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En general, el término es ambiguo y puede usarse de forma muy diferente según se hable de Etica formal, como la kantiana, o de Lógica formal, como la de Simmel o la Lógica simbólica de los promotores de la Escuela de Cambridge, al estilo de Russel en «Principia Mathematica» o Wittgenstein en «Tractatus logicusphilosoficus».
Pero en general se suele entender por formalismo la tendencia a resaltar los aspectos externos y estructurales, formales, de la realidad, con preferencia a los internos o esenciales, de modo que se dé primacía a lo que es forma sobre lo que es fondo en las cuestiones y en los planteamientos.
En los aspectos éticos y religiosos, el formalismo puede entenderse como la actitud que se fija más en los lenguajes que en los mensajes, en los modos expresivos y en las cuestiones antropológicas o arqueológicas más que en los misterios mismos que originan las creencias y los dogmas.
Al margen de lo que signifiquen los términos e, incluso, de las ideas que divulguen los diversos autores, el educador de la fe debe dar importancia a las formas, pero sin caer en el formalismo; debe perseguir la claridad en las exposiciones pero sin pensar que en ello está su primer cometido, olvidando la fidelidad al mensaje. Asegurará una buena catequesis si entiende que su misión es anunciar los misterios y elegir bien los lenguajes. La experiencia le irá diciendo que las formas pasan y que los misterios permanecen y que lo que queda para siempre es el mensaje que él, con su comprensión y profundidad, ayuda a transmitir.
Por eso debe resaltar los contenidos del Evangelio ante los ojos de sus catequizandos y no detenerse en los pormenores o en las opiniones de moda. Debe cuidar las formas, pero no caer en el formalismo frío de la razón ni el cálido del sentimiento. Los estilos y las corrientes pasan con el tiempo y la verdad de Dios es tan eterna como El mismo.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
El término » formalismo'» se utiliza en el lenguaje común para designar un comportamiento caracterizado por el respeto exterior a las «reglas», pero privado de toda implicación y compromiso interior; en una palabra, se trata de un comportamiento sin alma. Antiguamente se aplicaba esta etiqueta, no siempre correctamente, a la » moral farisaica»‘ (una moral de la pura letra), mientras que en la época moderna se le atribuye con frecuencia a la «moral burguesa» (una moral de apariencias), En un sentido más técnico y preciso (y al mismo tiempo totalmente distinto), el formalismo define al sistema ético kantiano. Kant, al negar la posibilidad de una fundamentación objetiva de la moral, apela a la subjetividad humana, afirmando la existencia en la misma de una categoría «a priori», el imperativo categórico, que orienta todo el comportamiento del hombre. Se trata de una categoría de la «pura razón», privada de contenido y por tanto meramente formal.
Contra este planteamiento del fundamento de la moral ha reaccionado sobre todo M. Scheler, para quien la experiencia moral se caracteriza más bien por la percepción de un conjunto de valores, que representan otros tantos puntos esenciales de referencia de la conducta humana y que remiten a la percepción de un val(;r absoluto. En estos dos tipos de fundamentación la ética reviste un carácter normativo y no puramente descriptivo, pero la diferencia entre los dos modelos es substancial. Efectivamente, en el primer modelo esa normatividad está exclusivamente ligada al mundo del sujeto; en el segundo, es fruto de una realidad que trasciende a la conciencia del hombre.
G. Piana
Bibl.: 1. Kant, Critica de la razón práctica, Sígueme, Salamanca 1994: Formalismo, en DF 1, 719-720.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico