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NATURALISMO

NATURALISMO

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Se entiende por naturalismo el predominio o exclusividad de los principios basados en la naturaleza humana y el olvido de todo criterio o doctrina que promueva lo sobrenatural.

El naturalismo es concepto difuso y extensivo que va desde el sentimentalismo de Rousseau y Pestalozzi y el criticismo de Kant y de Herbart hasta el idealismo naturalista de Schelling o el naturalismo idealista de Schiller.

El naturalismo se prolonga durante todo el siglo XIX y se abre en abanico en el siglo XX, pues muchos de los vitalismos al estilo de Enrique Bergson, de los existencialismos como el de Gabriel Marcel, de los historicismos como el de Ortega y Gasset, de los misticismo como el de Teilhard de Chardin, incluso de los personalismos como el de Manuel Mounier o de Martí­n Buber, no son otra cosa que reclamos a lo natural como referencia para explicar la vida del hombre.

En educación el naturalismo ha ido en ocasiones muy lejos como en los planteamientos de A.S. Neil en Summerhill.

Pero en ocasiones se ha quedado en posturas benévolas que oscilaron desde el naturalismo de Marí­a Montesori y las hermanas Rosa y Carolina Agazzi hasta las formas más sistemáticas y criticas de Lorenzo Milani.

Es frecuente entender el naturalismo como una negación de lo sobrenatural y en este sentido deber ser rechazado como mutilación de la integridad humana. Pero también se puede definir como una mayor confianza en la naturaleza, que en definitiva es lo que sale a flote después de cada crisis ideológica, personal o colectiva; y es lo que sobrevive detrás de cada atentado moral y se advierte en criterios, principios o valores que aluden a Dios, como autor de la naturaleza y presente entre los hombres de forma amorosa y providente. (Ver Hombre. 1.4 y ver Sexualidad 5.5.1)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

1. El concepto de n. tiene tanto en el lenguaje corriente como en el técnico (ciencias naturales, filosofí­a, teologí­a) significados muy diversos, que no pueden reducirse a un denominador común. A lo sumo se podrí­a señalar su nota caracterí­stica en la tendencia a pensar toda la realidad exclusiva o preferentemente a base de conceptos e imágenes tomados del mundo de las cosas, negando o relegando al olvido la dimensión trascendente de la persona y su libertad. Tal forma de pensar repercute inevitablemente en la respuesta a la pregunta última sobre el hombre y sobre su posición en el mundo; una respuesta que no tiene en el fondo sino una alternativa: o encerrar la existencia del hombre dentro del horizonte del mundo, o reconocer su apertura hacia un absoluto personal «ultramundano», mejor dicho, hacia una profundidad abisal y personal como fundamento último de su propia interioridad. El problema del hombre, como «espí­ritu en el mundo», es en último término el problema de un Dios personal, indivisiblemente trascendente e inmanente al hombre y al mundo.

En el campo filosófico el monismo materialista es la forma más radical de n.; ese sistema reduce la realidad entera a un único principio material, cuyo dinamismo inagotable se desarrolla dentro del mundo y determina todos sus fenómenos, desde la vida hasta los supremos actos de pensamiento (-> monismo, -> materialismo, -> marxismo). La concepción estoica de Dios como «alma del mundo», es decir, como principio vital puramente intramundano, es una variante del n. y no se distingue en nada del monismo materialista (-> estoicismo).

Diversos sistemas filosóficos y religiones contienen elementos de un n. espiritualista; en el fondo ofrecen una explicación monista de la realidad, en cuanto no resaltan suficientemente la distinción personal entre Dios y el hombre, o afirman que el -> espí­ritu humano se disuelve en el Espí­ritu absoluto (hinduismo, budismo, idealismo). Aun cuando hablen del retorno del hombre a Dios después de la muerte, sin embargo, tanto el acto de este retorno como su meta son concebidos allí­ en forma naturalista. La realidad entera (o por lo menos toda la vida espiritual) es entendida decididamente como una evolución interna del espí­ritu absoluto.

El -> deí­smo de los siglos xvii-xix contiene una concepción naturalista de Dios como causa impersonal del mundo, sin que Dios tenga ninguna relación actual con éste o con el hombre. Entre Dios (natura naturans, Deus sive natura: B. Spinoza) y el mundo (natura naturata) media un sistema de causalidad cerrado en sí­, que excluye la posibilidad de la revelación y de la gracia, y explica toda religión positiva, especialmente el cristianismo, por elementos de la religión natural. El concepto bí­blico de Dios en el judafsmo, islam y cristianismo, cuyo rasgo fundamental es la libertad absoluta de la trascendencia personal y de su manifestación en la historia, de ningún modo puede conciliarse con el n. del deí­smo, en cuanto éste presupone un acosmismo, pero no excluye fundamentalmente el ateí­smo (Hegel).

La posición deí­sta deberí­a conducir a una reflexión atenta sobre las pruebas de la existencia de -> Dios a través de la existencia del mundo. Sólo si estas pruebas parten de la ilimitación espiritual del hombre (el mundo tiene su sentido inmediato en la ordenación al hombre), conducen de hecho a la afirmación de un Dios personal, es decir, de un ser real y trascendente. Únicamente el hombre es «imagen de Dios»; sólo en lo profundo de su propia interioridad hallará el hombre el resplandor creado del -> Absoluto personal.

El n. de las ciencias naturales, que se limita a explicar con una «hipótesis de trabajo» la posibilidad de los fenómenos intramundanos en el marco del espacio y del tiempo, y prescinde de la necesidad de una explicación última para el mundo y el hombre más allá del ámbito puramente experimental, de ningún modo excluye el auténtico teí­smo. Solamente se hace ateo si abandona el verdadero terreno de las ciencias naturales e intenta someter la realidad entera a la comprobación de los métodos empí­ricos (-> positivismo).

2. En la teologí­a, que tiene su objeto en el hecho revelado de la salvación como diálogo personal entre el amor absolutamente libre de Dios en Jesucristo y la responsabilidad propia del hombre, se hallan huellas de n. Aunque éste ha sido condenado explí­citamente por el magisterio eclesiástico (-> pelagianismo, semipelagianismo), sin embargo vuelve a presentarse repetidamente – si bien de manera oculta – en algunas cuestiones sometidas a libre discusión. Tanto la existencia del -> pecado original en el hombre como la inserción de la gracia en su fin natural, han sido explicadas por algunos teólogos como si la naturaleza humana hubiera quedado intacta por la adición accidental del pecado o de la gracia. Si se niega que la gracia tiene una acción iluminativa, se sigue necesariamente que el cristiano, prescindiendo de algunos casos excepcionales, se experimenta en su interioridad espiritual de la misma manera que en el estado de naturaleza pura, a saber, exclusivamente como espí­ritu finito y no como llamado a la participación en la vida divina. Lo natural y lo experimentable coincidirí­an plenamente en la vida religiosa del creyente. Ahí­ no se cae en la cuenta de que la situación existencial del hombre ante Dios está afectada í­ntimamente por la gracia como llamada a una relación filial, y de que toda actitud no-sobrenatural del hombre ante Dios, en virtud de esa gracia, está excluido de antemano como irrealizable existencialmente. No se reflexiona sobre el hecho de que la atracción intima de Dios hacia sí­ mismo excluye en concreto un amor puramente natural del hombre a él (y todo otro -> acto moral meramente natural); y esto no porque el pecado original haya destruido por completo la naturaleza humana, sino porque de hecho el hombre sólo existe como llamado por la gracia de Cristo (-> existencial sobrenatural, -a naturaleza y gracia).

Por el hecho de que cayeron en olvido la gracia increada, su prioridad lógica respecto de la gracia creada y la inseparabilidad mutua de ambas, se llenó a una lamentable concepción naturalista de la gracia creada, como si ésta fuera una naturaleza superior que el hombre posee a manera de una cosa, de la que puede disponer en sus acciones libres, hasta el punto de mover a Dios a la concesión de nuevas gracias. La autocomunicación personal de Dios, absolutamente indebida, es la causa de la gracia creada; y su término es la aceptación libre de dicha comunicación divina por parte del hombre, cuya respuesta, sin embargo, de ninguna manera modifica la gratuidad absoluta de cualquier don de la gracia (cf. Gr 39 [1958] 765-769).

BIBLIOGRAFíA: C. F. v. Weizsäcker, Geschichte der Natur (H 1949); H. Kraemer, Religion and the Christian Faith (Lo 1956); W. Philipp. Das Werden der Aufklärung in theologiegeschichtlicher Sicht (G6 1957); H. Blumenberg, N. und Süpranaturalismus: RGG3 IV 1132-1136; 1. B. Metz, Natur, N.: LThK2 VII 805-809.

Juan Alfaro

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

Esta posición interpreta el universo como del todo explicado en términos de cuerpos físicos y químicos. No obstante, los que proponen este punto de vista no quieren ser clasificados como materialistas, ya que admiten la existencia de mucho que es de valor además de las cosas materiales; pero aquello que no es material no tiene «ser substancial» en sí mismo, o por sí mismo. Este aspecto no material del universo debe interpretarse siempre como formas o funciones de cuerpos «físicos» espacial y temporalmente localizados.

El naturalismo no descarta la religión, sino simplemente aquellos elementos de la religión que dependen en última estancia de una estructura no física del universo (p. ej., una mente divina, una interpretación teleológica del universo como un todo, un «alma» que existe después de la corrupción del cuerpo, etc.).

Los naturalistas teístas (p. ej., Julian Huxley, Henry Nelson Wieman y Bernard Meland) mantienen que todos los valores religiosos verdaderos que tradicionalmente se asocian con el teísmo sobrenatural podrían mantenerse en un marco puramente naturalista.

BIBLIOGRAFÍA

Ernest Nagel, «Naturalism Reconsidered» en Proceedings and Addresses of the American Philosophical Association, Vol. 28; Henry Nelson Wieman y Bernard Eugene Meland, Contemporary American Philosophies of Religion, pp. 211–305; Ralph B. Winn, «Philosophic Naturalism, en Dagobert Runes, ed., Twentieth Century Philosophy, pp. 511–537.

Kenneth S. Kantzer

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (416). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

El naturalismo no es tanto un sistema especial cuanto un punto de vista o tendencia común a un gran número de sistemas religiosos y filosóficos; no tanto un cuerpo bien definido de doctrinas positivas y negativas cuanto una actitud o espíritu que se difunde e influye en muchas doctrinas. Como implica su nombre, esta tendencia consiste esencialmente en considerar la naturaleza como la única fuente original y fundamental de todo lo que existe, y en intentar explicar todo en términos de naturaleza. O los límites de la naturaleza son también los límites de la realidad existente, o al menos su causa primera, si se encuentra necesaria su existencia, no tiene nada que ver con la obra de los agentes naturales. Todos los acontecimientos, por tanto, encuentran su explicación adecuada en la propia naturaleza. Pero como los términos naturaleza y natural se utilizan en más de un sentido, el término naturalismo está también lejos de tener un significado fijo.

. (I) Si se entiende naturaleza en el sentido restringido de naturaleza física o material, naturalismo será la tendencia a considerar el universo material como la única realidad, a reducir todas las leyes a uniformidades mecánicas y a negar el dualismo de espíritu y materia. Los procesos mentales y morales no serían más que manifestaciones de la materia rigurosamente gobernadas por sus leyes.

. (II) El dualismo de mente y materia puede admitirse, pero sólo como dualismo de modos o apariencias de la misma sustancia idéntica. La naturaleza incluye múltiples fenómenos y un sustrato común de los fenómenos, pero para su desarrollo actual y para su explicación última, no requiere ningún principio distinto de sí misma. En este supuesto, el naturalismo niega la existencia de una causa trascendente del mundo y se esfuerza en explicar todos los procesos mediante la revelación de potencias esenciales al universo bajo leyes que son necesarias y eternas.

. (III) Finalmente, si la existencia de una Primera Causa trascendente, o Dios personal, se admite como la única explicación satisfactoria del mundo, el naturalismo sostiene que las leyes que gobiernan la actividad y desarrollo de los seres racionales e irracionales nunca se ven estorbadas por ello. Niega la posibilidad, o al menos el hecho, de cualquier intervención transitoria de Dios en la naturaleza, y de cualquier revelación y orden sobrenatural permanente para el hombre.

Estas tres formas no se excluyen entre sí; lo que la tercera niega la primera y la segunda, a fortiori, también lo niegan; todas coinciden en rechazar cualquier explicación que recurra a causas exteriores a la naturaleza. Las razones de esta negación – esto es, los puntos de vista filosóficos en los que se basa—y, en consecuencia, la extensión en que las explicaciones internas a la propia naturaleza se tienen por suficientes, varían en gran medida y constituyen las diferencias esenciales entre estas tres tendencias.

I. Naturalismo Materialista

El naturalismo materialista afirma que la materia es la única realidad, y que todas las leyes del universo son reductibles a leyes mecánicas. Qué teoría se pueda sostener en relación con la esencia de la materia importa poco aquí. Si la materia se considera continua o como compuesta de átomos distantes unos de otros, siendo exclusivamente extensión o también como dotada de un principio interno de actividad, siendo sólo un agregado de centros de energía sin extensión real alguna (ver ATOMISMO; DINAMISMO; MECANICISMO), la actitud del naturalismo es la misma. Sostiene que todas las realidades del mundo, incluyendo los procesos de conciencia desde los más inferiores a los superiores, no son más que manifestaciones de lo que llamamos materia, y obedecen a las mismas leyes necesarias. Mientras que algunos pueden limitar su explicación materialista a la propia naturaleza, y admitir la existencia de un Creador del mundo, o al menos dejar esta cuestión abierta, la tendencia general del materialismo es al ateísmo y al naturalismo exclusivo. Los primitivos filósofos griegos se esforzaron en reducir la naturaleza a la unidad señalando un elemento primordial del que todas las cosas estarían compuestas. Sus ideas eran, al menos implícitamente, más animistas o hilozoístas que materialistas, y la vaga función formativa atribuida al Nous, o principio racional, por Anaxágoras no fue más que una excepción al naturalismo predominante. El mecanicismo puro se desarrolló por los atomistas (Demócrito, Epicuro, Lucrecio), y la propia alma fue considerada como compuesta átomos especiales, más sutiles. En la Era Cristiana el materialismo en su forma exclusiva está representado especialmente por la escuela francesa de la segunda mitad del Siglo XVIII y la escuela alemana de la segunda mitad del Siglo XIX. Puesto que la materia es la única realidad, cualquier cosa que tenga lugar en el mundo es el resultado de causas materiales y debe ser explicado por antecedentes físicos sin teología alguna. La vida no es más que un complejo problema de física y química; la conciencia es una propiedad de la materia; el pensamiento racional se reduce a sensación, y la voluntad a instinto. La mente es un acompañamiento impotente o epifenómeno de ciertas formas o agrupaciones de la materia, y, aunque fuera suprimida del todo, el mundo entero procedería exactamente del mismo modo. El hombre es un autómata consciente cuya entera actividad, mental tanto como fisiológica, está determinada por antecedentes materiales. Lo que llamamos persona humana no es más que una fase transitoria de la especial organización de elementos materiales que da origen a resultados mentales especiales, y no hace falta decir que en tal sistema no hay lugar para la libertad, la responsabilidad, o la inmortalidad personal.

II. Panteísmo

El panteísmo en sus diversas formas afirma que Dios, la Primera realidad, el Fundamento del Mundo, o el Absoluto, no es trascendente y personal, sino inmanente al mundo, y que los fenómenos de la naturaleza son sólo manifestaciones de esta única sustancia común. Para los estoicos, es la razón inmanente, el alma del mundo, que comunica por todas partes actividad y vida. Según Escoto Eriúgena, “Dios es la esencia de todas las cosas, pues sólo Él es verdaderamente” (De divisione naturae, III); la naturaleza incluye la totalidad de los seres y se
divide en:

Naturaleza increada y creadora, esto es, Dios como origen de todas las cosas, incognoscible incluso a Sí mismo;
Naturaleza creada y creadora, esto es, Dios como conteniendo los modelos y tipos de todas las cosas;
Naturaleza creada y no creada, esto es, el mundo de los fenómenos en el espacio y el tiempo, todos los cuales son participaciones del Ser Divino y también teofanías o manifestaciones de Dios;
Naturaleza ni creada ni creadora, esto es, Dios como fin de todas las cosas a quien vuelven últimamente.

Giordano Bruno también profesa que Dios y la naturaleza son idénticos, y que el mundo de los fenómenos no es más que la manifestación de la sustancia divina que obra en la naturaleza y la anima. Según Spinoza, Dios es la única sustancia que se revela a sí misma a través de atributos, dos de los cuales, extensión y pensamiento, nos son conocidos. Estos atributos se manifiestan a través de un cierto número de modos que son las determinaciones finitas de la sustancia infinita. Como sustancia absoluta, Dios es natura naturans; en cuanto se manifiesta a través de los diversos modos de fenómenos, es natura naturata. Hoy día el monismo reproduce esencialmente las mismas teorías. La mente no se reduce a una propiedad, o epifenómeno, de la materia, sino que ambas, materia y mente, son como paralelas; proceden juntas como fenómenos o aspectos de la misma última realidad. ¿Qué es la realidad? Para algunos, explícita o implícitamente, es concebida más bien como material, y entonces volvemos a caer en el materialismo; para otros se sostiene que está más próxima a la mente que a la materia, y de ahí resultan diversos sistemas y tendencias idealistas; por otros, finalmente, se declara que es desconocida e incognoscible, y así el naturalismo monista se acerca estrechamente al Agnosticismo.

Sea lo que sea últimamente, la naturaleza es sustancialmente una; no requiere nada fuera de sí misma, sino que encuentra en sí misma su explicación adecuada. O la mente humana es incapaz de cualquier conocimiento referente a la cuestión de los orígenes, o esta cuestión es en sí misma insignificante, puesto que ambos, la naturaleza y sus procesos de desarrollo, son eternos. Los cambios simultáneos y sucesivos que ocurren en el mundo resultan necesariamente de las leyes esenciales de la naturaleza, pues la naturaleza es infinitamente rica en potencialidades cuya progresiva actualización constituye el proceso sin fin de lo inorgánico, lo orgánico, y la evolución mental. La evolución y diferenciación de la única sustancia según sus propias leyes y sin la actuación directora de una inteligencia trascendente es uno de los presupuestos básicos del naturalismo monista y agnóstico. No es posible ver cómo puede esta forma de naturalismo escapar lógicamente de las consecuencias del naturalismo materialista. Lo sobrenatural es imposible; en ningún supuesto puede haber libertad o responsabilidad; el hombre no es más que una manifestación o modo especial de la sustancia común, que incluye en sí misma el doble aspecto de la materia y la conciencia. Además, puesto que Dios, o más bien, “lo divino”, como dicen algunos, va a encontrarse en la naturaleza con la que se identifica, la religión puede reducirse sólo a ciertos sentimientos de admiración, respeto, reverencia, temor, etc., causados en el hombre por la consideración de la naturaleza, de sus leyes, bellezas, energías, y misterios. Así entre los sentimientos que pertenecen a la “religión natural”, Haeckel menciona “el asombro con el que contemplamos el cielo estrellado y la vida microscópica en una gota de agua, el temor reverencial con el que seguimos la maravillosa obra de la energía en el funcionamiento de la materia, la reverencia con la que aprehendemos el dominio universal de la ley de la sustancia a través de todo el universo” (“Die Welträthsel”, Bonn, 1899, V,xviii,396-97; tr. Mc Cabe, Nueva York, 1900,344).

III. Primera Causa Trascendente del Universo

Para aquellos que admiten la existencia de una Primera Causa trascendente del universo, el naturalismo consiste esencialmente en una abusiva limitación de la actividad de Dios en el mundo. Dios es sólo Creador, no Providencia; no puede, o no desea, interferir en el curso natural de los acontecimientos, o nunca lo hizo así, o, al menos, el hecho de que lo haya hecho alguna vez no puede ser establecido. Incluso si el alma del hombre se considera espiritual e inmortal, y si, entre las actividades humanas, algunas se consideran exentas del determinismo de los agentes físicos y se reconocen libres, todo esto es dentro de la naturaleza, que incluye las leyes que gobiernan los espíritus tanto como las que gobiernan la materia. Pero estas leyes son suficientes para justificar todo cuanto sucede en el mundo de la materia o de la mente. Esta forma de naturalismo se encuentra en estrecha relación con el racionalismo y el deísmo. Una vez establecido por Dios, el orden de la naturaleza es incambiable, y el hombre está dotado por la naturaleza con todo lo que requiere incluso para su desarrollo moral y religioso. Las consecuencias son claras: los milagros, esto es, los efectos producidos por Dios mismo que trascienden las fuerzas de la naturaleza, deben ser rechazados. Las profecías y los así llamados acontecimientos milagrosos o son explicables por leyes de la naturaleza conocidas, o desconocidas hasta ahora, o si no son explicables así, su existencia misma debe ser negada, y la creencia en su realidad atribuida a una observación defectuosa. Puesto que, para lo moral y lo religioso, tanto como para las verdades científicas, la razón humana es la única fuente de conocimiento, el hecho de la Revelación divina es rechazado y los contenidos de tal supuesta revelación sólo pueden aceptarse en tanto en cuanto son racionales; creer en misterios es absurdo. Al no tener un destino sobrenatural, el hombre no necesita medios sobrenaturales – ni gracia santificante como principio permanente para dar a sus acciones valor sobrenatural, ni gracia actual para iluminar su mente y reforzar su voluntad. La caída del hombre, los misterios de la Encarnación y la Redención, con todas sus implicaciones y consecuencias, no pueden encontrar sitio en un credo naturalista. Las oraciones y sacramentos tienen sólo resultados naturales explicables sobre bases psicológicas por la confianza que inspiran a los que los usan. Si el hombre debe tener una religión en absoluto, es sólo la que le dicta su razón. El naturalismo se opone directamente a la religión cristiana. Pero incluso dentro del redil del cristianismo, entre los que admiten una revelación divina se encuentran varias tendencias naturalistas. Tales son las de los pelagianos y semipelagianos, que minimizan la necesidad y funciones de la gracia divina; la de Bayo, que afirma que la elevación del hombre fue una exigencia de su naturaleza; las de varias sectas entre los protestantes liberales, que caen en un racionalismo más o menos radical; y las de otros que se esfuerzan en restringir en límites demasiado estrechos la actuación divina en el universo.

IV. Consideraciones generales

De estos principios generales del naturalismo se derivan algunas consecuencias en las ciencias ética, estética, y política. En estética el naturalismo descansa sobre el supuesto de que el arte debe imitar a la naturaleza sin ninguna idealización, y sin consideración alguna de las leyes de la moralidad. El naturalismo social y político enseña que “los mejores intereses de la sociedad pública y el progreso civil requieren que en la constitución y gobierno de la sociedad humana no se preste a la religión más atención que si no hubiera religión en absoluto, o al menos que no se haga distinción entre verdadera y falsa religión” (Pío IX, Encicl. “Quanta Cura”, 8 Dic. 1864). León XIII establece que “la profesión integral de la fe católica no es compatible en manera alguna con las opiniones naturalistas y racionalistas, cuyo resumen y sustancia es suprimir por completo las instituciones cristianas, y, sin atender a los derechos de Dios, atribuir al hombre la autoridad suprema en la sociedad” (Encicl. “Inmortale Dei”, 1 Nov. 1885). Además, como los organismos individuales, los organismos sociales obedecen leyes fatales de desarrollo; todos los acontecimientos son resultado necesario de complejos antecedentes, y la tarea del historiador es registrarlos y averiguar las leyes de su sucesión, que son tan estrictas como las de la sucesión en el mundo físico. En ética, la vaga presunción de que la naturaleza es la guía suprema de las acciones humanas puede aplicarse de maneras muy diferentes. Ya el principio de los estoicos, formulado en primer lugar por Zenón, de que debemos vivir de manera consecuente o armoniosa (to homologoumenos zen), y afirmada más explícitamente por Cleantes como la obligación de vivir de conformidad con la naturaleza (to homologoumenos te physiei zen) dio origen a varias interpretaciones, algunas entendiendo exclusivamente la naturaleza como naturaleza humana, otras principalmente como el universo entero. Además, como el hombre tiene muchas tendencias naturales, deseos, y apetitos, se puede plantear si es moral seguirlos indiscriminadamente todos; y cuando están en conflicto entre sí o se excluyen recíprocamente, de forma que se ha de hacer alguna elección, ¿sobre qué base se debe dar preferencia a algunas actividades sobre otras? Antes de los estoicos, los cínicos, tanto en teoría como en la práctica, habían basado sus reglas de conducta en el principio de que nada natural puede ser moralmente malo. Oponiéndose a las costumbres, las convenciones, el refinamiento, y la cultura, se esforzaban por volver al estado puro de naturaleza. De manera semejante, Rousseau considera la organización social como un mal necesario que contribuye a desarrollar los patrones convencionales de moralidad. El hombre, según él, es naturalmente bueno, pero se hace depravado por la educación y el contacto con otros hombres. Este mismo argumento de oposición entre naturaleza y cultura, y la superioridad de la primera, es favorito en Tolstoi. Según Nietzsche, los patrones actuales de virtud están en contra de la naturaleza, y, puesto que favorecen a los pobres, los débiles, los que sufren, los miserables, elogiando sentimientos tales como la caridad, la compasión, la piedad, la humildad, etc., son obstáculos en el camino del progreso verdadero. Para el progreso de la humanidad y el desarrollo del “Superhombre”, es esencial volver a los patrones primitivos y naturales de moralidad, que son energía, actividad, fuerza, y superioridad; los más poderosos son los mejores.

Si se considera el naturalismo ético en su relación con los tres puntos de vista filosóficos arriba explicados, a veces significa sólo el rechazo de cualquier obligación basada en la Revelación divina, y el supuesto de que la única fuente (de conocimiento) de lo bueno y lo malo es la razón humana. Generalmente, sin embargo, significa la tendencia más radical a tratar la ciencia moral de la misma forma que la ciencia natural. No hay libertad en ninguna parte, sino necesidad absoluta en todo. Todas las acciones humanas, tanto como los acontecimientos físicos, son el resultado necesario de antecedentes que son ellos mismos necesarios. La ley moral, con su distinción esencial de buena y mala conducta, es, no una norma objetiva, sino el resultado meramente subjetivo de asociaciones e instintos desarrollados a partir de la experiencia de lo útil y lo agradable, o de lo dañino y lo doloroso, consecuencias de ciertas acciones. Hay, no obstante, un motivo que incita a actuar en ciertas direcciones, pero cuya efectividad está estrictamente determinada por el grado de su intensidad en un individuo dado comparado con la resistencia que encuentra por parte de ideas antagónicas. Así, la ciencia ética no es normativa: no trata de leyes existentes previamente a las acciones humanas, y a las que estas deben obedecer. Es genética, y se esfuerza por hacer con las acciones humanas lo que la ciencia natural hace con los fenómenos físicos, esto es, descubrir, a través de una inferencia de los hechos de la conducta humana, las leyes a las que se ajusta de hecho.

Es imposible establecer en detalle la actitud de la Iglesia Católica hacia los presupuestos, las implicaciones, y las consecuencias del naturalismo. El naturalismo es una tendencia de tan amplio y largo alcance, toca tantos puntos, sus raíces y ramificaciones se extienden en tantas direcciones, que el lector debe ser remitido a los tópicos afines tratados en otros artículos. En general sólo se puede decir que el naturalismo contradice las doctrinas más vitales de la Iglesia, que se basa esencialmente en el sobrenaturalismo. La existencia de un Dios personal y de la Providencia divina, la espiritualidad e inmortalidad del alma, la libertad humana y la responsabilidad, el hecho de la Revelación divina, la existencia de un orden sobrenatural para el hombre, son otras tantas enseñanzas fundamentales de la Iglesia, que, aun reconociendo todos los derechos y exigencias de la naturaleza, se remontan más alto, al Autor y Supremo Gobernante de la naturaleza.

BALFOUR, The Foundations of Belief (Nueva York, 1895); LLOYD MORGAN, Naturalism in Monist, VI (1895-96), 76; WARD, Naturalism and Agnosticism (Nueva York, 1899); RADEMACHER, Gnade und Natur (1908); SCHAZLER, Natur und Uebernatur (Maguncia, 1865); SCHEEBEN, Natur und Gnade (Maguncia, 1861); SCHRADER, De triplici ordine, naturali, supernaturali et prœternaturali (Viena, 1864); BALDWIN, Diction. of Philos. and Psychol. (Nueva York y Londres, 1901); EISLER, Worterbuch der philosophischen Begriffe. See also GRACE, MIRACLE, etc.

C.A. DUBRAY

Transcrito por Douglas J. Potter

Dedicado al sagrado Corazón de Jesús

Traducido por Francisco Vázquez

Fuente: Enciclopedia Católica