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EXISTENCIA

EXISTENCIA

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El hecho de hacerse presente en el mundo (existencia fí­sica) y en la sociedad (existencia legal) tanto de los individuos como de los grupos.

Los grupos religiosos, institutos, comunidades, cofradí­as, diócesis, parroquias, adquieren significación singular cuando se hacen presentes en la Iglesia mediante unos requisitos adecuados: número suficiente de miembros, registro documental ante autoridades reconocidas, consignación de normas o estatutos que los rigen, clarificación de objetivos y razones de ser, vinculación parroquial, diocesana o católica universal.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

I. Concepto
El concepto de e. se ha convertido en un signo espiritual del tiempo, y sirve en concreto para caracterizar una dirección fundamental de la filosofí­a actual: el -3. existencialismo. Pero en las figuras principales de esta filosofí­a – Heidegger, Jaspers, Sartre y Marcel -, a pesar de la semejanza en sus móviles, en el fondo el sentido del término e. es tan diverso, que no podemos presentar su contenido en una definición breve, unitaria y universal. De todos modos podemos decir que en esta filosofí­a se entiende por e. una manera de realizar la vida humana. Por consiguiente, este concepto de e. no es el mismo que el de la escolástica. Aquí­ e. se contrapone a esencia y significa la actualización de una -* esencia cualquiera, no sólo de la humana. Pero dentro de la misma filosofí­a escolástica este concepto, en medio de toda su semejanza, presenta diversos sentidos en las distintas posiciones metafí­sicas, p. ej., en la del ->tomismo y la del –> suarismo. Por tanto el concepto de e. deberí­a ser objeto de un estudio histórico desde que se usó por primera vez en Mario Victorino (t hacia el 362) hasta su sentido actual. Con ese estudio podrí­a mostrarse que la diversidad de sentido no es casual, sino que constituye una expresión del cambio en la manera metafí­sica como se entiende el hombre. Pero, a este respecto, no sólo han de tomarse en consideración los textos donde aparece explí­citamente el concepto de e., pues, independientemente de la forma de expresión, una inteligencia de la e. se ha dado siempre. La plena determinación e interpretación del concepto de e. requerirí­a un estudio de las diversas épocas históricas desde el punto de vista de la inteligencia de sí­ mismo que opera en ellas, aun cuando no se haya llegado a la comprensión explí­cita de la autointeligencia que se despliega en todo obrar y entender. Este descubrimiento de las respectivas concepciones de la existencia o de sí­ mismo deberí­a hacerse en todas las formas y manifestaciones fundamentales de la vida humana (mito, religión, arte, derecho, polí­tica, filosofí­a, técnica) y así­ equivaldrí­a a la elaboración de la historia del espí­ritu en cada época. Aquí­ nos limitaremos a describir esquemáticamente cómo la conciencia humana no siempre se entiende a sí­ misma de igual manera, sino que por su diversa autoconcepción emite distintas épocas, delimitables entre sí­, de la historia del espí­ritu. Esa diversidad es ignorada con demasiada facilidad a causa de la conciencia reinante en una determinada época y de las cosas que ella tiene por evidentes. Este sentir de una época, como estado que lo determina todo, abarca las mencionadas formas fundamentales de la vida humana, pero donde mejor aparece es en la relación que una época ha tenido con la historia y su sentido (II), y en la filosofí­a desarrollada a partir de ahí­ (iii).

II. Diversas épocas
1. Los griegos son los fundadores, no sólo de la -> filosofí­a occidental, sino también del pensamiento histórico de occidente. Sin embargo, la sensibilidad griega se interesó ante todo por la naturaleza y por su fundamento permanente. Incluso en la alta forma de la investigación filosófica, ellos se interesaban solamente por la esencia permanente de los seres, la cual se mantiene bajo toda modificación. La historia como lo que deviene y pasa no se podí­a conocer y su conocimiento acabó por no interesar. En un pensador tan abierto y universal como Platón, el estado que tení­a él por ideal debí­a ser una imagen aislada de los pueblos vecinos e incluso de su propio pasado y del tiempo, y, una vez realizado, habrí­an de permanecer siempre así­. Aristóteles, que se interesó por la polí­tica de su tiempo, reunió mucho material histórico; pero su verdadera autointeligencia giraba en torno a lo que se repite y permanece, en torno a las leyes eternas de la razón. Explí­cita o implí­citamente (incluso en el gran historiador de la antigüedad griega, Tucí­dides) la convicción fundamental es: la naturaleza -aun la del hombre- no cambiará. La concepción que el griego tiene de sí­ mismo fundamentalmente está trazada, según la imagen de la -* naturaleza. En todo momento el destino concreto reviste el significado de un paradigma, en el que puede leerse la esencia de la naturaleza. La pregunta por una posible evolución o un auténtico cambio y, con ello, el interés por el futuro y la historia en general, están lejos de la concepción griega del destino. La manera como los romanos se entienden a sí­ mismos sólo en los acentos se distingue de la autointeligencia de los griegos; la ligera novedad se debe a que la duración del imperio romano y su extensión originaron un sentimiento de espacio y de tiempo un poco distinto. Pero lo común en la autointeligencia de los antiguos es su grandioso sentido de lo permanente, bien sea la idea eterna de toda realidad, o bien la incontestable necesidad de lo fáctico. Ciertamente, en Platón está desarrollado el sentido del amor y del bien, como la realidad en virtud de la cual es posible la liberación de la cárcel de la historia, pero la antigüedad no conoce una proyección hacia un futuro mejor, gracias al cual el hombre pudiera alcanzar una plenitud histórica.

2. Totalmente distinta es la concepción que el pueblo de Israel tiene de sí­ mismo. En Israel hay poca posibilidad y ansia de ciencia y formación, de arte y cultura, pero hay un sentido incomparable de lo humano. Si pensamos que Herodoto y el Deuteroisaí­as fueron casi contemporáneos, aparecerá plásticamente ante nuestros ojos el abismo que media entre la autointeligencia de los griegos y la de los judí­os. Estos no buscan su propia concepción por la investigación y el conocimiento teóricos, sino mediante una reflexión constantemente renovada acerca de su historia. Por este reflexionar y recordar, Israel experimenta cómo él es la comunidad de un pueblo que tiene un solo Dios. Este Dios quiere estar cerca del pueblo judí­o, que ha de permanecer fiel a él y creer en sus promesas. Ahí­ surge una dimensión totalmente nueva: la realidad no es una naturaleza que se repita eternamente, sino que es -> creación de Dios. Pero la fe en la creación es confianza en la promesa de un futuro consumado, que se hace posible por la fidelidad a Dios (-> alianza). El fundamento de toda realidad histórica bajo la dimensión de su principio y de su final es el Dios vivo y personal. Esta dimensión de la personalidad, es decir, de la decisión y libertad en la historia, es expresión de una singular inteligencia de sí­ mismo.

3. A base de esta experiencia, que descubre cómo la e. no está determinada (solamente) a manera de destino fatal (como en el mundo de los dioses griegos), en el cristianismo, y especialmente en la predicación de Pablo y en la de Juan, aparece una concepción de sí­ mismo en la que se hace plenamente consciente la realidad de la libertad, que no es objetiva y sin embargo tiene un auténtico poder creador. Esta liberación para la libertad, que por primera vez hace posible aceptar la realidad del pecado y de la culpa, no se produce por un suceso natural, sino fundamentalmente por la confianza en el Dios del pueblo de Israel, que en Jesús de Nazaret se ha hecho hombre y por él ha ofrecido a todos los hombres la -> salvación. Para los primeros cristianos la fe en la encarnación de Dios apunta tanto hacia su condición humana como hacia su condición divina, y vigoriza, según lo muestra el hecho de la cruz y de la resurrección, la dialéctica y dinámica del -> Antiguo Testamento. Esto da lugar a una inteligencia de sí­ mismo que no teme ante la muerte, bajo la experiencia consciente de aquella fuerza creadora que en su poderí­o y plenitud es denominada Pneuma. En efecto, surge una inteligencia de sí­ mismo que, a pesar de esta intensa confrontación con la culpa y la muerte, en su disposición fundamental está caracterizada por la -> fe, la –> esperanza y el -> amor. En consecuencia puede desarrollar acerca del futuro una conciencia que, basándose sobre todo en la entrada de Dios mismo en la historia, tiene el valor de creer que la historia entera y el cosmos entero han de llegar a su salvación definitiva. Esta concepción de sí­ mismo, junto con la unidad y reconciliación en ella manifestadas entre naturaleza e historia, culpa y redención, humanidad y divinidad, es insuperable, y lo es tanto en la vigorosa realización de la experiencia fáctica del hombre acerca de sí­ mismo, como en el diseño de una salvación que elimina y supera todo lo anterior.

4. La reflexión sobre estas experiencias fundamentales en los padres, principalmente en Agustí­n, por primera vez fundamenta expresamente una autoconcepción histórica universal que se refiere a toda la humanidad y que en este sentido humano universal e histórico-salví­fico determina la edad media y la edad moderna hasta la actualidad, y los hace posibles a pesar de la -> secularización y de los cambios. Habrí­a que mostrar cómo la edad media recoge esta herencia, pero a la vez la transforma en diálogo con la antigüedad, cómo expresa la conciencia histórico-salví­fica de la experiencia originaria de la libertad en un universal orden jerárquico de la creación y la redención, en el que cielo y tierra, pasado y futuro aparecen curiosamente terminados; y habrí­a que mostrar además cómo del Dios medieval, con su jerarquí­a estática y permanente, se pasa finalmente al legalismo y al -> nominalismo, y cómo con tal mentalidad se fomentó el que la propia mismidad fuera concebida como una cosa. Igualmente habrí­a que poner de manifiesto cómo la naciente edad moderna quiere oponerse a esta «cosificación», y así­ el -> renacimiento y la –>reforma vuelven a la antigüedad y al cristianismo primitivo, originando una época de confrontación entre la experiencia bí­blica de la salvación y la idea antigua de la formación; y finalmente habrí­a de mostrarse cómo el derrumbamiento de la imagen aristotélico-ptolomaica del mundo arroja de nuevo a los hombres sobre sí­ mismos, pero precisamente así­ abre el camino a la posibilidad de que irrumpa una inteligencia cósmica de sí­ mismo. Las épocas siguientes: el –>humanismo, el ->barroco, la -> ilustración, el -> romanticismo, el clasicismo, etcétera, producen en la autoconcepción del hombre un movimiento por el que las posibilidades contenidas en los dos orí­genes de la historia occidental del espí­ritu se hacen más radicales, totales y a la vez relativas. Así­ engendran una conciencia que en todas sus posibilidades prácticas, espirituales y técnicas se centra cada vez más en sí­ mismo como reflexión y mediación histórica, provocando una actitud social, cientí­fica y técnica que parece contener la clave de un futuro absoluto (cf. también -> marxismo, -> secularización, ->sociologí­a, -> técnica, teorí­a de la ->ciencia).

III. Cambio de forma en la concepción de sí­ mismo y articulación filosófica
A los dos orí­genes hasta ahora diseñados de la autoconcepción occidental en Grecia y en el judaí­smo, y a su mezcla, transformación y ampliación históricas, corresponde también un cambio en la interpretación filosóficamente consciente de la realidad. La concepción de la realidad articulada en la clásica – metafí­sica antigua y medieval se distingue esencialmente del pensamiento que se inicia en Kant, con el giro filosófico hacia la -> filosofí­a transcendental, que luego Fichte y Hegel configuran bajo las dos formas de la metafí­sica occidental en su sistema dialéctico de la filosofí­a y que, finalmente (a través de Kierkegaard, Feuerbach y Nietzsche), con la -> fenomenologí­a de Husserl y el pensamiento existencial u ontológico de Heidegger, por un lado, y con el –> materialismo dialéctico de Marx, por el otro, quiere dejar atrás cualquier filosofí­a sistemática, para ayudar precisamente así­ al hombre en orden a la inteligencia de sí­ mismo. La metafí­sica clásica, a base de la distinción de Platón entre ente sometido al devenir y lo que propiamente es, la idea, plantea la cuestión fundamental, convertida por Aristóteles en disciplina metafí­sica y asumida por Tomás de Aquino, del ente como ser. Esta cuestión originaria de la metafí­sica quiere entender el ente, no desde un punto de vista determinado, por ejemplo, bajo el aspecto de su utilidad o agrado, sino precisamente bajo el aspecto de lo que es él mismo, en cuanto ser. Este planteamiento, que se llama ontológico, no aleja al ente de su esencia, es decir, de ser él mismo, de ser ente. Pero el fundamento que posibilita la mediación de cada ente consigo mismo, haciendo que sea él mismo, ha de buscarse en un todo mayor, donde tiene su lugar toda diferencia y limitación: el ser. El rasgo fundamental de esta metafí­sica es, por tanto, la pregunta por la fundamentación y mediación del ente en el ser. Aunque esa mediación para Aristóteles y para Tomás, se produce por el espí­ritu agente, sin embargo, esta metafí­sica no ve que la fundamentación del ente en el ser no es una ontogénesis cosmogónica, que haya de pensarse según la imagen del origen de las cosas naturales, sino que se debe a la acción mediadora de la conciencia y libertad del hombre. Esta referencia a la conciencia, que ciertamente en la metafí­sica clásica no ha dejado totalmente de pensarse, empieza a formar sistema por principio en Descartes y en Kant, e introduce con ello el giro transcendental. Con ello por primera vez se pone de manifiesto sistemáticamente que toda comprensión de la realidad siempre es a la vez inteligencia de sí­ mismo. La evidencia del ser infinito como fundamento de todo ente, como verdad y bondad absoluta, que para la metafí­sica clásica era per se nota, se hace con ello problemática. Kant es incapaz de justificar esta posibilidad de conocimiento ontológico, y limita con ello la capacidad de conocimiento del hombre.

Así­ el sentido del ser se convierte en conciencia, el sentido de la esencia se convierte en categorí­a y el del ente pasa a ser el objeto. De esa manera, el hombre arrojado hací­a sí­ mismo desde la universal y absoluta afirmación metafí­sica de la realidad experimenta un sentido diverso, a saber, el de ser sujeto para objetos. Ahora bien, aunque la autointeligencia de la metafí­sica clásica (en cierto modo olvidada de sí­ misma en el mito de la ontogénesis) por el giro transcendental (que no significa supresión, sino transformación de la metafí­sica) se hace consciente de que toda comprensión de la realidad es al mismo tiempo inteligencia de sí­ mismo, sin embargo se mantiene en ella – si bien a un nivel superior – una «cosificación» como rasgo fundamental: el ser se convierte en conciencia de sujeto para los objetos. La autocomprensión a pesar del intento de mediación práctica, permanece enajenada e inauténtica. Fichte supera esta alienación por el hecho de que él por primera vez aborda filosóficamente la relación personal como suceso entre la intersubjetividad y la interobjetividad. Con ello la conciencia de sujeto defendida por Kant se transforma en conciencia de medio, que constituye la luz y la vida (la verdad) de todo el reino personal y hace aparecer el objeto kantiano como mediación entre las personas en su mismidad. El sentido del ser, si bien por una mediación frente a la metafí­sica clásica, es nuevamente la luz absoluta e infinita como vida, y el sentido del ente queda desprendido de su condición de mero objeto para los sujetos y es liberado para sí­ mismo como independiente e instrumento mediador a la vez. La inteligencia de sí­ mismo se hace de nuevo absoluta, pero en una mediación radical entre inmanencia y transcendencia; surge con una agudeza hasta ahora desconocida la cuestión del sentido del ser o de la luz en la distinción entre luz y fuente de la luz (Dios). La filosofí­a absoluta de la libertad de Fichte pasa a ser en Hegel filosofí­a absoluta del espí­ritu. El sentido de la inteligencia de sí­ mismo es en Fichte la mediación absoluta del absoluto en la libertad y, por esto, también en la historia; y en Hegel es también la absoluta pero necesaria mediación del espí­ritu en el curso necesario de la historia. De momento pareció que no podí­a irse más allá de esta reflexión total sobre sí­ mismo realizada por el -> idealismo alemán. Pero, a pesar de la inclusión de la -> historia e historicidad, esta filosofí­a pensó sobre la inteligencia de sí­ mismo (solamente) como sistema. En la época siguiente, dentro de los derroteros de Kierkegaard y Marx, la fenomenologí­a plantea explí­citamente la nueva pregunta por el sentido de la existencia, el cual, antes y a pesar de toda mediación en el sistema, no puede comunicarse en la pura reflexión. Esta pregunta, que no era desconocida para Fichte y Hegel, y sobre todo para Schelling, se intenta esclarecer ahora de otro modo en el así­ llamado análisis fenomenológico de un sentido, que es indeductible y sólo puede experimentarse inmediatamente. Especialmente el pensamiento ontológico de Heidegger intenta partir de la disposición, que propiamente no puede hacerse experimentar por ninguna reflexión, como fundamento director de toda mediación sistemática, para describir nuevamente ese fundamento en un plano prefilosófico o posfilosófico. En la disposición de la inteligencia de sí­ mismo se hace evento el ser. La experiencia histórico-existencial de este evento no es demostrable, y sólo puede exponerse en la interpretación –> hermenéutica. Este ser tiene a su vez una historia, que es la que guí­a la historia de la autoconcepción del hombre en sus distintas épocas, en cuanto el ser en cada época se enví­a como un -> sentido diferente de la existencia humana. También en la propia concepción del cristianismo habrí­a que preguntar si no hay algo así­ como una diversidad de épocas en la automanifestación del Logos.

Resumiendo podemos decir: la autocomprensión natural y cosmológica de la antigüedad, así­ como la autoconcepción de la edad media, la cual no va más allá de una cierta forma de ontogénesis, quedan superadas en el giro antropológico-transcendental de la edad moderna; y, a pesar de la total mediación sistemática en el idealismo alemán, se desarrollan de manera nueva en el posterior viraje existencial del sistema a la experiencia. Pero hemos de añadir que en la filosofí­a misma todaví­a no se hace justicia plena a la autointeligencia histórica y social, pues en ella la historia, pensada esencialmente como historia del origen, permanece demasiado formal. Por eso una filosofí­a desarrollada a partir del cristianismo, si realmente quiere analizar la genuina experiencia cristiana y la concepción de sí­ mismo allí­ implicada, asumiendo ante todo la herencia de la tradición, deberí­a ser filosofí­a ontológico-transcendental y dialogí­stica de la libertad. Pero semejante filosofí­a no podrí­a conformarse con un sistema (formal), sino que, tomando en serio el carácter indeductible de la experiencia dialogí­stica y libre de la historia, deberí­a esforzarse por interpretarla hermenéuticamente en una «fenomenologí­a» de la -a encarnación, en la cual la historia aparecerí­a a la vez como historia de Dios (cf. historia de la – salvación). Sólo así­ serí­a posible incorporar al cristianismo y configurar con esperanza el futuro en su total mediación técnica, cientí­fica y social. Con ello se producirí­a una inteligencia de sí­ mismo hecha posible por la –revelación y exigida por la historia futura, que camina hacia su propio carácter absoluto.

BIBLIOGRAFíA: cf. bibl. ]r existencialismo M. Heidegger, El ser y el tiempo (F de CE 21962); K. Jaspers, Filosofí­a 2 vols. (R de Occ Ma 1958); J. P. Sartre, tr. cast.: El ser y la nada (Losada B Aires 1965); G. Marcel, Homo viator (P 1945); C. Fabro, Dall’essere all’esistente (Brescia 1947); L. de Raeymaeker, Filosofí­a del ser. Ensayo de sí­ntesis metafí­sica (Gredos Ma 21968); E. Gilson, El ser y la esencia (Desclée Bit); L. Gabriel, E.philosophie. Von Kierkegaard zu Sartre (W 1951); Studi filosofici intorno all'»essistenza», al mondo, al trascendente (R 1954); O. F. Bollnow, E. philosophie (St 41955); C. Fabro: RThom 56 (1956) 240-270 480-507; J. Owens, The Doctrine of Being in the Aristotelian Metaphysics (Toronto 21957); J. Hegyl, Die Bedeutung des Seins bei den klassischen Kommentatoren des heiligen Thomas von Aquin (Pullach – Mn 1959); E. Bloch, Das Prinzip Hoffnung, 2 vols. (F 1959); G. Siewerth, Das Schicksal der Metaphysik von Thomas zu Heidegger (Ei 1959); O. Schnübbe, Der E.begriff in der Theologie Rudolf Bultmanns (Go 1959); H.-R. Müller-Sehwefe, E.philosophie (Z 1961); M. Müller, E. philosophic im geistigen Leben der Gegenwart (Hei 31964); H.-G. Gadamer, Wahrheit und Méthode (T 21965); J. B. Lotz, Sein und E. (Fr 1965); B. Welte, Auf der Spur des Ewigen (Fr 1965); idem, Heilsverstandnis (Fr 1966); M. Müller, Uber Sinn und Sinngefahrdung des menschlichen Daseins: PhJ 74 (1966) 1-29; H. Blumenberg, Die Legitimatat der Neuzeit (F 1966); H. Schweppenhduser, Kierkegaards Angriff auf die Spekulation (F 1967).

Eberhard Simons

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica