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NEWMAN, JOHN HENRY

NEWMAN, JOHN HENRY

(1801-1890)
DicEc
 
El conocimiento de la vida de J. H. Newman es esencial para comprender la historia tanto del >anglicanismo como de la Iglesia católica en Inglaterra durante el siglo XIX. Newman se educó como anglicano dentro de la tradición evangélica y se formó en Oxford, donde más tarde fue fellow (1822). Ordenado sacerdote, fue nombrado vicario de St. Mary, Oxford. Aproximadamente desde 1834 estuvo asociado –convirtiéndose con el tiempo en su guí­a espiritual– al > Movimiento de Oxford, que dio nueva vida a los ideales de la High Church durante el siglo XVII. El movimiento publicó una serie de exposiciones populares de sus ideales, los Tracts for the Times (1833-1841), veinticuatro de los cuales fueron escritos por Newman. Mientras tanto Newman se embarcó en un profundo estudio de los >Padres de la Iglesia, que dio como resultado The Arians of the Fourth Century (1833). En los volúmenes de la Via media (1837-1838) defendió la idea de que la Iglesia de Inglaterra era una postura intermedia entre el romanismo y el protestantismo modernos. De hecho, hay quien afirma que Prophetical Office sigue siendo una exposición válida de la posición anglicana, y también que el don de la sensibilidad histórica de que gozaba Newman tení­a una laguna importante, la correspondiente a la Reforma.

Desde 1839 empezó a tener ciertas dudas sobre las pretensiones de la Iglesia de Inglaterra, y en 1845 fue recibido en la Iglesia católica, no sin antes causar un gran revuelo con el Tract 90, en el que interpretaba los Treinta y nueve artí­culos (>Anglicanismo) en un sentido favorable al concilio de Trento (1841). Se ordenó sacerdote católico en 1847 y de 1854 a 1858 fue rector de la mal considerada y poco apoyada Universidad Católica de Dublí­n. En 1849 instauró en Birmingham el Oratorio y siguió publicando escritos controvertidos. En 1879 León XIII lo nombró cardenal. Con ocasión del centenario de su muerte (1890) se han publicado varios estudios importantes sobre su eclesiologí­a.

Su odisea intelectual y espiritual fue notable, y pueden distinguirse en ella varios giros decisivos. Su obra autobiográfica Apologia Pro Vita Sua (1864) nos guí­a a lo largo de su itinerario. Abandonó la forma evangélica del anglicanismo ya antes de comprometerse en el Tractarian Movement. Como consecuencia de ello, estuvo más abierto al lado católico del cristianismo. Su estudio de la historia de la Iglesia primitiva le puso ante los ojos inquietantes paralelismos con la Inglaterra del siglo XIX. Se vio a sí­ mismo como un monofisita y un donatista, frente a la Iglesia romana, preservadora de la verdad. Una frase de >Agustí­n de Hipona afirmando que la seguridad estaba en la universalidad (Securus iudicat orbis terrarum) lo llevó a una conversión intelectual que acabó para él con la via media. El Essay on the Development of Christian Doctrine, iniciado en 1844, lo llevó a unirse a la Iglesia de Roma. Desarrolló sus ideas sobre la educación en Idea of a University (1853). Una frase que escribió en la revista » Rambler» fue duramente criticada: «En la preparación de una definición dogmática, los fieles son consultados, como últimamente en el caso de la inmaculada concepción». Su respuesta fue el ensayo On Consulting the Faithful in Matters of Doctrine (1859). The Grammar of assent (1870) trata de la fe y la certeza religiosa. Su eclesiologí­a más completa se encuentra en el prólogo a la tercera edición (1877) de las Lectures on the Prophetical Office of the Church>. Se desarrolla en él la idea del oficio sacerdotal, profético y real de la Iglesia. Trata de mostrarse comprensivo con lo que parecen ser los fallos y deficiencias de la Iglesia, poniendo de manifiesto la agudeza de su sentido histórico. Es notable también en esta madura reflexión su sentido pastoral de lo que puede ser oportuno para la Iglesia hacer o decir en un momento determinado. Pero en ninguna obra de Newman se encuentra una exposición de su eclesiologí­a; él era un escritor controversista comprometido en una triple defensa contra el extremismo protestante, los excesos romanos y el liberalismo. Por eso reflexionó y escribió mucho sobre la infalibilidad, tanto en el ámbito privado como para su publicación, siendo como era entonces (entre 1865 y 1874) una cuestión candente. Durante este tiempo su propia visión del tema se fue afinando y haciendo cada vez más clara.

En otros muchos sentidos Newman habrí­a de anticipar planteamientos teológicos modernos; en relación, por ejemplo, con la teologí­a del laicado, el consensus fidelium (> Sensus fidei/Sensus fidelium), la naturaleza de la teologí­a, la fundamentación teológica del desarrollo doctrinal y la idea de >comunión. Su creatividad teológica estuvo unida a la santidad personal, habiendo alcanzado su causa de beatificación la fase en que se le otorga el tí­tulo de «venerable».

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

SUMARIO: I. Trayectoria biográfico-espiritual.-II. Acceso eclesial a la idea trinitaria de Dios: el criterio de tradición como criterio de antigüedad.-III. Razón y fe: explicación racional de la idea de Dios: a) Fundamentación racional de la idea de Dios y de la unidad divina. b) Desarrollo de la idea dogmática de la Trinidad.

I. Trayectoria biográfico-espiritual
Newman, John Henry (1801-1890), eminente escritor religioso y eclesiástico, filósofo de la religión y teólogo, anglicano primero y católico después. Nacido en Londres en 1801 y educado en Oxford, ciudad de importancia decisiva en su vida. Ingresa en 1816 en el Trinity College y en 1822 es aceptado como fellow del Oriel College, donde también lo era John Keble y enseguida habrí­a de serlo Edward Pussey. Iniciador con ellos del Movimiento de Oxford, se propone como objetivo el retorno de la Iglesia de Inglaterra, y del anglicanismo, al catolicismo de la Iglesia antigua, situándose en la Via media que le corresponderí­a entre las desviaciones del romanismo y del evangelismo protestante. Según N. el catolicismo de la Iglesia antigua dió lugar a lastres ramas evolucinadas del mismo: ortodoxa, anglicana y católico-romana. Presbí­tero de la Iglesia anglicana (1825), tutor del Oriel (1826) y párroco universitario de Santa Marí­a (1828), después de un viaje por el Mediterráneo, en que visitó impresionado por primera vez Roma, y que fue decisivo en su vida, se convierte en adalid del anglocatolicismo. Quiere inspirarse en la Iglesia de los Padres, a cuya causa se suman sus amigos J.W. Bowden, H. Froude, W. Palmer y otros. Publican los célebres Tracts for the Time con ánimo de extender su opinión y provocar una concienciación colectiva de su propia empresa de renovación católica. Urgen la independencia de la Iglesia frente al Estado (contra la tesis «erastista», del nombre del reformador suizo Erasto en el s. XVI); y es su principal doctrina la sucesión apostólica, junto con la defensa de la exclusividad de los ministros ordenados en la presidencia de la Eucaristí­a. Con la publicación del Tract 90 (1841), el Movimiento toca el lí­mite de lo permitido, al proponer una lectura católica de los Treinta y Nueve Artí­culos.

N. afronta la intervención de la autoridad episcopal, fomentada por el Movimiento. La crisis de conciencia que arrastra N. se agudiza y en 1843 se retira a su anejo de Littlemore, donde en 1845 es recibido en la Iglesia Católica, al mismo tiempo que escribe un Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana (1845) para legitimar ante su conciencia la evolución dogmática de Roma. Tras un paréntesis en la ciudad eterna (1846-1847), donde es ordenado sacerdote, regresa a Inglaterra y funda el Oratorio de S. Felipe Neri en Birmingham, mientras dedica amplios esfuerzos a alentar la restauración del catolicismo en Inglaterra. Invitado por la jerarquí­a, asume el proyecto de la Universidad católica en Dublí­n hasta 1858.

Polemista y escritor fácil y elegante, es obligado a defenderse de ataques e incomprensiones desde la dirección del Rambler, para publicar en 1864 su célebre Apologia pro vita sua, que le alcanza comprensión y prestigio para su trayectoria personal y para el catolicismo inglés. N. puede volver a Oxford y ser nombrado fellow honorario del Trinity College. En 1879 es creado cardenal por León XIII, once años antes de su muerte.

II. Acceso eclesial a la idea trinitaria de Dios: el criterio de tradición como criterio de antigüedad
Como anglicano N. publicó importantes escritos, entre ellos los relativos a la Iglesia antigua y a los Padres: Los arrianos del siglo IV (1833) y la edición de los Tratados selectos de san Atanasio (1842, 1844), junto con algunos artí­culos sobre la teologí­a patrí­stica incluidos en sus Bosquejos históricos (1972), tales como La Iglesia de los Padres. Son estos tempranos escritos patrí­sticos la referencia obligada que le lleva ante la fe dogmática en la Trinidad de la Iglesia antigua, punto de partida del desarrollo doctrinal del cristianismo como religión. La esencia del cristianismo se define por esta relación a la fe trinitaria como fides dogmatica o historica, gravemente amenazada por el arrianismo. N. acentúa el principio epistemológico de todo tratamiento confesional del tema: la fides ecclesiae, a cuyo margen se pierde la concepción revelada de Dios. La fe de la Iglesia es instancia cognoscitiva y metodológica de acceso al objeto de la fe en Dios. N. plantea de esta suerte su postura anglicana ante el catolicismo romano: no es posible prescindir de la Iglesia para entrar en la dogmática cristiana, ya que con la Iglesia, depositaria de la tradición de fe, está dado el principio pneumático del conocimiento de la revelación, obra del Espí­ritu, que en ella objetiva el contenido de la creencia en el Dios de Jesucristo. Contra el arrianismo el principio de la tradición eclesial salvaguarda la doble naturaleza de Cristo, en quien se revela el misterio de Dios. Contra la pretensión del criterio de autoridad romano, instancia definitoria del contenido dogmático de la fe en Dios, N. propone el criterio de antigüedad de la fe eclesial, ensayando su célebre via media del anglicanismo en la obra del mismo nombre, que consta de las Conferencias sobre la función profética de la Iglesia (1837) y una recopilación de Tracts (incluido el Tract 90) y escritos de 1830 a 1841, reeditados en vida de N. ya católico (1877).

III. Razón y fe: exploración racional de la idea de Dios
1. FUNDAMENTACIí“N RACIONAL DE LA IDEA DE DIOS Y DE LA UNIDAD DIVINA. N. no es un partidario de la autofundamentación de la revelación como fuente de la idea de Dios, ni tampoco innatista. De ahí­ que punto decisivo de su pensamiento sea la naturaleza de la génesis de la idea de Dios, que conduce al asentimiento religioso y funda universalmente la religión. Siguiendo la obra Analogí­a de la religión (1736) del filósofo y obispo anglicano J. Butler, N. examina el carácter razonable del acto de fe, tema central en la apologética moderna, objeto de su atención en los años de Oxford, acentuada después en su etapa católica. De ella se ocupa con ánimo de contar con una fundamentación de la certeza creyente tan asequible al hombre normal como a la preocupación cientí­fica del teólogo especulativo. El punto de partida del N. católico, aunque se distancia en parte de ellas, en realidad sigue la trayectoria de las Conferencias sobre la doctrina de la justificación (1838), con las que pretendí­a la difí­cil reconciliación entre la doctrina romana de la gracia y la intención teológica de la tradición protestante, que sólo excluye a los evangelistas radicales. Es idea central de N. vincular la regeneración bautismal a la idea de la omnipresencia de Dios. Es, consiguientemente, imposible que Dios no inhabite en el hombre y guí­e su conciencia; y es imposible también no ver en esta inhabitación creatural divina en el hombre la condición de posibilidad requerida a toda obra regeneradora de Dios en el justo por la fe. Sólo la increencia culpable bloquea la acción de Dios en nosotros como asimilación a Cristo, hombre nuevo, pero ésta regeneración no es el resultado de nuestra voluntad sino de su convergencia con la acción de la gracia que va de la creación a la redención del hombre. Ahora N. pretendí­a alcanzar el discurso de la razón hacia la fe, conducido por aquel sentido ilativo que la cauce a la inferencia religiosa, y que no es identico con el cálculo probabilí­stico, ya que pone en juego la totalidad de la persona, es decir, razón y voluntad, comprometiendo con la afirmación de la existencia divina la libertad, como desbloqueo de la increencia y apertura a la fe religiosa. N. conjugaba admirablemente aquellos elementos que, absolutizados por racionalistas de una parte y fideí­stas de otra, eran en 1870 objeto de las declaraciones del Vaticano 1, la fe no es el sacrificio de la inteligencia si por tal se entiende la aniquilación de la razón como instancia creatural, pues esta última es la condición de todo acto reflejo o inteligente; porque el hombre «natural» y el «redimido» son el mismo, como el mismo es el Dios de la creación y el de la redención (DS 3017). No cabe la disparidad de sujetos ni en Dios ni en el hombre. N. adelantaba además que la libertad como requisito de la fe obedece a la naturaleza peronal de Dios y del hombre, en cuya relación interpersonal acontece la fe, que no resulta de la aplicación matemática ni se asimila a la inferencia formal. N. dirá: «Yo no tengo esperanza en los filósofos que no pueden dejar de ser religiosos y que son cristianos por implicación» (El asentimiento religioso, 108). Cabe así­ distinguir entre el asentimiento nocional y el real: la fe religiosa se realiza en este último, mientras el primero corresponde a un acto teológico. La experiencia de Dios es, ciertamente, cognoscitiva, posibilitada por la naturaleza racional de hombre, pero al mismo tiempo también por la condición personal del espí­ritu humano, imagen de Dios. Que Dios sea sujeto personal pide al mismo tiempo su unidad. Dios es sólo uno, pues sólo como tal la proposición «Dios existe» se hace objeto de nuestro asentimiento real. N. funda esta aseveración en que la idea de Dios es inseparable de la constitución de la conciencia, y ésta «tiene un lugar legí­timo entre nuestros actos mentales: tan legí­timo como la acción de la memoria, del raciocionio o del sentido de lo bello» (ibid., 117).

2. DESARROLLO DE LA IDEA DOGMíTICA DE LA TRINIDAD. N. considera que la idea dogmática de la Trinidad, a partir de los datos del NT, es resultado del desenvolvimiento de los contenidos nocionales de las operaciones ad extra de Dios en sus mediaciones. Fueron los Padres prenicenos quienes pusieron las manifestaciones angélicas del AT, circunlocuciones de la acción de Dios por medio del Hijo («engendrado antes del tiempo», que de él procede, según el credo de Nicea), en relación con la misión de éste. El Hijo fue, consiguientemente, considerado coeterno con el Padre, su Logos eterno (Atanasianum). El tránsito de la teologí­a prenicena a la postnicena pasa de la consideración de las mediaciones de la acción ad extra de Dios como funciones asumidas por quien era igual a Dios, lo que permite también predicar del Espí­ritu Santo de la misma forma. Coeterno con el Padre y el Hijo y sólo comprensible en la unidad de Dios, asume funciones de mediación de la acción de Dios en orden a la santificación de los redimidos, funciones que prolongan la acción del Hijo. N. explicita de este modo el desarrollo de la idea de Dios ya presente en el NT, y sitúa dicho desarrollo a la luz de los principios que rigen el desarrollo de las ideas religiosas, fundamento del desarrollo dogmático de la fe, que pudo así­ superar las herejí­as trinitarias [Ari., part. I, cap. II; Dev., part. I, IV, sec. II].

[ -> Anglicanismo; Arrianismo; Concilios; Espí­ritu Santo; Eucaristí­a; Experiencia; Fe; Hijo; Jesucristo; Iglesia; Inhabitación; Logos; Ministerio; Naturaleza; Padre; Padres (griegos y latinos); Religión, religiones; Trinidad; Unidad.]
Adolfo González Montes

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano