Biblia

INFIERNOS. DESCENSO A LOS

INFIERNOS. DESCENSO A LOS

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En los sí­mbolos antiguos se habla del «tiempo» que Jesús pasó en el «lugar» de los muertos, como de algo importante que realizó entre el momento de su muerte y el de su resurrección.

Con la expresión «descendió a los infiernos», se recoge en el pensamiento cristiano lo hecho por Jesús antes de resucitar. Y se conecta a Jesús con los espí­ritus que habí­an esperado desde el principio del mundo la llegada de su Salvador y ahora recibí­an su acción salvadora, con la misma presencia del Redentor entre ellos.

1. Concepto trascendente

Evidentemente, más allá de los conceptos de espacio y de tiempo, lo que significa la expresión del credo es la universalidad de la salvación que implica la muerte del Señor. Y de ninguna forma una especie de actividad o misión cronológica o espacial, realizada durante un tiempo concreto y en un lugar preciso.

1.1. Extraespacial

No se puede entender «infierno» o subterráneo como un lugar, (sheol entre los judí­os o hades entre los griegos) en el que se hallaban las almas detenidas, como si estuvieran a la espera de la llegada de su redención.

Introducir el concepto lugar en esta expresión es, sin duda, un antropomorfismo nada metafí­sico o teológico, sobre todo si tenemos en cuenta la realidad puramente fí­sica de las realidades de tiempo y espacio.

Por eso hay que entender con sentido simbólico expresiones como «lugar de las almas», sitio oscuro o subterráneo, o la vieja expresión cristiana de «Limbo de Abraham».

1.2. Y extratemporal
Tampoco se puede sospechar una espera temporal de esos espí­ritus, puesto que el tiempo sólo es elemento de este mundo.

Más allá de los conceptos de tiempo y lugar, lo que Jesús hizo fue salvar a los hombres y hacerlo en el tiempo y en el lugar de su encarnación y trascender después de su muerte precisamente su temporalidad o su espacialidad fí­sicas.

Su labor salvadora quedó proclamada con su triunfo sobre la muerte, pero de manera superior a la realidad creada.

El fue triunfador del misterio de la muerte y, con la suya, abrió las puertas de la vida eterna.

La Salvación de Jesús arrolla en su grandeza a todos los términos y conceptos creados y se convierte en un hecho misterioso de fe y no en un objeto de estudio o de interpretaciones cosmológicas. Reducirse a ellas es perder el sentido de su significación religiosa y caer en los cauces de las mitologí­as.

2. Salvación y bajada al infierno
La referencia a que Jesús bajó, descendió, a los infiernos, a los subterráneos, sitúa la acción redentora del Señor en relación a un lugar concreto. Según la mitologí­a y los lenguajes primitivos era en el fondo de la tierra donde se hallaban esperando esos espí­ritus de los fallecidos, del mismo modo que se bajaban a los fosa de los sepulcros sus cuerpo inanimados.

Todos los que habí­an fallecido hasta ese momento esperaban la salvación, como la esperaban los hombres que todaví­a viví­an.

Más allá del tiempo y del espacio, necesitaron ambos, «los muertos y los que todaví­a vivimos», (2. Tes. 4. 13-18; 1 Cor. 15. 22 y 35; Gal. 2.19; Filip. 1. 20) la acción redentora de Jesús para obtener el perdón de los pecados.

Destruido el cuerpo por la muerte, y superviviente el alma en la situación misteriosa e incomprensible de los difuntos, su dependencia de la redención de Jesús era total.

En esa situación precisaban la redención, es decir el salto al Paraí­so, al que todaví­a no habí­an llegado por no haberse realizado «cronológicamente» la muerte salvadora de Jesús.

Pero, muerto ya Jesús, separada su alma de su cuerpo, aun ambos siguiendo unidos a la divinidad del Verbo, tení­a en cierto modo que cumplir con los difuntos su misión redentora singular, dentro de la universalidad de su tarea salví­fica.

El hecho de que la Iglesia, en sus creencias y en sus sí­mbolos, declarara desde el principio que Jesús habí­a llevado a los difuntos la salvación, se enmarca en esta visión antropomórfica, pero mesiánica, de la acción del Redentor.

La Iglesia ha expresado siempre en sus sí­mbolos, o fórmulas de fe, esa creencia de que Jesús actuó con todos los hombres que habí­an discurrido por la tierra: con los Patriarcas bí­blicos y con los elegidos de Israel, con los hombres de buena voluntad cumplidores de la Ley del Señor y también con los pecadores arrepentidos que esperaban la llegada del Señor.

La cuestión del «descenso a los infiernos» es más «especulación teológica» que misterio soteoriológico. La clave está en que Jesús también salvó a los difuntos.

3. Jesús lo habí­a dicho.

Habí­a preanunciado en cierta forma cuando proféticamente: «Así­ como Jonás estuvo tres dí­as en el vientre del pez, el Hijo del hombre habrá de estar tres dí­as y noches en el corazón de la tierra.» (Mt. 12. 40 y Jn. 2.3.)

Esa idea aparece también en otros lugares del Nuevo Testamento.

– San Pablo habla de «cómo Jesús subió, porque antes habí­a bajado a lo profundo de la tierra». (Ef. 4. 9), para que él mismo, por su muerte, «fuera resucitado de la muerte y fuera causa de salvación.» (Rom. 10. 7)
– Y San Pedro alude a cómo Jesús «fue a predicar a los muertos que estaban en la prisión y que en otro tiempo fueron desobedientes» (1. Petr. 3. 19). Pues también a los muertos se les anunció la salvación para que conocieran la vida.» (1 Petr. 4. 6) 4. Explicación catequí­stica
De manera simbólica se vincula la obra redentora de Jesús con el descenso a los infiernos. La Humanidad entera, la cual comienza con el nacimiento del primer ser humano y se prolonga a los largo de todos los tiempos, estaba llamada a aprovecharse de la obra redentora.

Por eso se alude en el pensamiento cristiano al gran abanico de pueblos y de hombres que ha pasado por el mundo y que también están llamados a la salvación.

Jesús es Señor de todos los tiempos, de los anteriores a El y de los que han seguido a su gloriosa resurrección. Todos los Pueblos encuentran en El la salvación. Traduciendo esa misión universal a nuestros conceptos de espacio y tiempo, hay que afirmar que, antes de que Jesús muriera, ninguno de ellos habí­a entrado en el estado de la salvación, es decir en el abrazo eterno con Dios.

Al llegar Jesús, anunció la salvación a los que viví­an en su momento histórico y a los que habrí­an de seguir en la tierra. Pero no podí­a olvidar a los que habí­an discurrido por el mundo y ya habí­an muerto. Ellos también debí­an recibir los frutos de la redención.

Habí­a que buscar modos de expresar el misterio de esa salvación universal. Es precisamente lo que quiere encerrarse en la idea de que Jesús «descendió».

Precisamente esa perspectiva de universalidad salví­fica de la muerte de Jesús es lo que se halla detrás de la expresión y del concepto de su «descenso a los infiernos».

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa