SUBSTANCIA
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Aquello que está debajo de las cosas. En Química y en Biología es lo que puede ser asimilado y se convierte en base de la alimentación.
Pero en Filosofía y en Metafísica se define como lo que hace a una cosa ser tal cosa y sobre la cual se fundamentan los accidentes o cualidades. Literalmente indica lo que está debajo (sub-stare), lo que no se ve. Lo que llega a nuestros sentidos son los accidentes: cantidad, color, forma, peso, lugar, tiempo, etc. Por eso los escolásticos definían la substancia como «la esencia en cuanto es soporte de los accidentes». Y decían que es la «misma naturaleza en cuanto es principio de operaciones».
Es concepto que es conveniente clarificar para entender diversos misterios cristianos que tradicionalmente se han formulado con terminologías tomistas y aristotélicas. Por ejemplo, el misterio de la Eucaristía, en donde la substancia de pan y de vino (no los accidentes) se transforma (transubstanciación) en el cuerpo y sangre del mismo Cristo. Sin el concepto de substancia es difícil explicar el dogma: cambio de substancia y permanencia de accidentes.
Otros dogmas tienen que ver con lo que se entienda por substancia del alma, del hombre, de los ángeles, de la Iglesia, y se definen esas realidades según el concepto y rasgos que se entiendan.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
I. Aspecto histórico
La s. (oúsía, hypokéimenon) es, según Aristóteles, el objeto principal de la metafísica (Metaf. vii 1; 1028b, 2ss y 6s), porque es el ser propiamente dicho y la primera de las categorías, con la cual todas las demás están esencialmente relacionadas. Más en concreto, la s. es lo que está en sí, el último sujeto portador de todo aquello que corresponde a un ente (Categ. r 5; 2a, 11ss; 15ss). Esta concepción continúa desarrollándose en la escolástica. La contradice el -> empirismo, preparado por Nicolás de Autrecourt y desarrollado con todas sus consecuencias por Hume; según él, la idea de s. surge únicamente por el hecho de que fenómenos unidos en forma constante son designados con un nombre común. De manera semejante piensan el -> positivismo y el neopositivismo. Movido por la ambigua definición de Descartes, el racionalismo extremo llega en Espinosa al monismo de la s.; sólo puede existir la s. única, increada e infinita, por lo cual las criaturas son sólo sus modi. Espinosa es superado por Leibniz, que lo reduce todo a las mónadas como simple «estar-en-sí»; la mónada infinita, que es una, posibilita muchas mónadas finitas, en cada una de las cuales se refleja el universo entero, pero sólo desde su punto de vista.
Kant tiende a la síntesis de lo propugnado hasta entonces; cuenta la s. entre las categorías a priori del entendimiento, que sólo tienen validez por la cosa como fenómeno; la esencia de la s. es la subsistencia, y su esquema sensible es la permanencia real en el tiempo. Este aspecto es acentuado excesivamente: «En realidad la afirmación de que la s. permanece es tautológico» (A 184). En correspondencia con ello Hartmann entiende la s. como sustrato permanente, que él encuentra sólo en lo anorgánico y, por cierto, a posteriori, o sea, como válido para la cosa en sí. Los seres vivos, en cambio, no son substancias, puesto que no permanecen ni son sustratos, sino que descansan en lo anorgánico. Bergson lo entiende todo a partir del impulso vital y de la duración, por lo cual las cosas, en vez de perserverar fijamente, se dan en un continuo fluir, que el pensamiento racional divide en estados singulares, los cuales, evidentemente, deben unirse mediante un sustrato permanente. Con M. Scheler, que reduce la s. a lo material y la excluye de la persona, también los filósofos existencialistas elevan al hombre como existencia o como propia realización por encima de una s. permanente. Según la ontología fundamental de M. Heidegger, la s. del hombre es la existencia, es decir, su oúaía es la comunicación histórica del -a ser, en virtud de la cual éste temporaliza o acontece. Como enseña la física atómica, corpúsculos y ondas, masa y energía son dimensiones que pasan la una a la otra; parece que la s. corpórea se disuelve cada vez más en procesos, por lo cual más que ser deviene.
II. Aspecto sistemático
Etimológicamente s. es lo que está debajo, lo que subyace en los fenómenos, lo que se interpreta en ellos, mostrándose y ocultándose a la vez. Según la cosa misma s. significa lo que está en sí, el ente propiamente dicho, o lo que es. Lo opuesto a la s. se llama accidente o fenómeno, que va inherente esencialmente a la s. como su soporte, que se presenta siempre solamente como determinación ulterior del ente propiamente dicho, o como aquello a través de lo cual algo es. La distinción entre s. y fenómenos se debe a que el mismo ente se acuña en muchas manifestaciones siempre distintas. Aquí se trata de la s. como categoría finita, la cual ha de ser completada mediante los accidentes; a ella se opone la s. infinita, supracategorial, la única que es el todo. S. en sentido pleno es solamente, según Aristóteles, la llamada «s. primera», lo singular (róas -n: Metaf. v 8; 1017b, 25); de ella se deriva la llamada s. segunda o s. general. El platonismo ve, al revés, lo singular como s. segunda y lo general como s. primera; pero aquí lo general no es el concepto subsiguiente a lo singular, sino la idea prototípica que lo precede. Según su esencia la s. excluye sólo la dependencia de un sujeto sustentador, pero no la dependencia de la causa, por lo cual puede haber una s. causada y, concretamente, creada. En sentido estricto se llama s. únicamente el todo substancial, pero también se llaman substanciales las partes esenciales que constituyen el todo, como el -> cuerpo y el -> alma. Aunque habitualmente la s., como lo relativamente permanente, se separa de sus fenómenos cambiantes, sin embargo, también lo que está en sí, durando sólo un momento, es verdaderamente substancia.
El principio de la s. dice: Si algo existe, existe s., pues lo inherente presupone lo que está en sí, y la manifestación presupone lo que se manifiesta. La s. finita se muestra en la responsabilidad del hombre, pues si éste fuera sólo determinación de otro, ese otro obraría por medio de él, o sea, sería el otro el que cargaría con la responsabilidad, no el hombre mismo. Pero su s. no excluye su devenir histórico, sino que es precisamente su fundamento; en ello está contenida la exigencia connatural al ser que eleva la s. a su peculiaridad específicamente humana. Puesto que esta exigencia escapa a lo infrahumano, aquí la independencia de la s. es gradualmente más pequeña, lo particular está entretejido en el todo de la naturaleza. Por ello la s. sólo muy débilmente se acuña a sí misma en lo no orgánico; puede surgir allí como masa o como energía, puede mostrarse como corpúsculo o como onda. Entonces la s. apenas es distinguible de los procesos; asimismo es difícil decidir si se trata de una o de más substancias. A pesar de todo, es indiscutible que hay s. inorgánica. Sobre el concepto de s. en la eucaristía, cf. -> transubstanciación.
BIBLIOGRAFíA: R. Jolivet, La notion de substance (P 1929); B. Bauch, Das Substanzproblem in der griechischen Philosophie (Hei 1910); J. Hessen, Das Substanzproblem in der Philosophie der Neuzeit (B 1932); A. Brunner, Stufenbau der Welt (Mn 1950) 57-84; A. Marc, Dialectique de 1’affirmation (P 1952) 541-553; J. Seiler, Philosophie der unbelebten Natur (Olten 1948) 368-387; N. Hart-mann, Philosophie der Natur (B 1950 22-24; B. Bavink, Ergebnisse und Probleme der Naturwissenschaft (Z 91949) 194-218; D. H. Parker, Experience and Substance (Arm Arbor 1941); R. E. McCall, The Reality of Substance (Wa 1956); W. Büchel, Quantenphysik und naturphilosophischer Substanz-begriff: Scholastik 33 (1958) 161-185; J. B. Lotz, Ontologia (Ba – Fr – R 1963) nn. 536-597; W. Büchel, Philosophische Probleme der Physik (Fr 1965); A. Roldán, Naturaleza y substancia, en Pens 16 (1960) 175-188.
Johannes Baptist Lotz
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
Las palabras principales que se usan para comunicar la idea de sustancia en el hebreo, son hôn, «riqueza»; ḥayil «poder»; qinyān, «posesión»; y rәḵûš, «propiedad». Las palabras correspondientes en griego son ousia, «ser»; huparxis, «posesión»; huparchonta, «cosas que existen»; hupostasis, «sustancia».
Con la excepción de hupostasis, estos términos normalmente se refieren a posesiones materiales (p. ej., Gn. 15:14; 28:8; Lc. 15:12s.).
Dado su significado teológico, la palabra hupostasis merece especial atención. La RV60 la traduce por «confianza» (2 Co. 9:4; 11:17; Heb. 3:14), «sustancia» (Heb. 1:3) y «certeza» (Heb. 11:1). Etimológicamente, hupostasis, al igual que el latín substantia y el español «sustancia» apunta a «aquello» que está debajo de algo, esto es, el sustrato interno e invisible que da forma y expresión a la manifestación visible y externa.
En Hebreos 1:3, Cristo es descrito como la «imagen misma de su [la de Dios] sustancia» (RV60). Aquí hupostasis equivale a «naturaleza» y no a «persona». Subsistiendo en «forma» (morphē) de Dios, Cristo vino a ser visible en su encarnación, de tal forma que el hombre pudiera «ver» a Dios (Jn. 1:14, 18; 14:9–11; Fil. 2:6). «Dios estaba en Cristo» (2 Co. 5:19).
En Hebreos 3:14, hupostasis expresa probablemente el carácter sustancioso de la fe cristiana en contraste con las «sombras» del antiguo pacto (Heb. 8:5; 10:1).
En Heb. 11:1 se define la fe como la «hupostasis de lo que se espera». Aquí la palabra representa la realidad que no está a la vista y que constituye la esencia de la fe (1 Co. 2:9–16; 2 Co. 4:18). Aun en la vida presente, el creyente posee por la fe la sustancia (el equivalente substancial) de aquello que será plenamente revelado en su glorificación (1 Co. 13:12; 1 Jn. 3:1s.). Véase también Hipóstasis.
BIBLIOGRAFÍA
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Wick Broomall
RV60 Reina-Valera, Revisión 1960
HDAC Hastings’ Dictionary of the Apostolic Church
HERE Hastings’ Encyclopaedia of Religion and Ethics
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (583). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología
( Latín substare, substantia)
Substancia, la primera de las categorías de Aristóteles significa un ente que existe en y por sí mismo, y que sirve como sujeto o base para los accidentes y cambios accidentales.
Los fundamentos de substancia
Al ser substancia un genus supremum no puede ser definida estrictamente mediante un análisis en género y diferencia específica; sin embargo, un estudio del universo en su conjunto nos permitirá formar sin dificultad una idea exacta de sustancia. Nada es más evidente que el cambio en las cosas. Es imposible que cualquier cosa esté dos veces en absolutamente el mismo estado; por otro lado, todos los cambios no son igualmente profundos. Algunos parecen tener un carácter puramente externo: un trozo de madera puede estar caliente o frío, acostado o de pie, sin embargo, sigue siendo madera; pero si se quema por completo hasta ser transformado en cenizas y gases, ya no será madera; han desaparecido totalmente las características específicas y radicales con las que describimos la madera. Por lo tanto, ahí vemos dos clases de cambios: uno afecta las características radicales de las cosas, y en consecuencia determina la existencia o no existencia de esas cosas; y el otro de ningún modo destruye esas características, y así, mientras modifica la cosa, no la afecta fundamentalmente. Es necesario, por lo tanto, reconocer en cada cosa ciertas realidades secundarias (vea accidente) y también un fundamentum permanente que continúa existiendo a pesar de los cambios superficiales, que sirve como base o apoyo a las realidades secundarias —lo que, en una palabra, llamamos substancia. Su característica fundamental es ser en sí y por sí misma, y no en otro sujeto como lo son los accidentes.
Los escolásticos, quienes aceptaban la definición de Aristóteles, distinguían también la sustancia primaria (sustancia prima) de la sustancia secundaria (sustancia secunda): la primera es la cosa individual, la sustancia propiamente dicha; la segunda designa la esencia universal o la naturaleza según figura en el género y la especie. Y, de nuevo, la sustancia es completa, por ejemplo, el hombre, o incompleta, por ejemplo, el alma, que, a pesar de poseer la existencia en sí misma, está unida con el cuerpo para formar el ser humano específicamente concreto. La división principal, sin embargo, es la de la sustancia material (todas las cosas corpóreas) y la sustancia espiritual, es decir, el alma y los espíritus angélicos. Estas últimas suelen ser llamadas substantiae separatæ, para denotar que están separadas de la materia, es decir, ni unidas realmente con un organismo material, ni requieren tal unión como el complemento natural de su ser ( Santo Tomás, «Contra Gentes», II, 91 ss.). Santo Tomás enseña además que el nombre substancia no puede ser aplicado propiamente a Dios, no sólo porque Él no es el sujeto de ningún accidente, sino también porque en Él la esencia y la existencia son idénticas, y en consecuencia Él no está incluido en ningún género de cualquier clase. Por la misma razón, es imposible que Dios sea la esencia formal de todas las cosas (esse formale omnium), o, en otras palabras, que una y la misma existencia sea común a Él y a ellos (op. cit., I , 25, 26).
En el mundo visible existe un gran número de substancias numéricamente distintas. Cada una, además, tiene una naturaleza específica que determina el modo de su actividad y, al mismo tiempo, a través de su actividad, se nos manifiesta de algún modo. Nuestro pensamiento no constituye la sustancia; este existe independientemente de nosotros, y nuestro pensamiento a lo sumo adquiere un conocimiento de cada sustancia al considerar sus manifestaciones. De esta manera llegamos a conocer tanto la naturaleza de las cosas materiales y la naturaleza de la sustancia espiritual dentro de nosotros, es decir, el alma. En ambos casos nuestro conocimiento puede ser imperfecto, pero no estamos de este modo justificados a concluir que sólo las apariencias superficiales o fenómenos son accesibles a nosotros, y que el ente substancial interior, de la materia o de la mente, es incognoscible.
Desde el cierre del período escolástico, la idea de sustancia y de las doctrinas alrededor de ella ha sido objeto de profundas modificaciones que a su vez han dado lugar a una inversión completa de la enseñanza escolástica sobre cuestiones vitales en la filosofía. Aparte del concepto tradicional formulado arriba, debemos señalar especialmente la definición de Descartes que sustancia es «un ente que existe de tal modo que no requiere nada más para su existencia». Esta fórmula es desafortunada; es falsa, pues la idea de sustancia determina una esencia que, si existe, tiene su propia existencia, no tomada de una base ulterior, y que no es una modificación de algún ente que la sustenta. Pero esta idea de ninguna manera determina la forma en que se le ha dado la existencia real a esta esencia o la forma en que se conserva. La definición cartesiana, por otra parte, es peligrosa, porque sugiere que la substancia no admite ninguna causa eficiente, sino que existe en virtud de su propia esencia. Así Espinosa, siguiendo los pasos de Descartes, declaró que «la sustancia es la que se concibe en sí misma y por sí misma», y de ahí dedujo su sistema panteísta, según el cual no hay más que una sustancia, es decir, Dios —todas las demás cosas son sólo modos o atributos de la sustancia divina (vea panteísmo).
La definición de Leibniz es también digna de mención. Él considera la sustancia como «un ente dotado con el poder de la acción». La substancia ciertamente puede actuar, puesto que la acción sigue al ser, y la sustancia es el ser por excelencia. Pero esta propiedad no va a la base de la realidad. En cada sustancia finita el poder de actuar es distinto a la esencia sustancial; es sólo una propiedad de la substancia que puede ser definida sólo por su modo de existencia.
La realidad de substancia
El asunto más importante respecto a substancia es el de su realidad. En los días antiguos, Heráclito, en los tiempos modernos, Hume, Locke, Mill y Taine, y en nuestros días Wundt, Mach, Paulsen, Ostwald, Ribot, Jodi, Höffding, Eisler, y muchos otros, niegan la realidad de la substancia y consideran la existencia de la substancia como un postulado ilusorio de mentes ingenuas. La base de esta negación radical es una idea errónea de sustancia y accidente. Ellos sostienen que, aparte de los accidentes, la sustancia no es nada, un ser sin cualidades, operaciones o fin. Esto es absolutamente erróneo. Los accidentes no se pueden separar así de la sustancia, sino que tienen su ser sólo en la sustancia; ellos no son la sustancia, sino que son por su propia naturaleza modificaciones de la sustancia. Las operaciones que estos escritores podrían así atribuirle a los accidentes son realmente operaciones de la sustancia, que los ejerce a través de los accidentes. Por último, al atribuirle una existencia independiente a los accidentes, simplemente los transforman en sustancia, estableciendo así exactamente lo que intentan negar. Se puede decir que todo lo que existe es una sustancia o está en una sustancia.
La tendencia de la filosofía moderna ha sido considerar la substancia simplemente como una idea que la mente de hecho se ve obligada a formar, pero que o bien no existe objetivamente o, si existe, no puede ser conocida. Según Locke (Ensayo II, 23), «Por no saber cómo las simples ideas puedan subsistir por sí mismas, nos acostumbramos a suponer algún sustrato en el que subsisten y del que resultan; que por lo tanto llamamos sustancia; de modo que si alguno se examina a sí mismo respecto a su noción de sustancia pura en general, encontrará que no tiene otra idea de ella en absoluto, sino sólo una suposición de que no conoce el tipo de apoyo de tales cualidades, que son capaces de producir ideas simples en nosotros; cuyas cualidades son comúnmente llamadas accidentes». Afirma, sin embargo, que esta declaración se refiere sólo a la idea de sustancia, no a su ser, y afirma que «tenemos una noción tan clara de la sustancia del espíritu como la que tenemos del cuerpo” (ibid.). Hume sostuvo que la idea de sustancia «no es más que una colección de ideas simples que están unidas por la imaginación y tienen asignado un nombre particular, por el cual somos capaces de recordar, ya sea a nosotros mismos o a los demás, esa colección» (Tratado , libro I., pt. IV), y que el alma es «un conjunto de concepciones en un perpetuo flujo y movimiento».
Para Kant la sustancia es una categoría de pensamiento que aplica sólo a los fenómenos, es decir, es la idea de algo que persiste en medio de todos los cambios. La sustancialidad y la inmortalidad del alma no pueden ser probadas por la razón pura, pero se postulan por la ley moral que pertenece a la razón práctica. JS Mill, tras precisar que «podemos hacer proposiciones respecto a aquellas causas ocultas de los fenómenos que se llaman sustancias y atributos», continúa diciendo: «No se puede hacer la afirmación, al menos con un significado, respecto a las entidades desconocidas e incognoscibles, sino en virtud de los fenómenos por los que se manifiestan a nuestras facultades” (Logic, Lb. I, L, C.V). En otras palabras, la sustancia se manifiesta a través de fenómenos y, sin embargo es incognoscible. Mill define materia como «una posibilidad permanente de sensación”, de manera que no es necesario ningún vínculo sustancial para los objetos materiales, pero para los estados de conciencia se necesita un vínculo en el que hay algo «real como las propias sensaciones y no un mero producto de las leyes del pensamiento «(«Examination”, c.XI, cf. Appendix).
Wundt, por el contrario, declara que la idea (hipotética) de la sustancia es necesaria para conectar los fenómenos presentados en la experiencia externa, pero que no es aplicable a nuestra experiencia interior a excepción de los procesos psico-físicos (Logik, I, 484 ss .). Esta es la base del actualismo, que reduce el alma a una serie de estados conscientes. Herbert Spencer expresa su opinión de la siguiente forma: «La existencia no significa otra cosa que la persistencia, y por lo tanto, en la mente, que persiste a pesar de todos los cambios, y mantiene la unidad del conjunto, desafiando todos los intentos de dividirla, es aquello de lo que existencia en el pleno sentido de la palabra debe ser predicada —lo que debemos postular como la substancia de la mente, en contraposición a las formas distintas que asume. Pero, de ser así, la imposibilidad de conocer la sustancia de la mente es manifiesta» (Princ. of Psychol., Pt. II, c. I). En otra parte declara que es el mismo poder incognoscible que se manifiesta por igual en el mundo físico y en la conciencia —una declaración en la que el agnosticismo regresa al panteísmo de Espinosa.
Este desarrollo del concepto de sustancia es instructivo; muestra hasta qué extremos conduce el subjetivismo, y cuáles inconsistencias trae a la investigación de los problemas más importantes de la filosofía. Si bien la investigación se ha llevado en nombre de la crítica, sus resultados, en lo que al alma se refiere, son claramente a favor del materialismo, y si bien el objetivo iba a ser un conocimiento más seguro sobre una base más firme, el resultado es el agnosticismo abierto o encubierto. Es tal vez como reacción contra tal confusión en el campo de la metafísica que últimamente los representantes de la ciencia física han hecho el intento de reconstruir la idea de sustancia haciéndola equivalente a «energía». El intento hasta ahora ha llevado a la conclusión de que la energía es la sustancia más universal y el accidente más universal (Ostwald, «Vorlesungen über Naturphilosophie», 2 ª ed., Leipzig, 1902, p. 146).
Para el significado teológico de substancia vea Eucaristía. También vea accidente, alma; espiritualismo.
Bibliografía: BALMES, Fundamental Philosophy, II (nueva ed., Nueva York, 1903); JOHN RICKABY. General Metaphysics (3ra. ed., Nueva York, 1898); WALKER, Theories of Knowledge (Nueva York, 1910); HARPER, The Metaphysics of the School (Londres, 1879-84); MERCIER, Ontologie (Lovaina, 1903); LORENZELLI, Philosophiæ theoreticæ institutiones (Roma, 1896); WILLEMS, Institutiones philosophicæ, I (Tréveris, 1906); KLEUTGEN, Philosophie d. Vorzeit, II; PRAT, De la notion de substance (París, 1903). — Vea también las referencias bibliográficas en EISLER, Wörterbuch der philosophischen Begriffe, III (Berlín, 1910).
Fuente: Munnynck, Mark Mary de. «Substance.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912. 7 Jun. 2010
http://www.newadvent.org/cathen/14322c.htm
Traducido por Luz María Hernández Medina.
Fuente: Enciclopedia Católica