Biblia

LECTURA

LECTURA

Act 13:15 después de la l de la ley y .. profetas
1Ti 4:13 que voy, ocúpate en la l, la exhortación


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Tarea o acción de leer textos escritos con una intención informativa o evasiva o en un plan determinado de aprendizaje dirigido o espontáneo. La lectura es una fuente información primordial, sea en textos escritos en papel o en pantalla informática, dada la cultura escrita que se desarrolló en la humanidad desde tiempos antiguos.

Las lecturas religiosas se convierten en catequí­sticas, cuando están orientadas y organizadas para conseguir un objetivo determinado. En todo plan formativo la lectura debe estar dirigida y programada como un instrumento insustituible, sobre todo cuando los educandos han llegado a determinado grado de madurez.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Acción de interpretar mentalmente o traduciéndolos en sonido los signos de un escrito; cultura y erudición que se obtiene de lo escrito.
El hombre ha mostrado interés en la lectura desde tiempos antiguos. El rey asirio Asurbanipal, que tuvo una biblioteca con 22.000 tablillas de arcilla y otros textos, dijo en su dí­a: †œSoy capaz de descifrar palabra por palabra las inscripciones en piedras de antes del Diluvio†. (Historia del libro, de Hipólito Escobar, Madrid, Pirámide, 1988, pág. 58.) Puede que con este comentario se haga referencia a ciertas narraciones recogidas en la tradición y que hablaban del diluvio universal, o tal vez a algún registro asirio sobre un diluvio o inundación regional. Los únicos escritos sobre un diluvio que se hallaron en las ruinas del palacio de Asurbanipal eran los que recogí­an la narración babilonia del Diluvio, una narración que está llena de alusiones mitológicas. Hoy por hoy no hay manera de determinar si los asirios tuvieron en su poder escritos antediluvianos auténticos.
Obviamente, el origen de la lectura va ligado al de la escritura. Véase información relacionada con este tema en el artí­culo ESCRITURA.
Ha de señalarse que en el registro bí­blico sobre los acontecimientos acaecidos en tiempos de Moisés (siglo XVI a. E.C.), aparecen referencias explí­citas tanto a la lectura como a la escritura. (Ex 17:14.) A la nación de Israel se la animó a leer y escribir. (Dt 6:6-9.) A Josué, el sucesor de Moisés, dada su condición de caudillo de Israel, se le mandó leer las Escrituras †œdí­a y noche†, con regularidad, si querí­a tener éxito en la asignación que Dios le habí­a dado. Para grabar en él la importancia de la Palabra de Dios, y probablemente como una ayuda mnemotécnica, Josué tení­a que leerla †œen voz baja†. (Jos 1:8.)
Dios mandó a los reyes de Israel que se hicieran una copia de Su ley y la leyeran diariamente. (Dt 17:18, 19; véase MEDITACIí“N.) El que no prestasen atención a este mandato contribuyó a que se descuidara la adoración verdadera en el paí­s, con la consiguiente desmoralización del pueblo, que condujo a la destrucción de Jerusalén en 607 a. E.C.
Jesús tení­a acceso a los rollos inspirados de las Escrituras Hebreas que habí­a en las sinagogas, y hay registro de una ocasión en la que leyó públicamente en una sinagoga y se aplicó el texto a sí­ mismo. (Lu 4:16-21.) Además, cuando Satanás lo tentó tres veces, la respuesta de Jesús en cada ocasión fue: †œEstá escrito†. (Mt 4:4, 7, 10.) Es obvio, pues, que conocí­a bien las Escrituras.
Los apóstoles, piedras de fundamento secundarias de un templo santo, la congregación cristiana, consideraron que la lectura de las Escrituras era algo esencial para su ministerio. En sus escritos citaron y se refirieron cientos de veces a las Escrituras Hebreas, y recomendaron su lectura. (Hch 17:11.) Los gobernantes judí­os percibieron que Pedro y Juan eran iletrados y del vulgo. (Hch 4:13.) Esto no significaba que no supieran leer ni escribir, pues ambos apóstoles escribieron cartas a los cristianos de su tiempo. Lo que querí­an decir es que no se les habí­a educado según la elevada erudición de las escuelas hebreas, a los pies de los escribas. Por razones similares, los judí­os se admiraron del conocimiento que Jesús tení­a, pues, como ellos mismos decí­an, †œno [habí­a] estudiado en las escuelas†. (Jn 7:15.) El hecho de que la lectura era algo muy común en aquel tiempo lo indica el relato concerniente al eunuco y prosélito etí­ope que estaba leyendo al profeta Isaí­as, y a quien por esta razón abordó Felipe. El eunuco vio recompensado su interés en la Palabra de Dios y llegó a ser un seguidor de Cristo. (Hch 8:27-38.)
Los idiomas en los que se escribió la primera parte de la Biblia fueron el hebreo y el arameo. Ya en el siglo III a. E.C., se tradujeron al griego las Escrituras Hebreas, pues este se habí­a convertido en la lengua internacional. Las Escrituras Griegas Cristianas, salvo el evangelio de Mateo, se escribieron directamente en ese idioma. De este modo la lectura de la Biblia estaba al alcance de casi todos los habitantes del Imperio romano que sabí­an leer, en particular de los judí­os de Palestina y de los que se hallaban en la Diáspora.
La gran demanda que ha alcanzado la Biblia pone de manifiesto su importancia, así­ como su inteligibilidad, pues ha superado con mucho en tirada y distribución a cualquier otro libro, y, al tiempo de producirse esta publicación, se ha traducido total o parcialmente a más de 1.800 idiomas y dialectos, con una tirada total de miles de millones de ejemplares. Se ha calculado que la Biblia está al alcance del 97% de la población de la Tierra en su propio idioma.
En la Biblia se mencionan muchos beneficios que se derivan de leer las Escrituras, como, por ejemplo, la humildad (Dt 17:19, 20), la felicidad (Rev 1:3) y un discernimiento del cumplimiento de las profecí­as bí­blicas (Hab 2:2, 3). Advierte a sus lectores que seleccionen sus lecturas, pues no todos los libros edifican y estimulan la mente. (Ec 12:12.)
La ayuda del espí­ritu de Dios es necesaria para tener verdadero discernimiento y entendimiento de la Palabra de Dios. (1Co 2:9-16.) A fin de conseguir este y otros beneficios, ha de leerse la Palabra de Dios con mente abierta, libre de prejuicios u opiniones preconcebidas; de otra manera, el entendimiento estará velado, como fue el caso de los judí­os que rechazaron las buenas nuevas que Jesús predicó. (2Co 3:14-16.) La lectura superficial de la Biblia no es suficiente. Hay que poner el corazón, absorberse en su estudio, meditar profundamente en lo que se ha leí­do y procurar sacar provecho personal. (Pr 15:28; 1Ti 4:13-16; Mt 24:15; véase LECTURA PÚBLICA.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

En las sinagogas había lectura pública de las Escrituras del AT (Lc. 4:16–20; Hch. 13:27; 15:21; y véase 2 Co. 3:14, 15), y esta práctica fue continuada por la iglesia primitiva (cf. 1 Ti. 4:13). También se leían escritos del NT en las iglesias. Pablo encargó (en el caso de 1 Ts. conjuró) que algunas cartas fueran leídas en las iglesias (Col. 4:16; 1 Ts. 5:27). No es extraño que escritos respaldados por una autoridad como la que se le había dado a Pablo y que se leían junto con el AT en la iglesia fueran reconocidos a muy temprana edad como la Escritura (2 P. 3:16). En el segundo siglo, Justino Mártir menciona la lectura de las memorias de los apóstoles o los escritos de los profetas en los servicios de culto público y dice que la lectura era seguida por la amonestación e invitación de imitar las buenas cosas que ellos elogiaban (Primera Apología, 67). Sobre el tema de la lectura privada de la Biblia en la iglesia primitiva, véase Harnack, Bible Reading in the Early Church (Versión inglesa, Nueva York, 1912).

BIBLIOGRAFÍA

W.E. Adeney en HDCG; Arndt; R. Bultmann en TWNT; D. Miall Edwards en ISBE; M. Scott Fletcher en HDAC; MM; N.B. Stonehouse, «The Authority of the New Testament» en The Infalible Word, especialmente pp. 116s., 130s.

John H. Skilton

HDCG Hastings’ Dictionary of Christ and the Gospels

TWNT Theologisches Woerterbuch zum Neuen Testament (Kittel)

ISBE International Standard Bible Encyclopaedia

HDAC Hastings’ Dictionary of the Apostolic Church

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (354). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología