ECCLESIAM SUAM

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Encí­clica de Pablo VI del 6 de Agosto de 1964 sobre la misión de la Iglesia en el mundo y las circunstancias en que ha de desarrollarse hoy

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. diálogo)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Con este nombre nos referimos a la primera gran encí­clica, se puede decir programática, del Papa Pablo VI, dada a conocer el 6 de agosto de 1964.

Este documento, que tuvo una amplia resonancia por estar escrito mientras se celebraba el Concilio Vaticano II, se divide en tres grandes capí­tulos.

En el primero, titulado «La conciencia», se hace una llamada de atención a cada bautizado para que viva con responsabilidad su compromiso de bautizado en el seno de la Iglesia, porque sólo unido a la vid da fruto el sarmiento.

En el segundo capí­tulo, titulado «la renovación» se pide que cada cristiano, y la Iglesia en conjunto, se pongan al dí­a (aggiornamento), se renueven, pero desde unas claves de autenticidad, como son la obediencia a Dios, la pobreza, el amor, el sacrificio y el amor a Marí­a.

Finalmente, en una tercera parte, titulada «El diálogo», se habla de la postura y misión de la Iglesia en el mundo y cultura de hoy: vive en el mundo pero sin ser del mundo; y debe dialogar con el mundo con unas actitudes de claridad, mansedumbre, confianza, prudencia.

El diálogo de la Iglesia ofrece dos dimensiones: hacia el exterior y hacia el Interior. Hacia el exterior debe buscarse, sobre todo, la paz. Y hacia el interior, el amor y la obediencia al Señor.

BIBL. – PABLO VI, Encí­clicas, Edibesa, Madrid 1998.

Raúl Berzosa Martí­nez

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

Primera encí­clica de Pablo VI (6 de agosto de 1964), sobre la Iglesia, sus relaciones con el mundo y el diálogo que no debe dejar de mantener con él.

Pablo VI habí­a intentado prepararla y publicarla antes de la segunda sesión del concilio (29-9- 1963). Trabajó febrilmente en ello, recogiendo decenas y decenas de folios con «notas», «apuntes», «borradores», preguntas que se hací­a a sí­ mismo: todo un dossier. En la redacción final la enciclica aparece sin notas ni citas, un aparato bibliográfico que no falta nunca en una encí­clica, con la finalidad de darle más bien una forma personal y «dialogal»; pero en aquellos apuntes privados aparecen con claridad todo el aparato de investigación y las fuentes en las que más se inspiró. Por lo demás, uno de sus comentadores pudo concluir sus investigaciones diciendo que «esta encí­clica fue pensada, compuesta y escrita por él solo». No logró tenerla a punto para presentarla antes de finales de septiembre y dejó luego que pasara algún tiempo, aunque teniéndola siempre entre manos.

Los estudiosos consideran el discurso de apertura de la segunda sesión del concilio como una especie de redacción previa. Debió de estudiarla a Eondo, consciente del momento tan especial que estaba viviendo la Iglesia en concilio, sabiendo que cada una de sus afirmaciones podí­a abrir un poco más la grieta que se percibí­a en el Colegio episcopal. Insistí­a en que la encí­clica querí­a ser «una simple conversación epistolar» (9), un «mensaje fraternal y familiar» (10), expresamente destituido «de todo carácter solemne y propiamente doctrinal» (9s). La encí­clica se presenta lógicamente con ciertos lí­mites intencionales y por tanto plenamente conscientes; en particular, prescinde de la exposición «de los temas graves y urgentes que interesan no sólo a la Iglesia, sino a toda la humanidad» y hace una enumeración somera de los mismos en el prólogo (cf. 14s).

El mismo Pablo VI, el 6 de agosto, después de haber puesto ya su firma en la encí­clica, comunicó su próxima aparición a los fieles en el habitual encuentro dominical del Angelus, indicando entre otras cosas: «Decimos allí­ lo que pensamos que tiene que hacer hoy la Iglesia para ser fiel a su vocación y poder cumplir con su misión.

Esto es, hablamos de la metodologí­a que la Iglesia debe seguir a nuestro juicio, para caminar según la voluntad del Señor Jesús. Ouizás pudiéramos titular esta encí­clica: «Los caminos de la Iglesia»». Y prosigue: «Los caminos que hemos señalado son tres: el primero es espiritual y se refiere a la «conciencia» que la Iglesia debe tener y alimentar sobre sí­ misma; el segundo es moral y se refiere a la «renovación» ascética, práctica y canónica que necesita la Iglesia para ser conforme con la conciencia indicada… Y el tercer camino es apostólico; lo hemos designado con el término tan de moda en nuestros dí­as de «diálogo». este camino se refiere al modo, al arte, al estilo que la Iglesia tiene que infundir en su actividad ministerial en el concierto disonante, voluble, complejo del mundo contemporáneo. Conciencia, renovación, diálogo: son los caminos que hoy se abren ante la Iglesia viva, y que forman los tres capí­tulos de la encí­clica».

De esta forma el mismo papa hace destacar y pone de relieve la estructura de su «lárga» encí­clica -hasta 15.000 palabras han contado, según el uso, los teólogos americanos- y a la que la crí­tica, sorprendida quizás por la novedad de su contenido y del tono empleado, pero también por la imprecisión de la traducción, ha juzgado » de difí­cil acceso».

Como apertura a los tres capí­tulos hay un prólogo que, además de poner de manifiesto la estructura de la encí­clica y de justificar sus lí­mites, declara expresamente su intención temática, Su intención es la de «aclarar cada vez más a todos, por un lado, cuán importante es para la salvación de la sociedad humana y, por otro, cuánto preocupa a la Iglesia que las dos – o sea, la Iglesia y la sociedad- se encuentren, se conozcan, se amen» (8). Pablo VI deriva esta convicción de otra anterior, que concierne a la naturaleza misma de la Iglesia. La expone en las primeras palabras de su encí­clica: «Jesucristo fundó su Iglesia para que fuera al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación» (7). En Pablo VI se trata de una convicción pací­ficamente presupuesta, que no se necesita demostrar sino simplemente desarrollar, señalando las lí­neas que la hagan operativa. De la abundancia de folios que constituyen el dossier se puede deducir que en la concepción inicial el único tema deberí­a haber sido el del diálogo. En su desarrollo, el papa se habrí­a dado cuenta de que, en realidad, la exposición de este tema exigí­a el desarrollo de unos presupuestos irrenunciables, es decir, la conciencia y ~ la renovación de la Iglesia. En todo caso, para subrayar la preeminencia del diálogo, los comentadores llegan a decir que en la encí­clica el «diálogo» asume la consistencia de un tratado, ya que en esta parte el papa no procede solamente por alusiones y sugerencias rápidas, como en el resto de su mensaje.

La encí­clica identifica a los destinatarios del diálogo, distinguiendo los tres famosos cí­rculos, a los que añade sin embargo, sin definirlo evidentemente como un cí­rculo aparte, el ámbito intraeclesial. En este ámbito no falta la apelación a la obediencia, que se intenta integrar en el diálogo, ni la condenación del «espí­ritu de independencia y de crí­tica» (104s). En cuanto a los tres cí­rculos, se trata claramente del cí­rculo «inmenso» de la humanidad en cuanto tal, el «mundo»; del cí­rculo de los que creen en Dios: judí­os, musulmanes, seguidores de las grandes religiones afroasiáticas; y Finalmente del cí­rculo de los cristianos no católicos.

Algunos han criticado su concepción del diálogo intraeclesial, excesivamente centrado en la «obediencia», su idea del diálogo con el «mundo» y su concepción del ecumenismo, en cuanto que lo percibirí­a de una forma demasiado unidireccional.

El «tratado» sobre el diálogo, que es el contenido substancial de la encí­clica, según la enseñanza de Pablo VI presupone una conciencia eclesiológica clara y segura, que «distinga» claramente a la Iglesia del mundo, según la antí­tesis evangélica, aunque sin separarla (65-68, y pássim). De aquí­ la necesidad de que la Iglesia tome conciencia de sí­ misma, renovándose en su cualidad de Cuerpo mí­stico de Cristo.

Para Pablo VI, que intentaba cuidadosamente evitar toda interferencia en los trabajos del concilio, ocupado entonces en redactar la Constitución sobre la Iglesia, la profundización de la conciencia y la consiguiente renovación de la Iglesia, tiene un único sentido: procede propiamente en el sentido del » descubrimiento renovado de su relación vital con Cristo» (33), por la que Cristo está presente en su Iglesia: se trata de una verdad que Pablo VI recuerda explí­citamente con los mismos términos de la Mystici corporis de pí­o XII. Por esta presencia de Cristo y , por tanto, por la unión vital con él, la Iglesia es propiamente «misterio».

De la eclesiologí­a de la Mvstici cor poris, a Pablo VI le gustaba subrayar su aspecto renovador, o sea, no en cuanto que identificaba a la Iglesia con el aspecto visible de la misma, sino en cuanto que subrayaba su aspecto mí­stico.

Gf Coffele

Bibl.: Texto en MPC, 1, 239-265; AA, VV., Comentario eclesial a la «Ecclesiam suam» Mensajero, Bilbao 1965: Pubblicazionr dell’lstituto Paolo Vl, Ecclesiam suam. Premiere lettre encvclique de Paul VI Colloque International, Roma. 24-26 de octubre de 1980, Brescia 1982.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico