PRESENTACION DE JESUS
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Festividad litúrgica que conmemora la ofrenda del Niño Jesús en el templo, para cumplir con la ley de los primogénitos, quienes debían ser ofrecidos a Dios, aunque pudieran ser rescatados mediante una ofrenda.
Le ley de la presentación y el rescate era sólo para los varones (Ex. 13. 2 y 12-15). María y José la cumplieron con su hijo (Lc. 2. 22-23) Ordinariamente se hacía a los cuarenta días del parto y la mujer hacia también una ofrenda purificatoria, para terminar el período impuro del parto (Lc. 12. 1-8). Así lo recoge el texto evangélico y la piedad cristiana lo unió en la celebración. El rito de la procesión con velas o candelas originó el nombre popular de la fiesta «candelaria» con el que se conoció a esta fiesta llena de tradiciones y reflejada en las producciones artísticas.
En la presentación de Jesús hubo acontecimientos especiales, como las palabras de Simeón o de la profetisa Ana, que fueron emblemas y recuerdos que «María conservó en su corazón».
Quedaron siempre misterios exegéticos en la interpretación de los textos de Lucas y de Mateo, como la presencia de José y María en Jerusalén cuarenta días después del viaje desde Galilea o la persecución de Herodes y la huida a Egipto de la Sagrada Familia de forma inmediata al nacimiento. (Ver Mariana. Devoción 7)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
La presentación del niño Jesús en el templo, que la Iglesia celebra el 2 de febrero (a los cuarenta días de la Navidad), queda descrita en el evangelio de San Lucas, como cumplimiento de la ley «Todo primogénito varón será consagrado al Señor» (Ex 13,2.12.15; cfr. Lc 2,22-23). Los motivos que la ley apunta son el primogénito de hombres y animales pertenece al Señor (Ex 13,2.15); así se recuerda el éxodo cuando sólo murieron los primogénitos de los egipcios (Ex 13,15).
Según la ley, a los cuarenta días del parto, era también el momento en que la madre debía purificarse de la impureza legal contraída por el parto (cfr. Lc 12,1-8). En María no había motivo, por haber dado a luz virginalmente; pero ella cumplió con la ley. El primogénito quedaba rescatado (cfr. Num 18,15). Para tales objetivos, había que ofrecer un cordero y una paloma (o una tórtola). Si los padres eran pobres, podían ofrecer otra paloma u otra tórtola más.
El texto de San Lucas da a entender el sentido de «ofrecer» en sacrificio (Lc 2,22-24), como indicando que Jesús era el único primogénito que no sería rescatado (como lo fue Isaac), puesto que era el cordero pascual que libera de la esclavitud, «el Salvador» (Lc 2,30), «signo de contradicción» (Lc 2,34), de cuya suerte («espada») tendría que participar María como asociada y unida a su mismo destino (Lc 2,35).
La escena de la presentación parece recordar el «sí» de María a los planes salvíficos de Dios (Lc 1,38), al mismo tiempo que Jesús, en su seno, se ofrecía al Padre en sacrificio (cfr. Heb 10,5-7). María, figura de la Iglesia, está presente de modo activo en el ofrecimiento de Jesús en el templo (cfr. Lc 2,34-35) y en su oblación sacrificial en la cruz (cfr. Jn 19,25-30). «La Iglesia ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito» (MC 20). En esa fiesta se celebra también (desde 1997) la jornada mundial de la vida consagrada.
Israel es el «primogénito» de Dios, como hijo predilecto (cfr. Ex 4,22), como signo levantado ante los pueblos. Jesús es el «primogénito» o unigénito del Padre (cfr. Rom 8,29; Col 1,15). Con el ofrecimiento de Jesús, el Mesías ha entrado en el templo «He aquí que yo envío a mí mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su templo el Señor, a quien vosotros buscáis, y el ángel de la Alianza que vosotros deseáis» (Mal 3,1).
La figura de Simeón pone de relieve la esperanza mesiánica de Israel (cfr. Lc 2,25-26). Sólo el Espíritu Santo podía haberle inspirado que no moriría hasta ver al Mesías esperado. Al tomar en brazos al niño Jesús, expresa su gozo por cumplirse su anhelo (cfr. Lc 2,29) de «ver al Salvador preparado ante todos los pueblos, como luz para alumbrar a las naciones y gloria de Israel» (Lc 2,30-32; cfr. Is 42,6; 49,6).
María y José aceptan «admirados» el misterio (Lc 2,31). María forma parte del misterio de Cristo, como consorte, que comparte la misma suerte (cfr. Lc 2,35). Ella es la figura de tantas personas humildes, los «pobres de Yahvé», como la profetisa Ana, que son elocuentes por su capacidad de espera, de silencio y de humildad (cfr. Lc 2,36-38). Nazaret es el símbolo de esta inmolación permanente de Cristo que se expresa por la vida escondida, fecunda y misionera de los suyos (cfr. Lc 2,39-40).
La fiesta de la presentación de Jesús se encuadra, de algún modo, en el misterio navideño y de la Epifanía, aunque también está en la perspectiva del misterio pascual. La Iglesia recibe con alborozo al Señor que viene, sale en procesión a su encuentro con velas encendidas. El es la «luz de los pueblos» y trae la vida nueva del bautismo para todos. La Iglesia se siente unida a María ofreciendo a Cristo, para recibir el fruto del sacrificio redentor «Ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto sagrado de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios» (San Bernardo, citado en MC 20).
Referencias María, Mesías, Nazaret, sacrificio, Sagrada Familia, templo, San José.
Lectura de documentos LG 57.
Bibliografía G. MERCADO, Presentación del Señor, en Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas, 1988) 1654-1662; M. RIGHETTI, Historia de la liturgia ( BAC, Madrid, 1955) I, 724-727.
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización