Biblia

PRIMEROS CRISTIANOS.

PRIMEROS CRISTIANOS.

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La vida de las primeras comunidades cristianas se ha mitificado con frecuencia, sobre todo a partir del siglo XIX, con el gusto histórico del romanticismo. Y se ha mirado las comunidades de los seguidores de Jesús como modelos de vida y de caridad fraterna. La atención que se les presta no cabe duda de que es positiva como modelos, pero la historia debe ser rigurosa y tratar de superar las utopí­as y las fantasí­as.

– La principal exaltación fantasiosa se apoya en los textos del nuevo Testamento: Evangelio y Hechos. Los hermanos viví­an unidos en el Señor, practicando la caridad y orando en el Templo. Pero no conviene olvidar que, incluso en esos momentos y en ese ambiente, hubo «realidades humanas»: deserciones ante los mismos discursos de Jesús (Jun. 6.60) y engaños o cumplimientos aparentes, como el que quisieron hacer ante Pedro unos excelentes discí­pulos como parecí­an Safira y Ananí­as, pero que fueron misteriosamente castigados por su fingimiento (Hech. 5. 1-11).

– Las comunidades que se reflejan en las cartas paulinas (las 14) y en las otras siete católicas, a lo largo del siglo I, se presentan también con rasgos maravillosos, como su valor ante el martirio y su entusiasmo carismático, pero también con deficiencias morales, como continuamente reflejan los autores de esas Cartas atribuidas a los Apóstoles.

– Y en los primeros siglos, a pesar de la purificación que ofrecen las abundantes persecuciones, las herejí­as se multiplicaron ya desde el siglo II, los cismas abundaron, las rivalidades y pasiones humanas se hicieron presentes en todos los lugares y momentos en donde fue prendiendo y creciendo la Iglesia.

Con todo, es claro que las comunidades viví­an un cristianismo kerigmático más que dogmático. Su fe era litúrgica y bautismal más que fruto de piedad rutinaria. Se configuraba la Iglesia con personas que arriesgaban la vida ante los perseguidores y por eso se multiplicaban los mártires. Los cristianos no eran meros cumplidores de preceptos, sino gentes caritativas, fieles, santas, según el nombre que los escritores usaban. Y sobre todo, cuando la ocasión llegaba, practicaban la limosna y la asistencia, la hospitalidad y la oración. Es decir viví­an el único precepto que Jesús dio: «Amaos los uno a los otros como yo os he amado» (Jn. 13.34). La tradición dice que los paganos decí­an: «Mirad como se aman». Eso era lo que atraí­a en lo humano nuevos cristianos. Porque, en lo divino, era Jesús el que actuaba misteriosamente y daba el rápido crecimiento a la comunidad de los creyentes.

El común denominador de estos primeros cristianos era la audacia de ser creyentes, incluso en medio de las persecuciones. Daban gratis el don que ellos habí­an recibido. Eso les hací­a proselitistas, no por conquista sino por contagio, y todos les admiraban por su fe y por su esperanza en la salvación. Y todo viví­an con los gestos de la sencillez, del trabajo y de la solidaridad.

Es interesante lo que la Didajé, el primer libro extrabí­blico que se escribió en clave cristiana (¿año 70?), dice sobre la vida de los primeros cristianos: «Si llega a vosotros un caminante, ayudadlo en lo que podáis: sin embargo, que no permanezca entre vosotros más de dos dí­as, tres a lo más. Si quiere establecerse entre vosotros, que tenga un oficio, que trabaje y que se alimente él. Si no tiene oficio, mirad a ver lo que os dice vuestra prudencia, pero que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso. Si no quiere hacerlo así­, tened cuidado, que es un traficante de Cristo. Estad alerta contra los tales». (Did. 12.2-5) (Ver Biblia y catequesis 1.3)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa