OJOS
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Organo de la visión. Simbólicamente es el emblema de la capacidad de captar lo que está más allá de lo sensorial, de modo que desde lo divino a lo humano llega a ser recibido por el hombre.
Son 106 las veces que se habla en el Nuevo Testamento de los ojos y una 570 se alude a la acción de ver, mirar, contemplar, observar (orao, proorao).
La visión, los ojos, son un don de Dios para poder recibir todo lo que se presenta. «A Dios nadie la ha visto» (Jn. 1.18). «Sólo el Hijo ha visto al Padre». (Jn. 6.46)
Pero las cosas de Dios están al alcance de quienes tengan los ojos limpios. Los ojos en este mundo conducen a la inteligencias: «Lo invisible desde la creación del mundo se deja ver por la inteligencia» (Rom.1.20). Y sobre todo en el otro los ojos sobrenaturales durarán para toda la eternidad: «La vida eterna consiste en verte Ti, solo dios verdadero y a Jesucristo a quien enviaste». (Jn. 17.3)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
Abrir los ojos es el comienzo del encuentro fraternal: es pasar de la enemistad y la desconfianza al reconocimiento del hombre, del amigo. Un típico ejemplo de encuentro fraternal —interesante también desde el punto de vista antropológico— lo tenemos en el Génesis: es el reconocimiento de José, que se revela a sus hermanos. Aquel a quien antes temían y a quien no reconocían —porque estaban atenazados por el miedo, porque su esplendor casi faraónico les daba pánico—, llega un momento en que es reconocido como hermano. La renovada fraternidad humana está simbolizada aquí por la apertura de los ojos: es la situación del hombre que en determinadas circunstancias ha vivido como si estuviera ciego y un buen día abre los ojos. Pasando del aspecto antropológico al históricosalvífico, el símbolo se ensancha tanto en sentido como en referencias. Los ojos se abren por la salvación: la Escritura utiliza mucho esta imagen. El hombre se abre a los tesoros de los mandamientos, de la ley: es la misma apertura de las Escrituras. San Pablo, en la Segunda Carta a los Corintios, nos dice que los ojos de los judíos que leen las Escrituras están velados, pero que cuando llega Cristo, el velo se cae y sus ojos se abren. Las mismas Escrituras se pueden leer con los ojos vendados (es decir, sin comprender su significado) y con los ojos abiertos. Sin embargo, la apertura de los ojos es una gracia, un don, porque es el Espíritu el que nos abre los ojos, el Espíritu que nos da el Resucitado.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual