BASILEA (CONCILIO DE) (1431-1449)

DicEC
El concilio de Basilea fue convocado por Martí­n V (1417-1431), que murió antes de que se abriera el 23 de julio de 1431. Previamente, obedeciendo al decreto Frequens del concilio de Constanza, habí­a convocado un concilio en Paví­a, al que acudió poca gente y que fue más tarde trasladado a Siena (1423-1424). Eugenio IV (1431-1447) nombró a Julián Caesarini legado y presidente del concilio, pero se opuso activamente a él y en noviembre de 1431 trató de trasladarlo a Bolonia. La primera sesión del concilio (14 de diciembre de 1431) se remitió a Constanza y estableció tres objetivos: la extirpación de toda herejí­a, la paz en la cristiandad y la reforma.

En su segunda y tercera sesiones (febrero y abril de 1432) el concilio rechazó la disolución reclamada por Eugenio IV, que finalmente tuvo que acceder a algunos de sus deseos (Duduin sacram, 10 de agosto de 1433). Sólo tení­a el apoyo de seis de los veintiún cardenales, y muchos de los poderes seculares también se oponí­an a él. Aunque llegaron a decretarse algunas reformas (por ejemplo, la elección de obispos; y los sí­nodos provinciales’), la mayor parte del tiempo hasta la 17 sesión (26 de abril de 1434) se perdió en polémicas entre el papa y el concilio. Fueron útiles, no obstante, las discusiones conciliares en torno al diálogo con los bohemios (enero-abril de 1433). Es uno de los raros ejemplos en que, en el segundo milenio, a unos considerados herejes se les permite aparecer y hablar en un concilio. Después de discusiones que se prolongaron en Praga, se redactaron los Compactata como respuesta a los principales gravamina de los husitas. Aunque el concilio de Basilea los aprobó en 1437, la curia no los ratificó y fueron anulados en 1462.

La segunda y más provechosa fase del concilio fue la que se desarrolló entre la 19a y 25 sesiones (7 de septiembre de 1434-7 de mayo de 1437). En la 19ª sesión fueron recibidos los legados del emperador y el patriarca griegos, y se hicieron planes para los encuentros conciliares. Se promulgó un decreto sobre los judí­os (->Judí­os e Iglesia) y los infieles (¿los musulmanes?), que era una forma bastante restrictiva de apartheid. No obstante, los que se convertí­an a la fe tení­an la protección de la ley con respecto a sus propiedades. Otras sesiones se dedicaron a las reformas: se condenó el concubinato y se regularon las penas eclesiásticas (20ª); se suprimieron las anatas, es decir, la obligación de pagar a la curia romana los ingresos correspondientes al primer año de los beneficios; se promulgaron decretos regulando el culto (21ª); se estableció la legislación relativa a las elecciones papales, los deberes del papa y los cardenales (23ª).

Después de ocuparse de los preparativos para el encuentro con los griegos en la 24ª sesión (14 de abril de 1436), el concilio no hizo nada durante un año. Entre tanto Eugenio IV se sintió algo más fuerte y volvió a actuar en contra del concilio. En la 25ª sesión (7 de mayo de 1437) la mayorí­a se manifestó a favor de Basilea, Aviñón o Saboya para continuar el concilio ecuménico con los griegos, pero una minorí­a que estaba al lado de Eugenio IV optó por Florencia o Udine. Esta sesión serí­a la última que la Iglesia católica reconocerí­a (‘Recepción) como auténtica. El papa Eugenio disolvió el concilio de Basilea el 18 de septiembre de 1437. Una minorí­a de obispos se trasladó al concilio de Florencia, mientras que la mayorí­a continuó reuniéndose en Basilea hasta 1448, año en que se trasladaron a Lausana, para finalmente clausurar el concilio el 25 de abril de 1449.

Hubo todaví­a alguna actividad notable mientras el concilio se prolongó así­ en el cisma. Volvió a reunirse con los bohemios, accediendo a sus demandas acerca de la comunión con el cáliz (30ª sesión)». El 16 de mayo de 1439 (33ª sesión) proclamó las «tres verdades»: «Es una verdad de la fe católica que el santo concilio general tiene poder sobre el papa y cualquier otro. El romano pontí­fice, por su propia autoridad, no puede disolver, trasladar o aplazar el concilio general, cuando ha sido legalmente convocado, sin su consentimiento, lo que forma parte de la misma verdad. Quienquiera que se obstine en negar estas verdades ha de ser considerado hereje». Esta proclamación tení­a como finalidad justificar la pretendida deposición de Eugenio IV; era una confirmación de que el decreto Haec sancta de ->Constanza era materia de fe. El concilio actuó en contra de Eugenio en la sesión siguiente del 25 de junio de 1439, deponiéndolo y eligiendo al duque Amadeo de Saboya en su lugar, el antipapa Félix V (1439-1449). Mientras tanto el concilio de Florencia promulgó una de las varias condenas de Basilea, el decreto Moyses vir De¡.
En medio de todas estas maniobras polí­ticas, el concilio cismático encontró tiempo para definir la Inmaculada Concepción de Marí­a (36ª sesión, 17 de septiembre de 1439) e introducir la fiesta de la Visitación de Marí­a (1 de julio de 1441).

El concilio se trasladó a Lausana en 1448, autodisolviéndose en la 5ª sesión celebrada allí­, el 25 de abril de 1449. Félix buscaba una salida a su situación desde 1445. Finalmente encontró acomodo con el nuevo papa Nicolás V (1447-1455): el 7 de abril de 1449 abdicó solemnemente y fue nombrado cardenal obispo de Santa Sabina y vicario y legado papal en Saboya. Murió dos años más tarde.

La significación perdurable de Basilea está ligada a la del concilio de Constanza. Ambos representan el punto culminante del ->conciliarismo. Ambos fueron además concilios reformadores, y el fracaso de sus reformas abrió con el tiempo el camino a las reformas más radicales de los protestantes en el siglo XVI.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología