con Cristo, tiene una reserva de poder y amor que puede usar todos los días al enfrentar cada desafío o problema. Puede orar pidiendo el poder de Dios y su amor cada vez que lo necesite.5.11 Dios es santo y no se asocia con el pecado. Todos los seres humanos son pecadores y por lo tanto están separados de Dios. Además, cada pecado merece castigo. En lugar de castigarnos con la muerte merecida, sin embargo, Cristo cargó nuestros pecados y pagó el castigo muriendo en la cruz. Ahora nos «gloriamos en Dios». Mediante la fe en la obra de Cristo, nos podemos acercar a Dios en vez de ser enemigos y parias.5.12 ¿Cómo pueden declararnos culpables por algo que Adán hizo miles de años atrás? Muchos piensan que no es justo que Dios nos juzgue por el pecado de Adán. Sin embargo confirmamos nuestra solidaridad con Adán cada vez que pecamos. Estamos hechos del mismo material, con tendencia a rebelarnos, y los pecados que cometemos nos condenan. Debido a que somos pecadores, no necesitamos imparcialidad sino misericordia.5.13, 14 Pablo nos muestra que guardar la Ley no salva. Aquí añade que quebrantarla no es lo que trae la muerte. La muerte es el resultado del pecado de Adán y de los pecados que ahora cometemos aunque no se parezcan a los de Adán. Recuerda a sus lectores que durante miles de años la gente moría aunque la Ley aún no se había dado explícitamente. La Ley se introdujo, explica en el 5.20, como una ayuda para que la gente viera su pecaminosidad, para que notaran la seriedad de sus ofensas y para guiarlas a Dios en busca de misericordia y perdón. Esto fue así en los días de Moisés y lo es todavía hoy. El pecado constituye una gran discrepancia entre lo que somos y lo que fuimos al ser creados. La Ley pone de manifiesto nuestro pecado y coloca la responsabilidad exactamente sobre nuestros hombros, sin que la ley ofrezca algún remedio. Cuando estemos convencidos de que hemos pecado, debemos buscar a Jesucristo para recibir sanidad.5.14 Adán es una figura, la contrapartida de Cristo. Así como Adán representa a la humanidad creada, Cristo representa a la nueva humanidad espiritual.5.15-19 Todos nacemos como parte de la familia física de Adán, del linaje que conduce a muerte segura. Todos cosechamos los resultados del pecado de Adán. Heredamos su culpa, una naturaleza pecaminosa (la tendencia a pecar) y el castigo de Dios. Sin embargo, por la obra de Cristo, podemos cambiar juicio por perdón. Podemos cambiar nuestro pecado por la justicia de Jesús. Cristo nos ofrece la oportunidad de nacer en su familia espiritual: del linaje que empieza con perdón y conduce a la vida eterna. Si no hacemos algo, nos espera la muerte mediante Adán, pero si acudimos a Dios por la fe, tenemos vida a través de Cristo. ¿A qué linaje pertenece usted?5.17 ¡Qué gran promesa para los que aman a Cristo! Podemos reinar sobre el poder del pecado, sobre la amenaza de la muerte y los ataques de Satanás. La vida eterna es nuestra ahora y por siempre. Podemos vencer la tentación en el poder y la protección de Jesucristo. Si desea más información sobre nuestra privilegiada posición en Cristo, véase 8.17.5.20 Como pecador, separado de Dios, usted ve la Ley desde abajo, similar a una escalera que debe subirse para llegar a Dios. Quizás ha intentado subirla en más de una oportunidad, solo para caer al piso cada vez que alcanzaba uno o dos peldaños. O a lo mejor le parecía tan abrumadora la escarpada escalera que nunca se decidió siquiera a iniciar su ascenso. En cualquier caso, ¡qué alivio debe serle ver a Jesús con los brazos abiertos ofreciéndole pasarle por encima de la escalera de la Ley y llevarlo directamente a Dios! Una vez que Jesús lo eleva hasta la presencia de Dios, usted es libre para obedecer: por amor, no por necesidad, y mediante el poder de Dios, no el suyo. Usted sabe que si se tambalea, no caerá al suelo. Los brazos amorosos de Cristo no lo dejarán caer y lo sostendrán.LO QUE TENEMOS COMO HIJOSLo que tenemos como hijos de AdánBajo la ira 5.9Pecado 5.12, 15, 21Muerte 5.12, 16, 21Separación de Dios 5.18Desobediencia 5.12, 19Juicio 5.18Ley 5.20Lo que tenemos como hijos de DiosRescate 5.8Justicia 5.18Vida eterna 5.17, 21Relación con Dios 5.11, 19Obediencia 5.19Absolución 5.10, 11Gracia 5.20

Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir

REFERENCIAS CRUZADAS

a 289 Hch 13:39; Rom 3:26

b 290 Isa 32:17; Gál 6:16; Efe 2:14

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

justificados…paz para con Dios. La palabra griega dikaióo (justificar) ocurre 15 veces en Romanos y 25 veces en el resto del N.T. La justificación ofrece al creyente la paz que antes no tenía con Dios (vers. 10; Col 1:19– 22). La paz y la reconciliación se logran por la obra propiciatoria de Cristo en la cruz (vers. 10, 11; cp. 2 Co 5:19, 20; v. coment. en 3:24).

Fuente: La Biblia de las Américas

1 (1) Todavía no se ha completado el viaje que nos lleva a Dios por medio de nuestra justificación por la fe; por tanto, aquí Pablo usa la palabra griega que significa para con, y no la palabra que significa con. La gracia se relaciona con nuestra posición (v.2), y la paz con nuestro andar.

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

50 (B) El amor de Dios asegura la sal­vación a los justificados por la fe (5,1-8,39).
Tras haber establecido la justificación de los seres humanos por medio de la fe en Cristo, Pablo empieza a analizar la experiencia cris­tiana en sí misma y explica cómo la salvación está asegurada para el recto.
La posición del cap. 5 dentro de la estructu­ra literaria de Rom es objeto de un debate en el cual se mantienen cuatro opiniones principa­les: (1) El cap. 5 concluye la parte A. La justifi­cación es el tema de 1,18-5,21; la santificación, el de 6,1-8,39 (Feine-Behm, M. Goguel, Huby, Lagrange, Pesch, Sanday-Headlam, Wilckens). (2)El cap. 5 introduce la parte B. La justifica­ción es tratada en 1,18-4,25; la condición y vida del justificado, en 5,1-8,39, que algunos extien­den incluso hasta 11,36 (Cerfaux, Cranfield, Dahl, V. Jacono, Kasemann, Kümmel, Lamarche, Michel, Minear, F. Prat, Viard, Wikenhauser-Schmid). (3) 5,1-11 concluye la parte A, mientras que 5,12-21 introduce la parte B (P. Bonnard, Feuillet, Leenhardt, Zahn). (4) El cap. 5es una unidad aislada (Althaus, Barrett, J. Cambier, Dupont, Kuss, Taylor). La certeza re­sulta imposible en este debate. Las principales razones para relacionar el cap. 5 con lo que sigue son: (1) 5,1-11 anuncia brevemente lo que 8,1-39 desarrolla (véase N. A. Dahl, ST 5 [1951] 37-48; cf. Jeremías, Studia paulina 146-49). (2) El análisis de 1,16-4,25 se concentra en judíos y griegos, que no son men­cionados para nada en 5,1-8,39. (3) Mientras que el atributo divino que domina 1,16-4,25 es dikaiosyné, «rectitud», en la sección siguiente es agapé, «amor» (5,5.8; 8,28.35.37.39). (4) Las divisiones dentro de los caps. 5-8 están indica­das por variaciones de la misma fórmula con­clusiva, que resuena en 1,5; así 5,21, «gracia… por medio de Jesucristo nuestro Señor»; 6,23, «don… en Jesucristo nuestro Señor»; 7,24-25, «¡gracias sean dadas a Dios! Por medio de Je­sucristo nuestro Señor». (5) 1,18-4,25 tiene un tono jurídico, mientras que el de 5,1-8,39 es más ético (véanse S. Lyonnet, RSR 39 [1951] 301-16; P. Rolland, Bib 56 [1975] 394-404).

51 (a) El tema anunciado: ei. cristiano JUSTIFICADO, RECONCILIADO CON DlOS, SERÁ SALVO, PARTICIPANDO CON LA ESPERANZA EN LA VIDA RESU­CITADA de Cristo (5,1-11). Una vez justificado, el cristiano está reconciliado con Dios y expe­rimenta una paz que las penosas dificultades no pueden perturbar, una esperanza que no conoce la decepción, y la confianza de llegar a la salvación. 1. justificados por medio de la fe: Un resumen de la parte A (→ 13 supra) sirve de transición al tema nuevo, disfrutamos de paz. con Dios: El primer efecto de la justificación que el cristiano experimenta es la paz; la re­conciliación reemplaza al alejamiento. El pres. indic. echomen, «tenemos (paz)», es la lectura preferida; el pres. subjunt. echomen, «tenga­mos», aunque mejor atestiguado, es una evi­dente corrección de copista. El indic. afirma el efecto, mientras que el subjunt. significaría: «Demostremos esta justificación con una vida de paz con Dios», por medio de nuestro Señor Jesucristo: En una forma u otra, Pablo hace uso frecuente de esta expresión en el cap. 5 (w. 2.9.11.17.21; cf. 1,5; 2,16). La locución prep. dia Christou expresa la mediación de Cristo en el plan salvífico del Padre (→ Teología paulina, 82:118); afirma su influencia presente y real sobre los seres humanos en cuanto Kyrios re­sucitado. 2. hemos obtenido un acceso: La paz que los cristianos experimentan se debe al he­cho de haber sido introducidos en la esfera del favor divino por Cristo, quien ha reconciliado a los cristianos conduciéndolos, por decirlo así, a la sala regia de audiencias y a la presen­cia divina. Algunos mss. añaden «por la fe», pero esta lectura no está firmemente testimo­niada. nos gloriamos de la esperanza de la gloria de Dios: El segundo efecto de la justificación es una esperanza confiada.
Esta declaración es una paradoja típicamente paulina: el cristiano que se gloría pone su orgullo en algo que está totalmente más allá de las fuerzas humanas ordinarias, en la esperanza. Sin embargo, la esperanza es en realidad tan gratuita como la fe; en última instancia, ese orgullo tiene su fundamento en Dios. Lo que el cristiano espe­ra es la gloria de Dios comunicada (véase el co­mentario a 3,23), todavía por alcanzar, aun cuando el cristiano ya ha sido introducido en la esfera de la «gracia». Conviene señalar en este punto la relación entre charis y doxa, pero no debemos apresurarnos demasiado a trasla­darla (sin las distinciones oportunas) a las pos­teriores categorías teológicas degrada y gloria. 3. hasta en (nuestras) tribulaciones: El favor di­vino, en cuanto base de la esperanza cristiana, es lo bastante poderoso como para dar con­fianza incluso ante las thlipseis, «penalidades», que podrían tender a separar a los seres hu­manos del amor de Cristo (véanse 8,35; 1 Cor 4,11-13; 7,26-32). Pablo no está propugnando una especie de pelagianismo cuando dice que la tribulación produce paciencia, la paciencia temple, y el temple esperanza, pues la base de todo ello es la gracia divina. 5. (tal) esperanza no defrauda: Una alusión a Sal 22,6 y 25,20 subraya que la esperanza de la gloria de Dios no es ilusoria; está fundada en el amor que Dios tiene a los seres humanos. De ahí que el cristiano no vaya a verse confundido por una esperanza frustrada; hay implícita una compa­ración con la esperanza meramente humana, que puede engañar, el amor de Dios: No «nues­tro amor de Dios», como muchos comentaris­tas anteriores lo entendieron, sino como «el amor que Dios nos tiene» (gen. subjetivo), como pone de manifiesto el contexto siguiente (-> Teología paulina, 82:40). En el AT, el «de­rramarse» de un atributo divino es un lugar común: «misericordia» (Eclo 18,11); «sabidu­ría» (Eclo 1,9); «gracia» (Sal 45,3); «ira» (Os 5,10; Sal 79,6); véase esp. Jl 3,1-2, el derrama­miento del Espíritu, por medio de su Espíritu santo: El don del Espíritu no es sólo la prueba, sino también el medio, del derramamiento del amor de Dios (8,15-17; Gál 4,6). Es la expre­sión por excelencia de la presencia divina en el justificado (-> Teología paulina, 82:64). 5 26. cuando todavía estábamos sin fuer­zas: Así describe Pablo la condición de la per­sona sin justificar: incapaz de hacer nada por conseguir la rectitud ante Dios, entonces: La expresión kata kairon probablemente no signi­fica nada más que esto, pese a los intentos de interpretarla como «en ese momento decisi­vo», «en el tiempo oportuno» (véanse J. Barr, Biblical Words for Time [SBT 33, Naperville 1962] 47-81; J. Baumgarten, EWNT 2. 572). Cristo murió: Pablo afirma el acontecimiento histórico en un marco teológico de sufrimien­to vicario. Todo el contexto subraya el carácter gratuito y espontáneo de esa muerte. 7. apenas por una persona recta: Para demostrar su tesis, Pablo argumenta a fortiori. Sin embargo, se corrige rápidamente a sí mismo, admitiendo la posibilidad de que alguien pueda dar su vi­da por una persona realmente buena, un be­nefactor. El comentario destaca el carácter pu­ramente gratuito del altruismo que supuso el hecho de que Cristo muriera por los «impíos». Este versículo es objeto de muchas disputas: ¿es la segunda parte una glosa, una corrección hecha por Pablo y dejada intacta por Tercio, el escriba, etc.? (véanse G. Delling, Apophoreta [Fest. E. Haenchen, BZNW 30, Berlín 1964] 85-96; L. E. Keck, Theologia crucis Signum crucis [Fest. E. Dinkler, ed. C. Andresen y G. Klein, Tubinga 1979] 237-48; F. Wisse, NTS 19 [1972-73] 91-93). 8. Dios prueba su amor por nosotros: Esta afirmación excluye completa­mente cualquier doctrina de la cruz que con­traponga a Dios y a Cristo entre sí (Taylor, Ro­mans 38). Puesto que ho theos es el Padre y es su amor el que se derrama «por medio del Es­píritu» (5,5) y ahora se manifiesta en la muer­te de Cristo, este texto triádico es un punto de partida paulino para el posterior dogma tri­nitario. No existe quid pro quo en el amor manifestado: el amor divino se manifiesta al pecador sin indicio alguno de que esté corres­pondiendo a un amor ya demostrado. 9. por su sangre: Mientras que en 4,25 la justificación se imputaba a la resurrección de Cristo, en este texto se atribuye a su muerte. Sobre la sangre, Teología paulina, 82:74. con mayor razón se­remos salvos: Un favor todavía mayor se mani­festará al cristiano justificado en la venidera salvación escatológica. 10. Repetición de 5,8 de manera más positiva; el pecador no es sim­plemente «débil» o «impío», sino incluso «ene­migo» de Dios. Sin embargo, la muerte de Cristo produce la reconciliación de tal enemi­go; éste no es sino otro modo de expresar la «paz» de 5,1, pues la «reconciliación» es el res­tablecimiento en la amistad e intimidad divi­nas del pecador hasta entonces alejado y dis­tanciado de Dios (2 Cor 5,18-20; -> Teología paulina, 82:72). seremos salvos por su vida: El tercer efecto de la justificación es una partici­pación en la vida resucitada de Cristo que trae la salvación.
Aunque la justificación es algo que acontece ahora, la salvación está todavía por conseguir, está enraizada en la vida resu­citada de Cristo (→ Teología paulina, 82:71). 11. también nos gloriamos de Dios: Tercer y culminante motivo de orgullo del párrafo, que sigue a los de 5,2.3. El efecto de la justifica­ción es que el cristiano llega hasta a gloriarse de Dios mismo, mientras que antes vivía ate­morizado por su ira. Tras haber experimenta­do el amor de Dios en la muerte de Cristo, puede exultar ante el mero pensamiento de Dios.
(Fitzmyer, J. A., «Reconciliation in Pauline Theology», TAG 162-85. Furnish, V. P., «The Ministry of Reconciliation», CurTM 4 [1977] 204-18. Kasemann, E., «Some Thoughts on the Theme «The Doctrine of Reconciliation in the New Testament”», The Future of Our Religious Past [Fest. R. Bultmann, ed. J. M. Robinson, Nueva York 1971] 49-64.)

53 (b) El tema explicado: la nueva vida CRISTIANA TRAE UNA TRIPLE LIBERACIÓN (5,12-7,25).
(i) Libertad respecto al pecado y a la muerte (5,12-21). Pablo empieza su descripción de la condición del cristiano justiñcado y reconci­liado comparándola con la situación de la hu­manidad antes de la venida de Cristo. Ello lle­va aparejada una comparación de Adán, el primer padre, con Cristo, cabeza de la nueva humanidad. Pero no es una comparación de­sarrollada sin dificultades, pues Pablo tam­bién quiere aclarar la desemejanza y la supe­rabundancia de la gracia de Cristo que ahora reina en vez del pecado y la muerte, que ha­bían dominado desde Adán. Lo mismo que el pecado entró en el mundo a través de Adán (y con él la muerte, que afecta a todos los seres humanos), así por medio de Cristo llegó la rec­titud (y con ella la vida eterna). Así debía dis­currir la comparación, pero Pablo sentía la ne­cesidad de explicar su novedosa enseñanza acerca de Adán y se atravesó en el camino del paralelismo para afirmar categóricamente que fue el pecado de Adán el que afectó a todos los seres humanos (5,12c-d.l3.14; -> Teología pau­lina, 82:84-85). Debido a esta inserción, apare­ce un anacoluto al final de 5,14, y su verdade­ra conclusión sólo se expresa indirectamente. La comparación entraña un paralelismo anti­tético entre la muerte causada por Adán y la vida traída por Cristo. La antítesis queda for­mulada de otro modo en 5,15-17, donde Pablo hace hincapié en el carácter sin par de lo que Cristo hizo, comparado con la influencia de Adán. Cristo, nuevo Adán y nueva cabeza de la humanidad, fue para los seres humanos in­comparablemente más benéfico que Adán ma­léfico. Esto se repite de nuevo en 5,18-19, y es­te último versículo es un eco de 5,12. En 5,20 se propone de nuevo la antítesis, esta vez des­de la óptica de la ley. Salvo por la terminación formularia de 5,21, Pablo no utiliza la 1“ pers. pl. en 5,12-21, como hace en 5,1-11 y 6,1-8. Es­te hecho, unido a la impresión de unidad que este párrafo da en el tratamiento de Adán y Cristo por parte de Pablo, indica, en opinión de muchos, que el apóstol tal vez esté incorpo­rando aquí parte de un escrito compuesto en otra ocasión.
54 Los principales problemas exegéticos se afrontan en 5,12d y se centran en el signifi­cado de tres expresiones: «muerte», «pecaron» y la locución eph’ hó. 12. así: el párrafo em­pieza con dia touto, «por esta razón», y en principio podría parecer una conclusión del v. 11; pero más bien se ha de entender como una conclusión de los w. 1-11 (Cranfield, Romans 271). Si el párrafo fue realmente compuesto en otra ocasión, el antecedente de esta locu­ción se ha perdido; por consiguiente, tal vez ahora sirva meramente de transición (véase el comentario a 2,1). lo mismo que: Así empieza la comparación; su conclusión no va introdu­cida por el kai houtós, «y así», del v. 12c, aun­que L. Cerfaux (ChrTSP 231-32) y Barrett (Ro­mans 109) han intentado entenderlo de ese modo. Debiera ser más bien houtós kai. La conclusión de la comparación queda implícita en la última frase del v. 14. por un hombre: Nó­tese la insistencia en «un hombre», que apare­ce 12 veces en este párrafo. El contraste entre «uno» y «muchos» o «todos» realza la univer­salidad de la influencia de que se trata. En es­te caso, «un hombre» se refiere a Adán, el hombre de Gn 2-3 cuya desobediente trans­gresión desató en la historia humana una fuer­za activa y maléfica, el pecado, entró el pecado en el mundo: Hamartia es un poder maligno personificado (¿con P mayúscula?), hostil a Dios y que aleja de éste a los seres humanos; entró resueltamente en el escenario de la his­toria humana en el momento de la trans­gresión de Adán (6,12-14; 7,7-23; 1 Cor 15,56; -> Teología paulina, 82:84-85). por el pecado, la muerte: Otra personificación es Thanatos, ac­tor en el mismo escenario, que representa el papel de tirano (5,14.17) y domina a todos los seres humanos descendientes de Adán. La «muerte» no es meramente física, muerte cor­poral (separación de cuerpo y alma), sino que incluye la muerte espiritual (la separación de­finitiva de los seres humanos respecto a Dios, la única fuente de vida), como deja claro 5,21 (cf. 6,21.23; 8,2.6). Es una fuerza cósmica (8,38; 1 Cor 3,22), el «último enemigo» que se­rá derrotado (1 Cor 15,56). Pablo tal vez esté aludiendo a Sab 2,24, «Por la envidia del dia­blo entró la muerte en el mundo», donde tha­natos tiene el mismo sentido.

55 Pablo alude al relato de Gn 2-3, pero prescinde de sus detalles teatrales para utilizar la verdad teológica de la reducción de los seres humanos al estado de esclavitud a manos del pecado y la muerte. El carácter inequívoca­mente etiológico de ese relato (→ Teología pau­lina, 82:83) insinúa que el pecado de Adán y Eva fue la causa de la universal aflicción hu­mana. La afirmación de Pablo, sin embargo, es la primera enunciación clara del funesto y universal efecto del pecado de Adán sobre la humanidad. Pablo no explica cómo se produ­ce ese efecto; no habla de su carácter heredi­tario (como haría más tarde Agustín). En 1 Cor 15,21-22 se explica el efecto de la «muer­te» por la integración de los seres humanos «en Adán», pero en este caso va más allá y afir­ma una conexión causal entre la transgresión de «un hombre» y la condición pecadora de toda la humanidad. Aunque Pablo está intere­sado principalmente en el contraste entre la universalidad del pecado y la muerte y la uni­versalidad de la vida en Cristo, indica, no sólo el comienzo de tales fenómenos universales, sino también el carácter de causa de la cabeza
(Adán o Cristo). Pero también es consciente de que no toda perversidad humana se debe úni­camente a Adán; lo deja claro en 5,12d.
56 y de este modo: El adv. es importante; establece la conexión entre el pecado de Adán y «todos los seres humanos», la muerte alcan­zó a todos los seres humanos: Que «todos» in­cluyera a los niños pequeños es una precisión nacida de una controversia posterior que Pa­blo no tenía en mente, puesto que: O «dado que». El significado de la locución eph’ hó es muy discutido. Las interpretaciones menos convincentes la consideran una locución es­trictamente reí.: (1) «En quien», significado (de integración) basado en la trad. LA in quo y utilizado comúnmente en la Iglesia occidental desde el Ambrosiaster y Agustín (véase G. I. Bonner, SE V 242-47). Esta interpretación fue desconocida para los Padres gr. antes de Juan Damasceno. Si Pablo hubiera querido decir «en quien», habría escrito en hó, como en 1 Cor 15,22; además, el antecedente pers. del pron. reí. está muy lejos de éste. (2) «A causa de lo cual», interpretación que toma «muerte» como el antecedente (así Zahn, Schlier). Este significado resulta difícil de conciliar con 5,21; 6,23, donde la muerte es el resultado del pecado, no su fuente. (3) «Debido a aquel por quien» (= epi toutó eph’ ho), interpretación que explícita la frase elíptica y refiere el pron. a Adán. Así, supondría «una relación entre el estado de pecado y su iniciador» (Cerfaux, ChrTSP 232). Pero no está claro que se trate de una frase elíptica, y la prep. epi tendría dos significados diferentes, «debido a» y «por». (4) La mayoría de los comentaristas modernos entienden eph’ hó como el equivalente de una conj., «puesto que», «porque», «dado que», in­terpretación comúnmente usada por los Pa­dres gr. y basada en 2 Cor 5,4; Flp 3,12; 4,10 (BAGD 287; BDF 235.2). Así atribuiría tam­bién a todos los seres humanos una responsa­bilidad individual por la muerte (así Bruce, Cranfield, Huby, Kasemann, Lagrange, Pesch, Wilckens). (5) «En vista del hecho de que», «con la condición de que», interpretación que emplea el significado condicional de la conj. en el griego clásico y helenístico (así R. Rothe, J. H. Moulton, S. Lyonnet, Bib 36 [1955] 436-56). Pero, cuando eph’ hó expresa una condi­ción, rige infinitivo o fut. indic. (a veces sub­junt. u opt. en el griego posterior). El único ejemplo de su uso con aor. indic., paralelo al uso de Pablo en este texto, se encuentra en una carta de Sinesio, un obispo del s. IV {Ep. 73) -un paralelo poco válido-. Además, parece ha­cer decir a Pablo que la muerte se extendió a todos con la condición de que hubieran peca­do después de la entrada de aquélla en el mun­do; sin embargo, si se hace hincapié en el indic. pasado, este sentido difiere poco del cuarto. La dificultad percibida en el cuarto significado, «puesto que», es que parece hacer decir a Pablo en 5,12c-d algo contradictorio respecto a lo que dice en 5,12a-b. Al comienzo del v. 12 el pecado y la muerte se atribuyen a Adán; ahora la muerte parece deberse a los actos humanos.
No se debe perder de vista, sin embargo, el adv. houtós, «de este modo» (5,12c), que establece una conexión entre el pecado de «un hombre» y la muerte de «todos los seres humanos». Así, en el v. 12 Pablo atri­buye la muerte a dos causas, relacionadas entre sí: a Adán y a todos los pecadores hu­manos.

57 todos pecaron: Véase el comentario a 3,23. El vb. hémarton no se debe traducir «pe­caron colectivamente» ni «pecaron en Adán», puesto que ambas cosas implicarían adiciones al texto. El vb. hace referencia a los pecados personales y reales de los seres humanos, co­mo indica el uso paulino en otros lugares (2,12; 3,23; 1 Cor 6,18; 7,28.36; 8,12; 15,34) y como lo entendieron los Padres gr. (véase S. Lyonnet, Bib 41 [1960] 325-55). La última ora­ción del v. 12 expresa así la relación secunda­ria de causalidad que los pecados reales de los seres humanos mantienen con la condena de éstos a «muerte». La condición de causa uni­versal del pecado de Adán se presupone en 5,15a. 16a. 17a. 18a. 19a. Sería, pues, falsear la idea central del párrafo entero interpretar 5,12 como si diera a entender que la condición hu­mana antes de la venida de Cristo fuera debi­da únicamente a los pecados personales.
58 13. antes de la ley había pecado en el mundo: La prolongación de la digresión intro­duce una precisión más. Desde Adán hasta Moisés, la fuente de «muerte» fue el pecado de Adán. Los seres humanos, desde luego, come­tían maldades (véase Gn 6,5-7, al que nunca alude Pablo), pero en ese período no eran acu­sados de ello, el pecado no se imputa donde no hay ley: Pablo enuncia un principio general que concuerda con 4,15; 3,20, pero que explica el reinado de la muerte. 14. desde Adán hasta Moisés: Pablo veía la historia humana dividida en tres períodos (-> Teología paulina, 82:42). El primer período, desde Adán hasta Moisés, ca­reció de ley (5,13; cf. Gál 3,17); en él los seres humanos hacían el mal, pero no transgredían ley alguna. En el segundo período, desde Moi­sés hasta el mesías, «se añadió la ley» (Gál 3,19; cf. Rom 5,20), y el pecado humano se en­tendió como una transgresión de ella. En este período se daba, además de la influencia del pecado de Adán, el factor coadyuvante de las transgresiones en ese momento imputadas porque existía una ley. En el tercer período (el del mesías) existe libertad respecto a la ley en virtud de la gracia de Cristo (8,1). quienes no habían pecado como Adán: Lit., «a imitación de la transgresión de Adán». En esta ocasión se distinguen hamartia, «pecado», y parabasis, «transgresión»; esta última es el aspecto for­mal de una obra mala considerada como in­fracción de un precepto. A Adán se le había dado un precepto (Gn 2,17; 3,17), pero quie­nes vivieron en el primer período (sin ley) no hicieron el mal como él, pues no infringieron preceptos. Una vez más, Pablo pasa por alto la llamada legislación noáquica (Gn 9,4-6) y ana­liza sólo el problema de la ley mosaica. Su perspectiva en esta ocasión nada tiene que ver con la de 2,14, aun cuando no contradice esa opinión. La sentencia termina con un anaco­luto, al intentar Pablo concluir la compara­ción iniciada en 5,12. así Adán anuncia al fu­turo (Adán): Lit., «quien es el tipo del (Adán) venidero», es decir, Cristo, el «último Adán» (1 Cor 15,45) o el Adán del eschaton. Aunque Adán prefigura a Cristo como cabeza de la hu­manidad, la semejanza entre tipo y antitipo no es perfecta. Las diferencias existen, y el resto del párrafo las pone de relieve; el antitipo re­produce en cierto sentido el tipo, pero de ma­nera más perfecta.

59 Rom 5,12-14 ha sido objeto de un de­bate teológico de siglos, porque Pablo parece afirmar en él la existencia de un pecado here­ditario. De hecho, la tradición exegética cató­lica lo ha interpretado casi unánimemente, esp. 5,12, desde la perspectiva de la universal relación causal del pecado de Adán con la con­dición pecaminosa de cada uno de los seres humanos. Esta tradición encontró su expre­sión conciliar formal en el Decretum de peccato originali tridentino, ses. V,2-4. Haciéndose eco del canon 2 del XVI concilio de Cartago [418 d.C.; DS 223] y el II concilio de Orange [529 d.C.; DS 372], decretó que «lo que dice el Apóstol: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, por cuanto todos habían pecado”, no de otro modo ha de entenderse, sino como lo entendió siempre la Iglesia Católica, difundida por doquier» [DS 1514; cf. 1512], Este decreto dio una interpre­tación definitiva al texto paulino en el sentido de que sus palabras enseñan una forma del dogma del pecado original, uno de los pocos textos que disfruta de tal interpretación [véan­se DAS § 47; RSS 102; -> Hermenéutica, 71:83].
Sin embargo, se debe tener cuidado de en­tender lo que Pablo dice y no transformar su expresión con demasiada facilidad en la preci­sión de una elaboración dogmática posterior. Él no habla de «pecado original», expresión que, en cuanto trad. de peccatum origínale, de­ja entrever su origen teológico occidental en tiempos de Agustín. Trento apeló en su decre­to al sentido de las palabras de Pablo tal como se entendieron en la Iglesia en todos los tiem­pos y lugares. En su tradición existían diferen­cias relativas a detalles o a la comprensión de palabras concretas, pero existía acuerdo sobre
el hecho del pecado y sobre su extensión. Sin embargo, esas mismas diferencias son impor­tantes, pues demuestran que se ha de entender la finalidad de la formulación de Pablo. Como dice la Humani generis 21 [DS 3886], los teó­logos deben aclarar de qué manera [qua ratione la enseñanza de la Iglesia está contenida en la Escritura. En este caso, la enseñanza de Pablo tiene las virtualidades de una semilla, abierta al posterior desarrollo dogmático).

60 15. la masa de la humanidad: Lit., «los muchos», que significa «todos» (cf. 5,18; 12,5; 1Cor 10,17). el don gratuito: El favor benevo­lente de Dios que asegura la justificación (véa­se el comentario a 3,24). todavía más espléndi­do: Para que la comparación con Adán no parezca una afrenta a Cristo, Pablo hace hin­capié en la calidad sin par de la influencia de Cristo sobre la humanidad. El primer modo de expresar esa superabundancia es la manifesta­ción del favor de Dios muy por encima de cualquier otra misericordia que el pecado pu­diera haber suscitado. 16. el don (de Dios) (surgió) de muchos delitos (y termina) en abso­lución: El segundo modo contrasta el veredic­to de condena por un solo pecado, que recayó sobre todos los seres humanos, con la justifi­cación (o veredicto de absolución) para todos aquellos condenados, no sólo por la transgre­sión de Adán, sino también por sus propios delitos. 17. con mayor razón reinarán y vivirán: Lit., «reinarán en vida». El tercer modo con­trasta la muerte como efecto del delito de un hombre (Adán) con el don de una vida recta obtenido por medio de un hombre (Cristo). Nótese la insistencia en «un hombre» a lo lar­go de estos versículos; ahí estriba la semejan­za entre Adán y Cristo. La relación entre «uno» y «los muchos» es paralela, pues tanto Adán como Cristo mantuvieron una relación causal respecto a estos últimos.

61 18. por el delito de un hombre… así por el acto recto de un hombre: Dado el contexto precedente, en el cual el pron. henos hace re­ferencia a «un hombre», es mejor conservar ese sentido y tomarlo en este caso como mase. Sin embargo, tal vez Pablo esté modificando su formulación y entendiendo henos como neut., «por un delito… así por un acto recto». para absolución y vida: Lit., «para la justifica­ción de vida» (el gen. es de aposición). El acto benevolente que manifiesta el don de rectitud hecho por Dios (5,17) no sólo libró a los seres humanos de culpa, sino que les otorgó tam­bién una participación en la «vida». Esta «vi­da» se explica en el cap. 8. 19. Se llega al pun­to culminante de la comparación; se hace eco de 5,12 y formalmente enuncia el contraste básico entre Adán y Cristo, fueron hechos pe­cadores: El efecto formal de la desobediencia de Adán (Gn 3,6) fue hacer a los miembros de la humanidad, no sólo susceptibles de castigo, sino realmente pecadores. Un comentarista tan sagaz como Taylor ha observado: «Nadie puede ser hecho pecador ni hecho justo» (Romans 41). Y sin embargo eso es lo que Pablo dice, y no está hablando de actos pecaminosos personales. El vb. katestathésan no significa «fueron considerados (pecadores)», sino «fue­ron hechos», «se les hizo ser» (BAGD 390; cf. J.-A. Bühner, EWNT 2. 554-55; F. W. Danker, «Under Contract», Fest. to Honor F. Wilbur Gingrich [Leiden 1972] 106-07). La desobe­diencia de Adán puso a la masa de la humani­dad en una situación de alejamiento de Dios; el texto no da a entender que los seres huma­nos se volvieran pecadores simplemente por imitar la transgresión de Adán; más bien se vieron afectados por éste, la masa será hecha justa: En otros lugares, el proceso de justifica­ción parece que se considera como algo pasa­do (5,1); en este caso, el tiempo fut. se refiere al juicio escatológico, momento en el cual se alcanzará con gloria la fase final de ese proce­so.

«Los muchos serán constituidos justos en virtud de la obediencia de Cristo en el sentido de que, puesto que Dios se ha identificado en Cristo con los pecadores y ha cargado sobre sí la carga del pecado de éstos, ellos recibirán co­mo don gratuito de El esa condición de recti­tud que sólo la obediencia perfecta de Cristo mereció» (Cranfield, Romans 291). 20. la ley se atravesó: Como en Gál 3,19, la ley mosaica es considerada como un medio de multiplicar los delitos en la historia religiosa de la humani­dad. Esto lo hace proporcionando a los seres humanos un «conocimiento del pecado» (3,20; cf. 7,13). Como en el caso de Hamartia y Thanatos, también Nomos está personificado y se le trata como a un actor sobre el escenario de la historia humana. En vez de ser fuente de vida para los judíos, demostró ser sólo su in­formadora y acusadora, acarreando condena (→ Teología paulina, 82:91-94). 21. vida eterna por Jesucristo nuestro Señor: La mediación de Cristo (véase el comentario a 5,1), cabeza de la humanidad reconciliada, se subraya al final de la primera subdivisión de esta parte de la car­ta (- 50 supra). El Kyrios resucitado trae a la humanidad una participación en la «vida eter­na», la vida del Hijo de Dios, cuya vitalidad procede de su Espíritu. El adj. «eterna» indica la cualidad de esa vida, más que su duración; es la vida de Dios mismo.
(Caragounis, C. C., «Romans 5.15-16 in the Context of 5.12-21: Contrast or Comparison?», NTS 31 [1985] 142-48. Castellino, G. R., «11 peccato di Ada­mo», BeO 16 [1974] 145-62. Cranfield, C. E. B., «On Some of the Problems in the Interpretation of Ro­mans 5.12», SJT 22 [1969] 324-41. Grelot, P„ Péché originel et rédemption [París 1973], Haag, H., Is Ori­ginal Sin in Scripture? [Nueva York 1969] 95-108. Muddiman, J., «Adam, the Type of the One to Co­me», Theologv 87 [1984] 101-10. Vanneste, A., «Oü en est le probléme du péché originel?», ETL 52 [1976] 143-61. Wedderburn, A. J. M., «The Theological Structure of Romans v. 12», NTS 19 [1972-73] 339-54.)

Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo

R598 Ἐκ comunica la idea de causa.

R850 En εἰρήνην ἔχωμεν, el presente duradero aparece con el siguiente significado: continuamos disfrutando paz con Dios, la paz ya lograda.

M15 Εἰρήνην ἔχομεν significa: disfrutemos la posesión de la paz; (δικαιωθέντες) ἔχομεν εἰρήνην es la premisa antecedente no expresada (comp. MT110). [Editor. En vista de las consideraciones textuales, es difícil determinar si el subjuntivo ἔχωμεν o el indicativo ἔχομεν es la variante correcta.]

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

Algunos mss. antiguos dicen: tengamos

Fuente: La Biblia de las Américas

[6] Peshitta en Arameo.

[7] Nótese: Antes éramos circuncidados como un acto de obediencia.

[8] Ambas casas fueron restauradas aún en pecado y por supuesto nosotros como individuos también.

[9] Somos justificados y redimidos por Su sangre, pero somos salvos por Su vida.

Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero

[14] Contra una ley o mandato expreso de Dios, como pecó nuestro primer padre.

Fuente: Notas Torres Amat