Biblia

REINA. MARIA

REINA. MARIA

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El tí­tulo de Reina de los ángeles, que con cierta frecuencia se dio a Marí­a a lo largo de los tiempos, expresa simplemente el reconocimiento de su dignidad excelsa, sin que implique algún significado semántico, sociológico o polí­tico. Pueden quedar tranquilos los republicanos o los presidencialistas de todo el mundo, pues el alcance del tí­tulo sólo alude a la excelencia, grandeza espiritual y dignidad eclesial que se reconoce en la Madre del Señor, según el eco profético que implica tal término.

Es la idea, y no la palabra, lo que cuenta, como si se aplican a Marí­a otros términos análogos: «Emperatriz de los cielos», Señora del universo, Dominadora, Dueña, Patrona, Soberana, etc.

1. Base bí­blica
La entraña bí­blica del término «reina» es manifiesta. En el Antiguo Testamento se llama a Dios Rey (Basileos en griego, Melek o Adonai en hebreo) con frecuencia. Es la expresión equivalente a Señor, Dominador, Majestad Universal, Poderoso y Soberano.

Y en el Nuevo Testamento, el mismo Jesús se declara poseedor de esa misma dignidad. Cuando afirmó que era rey ante Pilato (Jn. 18.37 y Mt. 27.11), evidentemente tení­a en su mente el mensaje de supremací­a divina que la palabra implicaba para los judí­os, pero que poco podí­a representar en la ruda mentalidad de un soldado romano como era el Procurador que le interrogaba de oficio.

Por eso las palabras de Jesús: «Yo soy Rey, para eso nací­ y para eso vine al mundo…»; O bien, «Mi reino no es de este mundo, que, si de este mundo fuera, mis soldados me habrí­an defendido para no caer en manos de los judí­os» (Lc. 23. 3-5; Jn. 18. 33-37), son un reclamo de la dignidad divina que se atribuye ante sus jueces y que confirmará con el signo de su resurrección.

Los textos son claros, uno a uno y en conjunto: Mt. 2. 2.; Mt. 25. 34; Mt. 27. 11; Mt. 27. 37; Mc. 15. 2; Lc. 23. 3; Jn. 18. 3. El común denominador de ellos es la supremací­a del enviado de Dios.

Marí­a es considerada Reina y proclamada siempre como tal, por ser Madre de Jesús Rey y Dios, Señor y soberano del universo. Es mirada como Señora y Soberana por analogí­a con su Hijo Jesús, y con resonancia claramente bí­blica. Es Reina de í­ndole participativa, no de manera autónoma.

Subida al cielo en cuerpo y alma, es mirada y proclamada por la Iglesia como Reina de los ángeles, Dominadora del Universo, Dueña y Señora. Pero su realeza no es de este mundo.

El sí­mbolo de su dignidad fue siempre la mujer del Apocalipsis, coronada del sol y de las estrellas, y con la luna bajo sus pies. (Apoc. 12. 3). En esa figura los comentaristas vieron siempre a la Iglesia y, con ella, al miembro humano más excelente de la Iglesia, a la Virgen Marí­a.
Curiosa forma de diseñar la realeza de la humilde Virgen Marí­a
2. Reconocimiento eclesial
Acogida en el cielo y elevada por encima de los ángeles y santos, es mirada siempre como Reina y Señora. Los Padres y escritores primitivos ya se hicieron eco de ese tí­tulo mariano. Siempre la llamaron Señora ante todo, como llamaban las gentes sencillas a las damas de gran distinción. Eso significaba que se la reconocí­a como Dueña de los corazones, Patrona y protectora de los débiles, Soberana de todas las criaturas, Madre poderosa y tierna.

2.1. Testimonios
Fueron abundantes en todos los tiempos. San Juan Damasceno (De fide orth. 4. 1. 4) o Andrés de Creta (Homil. 2) son algunos de los primeros. Y fueron los artistas y los escritores bizantinos los que más resaltaron la imagen coronada de la Madre del Señor, que luego pasarí­a a los templos occidentales.

El Pantocrator, figura del Rey universal tan familiar en Grecia, Siria o Alejandrí­a para reflejar el poder de Cristo, se adaptó muy pronto a la figura de la Madre. La identificación con la dignidad real se realizó con naturalidad.

El mensaje de la realeza se transmitió sin dificultad a los tiempos posteriores, sobre todo en la época tan caballeresca que fue la Edad Media. La antí­fona más extendida, Salve Regina, probablemente de S. Bernardo, recoge el sentido de la realeza vital y maternal de Marí­a. San Buenaventura recuerda que «el que quiera obtener la gracia de Jesús, debe acudir al trono de la gracia que sostiene a Jesús, la Virgen Marí­a.» (Sermón sobre los siete dones del Esp. Sto.)

Tuvo que venir la reticencia antirromana de la Reforma protestante para poner en entredicho esa dignidad mariana, combatiendo con miopí­a teológica cualquier excelencia que pudiera atentar a la preeminencia del Hijo.

La proclamación de la realeza de Marí­a se mantuvo. Y una fiesta litúrgica, celebrada el 22 de Agosto y establecida por Pí­o XII en 1955, recuerda a la Reina del cielo y del mundo.

2.2. Significado y razones
Evidentemente el sentido de la realeza de Marí­a está más allá de las connotaciones de poder humano que implica la monarquí­a. Marí­a no nació para mandar a los hombres sino para servir a Dios. Cualquier resonancia terrena del tí­tulo de realeza serí­a una profanación. La razón última y más profunda de la dignidad regia de Marí­a reside en su maternidad divina. Si Cristo es rey, su madre tiene que ser reina en los lenguajes de los pueblos antiguos y en la historia de los reinos que han surcado la Historia. En los pueblos o en los tiempos en que las monarquí­as humanas pierden vigencia, pues se desdibujan los derechos hereditarios y se incrementan los reclamos democráticos, como son los actuales, la realeza mariana, como la del mismo Cristo, sigue siendo oportuna y ofreciendo una perfecta y total significación profética, mí­stica y escatológica

3. Dimensión cristológica
Cristo, en virtud de la unión hipostática, es Rey y Señor como hombre unido a Dios y como Dios encarnado en el hombre. Es rey de todo lo creado (Lc. 1. 32). Su Madre, por serlo de Cristo Dios y hombre, lo es por doble razón. Es la madre del hombre Jesús, unido a Dios. Es la Madre de Dios encarnado. Por eso la Iglesia la llamó siempre Madre del Señor y la considero como Reina por participación (Lc. 1.43).

Es preciso resaltar esta consideración y terminologí­a y definir bien una dignidad sin quedarse sólo en la metáfora.

La participación de Marí­a en la Encarnación y en la Redención la otorgan una dignidad real y auténtica. No es una simple de simpatí­a para quien la mira con agradecimiento. Es Dios quien la ha encumbrado, como ella misma reconoce en el Magnificat que Lucas nos relata: «El Señor ha hecho en mi maravillas, bienaventurada me llamarán todas las generaciones» (Lc. 2.48)

Por eso siempre se ha mirado unido el concepto de la realeza de Marí­a con la realeza de Jesús. Jesús es Rey de los hombres porque «los ha comprado con su sangre preciosa» (1 Cor. 6. 20; Petr. 1. 18). Marí­a es Reina y Señora por haber participado en esa labor de salvación
En la sublime dignidad de Marí­a, como Reina de cielo tierra, se funda la poderosa eficacia de intercesión maternal, como reconoce la Encí­clica «Ad coeli reginam» de Pí­o XII, de 1954.

Es importante resaltar la visión y la misión profética de la realeza mariana, sin la que no es posible entenderla bien.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa