Comentario de Santiago 4:1 – Exégesis y Hermenéutica de la Biblia
¿De dónde vienen las guerras y de dónde los pleitos entre vosotros? ¿No surgen de vuestras mismas pasiones que combaten en vuestros miembros?
4:1 — «¿De dónde… entre vosotros?» Habiendo acabado de hablar de la paz que es fruto de la sabiduría divina, Santiago pasa a hablar de condiciones donde no prevalece la sabiduría divina en los corazones de los cristianos. Hay comentaristas que toman las palabras «guerras», «pleitos», y «matáis» (del versículo 2) literalmente, y expresan gran sorpresa de que tales cosas existieran entre los cristianos. Es más probable, según juzgo yo, que Santiago estuviera hablando figuradamente, refiriéndose más bien a conflictos y pleitos en el sentido moral o espiritual.Fuente: Comentario al Nuevo Testamento por Partain
de dónde vienen las guerras. Stg 3:14-18.
de vuestras concupiscencias. Stg 4:3; Stg 1:14; Gén 4:5-8; Jer 17:9; Mat 15:19; Mar 7:21-23; Jua 8:44; Rom 8:7; 1Ti 6:4-10; Tit 3:3; 1Pe 1:14; 1Pe 2:11; 1Pe 4:2, 1Pe 4:3; 2Pe 2:18; 2Pe 3:3; 1Jn 2:15-17; Jud 1:16-18.
combaten en vuestros miembros. Rom 7:5, Rom 7:23; Gál 5:17; Col 3:5.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Debemos luchar contra la codicia, Stg 4:1-4;
el orgullo, Stg 4:5-10;
y el juzgar a otros precipitadamente, Stg 4:11, Stg 4:12;
y no debemos confiar en el buen éxito de los negocios mundanales, sino estar siempre conscientes de la incertidumbre de la vida, para encomendarnos a nosotros mismos y todos nuestros asuntos a Dios, Stg 4:13-17.
Fuente: El Tesoro del Conocimiento Bíblico
Purificación para los cristianos carnales (1Co 3:1-4):
(1) evidencias de luchas con el pecado (vv. Stg 4:1-4);
(2) el anhelo de Dios para dar mayor gracia (vv. Stg 4:5, Stg 4:6);
(3) la manera de bendecir (vv. Stg 4:7-10).
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
El conflicto en nosotros es entre nuestras pasiones y el deseo por la voluntad de Dios, una actitud que Espíritu Santo ha establecido en nosotros (v. Stg 4:5).
Fuente: Nuevo Comentario Ilustrado de la Biblia Caribe
¿DE DÓNDE VIENEN LAS GUERRAS Y LOS PLEITOS ENTRE VOSOTROS? La mayor fuente de las desavenencias y los conflictos en la iglesia es el deseo de reconocimiento, honra, poder, placer, dinero y superioridad. La satisfacción de los deseos egoístas se vuelve más importante que la justicia y la voluntad de Dios (cf. Mar 4:19; Luc 8:14; Gál 5:16-20). Cuando eso sucede, surgen conflictos egoístas en la comunidad. Los contendientes demuestran que no tienen el Espíritu y que están fuera del reino de Dios (Gál 5:19-21; Jud 1:16; Jud 1:19).
Fuente: Biblia de Estudio Vida Plena
Capítulo 4.
Las Pasiones Engendran la Discordia, 4:1-12.
Aquí el autor sagrado pasa a considerar la ambición o el deseo de riquezas, que, como dice San Pablo 1, es “la raíz de todos los males.” Esa ambición produce discordias entre los cristianos, por lo cual Santiago arremete contra esta “auri sacra fames” en todo este capítulo y en parte del siguiente 2. En toda esta sección expone las causas que motivan las discordias entre los cristianos. Por una parte está la envidia de los pobres (v.1-12); por otra, la avaricia desmesurada de los mercaderes (v. 13-17), y, en fin, la injusticia de los ricos (5:1-6).
Las causas que motivan la discordia son, 4:1-3.
1 ¿Y de dónde entre vosotros tantas guerras y contiendas? ¿No es de las pasiones, que luchan en vuestros miembros? 2 Codiciáis, y no tenéis; matáis, ardéis en envidia, y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra, y no tenéis porque no pedís; 3 pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones.
La verdadera sabiduría produce la paz. Mas esta paz es frecuentemente turbada en las comunidades cristianas por las querellas y los conflictos. La causa de todo esto son Zas pasiones desordenadas, la concupiscencia (ηδονή), que tiene su sede en la parte inferior del cuerpo humano, es decir, en nuestros miembros, de los cuales se sirve como instrumentos para engendrar la lucha dentro de nosotros mismos (v.1). Esta lucha íntima fue experimentada también por San Pablo 3. El objeto de la concupiscencia son los placeres y los deleites de los sentidos y la comodidad de la vida. Para satisfacer éstos se necesitan bienes terrenos, como dinero, vestidos, joyas, los cuales se desean con avaricia y se buscan por todos los medios.
La concupiscencia que no es domada provoca las guerras y las contiendas. Estas provienen de la codicia de bienes que no se poseen y se desean ardientemente. Entonces nacen la envidia4 y los celos. Pero como ni con esto se obtiene lo que se desea, surge entonces la irritación, el litigio, que pueden llevar a actos de hostilidad (v.2). El análisis psicológico de Santiago es muy hermoso.
El motivo de no obtener lo que se desea es la falta de la verdadera oración. No se dirigen a Dios con las verdaderas disposiciones de la oración impetratoria. Dios da a todos generosamente5, a condición de que se lo pidamos 6. Pero esta petición hay que hacerla con buena intención (ν.3). Santiago dice a sus lectores que piden los bienes codiciados con mala intención, no para sostener la fragilidad humana, sino para satisfacer sus incontrolados placeres (San Beda). Muchos fieles no cumplían el mandato del Señor: “Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia”7, sino que buscaban la abundancia para satisfacer sus pasiones. Los bienes terrenos pueden ser objeto de oración. Nuestro Señor en el Padre nuestro nos manda pedir el pan cotidiano y demás bienes de la tierra necesarios para la vida, pero en el supuesto de que no nos resulten nocivos 8. Se pueden pedir bienes temporales en la oración con tal de que se haga con recta intención, o sea para mejor cumplir la voluntad de Dios, pues, como dice la 1 Jn, “si pedimos alguna cosa conforme con su voluntad, El nos oye.” 9
La segunda causa de discordias: el amor del mundo, 4:4-6.
4 Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemiga de Dios? Quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. 5 ¿O pensáis que sin causa dice la Escritura: El Espíritu que mora en vosotros se deja llevar de la envidia? 6 Al contrario, El da mayor gracia. Por lo cual dice: Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da la gracia.
Aquí inicia el autor sagrado una severa requisitoria contra aquellos que, siguiendo las pasiones, abandonan a Dios, esposo de las almas, para cometer adulterio con el mundo. Los cristianos sometidos a los placeres terrenos cometen un adulterio espiritual. En el Antiguo Testamento, la alianza de Yahvé con el pueblo elegido es representada frecuentemente bajo la imagen del matrimonio: Dios es el esposo; Israel, la esposa. Si ésta es infiel al pacto, Dios le reprocha llamándola adúltera 10. También Jesucristo llamó adúltera a la generación judía que no lo quería reconocer como Mesías . San Pablo llama a Cristo esposo y cabeza de la Iglesia 12. Lo que se aplicaba al pueblo elegido, se podía aplicar a los cristianos, verdaderos sucesores del auténtico Israel
Santiago afirma claramente que no se puede ser amigo del mundo y, al mismo tiempo, amigo de Dios. Los compromisos son imposibles entre estas dos potencias adversas. Es necesario decidirse por el uno o por el otro. Esta enseñanza es el eco de aquellas palabras de Cristo: “Nadie puede servir a dos señores, a Dios y a Mammón.”13 La hostilidad irreductible entre Cristo y el mundo es afirmada por nuestro Señor mismo 14. Y lo mismo enseña San Juan en su primera epístola 15.
El autor sagrado confirma a continuación su pensamiento con una prueba escriturística: ¿ O pensáis que sin causa dice la Escritura: Con ardiente celo, (Dios) ama el espíritu que ha hecho habitar en nosotros? (ν.5). Sería una cita tomada de Gen 2:7, y que también estaría inspirada en la idea – expresada frecuentemente en la Biblia – de que Dios ama con amor celoso a los hombres 16. La versión que adoptamos nos parece ser la más conforme con los mejores códices griegos. La Vulgata, a la cual sigue Nácar-Colunga, considera el espíritu como sujeto. Sería el Espíritu Santo, que habita en nosotros 17, y nos desearía con ardiente celo. Pero, en este caso, ¿a qué texto bíblico aludiría? Creemos que es mejor considerar a Dios como sujeto de la frase. El es el místico Esposo de nuestras almas, y ama, hasta sentir celos, el espíritu humano que ha infundido en nosotros con su soplo creador, pues Dios es el único dueño del hombre por razón de la creación.
Este texto, considerado una crux ínterpretum, ha dado origen a muy diversas explicaciones y conjeturas. La más interesante es, sin duda, la propuesta por Wettstein, el cual cree que se dio una confusión entre las palabras πρόβ φ3όνον = “ad invidiam,” “con ardiente celo,” y προς τον θεόν = “versus Deum,” que sería la lección original. En cuyo caso habría que traducir: “hacia Dios dirige sus anhelos el espíritu que (El) hizo habitar en nosotros.” Esta corrección textual correspondería perfectamente con el contexto, y provendría de dos textos bíblicos combinados 18. Tiene, sin embargo, el inconveniente que no coincide bien con lo que sigue.
Dios quiere para sí solo todo el amor del hombre y no soporta que lo divida con el mundo. Por el hecho de amarnos Dios con amor tan ardiente, nos otorga una mayor gracia (v.62), a fin que podamos llevar a la práctica una cosa tan difícil. El hecho de que Dios exija la totalidad de nuestro amor es difícil de cumplir, porque el mundo nos incita con sus atractivos. Pero mayor es la gracia con la que Dios fortalece al hombre para que se entregue plenamente al servicio de Dios. El comparativo μείζονα ha de entenderse, en este caso, en sentido absoluto. Esto nos recuerda ciertos pasajes de los profetas, en que Israel, a pesar de haberse prostituido, es tan amado de Yahvé que incluso le promete una bendición más abundante, una gloria aún mayor 19.
El recuerdo de la gracia trae a la mente del autor sagrado un texto bíblico que habla de este don divino que Dios concede a los humildes: Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da la gracia (v.6b). La cita pertenece al libro de los Proverbios,Gen 3:34, aducida según la versión de los LXX 20. La gracia que Dios da a los humildes debe entenderse, en el texto de los Proverbios, de un favor divino que no es sólo espiritual, sino también temporal. Porque Dios maldice la casa de los malvados y bendice la de los justos. Pero Santiago entiende el texto en un sentido más profundo 21, más en conformidad con el Nuevo Testamento 22.
Los soberbios son los amadores del mundo, a los cuales niega su gracia y benevolencia y les prepara un castigo eterno. Los humildes representan aquellos que responden a la llamada divina, se someten totalmente a su voluntad y confían en El. A éstos les da su gracia, los llena de bienes como a amigos carísimos y les tiene reservada la bienaventuranza eterna.
La tercera causa de discordia: el orgullo,Gen 4:7-10.
7 Someteos, pues, a Dios y resistid al diablo, y huirá de vosotros. 8 Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros. Lavaos las manos, pecadores, y purificad vuestros corazones, almas dobles. 9 Sentid vuestras miserias, llorad y lamentaos; conviértase en llanto vuestra risa, y vuestra alegría en tristeza. 10 Humillaos delante del Señor y El os ensalzará.
Para conseguir esa gracia superabundante hemos de humillarnos delante de Dios, someternos a su santa voluntad, y de este modo venceremos al diablo (v.7). Santiago no dice explícitamente con qué armas hemos de vencer al diablo, porque esto lo suponía bien sabido de los cristianos, a los cuales se dirige. Al diablo se le debe vencer con el escudo de la fe y con la práctica de la humildad y demás virtudes cristianas. El diablo no tiene poder sobre nosotros sino en la medida en que nosotros se lo permitamos. Si obramos bien y estamos sometidos a Dios, no podrá hacer nada contra nosotros y huirá. A este propósito dice muy bien Hermas: “No temáis al diablo. El diablo no puede otra cosa que causar miedo, pero es un miedo vano. No temáis, y huirá lejos de vosotros. No puede dominar a los siervos de Dios, que ponen toda su esperanza en Dios. Puede combatir, pero no vencer. Si, pues, vosotros le resistís, huirá lejos de vosotros confundido.” 23
Huir del demonio es acercarse a Dios, el cual nos dará su gracia para poder resistir al mal. A Dios nos podremos acercar mediante los afectos de nuestra alma, y principalmente por medio de la oración, que penetra hasta el mismo trono de Dios 24. Dios se acercara a nosotros (v.8) mediante sus favores y sus especiales auxilios, a fin de socorrernos en los momentos de peligro 25. Pero, si queremos que Dios esté a nuestro lado, hemos de esforzarnos por purificar nuestras acciones – lavaos las manos – y por purgar nuestros afectos internos – vuestros corazones -, obrando con recta intención 26, y entonces desaparecerá la duplicidad del alma pecadora. El autor sagrado se refiere a la purgación del alma de todas las manchas contraídas por la amistad con el mundo y a la total renuncia al espíritu mundano.
Condición preliminar para la conversión es el reconocer y sentir la propia miseria moral 27. Santiago insiste sobre los signos que manifiestan externamente la compunción interior, como era usual entre los orientales. En la Biblia se invita con frecuencia a cambiar la alegría profana en llanto saludable de penitencia28. Es mejor para el alma practicar el espíritu de compunción, que la conducirá a Dios, que abandonarse a las alegrías mundanas, las cuales hacen al alma olvidarse de Dios. Jesucristo expresa las mismas ideas en el sermón de la Montaña cuando declara “bienaventurados a los que lloran, porque ellos serán consolados” 29. El autor sagrado, al aconsejar a los fieles que se aflijan y lloren, no les pide que supriman toda alegría moderada o todo goce inocente, sino que quiere señalar a los hombres mundanos lo que deben hacer para recuperar el favor divino. Como penitentes que rechazan lo que hasta entonces habían amado, han de imitar al publicano del Evangelio, que, estando en el templo, “no se atrevía a levantar los ojos al cielo y hería su pecho diciendo: ¡Oh Dios, sé propicio a mí, pecador!” 30 Esta humildad, provocada por el conocimiento de su miseria, le valió la justificación.
En lugar de gozar orgullosamente de la vida, han de humillarse delante del Señor, y El los ensalzará (v.10). El Señor se complace en habitar con el humilde 31. El tema de la exaltación del humilde se encuentra frecuentemente en la Biblia32. En nuestro pasaje se trata de una exaltación espiritual y moral, con la perspectiva del premio en la vida futura. De esta exaltación había hablado ya nuestro Señor en el Evangelio 33. Se trata de la exaltación que supone el ser hijo de Dios, participante de la vida de la gracia y heredero de la vida eterna.
Cuarta causa de discordia: la maledicencia,Gen 4:11-12.
11 No murmuréis unos de otros/hermanos; el que murmura de su hermano o juzga a su hermano, murmura de la Ley, juzga la Ley. Y si juzgas la Ley, no eres ya cumplidor de ella, sino juez. 12 Uno solo es el legislador y el juez, que puede salvar y perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar a tu prójimo?
El hagiógrafo vuelve a hablar de los pecados de la lengua 34, porque entre los males provocados por las pasiones en las comunidades cristianas tenía especial importancia la difamación. El autor sagrado pone en guardia a los fieles contra los juicios temerarios y la difamación del prójimo, que tienen su origen en el resentimiento y en la envidia. Uno de los motivos que debe disuadir a los cristianos de hablar mal y de hacer juicios injuriosos del prójimo es la reverencia debida a la ley y a su autor. Hablar mal o juzgar desfavorablemente a un hermano equivale a menospreciar la ley cristiana, y principalmente la ley de la caridad 35. El detractor del prójimo rebasa el terreno que le pertenece e invade el de Dios, único juez supremo y legislador universal36. Dios es el único “que puede arder el alma y el cuerpo en la gehenna” 37, así como también librar 1 hombre de ella. Por eso, el hombre, que no es nada delante de Dios, cuando juzga a su prójimo poco caritativamente, se deja llevar de la soberbia y de la ambición. La humildad es el verdadero fundamento de la caridad.
Advertencia a los ricos, 4:13-5:6.
Santiago ataca con fuerza en esta sección a los comerciantes y a los ricos, que, con orgullosa presunción e independencia de Dios, creían que podían disponer del futuro a su antojo. Este vicio provenía de la codicia de las cosas terrenas y del desprecio de las celestiales. Esta es la razón de que les dirija una serie de advertencias. Las advertencias van dirigidas especialmente a los comerciantes cristianos, que en sus negocios todo lo esperaban de su habilidad, sin recurrir para nada a Dios y sin tener cuenta de El. El lanzarse a empresas comerciales para sacar grandes ganancias conviene muy bien a judeo-cristianos que amaban el mundo y envidiaban a los ricos. Los judíos fueron desde los tiempos de Alejandro Magno especialistas en el comercio 38.
Los proyectos de los comerciantes son efímeros, 4:13-17.
13 Y vosotros los que decís: Hoy o mañana iremos a tal ciudad, y pasaremos allí el año, y negociaremos, lograremos buenas ganancias, 14 no sabéis cuál será vuestra vida de mañana, pues sois humo, que aparece un momento y al punto se disipa. 15 En vez de esto debíais decir: Si el Señor quiere y vivimos, haremos esto o aquello. 16 Pero de otro modo os jactáis fanfarronamente, y esa jactancia es mala. 17 Pues al que sabe hacer el bien y no lo hace, se le imputa a pecado.
El autor sagrado nos presenta a los comerciantes discutiendo entre sí los planes a realizar. Todo lo preparan cuidadosamente. Piensan que todo les saldrá a pedir de boca, y ya proyectan grandes planes para el futuro (v.13), sin tener en cuenta la brevedad de la vida y la ayuda divina. La tendencia de los judíos al comercio ya era proverbial en aquel tiempo. Santiago no condena el comercio en cuanto tal, sino que reprende a los comerciantes cristianos por el espíritu mundano que manifestaban en sus ambiciosos planes. Se duele de que obren sólo por el afán de lucro y se olviden totalmente de la Providencia divina. Por eso, Santiago les invita a reflexionar sobre la caducidad de la vida (v. 14). Los comerciantes, de los que se habla aquí, olvidan que el mañana no les pertenece. El futuro está únicamente en manos de Dios. Aunque el hombre propone, es Dios el que dispone. Por cuya razón, la conducta de esos fieles es insensata, como la del rico de la parábola 39, que, habiendo tenido una buena cosecha, pensaba que ya tenía reservas para muchos años, prometiéndoselas muy felices y descansadas. Pero aquella misma noche oyó la voz del Señor, que le decía: “Insensato, esta misma noche te pedirán el alma, y todo lo que has acumulado, ¿para quién será?”
Si, pues, el hombre es como humo, que aparece un momento y al punto se disipa, no ha de hablar con tanta arrogancia, como lo hacían los mercaderes de nuestra epístola, sino con humildad y modestia, pensando en la brevedad de la vida y en la dependencia que tenemos de Dios.
Consideraciones e imágenes semejantes a estas del Evangelio y de la epístola de Santiago las encontramos con frecuencia en los libros Sapienciales 40.
A la actitud insensata de los comerciantes, el hagiógrafo opone la actitud de la sabiduría cristiana, es decir la sumisión a la voluntad de Dios (v.15). La recomendación que hace Santiago está inspirada en la fe sobre la Providencia divina. Se encuentra frecuentemente en San Pablo la misma fórmula u otras semejantes 41. Sin embargo, los comerciantes, en lugar de someterse a Dios, se complacen de su habilidad en los negocios y en sus grandiosos proyectos comerciales. Esta complacencia mundana es mala, porque prescinde totalmente de Dios (v.16) y se atribuye a sí misma los éxitos habidos en sus negocios. San Juan 42 considera la “soberbia de la vida” como una de las tres pasiones fundamentales de las que provienen todos los vicios del mundo.
Santiago concluye con una máxima general (v.17), como es frecuente en él43. Los hombres que conocen sus deberes y no los cumplen pecan. Y los fieles a los que se dirige el hagiógrafo conocen la fragilidad de la vida humana, la existencia de la Providencia y lo que deben hacer. Pero no lo hacen. Y nada aprovecha para la salvación el conocer sus obligaciones si no se ponen en práctica. Al contrario, este conocimiento será motivo de mayor pecado y castigo. Son, por lo tanto, inexcusables. Jesucristo también expresa en diversas ocasiones esta misma idea44; y San Pablo la desarrolla en la epístola a los Romanos 45 a propósito de la Ley.
1 1Ti 6:10. – 2 Sant 4:1-5:6. – 3 Rom 7:23; cf. 1Pe 2:11. – 4 El verbo φονεύετε = matáis (Vulgata: “occiditis”), si se conserva tal como se encuentra en toda la tradición manuscrita, habría que interpretarlo en sentido metafórico: “odiar” (cf. 1Jn 3:15). Pero una tal significación no es propia del verbo φονεύω. Por eso, muchos autores modernos, siguiendo a Erasmo, suponen la existencia de una corrupción muy antigua del texto, el cual sería originariamente φ3ονεΐτε = envidiáis, y no φονεύετε. De este modo se obtiene un sentido y una gradación excelentes: “Codiciáis, y no tenéis; envidiáis, y ardéis en celos, y no alcanzáis nada.” (Chaine, Charue, Belser, Spitta, Dibelius). – 5 Stg 1:5. – 6 Mat 7:7. – 7 Mat 6:33. – 8 Mat 7:7-11; Lev 11:9-13. – 9 1Jn 5:14 – 10 Cf. Os 1-3; Is 1:21; Jer 3:7-10; Ez 23; Cant iss. En el griego tenemos μοιχαλίδες = = adúlteras, en femenino, no porque Santiago se dirija sólo a las mujeres, sino porque habla, según el Antiguo Testamento, en el que Israel era la esposa de Dios, y con frecuencia la “posa era adúltera. Y como en el Nuevo Testamento el pueblo cristiano y cada fiel ocupan el lugar de la esposa, de ahí que sean llamados μοιχαλίδες. – 11 Mt 12:39; 16:4; Mar 8:38. – 12 Efe 5:22S; 2 Cor 11:2. – 13JMt6:24. – 14 Jua 7:7 ; Jua 12:31-43; Jua 14:17; Jua 16:11. – 15{Jua 2:153
Fuente: Biblia Comentada
las guerras y los pleitos entre vosotros. Estas cosas suceden entre personas dentro de la iglesia y no son conflictos interiores de cada persona. «Guerras» alude a conflicto en general y «pleitos» a manifestaciones específicos de esa belicosidad. La discordia en la iglesia no es por designio de Dios (Jua 13:34-35; Jua 17:21; 2Co 12:20; Flp 1:27), sino que resulta de la mezcla de la cizaña (creyentes falsos) y el trigo (personas redimidas en verdad) que son los componentes habituales de la población eclesiástica. pasiones. La palabra griega (de la cual se deriva «hedonismo») siempre tiene una connotación negativa en el NT. Los deseos pasionales por placeres mundanos que caracterizan a los incrédulos (Stg 1:14; Efe 2:3; 2Ti 3:4; Jud 1:18) son la fuente interna de todo conflicto externo en la iglesia. Cp. Stg 1:14-15. vuestros miembros. No los miembros de la iglesia, sino del cuerpo humano (vea la nota sobre Rom 6:13). Santiago, como Pablo, utiliza la palabra «miembros» para aludir a la naturaleza humana pecaminosa y caída (cp. Rom 6:19; Rom 7:5; Rom 7:23). En este versículo se considera a los incrédulos y su incapacidad para luchar contra los deseos malos que no pueden controlar.
Fuente: Biblia de Estudio MacArthur
4:1 — «¿De dónde… entre vosotros?» Habiendo acabado de hablar de la paz que es fruto de la sabiduría divina, Santiago pasa a hablar de condiciones donde no prevalece la sabiduría divina en los corazones de los cristianos.
Hay comentaristas que toman las palabras «guerras», «pleitos», y «matáis» (del versículo 2) literalmente, y expresan gran sorpresa de que tales cosas existieran entre los cristianos. Es más probable, según juzgo yo, que Santiago estuviera hablando figuradamente, refiriéndose más bien a conflictos y pleitos en el sentido moral o espiritual.
La palabra «guerra», polemos, según el Sr. Thayer (lexicógrafo de fama), aparte de su sentido ordinario, puede significar disputa, contención o querella.
La palabra «pleitos» (contiendas; Versión Hispanoamericana, Versión La Biblia de las Américas) es traducción del vocablo griego maje. Esta palabra se emplea en 2Co 7:5; 2Ti 2:23; y Tit 3:9, en sentido figurado de pleito, y no literalmente.
(Si Santiago habla aquí en sentido literal, los pleitos se refieren a conflictos específicos, mientras que las guerras serían estados generales de conflictos. Pero yo dudo que Santiago se refiera aquí a guerras y batallas literales).
¿Cuál es la fuente de estas disputas y contiendas? Santiago lanza la pregunta para la consideración seria de sus lectores, y luego da la contestación.
–«¿No es de vuestras pasiones,» Otras versiones dicen, «¿No es de esto, del amor a vuestros placeres», Versión Hispanoamericana; Versión J. T. de la Cruz; «¿No son de esta fuente, a saber, de sus deseos vehementes de placer sensual», Versión Nuevo Mundo. La Versión American Standard, en inglés, dice «placeres». De la palabra griega empleada aquí (jedone), que significa «placer», vienen las palabras hedonismo (filosofía que considera el placer como el fin de la vida), y hedonista. Se encuentra también en Luc 8:14 (placeres),y en 2Pe 2:13 (delicia), en sentido literal, y luego en Tit 3:3 y aquí en Stg 4:1 en sentido metonímico, el placer o deleite siendo puesto por los deseos que buscan y consiguen el placer o el deleite (Tit 3:3).
Las querellas y contiendas entre los hermanos eran el resultado de haber seguido sus deseos de gozar de placeres o deleites sensibles.
–«los cuales… miembros?» Los deseos desordenados, que satisfechos traen placer sensual, son presentados por Santiago como si fueran unos soldados peleando con otros. Esta pelea ocurre dentro de los miembros del cuerpo de uno. Ya había hablado Santiago de la concupiscencia, 1:14,15. Compárense Rom 7:23; 1Pe 2:11; Col 3:5-10.
La sabiduría divina es pura (3:17); la que es «terrenal, animal, diabólica» dirige a la persona a buscar satisfacción en lo impuro, y de esto siempre resulta conflictos de muchas clases entre los profesados seguidores de Cristo.
Fuente: Notas Reeves-Partain
MI GUSTO O LA VOLUNTAD DE DIOS
Santiago 4:1-3
¿De dónde proceden las riñas y las peleas entre vosotros? ¿No es verdad que brotan del ansia de placer que mantiene una constante campaña bélica en vuestros miembros? Deseáis, pero no conseguís; asesináis; codiciáis, pero no lográis. Peleáis y guerreáis, pero no poseéis porque no pedís. Pedís, pero no recibís, porque no pedís como es debido; porque no queréis más que gastar en vuestros placeres lo que recibís.
Santiago les plantea a sus lectores una cuestión fundamental: si la finalidad de su vida es someterse a la voluntad de Dios o satisfacer el ansia de placeres de este mundo. Les advierte que, si el placer es el objetivo de su vida, lo único que van a conseguir son peleas, y odio, y divisiones. Dice que el resultado de una ansiosa búsqueda de placeres es polemoi (guerras) y maja¡ (batallas). Quiere decir que la búsqueda febril de placeres desemboca en unos resentimientos interminables que son como guerras, y en unas explosiones repentinas de enemistad que son como batallas. Los antiguos moralistas habrían estado totalmente de acuerdo con él.
Cuando miramos a la sociedad humana, vemos a menudo una masa hirviente de odios y peleas. Filón decía: «Considerad la guerra continua que prevalece entre las personas, hasta en tiempo de paz, y que existe no sólo entre naciones, países y ciudades, sino también entre casas familiares o, para decirlo mejor, está presente en cada individuo; observad la tempestad indeciblemente rugiente que se produce en las almas humanas, excitada por el violento acoso de los asuntos de la vida; y os preguntaréis si hay alguien que disfrute de tranquilidad en tal tempestad, o que mantenga la calma en medio de las olas turgentes de tal Marcos»
La raíz de este conflicto incesante y violento no es otra cosa que el deseo. Filón advierte que los Diez Mandamientos culminan en la prohibición de desear o codiciar, porque esa es la peor de todas las pasiones del alma. «¿No es por esta pasión por lo que se rompen las relaciones y se cambia la buena voluntad natural en enemistad desesperada; y los países grandes y populosos quedan desolados por cuestiones domésticas; y tierra y mar se llenan de nuevos desastres de batallas navales y campos de batalla? Porque las famosas y trágicas guerras… todas surgieron de la misma fuente: el deseo de dinero, o de gloria, o de placer. Estas son las cosas que enloquecen a la humanidad.» Luciano escribe: «Todos los males que le vienen al hombre -revoluciones y guerras, asechanzas y matanzassurgen del deseo. Todas estas cosas proceden del manantial del deseo de más.» Platón escribe: «La sola causa de las guerras y revoluciones y batallas no es otra que el cuerpo y sus deseos:» Y Cicerón: «Son los deseos insaciables los que trastornan, no sólo a las personas, sino a familias enteras, y que hasta demuelen el estado. De los deseos surgen los odios, divisiones, discordias, sediciones y guerras.» El deseo es la raíz de todos los males que arruinan la vida y causan divisiones entre las personas.
El Nuevo Testamento presenta con toda claridad el hecho de que este deseo arrollador de los placeres del mundo es siempre un peligro amenazador para la vida espiritual. Son los cuidados y las riquezas y los placeres de esta vida los que se asocian para sofocar la buena semilla (Lc 8:14 ). Una persona puede llegar a estar tan dominada por las pasiones y placeres que la malicia y la envidia y el odio invaden su vida y se apoderan de ella totalmente (Tit 3:3 ).
La disyuntiva clave de la vida está en agradar a nuestra naturaleza caída o agradar a Dios; y un mundo en el que el fin principal del hombre es agradarse a sí mismo es un campo de batalla para la barbarie y la división.
LAS CONSECUENCIA DE UNA VIDA
DOMINADA POR EL PLACER
Santiago 4:1-3 (conclusión)
Una vida dominada por el placer tiene ciertas consecuencias inevitables.
(i) Hace que las personas se lancen al cuello las unas de las otras. Los deseos, como dice Santiago, son poderes bélicos en potencia. No quiere decir que guerreen en el interior de la persona-aunque esto también es cierto-,sino que hacen que las personas estén en guerra unas con otras. Desean fundamentalmente las mismas cosas -dinero, poder, prestigio, posesiones terrenales, gratificación de las concupiscencias corporales. Cuando todos se esfuerzan por poseer las mismas cosas, la vida se convierte inevitablemente en un campo de batalla. Se pisotean unos a otros para llegar antes; harán lo que sea para eliminar a un rival. La obediencia a la voluntad de Dios agrupa a las personas, porque Su voluntad es que se amen y se sirvan mutuamente; pero la sumisión al ansia de placer distancia a las personas, porque las convierte en rivales potenciales para obtener las mismas cosas.
(ii) El ansia de placer arrastra a las personas a acciones vergonzosas. Las impulsa a la envidia y a la enemistad; y hasta al asesinato. Para llegar a conseguir lo que desea, una persona tiene que tener una fuerza motriz en el corazón. Podrá privarse de cosas que su deseo de placer le impida hacer; pero, mientras tenga ese deseo en el corazón, no está a salvo. Puede explotar en cualquier momento haciendo algo que traiga ruina.
Los pasos del proceso son sencillos y terribles. La persona. se permite desear algo. Aquello empieza a dominarle el pensamiento; se encuentra pensando en ello involuntariamente, tanto en la vigilia como en el sueño. Llega a ser para ella lo que se llama propiamente una pasión dominante. Empieza a imaginar maneras para obtenerlo, que pueden implicar eliminar a los que se interpongan. Esto puede mantenerse en su mente cierto tiempo; y de pronto, de la imaginación pasa a la acción; y puede que se encuentre dando pasos terribles que son necesarios para la consecución del objeto de su deseo. Todos los crímenes del mundo empiezan por un deseo que en un principio no es más que un sentimiento del corazón pero que, abrigado largo tiempo, acaba por llegar a la acción.
(iii) El ansia de placer acaba por cerrar la puerta de la oración. Si las oraciones de una persona se limitan a aquellas cosas que pueden gratificar sus deseos, son esencialmente egoístas; y, por tanto, no es posible que Dios las conceda. El fin verdadero de la oración es decirle a Dios: «Hágase Tu voluntad.» La oración de la persona dominada por el deseo del placer es: «Que se cumplan mis deseos.» Es indudable que los egoístas no pueden orar como es debido; nadie podrá nunca orar como se debe orar si no ha desplazado su ego del centro de su vida, y ha dejado que sea Dios Quien lo ocupe.
En esta vida tenemos que escoger entre nuestros deseos y la voluntad de Dios. Si escogemos nuestros deseos, nos alejamos de nuestros semejantes y de Dios.
Fuente: Comentario al Nuevo Testamento
CAPÍTULO 4
2. LA AMISTAD CON EL MUNDO ES ENEMIGA DE DIOS (4,1-6).
a) La causa de todas las contiendas (4,1-3).
1 ¿De dónde vienen entre vosotros las guerras y de dónde las luchas? ¿No vienen precisamente de aquí, de vuestras pasiones, que hacen la guerra en vuestros miembros? 2 Codiciáis y no tenéis. Matáis y envidiáis, y no podéis conseguir nada. Lucháis y combatís. No tenéis, porque no pedís. 3 Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastarlo en vuestras pasiones.
Ahora Santiago va en busca de las raíces de la falsa sabiduría y de sus perniciosos frutos, y las deja al descubierto sin contemplaciones. Emplea palabras apasionadas tomadas del oficio de las armas y de las costumbres de la guerra 46. Podríamos decir -usando un término algo fuerte- que ha estallado una guerra civil en las comunidades a las que se dirige la carta. Las disensiones y tensiones existentes, se deben, por lo visto, a la indigencia de la mayoría y al antagonismo social que provoca el hecho de que al lado de unos pocos ricos haya una masa de fieles pobres y miserables (cf. 2,1-9; 5,1-6). La aspiración perfectamente comprensible de estos pobres, su deseo de poseer más bienes y de vivir sin los temores y zozobras de su indigencia, se ha desviado siguiendo un camino falso. Surgen tiranteces y brotan la envidia y las desavenencias entre los cristianos, lo que demuestra que los móviles son puramente terrenales y egoístas. Se ha declarado el «estado de guerra» en las comunidades, porque el egoísmo todavía domina el espíritu y el corazón de muchos cristianos.
Toda dádiva perfecta, ya esté destinada al individuo o a la comunidad, desciende de Dios (1,17). A él, pues, debe encaminar el hombre sus afanes si la paz ha de reinar «en el propio corazón» y «en las comunidades». La paz del mundo se funda en la paz de Dios, que se infunde a los que viven según el espíritu de Dios. Pero esa paz no la lograrán los fieles a no ser que se libren del dominio de las pasiones e intenciones egoístas. La salvación del mundo sólo puede venir de dentro y de arriba. Todo lo demás es un fraude impío. Con esto Santiago está muy lejos de rechazar por completo el deseo de los que quieren mejorar su nivel de vida. Al contrario; enseña incluso el camino para poder conseguir algo: pedir a Dios con confianza que nos conceda sus dones. Hemos de pedir los bienes que nos son realmente necesarios en este mundo para la vida, para esa vida que Dios da ya en este mundo a los que confían en él y cumplen su voluntad. Porque, a fin de cuentas, lo que se desea es la vida, una vida plena, rica, segura, que ofrezca alegría y satisfacción. Eso es lo que se revela en esta codicia, envidia y discordia. Esta aspiración ha sido infundida por el Creador en el corazón del hombre. El hombre está destinado a la vida, Pero lo que es trágico en la situación del mundo distanciado de Dios es que ya no sabe ni quiere reconocer que sólo Dios tiene derecho a disponer de la vida. Cree, incluso, que puede llegar a conseguir y obtener por la fuerza la plenitud de la vida, que puede conseguirla prescindiendo de Dios y yendo contra su voluntad. Esta es la ley del hombre de este mundo desde la rebelión de su primer padre, Adán, que por sus propias fuerzas quiso ser «como Dios» (Gen 3:5).
Pero esta aspiración está condenada al fracaso; conduce a la envidia, al odio, a la discordia y, por fin, a la muerte. Esto es lo que expresan claramente las palabras escogidas por Santiago: codicia, altercado, guerra, homicidio. Sin duda hay que excluir que se haga alusión a casos reales de asesinato. Santiago emplea aquí la dura expresión «matar» para recordar la afirmación de Jesús: Quien odia a su hermano, es un homicida. Le pesa que viva y quisiera que perdiera la vida, que fue donada por Dios tanto a su hermano como a él mismo (d. Mat 5:21s; 1Jn 3:15). ¿Cómo pueden conducir a la vida esta tendencia y esta forma de obrar?
Pero los cristianos piden todos los días en la oración este don de la vida, piden cada día la bendición divina. ¿Cómo, pues, su miserable situación no experimenta ningún cambio? Si Dios puede disponer libremente de todas las cosas, ¿no sería para él cosa fácil contestar a las súplicas de sus fieles siervos con dones superabundantes? ¿No ha dicho Jesús, el Señor: «Pedid, y os darán» (Mat 7:7), y: «Todo el que pide, recibe» (Mat 7:8)? Santiago rechaza este reproche implícito al modo divino de proceder, y al decir: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastarlo en vuestras pasiones» (4,3), recuerda las palabras de Jesús. Dios es fiel, cumple las promesas de Jesús, su enviado, pero los cristianos de quienes se habla aquí no oran con el espíritu de Jesús que aparece en el padrenuestro. Sus ruegos no se supeditan enteramente a la voluntad salvífica del Padre: «Hágase tu voluntad.» No; con la ayuda de la oración pretenden que su voluntad egoísta se salga con la suya; quieren satisfacer sus apetitos puramente terrenales. Se nota, en último término, la influencia de los espíritus malos, que han conseguido dominar a estos cristianos, todavía imbuidos del espíritu del mundo. Quieren abusar de los dones de Dios para sus propios fines. Es, pues, natural que Dios no pueda atender sus súplicas, que no tienen por objetivo la vida, que procede de sus manos divinas, ni propagan en el mundo el reino de Dios.
Santiago ha puesto al descubierto un gran peligro que suelen correr los cristianos. La tentación primordial del hombre, y precisamente del hombre piadoso, es pretender adueñarse de Dios y ponerle al servicio de los propios intereses. Quien pretende esto y se enfada con Dios cuando éste no atiende sus peticiones egoístas, no ha tomado en serio su cristianismo. La fe consiste en entregarse por completo y sin condiciones a la voluntad de Dios, diciendo siempre con filial confianza: «Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú» (Mar 14:36). La oración del cristiano pone de manifiesto si el que ora está todavía contaminado del espíritu del mundo irredento o si realmente es un creyente. Si todo lo pone en manos de Dios y por consiguiente recibe de las manos divinas todo lo que Dios quiere darle, movido por su amor y por su poder salvador. Con esta norma hemos de medir continuamente la autenticidad de nuestra fe.
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46. No puede interpretarse literalmente las palabras drásticas que aquí se emplean para caracterizar una situación poco satisfactoria. Tales exageraciones son propias del estilo usado en la literatura mora! y didáctica. Desde Erasmo se ha propuesto con frecuencia corregir la palabra phoneuete (matáis) y escribir phthoneite (tenéis celos), pero esta corrección no tiene ningún punto de apoyo en la transmisión del texto hasta los tiempos de Erasmo, y además tiene que ser matizada desde eI punto de vista estilístico por carecer de fundamento.
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b) Dios quiere todo el hombre (Mar 4:4-6).
4 Almas adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemiga de Dios? El que quiera ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios.
Si el cristiano se entrega al espíritu de este mundo, al espíritu del príncipe de este mundo y de sus cómplices, se aparta de Dios, pacta con el enemigo de Dios, comete adulterio. Santiago se vale de la imagen del amor conyugal que los profetas habían aplicado a la relación existente entre Israel y el Dios de la alianza 47. Igual que Pablo, aplica esta relación a la que existe entre Dios y su Iglesia, el nuevo pueblo de Dios. La Iglesia es la esposa de Dios, porque el Mesías la adquirió para sí mediante su muerte: «Os desposé con un solo marido, para presentaros como virgen pura, a Cristo» (/2Co/11/02).
Santiago utiliza esta imagen al introducir la exclamación «almas adúlteras». Los que han sido bautizados y elegidos viven en comunión indisoluble de vida y de amor con Dios. Por esa razón, quien no corresponde al amor de Dios de todo corazón, quien busca otros amantes, otro amigo -el mundo caído, enemigo de Dios-, demostrando así que, en el fondo, sólo se ama a sí mismo, rompe su comunión de amor con Dios. Estas palabras de Santiago no deben dejarnos indiferentes. Recordemos que la medianía, el nadar entre dos aguas, el flirtear y juguetear con el espíritu de este mundo, equivale a una traición. ¿Quién no percibe en esta palabra de Santiago, que nos advierte y nos acusa al mismo tiempo, el rastro de la amarga acusación: «Tengo contra ti que has dejado tu amor primero» (/Ap/02/04»?
Por tanto, «se constituye» traidor y enemigo de Dios quien tiene más aprecio del espíritu y de los hijos de este mundo que de Dios. No es posible ningún compromiso entre Dios y el «mundo» 48, dominado por el espíritu del enemigo de Dios. Quien no se subordina a Dios y no le obedece con docilidad comete adulterio y traiciona el amor de Dios. Dios no quiere migajas de nuestro amor, actos concretos, exteriormente irreprochables, de sumisión a la ley; no se contenta con que, movidos por nuestros sentimientos, le dediquemos unas horas de entusiasmo dominical o festivo. Dios quiere nuestro corazón, nos quiere enteros. «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» 49.
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47. Cf. Isa 1:21; Jer 3:1s; Isa 57:3 ss; Os 1-3; Eze 10:22
48. Cf. Jua 8:34 ss; ,4; Jua 17:4 ss.; 1Jn 2:15 ss.
49. Mt 22,S7; Mar 12:30; Luc 10:27; cf. Jua 15:9-17; 1Jn 2:79; 1Jn 3:9 24; 1Co 13; Stg 2:8 ss.
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6 ¿O creéis que dice en vano la Escritura «Con celos desea Dios el espíritu que puso en nosotros»?
¿Qué quiere decir Santiago con estos «celos» de Dios? 50. El buen espíritu de Dios en el hombre, el nuevo yo del cristiano, no puede ser desbancado por el espíritu malo de este mundo, por los deseos mundanos. El cristiano en este mundo tiene que luchar, y esta lucha tiene lugar en su propio corazón. El nuevo yo del que ha renacido por la fe y el bautismo tiene que imponerse a todos los malos estímulos que tienen su origen en los miembros, en el yo, sometido a la tentación, del hombre que no ha sido aún plenamente redimido.
Conforta saber que Dios vela sobre su buen espíritu. Nos mueve a poner el máximo esfuerzo saber que vendrá el día en que Dios pedirá la devolución de su buen espíritu, y que ya ahora exige que este buen espíritu se emplee en el servicio divino, como una respuesta de su amor. La razón de que Dios exija el amor del hombre exclusivamente para sí, para que cumpla su voluntad, es el amor pleno de Dios, que ha querido entrar en comunión de amor con los hombres. Dios vela celosamente sobre la alianza de amor que ha concertado con todos los bautizados; pedirá cuentas a quienes pequen ligera o alevosamente contra esta comunidad de amor. ¿Cómo es posible no corresponder al amor de Dios, que nos ha infundido un nuevo yo, una nueva vida, la vida por excelencia, con un amor igualmente exclusivo? El verdadero amor, ¿no ha de estar celoso por la correspondencia amorosa de la persona amada? ¿No hemos de estar agradecidos de que el amor de Dios se preocupe tan celosamente de nuestra salvación?
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50. Esta frase no se encuentra en el Antiguo Testamento. Probablemente está tomada de una escritura, es decir, de un escrito judeo-helenistico. Es evidente que el canon de la Sagrada Escritura del Antiguo Testamento no estaba definitivamente cerrado, y por eso Santiago cita una «Escritura» que nos es desconocida, un libro que no está incluido en el canon, probablemente un libro profético, que el autor considera como «Sagrada Escritura». Cf. Jud 1:9s.14, donde igualmente se citan escrituras apócrifas, aunque sin la formula «dice la Escritura». En cambio la primera carta de san Clemente Romano 23,3, escrita hacia el año 95 después de Cristo, cita también una escritura profética desconocida, pero con la fórmula «dice la Escritura»; cf. A segunda carta de san Clemente Romano 11,2: «Palabra profética», en que se da la misma cita que en la primera carta 23,3.
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6 Pero él da todavía una gracia mayor. Por eso dice: «Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes» (Pro 3:34).
Dios ama a los suyos y quiere que se salven. Eso es lo que quiere decir Santiago con la prueba de la Escritura. También el celo de Dios y su acción directora están al servicio de su amor salvador. Si Dios interviene con normas y con castigos, si quiere todo el hombre, lo hace con la intención de disponer a la persona amada para recibir favores y gracias más valiosas, un amor más intenso de Dios. Quien quiere recibir un don, tiene que tender y abrir la mano; quien quiere recibir como es debido el amor de Dios, tiene que limpiar su corazón de toda egolatría y de todo extravío mundano, porque el espíritu del mundo culmina en la presunción, en el orgullo; quiere suplantar a Dios y convertirse en centro de todas las cosas. Por eso Dios resiste a los soberbios de corazón maligno y sólo da su amor a los sencillos y los humildes, porque ellos, como María, saben que todo lo bueno, todo lo grande, todo lo que tiene verdadero valor, procede de Dios.
Esta ley fundamental de la redención, que ya fue reconocida y proclamada en el Antiguo Testamento -como lo demuestra la cita-, tiene importancia primordial para nosotros. Dios envió a su Hijo, haciéndole nacer de una humilde doncella, en cuya insignificancia Dios había puesto los ojos, mientras había rechazado toda la grandeza y el orgullo de este mundo (cf. Luc 1:47 ss). Su Hijo renunció a su majestad y se presentó como el siervo sufriente de Dios, hasta llegar a la máxima humillación de la ignominia de la cruz 51. Esta es la actitud que Jesús pide a sus discípulos: «Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón» (Mat 11:29). Dios se da sin reservas a quien se abre del todo a su amor y se entrega a su voluntad. Pero esto no es cosa fácil, porque el egoísmo se introduce en lo más íntimo del corazón y pretende poseer el amor de Dios al servicio de sus propias aspiraciones. Es necesario renunciar continuamente al egoísmo y a la propia glorificación y abrirse a Dios. Sólo apartándonos decididamente del espíritu de este mundo y convirtiéndonos a Dios podemos entrar en comunión con el.
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51. Cf. Mar 10:45; Flp 2:5-11; Hec 3:13 ss; Hec 5:29 ss; Hab 5:7-10.
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3. TOMAD EN SERIO VUESTRA FE (Hab 4:7-12).
a) Convertíos a Dios (Hab 4:7-10).
7 Someteos, pues, a Dios. Resistid al diablo y huirá de vosotros.
Santiago nos exhorta a renunciar a toda mediocridad y a someternos enteramente a la voluntad de Dios. Creer significa obedecer a Dios, someter nuestra voluntad a la suya, reconocerle como Señor y guía de nuestra vida. «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Luc 22:44). Para comprobar si la fe es auténtica basta ver si va acompañada de sumisión a Dios. Mediante esta sumisión el elegido se convierte en creyente, se despoja del espíritu mundano y se libera de su dominio, derriba el trono del propio ya egoísta y penetra en la zona de la influencia divina. Ama a Dios quien cumple su voluntad.
No bastan la profesión de fe ni los ejercicios externos de piedad. Con este precepto terminante, Santiago da testimonio, una vez más, de la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo (d. Mat 7:21).
A la sumisión a Dios tiene que corresponder la renuncia a Satanás. No puede concebirse un compromiso entre Dios y Satán. El hecho de ser cristiano lleva consigo necesariamente la lucha contra las incesantes tentaciones y amenazas de Satán. Nadie puede sustraerse a esta lucha, porque nadie puede servir a dos señores (Mat 6:24). O Dios o Satán. Pero quien se ha decidido por Dios enteramente y sin reservas, no está solo. Dios le asiste, le cubre con la armadura de su invencible poder 52, «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom 8:31). No solamente es invencible, sino que la experiencia le enseñará que Satán se retira, porque ante el poder de Dios tiene que reconocer el fracaso de sus intrigas y confesar su impotencia.
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52. Cf. 1Te 5:8; Efe 6:1 ss; Rom 13:14.
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8 Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; los que obráis con doblez, purificad los corazones. 9 Reconoced vuestra miseria; lamentaos y llorad. Que vuestra risa se convierta en llanto y vuestra alegría en tristeza.
También aquí es preciso precaverse de una falsa seguridad. La conversión a Dios no es tan sólo una decisión del espíritu. Tiene que manifestarse en la oración. El que quiere convertirse necesita orar, y su conversión se renueva continuamente gracias a la oración. En la oración tenemos acceso al amor de Dios; en ella nuestra entrega se traduce en confianza, en súplica, en obediencia, en acción de gracias y en alabanza. Dios responde a la oración que brota de un corazón sincero, Se acerca al creyente que incrementa continuamente su comunión de amor con Dios y experimenta con alegría y agradecimiento las riquezas de la benevolencia divina. Pero la oración tiene que brotar de un corazón puro, porque sólo el inocente, el que está sin pecado, puede acercarse al Dios santo 53. Por eso es necesario apartarse de la mediocridad y de los sentimientos mundanos. Hay que poner fin al mariposear indeciso entre Dios y el mundo, que es signo de falta de fe, y convertirse decididamente a Dios. El poder de Satán se funda en la impotencia de la oración tibia y de la fe vacilante. La lejanía de Dios se debe a la indecisión e incredulidad del hombre, no a la omnipotencia de Dios ni a su infinita superioridad sobre el mundo. Es ésta una idea interesante para quien quiera tomar en serio su fe.
Solo una consecuencia es posible: reconocer la miseria de la propia situación y arrepentirse sinceramente. Una actitud escéptica y melancólica no sirve para nada. Eso es lo que quiere significar la acumulación y la gradación de las exhortaciones a la penitencia y a la conversión. ¡Cuánta miseria se oculta con frecuencia tras la máscara de la satisfacción mundana, de la agitación! ¡Cuántas veces se llega a un vil compromiso con esa miseria, de la cual en definitiva, siendo sinceros, no se quiere de ningún modo salir! Si se quiere dejar de ser esclavo del propio yo, y sustraerse al dominio de Satán y acercarse a Dios, es preciso reconocer la propia miseria, aborrecerla y confesarla.
El advenimiento del reino de Dios presupone necesariamente la conversión y la penitencia (Mar 1:14s). Quien teme cumplir estos dos requisitos indispensables, permanecerá siempre vacilante y alejado de Dios.
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53. Cf. 3,5; Lev 21:21; Eze 40:46; Sal 24:3; Isa 1:16; Eco 38:10, Heb 12:14; 1Jn 3:3.
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10 Humillaos ante el Señor y os ensalzará.
Para eso es necesaria la humildad (cf. 4,6). Hay que desprenderse de sí mismo, cortar todos los vínculos que nos atan a los intereses personales egoístas y al espíritu de este mundo. Hay que reconocer la propensión al pecado, la miseria y la impotencia. Quien se conforma dócilmente a la voluntad de Dios, experimentará en su vida el principio fundamental de la redención: quien se busca a sí mismo, se pierde; quien, en cambio, se entrega a Dios, se encuentra a sí mismo (cf. Jua 12:25). Jesús expresó este principio con las siguientes palabras: «Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Luc 14:11).
Pero para aceptar esta inversión de valores es necesario medir con la medida de Dios. Sólo quien cree podrá experimentar y verificar esta exaltación, porque juzga con los ojos de Dios, y se ve a si mismo, su propia vida y el mundo a la luz de Dios. Sabe, además, que la exaltación definitiva no tendrá lugar antes del retorno del Señor. Desde que el Señor murió, resucitó y subió a los cielos, esa reordenación final y definitiva está ya cerca, muy cerca. El fin influye ya en forma decisiva y profunda sobre el presente, que avanza rápidamente hacia la plenitud: «el juez está a las puertas» (Luc 5:9). Por eso nadie puede retrasar su conversión. Es preciso que cuanto antes, ahora mismo, tomemos la firme resolución de darnos por entero a Dios, porque la exigencia de Dios, la oferta que nos hace y nuestra miseria no toleran ninguna dilación. No se puede abusar del amor de Dios ni traicionarlo.
b) Pero, ante todo, no juzguéis (Luc 4:11-12).
11 No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano, o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Y si juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino su juez. 12 Uno es el legislador y juez: el que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo?
Llega ahora Santiago al núcleo de esta perícopa: hablar mal unos de otros, juzgarse, condenarse, desacreditarse, llegando incluso a calumniar al hermano. Esta actitud puede esconderse tras una máscara de celo por la perfección del hermano y de la comunidad; pero, en realidad, brota de un corazón apegado a sí mismo, que no ama, y destruye toda comunión.
Evidentemente, hay motivo para estar preocupado y temer que este proceso de continua división, so capa de piedad, se convierta en un serio peligro para las comunidades. Santiago se esfuerza una vez más por superar este peligro (Luc 1:19-21.26s; Luc 3:1-4.12; Luc 5:9). Por eso designa estas habladurías, censuras, juicios y calumnias con expresiones duras: hablar mal y juzgar, lo que pretende es dejar al descubierto la verdadera intención de tales actos. Quien así procede, no presta ningún servicio a la justicia y santidad de Dios; al contrario, va contra la «ley regia», la «ley de libertad», contra el amor desinteresado y respetuoso del prójimo. Este mandamiento de Dios constituye el núcleo de todos los mandamientos, e incluye en sí todos los mandamientos de la segunda tabla (cf. 2,8-13; Dios dio a Moisés los diez mandamientos en dos tablas).
El que mira a su hermano sin amor y confiando en su propia justicia habla contra él, obra contra la voluntad de Dios y se opone a la «ley primordial» de Dios (Lev 19:15-18). Más aún, se erige en nuevo legislador, contra la ley de Dios, porque no gradúa sus juicios y sus acciones según la medida de Dios, sino según la medida de su propia justicia. Con esta presunción farisaica se desliga de la obligación fundamental de toda criatura de Dios, es decir, de la obligación de cumplir la voluntad del Señor, nuestro Dios. Niega, además, con altanería, el poder soberano que Dios tiene para determinar, con omnímoda libertad, el camino que hemos de seguir para salvarnos y para alcanzar la perfección. La vida y la muerte, la salvación o la desgracia de todos los hombres está tan sólo en manos de Dios.
Todos los que censuran los mandamientos de Dios y el camino que Dios ha trazado para salvarnos y quieren reformar la humanidad según los propios criterios, se colocan por encima de Dios. Muchos creen poder crear una Iglesia para una Iglesia de perfectos y justos utilizando como instrumentos una crítica sin miramientos, un realismo aparentemente inexorable y un radicalismo despiadado, pero chocan con la voluntad de Dios y con la voluntad de su enviado, humilde, que se entregó a la muerte por los pecadores. Todos los que fiándose de su propia justicia juzgan y condenan a los demás, en término se condenan y se juzgan a sí mismos, porque ¿quién puede ser justo ante la santidad infinita de Dios? ¿Quién puede negar sus pecados ante el divino juez? Dios juzga según la ley fundamental del amor misericordioso. ¿Y quién puede afirmar con la conciencia tranquila que ha cumplido a la perfección el mandamiento fundamental del amor al prójimo y que es realmente un «observador de la ley»? Si se aplica esta divina norma del amor al prójimo, ¿no resultan también hipócritas las conversaciones tan frecuentes entre nosotros, en que se murmura de la falta de amor, del egoísmo, del orgullo y dureza de corazón de nuestros hermanos en el cristianismo y en general de nuestro prójimo? ¿No sería mucho mejor para todos nosotros y para nuestras comunidades, si siempre que vamos a juzgar prematuramente nos preguntáramos: «Y tú ¿quién eres, que juzgas a tu prójimo?»
VII
CONTRA LA PRESUNTUOSA CONFIANZA EN Sf MISMO 4,13-5,6
Santiago utiliza aquí el lenguaje judicial de los profetas para atacar dos casos típicos del modo mundano de pensar y de proceder, que ya había fustigado en la precedente sección (cf. 3,15; 4,1-4): la excesiva confianza en sí mismo de los mercaderes, de miras puramente terrenales (4,13-17), y el egoísmo y la dureza de corazón de los jueces injustos (5,1-6). La exposición de los dos casos comienza con las mismas palabras: «Y ahora vosotros», que son una invitación a los interesados a someterse a Dios y a su señorío, que se manifestará en breve y los convencerá de lo estúpido de su actitud. En el trasfondo de estas amenazas proféticas hay una conciencia viva de la proximidad del juicio divino y del retorno de Cristo, pero el hecho de que esa máxima expectación del juicio final no se haya cumplido, no quita seriedad ni valor a las palabras de Santiago. Nadie que quiera tomar en serio su cristianismo, más aún, nadie que viva y actúe en este mundo, puede cerrar sus oídos a esta llamada, so pena de estrellarse contra Dios.
1. ¡AY DE LOS QUE CONFÍAN EN SÍ MISMOS! (4,13-17).
A) Sólo Dios es dueño del futuro (4,13-14).
13 Y ahora vosotros, los que decís: «Hoy o mañana iremos a tal ciudad y pasaremos allí el año; negociaremos y ganaremos.» 14 ¡Vosotros, precisamente, que no sabéis cómo será mañana vuestra vida! Sois vapor, que un momento aparece y al punto se disipa.
Los casos típicos de extravío mundano aquí citados no se refieren a individuos concretos de la comunidad, necesidados de convertirse. Lo que en realidad interesa a Santiago es mostrar en el ejemplo de estos hombres acaudalados y poderosos la insensatez del espíritu del mundo. Quien, en sus cálculos, prescinde de Dios y del carácter transitorio y efímero de la vida humana; quien hace planes sin acordarse de Dios y se siente seguro en el mundo, es un necio. No tiene en cuenta la experiencia palpable y evidente de la vida terrena: la impotencia del hombre ante el futuro. El hombre no sólo no puede disponer del futuro, sino que ni siquiera sabe lo que le traerá; no conoce el mañana. Esto es tan evidente que tras la fachada externa y aparente de seguridad se echa de ver la temeridad de sus planes y su insensatez y ofuscación. ¿Acaso el hombre por su propias fuerzas es algo más que vapor tenue, que al punto se disipa sin dejar rastro de sí? Según Santiago, no sólo es vanidad la vida en general, sino también el hombre, que hace planes para el tiempo futuro: no sois más que vapor.
A la luz de esta realidad que todo lo ilumina, hay que medir todo lo que en el mundo tiene categoría y nombre, poder y riqueza, influencia e importancia. Con esta medida podemos liberarnos de la envidia, de la codicia, de la amargura y de la falta de fe, y podemos valorar las cosas en su justo valor. Con esta medida hemos de medir también nuestros planes y objetivos, nuestra concepción de la vida. Entonces es fácil sacar la consecuencia de que sólo Dios puede dar la seguridad. Quien no cuenta siempre con Dios, es un necio, un vapor que al punto se disipa.
b) Pecado de la presuntuosa confianza (4,15-l7).
15 Debíais, por el contrario, decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.» 16 Pero ahora os jactáis de vuestras fanfarronerias. Toda esta jactancia es mala. 17 Pues el que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.
Pero eso no es motivo para dejar que las cosas sigan su curso. Precisamente porque el tiempo futuro es incierto y misterioso, debemos poner nuestra confianza en Dios, someternos por entero a su voluntad y a su providencia. Esta sumisión humilde a la voluntad del omnisapiente Creador y Señor nos libera de la insensata confianza en nuestras propias fuerzas y de la actividad infatigable con que esperamos alcanzar la felicidad. Sabemos que estamos bien guardados por la voluntad salvífica del Padre, que vela por todo, por lo grande y por lo pequeño, por lo sublime y por lo insignificante (cf. Mat 6:25-34). Sabemos también que todas las adversidades, incluso la cruz, cooperan al bien (Rom 8:28). La frase «si el Señor quiere», se transforma paulatinamente en «como Dios quiera»; la providencia de Dios ocupa el lugar de los propios planes y objetivos. Sólo Dios puede dar la plenitud de vida, que el hombre espera para el futuro y quiere alcanzar con su esfuerzo, y la dará a los que se dejan guiar por él.
¿Por que, pues, son tantos los que, debiéndolo todo a Dios, le rehúsan su amor y quieren dominar el futuro y correr tras la vida con sus propias fuerzas? ¿Por qué somos tan propensos a atribuirnos todo lo bueno que hay en nuestra vida, a gloriarnos de nuestra habilidad, de nuestra fuerza y perspicacia, de nuestra previsión y de nuestros éxitos? ¡Como si todo esto lo debiéramos tan sólo a nuestro esfuerzo! ¿Por qué muchos piensan incluso que la piedad sólo es una forma de evasión ante la dureza del mundo, un intento de compensar la propia ineptitud y debilidad, una señal de la propia angustia y debilidad? «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué presumes como si no lo hubieses recibido?» (1Co 4:7).
En realidad, esta presunción no es sino jactancia y, por tanto, un pecado, porque menoscaba la gloria de Dios, le niega la debida gratitud, y coloca el propio yo en el lugar de Dios, tributándole un culto, un incienso idolátrico. «Mi voluntad», «mi mérito», «mi honor», en lugar de «tu gracia», «tu voluntad», «tu honor», es el modo de hablar de las personas que Santiago declara culpables. No es de extrañar que este proceder atraiga el juicio de Dios.
Esta audacia no sólo es insensata, sino peligrosa. Está sometida al juicio. Santiago termina este grupo de versículos con una observación de carácter general: Quien obra contra su ciencia y su conciencia, peca. Con esta conclusión quiere Santiago evitar que se dé a lo anterior una interpretación torcida, como si sólo se refiriese a las personas del mundo, a los que están fuera de la Iglesia. También el cristiano está expuesto continuamente al peligro de actuar confiando excesivamente en sí mismo, de actuar temerariamente. La forma más sutil de esta altiva arrogancia es el orgullo espiritual, combatido en varios pasajes de su carta (1,9 ss; 1,26; 2,1 ss; 3,1s.9-18; 4,11). Una vez más se echa de ver que Santiago quiere tender un puente sobre la grieta entre la fe y la vida, quiere que la profesión de fe vaya madurando hasta convertirse en actividad inspirada por la fe. Lo único que puede salvarnos es vivir la fe, cumplir la voluntad de Dios.
Fuente: El Nuevo Testamento y su Mensaje
La fuente del mal y su cura
El propósito del análisis de Santiago sobre la lengua y la sabiduría aparece en la sección siguiente. Había disputas en la comunidad cristiana a la que escribía Santiago. Cada cual quería su propio camino y su propia ventaja. El autor deja en claro que estas luchas no son algo que provenga de Dios y apela a los que están envueltos en ellas a que se arrepientan y sean perdonados.
Santiago pinta un cuadro de la iglesia tal como la ve: guerras, pleitos, combates, muerte y envidia. La mención de la muerte probablemente se refiera más a “matar” con palabras que a un asesinato literal, pero todo el cuadro es familiar a cualquiera que conozca la iglesia actual. Todas estas luchas y combates ciertamente eran justificados por los que estaban envueltos en ellos, quizá como una forma de “luchar por la verdad”. Pero Santiago escribe sobre ellos tal como son a los ojos de Dios. Traza el origen de estos conflictos, no al amor para con Dios de parte de sus lectores, sino a vuestras mismas pasiones (DHH, “malos deseos”), el impulso malo que ya se ha estudiando en 1:14, 15.
Todo lo que puedan argumentar es inútil: no tienen lo que quieren porque no piden. “¡Pero nosotros sí pedimos, sí oramos!”, puede ser la reacción. “Sí, obran, pero no de manera efectiva, porque tienen móviles equivocados.” No están buscando la voluntad o la sabiduría de Dios, sino su propia voluntad: “Dios bendiga mis planes.” Su motivo está en sus deseos o placeres. La meta de Dios no es dar a los seres humanos lo que reclaman sus impulsos; su meta es que los seres humanos aprendan a amar lo que él ama. No es que Dios no quiere que las personas tengan placer, sino que quiere entrenarlas en lo que él sabe que es realmente bueno. Como ocurrió con Cristo, la crucifixión viene antes de la resurrección para el pueblo de Dios (Gál. 5:24).
Al afirmar su confianza en Dios y, sin embargo, seguir viviendo de acuerdo con los propios deseos, esta gente es adúltera. El término lit. es en femenino, no porque fueran todas mujeres, sino porque piensa en la iglesia como la novia de Cristo (2 Cor. 11:2; Apoc. 19; 21) como Israel era la novia de Dios (Isa. 1:21; Jer. 3; Ose. 1-3). Ir tras otro amante es ser infiel a Dios, de modo que la amistad con el mundo es enemistad con Dios (cf. Mat. 6:24; 1 Jn. 3:15). No es que sea difícil o penoso servir tanto a Dios como al mundo, o sea los deseos o el mundo; es imposible. La persona que trata de llegar a ser amigo del mundo de hecho es enemigo de Dios. Puede ser un enemigo con doctrina ortodoxa y fiel asistente al templo, pero sigue siendo un enemigo.
En este punto, Santiago cita las Escrituras, pero no se sabe a qué corresponde este dicho. Debe estar citando el sentido bíblico en general o algún libro que se ha perdido. La traducción que dice:El Espíritu que él hizo morar en nosotros nos anhela celosamente parece referirse al espíritu humano y su tendencia a la envidia. Aunque sea bien cierto, no se adecua al contexto. Una traducción mejor podría ser: “El anhela celosamente al Espíritu que hizo morar en nosotros” (ver la nota de la RVA). Eso significa que Dios da su espíritu a cada persona. Anhela celosamente que se le retribuya con un amor puro (cf. Exo. 20:5, 6). La Escritura no habla en vacío sobre este celo de Dios, como lo comprobó dolorosamente Israel por su experiencia cuando trató de servir a la vez a Dios y a Baal.
El argumento de Santiago puede llevar a la gente a la desesperación debido a su pecado. Sin embargo, Santiago reclama que Dios ofrece mayor gracia que condenación al creyente que se arrepiente. Pa ra respaldar esto cita Prov. 3:34, citado también en 1 Ped. 5:5: Dios da gracia a los humildes, o sea a los que se arrepienten.
Luego Santiago nos muestra cómo se ve la humildad. Someteos, pues, a Dios: Lo más importante del arrepentimiento es dejar lo que estaba haciendo y comenzar a obedecer a Dios. Resistid al diablo: El diablo es la fuente final de la prueba o tentación (Mat. 4:1-11; Mar. 8:28-34; Luc. 22:32; Juan 13:2, 27) y negarse a escuchar el llamado del deseo es resistirle. Cuando se le resiste, huye; puede amenazar con el desastre, pero es una mentira. Sólo tiene poder si se cree en él. Acercaos a Dios: Esto suena como Mal 3:7 y Zac. 1:3. El cuadro es el de una persona que se acerca a ofrecer sacrificio en el templo y se aproxima a Dios en la ceremonia. Limpiad vuestras manos: Este es otro cuadro del AT (Exo. 3:19-21) que ilustra la remoción de las prácticas pecaminosas. Purificad vuestros corazones: La purificación es mencionada en el AT (Exo. 19:10), pero aquí se trata de la edificación de un corazón puro. El de doble ánimo es el que trata de servir tanto a Dios como al mundo (ver 1:8). Purificar el corazón es ser dedicado sólo a Dios. Estas acciones deben ir acompañadas por el lamento del propio estado de pecado. El arrepentimiento consiste en el dolor por el pecado más un abandono del mismo y, cuando es posible, la restitución del daño causado por el propio pecado. Finalmente, Santiago incluye promesas dentro de su lla mado al arrepentimiento. El se acercará a vosotros, él os exaltará. Dios no dejará al corazón humilde en el llanto. Aceptará el arrepentimiento y responderá con su amor, levantando del dolor al calor de su amor.
Fuente: Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno
4.1-3 Siempre son dañinos los conflictos y las disputas entre los creyentes. Santiago dice que esas rencillas son el producto de los malos deseos que luchan en nuestro interior: queremos más bienes, más dinero, mejor nivel social, más reconocimiento. Cuando nos empecinamos en satisfacer esos deseos, luchamos a fin de lograrlo. En lugar de apoderarnos con violencia de lo que anhelamos, debemos someternos a Dios, pedirle que nos ayude a deshacernos de nuestros deseos egoístas y a confiar en que El nos dará lo que de veras necesitamos.4.2, 3 Santiago menciona los problemas más comunes en la oración: no pedir, pedir las cosas erróneas y pedir por razones equivocadas. ¿Después de todo habla usted con Dios? Cuando lo hace, ¿acerca de qué habla? ¿Pide solo para que Dios satisfaga sus deseos? ¿Busca la aprobación de Dios en lo que ya planeó hacer? Sus oraciones llegarán a tener poder cuando permita que Dios cambie sus deseos para que correspondan perfectamente con su voluntad para usted (1Jo 3:21-22).4.3, 4 No hay nada malo en querer una vida placentera. Dios nos da buenos dones para que los disfrutemos (1.17; Eph 4:7; 1Ti 4:4-5). Pero tener amistad con el mundo implica buscar placer a expensas de los demás o a expensas de obedecer a Dios. El placer que impide que agrademos a Dios es pecado; el placer que procede de la abundante generosidad de Dios es bueno.4.4-6 La cura para los malos deseos es la humildad (véanse Pro 16:18-19; 1Pe 5:5-6). El orgullo nos hace egocéntricos y nos lleva a pensar que tenemos derecho a todo lo que podemos ver, tocar o imaginar. Crea apetitos codiciosos de obtener más de lo que necesitamos. Podemos ser librados de nuestros deseos egocéntricos al humillarnos delante de Dios, tomando conciencia de que lo único que necesitamos es su aprobación. Cuando su Espíritu Santo nos llena, nos damos cuenta de que las atracciones seductoras del mundo son solo sustitutos baratos en comparación con lo que Dios nos ofrece.4.7 Aunque Dios y Satanás están en guerra, no tenemos que esperar hasta el final para ver quién ganará. Dios ya venció a Satanás (Rev 12:10-12), y cuando Cristo vuelva, Satanás y todos sus aliados serán eliminados para siempre (Rev 20:10-15). Sin embargo, Satanás está aquí ahora, y procura convertirnos a su maligna causa. Con el poder del Espíritu Santo en nuestra vida, podemos resistir a Satanás, y él huirá de nosotros.4.7-10 ¿Cómo puede acercarse a Dios? Santiago nos da cinco maneras: (1) Sométanse a Dios (4.7). Ríndase a su autoridad y voluntad, y entregue su vida a El y a su control, y esté deseoso de seguirlo. (2) Resista al diablo (4.7). No permita que Satanás lo seduzca y tiente. (3) Limpiad las manos… purificad vuestros corazones (es decir, lleve una vida pura) (4.8). Límpiese del pecado; sustituya sus deseos de pecar por los deseos de experimentar la pureza de Dios. (4) Afligíos, y lamentad, y llorad con sincero pesar por sus pecados (4.9). No tenga temor de expresar profunda tristeza de corazón por lo que usted ha hecho. (5) Humillaos delante del Señor, y El lo pondrá en alto (4.10; 1Pe 5:6).4.10 Humillarnos significa reconocer que nuestro valor viene solo de Dios. Ser humilde implica el actuar con su poder de acuerdo con su guía, no con nuestros propios esfuerzos. Aunque no merecemos su favor, El nos ama y nos da valor y dignidad a pesar de nuestros defectos humanos.4.11, 12 Jesús resume la ley en amar a Dios y al prójimo (Mat 22:37-40) y Pablo dice que el amor que se le muestra a nuestro prójimo satisface ampliamente la ley (Rom 13:6-10). Cuando no amamos, estamos quebrantando la ley de Dios. Examine su actitud y conducta hacia los demás. ¿Edifica usted a la gente o la acongoja? Cuando esté a punto de criticar a alguien, recuerde la ley de amor de Dios y diga algo bueno en cambio. Decir algo beneficioso a otros lo curará de su tendencia de hallar faltas en los demás y aumentará su capacidad de obedecer la ley de Dios.4.13-16 Es bueno tener metas, pero las metas nos pueden decepcionar si dejamos a Dios fuera de ellas. No vale la pena hacer planes como si Dios no existiera porque el futuro está en sus manos. ¿Qué le gustaría estar haciendo dentro de diez años? ¿En un año más? ¿Mañana? ¿Cómo reaccionaría si Dios interviniera y modificara sus planes? Planifique por adelantado, pero no se aferre mucho a sus planes. Si pone los deseos de Dios en el centro de sus planes, El nunca lo decepcionará.4.14 La vida es corta por mucho que vivamos. No se engañe al pensar que tiene mucho tiempo para vivir por Cristo, para disfrutar con sus seres queridos o para hacer lo que usted sabe que debe hacer. ¡Viva para Dios hoy! Luego, sin que importe cuánto dure su vida, habrá cumplido con el plan que Dios tenía para usted.4.17 Nos inclinamos a pensar que hacer lo malo es pecado. Pero Santiago nos dice que pecado es también no hacer lo bueno. (A esas dos clases de pecado algunas veces se les llama pecados de comisión y pecados de omisión.) Es pecado mentir; también puede ser pecado saber la verdad y no decirla. Es pecado hablar mal de alguien; también es pecado despreciarlo cuando sabemos que esa persona necesita nuestra amistad. Debemos estar dispuestos a ayudar según nos guíe el Espíritu Santo. Si Dios lo dirige a hacer un acto bondadoso, a rendir un servicio o a restaurar una relación, hágalo. Experimentará una renovada vitalidad en su fe cristiana. HABLARCuando nuestro hablar es motivado por Satanás Está lleno de Celos amargos Ambición egoísta Preocupaciones y deseos terrenales Pensamientos e ideas no espirituales Desorden MaldadCuando nuestro hablar es motivado por Dios y su sabiduría Está lleno de Misericordia Amor por otros Paz Cortesía Sumisión Sinceridad, imparcialidad Justicia
Fuente: Comentarios de la Biblia del Diario Vivir
REFERENCIAS CRUZADAS
a 146 Stg 3:14
b 147 Rom 7:23; Gál 5:17; 1Pe 2:11
Fuente: Traducción del Nuevo Mundo
1 super (1) La misma palabra griega es usada en el v.3. Aquí se refiere a los deseos de placeres que tiene la carne (los miembros), mientras que en el v. 3 se refiere a los deleites que satisfacen dichos deseos.
Fuente: Comentario Del Nuevo Testamento Versión Recobro
26 (VIII) Causas de los conflictos; remedios (4,1-12). Puesto que las faltas de la lengua (3,2-12) y la falsa sabiduría (3,13-16) provocan contiendas en la comunidad, Santiago pasa en este momento a considerar las causas fundamentales (4,1-6) y los remedios (4,7-10) de esa situación, concluyendo con una consideración de la ley y el juicio (4,11-12). 1. guerras y contiendas: Las dos palabras gr. aparecen a menudo juntas en el sentido figurado de discusiones, disputas y cosas semejantes. Contrastan llamativamente con la última palabra de la sección precedente, «paz», vuestras pasiones: Lit., «vuestros placeres» (véase Tit 3,3). 2. La generalidad del v. 1 queda ahora especificada mediante ejemplos concretos, porque no pedís: Eco, en forma negativa, de las exhortaciones evangélicas sobre la oración (Mt 7,7-11 par.; Mc 11,24; Jn 14,13-14; 1 Jn 3,22). 3. pedís mal: El planteamiento correcto de la oración se indica más adelante (4,7-10). Véanse también 1 Jn 5,14; Mt 6,33. (Sobre la oración en Sant, véanse también 1,5-8; 5,13-18 y los comentarios correspondientes.) 4. adúlteros: Este epíteto sorprendentemente duro es reflejo de la presentación que los profetas del AT hacían de la infidelidad a Dios como adulterio (Jr 3,9; Ez 16; Os 3,1), y quizá se haga eco del uso de Jesús (Mt 12,39; 16,4; Mc 8,38). mundo: Véase el comentario a 1,27. se constituye en enemigo de Dios: El estado de enemistad entre Dios y los hombres no es como el que se da en unas relaciones humanas ordinarias, porque la actitud permanente de amor por parte de Dios no se ve interrumpida por dicho estado.
275. la Escritura dice: En el AT no es posible encontrar un texto así. Santiago tal vez esté citando una obra apócrifa o una variante perdida de una versión gr. del AT. el espíritu: Se trata de la íntima vida divina infundida en el hombre en el momento de su creación (véase 2,26). 6. Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes: Sant cita Prov 33,4 LXX en el v. 6, y luego pasa a comentar este texto y a aplicarlo en los w. 7-10 -procedimiento que L. Alonso Schókel llama «anuncio de tema» (Bib 54[1973] 73-76)-. 7-10. Estos versículos, con sus 10 imperativos, constituyen un desarrollo sumamente estructurado basado en Prov 33,4 (véase Davids, James 165). El hecho de que 1 Pe 5,5-9 cite el mismo pasaje de Prov en un contexto parecido de sometimiento a Dios y de rechazo del diablo es un excelente ejemplo de la dependencia de estas dos cartas (y de otros escritos cristianos primitivos) respecto a un repertorio común de parénesis basada en la Escritura. 10. humillaos ante el Señor y él os ensalzará: La primera parte de este versículo forma una inclusión unifícadora con el v. 7. El versículo en su conjunto se hace eco de la enseñanza de Jesús (Mt 23,12; Lc 14,11; 18,14).
28 11-12. El tema de los pecados de palabra, ya tratado en 1,26 y 3,2-10, se retoma en conexión con el juicio sobre los demás, puesto que estas maneras de proceder también contribuyen a los conflictos dentro de la comunidad. Por su vocabulario y estructura, estos dos versículos constituyen una sección independiente y perfectamente unificada. 11. hermanos: El término «afectuoso» contrasta con el duro «adúlteros» precedente (v. 4). el que habla mal de un hermano o juzga a su hermano: El juicio hecho contra los demás es objeto de censura en otros lugares del NT (Mt 7,1-5; Lc 6,37-42; Rom 2,1; 14,4.10), pero sólo en este texto de Sant se aduce como motivo de dicha censura esta razón: que eso es hablar mal de la ley y juzgar a la ley. La «ley» a la que uno juzga al hablar contra un hermano es «el segundo gran mandamiento», el amor al prójimo (véase 2,8). 12. salvar y perder: Véanse Mt 16,25; Lc 6,9; en el AT, Dios es el que mata y hace vivir (Dt 32,39; 1 Sm 2,6; 2 Re 5,7). pero ¿quién eres tú?: Esta pregunta retórica pone de relieve la enormidad de la presunción oculta en la costumbre tremendamente común de juzgar al prójimo. Tal persona prácticamente ha «usurpado el papel de Dios» (Davids, James).
29 (IX) Contra el engreimiento mercantil (4,13-17). Este pasaje y el siguiente (5,1-6) son paralelos por cuanto ambos tienen idéntica introducción -«Ahora bien» (age nyn)y emplean el estilo directo. Difieren en que 4,13-17 es una reprensión enérgica, probablemente dirigida a cristianos, mientras que 5,1-6 es una durísima condena de los ricos opresores, que al parecer no son considerados como cristianos. 13. Aunque puede parecer que este versículo introduce un brusco cambio de tema, cabe considerarlo como un desarrollo de la pregunta precedente, «¿quién eres tú?». 14. vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana: Véanse Prov 27,1; Mt 6,34.
La queja de la carta no es contra la industria y el comercio como tales, sino contra una falsa sensación de seguridad, sois una niebla: Esta imagen de la naturaleza frágil y transitoria de la existencia humana es común en el AT (Sal 39,6.7.12; Sab 2,1-5). aparece… desaparece: En griego, esto constituye un juego de palabras (phainomené… aphanizomené).15. si el Señor quiere: Expresiones parecidas a esta famosa conditio Jacobaea eran de uso corriente entre los primitivos griegos y romanos. La fórmula no aparece en el AT ni en los escritos rabínicos. Al parecer fue tomada del uso pagano y «cristianizada» por los autores del NT. Está expresada en el habitual inshallah musulmán. 17. Este «consejo para malvados» concluye con un proverbio sucinto, semejante a Lc 12,47; Jn 9,41; 15,22.24. Es una expresión más abstracta de la verdad de que la fe sin obras está muerta (2,26).
Fuente: Nuevo Comentario Biblico San Jeronimo
Se inserta surgen para suplir elipsis del original.
Fuente: Biblia Textual IV Edición
Lit., ¿De dónde guerras, y de dónde conflictos
Lit., ¿No de aquí, de vuestros placeres
Fuente: La Biblia de las Américas
[2] Judah y Efrayím deben ambas estar cumpliendo la Torah, no juzgándose los estilos y peculiaridades de cada uno en aplicar la Torah, porque si hacemos eso, nos hacemos jueces de Torah, y no hacedores de Torah tras los pasos de otros en Israel. Si siempre estamos juzgando a otros, no tenemos tiempo para reconocer Su amor por todo Israel.
[5] Deut 4, 24.[6] Prov 3, 34.[16] Como si el porvenir estuviera en vuestra mano.
Fuente: Escrituras del Nombre Verdadero
Fuente: Notas Torres Amat