Comentario de Romanos 7:7 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia

¿Qué, pues, diremos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Al contrario, yo no habría conocido el pecado sino por medio de la ley; porque no estaría consciente de la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.

7:7 — “Si es cosa tan buena ser libertados de la ley de Moisés, y si las pasiones pecaminosas eran por ella, ¿no se sigue que es pecado la ley?” Así algunos concluirían. Pablo explica que eso no se sigue. La ley no es pecado, pero por ella uno se da cuenta de la naturaleza verdadera del pecado. Ilustra el punto con la codicia.

Los sabatistas, teniendo que admitir que este contexto habla de una ley a la cual está muerto el cristiano, y ya no más bajo ella, afirman que es la ley de Moisés, pero que los Diez Mandamientos no van incluidos en esa ley. Pero Pablo les prueba ser falsos maestros, hacienda uso del décimo de los diez para ilustrar su punto (Éxo 20:17). La ley de la cual los hermanos judíos habían sido libertados era la ley que incluía el mandamiento de no codiciar.

Los Diez Mandamientos ya no están en vigor; pasaron con la muerte de la ley de Moisés. Los llamados “evangélicos” creen guardar los Diez Mandamientos hoy en día, pero no es cierto. Ignoran el Cuarto por completo. Dicen que el domingo tomó el lugar del sábado, y hablan del “sábado cristiano,” pero todo esto procede de su imaginación y no de las Escrituras.

El cristiano no miente, no debido a los Diez Mandamientos, sino debido a la ley de Cristo (Efe 4:28). Así es con los otros mandamientos de los Diez, menos el cuarto, pues el sábado judaico no era tipo del domingo, sino del descanso eterno en los cielos (Heb 4:1-11). Véase Col 2:16-17.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain

¿Qué pues diremos? Rom 3:5; Rom 4:1; Rom 6:15.

¿la ley es pecado? Rom 7:8, Rom 7:11, Rom 7:13; 1Co 15:56.

pero yo no conocí el pecado sino por la ley. Rom 7:5; Rom 3:20; Sal 19:7-12; Sal 119:96.

tampoco conociera la codicia. Rom 7:8; 1Ts 4:5.

no codiciarás. Rom 13:9; Gén 3:6; Éxo 20:17; Deu 5:21; Jos 7:21; 2Sa 11:2; 1Re 21:1-4; Miq 2:2; Mat 5:28; Luc 12:15; Hch 20:33; Efe 5:3; Col 3:5; 1Jn 2:15, 1Jn 2:16.

Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico

Tanto el pecado como la Ley mantienen a los hombres en la esclavitud. ¿Entonces, es la Ley algo tan malo como el pecado? De ningún modo. Los mandamientos específicos de la ley permitieron una comprensión más clara acerca del pecado. El pecado se aprovecha de este conocimiento más claro para hacernos rebeldes y así nos lleva hacia un pecado más grande. El buen propósito de la Ley era mostrarnos como agradar a Dios para que pudiésemos tener vida. El pecado cambia el propósito de Dios para la Ley, de este modo, efectivamente provoca muerte espiritual (v. Rom 7:10).

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

La próxima pregunta lógica (Rom 6:1, Rom 6:15) es: ¿La ley es pecado? En ninguna manera. (Rom 6:2, Rom 6:15). Pablo enfáticamente niega que la Ley es pecaminosa.

Yo: Comenzando aquí y en el resto de los capítulos, Pablo usa su experiencia personal como una ilustración. La ley revela el pecado.

Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe

NO CONOCÍ EL PECADO SINO POR LA LEY. Hay dos puntos de vista respecto al estado espiritual de la persona descrita en esta sección. Hay quienes mantienen que Pablo aquí se identifica con el creyente en quien se libra constantemente una batalla espiritual entre «la ley de Dios» que obra en su mente y «la ley del pecado» que obra en los miembros de su cuerpo por conducto de la naturaleza pecaminosa (vv. Rom 7:21-25). El punto de vista que sostienen los comentaristas de estas notas de estudio es que esta sección describe la experiencia previa a la conversión de Pablo, o la de cualquier otro que trata de agradar a Dios sin depender de su gracia, misericordia y fortaleza (véanse Rom 8:5 y el ARTÍCULO LA FE Y LA GRACIA, P. 1582. [Rom 5:21]).

(1) En los vv. Rom 7:7-12, Pablo describe el estado de inocencia hasta que las personas tienen «uso de razón». Están vivas (v. Rom 7:9), es decir, sin culpa ni responsabilidad espiritual, hasta que voluntariamente pecan contra la ley de Dios escrita externamente o en el corazón (cf. Rom 2:14-15; Rom 7:7, Rom 9:1-33, Rom 11:1-36).

(2) En los vv. Rom 7:13-20, Pablo describe un estado de esclavitud al pecado porque la ley, cuando se llega a conocer, trae el pecado inconsciente a la conciencia y convierte a las personas en verdaderos transgresores. El pecado llega a ser su amo, aun cuando traten de resistirlo.

(3) En los vv. Rom 7:21-25, Pablo revela la desesperación que embarga a las personas a medida que las reduce a la miseria el conocimiento y el poder del pecado.

Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena

¿La ley es pecado? Pablo quería asegurarse de que sus lectores no llegaran a la conclusión (con base en los vv. Rom 7:4-6) de que la ley misma era mala (cp. el v. Rom 7:12). yo no conocí el pecado. La ley revela el parámetro divino, y a medida que los creyentes se comparan a sí mismos con ese parámetro, podrán identificar con precisión el pecado que es todo lo que difiere de ese parámetro. Pablo utiliza el pronombre personal «yo» en el resto del capítulo y presenta su propia experiencia como un ejemplo de la situación real en la que se encuentra la humanidad no redimida (vv. Rom 7:7-12) y los cristianos (vv. Rom 7:13-25). la codicia. Cita de Éxo 20:17; Deu 5:21.

Fuente: Biblia de Estudio MacArthur

7:7– “Si es cosa tan buena ser libertados de la ley de Moisés, y si las pasiones pecaminosas eran por ella, ¿no se sigue que es pecado la ley?” Así algunos concluirían. Pablo explica que eso no se sigue. La ley no es pecado, pero por ella uno se da cuenta de la naturaleza verdadera del pecado. Ilustra el punto con la codicia.
Los sabatistas, teniendo que admitir que este contexto habla de una ley a la cual está muerto el cristiano, y ya no más bajo ella, afirman que es la ley de Moisés, pero que los Diez Mandamientos no van incluidos en esa ley. Pero Pablo les prueba ser falsos maestros, hacienda uso del décimo de los diez para ilustrar su punto (Éxo 20:17). La ley de la cual los hermanos judíos habían sido libertados era la ley que incluía el mandamiento de no codiciar.
Los Diez Mandamientos ya no están en vigor; pasaron con la muerte de la ley de Moisés. Los llamados “evangélicos” creen guardar los Diez Mandamientos hoy en día, pero no es cierto. Ignoran el Cuarto por completo. Dicen que el domingo tomó el lugar del sábado, y hablan del “sábado cristiano,” pero todo esto procede de su imaginación y no de las Escrituras.
El cristiano no miente, no debido a los Diez Mandamientos, sino debido a la ley de Cristo (Efe 4:28). Así es con los otros mandamientos de los Diez, menos el cuarto, pues el sábado judaico no era tipo del domingo, sino del descanso eterno en los cielos (Heb 4:1-11). Véase Col 2:16-17.

Fuente: Notas Reeves-Partain

LA ABSOLUTA PECAMINOSIDAD DEL PECADO

Romanos 7:7-13

¿Qué hemos de deducir de esto? ¿Que la Ley es el pecado? ¡De ninguna manera! Por el contrario, yo no habría sabido nunca lo que es el pecado si no hubiera sido por la Ley. No habría sabido que la codicia es mala si no fuera porque la Ley dice: «No debes codiciar.» Porque, cuando el pecado había conseguido un asidero por medio del mandamiento, produjo en mí toda clase de malos deseos. Y es que, si no hay ley, el pecado está sólo latente. Yo, por un tiempo, viví sin la ley; pero, cuando llegó el mandamiento, el pecado cobró vida, y en aquel momento supe que había incurrido en la pena de muerte. El mandamiento que estaba diseñado para dar vida, yo descubrí que me traía la muerte. Porque, cuando el pecado consiguió un asidero mediante el mandamiento, por medio de él me sedujo y me dio muerte. Así es que la Ley es santa, y el mandamiento es santo y justo y bueno. ¿Entonces, lo que era bueno me trajo la muerte? ¡De ninguna manera! Pero la razón era que el pecado, para revelarse como lo que es, me produjera la muerte por medio de algo que era en sí bueno, para que, por medio del mandamiento, el pecado apareciera en toda su horrible pecaminosidad.

Aquí empieza uno de los pasajes más maravillosos del Nuevo Testamento; y uno de los más conmovedores, porque Pablo nos presenta su propia autobiografía espiritual, descubriéndonos su corazón y alma.

Pablo está hablando de la torturadora paradoja de la Ley. En sí misma, es algo maravilloso y espléndido. Es santa, que es tanto como decir que es la misma voz de Dios. El sentido de la raíz de la palabra santo (haguios) es diferente. Describe algo que no es de este mundo. La Ley es divina, y transmite la misma voz de Dios. Es justa. Ya hemos visto que la idea de la raíz griega de la justicia nos dice que consiste en dar al hombre y a Dios lo que les es debido. Por tanto la Ley es lo que establece todas las relaciones, humanas y divinas. Si una persona cumpliera perfectamente la Ley, estaría en perfecta relación tanto con Dios como con sus semejantes. La Ley es buena. Es decir, que está diseñada exclusivamente para nuestro supremo bien. Su fin es hacer que el hombre sea bueno. Todo esto es cierto; y, sin embargo, es un hecho que esa misma Ley es el medio por el que el pecado se introduce en el hombre. ¿Cómo puede ser así? Hay dos maneras en las que se puede decir que la Ley es, en cierto sentido, el origen del pecado.

(i) Define el pecado. El pecado sin la Ley, como dijo Pablo, no tiene existencia. Hasta que la Ley define algo como pecado, no se podía saber que lo fuera. Podríamos encontrar una cierta analogía con lo que pasa en los juegos, por ejemplo el tenis. Un jugador podría dejar que la pelota botara más de una vez en su campo antes de devolverla; si no hubiera reglas del juego, eso no sería ninguna falta. Pero hay reglas, y establecen que la pelota no puede botar más de una vez antes de que se devuelva al otro lado de la red; así que es falta dejarla botar dos veces. Las reglas definen las faltas, y la Ley define el pecado.

Podemos tomar una analogía mejor: lo que se le puede permitir a un niño, o a una persona sin civilizar de un país salvaje, no se le permitiría a un hombre maduro de un país civilizado. La persona madura y civilizada reconoce unas reglas de conducta que no conocen el niño o el salvaje; por tanto, no se le perdonaría lo que a éstos se les puede perdonar.
La Ley crea el pecado en el sentido de que lo define. Tal vez en algún lugar era legal conducir un vehículo en cualquiera de los dos sentidos; pero luego se decidió que no se podía nada más que en un sentido, y desde aquel momento está prohibido hacer lo que antes estaba permitido. Así la Ley, al presentar sus prohibiciones, crea el pecado.
(ii) Pero hay un sentido mucho más serio en el que la Ley produce el pecado. Una de las cosas raras de la vida es la fascinación de lo prohibido. Los rabinos judíos y los pensadores descubren esa tendencia en el Huerto del Edén. Al principio Adán vivía inocentemente. Entonces se le prohibió para su bien que no comiera el fruto de cierto árbol; pero vino la serpiente y cambió astutamente la prohibición en una tentación. El hecho de que estuviera prohibido hacía aquel árbol más deseable; así es que Adán fue seducido al pecado por el fruto prohibido, y la muerte fue la consecuencia.
Filón de Alejandría alegorizaba toda la historia. La serpiente era el placer; Eva representaba los sentidos; el placer, como sucede siempre, quería la cosa prohibida, y atacó por los sentidos. Addn era la razón; y, por el ataque de lo prohibido a los sentidos, la razón se extravió y vino la muerte.

En un pasaje de sus Confesiones, Agustín habla de la fascinación que produce la cosa prohibida.

» Había un peral cerca de nuestra viña, cargado de fruta. Una noche de tormenta, unos cuantos gamberros hicimos el plan de robarla y llevarnos el botín. Cogimos un montón tremendo de peras -no para comérnoslas nosotros, sino para echárselas a los cerdos, aunque nosotros también comimos lo suficiente para saborear el fruto prohibido. No eran muy buenas; pero no eran las peras lo que codiciaba mi alma pecadora, porque tenía muchas mejores en casa. Las cogí sencillamente para cometer un robo. La única fiesta que celebré fue la de la iniquidad, y ésa la disfruté a tope. ¿Qué era lo que me atraía del robo? ¿El placer de actuar contra la ley, yo que, al fin y al cabo, era un prisionero de las reglas, para tener un pobre simulacro de libertad haciendo algo prohibido, como una forma de impotente pataleo? … El deseo de robar me lo suscitaba precisamente la prohibición de hacerlo».

Poned algo en la categoría de lo prohibido, o fuera de los límites, e inmediatamente ejerce fascinación. En este sentido, la Ley produce el pecado.
Pablo usa una palabra reveladora en relación con el pecado: «El pecado me sedujo.» Siempre hay decepción en el pecado. Vaughan dice que la ilusión del pecado obra en tres direcciones. (i) Nos engañamos pensando en la satisfacción que vamos a encontrar en él. Todos tomamos la cosa prohibida creyendo que nos va a hacer felices; pero a nadie le resulta así. (ii) Nos engañamos creyendo que tenemos disculpa. Todos pensamos que podemos justificarnos por haber hecho lo que no debíamos; pero la disculpa no suena más que como vana cuando se hace en la presencia de Dios. (iii) Nos engañamos pensando en la probabilidad de escapar a las consecuencias. Todos pecamos con la esperanza de salirnos con la nuestra; pero es muy cierto que, más tarde o más temprano, se nos descubrirá.

Entonces, ¿es la Ley una cosa mala porque produce el pecado? Pablo no tiene la menor duda de que hay sabiduría en el proceso. (i) Primero, está convencido de que, sean las consecuencias las que sean, el pecado tiene que verse como pecado. (ii) El proceso muestra la terrible naturaleza del pecado, porque toma una cosa -la Ley- que era santa y justa y buena, y la retuerce para que sirva para el mal. Lo terrible del pecado se ve en el hecho de que puede tomar una cosa buena, y convertir- la en un instrumento para el mal. Eso es lo que hace el pecado. Puede tomar el encanto del amor, y convertirlo en lujuria. Puede tomar el deseo honroso de independencia, y convertirlo en una obsesión de dinero y poder. Puede tomar la belleza de la amistad, y usarla como seducción para cosas malas. Eso era lo que Carlyle llamaba «la infinita condenabilidad del pecado.» El mismo hecho de que tomó la Ley y la convirtió en una cabeza de puente para el pecado muestra la suprema maldad del pecado. Todo este proceso no es accidental; está diseñado para mostrarnos lo terrible que es el pecado, porque puede tomar las cosas más maravillosas y contaminarlas con su sucio contacto.

Fuente: Comentario al Nuevo Testamento

Rom 3:20; Éxo 20:17; Deu 5:21.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

— yo: En todo este pasaje, Pablo se expresa en primera persona singular. ¿Se trata de un relato autobiográfico? Así lo han interpretado no pocos comentaristas. Pero es más probable que se trate de un recurso estilístico para dramatizar la experiencia de todos los que pretenden alcanzar la salvación apoyándose en sus fuerzas. Es, por tanto, la historia humana con Cristo o sin Cristo lo que aquí se describe, y no la simple experiencia personal de Pablo.

Fuente: Traducción Interconfesional HispanoAmericana

La historia y la vida de los judíos bajo la ley. Pablo ha dicho algunas cosas negativas sobre la ley en 7:1-6; la ha asociado con el pecado como el “poder” del antiguo régimen y ha declarado que lo que hace, en realidad, es provocar el pecado (v. 5) pero estos versículos son sólo el clímax de una serie de declaraciones negativas sobre la ley en Rom. Pablo ha demostrado que la ley es incapaz de justificar (3:20a), que hace reconocer el pecado (3:20b), y que, ciertamente, estimula el pecado (5:20) y produce ira (4:15). Podemos, entonces, imaginarnos muy bien a alguien pensando que Pablo cree que la ley es mala. El ha tenido suficiente experiencia como para saber que tal malentendido sobre su teología de la ley es una posibilidad siempre latente. Por lo tanto, introduce una digresión sobre la ley mosaica en la que advierte sobre esta falsa interpretación. Defiende la bondad de la ley demostrando que los efectos negativos que produce no son debidos a la ley en sí misma, sino al poder del pecado y a la debilidad humana. Pablo resume sucintamente el énfasis central de 7:7-25 en 8:3a: “lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era débil por la carne”. Señala esto en el contexto de un bosquejo del efecto que la ley ha tenido sobre el pueblo judío.

7-12 Este párrafo sobre la venida de la ley logra dos propósitos: sostener, contra un posible malentendido (7a), que el mandamiento (la ley de Moisés) es santo, justo y bueno (12), y explicar la relación entre el pecado y la ley (7b-11). Al destacar esto último Pablo afirma que la ley había sido el medio por el cual él llegó a “conocer” el pecado (7b). Lo que Pablo quiere decir por medio de estas palabras no es simplemente que la ley le dijo qué era pecado, sino que la ley, con su explícito detalle de los mandamientos de Dios, le dio al pecado la oportunidad de estimular la rebelión en contra de Dios, y puso absolutamente en claro su pecaminosidad y muerte (8-11). Nuestra pecaminosidad es tal que el mismo hecho de determinar que una acción es pecado contra la santa ley de Dios nos lleva a violarla; y es en esta forma que la ley “despierta las pasiones pecaminosas” (5:20; 7:5) y produce ira (4:15).

El uso que hace Pablo de la primera persona del singular (“yo”) en su narrativa, para enfatizar este punto, hace surgir la pregunta sobre qué experiencia está describiendo aquí. Muchos piensan que está reflexionando sobre el hecho de llegar a la mayor ía de edad como joven judío, cuando el pecado revivió en su experiencia y le hizo ver claramente que era un pecador (yo morí). Otros piensan que Pablo está describiendo el tiempo en que, poco antes de su conversión, el Espíritu comenzó a convencerlo de su pecado. Pero el hecho de que esta experiencia ocurrió cuando vino el mandamiento sugiere otra posibilidad. Como aclara el contexto, el mandamiento seguramente se refiere a la ley mosaica (ver vv. 7, 12); y la ley mosaica “vino” cuando Dios se la dio al pueblo de Israel en el monte Sinaí. A los judíos del siglo I se les enseñaba que pensaran como si hubieran tomado parte en las experiencias históricas de Israel (como en el ritual de la Pascua). Pablo podría entonces estar describiendo en estos versículos no su propia experiencia personal, sino la experiencia del pueblo judío en su conjunto. Lo que Pablo podría estar diciendo, entonces, es que la entrega de la ley de Moisés a Israel no significó para ellos la vida (como enseñaban algunos rabinos) sino la muerte; porque la ley de Moisés, al estimular al pecado, “provocó ira”, haciendo ver más claramente que nunca la distancia que separaba a los judíos de Dios.

13-25 Esta segunda parte de la digresión de Pablo sobre la ley mosaica nos presenta un “eslabón perdido” en su argumento de 7:7-12: la debilidad de los seres humanos como razón por la cual el pecado pudo usar a la ley para provocar la muerte. La ley, aunque espiritual, no puede liberar al pueblo de su atadura al pecado y la muerte (21-25) porque ellos son “carnales”, incapaces de obedecer la ley aunque concuerdan en que es buena (16). Es la ley de Moisés, entonces, en la que Pablo centra la atención en estos versículos.

La enseñanza de Pablo sobre la ley encuadra dentro de una extensa “confesión personal”. ¿De quién es la experiencia que Pablo describe aquí? Muchos, observando que Pablo ahora escribe en tiempo presente (contrapuesto al tiempo pasado utilizado en los vv. 7-11) y que dice deleitarse en la ley de Dios, sostienen que ha de estar describiendo su situación actual como creyente maduro. Entonces, el pasaje destacaría que la ley no puede ofrecer victoria sobre el poder del pecado dentro del creyente en Cristo, quien, aunque regenerado y libre del poder condenatorio del pecado, no puede escapar de las garras del mismo (cf. 14, 23, 25). Aunque esta interpretación del pasaje cuenta con fuertes apoyos (p. ej. Agustín, Lutero, Calvino), y merece gran respeto, hay un enfoque alternativo. La mayoría de nosotros, como cristianos, podemos identificarnos con las luchas que Pablo describe en los vv. 15-20, pero el tratamiento objetivo que Pablo hace de la situación sobre la que habla hace difícil pensar que está describiendo a un cristiano. Pablo dice que está vendido a la sujeción del pecado (14b; cf. v. 25), y que está encadenado con la ley del pecado (23). La descripción anterior parece ser diametralmente opuesta a la descripción de los cristianos en el cap. 6 (“libres del pecado”, v. 22), y la última choca con la aseveración de Pablo en 8:2, de que el cristiano ha sido liberado “de la ley del pecado y de la muerte”. Parece, entonces, que Pablo en estos versículos está describiendo su experiencia como judío no regenerado, encontrando que su amor por la ley de Dios y su deseo de obedecerla se veían constantemente frustrados por su fracaso en obedecerla. Ciertamente, no podemos estar seguros respecto de hasta qué punto Pablo era consciente de esta lucha en los días anteriores a su conversión. (Su afirmación en Fil. 3:6 de que era “irreprensible” en relación con la “justicia legalista”, se refiere a su condición legal según las pautas de los fariseos y no a su situación real.) Seguramente, sólo a la luz de su conocimiento de Cristo, Pablo habría reconocido la profundidad de la pecaminosidad que describe aquí. En los vv. 7-11, entonces, Pablo describe el efecto de la entrega de la ley sobre sí mismo y sobre todos los demás judíos, mientras que en los vv. 13-25 describe la existencia continuada de un judío, como él fuera alguna vez, bajo la ley. El tiempo presente, que comienza a utilizar en el v. 14, corresponde mucho mejor a la descripción de un estado permanente.

El v. 13 es de transición, y resume el argumento de los vv. 7-12 -la ley es buena, pero ha sido utilizada por el pecado para producir muerte y, por lo tanto, revela al pecado tal como es (sobremanera pecaminoso)- como punto de partida para los vv. 14-25. El hecho de que la ley es espiritual, pero yo soy carnal (sarkinos), prepara el escenario para la lucha que se describe en los vv. 15-20. El reconocimiento de que la ley de Dios es buena, y el deseo de obedecerla se encuentran con la incapacidad real de cumplir la ley en la práctica. El “querer” (utilizado aquí en forma no técnica) y el “hacer” se oponen el uno al otro. Esto revela, concluye Pablo, que en mí, a saber, en mi carne, no mora el bien (18), y que el pecado que mora en mí ha de ser responsable de mis acciones (17, 20). Aquellos que abogan por la interpretación de este pasaje como refiriéndose a un “cristiano maduro”, creen que Pablo alude al continuo poder del pecado y de la carne en la vida del creyente. Sin embargo, parece que la referencia tiene que ver con la forma en que el poder del pecado evita que el no cristiano obedezca la ley de Dios.

En el v. 21 Pablo resume la ley (una mejor traducción sería “principio”) que él encuentra obrando en la lucha que ha descripto en los vv. 15-20: el deseo de hacer el bien es desafiado, y hasta superado, por la tendencia a hacer el mal. El deleite en la ley de Dios (como era típico del pueblo judío), se encuentra con la fuerza de una ley diferente. Mientras algunos consideran que esta “ley diferente” es sólo otra función de la misma ley mosaica, la palabra diferente (heteros) sugiere que Pablo tiene en mente una “ley” distinta de la ley mosaica. Esta “ley” es la “fuerza” o “poder” del pecado, que Pablo contrasta con la ley de Dios (ver también 3:27; 8:2). Pablo confiesa ser él mismo prisionero de esta ley de pecado, una firme indicación de que está describiendo su pasada experiencia como judío bajo la ley (contrastar con 8:2).

La respuesta de Pablo a esta prisión es clamar: ¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La emoción con que Pablo clama puede sugerir que verdaderamente se encuentra en esta “miserable” condición mientras escribe esas palabras, y que su clamor es por liberación, como cristiano, de la mortalidad física. Pero Pablo el cristiano no necesita preguntar quién es su libertador, y la “muerte” en este pasaje generalmente se refiere a la muerte en todos sus aspectos como castigo de Dios sobre el pecado (ver vv. 5, 9-11, 13). Es mejor, por lo tanto, atribuir este clamor al sincero y piadoso judío que, frustrado por su incapacidad para obedecer la ley de Dios, anhela ser liberado del pecado y de la muerte. Pablo puede describirlo en forma tan realista y apasionada porque él mismo experimentó ese estado, y porque era una condición que todavía, trágicamente, caracterizaba a la mayoría de sus “hermanos, los que son mis familiares según la carne” (ver 9:1-3). Al comienzo del v. 25 Pablo el cristiano interrumpe su descripción de la vida judía bajo la ley para anunciar a aquel en quien se encuentra la liberación de la muerte: Jesucristo nuestro Señor. Al final del versículo, entonces, Pablo vuelve a resumir la situación del judío bajo la ley: Con la mente sirvo a la ley de Dios -admitiendo que la ley de Dios es buena y desea cumplirla- pero con la carne, a la ley del pecado (es decir, que la carne le impide cumplir la ley de Dios).

Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno

NOTAS

(1) O: “No codiciarás”.

REFERENCIAS CRUZADAS

o 419 Rom 7:14

p 420 Rom 3:20; Gál 3:19

q 421 Miq 2:2; Hch 20:33

r 422 Éxo 20:17; Deu 5:21; Efe 5:3

Fuente: Traducción del Nuevo Mundo

7 (1) En los vs. 7-25 Pablo usó la experiencia que él mismo tuvo antes de creer en el Señor, para mostrar la miseria de tratar de hacer el bien bajo la ley con el fin de agradar a Dios. En esta sección no se menciona el espíritu humano ni el Espíritu de Dios, sino la voluntad y la mente del alma humana (vs.19,23), las cuales intentan agradar a Dios con el bien de la vida natural (vs.18-19,21). Aunque este cuadro presenta la situación de una persona que no es salva, casi todos los cristianos pasan por esta clase de experiencia después de ser salvos.

7 (2) La ley nos presenta un cuadro de Dios y le define ( Lev_19:2). Por consiguiente, impone muchas exigencias y requisitos en el hombre caído, y con esto identifica al pecado como pecado y lleva al hombre al conocimiento del pecado (3:20; 4:15; 5:20). De esta manera el hombre es expuesto y también sojuzgado por la ley (3:19).

7 (3) El décimo mandamiento, «No codiciarás», no está relacionado con la conducta exterior, sino con el pecado que está dentro del hombre, principalmente en sus pensamientos. Esto muestra que el problema del hombre tiene que ver con el pecado que mora en él, y no solamente con los actos pecaminosos exteriores.

Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro

dijera… Lit. decía; No codiciarás…Éxo 20:17; Deu 5:21.

Fuente: Biblia Textual IV Edición

R874 El futuro volitivo aparece en este versículo (ἐπιθυμήσεις): No codiciarás.

TGr86 Pablo habla de la codicia como una experiencia personal (v.7) y aparentemente hace su propia confesión: el pecado forjó en mí toda forma de concupiscencia (v. 8; comp. BD281; los vv. 7-25 no son claros, pero la vehemencia de la pasión indica que esta es la propia experiencia de Pablo -R402).

T39 Pablo se coloca a sí mismo y a su lector como ejemplos vivos para ilustrar un punto, sin intentar aplicarse literalmente a sí mismo o a su lector lo que se dice (vv. 7 y sigs.). [Editor. Compare las dos afirmaciones de Turner. La expresión enfática αὐτὸς ἐγώ con el verbo δουλεύω en el v. 25 parece indicar que este pasaje se aplica al mismo Pablo.]

Fuente: Ayuda gramatical para el Estudio del Nuevo Testamento Griego

O, lujuria

Fuente: La Biblia de las Américas

Lit. u161?No suceda! u161?Jamás!

7.7 Lit. decía.

7.7 g Éxo_20:17; Deu 5:21.

Fuente: La Biblia Textual III Edición