¿Qué, pues, diremos? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia?
RESUMEN: Somos salvos por la gracia abundante de Dios, acabó Pablo de afirmar (5:20,21). ¿Se sigue, pues, (como alguno podría concluir de la afirmación de Pablo) que es deber continuar en el pecado para que así abunde más la gracia de Dios? Este capítulo refuta la conclusión errónea expresada en esta pregunta. En esta refutación el apóstol muestra que la persona muerto (al pecado) ya no puede vivir (en él). Luego emplea la metáfora de esclavos y amos para probar que siendo esclavos, hemos cambiado de amos, para ya no servir más al señor pecado. El pecado, como amo, paga con la muerte eterna al que le sirve, pero Dios regala la vida eterna al que le obedece en el evangelio de Cristo. 6:1 — Pablo anticipa la posible objeción de alguno, en vista de lo que acabó de escribir en 5:20,21. La abundante gracia de Dios no justifica que el hombre peque más.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
¿qué, pues, diremos? Rom 3:5.
¿Perseveraremos en el pecado? Rom 6:15; Rom 2:4; Rom 3:5-8, Rom 3:31; Rom 5:20, Rom 5:21; Gál 5:13; 1Pe 2:16; 2Pe 2:18, 2Pe 2:19; Jud 1:4.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
No vivamos más en pecado, Rom 6:1;
puesto que somos muertos al pecado, Rom 6:2;
como es evidente por nuestro bautismo, Rom 6:3-11.
No reine más el pecado en nuestra vida, Rom 6:12-17;
pues nos hemos rendido al servicio de la justicia, Rom 6:18-22;
y porque la paga del pecado es muerte, Rom 6:23.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Como cristianos morimos al pecado cuando nos identificamos con Cristo en la fe (vv. Rom 6:1-4); de esta forma, se nos liberta del dominio del pecado para vivir una vida de obediencia para Dios (vv. Rom 6:5-11). Este nuevo comienzo debiera convertirse en una realidad continua en nuestra vida (vv. Rom 6:12-14).
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
En vista de que el pecado de alguna manera hace más abundante la gracia (Rom 5:20, Rom 5:21), ¿por qué no perseveraremos en el pecado? Esta es indudablemente una posible conclusión, aunque una errada, debido a la enseñanza acerca de la gracia en el capítulo Rom 5:1-21. Aparentemente, a Pablo se le acusa de enseñar esta falsa doctrina llamada antinomianismo. Para hacer callar a sus acusadores, Pablo muestra en este capítulo que un creyente que continúa en pecado niega su identidad con Cristo.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
¿PERSEVERAREMOS EN EL PECADO? En el cap. Rom 6:1-23 Pablo desafía la idea errónea de que los creyentes pueden continuar en el pecado y sin embargo permanecer a salvo de la condenación eterna debido a la gracia de Dios por medio de Cristo. Pablo responde a esa tergiversación antinomiana de la doctrina de la gracia subrayando una verdad fundamental: se reconoce que el creyente verdadero está «en Cristo» por su muerte al pecado. Ha sido trasladado del reino del pecado a otro reino de vida, con Cristo (vv. Rom 6:2-12). Como el verdadero creyente se ha separado definitivamente del pecado, no continuará viviendo en pecado. A la inversa, si practica el pecado, no es creyente verdadero (cf. 1Jn 3:4-10). A lo largo de este capítulo Pablo recalca que no se puede ser esclavo del pecado y de Cristo al mismo tiempo (vv. Rom 6:11-13, Rom 6:16-18). El resultado de entregarse al pecado es la condenación y la muerte eterna (vv. Rom 6:16; Rom 6:23).
EL PECADO.
(1) El NT emplea varias palabras griegas para describir el pecado en sus diversos aspectos. Los más importantes son:
(a) jamartía, que significa «transgresión», «infracción», «pecado» (Jua 9:41).
(b) adikía, que significa «infracción», «maldad», o «injusticia» (Rom 1:18; 1Jn 5:17). Puede describirse como falta de amor, ya que toda maldad proviene de la incapacidad de amar (Mat 22:37-40; Luc 10:27-37). Adikía es también un poder personal que puede esclavizar y engañar (Rom 5:12; Heb 3:13).
(c) anomía, que denota «anarquía», «iniquidad» y «desafío a la ley de Dios» (v. Rom 6:19; 1Jn 3:4).
(d) apistía, que indica «incredulidad» o «infidelidad» (Rom 3:3; Heb 3:12).
(2) De esas definiciones se deduce que la esencia del pecado es el egoísmo, es decir, el tomar las cosas o los placeres para sí mismo, sin que importe el bienestar de los demás y de los mandamientos de Dios. Por eso los seres humanos se tratan con crueldad y se rebelan contra Dios y su ley. En último término el pecado llega a ser el rechazo de la autoridad de Dios y su Palabra (Rom 1:18-25; Rom 8:7). Es enemistad contra Dios (Rom 5:10; Rom 8:7; Col 1:21) y desobediencia a Él (Rom 11:32; Efe 2:2; Efe 5:6).
(3) El pecado es también una corrupción moral en los seres humanos que se opone a todos los mejores propósitos. Hace que se cometan injusticias con gusto y se disfrute de las malas acciones de otros (Rom 1:21-32; cf. Gén 6:5). Es asimismo un poder que esclaviza y corrompe (Rom 3:9; Rom 6:12; Rom 7:14; Gál 3:22). El pecado tiene sus raíces en los deseos humanos (Stg 1:14; Stg 4:1-2; véase 1Pe 2:11, nota).
(4) El pecado entró en la raza humana por medio de Adán (Rom 5:12), afecta a todos (Rom 5:12), resulta en juicio divino (Rom 1:18), trae muerte física y espiritual (v. Rom 6:23; Gén 2:17), y puede eliminarse como poder sólo por la fe en Cristo y en su obra redentora (Rom 5:8-11; Gál 3:13; Efe 4:20-24; 1Jn 1:9; Apo 1:5).
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
El cristiano, unido a Cristo por el bautismo, está muerto al pecado, 6:1-14.
1 ¿Qué diremos, pues? ¿Permaneceremos en el pecado para que abunde la gracia? 2 ¡Eso, no! Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía en él? 3 ¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? 4 Con El, pues, hemos sido sepultados por el bautismo en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en novedad de vida. 5 Porque, si han sido hechos una misma cosa con El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección; 6 pues sabemos que nuestro hombre viejo ha sido crucificado con El, para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado. 7 En efecto, el que muere, queda absuelto de su pecado. 8 Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con El; 9 pues sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre El. 10 Porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre; pero viviendo, vive para Dios. 11 Así, pues, también vosotros haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. 12 Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, obedeciendo a sus concupiscencias; 13 ni deis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos más bien a Dios, como quienes muertos han vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios, como instrumento de justicia. 14 Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia.
La idea fundamental que aquí desarrolla San Pablo es la de que el hombre, una vez obtenida la justificación, ha roto totalmente con el pecado. El término “pecado” sigue usándose, igual que en la perícopa anterior (5:12-21), como fuerza personificada del mal que trata de dominar al hombre, con sentido real bastante complejo, resaltando ora un matiz, ora otro, dentro del significado general de hostilidad y separación de Dios. A veces, valiéndonos de nuestra terminología teológica posterior, podríamos traducir simplemente por “concupiscencia.”
San Pablo entra en el tema presentando una objeción (v.1), que quizás alguno pudiera deducir de lo que él había afirmado en 5:20 sobre pecado y gracia. En resumen, la objeción es ésta: puesto que el pecado no sólo no ha sido obstáculo para que Dios nos conceda la gracia de la justificación, sino que, al contrario, la ha hecho “sobreabundar,” ¿a qué preocuparnos en cambiar de nuestra vida anterior? ¡Nuestra “permanencia en el pecado,” dejándonos dominar por él y añadiendo transgresiones a transgresiones, será una nueva oportunidad que ofrecemos a Dios para que siga multiplicando su “gracia”! Desde luego, la objeción es bastante extraña, y nos resulta difícil creer que a ningún cristiano, si de veras se ha convertido a Dios, se le ocurra deducir conclusión tan disparatada; sin embargo, es posible que algunos tratasen de hacerlo (cf. Gal 5:13) y que incluso atribuyesen al Apóstol doctrinas parecidas (cf. 3:7-8). Ello es más explicable, dado el ambiente de la época, cuando abundaban las así llamadas religiones de los misterios, a cuyos seguidores bastaba la “iniciación” o rito de entrada para que se creyesen seguros de obtener la “salud” final, sin importar gran cosa el género de vida que llevaran. San Pablo rechaza categóricamente la objeción con un tajante “¡eso, no!” (μη γένοιτο), cual se hace con una blasfemia (v.2). A renglón seguido añade la razón de la negativa, con un argumento ad absurdum: “Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo vivir todavía en él?” La respuesta, dentro de su brevedad, incluye ya la sustancia de toda su argumentación, que en los versículos siguientes no hará más que desarrollar. “Morir al pecado” es desligarse de sus dominios, romper con él toda relación, como la tienen rota los “muertos” respecto de las funciones vitales, que es de donde se toma la metáfora. A su vez, “vivir en el pecado,” equivalente a “permanecer en él” de la objeción (v.1), significa seguir las órdenes del pecado, “obedeciendo a sus concupiscencias” (v.12) y “sujetándose a él como esclavos” (v.16).
Mas esa afirmación de que “hemos muerto al pecado” (v.2) era necesario probarla. ¿Dónde y cómo hemos muerto los cristianos al pecado? San Pablo lo va a explicar en los v.3-n, haciendo un fino análisis del significado místico del bautismo. Son versículos de riqueza teológica extraordinaria, que nos llevan hasta la raíz misma de nuestra vida sobrenatural a través de nuestra inserción en Cristo. Dadas ciertas semejanzas con algunos ritos de iniciación en las religiones de los misterios, entonces muy en boga, se ha querido ver a Pablo influenciado por esos ritos. No hay base para tales afirmaciones 102.
La afirmación fundamental está en el v.3: “cuantos hemos sido bautizados en (εις) Cristo Jesús, en (sis) su muerte hemos sido bautizados.” No cabe duda de que, al hablar del “bautismo en Cristo Jesús,” San Pablo está pensando en el “bautismo” sacramento, aquél que instituyó Jesucristo como puerta de ingreso en su Iglesia (cf. Mat 28:19; Me 16:16; Jua 3:5) y que los Apóstoles comenzaron a exigir desde el primer momento (cf. Hec 2:38-41). Mas, junto a esa idea, hay otra, que va más lejos de la simple afirmación del hecho del bautismo y a la que directamente apunta San Pablo, la idea de “inmersión en Cristo” producida por el bautismo sacramento, idea sugerida a Pablo por la palabra misma “bautizar” (etimol. = sumergir) y por el hecho de que el bautismo se administraba entonces por inmersión, sumergiendo completamente en el agua al bautizado. Hemos, pues, de ver aquí dos cosas: una realidad y un simbolismo. La realidad es que por el sacramento del bautismo quedamos unidos místicamente a Cristo y como “sumergidos” en El; el simbolismo está en el hecho mismo de la inmersión en el agua bautismal, imagen de nuestra inmersión en Cristo. Pero San Pablo no se detiene aquí, sino que, en un segundo inciso del mismo, v.3, concreta más y dice que esa “inmersión en Cristo” producida por el bautismo es inmersión en su muerte. Con ello quiere decir que por el bautismo Cristo nos asocia de una manera mística, pero real, a su muerte redentora, quedando muerto nuestro hombre viejo o “cuerpo de pecado” (v.6; cf. Efe 4:22; Col 3:9), es decir, el hombre como estaba antes del bautismo, inficionado por la concupiscencia y esclavo del pecado; si Cristo, con su muerte, liquidó todo lo que se refiere al pecado, hasta el punto de que éste no pueda ya volver con más pretensiones ante la justicia divina (“murió al pecado una vez para siempre,” v.10), también nosotros, asociados y como “sumergidos” en su muerte, hemos roto totalmente con el pecado, pues la muerte de un culpable rompe todos los vínculos que le ligaban a la vida y extingue la acción judiciaria (“queda absuelto de su pecado,” v.7).
Con esto, la tesis de Pablo quedaba probada. Mas era una idea demasiado interesante para que el Apóstol no tratara de desarrollarla más. Y, en efecto, así lo hace. No se contenta con el aspecto negativo de nuestro “morir al pecado,” sino que insistirá también en el aspecto positivo de nuestra “resurrección a nueva vida.” Por eso, comienza ligando a la idea de “muerte,” de la que ha hablado en el v.3, la idea de “sepultura” (v.4), con lo que el cristiano, muerto y sepultado con Cristo, tiene ya completo, como Cristo, el punto de partida hacia la resurrección 103. Esta idea de “resurrección, igual que la de “muerte” y “sepultura,” estaría también simbólicamente representada en el rito del bautismo (v.5), que tiene un doble momento, el de la inmersión (imagen sensible de la muerte y sepultura) y el de la emersión (imagen sensible de la resurrección). Es, pues, el bautismo como una parábola en acto, eficaz, de la antítesis muerte -vida.
En resumen, lo que San Pablo viene a decir es que por el bautismo quedamos incorporados y como sumergidos en Cristo, en su muerte y en su vida, haciéndonos así aptos para que lleguen hasta nosotros los beneficios del Calvario. A partir de esta inserción en Cristo, formamos “una misma cosa con El” (σύμφυτοι, i.e., animados de un mismo principio vital, como el injerto y la planta, ν.6; cf. 4:17), pudiendo con toda razón exclamar que hemos sido “con-crucificados,” “consepultados,” “convivificados” (v.4.6.8.n; cf. Efe 2:5-6; Col 2:12), y que “ya no vivimos nosotros, sino que es Cristo quien vive en nosotros” (Gal 2:20). Al fin de cuentas, es lo que ya antes, con expresión nítida y sencilla, había dicho Jesucristo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jua 15:5). Una cosa, sin embargo, conviene advertir. Esta “nueva vida” a la que nacemos por nuestra inserción en Cristo, y a la que San Pablo alude repetidas veces en sus cartas (cf. 2Co 5:15-17; Efe 2:15; Col 3:9-10), comienza ya en el bautismo, pero no logra su plenitud sino después de nuestra muerte corporal y salida de este mundo (cf. 1Co 15:12-18). Ello hace que el término “vida,” lo mismo que antes en 5:17-18, también aquí en estos versículos tenga un sentido complejo, equivaliendo ora a la vida de gracia con su necesaria repercusión en la vida moral, ora a la vida de gloria con su complemento de resurrección de los cuerpos; de ahí que San Pablo a veces hable en presente (“caminemos en novedad de vida..,” v.4; “vivos para Dios..,” v.11) y a veces en futuro (“viviremos con El..,” v.8), pues fácilmente pasa de una etapa a otra.
La conclusión de todos estos razonamientos, con que se responde a la cuestión propuesta en el v.1, podemos verla en el v.11: “Así, pues, también vosotros haced cuenta..” A esta conclusión sigue, como toque de alerta, una cálida exhortación a vivir vigilantes para que “el pecado” no reine de nuevo en nosotros, como antes , del bautismo (v.12-13). Ello supone que, incluso después de bautizados, el “pecado” puede reconquistar en nosotros su antiguo dominio, haciéndonos morir para Cristo y vivir para él. La lucha será dura; pero a quien diga que no tiene fuerzas para resistir en ella, San Pablo responde que eso no es verdad, pues “no estamos ya bajo la Ley,” que señalaba el pecado, pero no daba fuerza para evitarlo (cf. 3:20), sino “bajo la gracia,” que con nuestra inserción en Cristo alteró completamente el poder del pecado (v.14). Con esto volvemos al tema fundamental de toda esta sección, es a saber, que nuestra esperanza de llegar a la “salud” final, si permanecemos unidos a Cristo, “no quedará confundida” (cf. 5:5).
El servicio del pecado y el de Dios, 6:15-22.
15 ¡Pues qué! ¿Pecaremos porque no estarnos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡Eso, no! 16 ¿No sabéis que ofreciéndoos a uno para obedecerle os hacéis esclavos de aquel a quien os sujetáis, sea del pecado para la muerte, sea de la obediencia para la justicia? 17 Pero gracias sean dadas a Dios, porque siendo esclavos del pecado, obedecisteis de corazón a la norma de doctrina a la que habéis sido entregados, 18 y libres ya del pecado, habéis venido a ser esclavos de la justicia. 19 Os hablo a la llana, en atención a la flaqueza de vuestra carne. Pues bien, como pusisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y de la iniquidad para la iniquidad, así ahora entregad vuestros miembros al servicio de la justicia para la santidad. 20 Pues cuando erais esclavos del pecado, estabais libres respecto de la justicia. 21 ¿Y qué frutos obtuvisteis entonces? Aquellos de que ahora os avergonzáis, porque su fin es la muerte. 22 Pero ahora, libres del pecado y hechos esclavos de Dios, tenéis por fruto la santificación y por fin la vida eterna. 23 Pues la soldada del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo.
San Pablo sigue insistiendo en la ruptura del cristiano con el pecado. Toda la perícopa, de tipo eminentemente exhortativo, gira en torno a esta antítesis: antes estuvisteis al servicio del pecado, que lleva a la “muerte”; ahora habéis de estar al servicio de Dios, quien os dará la “vida.” Donde San Pablo se expresa con términos más claros es en los v.22-23, nombrando explícitamente a Dios como la potencia contraria al pecado a la que debemos someternos (siervos de Dios. , el don de Dios); en otros versículos, aunque la idea es la misma, hablará de “obediencia para la justicia” (v.16), “obediencia a la norma de doctrina a la que habéis sido entregados” (v.17), “siervos de la justicia” (v. 18.19). Esta “justicia” es evidentemente la “justicia” traída al mundo por el Evangelio (cf. 1:17; 3:21-26); y la “norma de vida a la que fuimos entregados” es ese mismo Evangelio, en cuanto fuerza viva o instrumento de Dios en orden a la “salud” de los hombres” (cf. 1:16). Si San Pablo hace resaltar la idea de “obediencia,” ello es debido a que nuestro paso al “servicio de Dios,” dejando el del pecado, o lo que es lo mismo, nuestra aceptación del Evangelio, es un acto de nuestra voluntad libre, que hemos hecho “de corazón” (v.17). San Pablo entra en el tema de modo muy parecido a como lo había hecho en la perícopa anterior (v.15; cf. v.1), presentando una objeción basada en lo que acaba de afirmar en el v.14. Había dicho el Apóstol que por no estar “bajo la Ley,” sino “bajo la gracia,” el pecado no tiene ya fuerza para dominarnos, y ello podía dar motivo a que alguno pensase que bajo el régimen de “la gracia” no había por qué preocuparse ya del pecado ni de los preceptos morales. Libertades semejantes vemos que habían tratado de deducir algunos cristianos de Corinto (cf. 1Co 6:12). San Pablo rechaza enérgico la consecuencia con un tajante “¡Eso, no!” (v.15), y luego trata de razonar esa negativa: “No sabéis que..” (v. 16). Lo que el Apóstol parece querer decir es que, aunque, bajo el régimen de “la gracia,” el pecado no tiene ya fuerza para dominarnos, eso no significa que nosotros no podamos volver a caer de nuevo en su “esclavitud”; la única diferencia respecto de tiempos anteriores está en que ahora esa “esclavitud” es voluntaria, mas la naturaleza de la “esclavitud” sigue igual e iguales también las consecuencias a que ella nos lleva.
En la época en que escribe San Pablo, la idea de “esclavitud” estaba en el ambiente y era en extremo expresiva; de ahí que el Apóstol se valga de ella para mejor hacer entender a sus lectores las obligaciones que la nueva fe nos impone. Es de notar, sin embargo, que la palabra “esclavitud,” aplicada a nuestra sumisión al Evangelio, no le gusta a San Pablo, que más bien prefiere hablar de “libertad” cristiana (cf. 8:15-21; 2Co 3:17; Gal 5:1); por eso se excusa de tenerla que emplear aquí (“os hablo a la llana..,” v.19), en atención a que sus destinatarios no habrían podido comprender razones conceptuales más profundas, mientras que les era fácil entender que lo menos que se podía pedir a un cristiano es que pusiese al servicio de la “justicia” cuanto había puesto al servicio del “pecado.” También estaba en el ambiente la idea de “soldada” o paga militar (όψώνια), en un mundo poblado de legiones romanas, y San Pablo la recoge para designar la muerte, que es la “soldada” o salario con que el pecado paga a sus servidores (v.23). Por lo que hace a los servidores de Dios, San Pablo no habla de “soldada,” sino de “don” χάρισμα), pues Dios no nos da la vida eterna como simple sueldo, sino como don, ya que es El quien con su gracia eleva el valor de nuestras obras para que sean merecedoras de tal recompensa. Probablemente en la palabra “don,” contrapuesta a “soldada,” hay una alusión a los donativos o gratificaciones que en determinadas circunstancias hacían los emperadores a los soldados, aparte del sueldo. si es así, la metáfora militar de que se vale San Pablo es todavía más completa.
Fuente: Biblia Comentada
¿Perseveraremos en el pecado … ? A causa de su experiencia pasada en el fariseísmo, Pablo pudo anticipar las objeciones más fuertes de sus críticos. Ya había aludido a estas críticas según las cuales con su predicación de la justificación basada nada más que en la gracia gratuita de Dios, alentaba a pecar a las personas (cp. Rom 3:5-6; Rom 3:8).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
P ablo pasa de demostrar la doctrina de justificación, según la cual Dios declara justo al pecador creyente (Rom 3:20-31; Rom 4:1-25; Rom 5:1-21), a demostrar las ramificaciones prácticas de la salvación para los que han sido justificados. Su discusión específica se centra en la doctrina de la santificación, que consiste en la manera como Dios produce justicia verdadera en el creyente (Rom 6:1-23; Rom 7:1-25; Rom 8:1-39).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
RESUMEN: Somos salvos por la gracia abundante de Dios, acabó Pablo de afirmar (5:20,21). ¿Se sigue, pues, (como alguno podría concluir de la afirmación de Pablo) que es deber continuar en el pecado para que así abunde más la gracia de Dios? Este capítulo refuta la conclusión errónea expresada en esta pregunta. En esta refutación el apóstol muestra que la persona muerto (al pecado) ya no puede vivir (en él). Luego emplea la metáfora de esclavos y amos para probar que siendo esclavos, hemos cambiado de amos, para ya no servir más al señor pecado. El pecado, como amo, paga con la muerte eterna al que le sirve, pero Dios regala la vida eterna al que le obedece en el evangelio de Cristo.
6:1 — Pablo anticipa la posible objeción de alguno, en vista de lo que acabó de escribir en 5:20,21. La abundante gracia de Dios no justifica que el hombre peque más.
Fuente: Notas Reeves-Partain
MORIR PARA VIVIR
Romanos 6:1-11
¿Qué consecuencia sacaremos? ¿Que hemos de seguir pecando para que abunde la Gracia? ¡De ninguna manera! ¿Cómo vamos a vivir todavía en el pecado si hemos muerto para él? ¿Es que no os dais cuenta de que todos los que hemos sido introducidos en Cristo por el bautismo hemos sido bautizados en Su muerte? Nuestra muerte ha sido tan real que hemos sido sepultados con Él mediante el bautismo, a fin de que, como Cristo fue levantado de los muertos por la gloria del Padre, así nosotros, también, vivamos una vida nueva. Porque, si hemos llegado a estar unidos a ÉL en la semejanza de Su muerte, así también estaremos unidos a Él en la semejanza de Su Resurrección. Porque esto sí sabemos: que nuestro viejo yo ha sido crucificado con ÉL para que nuestro cuerpo pecador pierda su operatividad, para que dejemos de ser esclavos del pecado. Porque uno que ha muerto ya ha quedado exculpado de pecado. Pero, si hemos muerto con Cristo, creemos que igualmente viviremos con Él; porque sabemos que Cristo, después de Su Resurrección, ya no muere más. La muerte ya no tiene ningún dominio sobre Él. El Que murió, murió una vez por todas al pecado; y el Que vive, vive para Dios. Así vosotros también debéis consideraros muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Jesucristo.
Como ya ha hecho varias veces en esta carta, Pablo vuelve aquí a tener una discusión con una especie de oponente imaginario. La discusión surge del gran dicho que apareció al final del capítulo anterior: «Cuando el pecado se hizo más abundante y grave, lo sobrepujó la Gracia.» Podemos reconstruirlo así.
Objetor.- Acabas de decir que la Gracia de Dios es suficientemente grande para perdonar cualquier pecado.
Pablo.- Y lo mantengo.
Objetor.- Estás diciendo que la Gracia de Dios es la cosa más maravillosa del mundo.
Pablo.- Eso es.
Objetor.- Pues entonces, ¡sigamos pecando! Cuanto más pequemos, más abundará la Gracia. El pecado no importa, porque Dios lo va a perdonar de todas maneras. De hecho, aún podríamos decir más: que el pecado es algo excelente, porque le ofrece a la Gracia una oportunidad de manifestarse. La conclusión de tu razonamiento es que el pecado produce la Gracia; y por tanto tiene que ser una cosa buena, ya que produce la cosa más grande del mundo.
La primera reacción de Pablo es retirarse de la discusión sobrecogido de horror: » ¿Es que sugieres -pregunta- que deberíamos seguir pecando para darle más oportunidades a la Gracia de seguir operando? ¡No permita Dios que sigamos un curso de acción tan inaceptable!»
Pero luego pasa a otra cosa: «¿Has pensado alguna vez -pregunta- lo que te sucedió cuando te bautizaste?» Ahora bien, cuando intentamos entender lo que Pablo dice a continuación tenemos que recordar que el bautismo en su tiempo era distinto de lo que es corrientemente hoy.
(a) Era bautismo de adultos. En la Iglesia Primitiva una persona mayor venía a Cristo individualmente, a menudo dejándose atrás a la familia.
(b) El bautismo en la Iglesia Primitiva estaba íntimamente relacionado con la confesión de fe. Una persona era bautizada cuando entraba en la Iglesia dejando el paganismo. Al bautizarse, una persona hacía una decisión que producía un corte radical en su vida, lo que muchas veces quería decir que acababa una vida y empezaba otra totalmente distinta.
(c) Generalmente el bautismo era por inmersión total, y esa práctica simbolizaba una verdad que no queda tan clara en el bautismo por aspersión. Cuando una persona descendía al agua, y era sumergida totalmente, era como si la enterraran. Cuando salía del agua, era como si resucitara saliendo de la tumba. El bautismo quería decir simbólicamente morir y resucitar. La persona moría a una clase de vida y resucitaba a otra; moría para la vieja vida del pecado, y resucitaba a la nueva vida de la Gracia.
Para comprender todo esto tenemos que recordar de nuevo que Pablo estaba usando un lenguaje y unas alegorías que casi todos los de su tiempo y generación entenderían. Tal vez nos parezcan extraños a nosotros, pero no lo eran para sus contemporáneos.
Los judíos le entenderían. Cuando se convertía un pagano al judaísmo, tenía que hacer tres cosas: sacrificio, circuncisión y bautismo. El gentil entraba en la fe de Israel mediante el bautismo, cuyo ritual tenía estas partes: El que iba a bautizarse se cortaba el pelo y las uñas; se desnudaba totalmente; el baptisterio tenía que contener por lo menos 40 seahs -es decir, unos 500 litros, medio metro cúbico de agua-, y el agua tenía que llegar a todas las partes de su cuerpo. Mientras estaba en el agua tenía que hacer profesión de su fe ante tres padrinos, y se le dirigían algunas exhortaciones y bendiciones. El efecto de este bautismo se creía que era una total regeneración; al bautizado se le consideraba como un recién nacido aquel día. Se le perdonaban todos los pecados, porque Dios no podía castigar los que hubiera cometido antes de nacer de nuevo. Lo completo del cambio se veía en el hecho de que ciertos rabinos mantenían que el hijo que le naciera a un hombre después de su bautismo era su primogénito, aunque hubiera tenido otros en su vida anterior. En teoría se mantenía -aunque esta creencia nunca se ponía en práctica- que un hombre era tan totalmente nuevo que podría casarse con una hermana, o hasta con su madre. No era solamente un hombre cambiado; era una persona diferente.
Cualquier judío entendería lo que decía Pablo acerca de la necesidad de que un bautizado fuera completamente nuevo. Y lo mismo un griego. En aquel tiempo la única verdadera religión griega eran los misterios o religiones misteriosas, que ofrecían la liberación de los cuidados, las angustias y los temores de la Tierra; esta liberación se lograba mediante la unión con un dios. Todos esos misterios eran representaciones de una pasión; se basaban en la supuesta historia de algún dios que sufría, moría y resucitaba; su historia se representaba como un drama. Antes de participar en él, uno tenía que ser iniciado; es decir, tenía que seguir un curso de instrucción sobre el sentido del drama, tenía que someterse a un proceso de disciplina ascética y prepararse concienzudamente. El drama se representaba con todos los medios disponibles de música y luces, de incienso y de misterio. Durante la representación, el iniciado tenía una experiencia emocional de identificación con el dios. La iniciación se consideraba siempre como una muerte seguida de un nuevo nacimiento, en el cual el hombre era renatus in aeternum, nacido de nuevo para la eternidad. Uno que hizo la iniciación nos dice que pasó por cuna muerte voluntaria». Sabemos que en uno de aquellos misterios el que se iba a iniciar se llamaba moriturus, el que va a morir, y que se le enterraba hasta la cabeza en una zanja. Cuando ya había pasado la iniciación, se le hablaba como a un niño pequeño, y se le daba leche como a un recién nacido. En otro de aquellos misterios, la persona que se estaba iniciando oraba: «Entra tú en mi espíritu, en mi pensamiento y en toda mi vida; porque tú eres yo, y yo soy tú.» Cualquier griego que hubiera hecho estas experiencias comprendería sin dificultad lo que quería decir Pablo con aquello de morir y resucitar otra vez en el bautismo; y al hacerlo, llegar a ser uno con Cristo.
No estamos diciendo de ninguna manera que Pablo tomó prestadas estas ideas o palabras de tales prácticas judías o paganas; lo que decimos es que estaba usando palabras y alegorías que reconocerían y entenderían tanto los judíos como los paganos.
En este pasaje hay tres grandes verdades permanentes.
(i) Es una cosa terrible el intentar comerciar con la misericordia de Dios convirtiéndola en una licencia para seguir pecando. En términos humanos sería tan despreciable como el que un hijo se creyera con derecho a defraudar a su padre porque sabe que éste le perdonará. Eso sería aprovecharse del amor para quebrantarle el corazón.
(ii) La persona que inicia el camino cristiano se compromete a una clase de vida diferente. Ha muerto para una clase de vida, y ha nacido de nuevo para otra. En los tiempos actuales puede que tendamos a presentar la conversión al Cristianismo como algo que no tiene por qué producir una gran diferencia. Pablo habría dicho que tiene que producir la mayor diferencia del mundo.
(iii) Pero hay más que un cambio de conducta en la vida de una persona que acepta a Cristo. Hay una verdadera identificación con Él. Es un hecho que no puede haber un cambio real de vida sin esa unión con Cristo. La persona está en Cristo. Un gran pensador cristiano ha sugerido una metáfora para explicar esa frase: No podemos vivir la vida física a menos que estemos en el aire y el aire esté en nosotros; de la misma manera, no podemos vivir la vida que Dios nos quiere dar a menos que estemos en Cristo y Cristo en nosotros.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 6
II. LA NUEVA VIDA (6,1-23)
Que en la acción de Jesucristo surge un nuevo comienzo y que la humanidad obtiene la vida mediante la fe en él, representa nuevas exigencias para los creyentes justificados. La «soberanía» de la gracia de Cristo no es cómoda y no permite ningún abandono en la posesión de la salvación obtenida, sino que compromete al creyente a una obediencia total para vida.
La nueva existencia del cristiano, como de quien ha sido justificado por la fe, se mueve en una polaridad fundamental entre el ser y el deber, entre el enunciado de la salvación y el imperativo «ético». Según Pablo hay una correspondencia intrínseca entre ambas. El don incluye una exigencia. En el capítulo 6 encontramos el enlace entre el enunciado y el imperativo ético con una fórmula: justicia y obediencia. Es significativo que en dicho pasaje (6,1-11) Pablo agregue una declaración sobre el bautismo, que confirma la doctrina de la justificación; de tal modo que la nueva vida, de la cual participa el bautizado, se manifiesta, al propio tiempo, como una exigencia de comportamiento nuevo.
Las exhortaciones de este capítulo ponen singularmente de relieve que la nueva vida del justificado ha de conservarse en un enfrentamiento constante con el pecado, que una y otra vez intenta hacer valer sus viejos derechos de soberanía (véase sobre todo 6,11-14). Si Pablo tiene que exhortar con tal insistencia a guardarse de la vieja esclavitud del pecado, es porque ya antes ha proclamado con los tonos más vibrantes la realidad fundamental e incontestable del hecho de la justificación. Cuanto más impresionante es el mensaje de la gracia, con tanto mayor apremio tiene que exhortar el Apóstol a llevar una vida nueva y a mantenerse alerta contra el pecado.
1. MUERTOS AL PECADO Y VIVIENDO PARA DIOS (Rm/06/01-14)
1 ¿Qué diremos, pues? ¿Que permanezcamos en el pecado, para que la gracia se multiplique? 2 ¡Ni pensarlo! Quienes quedamos ya muertos al pecado, ¿cómo hemos de seguir todavía viviendo en él?
Partiendo de la frase de Pablo en 5,20b resultaba fácil sacar un principio práctico: a mayor pecado, mayor gracia. Ya en 3,8 tuvo que rebatir esta falsa interpretación de su mensaje. Ahora vuelve a combatir para exponer de forma más clara la verdadera consecuencia que reclama el mensaje de la justificación.
La oposición entre pecado y gracia es absoluta. La gracia otorgada en Cristo no permite comparación alguna con el pecado. Y es que la gracia significa precisamente que el pecado ha sido reducido a la impotencia y que ya no puede aspirar a nada. Por lo demás, al que ha sido liberado del poder del pecado la gracia no le deja más alternativa que la de aceptar y realizar la nueva posibilidad de vida que con ella se le ofrece. Se muestra precisamente como gracia por el hecho de que nosotros la asumimos. No permite quietismo alguno, porque éste no conduciría más que a una reviviscencia del pecado antiguo. Para quien la recibe, la gracia es más bien un punto de partida. Así lo pone Pablo de relieve con el imperativo de las exigencias éticas que se repite a lo largo del capítulo.
A dicho imperativo apuntan ya las preguntas que el Apóstol formula al comienzo del capítulo. De acuerdo con el mensaje de la justificación el hombre nuevo es la nueva posibilidad que se nos otorga, por lo demás inmerecida y gratuita. Ahí no caben delimitaciones de ninguna clase. Y la libertad del que ha sido redimido del pecado no debe en modo alguno quedar limitada por nuevos preceptos. Sin embargo, el hombre nuevo no se realiza de un modo automático, sino con una entrada total, constante y libre en la nueva posibilidad que Dios le brinda.
3 ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos sumergidos por el bautismo en Jesucristo, fue en su muerte donde fuimos sumergidos? 4 Pues por medio del bautismo fuimos juntamente con él sepultados en su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva. 5 Porque, si estamos injertados en él, por muerte semejante a la suya, también lo estaremos en su resurrección. 6 Comprendamos bien esto: que nuestro hombre viejo fue crucificado junto con Cristo, a fin de que fuera destruido el cuerpo del pecado, para que no seamos esclavos del pecado nunca más. 7 Pues el que una vez murió, ha quedado definitivamente liberado del pecado.
Pablo recuerda el bautismo. Como bautizados hemos experimentado en nosotros la muerte de Jesús casi de una forma corpórea. Hemos sido bautizados en su muerte, lo que quiere decir que también «fuimos juntamente con él sepultados en su muerte» (v. 4). El texto deja sin resolver cómo hemos de representarnos la vinculación con Cristo en el bautismo. Probablemente piensa Pablo no tanto en un morir místico con Cristo cuanto en una asimilación a él, que continúa realizándose en la vida del cristiano y de la que el bautismo constituye la iniciación simbólica. Como quiera que sea, el «estar injertados en él, con muerte semejante a la suya» (v. 5) no se limita, según el pensamiento de Pablo, al acto puntual del bautismo, sino que se extiende de forma exhaustiva a toda la vida del cristiano. Esto responde también a la tendencia dominante de todo el capítulo 6. La «vida nueva», que el bautizado ha obtenido por la muerte de Cristo, se realiza en el tiempo, en cuanto el cristiano responde, sin limitaciones y con libertad, a las exigencias incesantes de la gracia. De este modo la conducta del cristiano se convierte en signo auténtico de la esperanza de consumación abierta con la muerte y resurrección de Jesús. Que nosotros estemos también «injertados» en Cristo «en su resurrección» no significa desde luego una esperanza infundada y vacía frente a la constante realización de la «nueva vida» en la existencia cristiana, sino una esperanza que se desarrolla en el tiempo, pues ya en ella se produce el injerto futuro con la «resurrección» de Jesús. De este modo no sólo se anticipa por el bautismo nuestra esperada resurrección, sino que el bautismo constituye el fundamento de la nueva vida del hombre justificado, como una comunión de vida esperanzada con Cristo.
Una vez más torna el Apóstol en el v. 6 al acontecimiento de Cristo y a nuestra asimilación con él. Que «nuestro hombre viejo fue crucificado juntamente con Cristo», concretamente en el bautismo como comienzo simbólico que establece la nueva realidad, tiene amplias consecuencias: «el cuerpo del pecado» tenía que ser destruido, es decir, que el pecado ya no ha de encontrar asidero alguno en la existencia del bautizado. La ruptura con el pecado es total y absoluta en el acontecimiento cristiano y, por tanto, en el bautismo. Ahora el hombre está libre del pecado. Esta libertad, que Cristo funda y define, justamente puede conservarse en cuanto en la existencia del hombre justificado se niega al pecado cualquier derecho y cualquier ocasión.
8 Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre él. 10 Porque en cuanto a que murió, para el pecado murió de una vez para siempre; pero en cuanto a que vive, vive para Dios. 11 Así también vosotros consideraos, de una parte. que estáis muertos al pecado; y de otra, vivos en Dios en Cristo Jesús.
De nuevo subraya Pablo la esperanza que se nos ha abierto en la muerte de Cristo. La muerte y resurrección de Jesús no hay que entenderlas sólo como el único e irrepetible acontecimiento histórico de la salvación, desde el que se legitima fundamentalmente toda esperanza cristiana, sino que representan también nuestra existencia delante de Dios. Al igual que Cristo ha muerto al pecado y ahora vive para Dios, así también nosotros estamos muertos al pecado, aunque vivos para Dios (v. I1). Esta conexión arranca el acontecimiento cristiano del pasado y del olvido, haciendo que experimentamos a Jesucristo y la entrega de su vida más bien como el fundamento permanente de nuestra existencia. De ahí también la palabra victoriosa del v. 9: «la muerte ya no tiene dominio sobre él», no sólo sobre la existencia privada de Jesús en el pasado y en el futuro, sino sobre cuantos viven «en Cristo Jesús» (v. 11).
Si estos versículos no hablan ya del bautismo, ello no significa que haya quedado olvidado sin más; hay aquí un recuerdo de los versículos 3-5. Pues, lo que Pablo quiso sin duda subrayar con el bautismo fue precisamente el compromiso peculiar de la nueva vida, condicionada siempre existencialmente por Cristo. Pero es preciso advertir también que el recuerdo del bautismo en toda esta sección sólo tiene una importancia complementaria, porque aun en el mismo capitulo 6 el fundamento y núcleo de la argumentación paulina sigue siendo el mensaje de la justificación, antes proclamado. Creemos por lo mismo que, si se quiere ser fiel al pensamiento del Apóstol, no hay que referir directa y exclusivamente al bautismo cada una de las afirmaciones aisladas de la perícopa. Todas las afirmaciones parciales deben servir al propósito de fundamentar la realización cristiana de la vida.
12 Por consiguiente, no reine ya el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que cedáis a sus concupiscencias, 13 ni ofrezcáis más vuestros miembros como armas de injusticia al servicio del pecado, sino consagraos a Dios como quienes han vuelto de la muerte a la vida y ofreced vuestros miembros como armas de justicia al servicio de Dios. 14 Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.
Las consecuencias esbozadas en la sección precedente se exponen ahora con mayor amplitud. No reine ya el pecado. Aquí aparece con gran realce el imperativo de la exigencia moral, y desde luego en forma de exhortación. A los cristianos hay que seguir exhortándoles a precaverse de la soberanía del pecado. El pecado, que Cristo ha reducido radicalmente a la impotencia, continúa siendo, a pesar de ello, como la posibilidad negativa del cristiano. Si éste no se abraza a la auténtica y verdadera posibilidad que la gracia le ofrece, vuelve a caer en la vieja y superada soberanía del pecado, pese a la obra redentora de Jesús. Pero el cristiano no puede permitirse semejante comodidad. El asidero al que se agarra el viejo pecado es nuestro «cuerpo mortal» con «sus concupiscencias». Es el «hombre viejo» y su «cuerpo» (v. 6) sobre el que sigue levantándose el pecado. En la medida en que el cristiano se le opone en una guerra sin cuartel y se revoca a su vinculación con Cristo, se destruye sin cesar el «cuerpo del pecado» (v. 6). Lo que quiere decir que se priva al pecado de su base todavía presente en la existencia del cristiano, de tal modo que se impide la renovada encarnación del pecado. Apenas será necesario advertir que las afirmaciones de Pablo en este texto no reflejan ningún odio al cuerpo. Más bien reclama justamente una vida de obediencia corporal de cara a Dios (v. 13).
Pero antes de dar a la exhortación ética un giro positivo, Pablo insiste una vez más en el v. 13a en que la vida cristiana es una renuncia al pecado. La vida de los cristianos es una consagración a Dios, a quien son deudores como redimidos del pecado y de la muerte y como llamados a la vida. Esta consagración a Dios se realiza en la entrega de los «miembros» como «armas de justicia» 25 y no «de injusticia». Los cristianos están en un constante servicio militar a las órdenes de Dios y en contra del pecado. Sus «armas» son sus «miembros», es decir, toda su existencia corporal de la que disponen; su victoria consiste en alcanzar la «justicia», que no es otra que la «justicia de Dios» (1,17; 3,21s), creadora de salvación.
El v. 14 se remite al texto de 5,21 reforzándolo: entre el pecado y la gracia ha tenido efecto un cambio de soberanía, el nuevo señorío de la gracia compromete al hombre por completo y no tolera compromiso alguno con el pecado.
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25. Cf. 2Co 6.7; pasaje en que resulta evidente se trata de la verdad y de la fuerza de Dios que sirve a las «armas» de justicia para lograr su triunfo. Véase también 10,4; Rm 13.12; Efe 6:10-20.
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2. LIBRES DEL PECADO Y OBEDIENTES A LA JUSTICIA (Rm/06/15-23)
15 Entonces, ¿qué? ¿Podemos pecar, puesto que ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡Ni pensarlo! 16 ¿No sabéis que, si os ofrecéis a alguien como esclavos para estar bajo su obediencia, sois realmente esclavos de aquel a quien os sujetáis: ya sea del pecado para muerte, ya sea de la obediencia para la justicia?
El v. 15 repite la pregunta del v. 1, y con ella se abre una nueva exposición de las exigencias morales que incumben al justificado para darles un mayor relieve. Las expresiones clave son ahora «esclavos del pecado», «esclavos de la justicia», «obediencia» y «libertad».
El creyente se encuentra bajo la gracia; de ello no cabe la menor duda. Sólo que ahora debe abrazar con fe la nueva realidad que se le brinda como su posibilidad. Y eso ocurre con la entrega a «la obediencia». La pregunta del v. 16 no sólo formula una regla conocida, sino que apunta de forma inequívoca a la obediencia total y vital del creyente. La imagen de la esclavitud subraya la vinculación en la que entra el cristiano con su autoentrega. Pablo utiliza comparaciones de su entorno, en este caso también sacándolas del orden general que preside la sociedad de su tiempo. Su aplicación importa aquí en la medida en que el Apóstol la da a conocer en este contexto. Que Pablo aplique la imagen de la esclavitud al estado cristiano, se funda ante todo en la oposición a la esclavitud del pecado. A ella corresponde el estado de cosas de la esclavitud en sentido propio, mientras que los cristianos han sido «liberados para la libertad» 26 Por lo que la fórmula de que el cristiano ha de hacerse esclavo de Dios, o sea de la «justicia» (v. 18s), hay que entenderla metafóricamente. Al mismo tiempo refuerza la vinculación a Cristo que se da con la obediencia del creyente y por la cual éste es arrancado a la esclavitud del pecado.
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26. Cf. Gal 5:1.13.
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17 Pero gracias a Dios que, después de haber sido esclavos del pecado, os habéis sometido de corazón a la forma de doctrina a la que fuisteis entregados; 18 liberados del pecado, os habéis convertido en esclavos de la justicia.
A partir de Cristo las relaciones resultan claras e inequívocas; lo que induce a Pablo espontáneamente a dar gracias a Dios. Porque a partir de Cristo la esclavitud del pecado es ya una forma de vida caducada. El presente se caracteriza por la obediencia de los creyentes, obediencia para la que Cristo les ha liberado. El v. 17b constituye dentro del conjunto un inciso de difícil explicación. Recuerda la fuerza vinculante de la «doctrina» que, en una determinada forma, representa el contenido de la fe cristiana.
Nosotros hemos sido «liberados del pecado», y esto significa que hemos entrado en la esclavitud de la justicia (v. 18). El contraste de la oposición entre libres y esclavos agudiza el problema ético. Ni hay por qué rebajar este contraste, cuando se aclara precisamente que la libertad es justamente una liberación de… y una liberación para. O, dicho con otras palabras, en lugar de la vieja esclavitud ha entrado ahora necesariamente la nueva esclavitud por la acción liberadora de Cristo; de tal modo que, a juicio de Pablo, nunca se puede vivir sin alguna ligadura. Con semejante explicación no se toma la libertad en toda la amplitud de su verdadero sentido. Más bien hay que acentuarla vigorosamente en el sentido que le da Pablo. Y el verdadero problema de la ética paulina consiste precisamente en esto: ¿cómo pueden realizar de hecho los cristianos esta libertad que Cristo les ha merecido? La respuesta de Pablo a lo largo de toda la sección no deja la menor duda: se realiza con la entrega personal del creyente, con la obediencia que abarca toda su vida.
19 Estoy hablando en términos humanos, a causa de la flaqueza de vuestra carne. Pues bien, así como ofrecisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y de la inmoralidad, para la inmoralidad, así también consagrad ahora vuestros miembros al servicio de la justicia, para la santificación.
Pablo pide disculpas por su modo de hablar, porque advierte lo inadecuado que resulta presentar la existencia cristiana como una esclavitud. En realidad tampoco a él le interesa semejante descripción, sino la confirmación de los cristianos. «A causa de la flaqueza de nuestra carne», que también el cristiano, y él precisamente, debe tener en cuenta, debe amonestar y advertir apremiantemente del peligro de la vieja esclavitud, que no era otra cosa que «impureza» e «inmoralidad». Si para los que ahora están justificados antes no había más que un ofrecimiento a la impureza y a la inmoralidad, Pablo aclara que una consagración en el sentido auténtico es lo que corresponde a su nueva existencia (cf. v. 13). Esa entrega significa santificación, y en consecuencia, todo lo contrario de la impureza y la inmoralidad.
20 Efectivamente, cuando erais esclavos del pecado, erais libres con respecto a la justicia. 21 ¿Pero qué fruto recogíais entonces? ¡Cosas de las que ahora os avergonzáis! Pues el final de ellas es muerte. 22 Pero ahora, emancipados del pecado y convertidos en esclavos de Dios, tenéis por fruto vuestro la santificación, y, como final, vida eterna. 23 Porque la paga del pecado es muerte; mientras la dádiva de Dios es vida eterna en Jesucristo Señor nuestro.
En los v. 20 y 21 Pablo pone una vez más ante los ojos el pasado pecaminoso con un propósito de exhortación y advertencia. Como «esclavos del pecado» los ahora justificados tuvieron una libertad aparente, por cuanto que no sentían la fuerza de la justicia de Dios, que crea la salvación y compromete al hombre. Pero, echando una mirada atrás, el justificado se avergüenza del «fruto» que le produjo la esclavitud del pecado; ese «fruto» desembocaba en la muerte.
«Pero ahora» (d. 3, 21), en el momento presente, que se caracteriza por el acto liberador de Jesús y por la nueva obediencia de los justificados, hay que hablar de un verdadero y auténtico «fruto». Es el fruto de la consagración de los justificados, que se realiza en la «santificación», no sólo como separación preservativa del mundo pecador, sino como reafirmación de la gracia que opera la santidad, en un enfrentamiento constante con el pecado que siempre supone una amenaza. Su prueba última y definitiva es la «vida eterna» de la consumación esperada. El v. 23 lleva hasta las últimas consecuencias la fecundidad contrastante de la vieja esclavitud al pecado y del nuevo servicio de Dios.
No se puede pasar por alto que a lo largo de todo el capítulo, y pese a que la exhortación a una nueva vida está formulada en tono positivo, prevalece la amonestación a no entregarse ya más al pecado. Tal amonestación encuentra su complemento más positivo en los capítulos 12 y 13. Allí la palabra del Apóstol aclara a sus lectores que la fidelidad cristiana tiene que ser siempre consciente de su inminente enfrentamiento al pecado, pero que también y ante todo se logra con la acción del amor, que transforma al mundo.
lll. ENTRE LA LEY Y LA LIBERTAD (7,1-25)
La nueva obediencia, a la que estamos llamados, es nuestra posibilidad nueva y, justamente como una realidad viva otorgada por Cristo, conduce a la crisis. Pues, la nueva vida significa una renuncia constante del creyente a su propio pasado pecaminoso. Ese pasado, superado ya fundamentalmente en Cristo, vuelve a aparecer justamente en el hombre, que no realiza plenamente el acto liberador de Cristo también como una liberación de la ley. Pues, la ley hace que el pecado reviva, contribuyendo así no a dar la vida sino a provocar la muerte. El cristiano debe tener una idea bastante clara de que no le es posible tomar a la ligera la libertad cristiana y la obediencia de vida que se cumple en esa libertad. Por ello, en 7,1-6 vuelve Pablo a enjuiciar de forma temática la libertad del cristiano como una libertad frente a la ley. Las dos subsecciones que siguen -7,7-12 y 7,13-25- ponen sobre el tapete la cuestión de la ley. Empiezan por esclarecer la ambivalencia de la ley como una exigencia santa de Dios y como un factor de ruina en la sociedad del pecado y de la muerte. Pablo expone aquí, a modo de digresión explicativa, en qué sentido hay que tomar la libertad de la ley que él proclama. Sólo que sus explicaciones van más allá de una digresión corriente, porque con los efectos nefastos de la ley, en unión con el pecado, se descubre al cristiano de qué estado funesto ha sido liberado y con qué cautela debe andar para que la libertad lograda ahora no vuelva a trocarse en el viejo estado de cosas en que imperaban la ley y el pecado.
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
“Muertos al pecado” a través de la unión con Cristo. La inmediata ocasión para la discusión de Pablo sobre el cristiano y el pecado es su aseveración en 5:20b: “Pero en cuanto se agrandó el pecado, sobreabundó la gracia.” Pablo mismo plantea la pregunta que indudablemente tuvo que responder muchas veces, como resultado de su insistencia en el poder de la gracia de Dios: ¿Permaneceremos [los creyentes en Cristo] en el pecado para que abunde la gracia? (1) Pablo rechaza enfáticamente cualquier inferencia en ese sentido -¡de ninguna manera!- explicando la razón de su rechazo, con la idea clave del capítulo: Hemos muerto al pecado (2). Lo que Pablo quiere decir con esto se hace claro a medida que desarrolla el concepto en el resto del capítulo: ya no somos esclavos del pecado (6, 17, 18, 22); el pecado ya no se enseñoreará de nosotros (14a). En consecuencia, el estar “muertos al pecado” no significa ser insensibles a sus tentaciones, porque Pablo establece claramente que el pecado sigue siendo para el cristiano una atracción con la cual es necesario batallar todos los días (ver v. 13). Más bien, significa ser librado de la absoluta tiranía del pecado, de aquella condición en la cual el pecado gobierna sin oposición, la condición en la cual todos vivíamos antes de nuestra conversión (ver 3:9). Como resultado de esta muerte al pecado, ya no podemos vivir en él (2b); porque el pecar de manera habitual revela la tiranía del pecado, una tiranía de la cual el creyente ha sido liberado.
Los vv. 3-5 revelan el medio por el cual hemos “muerto al pecado”: a través de la unión con Jesucristo en su muerte. El rito cristiano de iniciación, el bautismo en agua, nos coloca en una relación con Cristo Jesús y específicamente con la muerte de Cristo (3). Esta “unión” con Cristo no es un fundir místicamente nuestro ser con el de Cristo, sino una relación “jurídica” en la cual Dios nos ve en asociación con su Hijo y, por lo tanto, nos aplica a nosotros los beneficios ganados por su Hijo. Puede decirse, por tanto, que por el bautismo fuimos sepultados juntamente con él en la muerte [la muerte de Cristo]. Lo que Pablo quiere decir con esto no es que, al ser sumergidos bajo el agua, nuestro bautismo simbolice simplemente la muerte y sepultura de Cristo, porque Pablo aclara que fuimos sepultados “con” él, y no simplemente “como” él. Está diciendo que nuestra fe, simbolizada por el bautismo, nos lleva a una relación con el acto mismo de la sepultura de Cristo. ¿Por qué esta referencia al acto de la sepultura de Cristo? En otras partes Pablo incluye este acto como un elemento clave en el evangelio que él predica: “Porque en primer lugar os he enseñado lo que también recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Cor. 15:3, 4; cf. también Col. 2:12). Aquí en el cap. 6 Pablo afirma que los creyentes en Cristo han sido identificados con Cristo de una manera tal que experimentan en sí mismos cada uno de estos acontecimientos: hemos “muerto con Cristo” (8; cf. vv. 3-6); hemos sido “sepultados juntamente con él” (4); “viviremos con él” (8; cf. vv. 4, 5). Es esta identificación concreta con estos acontecimientos claros del proceso de la redención lo que otorga al creyente en Cristo una nueva relación con el poder del pecado. El énfasis central del argumento de Pablo es claro: dado que la muerte de Cristo en sí fue una “muerte para el pecado” (10), nuestra participación en su muerte (3-6) significa que nosotros, también, hemos “muerto al pecado” (2).
El bautismo, tal como se especifica en el v. 4, es el medio (la palabra gr. es dia) por el cual entramos en relación con estos acontecimientos. Algunos intérpretes consideran que Pablo puede estar refiriéndose al bautismo “en el Espíritu” pero esto es improbable. Es mejor entender a Pablo como utilizando el bautismo en agua como una expresión “taquigráfica” de la experiencia de conversión inicial del creyente. El NT presenta de manera consecuente al bautismo en agua, como un componente fundamental de la conversión (ver p. ej. Hech. 2:38; 1 Ped. 3:21). Esto no significa que el bautismo en y por sí mismo tenga el poder de convertir o de llevarnos a una relación con Cristo. Es únicamente en la medida en que vaya de la mano con una fe genuina, que tiene algún significado, y lo que Pablo escribió en los caps. 1-5 establece de manera clara que es, en última instancia, esta fe la que constituye el elemento crucial en el proceso. (Sobre el bautismo en el NT y en este pasaje, ver especialmente G. R. Beasley-Murray, Baptism in the New Testament [Eerdmans, 1962].)
[Nota del Editor: El cap. 6 da lugar a varias interpretaciones; una de las más aceptadas es que el “bautismo” aquí se refiere al bautismo en el Espíritu que se efectúa en el momento en que uno se arrepiente y confía en Cristo como su salvador, o sea, la experiencia inicial de salvación. De acuerdo con esto el bautismo en agua se realiza después como un símbolo de muerte a la vida pasada (sepultado con Cristo), y de haber resucitado con él (levantado del agua) para andar en vida nueva.]
Nuestra unión con Cristo en la muerte y en la sepultura significa que podemos andar en novedad de vida (4). No sólo hemos sido librados de la tiranía del pecado, sino que también hemos recibido nuevo poder para obediencia a través de nuestra participación en el poder de la resurrección de Cristo. Esto es lo que Pablo quiere señalar en el v. 5: la participación en la muerte de Cristo significa también participación en su resurrección. Algunos consideran que, como en Ef. 2:6 y Col. 2:12; 3:1, Pablo presenta aquí nuestra resurrección con Cristo como una experiencia pasada. Pero los tiempos futuros, tanto en el v. 5 (lo seremos) como en el v. 8 (viviremos), indican como más probable que Pablo hable aquí de nuestra resurrección concreta con Cristo como futura, en tanto que en la actualidad es el poder de la resurrección de Cristo lo que está obrando dentro de nosotros (cf. v. 11: vivos para Dios).
Los vv. 6, 7 y 8-10 desarrollan, respectivamente, los aspectos de nuestra unión con Cristo relacionados con su “muerte” y “resurrección”. Nuestro viejo hombre (6) rescata del cap. 5 la figura de nuestra identidad corporativa. Hace referencia a nuestra identificación con “el viejo hombre”, Adán, destacando “no aquella parte de mí, llamada mi antigua naturaleza, sino la totalidad de mi persona, tal cual era antes de mi conversión” (John Stott, Men Made New [IVP, 1966], p. 45). Como resultado de nuestra crucifixión con Cristo, este cuerpo del pecado, la persona total bajo el dominio del poder del pecado, ha sido “reducido a la impotencia” (es preferible esta traducción marginal de la BA que la de sea destruido que hallamos en el texto de la RVA y en otras traducciones). Como resultado, ya no necesitamos ser esclavos del pecado. Confirmando esta conclusión, Pablo cita una conocida máxima rabínica en el sentido de que la muerte cercena el control del pecado sobre una persona. Los vv. 8-10 refuerzan la relación entre morir con Cristo y vivir con él, declarada en el v. 5, y proveen un vínculo vital en el argumento de Pablo, al describir la muerte de Cristo como una muerte “para el pecado” (o al pecado). Aunque sin pecado él mismo, Cristo no obstante estuvo sujeto al poder del pecado en virtud de su encarnación, y su muerte le libró para siempre de ese poder.
El párrafo concluye con un resumen y una aplicación. Debemos apropiarnos de nuestra identificación con Cristo en su muerte, y actuar en base a ella, si es que ha de ser eficaz en atenuar el poder del pecado en nuestras vidas. De modo que Pablo nos exhorta a reconocer quiénes somos en Cristo (11), y a poner en efecto esa nueva identidad al destronar el pecado en nuestra conducta diaria (12, 13). Esta victoria sobre el pecado es posible, nos recuerda Pablo en un resumen de los vv. 1-10, porque el pecado no se enseñoreará de vosotros (el uso del tiempo futuro hace hincapié en que nunca habrá momento en que el pecado vuelva a tomar dominio sobre nosotros). Porque ya no estamos bajo la ley -es decir, bajo el régimen de la ley mosaica en el cual el pecado se “agrandó” (5:20) y produjo ira (4:15)- sino bajo la gracia: el nuevo régimen inaugurado por Cristo, en el cual “la gracia [reina] por la justicia para vida eterna” (5:21; para un contraste similar entre “ley” y “gracia”, ver Juan 1:17).
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
6.1-8.39 Esta sección analiza la santificación : el cambio que Dios hace en nuestras vidas cuando crecemos en fe. El capítulo 6 explica que los creyentes son libres del control del pecado. El capítulo 7 se ocupa de las dificultades continuas que los cristianos enfrentan con el pecado. El capítulo 8 describe la forma en que podemos obtener victoria sobre el pecado.6.1, 2 Si a Dios le encanta perdonar, ¿por qué no darle más para perdonar? Si el perdón está garantizado, ¿podemos pecar tanto como queramos? ¡La respuesta categórica de Pablo es: ¡En ninguna manera! Tal actitud, planear de antemano aprovecharse de Dios, es no entender la seriedad del pecado. El perdón de Dios no convierte en menos serio el pecado. Por el contrario, la muerte de su Hijo por el pecado muestra cuán serio es. Jesús pagó con su vida nuestro perdón. La misericordia de Dios no debe convertirse en excusa para un estilo de vida negligente con laxitud moral.6.1-4 En la iglesia de la época de Pablo, la inmersión era la forma usual de bautismo. Los nuevos cristianos se «sepultaban» por completo en el agua. Comprendían que esta forma de bautismo simbolizaba la muerte y sepultura de la vieja manera de vivir, seguida por una resurrección a la vida con Cristo. Si pensamos que nuestra antigua vida pecaminosa está muerta y sepultada, tenemos un motivo poderoso para resistir al pecado. Podemos decidir conscientemente tratarla como si estuviera muerta. Luego podemos continuar disfrutando nuestra nueva vida con Cristo. (Si desea más información acerca de este concepto, véanse Gal 3:27 y Col 2:12 y 3.1-4.)6.5ss Podemos gozar de nuestra nueva vida en Cristo porque estamos unidos a El en su muerte y resurrección. Nuestros malos deseos, nuestra esclavitud al pecado y nuestro amor al pecado murieron con El. Ahora, unidos con El por fe en su resurrección, tenemos comunión inquebrantable con Dios y libertad para resistir el pecado. Si desea más información acerca de la diferencia entre la nueva vida en Cristo y la naturaleza pecadora, léase Eph 4:21-24 y Col 3:3-15.6.6 El castigo del pecado y el poder que tenía sobre nuestras vidas murió con Cristo en la cruz. Nuestro «viejo hombre», lleno de pecado, murió de una vez por todas y ahora estamos libres de su poder. El «cuerpo del pecado» no es el humano, sino nuestra naturaleza rebelde amante del pecado heredada de Adán. A pesar de que nuestro cuerpo coopera voluntariamente con nuestra naturaleza pecaminosa, no debemos por ello considerarlo malvado. Lo que es malo es el pecado en nosotros. Y lo que se derrota es ese poder del pecado en acción en nuestros cuerpos. Pablo acaba de establecer que la fe en Cristo nos declara absueltos, «inocentes» ante Dios. Aquí Pablo enfatiza que ya no necesitamos una vida bajo el poder del pecado. Dios no nos saca del mundo ni nos convierte en robots. A veces sentiremos deseos de pecar y algunas veces lo haremos. La diferencia radica en que antes de ser salvos, éramos esclavos de nuestra naturaleza pecaminosa, pero ahora podemos elegir vivir para Cristo (véase Gal 2:20).6.8 Debido a la muerte y resurrección de Cristo, sus seguidores no tienen por qué temer a la muerte. La seguridad que nos da nos permite disfrutar compañerismo con El y hacer su voluntad. Esto se reflejará en todas nuestras actividades: trabajo y adoración, distracción, estudio bíblico, meditación y servicio a otros. Cuando comprenda que no teme a la muerte, experimentará un nuevo vigor en la vida.6.11 «Consideraos muertos al pecado» significa que debemos estimar nuestra vieja naturaleza pecadora como muerta y sorda al pecado. Debido a nuestra unión e identificación con Cristo, ya no estamos atados a esos viejos motivos, deseos y metas. Así que considerémonos según lo que Dios ha hecho en nosotros. Tenemos un nuevo comienzo y el Espíritu Santo nos ayudará a transformarnos cada día en lo que Cristo ha declarado que somos.6.14, 15 Si ya no estamos bajo la Ley, sino la gracia, ¿tenemos libertad para pecar y pasar por alto los Diez Mandamientos? Pablo contesta: «En ninguna manera». Cuando estábamos bajo la Ley, el pecado era nuestro amo. La Ley ni nos justificaba ni nos ayudaba a vencer el pecado. Pero ahora que estamos unidos a Cristo, El es nuestro Señor y nos da poder para hacer lo bueno y evitar lo malo.6.16-18 En ciertos oficios, un aprendiz recibe instrucción de un «maestro» que lo prepara, modela y le enseña los secretos de su oficio. Todas las personas eligen un maestro y este lo moldea. Sin Jesús, no tendríamos opción; aprenderíamos a pecar y los resultados serían culpa, sufrimiento y separación de Dios. Gracias a Jesús, sin embargo, podemos ahora escoger a Dios como nuestro Maestro. Siguiéndole, disfrutaremos la nueva vida y aprenderemos los caminos del Reino. ¿Continúa con su primer maestro, el pecado? ¿O es aprendiz de Dios?6.17 Obedecer con todo el corazón significa darse por entero a Dios, amarle «con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mat 22:37). A menudo, nuestros esfuerzos por saber y obedecer los mandatos de Dios podrían muy bien describirse como «a medio corazón». ¿Cómo mide la proporción de obediencia de su corazón? Dios desea darnos el poder para obedecerlo de todo corazón.6.17 La «forma de doctrina» que se les dio son las buenas nuevas de que Jesús murió por sus pecados y resucitó para darles una nueva vida. Muchos creen que esto se refiere a la declaración de fe de la iglesia primitiva que aparece en 1Co 15:1-11.6.19-22 Es imposible ser neutral. Cada persona tiene un amo: Dios o el pecado. Un cristiano no es alguien que no puede pecar, sino alguien que ya no es esclavo del pecado. Pertenece a Dios.6.23 Usted tiene la libertad de escoger entre dos amos, pero no está en condiciones de regular las consecuencias de su elección. Cada uno de estos amos paga con su moneda. La paga del pecado es muerte. Eso es todo lo que puede esperar de una vida sin Dios. La paga de Cristo es vida eterna: nueva vida con Dios que empieza en la tierra y continua por siempre con Dios. ¿Qué elección ha hecho?6.23 La vida eterna es un regalo de Dios. Si es un regalo, no podemos ganarlo ni pagar por él. Sería insensato recibir un regalo por amor y ofrecer pagarlo. El que recibe un regalo no puede comprarlo. Lo correcto cuando se nos ofrece un regalo es aceptarlo con agradecimiento. Nuestra salvación es un regalo de Dios, no algo que hemos hecho nosotros (Eph 2:8-9). El nos salvó por su misericordia, no por lo que hayamos hecho (Tit 3:5). Debemos aceptar con acción de gracias el regalo que generosamente Dios no
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
REFERENCIAS CRUZADAS
a 349 Rom 3:8
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Si la gracia abunda en la presencia del pecado (Rom 5:20), entonces ¿perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
62(ii) Libertad respecto al yo mediante la unión con Cristo (6,1-23). La descripción de la experiencia cristiana da un paso más. El cristiano ha sido dotado de una nueva vida por medio de Cristo (5,12-21), que ahora impera en vez del pecado y la muerte. Pero esta nueva vida significa una reestructuración de los seres humanos. Por medio del bautismo, se identifican con la muerte y resurrección de Cristo, y su mismo ser o «yo» queda transformado. La actitud de la persona recién justificada es tal, que excluye de su conducta el pecado. Como introducción a su explicación, Pablo vuelve sobre una pregunta mencionada en 3,5-8: ¿por qué no hacer el mal para que de él pueda salir el bien? Si el pecado humano provoca la rectitud de Dios (3,23-24), ¿por qué no dar a Dios más posibilidades para manifestarla? Si Dios lleva a cabo la salvación de la humanidad por medio de Cristo y todo ello es puro don, ¿por qué habríamos de intentar excluir el mal de nuestra propia vida? Pablo rechaza tal cosa con vehemencia: si uno está en unión con Cristo, está «muerto al pecado y vivo para Dios».
63 1. ¿persistir en el pecado?: Una objeción imaginaria se hace eco de 3,5-8. Si la rectitud procede de la fe, no de las obras, ¿por qué ha de preocuparse el cristiano de los actos malos? de ninguna manera: Véase el comentario a 3,4. 2. los que hemos muerto al pecado: Los cristianos han muerto al pecado (5.12-21) y ya no tienen nada que ver con él. No son ellos los que viven, sino que es Cristo quien vive en ellos (Gál 2,20). 3. ¿no sabéis?: Los cristianos de Roma, instruidos en la catequesis apostólica, debían están al tanto de los sublimes efectos del bautismo, los que fuimos bautizados: En el NT, baptizein se refiere a las abluciones rituales judías (Mc 7,4; Lc 11,38), a la ablución de JBau o al bautismo cristiano (Jn 1,25.28; Gál 3,27). En este caso, lo que Pablo dice de este último se entiende muy fácilmente de la inmersión, pero no es seguro que el primitivo bautismo cristiano fuera administrado de ese modo (véase C. F. Rogers, «Baptism and Christian Archaeology», Studia bíblica et ecclesiastica [Oxford 1903] 5.239-361; cf. E.Stommel, JAC 2 [1959] 5-14). en Cristo: La expresión eis Christon no refleja simplemente la imagen de la inmersión, ni es una mera abreviación de una expresión contable (eis to onoma Christou, «a nombre, en la cuenta, de Cristo»), como si el bautismo estableciera la condición de propietario respecto a la persona bautizada. Como otras locuciones prep. paulinas, expresa un aspecto de la relación del cristiano con Cristo, aparece muy a menudo con palabras que denotan «fe» o «bautismo» y connota el movimiento de incorporación por el cual se nace a la vida «en Cristo» (-> Teología paulina, 82:119). bautizados en su muerte: El rito de la iniciación cristiana introduce al ser humano en la unión con Cristo que sufre y muere.
La frase de Pablo es audaz; quiere destacar que el cristiano no se identifica meramente con el «Cristo que muere» que obtuvo la victoria sobre el pecado, sino que es introducido en ese acto mismo por el cual se obtuvo dicha victoria. De ahí que el cristiano esté «muerto al pecado» (6,11), asociado con Cristo precisamente en el momento en que éste llegó a ser formalmente Salvador.
64 4. sepultados con él en la muerte: El rito bautismal representa simbólicamente la muerte, sepultura y resurrección de Cristo; el convertido desciende al interior de la pila bautismal, es cubierto con sus aguas y emerge a una vida nueva. En ese acto se pasa por la experiencia de morir al pecado, ser sepultado y resucitar, como Cristo. Pablo utiliza uno de sus vbs. compuestos favoritos, synthaptein, formado con el prefijo syn-, «con» («co-sepultados»). Como resultado de todo ello, el cristiano vive en unión con Cristo resucitado, unión que encontrará su término cuando un día el cristiano «esté con Cristo» en la gloria {syn Christd; -> Teología paulina, 82:120). por medio de la gloria del Padre: La actividad de la resurrección se atribuye al Padre (véase el comentario a 4,24) y específicamente a su doxa, «gloria». Igual que en el AT (Ex 15,7.11; 16,7.10), los milagros del éxodo se atribuyeron a la kábód de Yahvé (véase el comentario a
3,23), lo mismo pasa también con la resurrección de Jesús (véase Fitzmyer, TAG 202-17). De hecho, la doxa del Padre brilla en el rostro de Cristo resucitado (2 Cor 4,6) y le confiere un «poder» (Rom 1,4) «que da vida» (1 Cor 15,45). Este transforma al cristiano (2 Cor 3,18), que es glorificado junto con Cristo (Rom 8,17). también nosotros vivamos una vida nueva: Lit., «caminemos en novedad de vida». El bautismo produce una identificación del cristiano con Cristo glorificado, posibilitando que aquél viva en realidad con la vida de Cristo mismo (Gál 2,20); esto conlleva una «nueva creación» (→ Teología paulina, 82:79). «Caminar» es otra de las expresiones favoritas de Pablo, préstamo tomado del AT (2 Re 20,3; Prov 8,20), para referirse a la conducta ética consciente del cristiano. Éste, identificado con Cristo por medio del bautismo, queda capacitado para llevar una nueva vida consciente que no puede conocer el pecado.
6 55. pues: Los w. 5-8 afirman del cristiano bautizado lo que Pablo dirá de Cristo mismo en los w. 9-10. Así, éstos proporcionan la base cristológica de la verdad expuesta acerca de la vida cristiana, hemos crecido (en unión) con (él): el pron. «él» se sobreentiende como complemento lógico de symphytoi, «crecidos
junto con» -como una rama joven injertada en un árbol crece junto con él y es alimentada por él-. Esta audaz imagen expresa la comunicación de la vida de Cristo al cristiano, por medio de una muerte como la suya: Lit., «por una semejanza de su muerte», dat. instrumental. El bautismo (6,3) es el medio por el cual los cristianos crecen junto con Cristo, quien murió y resucitó de una vez para siempre. Algunos comentaristas (Kasemann, Kuss, Lietzmann, Sanday-Headlam, Wilckens) entienden que el dat. tó homoiómati depende directamente de symphytoi y traducen «si hemos sido conformados con la imagen de su muerte…», es decir, hemos llegado hasta la unión con el rito de una semejanza de muerte. Gramaticalmente, esta interpretación es posible; pero, ¿cómo crece uno junto con una imagen o una semejanza? Normalmente, para Pablo el cristiano está unido con Cristo mismo (o su «cuerpo»), no con una imagen del acontecimiento de la salvación (cf. F. A. Morgan, ETL 59 [1983] 267-302). también mediante una resurrección como la suya: Lit., «también lo estaremos entonces (crecidos junto con él) mediante (una semejanza de) la resurrección». Puesto que el contexto describe la experiencia presente del cristiano, el tiempo fut. es probablemente lógico, y expresa una consecuencia de la primera parte del versículo, pues el bautismo identifica a la persona, no sólo con el acto de morir de Cristo, sino también con su resucitar. Pero el fut. también puede hacer referencia a una participación en el destino escatológico. 6. el yo que fuimos en otro tiempo: Lit., «el hombre viejo», el yo sometido a la dominación del pecado y expuesto a la ira divina, en cuanto opuesto al «hombre nuevo», que vive en unión con Cristo y está por él liberado del pecado y de cualquier consideración de éste. fue crucificado con él: Véanse Gál 2,20; 5,24; 6,14. para acabar con nuestro yo pecador: Lit., «con el cuerpo de pecado». Ésta expresión no denota simplemente la parte material del ser humano, en cuanto opuesto al alma, sino la totalidad del ser terreno, dominado por una propensión al pecado (como muestra el resto del versículo).
En 7,24 Pablo hablará de un «cuerpo de muerte» (cf. Col 1,22). En todos los casos, el gen. expresa el elemento que domina al ser humano terreno, natural (-> Teología paulina, 82:102). para que dejáramos de ser esclavos del pecado: Ésta es la verdadera respuesta a la objeción puesta en 6,1. La destrucción del «yo» pecador por medio del bautismo y la incorporación a Cristo significa liberación de la esclavitud respecto al pecado. De ahí que la actitud personal no se pueda centrar ya en el pecado.
6 67. el que ha muerto ha sido absuelto del pecado: Dos son las explicaciones habituales del difícil vb. dedikaiótai. Entendido en sentido forense, significaría que, desde el punto de vista de la ley, una persona muerta está eximida o absuelta, pues el pecado ya no tiene ninguna demanda ni acusación contra él. Posiblemente, Pablo se esté haciendo eco así de una noción judía: la muerte de una persona culpable pone fin a todo litigio (véase Str-B 3.232; cf. K. G. Kuhn, ZNW 30 [1931] 305; G. Schrenk, TDNT 2.218). La otra explicación intenta interpretar el vb. sin connotaciones forenses (así Lyonnet, Romains 89; Cranfield, Romans 310-11): quien ha muerto ha perdido el medio mismo de pecar, «el cuerpo de pecado», de manera que está liberado definitivamente del pecado. En cualquiera de los dos casos, se ha seguido un cambio de situación; en el bautismo-muerte se ha rematado la vieja condición y ha empezado una nueva. 8. muerto con Cristo: Es decir, mediante el bautismo. creemos: La nueva vida del cristiano no puede ser objeto de una percepción sensible ni de una conciencia inmediata; se percibe sólo con los ojos de la fe, como señal de la cual se ha experimentado el bautismo, también viviremos con él: Pablo piensa principalmente en la futura forma definitiva de la nueva vida syn Christó, «con Cristo» (-> Teología paulina, 82:120). Sin embargo, el cristiano disfruta ya de una participación en esa vida, como indica 6,4 (2 Cor 4,10-11). 9. ya no muere más: La resurrección de Cristo ha llevado al cristiano a la esfera de la «gloria», tras haberlo liberado ya de la esfera del pecado y la muerte. Aunque Cristo vino en la semejanza de una carne pecadora (8,3), quebrantó el dominio del pecado con su propia muerte y resurrección. Esta victoria es el fundamento de la liberación del cristiano bautizado. Pues Cristo fue resucitado de entre los muertos, no simplemente para hacer pública su buena noticia ni para confirmar su carácter mesiánico, sino para introducir a los seres humanos en una nueva modalidad de vida y darles un nuevo principio de actividad vital, el Espíritu, la muerte ya no tiene señorío sobre él: Es decir, puesto que él mismo ha llegado a ser Kyrios en la resurrección (Flp 2,9-11), es él, y no el Thanatos personificado, quien impera. 10. murió al pecado de una vez para siempre: Su muerte fue un acontecimiento único, que no se ha de repetir nunca (ephapax), pues por medio de él entró en la esfera definitiva de su gloria como Kyrios. Con ello murió al pecado, «aunque no conoció pecado» (2 Cor 5,21). Esta es la base cristológica de la respuesta que Pablo da en 6,6 al objetor imaginario de 6,1. vive para Dios: Desde la resurrección, Cristo disfruta de una nueva relación con el Padre, en la cual introduce también a los que son bautizados (Gál 2,19). 11. consideraos muertos al pecado: Conclusión del razonamiento de Pablo. Expresa su opinión sobre el problema de la unificación de la vida cristiana. Ontológicamente unido con Cristo mediante el bautismo, el cristiano debe ahondar continuamente su fe para llegar a ser psicológicamente consciente de esa unión, en Cristo Jesús: El párrafo termina con esta significativa expresión de unión, descripción breve de la opinión de Pablo sobre la relación del cristiano con el Kyrios resucitado. «En Cristo», el cristiano es incorporado al cuerpo de Cristo mediante el Espíritu santo y de ese modo tiene parte en su vitalidad (véase E. Schweizer, NTS 14 [1967-68] 1-14).
67 12-23. Exhortación basada en la anterior exposición doctrinal sobre el bautismo y sus efectos. ¿Refleja un sermón pronunciado con anterioridad en una liturgia bautismal? 12. que el pecado no reine sobre vuestro cuerpo mortal: Aunque el cristiano ha sido bautizado y liberado del pecado, esta libertad todavía no es definitiva. El cristiano aún puede ser tentado y puede sucumbir a la seducción del pecado. (El concilio de Trento, siguiendo a Agustín, explicó «pecado» en este caso como concupiscencia [DS 1515]; sin embargo, como señala Lagrange [Romains 153], aunque ésa tal vez sea una transposición teológica exacta, es una precisión que todavía no se encuentra en el texto.) Para Pablo, hamartia es esa fuerza activa personificada que entró en la historia humana con Adán, reinó sobre los seres humanos hasta la venida de Jesús y pretende continuar reinando.
También puede engatusar al cristiano, de manera que os haga obedecer sus apetencias: Es decir, las apetencias del cuerpo. Esta es la lectura preferible, pero en P46 (el texto más antiguo de Rom), D, G, Ireneo y Tertuliano, el texto es más bien «obedecerle», esto es, al pecado. Esto tal vez fuera más lógico en el contexto, pero la variante no cambia mucho el sentido. 13. como instrumentos del mal: O, «como armas de iniquidad». La expresión es un tropo militar, como indica también la segunda parte del versículo. Las «armas de rectitud» aluden al AT (Is 11,5; 59,17). Se supone que los cristianos son instrumentos al servicio de Dios, no en pro del mal. El contraste entre «iniquidad» y «rectitud» se encuentra también en la LQ (1QS 3,20-21); pero allí sedeq, «rectitud», está íntimamente vinculada con la observancia de la ley, mientras que para Pablo ha asumido todas las connotaciones de la «nueva» vida cristiana. 14. el pecado ya no debe tener señorío sobre vosotros: Ya que está relacionado con la muerte. El tiempo fut. expresa una prohibición categórica (BDF 362). no bajo la ley, sino bajo la gracia: La ley no está nunca lejos del pensamiento de Pablo; en este caso la vincula momentáneamente con el pecado. En el cap. 7 desarrollará ampliamente esta relación. La nueva condición cristiana se puede llamar «rectitud», pero no está asociada con la ley; más bien es el efecto del favor benevolente de Dios (véase 3,24).
68 15. La pregunta de 6,1 se repite y se rechaza de nuevo con vehemencia. 16. esclavos: El tropo militar de 6,13 cede el paso a otro tomado de la institución social de la esclavitud, que se adapta mejor a la noción de ley. Pero lo que subyace tras la comparación de Pablo no es tanto la «esclavitud» como tal, cuanto un servicio. Insiste en la libertad del cristiano respecto a la ley (Gál 5,1); sin embargo, nunca la concibe como libertinaje, como libertad para pecar (Gál 5,13). Es más bien un servicio a Cristo al que ahora está dedicado el cristiano. Ha habido un cambio de kyrioi, y, mediante el bautismo, el cristiano se ha convertido en «el esclavo de Cristo» (véase el comentario a Rom 1,1; cf. 1 Cor 6,11). 17. habéis obedecido al modelo de doctrina al que fuisteis entregados: Esta parte del v. 17 y el v. 18 se consideran a veces una glosa no paulina, pero su autenticidad paulina se mantiene a menudo con firmeza (véase Cranfield, Romans 323). La dificultad estriba en que la oración es elíptica en el texto gr.; en la versión aquí utilizada se toma en el sentido de hypehousate… to typó didachés eis hon paredothéte. La palabra crucial es typos, que básicamente significa la «impresión visible» (de un trazo o un troquel), «marca», «copia», «imagen». Pero también se usaba para designar una «presentación concisa y tersa» de algún tema (Platón, Rep. 414a.491c). Solía ir emparejada con didaché, «enseñanza», y al parecer Pablo la utiliza en este último sentido. Parece hacer referencia con ello a un sucinto resumen bautismal de fe al que el convertido fue entregado voluntariamente después de que éste renunció a toda esclavitud respecto al pecado. En este caso, el vb. «entregados» haría referencia, no a la transmisión de doctrina tradicional (cf. 1 Cor 11,23; 15,3), sino al traspaso de esclavos de un amo a otro, sin connotación peyorativa (cf. 1 Cor 5,5; Rom 1,24). Se aludiría así a una costumbre del mundo helenístico según la cual el traspaso de esclavos a menudo se llevaba a cabo con el consentimiento de éstos (véanse J. Kürzinger, Bib 39 [1958] 156-76; F.W. Beare, NTS 5 [1958-59] 206-10, donde se indican otras interpretaciones menos probables). 18. liberados del pecado: Este versículo explícita la idea contenida en los versículos precedentes, y hasta en el capítulo entero. Por primera vez en Rom habla Pablo de la libertad cristiana, que a partir de este momento se convierte en una noción operativa (6,20.22; 7,3; 8,2.21; -> Teología paulina, 82:76). En realidad, ha estado hablando de cierta forma de libertad cristiana desde 5,12. 19. en términos humanos conocidos: Pablo se disculpa por usar un tropo derivado de una institución social para expresar una realidad cristiana, pero quiere asegurarse de que cuanto diga de la libertad cristiana no es malinterpretado. No es libertinaje, sino servicio a Cristo motivado por el amor, procedente «del corazón», impureza e iniquidad: Éstos tal vez parezcan vicios típicamente paganos (véase Gál 2,15), pero los esenios de Qumrán rechazaban eso mismo en sus miembros (1QS 3,5; 4,10.23-24). santificación: Resultado final de la consagración a Dios en Cristo Jesús (→ Teología paulina, 82:77).
69 20. libres respecto a la rectitud: En este versículo y los siguientes, un juego de palabras con el término «libertad» subraya que el ser humano puede ser engañado por lo que se considera libertad.
Los vv. 20-23 hacen hincapié en la incompatibilidad de dos modos de vivir. 21. ¿qué fruto sacasteis entonces?: La puntuación de este versículo es objeto de discusión. Se podría traducir: «¿Qué fruto sacasteis, pues, de las cosas de las que ahora os avergonzáis?». El sentido, sin embargo, se ve poco afectado en cualquiera de los dos casos. La afirmación importante es que tales cosas acaban traduciéndose en muerte -no sólo muerte física, sino también muerte espiritual-. 22. vuestro fruto es la santificación: Ser esclavo de Dios supone una entrega a él que trae consigo un abandono de lo profano y del apego al pecado. Dicha entrega no le aparta a uno de este mundo, pero le hace vivir en él como alguien dedicado a Dios. La meta de esta entrega es la «vida eterna», una participación en la esfera de la divinidad como tal (véanse los comentarios a 2,7; 5,21). Aunque en cierto sentido ya ha comenzado, su «final» todavía está por llegar. 23. el salario del pecado es la muerte: Pablo vuelve a un tropo militar y utiliza opsónion, «ración (de dinero)» pagada a un soldado. Subyacente tras ella está la idea de un pago repetido de manera regular. Cuanto más sirve uno al pecado, más paga en forma de muerte se gana. Éste «salario» se paga con muerte a quienes sirven al pecado (véanse H. Heidland, TDNT 5.592; C. C. Caragounis, NovT 16 [1974] 35-57). el don gratuito de Dios: En contraste con el «salario del pecado» que se adeuda (4,4), la «vida eterna en Cristo Jesús nuestro Señor» es dada de gracia por Dios mismo al cristiano. No hay ningún quid pro quo, y la gracia de Dios acaba produciendo una asimilación del cristiano a Dios mismo (2 Cor 3,18). en Cristo Jesús: Fórmula conclusiva (-> 50 supra).
(Byrne, B. «Living out the Righteousness oí God: The Contribution of Rom 6:1-8:13 to an Understanding of Paul’s Ethical Presuppositions», CBQ 43 [1981] 557-81. Dunn, J. D. G., «Salvation Proclaimed: VI. Romans 6:1-11: Dead and Alive», ExpTini 93 [1981-82] 259-64. Schlier, H., «Die Taufe nach dem 6. Kapitel des Romerbriefes», Die Zeit der Kirche [Friburgo de Brisgovia ‘1972] 47-56. Tannehill, R. C., Dying and Rising with Christ [BZNW 32, Berlín 1967] 7-43. Wagner, G., Pauline Baptism and the Pagan Mysteries [Edimburgo 1967]. Wedderburn, A. J. M., «Hellenistic Christian Traditions in Romans 6?», NTS 29 [1983] 337-55.)
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
[1] La vieja naturaleza e inclinación hacia la maldad llamada el yetzer harah.
[2] No la Torah misma, sino la “ley del pecado,” que nos esclaviza, mencionado en más detalle en capítulo 7:23, 25 y otros lados.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero