EJERCICIOS ESPIRITUALES
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En general se denominan así desde el siglo XIV a los tiempos o días que se dedican a la plegaria intensa y a la penitencia, para revisar la propia vida espiritual y para pedir a Dios la gracia de la conversión.
Se desarrolla está práctica con el impulso personalizante del movimiento espiritual de la «devotio moderna».
Se extendió la costumbre de realizar estos «ejercicios espirituales» preferentemente durante el tiempo de la cuaresma. Y en muchos monasterios y ambientes eclesiásticos se consagraban varios días al silencio y a la penitencia. Por influencia e imitación de esta práctica empezó a ser frecuente que también los laicos realizaran esos ejercicios. La Iglesia, incluso, los propone como norma a determinados miembros especiales de la comunidad: a los seminaristas (c. 246. 5) a los clérigos (c. 276.2) a los religiosos (c. 66.3), a los que van a recibir la ordenación (c. 1039), incluso a los seglares piadosos (c. 770)
Algunos escritos, como «El Ejercitatorio» del abad García Cisneros, del siglo XVI, daban normas para esta devoción y señalaban temas de meditación en los tiempos antiguos.
San Ignacio de Loyola, después de su experiencia personal en Montserrat, los practicó con frecuencia y compuso un pequeño libro con un guión de meditaciones y temas para cuatro semanas que pasó a ser guía inspiradora de la ascética de la Compañía de Jesús. La primera edición del librito de los ejercicios ignacianos fue hecha en 1548. Con todo, los esos ejercicios comenzaron siendo un tiempo de arranque y conversión profunda, que se hacían una vez para elegir estado y cambiar de vida, por ejemplo, antes de ingresar en una Orden religiosa o de recibir la ordenación sacerdotal. Posteriormente se convirtieron en práctica repetida incluso anualmente.
Por influencia jesuítica, la práctica se extendió con más sistematización en la Iglesia. Y de los ejercicios ignacianos se derivaron diversas formas, estilos y planteamientos, muchas veces asociados a la espiritualidad de cada promotor o institución animadora Así aconteció en familias familias religiosas al estilo de los franciscanos en los tiempos antiguos o al modo de los movimientos eclesiales modernos, como son los Cursillos de Cristiandad, las conferencias cuaresmales de S. Vicente de Paul o los tiempos de retiro y oración que recomiendan todos los maestros del espíritu.
En el libro de los Ejercicios ignacianos, el más seguido en el mundo por influencia de los jesuitas, después de 20 reglas de conducta, se ofrece un plan cristocéntrico y evangélico cautivador:
1ª semana: Principio y fundamento. Examen de conciencia. Meditación del infierno. Confesión General.
2ª semana: Llamamiento del rey temporal. Nacimiento del Señor. Consideración sobre los estados. De las dos banderas. Elección de estado y reforma de vida.
3ª semana: La Pasión del Señor. De la muerte del Señor. Reglas para ordenarse en el comer. La conversión.
4ª semana. Resurrección y apariciones. De los modos de orar. Sobre la dedicación al apostolado. Plan de vida.
El librito termina con 18 «reglas para sentir con la Iglesia», que es el objetivo de los Ejercicios.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
Tiempos especiales de silencio y oración
En toda la historia eclesial se encuentra la práctica de momentos o tiempos especiales de «silencio» y oración, para escuchar la voz de Dios, conocer y seguir su voluntad. Estos momentos se han llamado meditación o «lectio divina», «desierto», retiros, Ejercicios espirituales, etc.
Tenían lugar de modo especial durante la cuaresma. Algunos monasterios destinaban celdas y lugares especiales para este objetivo. Desde tiempos de la «Devotio moderna» (s. XIV) se acentuó la importante de estos momentos espirituales. Ya antes de San Ignacio de Loyola, fue muy conocido el «Ejercitatorio» del abad García de Cisneros (s. XVI).
Es un itinerario para salir del propio egoísmo («éxodo»), renovar el encuentro con Dios que habla y ama («desierto»), seguir caminando con los hermanos para llegar una mayor unión con Dios («Jerusalén»).
Objetivo y metodología de los Ejercicios Espirituales
En estos momentos de silencio, el creyente se «ejercita», es decir, se pone en actitud activa de corresponder a las luces y a las mociones de la gracia, por medio de la escucha de la palabra, oración, examen, momentos litúrgicos, consulta, etc. Se tiene en cuenta la propia realidad, para iluminarla con el misterio de Cristo y poder encontrar los signos de la voluntad de Dios y los medios para ponerla en práctica. Se cuida el ambiente, de suerte que favorezca el silencio activo de oración, reflexión, discernimiento, compromiso personal y comunitario.
Los «Ejercicios Espirituales» son un momento más prolongado de «desierto» y retiro. Se puede seguir una metodología adaptada a personas y épocas momentos de meditación, exposición de temas, consejo espiritual o acompañamiento, momentos litúrgicos… Ayuda siempre el lugar (casa o centro de espiritualidad), el ambiente de silencio, el horario equilibrado de descanso y ejercicio activo, etc. Es necesario asegurar la oración personal. Se tiende principalmente al cambio de vida («conversión») para decidirse generosamente en el camino de perfección, acentuando la relación personal con Dios (oración) y el cumplimiento de los propios deberes personales, comunitarios y sociales (caridad).
Ejercicios Espirituales de San Ignacio para extender el Reino
En los Ejercicios delineados por San Ignacio de Loyola se siguen los mismos contenidos y dinámica, acentuando algunos aspectos para lograr un mejor discernimiento de la voluntad de Dios y unirse fielmente a ella. Con una gran originalidad, reflejan las intuiciones y experiencias del santo. Se parte de la perspectiva de la existencia humana según los planes de Dios («principio y fundamento»), se purifican las actitudes de imperfección y pecado, se entra en sintonía con el misterio de Cristo en su vida, pasión y glorificación, para discernir y orientar decididamente toda la vida hacia la voluntad de Dios, hacia el amor (contemplación del amor).
La metodología concreta de cada «ejercicio» o «meditación» es muy variada, tanto respecto al tema meditado como al modo de afrontarlo recordar, reflexionar, examinarse, mover afectos y sentimientos, dialogar, proponer, pedir… Pero es siempre un proceso de discernimiento y de fidelidad respecto a la acción del Espíritu Santo, dentro de la perspectiva de comunión y sentido de Iglesia. Se apunta a reconstruir la unidad del corazón, para colaborar responsablemente y como Iglesia en la extensión universal del Reino de Cristo. Es, pues, un camino para comprometerse en el camino de la santidad y de la evangelización.
Referencias Cuaresma, desierto, dirección espiritual, discernimiento, examen, Nazaret, oración, retiro espiritual, silencio.
Lectura de documentos CIC can. 246, 276, 663, 770, 1039.
Bibliografía AA.VV, Los Ejercicios Espirituales a la luz del Vaticano II ( BAC, Madrid, 1968); N. ALCOVER, Reestructurar la vida. Materiales para ejercicios ignacianos (Madrid, Paulinas, 1989); R. De ANDRES, Ejercicios para testigos (Madrid, Paulinas, 1979); M. CAPRIOLI, Esercizi Spirituali. Storia, natura, prassi (Roma, FIES, 1994); J. ESQUERDA BIFET, Hacerse disponible para amar (Barcelona, Balmes, 1980); I. GONZALEZ, I. IPARRAGUIERRE, Ejercicios Espirituales Comentario pastoral ( BAC, Madrid, 1964); I. IPARRAGUIERRE, Historia de los ejercicios de San Ignacio (Roma, Inst. H.S.I., 1973); J. LAPLACE, El camino espiritual a la luz de los ejercicios ignacianos (Santander, Sal Terrae, 1988); F.M. LOPEZ MELUS, Desierto una experiencia de gracia (Salamanca, Sígueme, 1994); M. RUIZ JURADO, Práctica abreviada de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio (Barcelona, Balmes, 1978); P. SCHIAVONE, D. De PABLO MAROTO, Ejercicios Espirituales, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 544-558.
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
SUMARIO: I. Referencias históricas: 1. En la Biblia; 2. Antes de san Ignacio; 3. La génesis de los EE ignacianos – II. Contenido: 1. El fin de los EE; 2. Proceso de purificación y dimensión sacramental; 3. Búsqueda de la propia identidad y valores personales: 4. «En» y «con» Cristo para la vitalidad del cuerpo místico; 5. La vida en el Espíritu: una alegría que comunicar – III. El método: 1. La concatenación de las ideas; 2. La adaptación; 3. En colaboración activa; 4. Unidad de atmósfera – IV. Los actores de los EE: 1. El Espíritu de Dios; 2. El ejercitante: 3. El que da los ejercicios – V. Elementos sintonizantes con el plan del Padre: 1. Sentir y gustar; 2. La experiencia de las resonancias interiores; 3. La búsqueda de los signos de los tiempos: 4. Las reglas para sentir con la Iglesia – VI. EE: Nuevas experiencias: 1. Exigencias de renovación; 2. Formas nuevas de EE: a) EE en la vida corriente, b) Ejercicios en diálogo, c) EE y técnicas psicológicas, d) EE como praxis de liberación, e) Otras formas de F.E.
La expresión «ejercicios espirituales» (FE) evoca ideas e imágenes que entusiasman a unos y aburren, o entristecen, a otros’. Encuentro personal con Dios, conocimiento «experiencial» del Verbo encarnado, animación y guía del Espíritu, búsqueda y descubrimiento de la propia identidad en Dios… son realidades vividas por quien ha tenido la suerte de asistir a un curso de EE dirigidos y hechos con seriedad y compromiso.
I. Referencias históricas
La expresión obtuvo éxito definitivamente con Ignacio de Loyola. Pero ya antes los creyentes se «aislaban» para reflexionar y rezar.
1. EN LA BIBLIA – En el AT, Abrahán (Gén 12,1), Moisés (Ex 3,1-6; 19,3-25), Elías (1 Re 19,1-8) fueron llamados por Dios a un encuentro personal’. Desde siempre, Dios es el que «atrae y guía al desierto para hablar al corazón» (Os 2,16).
La llamada del >»desierto» como lugar de oración está presente también en el NT a partir del Bautista, al que le llegó la palabra de Dios durante su permanencia «en el desierto» (Lc 3,2; cf 1,8). Al mismo Jesús le atraía la soledad’. Particularmente significativo es el hecho de que, al comienzo de su vida pública, «fue conducido al desierto bajo el influjo del Espíritu, donde durante cuarenta días fue tentado por el diablo» (Lc 4,1-2). Fue uno de los momentos más intensos de su vida; en aquella ocasión, el hombre Jesús aceptó el proyecto del Padre sobre el modo de la redención. En resumen: orar es encontrarse con Dios para conocer y aceptar su voluntad de salvación y los medios de que servirse.
La primitiva comunidad cristiana ofrece no pocas experiencias de EE. La más interesante es la de los primeros cristianos: con María, madre de Jesús, «perseveraban unánimes en la oración» (He 1,14). Fue una experiencia magnífica y privilegiada de… EE hechos para disponerse a recibir el Espíritu Santo, el «don» que definitivamente habría de marcarlos y lanzarlos. Experiencias análogas las vivió la comunidad después de ampliarse con nuevos convertidos: «Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (He 2,42)6. Además de la asiduidad y la concordia en la oración, tenemos, pues, la escucha de la palabra y la fracción del pan, en un clima de caridad fraterna.
2. ANTES DE SAN IGNACIO – LOS monjes, ya desde los primeros siglos, se dedicaron a los diversos «ejercicios» de oración y de vida cristiana, bien aisladamente en los yermos (ermitaños), bien comunitariamente en las «lauras» (anacoretas) y en los monasterios o cenobios (cenobitas). San Eutimio el Grande (+ 473), por ejemplo, considerado el fundador de las lauras de Palestina, promovió de modo particular el «retiro» durante la cuaresma. En el Medioevo muchos monasterios destinaron celdas e incluso «yermos» para quienes deseaban dedicarse a la oración durante un determinado período, con el fin, por ejemplo, de obtener una gracia especial o de disponerse a recibir un cargo o un ministerio’.
Desde finales del s. xiii al s. xvi tuvo lugar, sobre todo en Europa, una progresiva decadencia del espíritu cristiano y de la práctica religiosa. Para reaccionar contra el peligro del laicismo y del naturalismo, se promovió la meditación cotidiana metódica; incluso las grandes órdenes religiosas construyeron «desiertos» destinados a la oración y a la penitencia.
Precisamente después de un retiro hecho en la Cartuja de Colonia, el fundador de la Devotio moderna, Gerardo Groote (+ 1384), se dedicó a este movimiento de renovación religiosa. Su espiritualidad, divulgada sobre todo por la celebérrima De imitatione Christi, de Tomás Hemerken de Kempis (+ 1471), se caracteriza, en el plano del contenido, por una ardiente devoción a Jesús y, en el plano del método, por los ejercicios relativos a las diversas facultades. De aquellos tiempos son las obras De spiritualibus ascensionibus, de Gerardo de Zutphen (+ 1398) y Rosetum exercitiorum spiritualium de Mombaer o Mauburnus (+ 1494). Otras obras de grandísima importancia fueron el Ejercitatorio, de García de Cisneros (+ 1510). y la bita Christi, de Ludolfo de Sajonia (+ 1377).
Gracias sobre todo a estas obras, se divulgó por Europa la expresión «ejercicios espirituales» hasta hacerse de uso corriente.
Así pues, los EE no sólo tienen contenidos, sino también técnicas precisas y hasta el nombre específico, ya antes de Ignacio de Loyola. ¿Qué añadió, entonces, el patrono de los EE?
3. LA GENESIS DE LOS EE IGNACIANOS – Ignacio, nacido en Loyola en 1491, «hasta los veintiséis años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo’. La herida recibida en Pamplona en 1521 le obligó a permanecer mucho tiempo en cama. A falta de otra cosa, se resignó a leer la Vida de Cristo del cartujo Ludolfo de Sajonia y la Leyenda áurea, del dominico Giacomo da Varazze (+ 1298).
a) Las experiencias de Loyola. Los ejemplos de los santos le provocan, le arrastran, le hacen desear aventuras del todo diversas a las precedentes. Mas, de buenas a primeras, no se pueden borrar veintiséis años de vida. Pensamientos dispares y opuestos se suceden; unas veces se siente contento y entusiasta y, otras, triste y encerrado en sí mismo. En un primer momento, no se percató del significado de aquellos diferentes estados de ánimo. «Una vez se le abrieron un poco los ojos y empezó a maravillarse de esta diversidad, y a hacer reflexión sobre ella y, aprendiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste y de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban: el uno del demonio y el otro de Dios’. Ignacio había descubierto uno de los elementos constitutivos más originales de sus EE.
De Loyola fue a Montserrat, donde «se confesó por escrito generalmente, y duró la confesión tres días»», y a Manresa, donde permaneció del 25 de marzo de 1522 a febrero de 1523.
b) Las enseñanzas de Manresa. Después de narrar otras numerosas experiencias, que codificará puntualmente en el librito de los EE «, escribe Ignacio: «Le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole»; y enumera cinco enseñanzas», de las cuales la quinta reviste un particular significado para nosotros. El penitente de Manresa se encontraba en las riberas del Cardoner. En un determinado momento se le abrieron «los ojos del entendimiento», «entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras, con una ilustración tan grande que le parecían todas las cosas nuevas’. En aquella ocasión fue cuando aprendió a discernir mejor los espíritus; entonces fue cuando «Dios le concedió un conocimiento profundísimo y un vivo sentimiento de los misterios divinos y de la Iglesia, le comunicó los Ejercicios y le mostró en las meditaciones del reino y de las dos banderas la finalidad de su vida». En una palabra, a las orillas del Cardoner «su entendimiento fue de tal manera iluminado que parecía otro hombre y con otro entendimiento». Los EE, en su parte «sustanciar», eran cosa hecha. Después de ser sometidos, a menudo junto con su autor, a repetidos exámenes en diversas ciudades de Europa y, en particular, en Alcalá, Salamanca, París, Venecia y Roma, fueron definitivamente aprobados por Pablo III el 31 de julio de 1548 con el Breve Pastoralis Officii
II. El contenido
Los EE no tienen, ni pueden tener, mucho de original desde el punto de vista del contenido. Basta pensar que en tres cuartas partes (II, III y IV semana) presentan la vida de Jesús. Pero no es menos cierto que los EE son de una originalidad única, ya sea porque Ignacio trasfundió a ellos sus intuiciones y sus experiencias, ya porque supo relacionar y amalgamar sus diferentes etapas y estructurar el conjunto de forma altamente unitaria y sistemática. La adaptación y la posibilidad de graduar los elementos más centrales del mensaje cristiano se cuentan entre los méritos más originales del método.
1. EL FIN DE LOS EE – Ignacio habla de cuatro etapas (EE 4), que corresponden la primera a la vía purgativa, la segunda a la iluminativa, la tercera y la cuarta a la unitiva (EE 10). Al comienzo del librito, en las Anotaciones, tenemos indicaciones concisas y claras sobre el método y sobre la naturaleza de los EE: una serie de «actividades espirituales» con un fin (EE 1). El ejercitante que, en colaboración activa, consiente en dejarse «pilotar» (obviamente, y sobre todo, por el Espíritu de Dios), llegará a «vencerse a sí mismo y a ordenar su vida sin determinarse por ningún afecto desordenado» (EE 21); a través de una serie de ejercicios», madurará su apertura y su aceptación del plan divino.
2. PROCESO DE PURIFICACIí“N Y DIMENSIí“N SACRAMENTAL – La I Semana tiene como fin principalmente «situar» al ejercitante en la historia de la salvación: ¿Cuál es su relación con el Salvador? La experiencia, tan drásticamente descrita por Pablo (Rom 7,14-25), nos convence de que en cada hombre fuerzas disgregadoras llevan a hacer lo que no se quiere. De esta manera toma cuerpo, hasta imponerse de manera ineludible conforme se avanza en la oración, la necesidad de un Salvador. En realidad, el hombre, llamado a abrirse a Dios liberando su espíritu de cuanto pueda distraerlo de esta relación realizadora (Principio y Fundamento: PF), se encuentra, en la Semana 1, tímidamente replegado sobre sí mismo, separado de Dios, irrealizado. Es la experiencia -para Ignacio elemento primero de este sorprendente mosaico- de los ángeles que se rebelan contra Dios, de Adán y Eva, de un pecador cualquiera, del mismo ejercitante.
El tercer ejercicio examina, de manera más directa, las causas del pecado; en la oración, que se hace cada vez más insistente, se pide conocer los pecados, el desorden y el mundo, y la gracia de aborrecerlos y de reequilibrarse. Se llega así a comprobar las condiciones mejores para acceder a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía; es la dimensión sacramental, hacia la cual, según se indica claramente desde el comienzo de la etapa (EE 44; cf 18; 20 y 354), todo debe converger. La 1 Semana se cierra con una visión escatológica que, si, por una parte, es particularmente traumatizante, por otra (y es éste el objetivo a conseguir), abre de manera definitiva a Cristo Salvador. La meditación del infierno, en efecto, ayuda no sólo «a no caer en pecado», si por ventura «por mis faltas me olvidase del amor del eterno Señor» (EE 65 c), sino también y sobre todo a fijar bien en la memoria y en el corazón que «Cristo nuestro Señor… no me ha dejado caer» en el infierno «acabando mi vida» (EE 71b). La conclusión: dar gracias a Jesús porque «hasta ahora siempre ha tenido de mí tanta piedad y misericordia» (EE 71 c). En este punto habría que estar verdaderamente pronto a entrar definitivamente por el camino de la maravillosa aventura cristiana.
3. BÚSQUEDA DE LA PROPIA IDENTIDAD Y VALORES PERSONALES – La II Semana, después de haber urgido oportunamente a la prontitud, a la diligencia y a la entrega incondicional (EE 91-94), presenta al ejercitante, en una visión sintética, el plan de Jesús: salvar al mundo siguiéndole a él. La visión apostólica asume significado y amplitud con las contemplaciones de la Encarnación, de la Natividad, de la vida oculta. Con Jesús, que se encarna y vive de acuerdo con opciones bien definidas y provocadoras, el ejercitante puede tomar sus opciones, percatarse de su puesto en el cuerpo místico de Cristo y descubrir su identidad. El proceso de purificación y de afinamiento, iniciado con el PF, tenido particularmente presente durante la I Semana, continúa ahora a la luz deslumbrante de los ejemplos del Salvador; poco a poco, por vía de asimilación vital, gracias a la acción del Espíritu, el ejercitante puede hacer suyas las opciones de Jesús.
La trilogía de la II Sem. (Banderas, Binarios, Tres coloquios) presenta de modo definitivo e inequívoco el camino (cf He 19,9). El conocimiento no sólo de los pecados y de las debilidades, sino también de las tendencias y las aspiraciones, la experiencia de las consolaciones, de las desolaciones y del discernimiento»la constante atención a mantenerse en equilibrio y, sobre todo, a dejarse guiar por el Espíritu de Dios, constituyen las condiciones ideales para ver y valorar (cf Lc 14,28ss), para buscar y encontrar la voluntad divina.
De cuanto se ha dicho hasta ahora, fácilmente puede deducirse que la instancia personalista se integra bien en la comunitaria. También en la visión ignaciana Dios hace «señas» al individuo; mas para introducirlo en el «cuerpo», para hacerle tomar conciencia de que es miembro del pueblo. Todo, desde el principio de los EE, lleva a aceptar y vivir según la vocación personal; no sólo para realizarse a sí mismo, sino también para contribuir al bien de los hermanos. El ejercitante de Ignacio se descubre creado y, por tanto, dotado de capacidades particulares; redimido y, por tanto, rehabilitado y llamado a dar su contribución personal para la promoción humana integral; animado del Espíritu y, por tanto, dotado también de carismas particulares que le hacen apto y pronto para cumplir la tarea a que la Providencia le ha destinado (cf LG 12). En otros términos: si es cierto que Dios le llama, es igualmente cierto que el hombre está dotado de un patrimonio personal en orden a una misión de liberación y de salvación. Son éstos elementos que los EE bien dirigidos hacen aflorar y madurar.
Mas, ¿cómo, en concreto, ocuparse y vivir según la propia misión?
4. «EN» Y «CON» CRISTO PARA LA VITALIDAD DEL CUERPO MíSTICO – Según la vida de Jesús va poco a poco pasando ante los ojos atentos del ejercitante, el cuadro dentro del cual ha de comprometerse va adquiriendo contornos cada vez más claros y definidos; se vive tanto más intensamente cuanto más nos damos a Dios y a los hermanos en el estado querido por Dios, en las condiciones queridas por Dios, bajo la guía del Espíritu de Dios, «bien arraigados y edificados» en Jesús (Col 2,7). Jesús, considerado durante la 1 Sem. como restaurador de la imagen del Padre, contemplado en la II como el modelo en que inspirarse para realizar del mejor de los modos posibles el plan del Padre, habrá de ser asimilado, mediante una permanente y profunda «simpatía», durante la III Sem. hasta el punto de que el ejercitante ha de poder afirmar con san Pablo: «Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí» (Gál 2,20). Por eso pedirá «dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna por tanta pena como Cristo pasó por mí» (EE 203).
Es la semana de la eucaristía y, por tanto, de la unión más íntima que se pueda concebir. Es el tiempo de la reflexión sobre las grandes revelaciones del Amor: «Yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (Jn 14,20); «para que todos sean una sola cosa» (Jn 17,21); «seguid unidos a mí y yo a vosotros» (Jn 15,4).
Es también el tiempo de la comprensión del misterio de la cruz como medio privilegiado escogido por Dios para la redención del mundo. En toda contemplación (EE 204) el ejercitante, además de «considerar cómo (Jesús) todo esto padece por mis pecados, etc.» (EE 197), debe preguntarse también «qué debo yo hacer y padecer por él» (ib). Es decir, debe ver la manera de realizar la misión a la que está llamado para el bien del cuerpo místico. Al contacto, o mejor, en íntima unión con Jesús, que «libra» y «promueve» sufriendo y muriendo, también él debe «hacer y padecer» algo; debe adoptar la finalidad y hasta el estilo y los medios de Jesús; debe, a la luz de una enseñanza precisa de la Sda. Escritura y de san Pablo en particular, consentir en completar en su carne «lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24); debe, por ejemplo, aceptar la eventual invitación a «com partir» la vida de los marginados.
5. LA VIDA EN EL ESPíRITU: UNA ALEGRíA QUE COMUNICAR – La IV Sem. está destinada a la contemplación de Jesús resucitado. Ignacio quiere que el ejercitante pida la gracia de alegrarse y «gozar intensamente de tanta gloria y gozar de Cristo nuestro Señor» (EE 221). Para ayudar a conseguir la meta, sugiere dirigir la atención a las manifestaciones de la divinidad (EE 223); intentar, desde el primer momento de la jornada, conmoverse y alegrarse «por tanto gozo y alegría de Cristo nuestro Señor» (EE 229), recordar y pensar «cosas que causan placer, alegría y gozo espiritual» (ib). En el fondo, se trata de dar a la vida un sabor nuevo, propio de los que se dejan animar y conducir por el Espíritu. Estamos al final del itinerario y es la hora de los frutos del Espíritu. Al contacto con el cuerpo resucitado de Jesús, y en la medida en que se profundiza la consideración de los «verdaderos y santísimos efectos» de la resurrección (EE 223), no se puede menos de participar de su alegría. El cumplió perfectamente su misión; puso las condiciones para la efusión del Espíritu prometido; y el Espíritu, una vez que ha tomado posesión de nuestros corazones, atestigua «que somos hijos de Dios» (Rom 8,15-16). También éstos, y éstos sobre todo, son «verdaderos y santísimos efectos» de la resurrección.
Habitado por el Espíritu, dotado de dones y de carismas particulares, el ejercitante de la IV Sem. no puede dejar de «decir» su alegría de estar y sentirse salvado; no puede dejar de gustar el honor de saberse asociado a la obra de la salvación; no puede dejar de «darse» -también para imitar y asimilarse al Resucitado, que ejercita «el oficio de consolador» (EE 224)- a la edificación del cuerpo místico, con alegría y entusiasmo. En la madurez, que es fruto de acción divina, recibida con plenitud de docilidad y de amorosa atención, sentirá la exigencia de corazón -estamos en la contemplación final propuesta por Ignacio- de encontrarse con el Señor, que colma de toda suerte de dones y que se da también a sí mismo (EE 234) con su presencia (EE 235) y con su acción (EE 236); verá en todas las cosas, en cada acontecimiento, en cada hombre, las huellas del Amor y, en consecuencia, adorará, alabará y agradecerá (EE 237). En el deseo, cada vez más vivamente percibido, de estar «con» y «en» Dios -pero siempre atendiendo a una purificación necesaria y permanente (EE 238-248)- tendrá cada vez más ante los ojos al Padre, al Hijo, al Espíritu y a la Virgen… y se sentirá «familiar» suyo (EE 249-257); los tendrá en el corazón y en los labios (EE 258-260). Mas no de una manera romántica y alienante, porque sabe que «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras…» (EE 230-231).
III. El método
Hacemos referencia solamente a algunos de los elementos que constituyen la fuerza del método ignaciano, haciéndolo sumamente actual y válido.
1. LA CONCATENACIí“N DE LAS IDEAS – Cuanto queda dicho sobre el contenido debe haber hecho comprender ya que uno de los secretos del método hay que buscarlo en la concatenación de las ideas dentro de los respectivos ejercicios, entre un ejercicio y otro y entre las diversas etapas. Dejando a un lado la muestra que de ello tenemos desde el principio; dejando a un lado el hecho de que el ejercitante, al reflexionar sobre esta página maravillosa, queda prácticamente iniciado en ese rigor lógico, tenemos también afirmaciones explícitas. Damos un solo ejemplo: no se puede pasar a la etapa siguiente si no se han recogido los frutos de la anterior, precisamente porque la segunda está arraigada en la primera y la desarrolla (EE 4 b; 162; 209; 226).
2. LA ADAPTACIí“N – Esto muestra también la necesidad de la fidelidad tanto al hombre como a Dios. No todos estamos hechos de la misma manera. Y no sólo desde el punto de vista de las dotes naturales, de la capacidad, de la voluntad de compromiso (EE 4 b; 14; 18); existe también una «medida» de gracia que Dios, en su inescrutable sabiduría y bondad infinita, confiere a cada uno según le place. Por eso el que da los ejercicios debe proponer aquellas verdades que son «convenientes y conformes a la necesidad» concreta del ejercitante (EE 17). De ahí el principio de oro: «Los ejercicios espirituales deben adaptarse a la disposición de las personas que quieren hacerlos» (EE 18)28.
3. EN COLABORACIí“N ACTIVA – Ignacio incita a comprometerse y a colaborar con la gracia de Dios. El principio es tan claro y se inculca tanto, que no pocos han acusado a nuestro autor de voluntarismo. En realidad, algunas de sus expresiones, sobre todo si se las saca de su contexto, se prestan a una acusación así. Para resolver esta dificultad es necesario «comprender» la breve frase que sirve de introducción a la demanda de la gracia propia de cada ejercicio, la cual se repite, con un énfasis único, desde la primera (EE 48) a la última (221) meditación o contemplación: «pedir lo que quiero», o bien «demandar la gracia que quiero» (91 c) o, en una forma más completa: «demandar a Dios nuestro Señor lo que quiero y deseo» (48).
En otras palabras, Ignacio está convencido de que todo es don de Dios y que ningún fruto puede madurar si Dios no lo concede. Por eso, en los momentos más importantes de los EE invita a insistir en la oración, interponiendo también la mediación de Jesús y de la Virgen (EE 63 y 147).
Mas esto no significa pasividad y quietismo. La experiencia de los EE del mes es sólo para personas maduras, es decir, capaces de compromiso y de colaboración, que piden lo que quieren y desean, pero que también quieren y desean lo que piden; que hacen todo cuanto está en su mano y cuanto se les exige para abrirse a la gracia. El Dios que presenta Ignacio es un Dios que respeta la libertad y la capacidad humana concreta; nos dirigimos a él no sólo para pedir que «quiera mover mi voluntad y poner en mi alma lo que debo hacer sobre la cosa propuesta» (EE 180), sino también para decir: «Eterno Señor de todas las cosas, con tu favor y ayuda hago mi oblación…; quiero y deseo y es mi determinación deliberada…» (EE 98); no sólo para ofrecer la elección, hecha después de haber «discurrido y razonado bajo todos los aspectos sobre la cosa propuesta» (EE 182), sino también para pedirle que «la reciba y la confirme, si es para su mayor servicio y alabanza» (EE 183).
4. UNIDAD DE ATMí“SFERA – Durante los EE hay que separarse «de todos los amigos y conocidos y de toda solicitud terrena» (EE 20) para ir a vivir en «otra casa o habitación, para permanecer allí lo más secretamente posible» (ib). Además del aislamiento, se requiere también y sobre todo el recogimiento. Precisamente para éste se escoge aquél; nos apartamos para concentrar «toda la atención en una sola cosa» y, en consecuencia, ejercitar más libremente las facultades naturales (ib).
Esto supuesto, siempre con la ayuda de Dios, habrá que cuidar no tanto de «conocer» cuanto de «comprender», porque «no el mucho saber harta y satisface al alma, sino el sentir y gustar las cosas interiormente» (EE 2); por eso, una vez encontrado el «punto» sobre el que reflexionar y orar, «descansaré en ellos, sin ansia de pasar adelante, hasta que me satisfaga» (EE 76). Gracias también a este modo de proceder, a esta fidelidad al hombre, es decir, a sus procesos de asimilación y de maduración, podrá el discípulo de Ignacio madurar verdaderamente disposiciones que le hagan atento y pronto al servicio y a la mayor gloria de Dios.
IV. Los actores de los EE
Los verdaderos protagonistas de los EE ignacianos son el Espíritu de Dios yel ejercitante. En líneas generales, el que los da debe desarrollar sólo una tarea de iniciación y de discreta asistencia.
1. El. ESPíRITU DE DlOS – El que, por el contrario, debe dominar el campo, desde el principio al final y durante toda la vida (y de manera consciente, una vez que se ha tenido la experiencia de los EE), es el Espíritu Santo». Los EE tienen en realidad, ante todo, la finalidad de poner al ejercitante en sintonía con el Espíritu de Dios para conocer su voluntad realizadora y, luego, enfocar la vida según el plan paterno. En cada una de las fases de los EE, y desde el principio, hay que crear las condiciones requeridas para que el ejercitante sea «iluminado por la virtud divina» (EE 2); para que el Creador pueda comunicarse y obrar «inmediatamente con la criatura» (EE 15), mover la voluntad y poner en el alma lo que es preciso elegir (EE 180).
2. EL EJERCITANTE – Muchos de los elementos que le conciernen han sido ya subrayados. Recordemos aquí la sugerencia de iniciar los EE «con corazón abierto y con generosidad», ofreciéndose a sí mismo y las cosas propias al Señor (EE 5), es decir, haciendo aquel acto de fe por el cual «el hombre se abandona a Dios todo entero libremente» (DV 5).
En el curso de los EE, el ejercitante habrá de discernir todas y cada una de las partes de la vocación cristiana, captar los contenidos de la voluntad paterna y escoger, liberado de cuanto no es Dios y totalmente abierto a él. En el fondo, todo se reduce a esto: tener capacidad de reflexión y de decisión ponderadas, comprometerse sinceramente a hacer la experiencia propuesta por Ignacio, «querer» seguir al Señor.
En suma, los EE suponen una cierta madurez, tanto humana como cristiana. Justamente en el n. 649 de las Constituciones de la Compañía escribe Ignacio: «Generalmente no se darán más que los Ejercicios de la primera Semana; y si se dan enteros, se hará con personas elegidas o con quien desee tomar una decisión respecto al estado de su vida».
3. EL QUE DA LOS EJERCICIOS – Debe, ante todo, recordar que ocupa un puesto de segundo plano respecto al Espíritu de Dios; por eso, sobre todo en algunas circunstancias, debe sencillamente desaparecer (EE 15).
En todo caso, la suya es una labor de presencia discreta y paterna. Además de dar los «puntos», debe adaptar, sostener, animar y vigilar para que el ejercitante no formule propósitos desatinados, no sea indiscreto en la elección de los medios, no se agote… Sobre todo debe ayudar a discernir los espíritus. Es lo que se desprende también del párrafo que sigue.
V. Elementos sintonizantes con el plan del Padre
El Espíritu que mora en nosotros enseña, recuerda y guía. El hombre, sin embargo, generalmente hablando, no procede por vía de intuición. Conocer, comprender, desear, querer, obrar son actividades que requieren tiempo y conllevan a veces largos procesos de asimilación, maduración y decisión.
1. SENTIR Y GUSTAR – También para esto quiere Ignacio que se «sienta» y se «guste» (EE 2), que nos detengamos sólo en una parte de alguna verdad, que volvamos con constancia y perseverancia, cotidianamente y en diversas ocasiones, sobre cuanto precedentemente se ha gustado, poco o mucho. Las repeticiones, los resúmenes, las aplicaciones de los sentidos, son habituales en los EE desde el día primero al treinta. Además, al final de cada meditación o contemplación hay que reflexionar para ver «cómo me ha ido» (EE 77), y, dos veces al día, examinarse para realizar una ulterior puntualización sobre las mociones de Dios. En este clima, saturado de gracia divina y de esfuerzo humano, se atenderá a su tiempo a buscar y encontrar la voluntad de Dios. Ignacio habla de ello desde el n. 175 al n. 189, describiendo sus tiempos; el primero se da cuando Dios «llama» de manera enteramente clara e inequívoca (EE 175); el segundo, cuando nos servimos de las experiencias de las consolaciones, de las desolaciones, del -discernimiento (176); el tercero, cuando se descubre la voluntad divina «razonando». Hablaremos brevemente de las dos últimas.
2. LA EXPERIENCIA DE LAS RESONANCIAS INTERIORES – Desde la primera jornada de los EE se nos invita a anotar y a detenernos en aquellos puntos en los que se ha probado «mayor consolación o desolación o mayor sentimiento espiritual» (EE 62). En una palabra, hay resonancias íntimas y profundas en nosotros que Ignacio, fiel a la tradición más segura, llama consolaciones y desolaciones. En el origen de tales «sentimientos» están los «espíritus»: el bueno obra para nuestra realización; el malo, para nuestra alienación y dispersión (EE 318). Fruto de la acción del primero es cuanto abre al amor y a la alegría (consolación); cuanto, por el contrario, repliega y cierra sobre uno mismo (desolación) es el fruto agusanado del «enemigo de la naturaleza humana» (EE 325). Por consiguiente, el deseo de elegir o la elección misma que, una vez realizada, produce consolaciones es de Dios. Y esto baste.
3. LA BÚSQUEDA DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS – Mas ¿qué hacer cuando las resonancias interiores no están presentes de manera clara y neta? En este caso se le invita al ejercitante a proceder a un trabajo de atenta investigación sobre todo lo que pueda ayudar a escoger lo que «sienta» que es de mayor gloria de Dios (EE 179). Se trata, a nuestro entender, de buscar, descubrir e interpretar los signos de los tiempos, discurriendo y razonando «bajo todos los aspectos sobre la cosa propuesta» (EE 182); de «descubrir en los acontecimientos… cuáles son las exigencias naturales y la voluntad de Dios» (PO 6); de examinar «aquellos signos de que se sirve cada día el Señor para hacer comprender su voluntad a los cristianos prudentes» (PO 11); de «buscar en cada acontecimiento su voluntad» (AA 4).
4. LAS REGLAS PARA SENTIR CON LA IGLESIA – Se entiende que en este trabajo de búsqueda, a veces complejo, es necesario dejarse ayudar (condición para no vagar en la oscuridad) y «escuchar» a aquellos a quienes el Señor ha confiado la labor de guiarnos: «Es necesario que todas las cosas sobre las que queremos hacer elección […] militen dentro de la santa madre Iglesia jerárquica» (EE 170); hay que «tener el ánimo aparejado y pronto a obedecer en todo a la, verdadera esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra santa madre Iglesia jerárquica» (353). En resumen, el pensamiento de Ignacio, sólidamente fundado también en este punto en la Escritura, concuerda con cuanto enseña la Iglesia a propósito de la genuinidad y del uso de los carismas: «El juicio de su autenticidad y de su ejercicio razonable pertenece a quienes tienen la autoridad en la Iglesia, a los cuales compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (LG 12).
P. Schiavone
VI. EE: Nuevas experiencias
En nuestro tiempo existen dos tendencias en relación con los EE que aparentemente se contradicen, pero en el fondo se integran. Por una parte, se siente la necesidad de continuar su práctica porque suponen todavía hoy una gracia eclesial; y por otra, la necesidad de renovarlos, aun con el riesgo de retocar su esencia. Estos breves apuntes pretenden analizar los esfuerzos de renovación y las formas nuevas en que se traduce la original experiencia de san Ignacio.
1. EXIGENCIAS DE RENOVACIí“N – El concilio Vat. II es un obligado punto de referencia al hablar de «renovación» y «aggiornamento». Más que el concilio en sí, cuenta la nueva mentalidad que los documentos conciliares asumen, sintetizan y comentan, sobre todo mirando a perspectivas de futuro. Son muchas las causas que han influido en la «nueva mentalidad» y que han obligado a los pastoralistas a revisar el entramado de los Ejercicios ignacianos. Algunas ideas han adquirido especial relevancia e inciden en la renovación del método: las categorías del encuentro, la relación y el diálogo, la dinámica de grupos, el nuevo sentido de la comunidad, que dificultan y cuestionan la soledad, el silencio, el diálogo personal con Dios cargado de individualismo, tan necesario en los clásicos EE.
Más profunda incidencia en los EE han tenido la renovación teológica, las exigencias de la pastoral y la catequesis, las nuevas ciencias del hombre, como la sociología religiosa, la antropología, la psicología profunda, la psicología social, etc. Y hasta la situación de injusticia en muchas partes del mundo, que es interpretada desde los contenidos de la fe como denuncia profética. Este complejo mundo de ideas ha obligado a buscar acomodos para los antiguos caminos y métodos espirituales. Por no salirme del ya aludido concilio Vat. II como impulso renovador de los EE, recuerdo un hecho sintomático. Pocos meses después de la clausura delconcilio, en agosto de 1966, se celebró en Loyola un Congreso Internacional de Ejercicios, al que había precedido una Encuesta, también de ámbito internacional, sobre el mismo tema. La finalidad del congreso era clara: acomodar el método, las ideas ignacianas, a la nueva teología del concilio. Este hecho confirma cuanto dije al principio: validez de los EE, pero también urgencia de su puesta al día.
2. FORMAS NUEVAS DE EE – La renovación de los EE afecta al método y a la tematización, pero sin traicionar la finalidad primordial de los mismos, que es conseguir una experiencia de Dios que conduzca a la conversión.
a) Ejercicios espirituales en la vida corriente. En realidad, no se trata de una innovación, sino de una vuelta a lo original de los EE, iniciada ya por san Ignacio y después caída en desuso. De hecho, en la «Anotación 19» del Libro de los Ejercicios escribe: «Al que estuviere embarazado en cosas públicas o negocios convenientes, quier letrado, o ingenioso, tomando una hora y media para se exercitar, platicándole para qué es el hombre criado, se le puede dar asimismo por espacio de media hora el examen particular, y después el mismo general, y modo de confesar y tomar el sacramento…». Pioneros en nuestros días pueden considerarse el jesuita belga P. Jean Pierre van Schoote, quien inició la experiencia con jóvenes universitarios en Lovaina hacia el año 1960; y el jesuita canadiense Gilles Cusson, que ha publicado una especie de Directorio del método.
Se exige, en primer lugar, una selección de candidatos, que posean capacidad de reflexión y concentración en una idea para dejarse dominar por ella durante los trabajos y ocupaciones del día. Con ellos tiene el director un encuentro previo para explicarles el sentido de la experiencia. Fundamentalmente, el método se basa en el principio psicológico de que durante el día el hombre normal no emplea toda su capacidad mental y afectiva en los trabajos que realiza; que existen espacios interiores muertos, o al menos vacíos. Pues bien, el director introduce en el ejercitante una idea «preocupante» que le acompañe, vaya madurando hasta que le domine totalmente, le convierta a ella. Esta idea convive con él, sobrevive en medio de las preocupaciones y los trabajos normales de cada día. Por ejemplo: Dios es mi padre; los hombres son mis hermanos; Cristo vive presente, encarnado entre nosotros, en los pobres, en la Eucaristía, etc. Además de esta preocupación fundamental, el ejercitante necesita algún espacio libre para poder concentrarse mejor en el tema de reflexión del día o de la semana; y también un tiempo para la oración personal.
El método es sumamente personalizado, requiere un control metódico por parte del director, una revisión frecuente; pero es algo más que la clásica «dirección espiritual». Puede ser una buena experiencia religiosa para cristianos muy ocupados, que no tienen tiempo de «retirarse» a casas de espiritualidad, o que quieren salir de la rutina de los EE organizados.
b) Ejercicios en diálogo. Esta experiencia supone un profundo cambio metodológico. Los EE clásicos, aunque se hagan en grupos más o menos limitados, no rompen la estructura individualista y una cierta pasividad; a lo sumo, se hacen con diálogo. El nuevo método se funda en la psicología dinámica de grupos, que ve al hombre como ser social, miembro de un grupo en el que necesariamente existe una relación y un encuentro con los demás. Los ejercicios -en este caso- no sólo se harán con diálogo, sino en diálogo, con la participación activa de todos los componentes del grupo.
El hombre moderno está acostumbrado a tener responsabilidades sociales y religiosas y -cuando se junta con otros semejantes- quiere encontrar el camino de la fe junto con ellos, no a través de un líder religioso. La nueva mentalidad está generando cristianos nuevos, que se expresan en un lenguaje diferente y de modo más libre. El grupo comparte la fe, expresa sus experiencias religiosas. La búsqueda común de las soluciones ayuda a madurar cristianamente, a construir la Iglesia. Es tarea común que se realiza en diálogo. Resulta claro que es algo más profundo que una mera dinámica de grupos.
El grupo no es numeroso y se fragmenta en pequeñas unidades de trabajo que al final confrontan las conclusiones. Los miembros directivos -que también asisten- no son en manera alguna protagonistas, sino especialistas a quienes se puede acudir si surgen dudas y problemas». El método es complejo y costoso, pero vale como novedad y experiencia. Quizá se podrían acomodar en el futuro algunas técnicas e ideas básicas. Una metodología combinada mejoraría la práctica de los EE clásicos. e) EE y técnicas psicológicas. Resulta novedad metodológica incorporar algunas técnicas psicológicas para una mayor eficacia, como la dinámica de grupos, siempre que no se olvide el fin primordial de los EE, que es la «conversión» del ejercitante, y que se pretenda una finalidad apostólica». También se están aprovechando los valores terapéuticos de los EE por los procesos interiores que provocan. Así, por ejemplo, el recuerdo de los pecados y la meditación de la pasión de Cristo, que desencadena en el ejercitante lágrimas de dolor, tienen un cierto paralelismo con la técnica para crear en el cerebro «estereotipos dinámicos de reacción». Lo mismo que el agere contra de los EE de san Ignacio, dinamismo interior para luchar contra las malas inclinaciones, es utilizado en psicoterapia para sublimar el instinto de combatividad y así corregir la afectividad mal orientada. Además, tanto los EE como la psicoterapia pretenden una reorganización de la vida del individuo sometiendo las fuerzas desintegradoras de la personalidad -instintos y afectos- para conseguir una actuación más unitaria, racional e integradora. Finalmente, tanto la psicoterapia como los EE pretenden provocar imágenes contrarias a las imágenes que anteriormente crearon la desarmonía de la persona. Esta provocación voluntaria de las nuevas imágenes se realiza en los EE mediante las meditaciones sobre el infierno, el cielo, la composición de lugar, las distintas contemplaciones. Al mismo tiempo, los ejercicios repetidos sistemáticamente generan en el ejercitante una especie de neurotización obsesiva transitoria y provisional creando, a la larga, «estereotipos dinámicos correctivos.
d) EE como praxis de liberación. Más que nuevo método, esta experiencia se mueve en la renovación de la «temática» de los EE, teniendo en cuenta la «teología de la liberación», muy activa en América Latina. Las clásicas meditaciones de los EE se cambian o se combinan con otras más acordes con la situación de injusticia en que viven muchos pueblos del Tercer Mundo, para provocar en el ejercitante un espíritu solidario con los más pobres y marginados. Esta seria la conversión al Evangelio: el amar a los hermanos para ayudarles a su propia liberación. Vivencia y experiencia del Cristo histórico, pero sobre todo del Cristo total, que es la Iglesia y la humanidad doliente. Según los promotores, o los EE suscitan este tipo de conversión o son «enajenantes». Los temas tratados son una síntesis de la espiritualidad de la liberación que es la que quieren suscitar con los EE. Para que los EE surtan los efectos deseados, el ejercitante tiene que mentalizarse antes con las corrientes y los postulados teóricos de la teología de la liberación, que posee una especial sensibilidad por la injusticia. A crear este clima interior óptimo se dedican los primeros días de los EE, que vienen a ser unos preejercicios; después se inicia el período propiamente de Ejercicios con la predicación tematizada, y culmina el compromiso con los postejercicios. En resumen, una experiencia fuerte vivida durante un mes».
e) Otras formas de EE. Los EE tienen muchas variaciones si por ejercicios se entiende unos días densos de espiritualidad en orden a una conversión a Cristo y al Evangelio. Se abandona, por ejemplo, la rígida fórmula ignaciana y se inician otras experiencias que dependen del director y del ejercitante. Muchos prefieren hacer los EE «en silencio», con poca o ninguna predicación y mucha reflexión personal; puro encuentro con Dios, con Cristo, en la lectura de la Palabra de Dios, en la celebración de la liturgia, y con el propio yo. Esto no obsta que a ratos se comparta con el grupo alguna experiencia. La «experiencia del desierto» de uno o varios días es otra formulación moderna. En ellos se elige la incomodidad, la soledad plena, el cansancio físico, los largos ratos de oración y de reflexión como medios para el encuentro con Cristo o la escucha del Espíritu Santo. También se pueden combinar días de reflexión personal o comunitaria, de convivencias, con algún día de «desierto». Por otra parte, el director también puede abandonar los rígidos esquemas temáticos ignacianos para articular las meditaciones y reflexiones desde un esquema doctrinal coherente y actualizado, siguiendo la doctrina de uno o varios grandes maestros espirituales, o las tendencias actuales de la teología o la espiritualidad. La oración personal, hecha en silencio y en soledad, según los métodos clásicos, puede intercalarse con experiencias nuevas. Lo mismo el silencio y la soledad, típicos de los días de «retiro», puede combinarse con encuentros colectivos en los que se hagarevisión de lo tratado durante el día. Se pueden utilizar también medios modernos para la exposición temática y el modo de hacer oración, como las imágenes, los montajes audiovisuales, etc.
En fin, en esta época de transición y creatividad, el tema queda abierto a muchas experiencias novedosas, que todavía no han terminado.
D. De Pablo Maroto
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S. de Fiores – T. Goffi – Augusto Guerra, Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ediciones Paulinas, Madrid 1987
Fuente: Nuevo Diccionario de Espiritualidad
I. Origen, esencia y método
Los e. se desarrollaron en el transcurso de los siglos a tono con los cambios en la –>espiritualidad de la época respectiva. Así se formaron poco a poco los diversos elementos esenciales de la práctica actual: retiro durante un tiempo exactamente determinado, procedimiento planificado según determinados puntos de vista bajo la dirección de un director de ejercicios, y elaboración de un propósito determinado para imitar a Cristo.
El ejemplo de Jesús en el desierto y el de los apóstoles cuando esperaban la venida del Espíritu Santo (Act 1, 13) motivaron que ya muy pronto bastantes obispos y fieles que se sentían llamados se retiraran a la soledad durante largo tiempo. Eutimio (t 463) fue uno de los más celosos promotores de este movimiento, que en los siglos vi y vri se había extendido ya por todas partes. En la edad media se construyeron en muchos monasterios celdas apropiadas e incluso «ermitas» para huéspedes que querían practicar ejercicios espirituales.
Los padres del desierto fueron los primeros que crearon formas fijas para estos ejercicios, con meditación, examen de conciencia y prácticas ascéticas, las cuales en el siglo xiii adquirieron mayor profundidad y rigor. Pero fue la devotio moderna, sobre todo Mombaer y García de Cisneros, la que fijó en sus detalles los caminos (la mayoría de las veces divididos en siete partes) y grados de meditación, aunque se abstuvo de crear un método unitario, rígido y aplicable a otros ámbitos espirituales.
Como resalta Pío xi en la encíclica Mens nostra, Ignacio de Loyola asumió inmediatamente la herencia de la tradición patrística y monacal. El recogió las partes esenciales más importantes para elaborar un método de meditación y, con sus Ejercicios, creó un sistema ascético de espiritualidad que se distingue por el equilibrio de sus elementos particulares y su unidad armónica, y que sirve al único fin de hallar en paz a Dios nuestro Señor. Como dice Paulo iii en la bula de aprobación, Ignacio se apoyó en la Escritura y en las experiencias de la vida espiritual. El no parte de principios teoréticos, sino de hechos de la historia salvífica. No da al principio una definición de creación, de pecado o de vocación, sino que muestra la realidad de la creación, del pecado y de la vocación divina tal como la sagrada Escritura y la doctrina de la fe presentan estos hechos. Partiendo de ahí llega a las consecuencias teológicas y a los problemas personales del ejercitante. Quiere conseguir que adquieran vida en éste las doctrinas fundamentales del cristianismo: la Trinidad, la creación, la redención, la gracia, el pecado original, así como la realidad de la Iglesia. El ejercitante debe saber desde el principio que se halla bajo la acción constante de Dios. Gradualmente es llevado a una nueva comprensión de su vida y de la importancia que las realidades sobrenaturales y naturales tienen para su existencia. A la luz de Dios el hombre conoce el sentido de la creación, de la historia y de su propia vida, experimenta su encadenamiento por el pecado y también el ofrecimiento de la redención en Jesucristo, y finalmente, por la conmoción de esta doble experiencia, llega a la -> metanoia. Jesús, en cuanto salva, vincula simultáneamente a su misión. En el curso ulterior de los e. el ejercitante, tomando parte con su meditación en la vida, muerte y resurrección de Jesús, debe penetrar cada vez más profundamente en el «espíritu» de Cristo, en su pensar, sentir y querer, a fin de que, en medio de la apertura interna que da ese compartir los sentimientos de Jesús (Flp 2,5; de donde nace una vigilancia critica para la -> discreción de espíritus), pueda experimentar la llamada que le señala su misión especial en la Iglesia. Los ejercicios están así a servicio del crecimiento en el amor, que conoce en cada caso su propio camino y en todas las cosas descubre a Dios, a quien se ha de servir a lo largo de la vida entera. Ese esfuerzo se realiza en unión inmediata con el Señor y bajo la guía del director de e., siguiendo las reglas que Ignacio propone en sus Ejercicios espirituales, obra que no quiere ser un libro edificante ni la exposición teórica de un sistema, sino que se propone servir de guía espiritual y recoger la iluminación divina que Ignacio experimentó en Manresa el año 1522, a cuya luz todas las cosas le parecían nuevas, «como si fuera él otro hombre con otro entendimiento» (Autobiografía, n .o 30). En los años siguientes, hasta el 1548 (aprobación por Paulo iir), Ignacio reelaboró varias veces el diseño de Manresa y lo convirtió en un manual para directores de e., apoyándose también a este respecto en estímulos ajenos (sobre todo en la Imitación de Cristo, de TOMíS DE KEMpIS).
Los ejercicios tienden a una renovación total del individuo y, por su mediación, de la sociedad. Por esto, aunque al principio no se dieron a grupos sino individualmente, sin embargo no sólo produjeron un profundo cambio en la vida de algunos hombres, sino que llevaron además a obras de reforma en muchas diócesis, en conventos y en otras instituciones eclesiásticas, sobre todo porque pronto se practicaron e. comunitarios tomando como base la forma ignaciana. Cada casa de e. (la primera fundación se llevó a cabo el año 1561 en Alcalá) se convirtió en un centro espiritual con amplio ámbito de influencia. Carlos Borromeo basó sus esfuerzos por la renovación del clero en los ejercicios ignacianos. La casa «Asceterium», fundada el año 1569 en Milán, constituyó el punto de partida para un poderoso movimiento de e. En el siglo xvii, por la actuación de grandes misioneros populares, este movimiento se extendió a amplios círculos en casi todos los países católicos. Las casas nuevas, ampliadas (la primera casa de este tipo se abrió en Vannes el año 1659), hicieron posible la organización de cursos regulares de e., de modo que cada vez pudieron participar más fieles en estos e. espirituales.
La difusión y eficacia de los e. se debió en buena medida a las constantes recomendaciones de 36 papas, en más de 600 declaraciones de diversa índole. Pío xi nombró a Ignacio patrón de los e. (25-7-1922) y en la encíclica Mens nostra (20-12-29), dedicada a los e., caracterizó así el libro de Ignacio: Es » el manual más sabio y amplio de dirección de almas…, es la dirección más segura hacia la conversión interna y hacia la más profunda piedad».
II. Espiritualidad
La espiritualidad y la pedagogía de los e. se manifiestan mediante el estudio de su texto y la investigación de su función en la vida espiritual de su autor (cf. principalmente la Autobiografía). Los trozos más importantes de su primer manuscrito (otoño del año 1522) son: la llamada del rey, las dos banderas, la historia del pecado y el examen de conciencia, los rasgos fundamentales de las reglas para la discreción de espíritus. La primera fijación escrita de su fin la ofrece Pedro Fabro: modus ascendendi in cognitionem divinae voluntatis. El conocimiento de la voluntad de Dios con relación a cada uno y la «elección» de una vida que satisfaga cada vez más a esta voluntad están en el punto central de los e. ignacianos.
La pedagogía que guía a este fin empieza en la labilidad pecadora del hombre y en su acción entre la voluntad de Dios y la oposición del mundo. Por la discreción de espíritus hay que iluminar la situación, superar las imágenes y los motivos demasiado humanos de conducta y dejar libre la mirada para la voluntad divina en la figura del Hijo de Dios hecho hombre. Este esclarecimiento y ahondamiento se producen en aquel proceso íntimo que lleva al «sentire», un conocimiento de corazón que supera el conocimiento racional de los objetos de la fe y su aprehensión afectiva, y que hace oír la llamada de Dios en el centro de la personalidad humana. Por la mediación humana (director de ejercicios) debe alcanzarse que él mismo, el creador y Señor, se comunique a sí mismo al alma que se le entrega, y la disponga para aquel camino donde en adelante mejor pueda servirle. A este conocimiento de corazón sigue la elección, la cual, más que una aplicación de leyes generales a un caso particular con ayuda del pensamiento deductivo, es la armonía sentida internamente de la pura apertura del hombre a Dios ante un objeto concreto de elección. De esta elección ejercitada continuamente resulta aquel orden de la vida para salvación del alma que la gracia de Dios señala a cada uno.
La evidencia de la llamada sentida en lo más íntimo queda también fundamentada por otro momento cognoscitivo, por las «meditaciones acerca de Cristo nuestro Señor» (de la segunda a la cuarta semana). La imagen de Cristo que aparece en los e. surgió en la «eximia ilustración» junto al río Cardoner (Manresa 1522). Su contenido es: la dinámica de las personas divinas en la Trinidad y sus huellas en la creación; el Hijo de Dios hecho hombre, como prototipo y origen de todas las cosas creadas, y como fundador del orden redentor con su presencia permanente en el hombre y en el mundo; finalmente, la función mediadora que la humanidad glorificada del Señor tiene en la obra de salvación. De esta consideración cristológica del mundo se sigue que tanto la realidad mundana como la Iglesia, aunque con distinta claridad, son lugar de la experiencia de Dios, e igualmente que la búsqueda de la voluntad divina ha de dirigirse hacia esos ámbitos y que Dios puede buscarse y hallarse «en todas las cosas». El «sentire» como palabra clave de Ignacio para referirse al conocimiento espiritual tiene por tanto como una «estructura hipostática» (H. Rahner), la cual impide todo espiritualismo exaltado. La plena e intacta visibilidad de la obra de salvación en Cristo y en su Iglesia es, por ello, la medida del impulso espiritual que experimenta cada uno y constituye el límite de los posibles objetos de elección en el seguimiento de Cristo. En el descubrimiento de esta medida que la iglesia impone a cada uno hay que buscar el papel del director de e. El principio fundamental del conocimiento ignaciano de la elección está expresado en las reglas sobre el sentire cum Ecclesia, de las cuales la 1ª. y la 13ª conservan su validez por encima del condicionamiento temporal de las otras. El «ordenamiento de la vida para salvación del alma» tiene el carácter de servicio (mystique de service: J. de Guibert). Pero el servicio a Dios como creador y Señor ha de realizarse en medio del mundo. Por tanto, en todo programa de vida planificado y decidido en la elección («fruto de los e.») ha de estar contenida la preocupación espiritual por el prójimo, como imitación de la entrega divina a los hombres por la redención de Jesús. Este giro hacia «afuera» del hombre preocupado por la salvación de su propia alma es lo peculiar de la espiritualidad de los ejercicios.
Ignacio Iparraguirre (I) – Ernst Niermann (II)
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica