Hermanos (hablo con los que conocen la ley), ¿ignoráis que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que vive?
RESUMEN: En los versículos 1 al 6, bajo la figura del matrimonio, Pablo continúa la argumentación de la libertad que el cristiano tiene de la ley. Se había efectuado un cambio de relación, como sucede cuando muere el marido y la esposa ya queda libertada de la ley de él. El cristiano está casado con Cristo, bajo la gracia, y no bajo la ley. En los versículos 7 al 12 Pablo discute la relación entre la ley y el pecado. La ley no es pecaminosa, sino buena, pero describiendo el pecado y prohibiéndolo, viene a ser ocasión para el pecado, para que nos engañe el pecado y nos haga caer bajo la condenación de la ley.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
¿ignoráis? Rom 6:3.
hermanos. Rom 9:3; Rom 10:1.
que la ley se enseñorea. Rom 7:6; Rom 6:14.
hablo con los que saben la ley. Rom 2:17, Rom 2:18; Esd 7:25; Pro 6:23; 1Co 9:8; Gál 4:21.
un hombre: O, persona, hombre o mujer; ανθρωπος [G444] y homo teniendo esta extensión de significación.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Ninguna ley tiene poder sobre el hombre más allá de su vida, Rom 7:1-3.
estamos muertos a la ley, Rom 7:4-6.
Pero la ley no es pecado, Rom 7:7-11;
sino es santa, justa y buena, Rom 7:12-15;
reconozco con dolor que no puedo cumplirla, Rom 7:16-25.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Pablo vuelve a la pregunta de Rom 6:15 : ¿Pecaremos porque estamos bajo la gracia? La respuesta de Pablo es no, y ahora él ilustra su respuesta negativa con una comparación con el matrimonio. El matrimonio es para toda la vida. Pero si uno de los compañeros muere, el otro no esta más comprometido por la Ley y está libre para casarse con alguien más.
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
El cristiano, muerto a la Ley, 7:1-6.
1 ¿O es que ignoráis, hermanos – hablo a los que saben de leyes – , que la ley domina al hombre todo el tiempo que éste vive? 2 Por tanto, la mujer casada está ligada al marido mientras éste vive; pero muerto el marido, queda desligada de la ley del marido. 3 Por consiguiente, viviendo el marido será tenida por adúltera si se uniere a otro marido; pero si el marido muere, queda libre de la ley, y no será adúltera si se une a otro marido. 4 Así que, hermanos míos, vosotros habéis muerto también a la Ley por el cuerpo de Cristo, para ser de otro, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que deis frutos para Dios. 5 Pues cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la Ley, obraban en nuestros miembros y daban frutos de muerte; 6 mas ahora, desligados de la Ley, estamos muertos a lo que nos sujetaba, de manera que sirvamos en novedad de espíritu y no en vejez de letra.
San Pablo da un paso más. El cristiano, al ser “sumergido” en la muerte de Cristo por el bautismo (cf. 6:4), no sólo ha roto con el pecado (c.6), sino que ha roto también con la Ley (c.7). Sin embargo, sería absurdo querer asimilar ambos términos, como si Ley fuera igual a pecado. Entendemos perfectamente que no puedan conciliares servicio del pecado y servicio de Dios, como Pablo acaba de explicar (cf. 6:16-23); Pero ¿Por Qué al ser incorporados a Cristo por el bautismo y nacer a una nueva vida hemos de quedar desligados de la Ley? ¿Es que esa Ley no es buena y dada por el mismo Dios? No cabe duda que el problema es muy serio. San Pablo ha aludido ya anteriormente a relaciones entre pecado y Ley, pero sólo de pasada (cf. 3:20; 4:15; 5:20); ahora va a tratar el problema a fondo. En su exposición podemos distinguir tres partes, que el mismo Apóstol parece querer señalar con los interrogantes de los v.7 y 13, que indicarían comienzo de nuevo apartado.
La entrada en el tema es a base de un interrogante (v.1) que evidentemente está aludiendo a alguna afirmación anterior que tiene peligro de ser mal comprendida y que el Apóstol trata de explicar. La afirmación parece ser la Deu 6:14, declarando que los cristianos “no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia”; este último inciso dio origen a la hermosa perícopa sobre incompatibilidad entre servicio de Dios y servicio del pecado (Deu 6:16-23), Pero el primero quedaba sin probar. Es lo que intentará hacer ahora San Pablo.
Comienza el Apóstol aludiendo a un principio jurídico general, el de que una ley, sea cual sea, sólo nos obliga mientras estemos en vida, no después de muertos (v.1). Algo parecido había afirmado en 6:7. Y puesto que escribe a los Romanos, maestros en el Derecho, incluso se permite un pequeño peréntesis (“hablo a los que saben de leyes”) recordándoselo. Establecido el principio, trata de ilustrarlo con un ejemplo, el de la ley matrimonial, cuya vigencia termina con la muerte de uno de los cónyuges (v.2-3). La aplicación la hace en el v.4, diciendo que los cristianos “hemos muerto a la Ley por el cuerpo de Cristo.” Evidentemente, aunque a primera vista la frase es bastante enigmática, San Pablo está refiriéndose al hecho de la pasión y muerte que Cristo sufrió en su cuerpo (cf. Gál 3:13; Efe 2:15; Col 2:14) y a nuestra incorporación a esa muerte mediante el bautismo (cf. 6:3.6). Debido a esa incorporación, formamos una misma cosa con El (cf. 6:5) y, por tanto, también nosotros hemos de considerarnos, con esa muerte de Cristo, libres de las antiguas obligaciones. Para los que eran judíos, la Ley perderá su poder sobre ellos; para los que proceden del gentilismo, la Ley no podrá ejercer ninguna reivindicación. Tal es la argumentación de Pablo. Claro es que este modo de argumentar, afirmando que quedamos desligados de la Ley por razón de una muerte ceremonial en el bautismo, parecerá una sutileza sin sentido a los no creyentes. Para entenderla, es necesario presuponer que la unión con Cristo por el bautismo, aunque misteriosa, es verdaderamente real, como se explica en teología al tratar de los sacramentos.
Pero San Pablo no se contenta con afirmar que por nuestra incorporación a Cristo en el bautismo hemos muerto a la Ley, sino que añade: “para ser de otro que resucitó de entre los muertos, a fin de que demos frutos para Dios” (v.4). Son dos nuevas ideas que no se deducen ya del principio jurídico establecido en el v.1; pero al Apóstol le interesa hacer resaltar que el bautismo no es sólo muerte al pasado, sino también punto de partida de una nueva vida (cf. 6:4), de ahí ese aspecto complejo que da a su conclusión. Probablemente fue pensando en esta conclusión compleja a que quería llegar por lo que eligió el caso del matrimonio (v.2-3) como ilustración del principio jurídico general (v.1). En efecto, en el caso de la muerte del marido en el matrimonio, la mujer no sólo queda desligada del vínculo que la ataba a él, sino que puede pasar a ser de otro marido y producir nuevos frutos de hijos. Es lo que sucede al cristiano al morir místicamente en el bautismo: no sólo queda desligado de la Ley, sino que pasa a ser de Cristo, a fin de producir frutos para Dios. Cierto que la correspondencia no es perfecta, pues en el caso del matrimonio, al contrario que en la muerte del cristiano en el bautismo, uno es el que muere (el marido) y un segundo (la mujer viuda) el que pasa a ser de otro; pero eso, que algunos tildan de falta de lógica, no interesaba al Apóstol. Bastaba la correspondencia en lo esencial, sin necesidad de que la hubiera también en cada uno de los detalles; y ello porque no se trata de una alegoría, en cuyo caso habría que exigir esa perfecta correspondencia, sino de una especie de parábola o ejemplo ilustrativo.
San Pablo establece, pues, dos épocas: la anterior a nuestra muerte mística en el bautismo, y la que sigue a esa muerte. De estas dos épocas habla en los v.5-6, señalando sus diferencias más salientes. A la primera la caracteriza con las expresiones “estar en la carne” (V-S) Υ “servir en vejez de letra” (v.6); para los que están o han estado en ella, el elemento dominante, al que se somete la conducta del hombre, es la “carne” (σαρξ), es decir, el hombre terreno con sus debilidades y pasiones pecaminosas que le llevan al pecado y producen frutos de muerte. Cierto que ya estaba la Ley, pero ésta no hacía sino “excitar las pasiones” (v.5), siendo causa de nuevos pecados. En los c.1-3 pinta San Pablo el sombrío cuadro que corresponde a esta época. A la segunda la caracteriza con las expresiones “muertos a lo que nos tenía sojuzgados”104 y “servir en novedad de espíritu” (v.6); es la época que sigue al bautismo, cuando; desligados de las viejas prescripciones mosaicas, servimos a Dios “en novedad de espíritu.” Qué incluya esta “novedad de espíritu,” nos lo dirá luego San Pablo en el c.8.
La Ley y el pecado, 7:7-12.
7 ¿Qué diremos entonces? ¿Que la Ley es pecado? ¡Eso, no! Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la concupiscencia si la Ley no dijera: “No codiciarás.” 8 Mas, con ocasión del precepto, obró en mi el pecado toda suerte de concupiscencia, porque sin la Ley el pecado está muerto. 9 Y yo viví algún tiempo sin ley, pero sobreviniendo el precepto, revivió el pecado 10 y yo quedé muerto, y hallé que el precepto, que era para vida, fue para muerte. 11 Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató. 12 En suma, que la Ley es santa, y el precepto, santo, y justo, y bueno.
Comienza aquí San Pablo, y continuará a lo largo de todo el capítulo, la descripción de un drama moral en el interior del hombre, fino análisis de psicología humana, que constituye una de las páginas más elocuentes que nos ha dejado la antigüedad sobre esta materia. Las personas del drama son tres: la Ley, el pecado y un innominado sujeto que se oculta bajo el pronombre “yo.” Los términos “Ley” y “pecado” nos son ya conocidos. No cabe duda, en efecto, que esa “Ley” es la Ley mosaica, de la que el Apóstol ha venido hablando en la perícopa anterior (cf. v.4-5) y de la que cita expresamente el precepto “no codiciarás” (v.7; cf. Exo 20:17; Deu 5:21); y en cuanto al “pecado,” es ese mismo pecado que entró en el mundo a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12-21), principio de perversidad entrañado en nuestro ser (cf. 6:12-14), o dicho de otro modo, el pecado original heredado de Adán, considerado más que como privación de la justicia original, como raíz y principio de depravación que nos arrastra hacia los pecados personales. Pero ¿quién es ese innominado sujeto que se oculta bajo el pronombre “yo,” verdadero protagonista del drama? Desde luego, y en esto hoy todos están prácticamente de acuerdo, se trata de un “yo” oratorio, usado por el Apóstol para dar más viveza a la expresión, que habla también en nombre de otros muchos 105. Más ¿quiénes son esos otros muchos? Si, como antes dijimos, el término “Ley” debe entenderse de la Ley mosaica, está claro que el “yo” que por boca de Pablo habla en este capítulo es el hombre caído, víctima de las pasiones, privado de la gracia, que vive bajo la Ley, Querer aplicar ese “yo” al hombre inocente representado por Adán en el paraíso (así el P. Lagrange y el P. Lyonnet) o al hombre regenerado ya por la gracia de Jesucristo que sigue recibiendo los asaltos de la concupiscencia (así San Agustín), exige dar al término “ley” otro sentido diferente (¡ley impuesta por Dios a Adán, ley evangélica!), que no encaja en este contexto. Además, anteriormente a esa “ley,” San Pablo supone ya existiendo el pecado y la concupiscencia (cf. v.9.14); ¿cómo poder, pues, aplicar eso al hombre inocente? Y por lo que se refiere a la opinión de San Agustín, surgida a raíz de las controversias pelagianas, notemos la exclamación final del Apóstol: “Gracias a Dios, por Jesucristo..” (v.25), indicio suficiente de que el “yo” que habla anteriormente, quejándose de su lucha desigual contra las pasiones (cf. v. 14.23), no es aún el cristiano liberado por Jesucristo. Cierto que éste habrá de sostener también fuertes luchas contra la concupiscencia (cf. Gál 5:17), pero tiene en su mano el antídoto de la gracia y difícilmente el Apóstol hubiera puesto en su boca esas angustiosas expresiones de queja. Qué diferente lenguaje el empleado en el siguiente capítulo, donde ciertamente el Apóstol habla del ser humano liberado por Jesucristo, sobre el que no pesa ya “condenación alguna!” (8:1).
San Pablo, de modo parecido a como había hecho en 6:15, entra en el tema presentando una objeción (v.7), a que podía dar lugar su afirmación del v.5: “pasiones pecaminosas, excitadas por la Ley.” Esa afirmación parecía suponer que también la Ley participaba de la naturaleza del pecado, siendo ella misma algo malo, contrario a la voluntad de Dios, cosa que categóricamente rechaza San Pablo, quien claramente defenderá que la Ley es “santa y buena” (v.12; cf. 9:4). Por eso, después de la tajante negativa con el acostumbrado “¡Eso, no!” (v.7; cf. 6:2.15), tratará de explicar el problema, haciendo un sutil análisis de la relación entre pecado y Ley.
Comienza por afirmar que es la Ley la que le ha hecho “conocer el pecado,” pues es la Ley, con su precepto “no codiciarás” (cf. Exo 20:17; Deu 5:21), la que le ha hecho “conocer la concupiscencia” como algo malo que inclina a lo que Dios no quiere (v.7). Recordemos que Pablo, aunque habla en primera persona, está hablando en nombre del hombre caído que vive bajo la Ley. Cuando dice que la Ley le ha hecho “conocer el pecado,” está refiriéndose no a un pecado específico contra este o aquel mandamiento, sino a un pecado general que reside en cada ser humano a raíz de la transgresión de Adán (cf. 5:12.19) y que está íntimamente ligado a la concupiscencia (cf. 6:12); no es propiamente la concupiscencia, sino algo más íntimo, más oculto, principio y raíz de esa concupiscencia, que sabemos que es mala (concupiscentia consequens), puesto que la prohíbe la Ley. Esta idea del v.7 la completa el Apóstol en el v.8, al afirmar que ese “pecado,” antes de que viniera la Ley con sus preceptos, estaba “muerto,” es decir, sin actuación clara, y fue con ocasión de los preceptos de la Ley cuando se puso en movimiento, impulsando al hombre a ir en contra de lo que se le ordenaba. Es decir, la Ley no sólo me ha hecho saber dónde está el pecado, sino que me excita a cometer el pecado. He ahí el hecho que Pablo enuncia como una constante universal106.
Los v.9-11 no hacen sino concretar más, con referencia a los planes divinos de bendición, lo dicho de modo general en los v.7-8. Alude el Apóstol a la época de la humanidad anterior al régimen de la Ley (“viví algún tiempo sin Ley..,” v.g; cf. 5:13), época en que el pecado estaba “muerto”; se refiere luego a la época de la Ley, cuyos preceptos hacen “revivir el pecado” (v.9; cf. 5:20), resultando que preceptos que eran “para vida” se convierten, de hecho, en instrumento de “muerte” (v.10-n). No quiere decir San Pablo que antes de la Ley mosaica no hubiera pecados, pues para ello bastaba la ley natural, impresa en el corazón de los hombres, que les hace responsables de sus actos (cf. 1:20; 2:12.16); Mas ahora prescinde de eso, y se fija únicamente en el nuevo aspecto que toma el pecado al venir la Ley. En efecto, hasta la Ley, aparte el caso de Adán, no había pecados que fueran transgresión de una voluntad positiva de Dios (cf. 4:15; 5:14); además, en medio de un mundo corrompido, con sola la razón natural, era muy difícil la recta formación de la conciencia a este respecto, sobre todo para los actos interiores de la concupiscencia. Fue la Ley, manifestación positiva de la voluntad de Dios, la que nos determinó de modo claro con sus preceptos dónde había pecado, haciendo, además, que el pecado se convirtiera en transgresión. En este sentido, los pecados bajo el régimen de la Ley (cosa que no acaecía en los de época anterior) son semejantes al pecado de Adán, pues uno y otros son transgresión de un precepto divino. Puede decirse que la Ley es como una segunda fase en el plan de salud de Dios, una vez fracasada la primera con la transgresión de Adán; es como si Dios intentara una renovación de sus planes de salud, valiéndose esta vez de los preceptos de la Ley, a cuyo cumplimiento vincula grandes bienes, igual que había hecho con Adán. Como entonces el demonio (cf. Gen 3:4-13), también ahora el “pecado,” herencia de aquella transgresión de Adán, intenta hacer fallar los planes de Dios, impulsando a los seres humanos a la transgresión, a fin de llevarles a la “muerte,” no ya sólo la que es consecuencia de la transgresión de Adán (cf. 5:14), sino la debida a nuestros pecados personales. La táctica es la misma; de ahí que la descripción que de esta actividad del “pecado” hace San Pablo (v.8-n) esté como recordando el pasaje del Génesis donde se cuenta la tentación de nuestros primeros padres. Lo que a San Pablo interesaba hacer resaltar es que esos planes de Dios también aquí van a fallar, y de hecho el ser humano, bajo el régimen de la Ley, quedará peor que antes, con aumento del número de pecados y agravación de su malicia (cf. 5:20).
¿A qué, pues, la Ley? ¿Es que nos ha sido dada para llevarnos a la “muerte”? Esta inquietante pregunta, aunque en realidad ya quedaría contestada con lo anterior, va a ser objeto de más detallada respuesta.
La potencia maligna del pecado, 7:13-25.
13 ¿Luego lo bueno me ha sido muerte? ¡Eso, no! Pero el pecado, para mostrar toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por el precepto sobremanera pecaminoso.14 Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. 15 Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. 16 Así, pues, si hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. 17 Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí. 18 Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo no.19 En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. 20 Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí. 21 Por consiguiente, tengo en mí esta ley, que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; 22 porque me deleito en la Ley de Dios, según el hombre interior; 23 pero siento otra ley en mis miembros, que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?.. 25 Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor.. Así, pues, yo mismo, que con la-razón sirvo a la ley de Dios, sirvo con la carne a la ley del pecado.
Sigue San Pablo analizando las relaciones entre pecado y Ley. Y lo primero, como había hecho en la perícopa anterior (cf. V.7), presenta en forma de pregunta el verdadero nudo de la cuestión: “¿Luego lo bueno me ha sido muerte?” (v.13). Ese es precisamente el punto a explicar: cómo una cosa buena y espiritual, como es la Ley, ha podido ser de hecho causa de muerte para el hombre.
La respuesta, en sus líneas esenciales, está ya indicada en los v.13-14, haciendo recaer la responsabilidad, no sobre la Ley, sino sobre el “pecado.” Este “pecado,” que el Apóstol con atrevida figura literaria presenta como personificado, es el mismo de que ha venido hablando en las perícopas anteriores, íntimamente ligado a la transgresión de Adán, a raíz de la cual entró en el mundo (cf. 5, 12-21; 6:12-14; 7:5); se trata, como ya dijimos más arriba, no de un pecado específico contra este o aquel mandamiento, sino de un pecado general, entrañado en el hombre como consecuencia de la falta de Adán, que nos está continuamente impeliendo al mal. Aunque ya había entrado en el mundo a raíz de la transgresión de Adán, hasta la aparición de la Ley este pecado estaba como “muerto” (cf. v.8), y fueron los preceptos de la Ley los que lo hicieron revivir (cf. v-9), siendo ellos ocasión de que “mostrara toda su malicia y se hiciese sobremanera pecaminoso” (v.13). San Pablo, hablando en nombre de los que viven bajo la Ley, dice que “ha sido vendido a él por esclavo” (v.14), que “habita en su carne y en sus miembros” (v.17.18.20.23), terminando su descripción con aquella exclamación angustiosa: “¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (v.24). El “cuerpo de muerte” es el cuerpo en cuanto esclavo del pecado y, por eso mismo, destinado a la “muerte,” entendido el término en el sentido complejo en que lo viene usando el Apóstol, conforme explicamos al comentar 5:12-14.
Es, pues, el pecado, no la Ley, la verdadera causa del desorden. Si la Ley, señalando qué se debe hacer y qué se debe evitar, hubiera sido dada a seres en perfecto estado de rectitud, no hubiera tenido sino ventajas; pero de hecho, después de la transgresión de Adán, no es ésa la condición de la humanidad. Tenemos un “yo” dividido, el “yo carnal,” siempre de parte del pecado, y el “yo recto,” radicado en la razón (voüς), que aprueba y se deleita en la Ley divina (v.22. 23.25); mas, por desgracia, el “yo recto” está dominado por el “yo carnal,” resultando ese drama o lucha en el interior del hombre, tan sutilmente descrito por San Pablo, drama que termina en una incongruencia entre juicio y acción, entre teoría y práctica, al querer y aprobar el bien con nuestra inteligencia o parte superior y luego, de hecho, arrastrados por la carne, obrar el mal (v.15-23). Es la incongruencia descrita también por autores paganos 107. San Pablo describe ese drama en tres ciclos, aunque en el segundo (v. 18-20) prácticamente no hace sino repetir lo del primero (v.15-17), haciendo recaer, lo mismo en uno que en otro, toda la responsabilidad sobre el “pecado”; en el tercero (v.21-23) se recogen las observaciones precedentes, con aplicación más concreta al caso de la Ley mosaica, que está de acuerdo con nuestro “querer,” pero no con nuestro “obrar.” Es decir, para San Pablo, el judío se encuentra entre dos leyes contradictorias: la mosaica o Ley de Dios, que se corresponde con la “ley de la razón,” y la carnal o “ley en sus miembros,” que le encadena al pecado; y como la Ley, en cuanto tal, no hace sino señalar el camino sin dar fuerza interior para recorrerlo, resulta que de hecho, a causa del “yo carnal,” no hace sino aumentar el pecado. Este es el drama terrible del hombre bajo la Ley, visto en su realidad desde las alturas de la revelación cristiana. No que entonces no pudiera haber seres humanos justos, como los podía también haber entre los gentiles (cf. 2:7.10.13), pero no lo eran en virtud de la Ley, que no hacía sino señalar el camino, sino en virtud de un elemento extrínseco a ella, es a saber, la gracia, que derivaba de otro principio, y con la que únicamente era posible resistir a la esclavitud del pecado. San Pablo, al tratar del valor de la Ley, prescinde de este elemento extrínseco, a fin de hacer ver a los orgullosos judíos, tan ufanos con su Ley (cf. 2:17; 9:4), que la Ley, en cuanto tal, no llevaba a la “salud,” sino que, al contrario, era causa de más pecados. Es la conclusión a que quería llegar, para que así resultase más clara la necesidad de la obra de Jesucristo (v.24-25). En otros pasajes de sus cartas completará la descripción del papel de la Ley, afirmando que era sólo una fase transitoria en los planes divinos de salud, destinada a producir en el hombre la conciencia de su pecado y llevarle a Cristo, objeto de las promesas hechas a Abraham (cf. 4:13-16; 10:4; 11:32; Gal 3:6-25; Col 2:14).
Llama la atención el que San Pablo, después de la exclamación de alivio ante la liberación operada por Jesucristo (v.25a), vuelva de nuevo a recordar el conflicto entre la “razón,” queriendo el bien, y la “carne,” arrastrándonos al mal (v.25b). Probablemente no se trata sólo de una especie de epílogo confirmativo de lo dicho en los v.15-23, sino que es una manera de indicar que el conflicto, aunque con menos dramatismo, como explicará en el capítulo octavo, seguirá también en el cristiano, que habrá de luchar contra las tendencias de la carne y dejarse guiar por el Espíritu hasta conseguir la “bendicion” definitiva.
Fuente: Biblia Comentada
conocen la ley. Aunque Pablo incluye aquí la ley escrita de Dios, no se refiere a un código legal específico, sino a un principio que es cierto acerca de toda ley, bien sea griega, romana, judía o bíblica. se enseñorea. Es decir, tiene jurisdicción. Sin importar cuán graves puedan ser las ofensas de un delincuente, después de muerto ya no está sujeto a procesos judiciales o castigo alguno.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
P ablo pasa de demostrar la doctrina de justificación, según la cual Dios declara justo al pecador creyente (Rom 3:20-31; Rom 4:1-25; Rom 5:1-21), a demostrar las ramificaciones prácticas de la salvación para los que han sido justificados. Su discusión específica se centra en la doctrina de la santificación, que consiste en la manera como Dios produce justicia verdadera en el creyente (Rom 6:1-23; Rom 7:1-25; Rom 8:1-39).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
Como sabía que sus lectores, en especial los judíos, tendrían muchas preguntas acerca de cómo se relaciona la ley con su fe en Cristo, Pablo se propone explicar esa relación (en este pasaje se refiere en veintisiete ocasiones a la ley). En una explicación detallada de lo que significa no estar bajo la ley, sino bajo la gracia (Rom 6:14-15), Pablo enseña que: 1) la ley ya no puede condenar a un creyente (Rom 7:1-6), 2) convence de pecado tanto a incrédulos como a creyentes (Rom 7:7-13), 3) no puede liberar a un creyente del pecado (Rom 7:14-25) y 4) los creyentes que andan en el poder del Espíritu pueden cumplir la ley (Rom 8:1-4).
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
RESUMEN: En los versículos 1 al 6, bajo la figura del matrimonio, Pablo continúa la argumentación de la libertad que el cristiano tiene de la ley. Se había efectuado un cambio de relación, como sucede cuando muere el marido y la esposa ya queda libertada de la ley de él. El cristiano está casado con Cristo, bajo la gracia, y no bajo la ley.
En los versículos 7 al 12 Pablo discute la relación entre la ley y el pecado. La ley no es pecaminosa, sino buena, pero describiendo el pecado y prohibiéndolo, viene a ser ocasión para el pecado, para que nos engañe el pecado y nos haga caer bajo la condenación de la ley.
Luego en la última sección de este capítulo, los versículos del 13 al 25, Pablo describe la impotencia y desesperación del hombre sin la gracia del evangelio en la lucha del hombre interior con las pasiones de la carne. En otras palabras, es esencial hallarse bajo la gracia y no bajo la ley. (El se presenta a sí mismo como persona sin Cristo y el evangelio. ¡No está hablando de sí mismo como cristiano!).
7:1– Pablo no está discutiendo el tema del matrimonio, y por eso este pasaje no menciona todos los aspectos del dicho tema. Está usando el matrimonio como ilustración de la duración de leyes. La ley rige al vivo, no al muerto. Esto es cierto en cuanto a cualquier ley, sea la de Moisés u otra. Luego Pablo hace aplicación de este principio a la ley de Moisés.
Fuente: Notas Reeves-Partain
LA NUEVA LEALTAD
Romanos 7:1-6
No podéis por menos que saber, hermanos porque hablo con personas que saben lo que es una ley-, que la Ley tiene autoridad sobre el hombre sólo mientras está vivo. Así, una mujer casada sigue ligada por ley a su marido mientras éste vive; pero, una vez muerto, ella queda totalmente desligada de la ley que la sujetaba a su marido. En consecuencia, será una adúltera si tiene relación sexual con otro hombre mientras su marido vive; pero si ha muerto, ella queda libre de la ley, y ya no será adúltera si se casa con otro hombre. Exactamente igual, hermanos, vosotros habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo (porque habéis compartido Su muerte en el bautismo) para uniros a Otro (quiero decir el Que ha resucitado de los muertos) para llevar fruto para Dios. En los días de nuestra naturaleza humana desvalida, las pasiones de nuestros pecados, que kit Ley ponía en movimiento, obraban en nuestros miembros para dar fruto para la muerte. Pero ahora estamos totalmente desvinculados de la Ley, porque hemos muerto a todo lo que nos tenía cautivos, para servir, no bajo la vieja ley escrita, sino en la vida nueva del Espíritu.
Este es un pasaje sumamente complicado y difícil de entender. C. H. Dodd llegó a decir que aquí tenemos que olvidarnos de lo que Pablo dice, y procurar descubrir lo que quiso decir.
El pensamiento clave del pasaje se encuentra en la máxima legal de que la muerte cancela todos los contratos. Pablo empieza con una ilustración de esta verdad, y quiere usarla como símbolo de lo que le sucede al cristiano. Mientras está vivo su marido, una mujer no puede pertenecer a otro hombre sin cometer adulterio. Pero cuando muere su marido, el contrato matrimonial queda, por así decirlo, cancelado, y ella es libre para casarse con quien quiera.
Siguiendo esa alegoría Pablo habría podido decir que nosotros estábamos casados con el pecado; que el pecado ha muerto en la Cruz de Cristo, y que, por tanto, ahora somos libres para pertenecer a Dios. Parece que era eso lo que quería decir; pero la Ley se introdujo en la escena. Pablo podría haber dicho sencillamente que estábamos casados con la Ley; que la Ley ha dejado de existir por la Obra de Cristo, y que ahora somos libres para pertenecer a Dios. Pero, de pronto, algo cambia, y somos nosotros los que hemos muerto para la Ley.
¿Cómo puede ser eso? Por el bautismo, participamos de la muerte de Cristo. Eso quiere decir que, habiendo muerto, quedamos descargados de todas las obligaciones que teníamos con la Ley y somos libres para casarnos de nuevo, y esta vez nos casamos con Cristo. Cuando eso sucede, la obediencia cristiana ya no es algo impuesto externamente por un código escrito de leyes, sino una lealtad interior del espíritu a Jesucristo.
Pablo traza el contraste entre dos estados del hombre -sin Cristo y con Él. Antes de conocer a Cristo tratábamos de vivir obedeciendo un código escrito de leyes. Eso era cuando estábamos en la carne. La carne no quiere decir simplemente el cuerpo, porque el ser humano tiene cuerpo mientras vive. Hay algo en el hombre que presta atención a la seducción del pecado, que le ofrece al pecado un medio de acceso, y esa es la parte de nuestra personalidad que Pablo llama la carne.
La carne es la naturaleza humana aparte de la ayuda de Dios.
Pablo dice que, cuando nuestra naturaleza humana estaba separada de Dios, la Ley nos inducía al pecado. ¿Qué quiere decir con eso? Más de una vez expresa el pensamiento de que la Ley realmente produce el pecado; porque, precisamente porque una cosa está prohibida, nos parece más atractiva. Cuando no teníamos más que la Ley, estábamos a merced del pecado.
Luego Pablo pasa a considerar el estado del hombre con Cristo. Cuando uno dirige su vida mediante la unión con Cristo, ya no lo hace por obediencia a un código de ley escrita que de hecho despierta el deseo de pecar, sino por la lealtad a Jesucristo en lo íntimo del espíritu y del corazón. No la Ley, sino el Amor es el móvil de su vida; y la inspiración del Amor puede hacerle capaz de lo que la imposición de la Ley era incapaz de ayudarle a hacer.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 7
1. PRUEBA JURÍDICA EN PRO DE LA LIBERACIÓN DE LA LEY (Rm/07/01-06)
1 ¿Ignoráis acaso, hermanos -hablo a quienes entienden de leyes-, que la ley tiene dominio sobre el hombre sólo mientras éste vive? 2 Por ejemplo, la mujer casada está ligada por una ley u su marido mientras éste vive; pero, si éste muere, queda desligada de la ley del marido. 3 Por consiguiente, será tenida por adúltera si, mientras vive el marido, se une a otro hombre; pero, si muere el marido, queda libre de esa ley, de suerte que ya no será adúltera, aunque se una a otro hombre. 4 Así pues, hermanos míos, también vosotros quedasteis muertos para la ley por medio del cuerpo de Cristo, para pertenecer de hecho a otro: al resucitado de entre los muertos, de manera que demos frutos para Dios.
Si el cristiano tiene que verse como un liberto de Cristo, que ya no ha de pagar tributo alguno a los poderes del tiempo pasado, esta libertad no deja, sin embargo, de convertírsele en problema, pues que con ella queda roto todo lazo vinculante con su pasado personal. El problema debió de preocupar principalmente a los judeocristianos, para quienes la ley mosaica no podía resultar indiferente desde su tradición judía. De ahí que Pablo hubiera de exponer justamente al judeo-cristiano el alcance de su mensaje de libertad de cara a la ley. Cierto que con el argumento de que la disolución de la ley es legítima incluso según el sentido de la propia ley, no sólo se dirige a los judíos, o más en concreto a los judeo-cristianos, sino a los cristianos todos, porque en todos ellos se dejaba sentir con mayor o menor fuerza la herencia legal judía para poner en duda y limitar la libertad obtenida y la confianza lograda en Cristo. La libertad debe tomarse también en serio como libertad frente a la ley. Tal es el propósito que Pablo persigue con su prueba analógica tomada del derecho matrimonial, y que formalmente no deja de ser discutible. Pablo parte de un principio general reconocido por todos: la obligatoriedad de la ley sobre un hombre cesa con la muerte de éste; un ejemplo que podría ilustrarse con lo que se dice en 6,3 ss acerca de la muerte con Cristo. En los v. 2 y 3 intenta Pablo ilustrar lo relativo a la libertad cristiana con un ejemplo sacado del derecho matrimonial. Una mujer casada queda libre a la muerte de su marido y puede pertenecer a otro. En el v. 3 se agrega inmediatamente que si el marido muere, la mujer queda libre de la ley. Este es el genuino propósito del Apóstol: probar la libertad frente a la ley. Por eso no tiene para él transcendencia alguna el que, según el v. 1, la libertad venga dada por la defunción del hombre, mientras que en el v. 3 es la ley que aparece a través de la muerte del primer marido, mezclándose así la realidad objetiva con la imagen.
El v. 4 expone la conclusión de una forma un tanto sorprendente. Los cristianos han muerto por medio del cuerpo de Cristo; lo cual responde al principio fundamental del v. 1, con el que ahora se une la conclusión del v. 3: los cristianos pertenecen ahora a otro. Que en el v. 3 no sea la mujer que pasa a pertenecer a otro la que muera o sea matada, sino el primer marido que representa a la ley, se pasa aquí por alto y no tiene para Pablo importancia alguna de cara al resultado objetivo. De este modo el argumento de Pablo en el pasaje presente se muestra como una argumentación interesada de tipo kerygmático y teológico, y no como una verdadera prueba en el sentido moderno.
5 De hecho, cuando vivíamos en la carne, las pasiones pecaminosas, sirviéndose de la ley, operaban en nuestros miembros, haciéndonos producir frutos para la muerte; 6 pero ahora, al morir a aquello que nos aprisionaba, hemos quedado desligados de esa ley, de modo que sirvamos en novedad de espíritu, y no en decrepitud de letra.
La pertenencia a Cristo se muestra fecunda en la vida. El v. 5 contrasta esta nueva fecundidad con la vieja, como ya lo había hecho el Apóstol al final del capítulo 6. Ese tiempo de fecundidad para la muerte es algo fundamentalmente pasado, como ha pasado de hecho la existencia «en la carne». Aquí la «carne» no es sin más la naturaleza humana, sino la existencia del hombre condicionada por el pecado y abandonada a sí misma antes de Cristo y sin Cristo. Si el hombre no es más que «carne», las cosas le irán mal. Pero si la vida de la fe se realiza en su «carne» (cf. Gal 2:20), entonces se elimina de forma decisiva la situación desesperada de la existencia terrena del hombre.
«Pero ahora (cf. 3,21; 6,22) …hemos quedado desligados de esa ley, de modo que sirvamos en novedad de espíritu (= con un espíritu nuevo), y no en decrepitud de letra» (v. 6). «Novedad» y «decrepitud» señalan el contraste entre el presente esperanzador y el pasado funesto. El pasado estaba bajo la ley mosaica redactada en términos que podían leerse e interpretarse27. El presente se encuentra bajo el dominio del Espíritu, que siempre crea «novedad». Tanto más el cristiano debe estar y tener en cuenta que la «novedad» puede derivar en «decrepitud», cuando, sirviendo a lo nuevo no logra realizar la cualidad escatológica que el Espíritu crea en su ser.
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27. Cf. 2Co 3:3.6.
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2. LA LEY ES EL PASADO, NO EL PRESENTE (2Co 7:7-25)
a) Pese a todo, la ley es buena (Rm/07/07-12)
7 ¿Qué diremos, pues? ¿Es pecado la ley? ¡Ni pensarlo! Sin embargo, yo no he conocido el pecado sino por medio de la ley. Porque yo no habría sabido lo que era la codicia si la ley no me hubiera dicho: «No codiciarás» (Exo 20:17; Deu 5:21). 8 Pero el pecado, con el estímulo del mandamiento, despertó en mí toda suerte de codicia; mientras que, sin ley, el pecado era cosa muerta. 9 Hubo un tiempo en que, sin ley, yo vivía; pero, en llegando el mandamiento, el pecado surgió a la vida, 10 mientras que yo quedé muerto, y me encontré con que el mandamiento, que de suyo es para vida, resultó ser para muerte. 11 Pues el pecado, con el estímulo del precepto, me sedujo y, por medio de él, me mató. 12 De modo que la ley es ciertamente santa, y santo, justo y bueno es el mandamiento.
La pregunta de la que Pablo arranca se nos antoja un tanto teórica. Pese a lo cual tiene un fundamento práctico. «¿Es pecado la ley?» Esta consecuencia podía sacarse de la demostración de la libertad cristiana frente a la ley y de todo el contexto del mensaje de la justificación. Porque Pablo no deja la menor duda de que la ley no proporciona la salvación, sino que sólo se ha mostrado como una colaboradora del pecado; por lo cual forma parte del mundo de la ruina. Pero un judío no podía estar precisamente de acuerdo con semejante afirmación. Y es que, pese a todo, la ley ha sido y sigue siendo la ley de Dios promulgada por medio de Moisés. En este sentido rechaza Pablo la consecuencia formulada en la pregunta. Pero intenta una mayor precisión. «Sin embargo, yo no he conocido el pecado sino por medio de la ley». Aquí hay que recordar al respecto 3,20: «La ley sólo lleva el conocimiento del pecado.» Como Pablo habla en primera persona de singular, se nos plantea la cuestión de si habla de su propia experiencia personal o piensa simplemente en el hombre. Quizá no se excluyan entre sí ambas hipótesis. De todos modos en los v. siguientes se podrá conocer mejor el contenido de este «yo».
Pablo trae un ejemplo concreto de la experiencia del pecado con el precepto de «no codiciarás». Esta cita literal introduce el noveno mandamiento del decálogo (cf. Exo 20:17; Deu 5:21). Pero en este pasaje Pablo piensa más bien en el pecado del primer hombre; así lo demuestra lo que se dice inmediatamente en el v. 8. La caída de Adán se pone como ejemplo ilustrativo de cómo «el pecado con el estímulo del mandamiento, despertó toda suerte en codicia». Corresponde esto a la tesis del Apóstol de que sin la ley el pecado es «cosa muerta», es decir, que no actúa. Si la ley ejerce, de este modo, una función nefasta, es porque pertenece al pasado.
Los v. 9-11 ahondan en la experiencia del yo con la ley. En una exposición autobiográfica, el yo viviendo su propio pasado. De todos modos, la historia del paraíso está al fondo, hasta el punto de que de acuerdo con ella puede distinguirse un tiempo anterior a la ley, es decir, al precepto, y un tiempo de la ley. Sin embargo, el tenor de toda la exposición no proporciona ninguna explicación psicológica de la experiencia del pecado bajo la influencia de la ley, sino que pone de relieve una vez más el contraste de la ley, buena en sí, y su función maléfica. La ley es, pues, simultáneamente santa, justa y buena (v. 12) y una ley «para muerte» (v. 10).
En este punto siempre cabe preguntarse: ¿Toma Pablo en serio esta apología de la ley? ¿Se trata de una simple concesión a los judíos, y más en concreto a los judeo-cristianos, o piensa realmente que la ley tiene todavía un significado positivo? Estos interrogantes sólo pueden obtener una respuesta en el contexto general de la predicación del Apóstol. Y es preciso reconocer ante todo que, vista desde Cristo, no corresponde a la ley ninguna función salvífica positiva. Cualquier aferrarse a la ley como a un factor de salvación sería oponerse a la gracia otorgada por Cristo. El acto, pues, de Jesús anula fundamentalmente la ley como exigencia de Dios. Y es precisamente a los judeo-cristianos, que estando bajo la gracia siempre pretenden esperar algo de la ley, a quienes Pablo debe mostrar que esa ley no es la salvación sino que, por el contrario, ha desatado la desgracia.
El yo que Pablo introduce en estos versículos con un sentido generalizador, puede ahora entenderse de un modo más preciso como el yo del presente, el yo del cristiano. La exposición del estado de cosas bajo los poderes del pecado y de la muerte permite al cristiano echar una mirada a su propio pasado, privado de redención. En el mismo sentido apunta la forma verbal de pretérito que acompaña al yo. Entonces, antes del cambio decisivo operado por el acontecimiento cristiano, el creyente se encontraba bajo la ley, y esa ley se mostraba impotente de cara a la historia evolutiva de la desgracia. Con este pasado funesto se enfrenta el yo para comprobar que el pecado es pecado y que como realidad pasada no debe ya condicionar el presente.
b) Impotencia de la ley frente al pecado (Rm/07/13-25)
13 Entonces, ¿lo bueno se convirtió en muerte para mí? ¡Ni pensarlo! Sino que el pecado, para manifestarse como pecado, se valió de lo bueno para producirme la muerte, a fin de que, por el mandamiento, el pecado resultara pecador sobre toda medida.
Existe una conexión entre pecado, muerte y ley, que en los viejos tiempos se manifiestan como fuerzas y factores que cooperan entre sí. Por ello en este contexto nefasto, y aunque no sin dificultad, puede Pablo reservar un lugar especial a la ley. La fuerza mortífera no es la ley como tal, así argumenta el Apóstol, sino el pecado que sólo llega a serlo por medio de la ley. Esta se revela impotente en cuanto que no produce la vida, la cual sólo llega a través de Cristo. Si, pese a todo, hay que hablar de una función positiva de la ley, habrá que ponerla en el desenmascaramiento del pecado con toda su malicia y con ello, en el descubrimiento de la situación desesperada del hombre sin Cristo.
14 Sabemos, desde luego, que la ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido como esclavo al pecado.
Con esta frase, la argumentación de Pablo lejos de resultar más fácil se complica aún más. Sigue todavía en el primer plano la apología de la ley, y aquí puede Pablo atribuirle incluso el calificativo de espiritual, mientras que, por ejemplo, en 2Co 3:3.6, se la contrapone como letra al espíritu y al ministerio espiritual de la nueva alianza. Como ley de Dios es de carácter espiritual. Pero, así debemos proseguir la interpretación, no ha podido transmitir su espiritualidad a quienes se encuentran debajo de ella; no se ha demostrado como una ley transmisora de vida. Por el contrario, los hombres que viven bajo las exigencias de la ley, se muestran carnales, pues el pecado ha ganado terreno en ellos, sin que la ley sea la última de las causas de tal hecho.
La ley y el yo se enfrentan en el v. 14. A través de la ley, el yo descubre su condición carnal y con ello su estar abandonado al poder del pecado. El yo no puede ayudarse a sí mismo para conseguir su liberación; ni tampoco de la ley puede esperar ayuda alguna. Esta situación inerme y desesperada bajo el pecado y bajo la ley, que colabora irremediablemente con él, se expone con mayor detalle en los versículos siguientes. Frente a los v. 7-13 ahora el tiempo verbal de la exposición pasa a ser el presente. Así puede expresarse la relación del acontecimiento expuesto con la situación actual del creyente. No obstante lo cual, también aquí el abandono al poder del pecado se presenta como una experiencia fundamentalmente pasada del yo cristiano.
15 Realmente, no me explico lo que hago: porque no llevo a la práctica lo que quiero, sino que hago precisamente lo que detesto. 16 Ahora bien, si hago precisamente lo que no quiero, estoy de acuerdo con que la ley es buena.
Estas frases describen la situación del yo bajo el pecado. El yo ya no se reconoce a sí mismo en su propia conducta. ¿De dónde proviene el pecado, que encuentro en mi actuación, si yo no lo quiero? Si cometo el pecado que no quiero, en esta discrepancia entre acción y voluntad se revela toda mi impotencia y, por lo que hace a la ley, se demuestra que ésta es «buena», al contrario de lo que ocurre en mi. Sin duda que mi voluntad participa de la bondad de la ley en cuanto que asiente a la misma y en cuanto que el querer del hombre está orientado por el Creador hacia el bien. Pero la orientación del yo hacia el bien, según el designio de su Creador, se trueca de hecho constantemente en su contrario. Con lo cual se comprende que el hombre bajo el pecado no sufre una escisión psicológica entre obrar y querer, que quizá también psicológicamente podría superarse, sino que sufre una desintegración más profunda de su existencia creada dentro de sí mismo. Aun obrando el mal y entregándose así con toda su existencia al pecado, el hombre no puede negar su vinculación de criatura con Dios. El hombre entregado al pecado no pasa inadvertido a los ojos de Dios30.
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30. Así, no hay que limitar el querer del yo en Rom 7 a un impulso subjetivo de la voluntad humana, sino que hay que entenderlo más bien como una «tendencia transubjetiva de la existencia humana en general» (R. BULTMANN). Por lo demás, no puede negarse que esta tendencia se puede manifestar en la conducta del hombre.
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17 Pero, en estas condiciones, no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. 18 Pues sé bien que en mí, es decir, en mi carne, no habita el bien. Porque querer el bien está a mi alcance, pero hacerlo, no, 19 puesto que no hago lo bueno que quiero, mientras que lo malo que no quiero eso es lo que llevo a la práctica. 20 Si, pues, lo que no quiero eso es lo que hago, no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí.
El v. 17 da la impresión de que el yo quisiera eximirse de la responsabilidad de su conducta errónea, pues «no soy yo propiamente el que lo hace, sino el pecado que habita en mí». Pero no se trata aquí de la responsabilidad subjetiva del hombre respecto de su pecado, responsabilidad que, por otra parte, Pablo tampoco quiere negar. «Lo que hago» (v. 15s) no viene anulado por la afirmación de que «el pecado que habita en mí». Es característico el «en estas condiciones, no soy yo propiamente», y es que en sus acciones el yo ya no lo es plenamente. En realidad ese yo, que ya no actúa exclusivamente como tal, es sólo una concha en la que habita el pecado. El pecado ha llevado a término una expoliación del yo, con lo que ha surgido un no yo.
El v. 18 sigue desarrollando la afirmación de la no identidad del yo bajo el dominio del pecado; pero ahora de forma negativa. Se establece que «en mí no habita el bien». El bien es lo contrario del pecado; es, pues, aquello que debería ser realmente, lo que aquí se presenta como formando parte de la identidad del yo. Y, una vez más, el yo viene descrito casi como un espacio habitable y a través de una forma mitológica de pensamiento. En un inciso aclaratorio Pablo llama al yo «mi carne». Dicha aclaración refleja la auténtica debilidad del yo, que bajo la presión del pecado tiende constantemente a convertir al yo en un no yo. El v. 19 repite el contenido del v. 15, y el 20 concluye remitiendo al v. 17.
21 Por consiguiente, me encuentro con esta ley cuando quiero hacer el bien: que lo malo es lo que está a mi alcance. 22 Porque, en lo íntimo de mi ser, me complazco en la ley de Dios; 23 pero percibo en mis miembros otra ley que está en guerra contra la ley de mi mente y que me esclaviza bajo la ley del pecado que habita en mis miembros. 24 ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Estos versículos cierran la exposición del yo y de su pasado pecador. El v. 21 empieza con una conclusión de lo anterior: «Por consiguiente me encuentro con esta ley.» Con tal «ley» designa Pablo la situación del yo bajo el pecado. En esta sección no emplea sólo el concepto de ley en el sentido unívoco de ley mosaica, o de «ley de Dios» (v. 22), sino que también lo utiliza de una forma caprichosa31 en sentido figurado para caracterizar lo irremediable que resulta la situación escindida del hombre bajo «la ley del pecado y de la muerte» (8,2).
Es de notar en estos versículos que no sólo se afirma del yo la no identidad, sino que siempre se dice al mismo tiempo algo positivo, de tal modo que no sería adecuada una descripción del yo como del no yo en el sentido de una negación absoluta. Así se dice ya en el v. 18b: «Porque querer el bien está a mi alcance, pero hacerlo, no.» De modo similar, también en el v. 15s se supone una voluntad de hacer el bien. El v. 16 afirma del yo un asentimiento en favor de la ley, y el v. 22 viene a decir lo mismo con otras palabras: «Porque, en lo íntimo de mi ser, me complazco en la ley de Dios» 32. Por lo demás, a todas estas afirmaciones corresponde siempre la comprobación de que no se hace el bien.
De todas estas afirmaciones, a la vez positivas y negativas, fácilmente se saca la impresión de una existencia del yo fundamentalmente escindida. Ya hemos llamado la atención a propósito de los v. 15s que tal escisión no puede explicarse recurriendo, por ejemplo, a una interpretación psicológica de la terminología empleada. En la tensión de la conducta humana, descrita por Pablo, -el querer y el obrar no se corresponden- se expresa más bien el «enajenamiento» del yo bajo el poder del pecado. Ciertamente que el yo está de por medio, ya que se trata de querer el bien; pero al mismo tiempo está como desdoblado, toda vez que el pecado ha tomado posesión de él. Se trata realmente de un yo «poseso». Lo que persiguen realmente las fórmulas paulinas no es la descripción del hombre como de un ser siempre escindido en sí mismo, sino el descubrimiento de la potencia maléfica del pecado en el hombre. A reforzar esa potencia contribuye, de forma bastante curiosa, no sólo la ley sino también el yo que da su asentimiento a esa misma ley. Al igual que al comienzo, en los v. 7-11, Pablo ha podido decir que el pecado no ha llegado sin la ley, también puede afirmar que el pecado no se da sin el yo. Por consiguiente, el yo coopera con las fuerzas del viejo eón, y con el concurso contradictorio de esas fuerzas se convierte en una encarnación histórica del pecado, que es el incitador de las fuerzas. De ahí que el yo, aun cuando tienda al bien, se convierta bajo el poder del pecado en el no yo, lo que equivale a una existencia irremediablemente desesperada, cuya desesperación se abre paso en el lamento del v. 24.
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31. Véase también en 8,2 la contraposición entre las dos «leyes».
32. El «hombre interior» es el yo en cuanto que, aun en medio de su existencia pecaminosa, siempre está referido a Dios por su condición de criatura. En un sentido un poco distinto se enfoca al «hombre interior» en 2Co 4:16; a saber, en cuanto opuesto a su existencia sensible y terrena («hombre exterior»).
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25 ¡Gracias a Dios, por medio de Jesucristo nuestro Señor! Así pues, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios; pero con la carne, a la ley del pecado.
Este versículo da la respuesta al grito desesperado del v. 24. Cierto que la frase -que literalmente reza: «Gracias a Dios…»- no es una respuesta directa. Pero ¿es que existe de hecho una respuesta a la existencia del hombre irremediablemente fallida en el pecado? En cualquiera de los casos no es una respuesta que indique el modo con que el hombre podría liberarse a sí mismo. La situación calamitosa del hombre hundido en el pecado es precisamente lo que el cristiano ha de tener ante los ojos. Su «gracias a Dios» no puede significar que ya ahora haya sido salvado hasta el punto de que ya no necesite contar para nada con su pasado pecaminoso. Lo que Pablo presenta en el capítulo 7 a los cristianos es justamente la imagen del hombre hundido en su pecado, y desde luego como exposición de su propio origen del que se libera sólo por la gracia de Dios. Los cristianos han de seguir considerando siempre y de modo serio la vieja esclavitud al pecado como su posibilidad negativa, o mejor, como su imposibilidad.
El v. 25b no encaja bien realmente con la acción de gracias precedente. Echando una mirada a través se intenta una vez más expresar con una fórmula la tensión del hombre bajo el pecado. Probablemente se trata aquí de un añadido posterior, hecho por algún lector o copista, que quiso compendiar la exposición del capítulo, difícilmente inteligible.
Lo que Pablo expone en Rom 7 como situación del yo precristiano, no se ha vivido así o al menos no así simplemente, ni se ha descrito como una experiencia consciente. Pablo, sin embargo, está persuadido de que ésta fue justamente la situación que vivió el hombre de hecho no redimido, aun cuando no siempre con las mismas categorías experienciales. Pero en realidad sólo desde su experiencia cristiana puede el hombre adquirir conciencia clara de esta sustitución precedente; de tal modo que la postura del yo de cara a su situación de no redimido en el tiempo pasado hay que definirla como una postura preventiva. En la media en que el cristiano adquiere conciencia de su situación anterior, en esa medida obtiene una idea clara, como yo, de su nueva existencia en la hora presente, determinada por el Espíritu de Cristo (cf. 7,6). Así pues, el sentimiento del creyente sobre su yo precristiano sirve para adquirir conciencia justamente de ese yo que ha obtenido por la redención de Jesucristo. Esta es la idea que se desprende del contexto de los capítulos 7 y 8.
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
— a quienes conocen la ley: ¿A qué ley se refiere Pablo? ¿A la ley romana o a la judía? Con frecuencia se dice que a la primera, por aquello de que está escribiendo precisamente a romanos, célebres por su organización jurídico-legal. Pero es más probable que Pablo se refiera a la ley judía, pues así lo pide tanto el contexto próximo como el remoto. El conocimiento del AT no era privilegio exclusivo de los judeocristianos; también los cristianos procedentes del paganismo se iban familiarizando con él.
Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana
Liberados de la ley; unidos a Cristo. El paso del cristiano del reino de la ley al reino de Cristo es el punto central de esta sección (4). Pablo lleva a este punto con un recordatorio sobre la naturaleza de la ley: que tiene poder sobre las personas solamente mientras ellas viven. La “ley” a la que se refiere Pablo podría ser la ley romana (Käsemann) o la ley en general (Sanday-Headlam), pero es probable que se refiera a la ley mosaica (la mayoría de los eruditos). Los vv. 2 y 3 ilustran la verdad de este principio presentando la analogía de un matrimonio. Aunque algunas veces se han hallado en esta ilustración detalladas comparaciones con la experiencia cristiana, Pablo simplemente pretende dejar en claro dos cosas: la muerte corta la relación de la persona con la ley, y la liberación de la ley permite que una persona se una a otra.
Estos son los conceptos que ahora Pablo aplica teológicamente en el v. 4. Por medio de nuestra relación con Cristo en su muerte en la cruz (por medio del cuerpo de Cristo), hemos muerto a la ley, es decir, hemos sido liberados de su atadura (ver 6:2). Bajo el viejo régimen de la historia de la salvación la ley mosaica regía sobre los judíos, y, por extensión, sobre todas las personas (cf. 2:14). Regía la relación de pacto entre Dios y su pueblo y, dado que demandaba obediencia sin dar el poder para obedecer, tuvo el efecto de encerrar al pueblo bajo el poder del pecado y la muerte (ver 4:15; 5:20; 6:14, 15; Gál. 3:21-25). Es únicamente al ser liberados del régimen de la ley que podemos también ser liberados del pecado y unirnos a Cristo en el nuevo régimen en el que podemos llevar fruto para Dios.
La relación entre el pecado y la ley se presenta en forma más elaborada en el v. 5. Es adecuada la traducción de la RVA, mientras vivíamos en la carne (en te sarki). En textos como éste Pablo utiliza la palabra “carne” no para denotar la propensión al pecado en una persona, sino la “esfera de poder” en la que la persona vive. Dado que la idea teológica básica es lo que es típico de este mundo en contraposición al ámbito espiritual, “carne” puede utilizarse como una forma abreviada de referirse al antiguo régimen. “Mientras vivíamos en la carne” significa, básicamente, “mientras vivíamos en el régimen viejo, no cristiano”. En este régimen la ley era instrumento para hacer surgir las pasiones pecaminosas; ya que estimulaba nuestra rebelión innata contra Dios. Pero ahora hemos muerto a esa ley, para que sirvamos en lo nuevo del Espíritu y no en lo antiguo de la letra. Como en 2:29, el contraste entre la “letra” (gramma) y el “Espíritu” es el contraste entre la ley mosaica como poder determinante de la época antigua y el Espíritu, el agente que rige la época nueva.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
7.1ss Pablo muestra que la Ley no puede salvar al pecador (7.7-44), ni al legalista (7.15-22) y ni siquiera al hombre con una nueva naturaleza (7.23-25). El pecador es condenado por la Ley; el legalista no puede guardarla; y la persona con nueva naturaleza descubre que su antigua naturaleza se interpone. Una vez más Pablo declara que la salvación no se recibe obedeciendo la Ley. No importa quiénes seamos, solo Jesús puede darnos libertad.7.2-6 Pablo toma el matrimonio para ilustrar nuestra relación con la Ley. Cuando un esposo muere, la ley del matrimonio queda sin vigencia. Debido a que hemos muerto con Cristo, la Ley ya no puede condenarnos. Resucitamos también cuando Cristo resucitó y, como nuevas criaturas, pertenecemos a El. Su Espíritu nos capacita para producir buenos frutos para Dios. Ahora servimos no porque queremos obedecer ciertas reglas, sino porque nuestro renovado corazón rebosa de amor a Dios.7.4 Cuando una persona muere a la vieja vida y pasa a ser de Cristo, nace a una nueva vida. La mentalidad del incrédulo se centra en la autocomplacencia. Su fuente de poder es su autodeterminación. Por contraste, Dios es el centro de la vida del cristiano. El suple el poder que necesita el cristiano para el diario vivir. Los creyentes descubren que su manera de ver al mundo cambia cuando aceptan a Cristo.7.6 Algunas personas tratan de ganar su camino a Dios cumpliendo con ciertas normas (obedecer los Diez Mandamientos, asistir fielmente a la iglesia o hacer buenas obras). Como es lógico, todo lo que consiguen mediante su esfuerzo es frustración y desaliento. Sin embargo, gracias al sacrificio de Cristo, el camino hacia Dios ya está abierto y podemos ser hijos suyos si depositamos nuestra fe en El. Ya no tratamos de llegar a Dios cumpliendo normas, sino que somos cada vez más semejantes a Cristo al vivir con El día tras día. Dejemos que el Espíritu Santo aparte nuestros ojos de los logros propios y los dirija a Jesús. El nos libertará para servirle en amor y gratitud. Eso es vivir «bajo el régimen nuevo del Espíritu».7.6 Cumplir las reglas, leyes y costumbres cristianas no nos salvan. Aun si pudiéramos mantener nuestras acciones puras, seguiríamos condenados porque nuestros corazones son perversos y rebeldes. Como Pablo, no podremos hallar alivio en la sinagoga ni en la iglesia mientras no vayamos a Jesucristo en busca de salvación, la cual El nos da gratuitamente. Cuando nos entregamos a Cristo, nos sentimos inundados de alivio y gratitud. ¿Respetaremos aún más las normas? No solo eso, sino que las respetaremos por amor y gratitud, no por el deseo de ganar la aprobación divina. No nos estaremos sometiendo sencillamente a un código externo, sino que con espontaneidad y amor procuraremos hacer la voluntad de Dios.7.9-11 Donde no hay ley, no hay pecado, porque la gente desconoce que sus acciones son pecaminosas a menos que la ley las prohíba. La Ley de Dios logra que la gente descubra que es pecadora y que está condenada a morir, pero no ofrece ayuda. El pecado es real y peligroso. Imagínese un día soleado en la playa, usted acaba de zambullirse en el agua y de pronto descubre un cartel en la orilla que dice: «Prohibido nadar. Hay tiburones». Su día se arruina. ¿Es por culpa del cartel? ¿Se molesta con la persona que lo puso? La Ley es como ese cartel. Es esencial y la agradecemos, pero no nos libra de los tiburones.7.11, 12 La Ley engaña la gente por usarla mal. La Ley era santa, y expresaba la naturaleza y voluntad de Dios. Eva se encontró con la serpiente en el huerto del Edén (Génesis 3), la serpiente se burló de ella, logrando que apartara su vista de la libertad que Dios le dio y la pusiera en la restricción que le había puesto. Desde entonces somos rebeldes. El pecado nos atrae precisamente porque Dios nos dice que es malo. En lugar de prestar atención a sus advertencias, las usamos como una lista de «mandados». Cuando nos sintamos tentados a rebelarnos, necesitamos contemplar la Ley desde una perspectiva amplia, a la luz de la gracia y la misericordia de Dios. Si nos concentramos en su gran amor por nosotros, comprenderemos que nos restringe en acciones y actitudes que al final causan daño.7.14 «Yo soy carnal, vendido al pecado» quizás sea una referencia a la vieja naturaleza que busca rebelarse e independizarse de Dios. Si como cristiano trato de luchar contra el pecado con mis fuerzas, me deslizo hacia las garras del pecado.7.15 Pablo menciona tres lecciones que aprendió al enfrentar sus antiguos deseos pecaminosos. (1) El conocimiento no es la respuesta (7.9). Pablo se sentía bien mientras no entendía lo que la Ley demandaba. Cuando aprendió la verdad, supo que estaba condenado. (2) La autodeterminación (luchar con nuestras fuerzas) no da resultado (7.15). Pablo descubrió que pecaba en formas que ni aun le eran atractivas. (3) Con ser cristiano no se logra desarraigar todos los pecados en la vida de creyente (7.22-25).Nacer de nuevo requiere un momento de fe, pero llegar a ser como Cristo es un proceso de toda la vida. Pablo compara el crecimiento cristiano a una buena carrera o pelea (1Co 9:24-27; 2Ti 4:7). Tal como Pablo viene enfatizando desde el comienzo de su carta a los Romanos, nadie en el mundo es inocente, nadie merece ser salvo, ni el pagano que desconoce las leyes de Dios, ni el cristiano ni el judío que sí las conoce y procura guardarlas. Todos debemos depender por completo de la obra de Cristo en cuanto a nuestra salvación. No la podemos ganar con buena conducta.7.15 Esto es más que el grito de un hombre desesperado. Describe la experiencia de cualquier cristiano que lucha contra el pecado o trata de agradar a Dios guardando reglas y leyes sin la ayuda del Espíritu Santo. Nunca debemos subestimar el poder del pecado. Nunca debemos intentar luchar con nuestras fuerzas. Satanás es un tentador astuto y nosotros tenemos una gran capacidad de excusa. En lugar de enfrentar el pecado con el poder humano, debemos apropiarnos del poder enorme de Cristo que está a nuestra disposición. Esta es la provisión de Dios para vencer el pecado. El envía al Espíritu Santo para vivir en nosotros y darnos poder. Y cuando caemos, amorosamente nos ayuda a levantarnos.7.17-20 «El diablo me obligó a hacerlo». «Yo no lo hice, fue el pecado que está en mí». Parece una buena excusa, pero tenemos que dar cuenta de nuestras acciones. Nunca debemos mencionar el poder del pecado ni a Satanás como excusa, por que son enemigos vencidos. Sin la ayuda de Cristo, el pecado es más fuerte que nosotros y algunas veces somos incapaces de defendernos de sus ataques. De ahí que nunca debiéramos enfrentarnos al pecado solos. Jesucristo, quien venció el pecado de una vez y por todas, ha prometido pelear a nuestro lado. Si buscamos su ayuda, no caeremos en pecado.7.23-25 La «ley en mis miembros» es el pecado oculto que tenemos dentro. Esta es nuestra vulnerabilidad; se trata de cualquier cosa en nosotros que es más leal a nuestra antigua vida egocéntrica que a Dios.7.23-25 La lucha interna contra el pecado es tan real para nosotros como lo fue para Pablo. De él aprendemos qué hacer al respecto. Siempre que se sentía perdido, se remontaba a los inicios de su vida espiritual y recordaba que Jesucristo ya lo había liberado. Cuando usted se halle confundido y abrumado por la atracción del pecado, siga el ejemplo de Pablo: dé gracias a Dios por haberle dado libertad a través de Jesucristo. Permita que la realidad del poder de Cristo le conceda una victoria verdadera sobre el pecado.
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
REFERENCIAS CRUZADAS
a 404 Rom 3:19
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
Pablo usa la ilustración del matrimonio para explicar cómo el creyente no está bajo la ley sino bajo la gracia (6:14). Por medio de Cristo el creyente ha muerto a la ley (vers. 4).
Fuente: La Biblia de las Américas
1 super (1) Los vs.1-6 son la continuación de 6:14 y explican por qué no estamos bajo la ley. Por una parte, la ley sigue existiendo, porque Dios no la ha revocado, anulado ni abolido. Por otra parte, debido a la crucifixión de nuestro viejo hombre (6:6), quien es el primer marido, al cual se hace referencia en estos versículos, ya no estamos bajo la ley y no tenemos nada que ver con la ley. En lugar dé eso, hemos llegado a ser la esposa de Cristo, es decir, hemos llegado a ser aquellos que dependen de Cristo.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
conocen la ley. Los principios legales, no la ley mosaica aquí.
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
Pablo introduce aquí una nueva metáfora, la de un matrimonio que da fruto. El cristiano, a causa de su muerte con Cristo, es libre de su matrimonio con la ley y es llevado a un nuevo matrimonio con Cristo. La nueva unión demanda una vida santa como progenie.
Fuente: Biblia de Estudio Anotada por Ryrie
70 (iii) Libertad respecto a la ley (7,1-25). Pablo empezó su descripción de la nueva si tuación del cristiano justificado explicando cómo Cristo puso fin al reinado del pecado y la muerte (5,12-21) y cómo la «vida nueva en Cristo Jesús» supuso una reorientación del yo, de manera que ya no se podía ni siquiera pensar en pecar (6,1-23). En 6,14, obsesionado por el problema planteado por la ley, introdujo la relación de ésta con esa libertad: ¿qué papel seguía teniendo aquélla en la vida humana? En puntos anteriores de Rom (3,20.31; 4,15; 5,13.20) había dejado entrever su preocupación por este problema, pero ahora intenta afrontarlo directamente. ¿Cuál es la relación entre la ley y el pecado? ¿Cómo puede ser ella la servidora de la muerte y la condena (2 Cor 3,7.9)? ¿Cuál es la relación del cristiano con esta ley? Los vv. 1 -6 son la introducción a su respuesta, afirman la libertad del cristiano respecto a la ley, los w. 7-25 explican la relación entre la ley y el pecado. En este punto, Pablo afirma la bondad básica de la ley y demuestra que ésta ha sido utilizada por el pecado como instrumento para dominar a la persona de «carne». Encuentra, pues, la respuesta a su problema, no en la ley como tal, sino en la incapacidad de los seres humanos terrenos, naturales, débiles, para hacer frente a las exigencias de aquélla. 71 En 7,1-6, Pablo entrelaza dos argumentos: (1) La ley obliga sólo a los vivos (7,1.4a); por consiguiente, el cristiano que ha muerto «por medio del cuerpo de Cristo», ya no está atado por ella. (2) La muerte del marido libera a la mujer de las prescripciones específicas de la ley que la vinculan a él; el cristiano es como la esposa judía cuyo marido ha muerto. Igual que ella está libre de «la ley del marido», el cristiano está libre de la ley en virtud de la muerte (7,2.3.4b). El segundo argumento es sólo una ilustración (imperfecta, por lo demás) del primero. No conviene forzarlo hasta convertirlo en una alegoría, como propuso en su día Sanday-Headlam (Romans 172): la esposa = el verdadero yo (Ego); el (primer) marido = la vieja condición del hombre; la «ley del marido» = la ley que condena la vieja condición; el nuevo matrimonio = unión con Cristo. Pues el argumento de Pablo es diferente; es la misma persona la que muere y es liberada de la ley. Utiliza el ejemplo únicamente para esclarecer una idea: que la obligación de la ley cesa cuando se produce la muerte. Puesto que el cristiano ha experimentado la muerte, la ley ya no tiene ningún derecho sobre él. Así arguye en este pasaje, en el cap. 7.
7 21. hermanos: Ésta es la primera vez que se usa este apelativo desde 1,13. quienes conocen la ley: Aunque Weiss, A. Jülicher y E. Kiihl pensaban que Pablo, al dirigirse a cristianos de Roma, se estaba refiriendo así a la ley romana, y otros pocos (Lagrange, Lyonnet, Sanday-Headlam, Taylor) interpretaban no-mon (sin artículo) como «ley en general», la mayoría de los comentaristas entienden con razón que la expresión se refiere a la ley mosaica (véase el comentario a 2,12), porque hay alusiones a ella en 7,2.3.4b y este versículo retoma 5,20; 6,14. Como señalaba Leenhardt (Romans 177), si el argumento de Pablo se basara en un principio jurídico pagano, perdería gran parte de su fuerza demostrativa. Pablo sostiene, de hecho, que Moisés mismo previo una situación en la cual la ley dejaría de obligar. la ley obliga al individuo mientras vive: Lit., «tiene señorío sobre», es decir, mantiene cautiva a una persona con la obligación de observarla. La conclusión de esto se saca en el v. 4a. En este momento se ilustra con la ley matrimonial. 2. una mujer casada: cf. Nm 5,20.29; Prov 6,29. La ley del AT consideraba a la esposa propiedad del marido; su infidelidad era adulterio (Éx 20,17; 21,3.22; Lv 20,10; Nm 30,10-14; cf. R. de Vaux, AI 26). la ley del marido: La prescripción concreta de la ley mosaica, que vincula a la esposa con su propietario (marido). 3. si vive con otro hombre: Lit., «pertenece a otro (hombre)». La expresión procede de Dt 24,2; Os 3,3. La libertad de la esposa llega con la muerte del marido y, evidentemente, nada tiene que ver con el divorcio. 4. por medio del cuerpo de Cristo: Es decir, mediante el cuerpo crucificado del Jesús histórico (véase Gál 2,19-20). Por el bautismo, el cristiano ha quedado identificado con Cristo (6,4-6), participando en su muerte y resurrección. Cuando Cristo murió por todos «en la semejanza de una carne pecadora» (8,3), todos murieron (2 Cor 5,14). podéis pertenecer a otro: El «segundo marido» es Cristo resucitado y glorificado, que como Kyrios tiene en lo sucesivo señorío sobre el cristiano, dar fruto para Dios: La unión de Cristo y el cristiano acababa de ser descrita en términos matrimoniales. Pablo prolonga el tropo: es de esperar que tal unión produzca el «fruto» de una vida reformada.
73 5. cuando vivíamos vidas meramente naturales: Lit. «estábamos en la carne», en el pasado sin Cristo. Esa modalidad de existencia se contrasta implícitamente con la vida «en el Espíritu» (8,9), a la cual alude Pablo en 7,6. pasiones pecaminosas: La propensión a pecar siguiendo fuertes impresiones sensoriales (véase Gál 5,24). excitadas por la ley: La ley sirve de acicate a las pasiones humanas dominadas por la «carne», y así se convierte en ocasión para el pecado. Otro aspecto de esto aparece en el v. 7. producir fruto de muerte: La frase expresa resultado, no finalidad (véase el comentario a eis to + infin., 1,20). Las pasiones no estaban destinadas a contribuir a la muerte, pero, instigadas por la ley, lo hicieron (véase 6,21). 6. pero ahora: En la nueva dispensación cristiana (véase el comentario a 3,21). hemos muerto a lo que en otro tiempo nos tuvo cautivos: Aunque algunos comentaristas intentan referir el pron. «lo que» a la dominación por parte de las pasiones, se trata más bien de otra referencia a la ley que se acaba de mencionar. de manera que sirvamos con la novedad del Espíritu: El Espíritu como principio dinámico de la vida nueva iniciada en el bautismo (6,4) es radicalmente diferente del código escrito. La frase le fue sugerida a Pablo por la mención de la «carne» (v. 5); carne y Espíritu sirvieron así de trampolín para otro contraste, el del Espíritu y la letra (= vida sometida a la ley mosaica; cf. 2 Cor 3,6-8, excelente comentario a este versículo).
74 En los vv. 7-13, Pablo aborda la relación de la ley con el pecado. 7. ¿es la ley pecado?: Está claro que Pablo piensa en la ley mosaica (véase 7,1), pues incluso la cita al mal de este versículo. Pero algunos comentaristas han intentado entender nomos en el presente texto como (1) la ley natural (Orígenes, E. Reuss), o (2) toda ley dada desde el comienzo, incluyendo hasta el «mandato» dado a Adán (Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto, Cayetano, Lietzmann, Lyonnet). Para apoyar esto, se recurre a Eclo 17,4-11, que supuestamente demostraría que los judíos de aquella época extendían la noción de ley a todos los preceptos divinos, incluso a los impuestos a Adán (Eclo 17,7, que se hace eco de Dt 30,15.19) y a Noé. Eclo 45,5(6) habla de la ley dada a Moisés llamándola entolai, «mandatos», la misma palabra utilizada en 7,8. Se dice que Abrahán observó la ley de Dios (Eclo 44,20), y en el posterior TgPsJ (a Gn 2,15) se dice que Adán fue puesto en Edén para observar los mandamientos de la ley (opinión sostenida también por Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum 2,24; PG 6.1092; Ambrosio, De Paradiso 4; CSEL 32.282). Sin embargo, ninguna de estas razones demuestra que Pablo tuviera en mente un concepto de ley más amplio que el de la ley mosaica. Todo lo más se hacen eco de la creencia de algunos judíos de que la ley mosaica era ya conocida como tal para Abrahán u otras personas de tiempos anteriores. Pablo no comparte dicha creencia (4,13; Gál 3,17-19). Más bien le preocupa la conclusión que se podría sacar de algunas observaciones acerca de la ley. Podría parecer que es pecaminosa en sí misma, puesto que «se atravesó» para aumentar los delitos (5,20), proporciona «conocimiento del pecado» y «atrae la ira» (4,15). El rechaza con firmeza tal conclusión (véase el comentario a 3,4). yo no conocí el pecado sino por la ley: Lo que la conciencia captaba como malo llegó a ser considerado transgresión y rebelión formal por medio de la ley. Como en 3,20, la ley aparece como un informador moral.
75 Pablo pasa en este momento a la 1ª pers. sg., y este cambio ha planteado un problema exegético histórico. ¿A quién se alude con ese «yo»? (1) Según A. Deissmann, Dodd, Bruce y Kühl, entre otros, Pablo habla autobiográficamente. Sin embargo, esto no resulta convincente, pues entra en conflicto con lo que Pablo dice acerca de su propio trasfondo psicológico como fariseo y de su experiencia de la ley antes de su conversión (Flp 3,6; Gál1,13-14). También pasa por alto una importantísima perspectiva genérica que adopta en este punto, al reflexionar sobre las etapas de la historia humana. (2) Según P. Billerbeck, Davies y M. H. Franzmann, entre otros, Pablo estaba pensando en el piadoso muchacho judío que a los 12 años quedaba obligado a observar la ley. Sin embargo, esta idea de inocencia infantil resulta demasiado restrictiva para aplicarla a todo el análisis de Pablo. (3) Según Metodio de Olimpia, Teodoro de Mopsuestia, Cayetano, Dibelius, Lyonnet y Pesch, entre otros, Pablo se referiría a Adán enfrentado al «mandato» de Gn 2,16-17. Sin embargo, aunque esto da al pasaje una perspectiva global que necesita, y pese a que Pablo tal vez aluda a Gn 3,13 en 7,11, no explica por qué habría de referirse a Adán como «yo»; y la alusión del v.11 está aislada. De hecho, cuando cita un precepto divino, no es el de Gn 2,16 ó 3,3, sino uno de los mandamientos del Sinaí. (4) Según Agustín, Tomás de Aquino, Lutero, Barth, Althaus y Nygren, entre otros, Pablo estaría hablando de su propia experiencia como cristiano enfrentado a las reglas de su nueva vida como convertido. Sin embargo, en tal caso se debe preguntar a qué viene todo lo que dice acerca de la ley. Tal opinión tiende a hacer de Pablo un joven Lutero. (5) Según Kasemann y muchos otros, Pablo está haciendo uso de una figura retórica, Ego, para poner de manifiesto de manera íntima y personal la experiencia común a todos los seres humanos no regenerados que encaran la ley mosaica y confían en sus propios recursos para cumplir las obligaciones que ésta impone. En vez de usar anthrópos, «ser humano», o tís, «alguien», decidió hablar de Ego, más o menos como en 1 Cor 8,13; 13,1-3.11-12; 14,6-19; Rom 14,21; Gál 2,18-21. Este recurso retórico «se encuentra, no sólo en el mundo griego, sino también en los salmos de acción de gracias del AT cuando se confiesa la liberación divina de la culpa y del peligro de muerte» (Kasemann, Romans 193).
Una insistencia superficial en un solo aspecto del problema del Ego tiende a oscurecer la profunda intuición de Pablo. Éste no considera la confrontación de Ego con el pecado y la ley en un plano psicológico individual, sino desde un punto de vista histórico y colectivo. Pablo contempla con ojos judíos y cristianos -sin Cristo y con Cristo- la historia humana tal como la conocía (véase E. Stauffer, TDNT 2.358-62). Algunas de las afirmaciones que hace en este pasaje son susceptibles de aplicación a experiencias que están más allá de la perspectiva inmediata del apóstol. Lo que éste dice en los vv. 7-25 es indudablemente la experiencia de muchos cristianos enfrentados a la ley divina, eclesiástica o civil; cuando estos versículos se leen a esa luz, pocos dejarán de apreciar su trascendencia. Pero al intentar entender lo que Pablo quiso decir es importante tener presente su perspectiva.
76 no codiciarás: Así se compendia la ley mosaica (Éx 20,17; Dt 5,21). Expresa la esencia de la ley, enseñanza dirigida a los seres humanos para que no se dejen arrastrar por las cosas creadas, en lugar de por el Creador. Con tal mandato, a la conciencia moral indolente se le hace caer en la cuenta de la posibilidad de un quebrantamiento de la voluntad de Dios así manifestada. 8. el pecado encontró su oportunidad a través de ese mandato: El «mandato» puede parecer una alusión a la orden dada en Gn 2,16, pero hace referencia a la prohibición concreta de la ley mosaica que se acaba de citar. En este punto convendría recordar la perspectiva que Pablo tiene de la historia de la salvación (-Teología paulina, 82:42). Desde Adán hasta Moisés la gente obró mal, pero no quebrantó precepto alguno, como hizo Adán. Sus malas obras se convirtieron en infracciones con la llegada de la ley. Ésta se convirtió entonces en una aphorme, «ocasión», «oportunidad» (BAGD 127), para el pecado formal. 9. sin la ley el pecado estaba sin vida: Como un cadáver, era incapaz de hacer nada, incapaz de convertir el mal en rebelión flagrante contra Dios (véanse 4,15; 5,13b). vivo sin la ley: No es una alusión a la feliz e inocente infancia de Pablo, ni una alusión al estado de Adán antes de que comiera el fruto, sino una referencia irónica a la vida llevada por todo el que está sin Cristo e ignora la verdadera naturaleza de la mala conducta. La expresión «sin vida», aplicada al pecado (v. 8), probablemente sugirió a Pablo el contraste «yo estaba vivo»; pero el acento principal recae sobre la expresión «sin la ley». La vida así vivida no era, de hecho, la de la unión con Dios en Cristo; ni era una rebelión abierta contra Dios mediante una transgresión formal, el pecado cobró vida: Con la intervención de la ley, la condición humana ante Dios cambió, pues los «deseos» se convirtieron entonces en «codicia», y el intento de satisfacerlos, en rebeldía contra Dios. Si el vb. anezésen se tomara literalmente, «revivió», resultaría difícil entender cómo se podría aplicar esto a Adán; pero puede significar meramente «cobró vida» (BAGD 53). El pecado «estaba vivo» en la transgresión de Adán; «cobró vida» de nuevo con las transgresiones de la ley mosaica. 10. entonces yo morí: La muerte a la que se refiere aquí no es la de Gál 2,19, por la cual el cristiano muere a la ley mediante la crucifixión de Cristo, de manera que aquélla no tiene ya derecho alguno sobre él. Esta muerte es más bien la situación resultante del pecado como quebrantamiento de la ley. Por medio de las transgresiones formales, los seres humanos quedan sometidos a la dominación de Thanatos (5,12). el mandato que debiera haber significado vida: La ley mosaica prometía vida a quienes la observaran: «quien la cumpla encontrará vida» (Lv 18,5; cf. Dt 4,1; 6,24; Gál 3,12; Rom 10,5). en mi caso significó muerte: La ley como tal no mataba, pero era un instrumento utilizado por el pecado para dar muerte a los seres humanos. No era sólo una ocasión de pecado (7,5) o un informador moral (7,7), sino que también dirigía una condena a muerte contra quienes no la obedecían (Dt 27,26; cf. 1 Cor 15,56; 2 Cor 3,7.9; Gál 3,10). 11. el pecado me engañó: Igual que el mandato de Dios brindó a la serpiente tentadora su oportunidad, el pecado utilizó la ley para engañar a los seres humanos y tentarles a ir tras lo que estaba prohibido. Pablo alude a Gn 3,3, pero en absoluto de manera tan explícita como en 2 Cor 11,3. El engaño tuvo lugar cuando la autonomía humana se vio enfrentada a la exigencia divina de sumisión. Como hizo la serpiente, el pecado tentaba a los seres humanos inmersos en tal enfrentamiento a afirmar su autonomía y hacerse «como Dios». 12. santa, justa y buena: Debido a que la ley había sido dada por Dios y tenía por finalidad dar vida a quienes la obedecieran (7,10.14; Gál 3,24). La ley nunca mandó a los seres humanos hacer el mal; en sí misma era buena. 13. ¿lo que era bueno resultó ser muerte para mí?: ¡Lo anómalo de la ley! De nuevo Pablo rechaza con vehemencia el pensamiento de que una institución divina fuera causa directa de muerte (véase el comentario a 3,4). fue el pecado, para poder manifestarse como pecado: El verdadero culpable fue el pecado, causa directa de la muerte de todos y cada uno (5,12;
6,23). Utilizó la ley como instrumento. Entendido esto, queda claro que la ley no era el equivalente del pecado (cf. 2 Cor 3,7) y se pone de manifiesto lo que el pecado es realmente, rebeldía contra Dios.
77 14-25. La explicación de Pablo no es todavía completa; en el presente pasaje trata de esclarecer la cuestión. ¿Cómo pudo el pecado utilizar algo bueno en sí mismo para destruir a los seres humanos? El problema no estriba en la ley, sino en los seres humanos como tales. 14. la ley es espiritual: Debido a su origen divino y a su propósito de conducir a los seres humanos hasta Dios. Así, no pertenecía al mundo de la humanidad terrena, natural. En cuanto pneumatikos, pertenecía a la esfera de Dios; se oponía a lo que es sarkinos, «carnal», «perteneciente a la esfera de la carne». 15. lo que hago no lo comprendo: El enigma procede de un conflicto que tiene lugar en las más íntimas profundidades de la humanidad, la escisión entre el deseo dominado por la razón y la actuación real, no hago lo que quiero, y lo que hago lo aborrezco: La aspiración moral y la actuación no están coordinadas ni integradas. En conexión con esto se citan a menudo las quejumbrosas palabras del poeta romano Ovidio: «Advierto lo que es mejor y lo apruebo, pero busco lo que es peor» (Metamorph. 7.19). Los esenios de Qumrán explicaban ese mismo conflicto interior enseñando que Dios había puesto dos espíritus en los seres humanos para que los gobernaran hasta el momento en que él les pidiera cuentas, un espíritu de verdad y un espíritu de perversidad (1QS 3,15-4,26) . Pablo, sin embargo, no atribuye la división a espíritu alguno, sino a los seres humanos mismos. 16. estoy de acuerdo en que la ley es buena: El deseo de hacer lo que está bien es un reconocimiento implícito de la bondad y excelencia de la ley en lo que ésta impone. 17. el pecado que habita en mí: Hamartia entró en el mundo para «reinar» sobre la humanidad (5,12.21) y, alojándose dentro de los seres humanos, los esclavizó. Este versículo es en realidad una rectificación de 7,16a: el pecado es responsable del mal que hacen los seres humanos. Puede parecer que Pablo casi exime a los seres humanos de responsabilidad por su conducta pecaminosa (véase 7,20); pero es un pecado humano (5,12d). 18. el bien no habita en mí, es decir, en mi yo natural: Lit., «en mi carne». La matización añadida es importante, pues Pablo encuentra la raíz de la dificultad en el yo humano considerado como sarx, fuente de todo cuanto se opone a Dios. Del Ego considerado como sarx proceden las cosas detestables que uno hace. Pero el Ego como verdadero yo bien dispuesto está desvinculado de ese yo que cayó víctima de la «carne» (-Teología paulina, 82:103). 19-20. Repetición de 7,15.17 desde un punto de vista diferente.
78 21. capto, pues, el principio: Cada cual aprende por experiencia cuál es la situación. En 7,21-25 nomos experimenta un cambio de matiz. Pablo está jugando con otros significados de la palabra que ha utilizado hasta el momento para referirse a la ley mosaica. Ahora nomos denota un «principio» (BAGD 542) o el «modelo» experimentado de la propia actividad. 22. en lo hondo de mí me deleito en la ley de Dios: No es éste el modo cristiano de hablar, sino, como aclaran los versículos siguientes, la «mente» (nous) de una humanidad sin regenerar. Aunque dominado por el pecado cuando es considerado como «carne», cada cual sigue experimentando que desea lo que Dios desea. La mente o razón reconoce el ideal presentado por la ley, la ley de Dios. 23. otro principio está en guerra con la ley de mi mente: El nomos en el cual el yo raciocinante se deleita se opone a otro nomos que en última instancia hace cautivo al yo (6,13.19). Este nomos no es otro que el pecado que habita dentro de uno (7,17), que esclaviza al ser humano de manera que el yo bien dispuesto, que se complace en la ley de Dios, no es libre para observarla. 24. ¡desdichado de mí!: Grito angustioso de todo aquel lastrado por la carga del pecado y al cual éste impide conseguir lo que querría; es un grito desesperado dirigido a Dios buscando su ayuda. ¿quién me salvará de este cuerpo condenado a la perdición?: Lit., «este cuerpo de muerte», véase el comentario a 6,6. Amenazado por la derrota en este conflicto, el ser humano encuentra liberación en la misericordiosa munificencia de Dios manifestada en Cristo Jesús. 25. ¡gracias a Dios!: En el ms. D y en la Vg, la respuesta a la pregunta del v. 24 es «la gracia de Dios», pero ésta es una lectura inferior. El v. 25 es una exclamación que expresa la gratitud de Ego a Dios y anticipa la auténtica respuesta que se va a dar en 8,1-4. La gratitud se expresa «por Jesucristo nuestro Señor», utilizando el estribillo de esta parte de Rom (-50 supra). Tal vez sea preferible separar la exclamación (¡gracias a Dios!) de la frase siguiente, entendiendo ésta como una expresión inicial de la respuesta a la pregunta del v. 24: «(Es llevado a cabo) por Jesucristo…», con la mente: El yo raciocinante se somete de buena gana a la ley de Dios y se sitúa en contraposición al yo carnal, la persona esclava del pecado. Así termina Pablo su análisis de las tres libertades alcanzadas para la humanidad en Cristo Jesús.
(Benoit, P., «The Law and the Cross according to St Paul, Romans 7:7-8:4», Jesús and the Gospel, Volume 2 [Londres 1974] 11-39. Bornkamm, G., Early Christian Experience [Filadelfia 1969] 87-104. Bruce, F. F., «Paul and the Law of Moses», BJRL 57 [1974-75] 259-79. Hübner, H., Law in Paul’s Thought [Edimburgo 1984]. Kümmel, W. G., Romer 7 und die Bekehrung des Apostéis (UNT 17, Leipzig 1929], Raisanen, H., Paul and the Jjxw [WUNT 29, Tubinga 1983].)
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
[1] No toda la Torah pero sólo ese aspecto de la Torah.
[2] La muerte no es a la Torah, sino a la ordenanza particular de un hombre y su mujer. Ya que Israel fue la esposa adultera, YHWH no podía tomarla de nuevo al menos que el esposo muriera, y al menos que fuera perdonada, que es lo que paso cuando Yahshua murió. Israel fue libre del pacto de matrimonio, y YHWH en Su amor la tomó de nuevo después de la muerte, cumpliendo tanto la ley de la mujer adultera y la ley de celos.
[3] La carne buscó vacíos legales para evitar la Torah, y así llevo al pecado. La carne y la Torah son una mortal combinación, mientras que la Torah y el Moshiach, traen vida.
[4] Adán y Eva tuvieron sólo un mandamiento.
[5] Toda la humanidad.
[6] Se reduce a ésto. La Torah y la carne son una mortal combinación, porque la carne violación y vacíos legales. El Espíritu y Moshiaj en nosotros busca obediencia no vacíos legales, y como tal la Torah apela a la carne hasta que esa carne es destruida por Moshiaj, y así la Torah puede hacerse de nuevo útil y una bendición. Por lo que el desafío de YHWH fue removernos de nuestra condición caída (no remover la Torah del hombre caído).
[7] Por tanto la naturaleza de pecado necesita ser perforada (no la apartada Torah misma).
[8] La batalla es entre la Torah en su corazón y mente, versus la ley de pecado y muerte en su carne. La batalla es entre estos dos factores, no entre la ley y el inmerecido favor, ya que caminar en la Torah es una vida llena de inmerecido favor, y caminar en el inmerecido favor es una vida llena de leyes.
[9] El clama por libertad del cuerpo miserable, no de la “miserable Torah” como algunos han tratado de enseñar.
* El uso que Pablo hace de la palabra ley puede tener varios significados, pero a menudo se refiere al sistema de creencias judías. Parte de esto tiene que ver con el cumplimiento de las reglas.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero
Fuente: Versión Biblia Libre del NuevoTestamento