LAPSOS

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Literalmente «los que han caí­do» (lapsus o lapsi en plural). En los escritos de los primeros Padres de la Iglesia se aludí­a con el término a los que habí­an caí­do en idolatrí­a por miedo y debilidad ante las persecuciones.

Entre los lapsos los habí­a de diverso tipo: los que sacrificaban, los que simulaban, los que compraban libelos o documentos para parecer que habí­a sacrificada, los traidores que entregan los libros santos a los gentiles y los blasfemos que insultaban a Cristo para evitar la muerte.

Se planteaba el problema de la penitencia que se debí­a imponer a estos cristianos frágiles. En general se les admití­a de nuevo después del arrepentimiento y de la penitencia cumplida.

Los más Padres o los Obispos más rigoristas no admití­an ya una segunda apostasí­a (relapsi).

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Con esta denominación señaló san Cipriano a los que durante la persecución de Decio habí­an fallado en su profesión de fe; por consiguiente, tení­an que someterse a penitencia pública, para poder recibir luego la imposición de manos del obispo y del clero y ser admitidos de nuevo en la eucaristí­a.

Apoyándose en una carta de la Iglesia romana, Cipriano, al final de la persecución, recoge una casuí­stica sobre los lapsos en una exposición más sistemática de 36 capí­tulos, haciendo una lista concreta de las diversas situaciones que se habí­an verificado: a) algunos cristianos habí­an participado espontáneamente en los sacrificios idólatras; b) otros habí­an participado en banquetes en honor de los í­dolos, bebiendo abundantes cálices de vino, implicando también en ello a sus hijos; c) otros habí­an caí­do bajo el peso de las torturas; d) otros, después de un primer desvarí­o y adhesión al culto pagano, habí­an recapacitado y habí­an profesado valientemente su fe hasta el martirio (De lapsis 8, 9, 13). A pesar de que tanto en Roma como en Cartago se hablaba de los lapsos como de algo devastador para la imagen de la Iglesia, llegando incluso Cipriano a compararlos, el año 251, con los muertos, la realidad era más suave y humanamente más comprensible que el análisis crudo que se hace de ella en las dos Iglesias. En efecto, en los años siguientes, el mismo Cipriano tuvo que retractarse de aquel apelativo de muerte que habí­a aplicado a los lapsos, muchos de los cuales, aunque renegados, profesaron de nuevo su fe, a veces hasta derramar su sangre por ella.

La discusión sobre las modalidades de la penitencia y la realidad misma de la salvación de los lapsos provocó dolorosos desgarrones que en Roma desembocaron en el cisma de Novaciano (rigorista) y en Cartago en el de Novato (laxista). En la práctica, la solución más equilibrada parece ser la de Cipriano y Dionisio de Alejandrí­a, que con tacto pastoral procuraron guiar a los lapsos por los senderos de la penitencia, para que por obra del Espí­ritu Santo pudieran llegar a una completa reconciliación.

G. Bove

Bibl.: H. J Vogt, Lapsi, en DPAC, 11, 12421243; Lapsos, en ERC, 1V 1 136-1141; C. Vogel, El pecador y la penitencia en la Iglesia antigua, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1968; J Burgaleta, La celebración del perdón: vicisitudes históricas, SM, Madrid 1986; J Ramos-Regidor, El sacramento de la penitencia, Sí­gueme, Salamanca 1982; A. MaYer, Historia y teologia de la penitencia, Herder, Madrid i961.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico