ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL APOSTOL
Identidad del apóstol en relación con María
El apóstol está llamado a encontrar y expresar su identidad en el mismo ejercicio del apostolado. Así realiza todos los datos básicos de la espiritualidad cristiana, también en su dimensión mariana vivir, como María y con ella, para anunciar a Cristo. María está presente en la acción evangelizadora y en la vida del apóstol
En la acción evangelizadora del apóstol hay una presencia activa y materna de María con su «influjo salvífico» (LG 60) se anuncia a Cristo «nacido de María la mujer» (Gal 4,4), se celebra el misterio pascual de Cristo que ha querido asociar a María (cfr. Jn 19,25ss), se comunica la vida en Cristo, de la que María es instrumento materno «en el orden de la gracia» (LG 61). En todo momento ministerial, «la fe de María precede el testimonio apostólico de la Iglesia y permanece en el corazón de la Iglesia» (RMa 27). El modelo mariano de la fe (Lc 1,45) sigue influyendo en los apóstoles de todos los tiempos (cfr. Jn 2,11; 20,29).
Actitud mariana del apóstol según su propia vocación
La actitud mariana del apóstol expresa la naturaleza del apostolado en relación con la maternidad de la Iglesia y de María. Por esto, «la Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (LG 65; cfr. RMi 92).
María está en el inicio de toda vida apostólica como en la santificación del Precursor y en la fe y seguimiento de los primeros discípulos (Lc 1,15.41; Jn 2,11-12), en las dificultades cuando es necesario vivir el misterio de la cruz (Jn 19,25-27), en los momentos de renovación por las nuevas gracias del Espíritu Santo (Hech 1,14; 2,4).
A imitación de María y en relación de dependencia filial respecto a ella, la vida del apóstol es eminentemente mariana, como actitud de sintonía e imitación de María, concretada en apertura a los planes salvíficos de Dios (Lc 1,28-29.38), fidelidad a la acción del Espíritu (Lc 1,35.39-45), contemplación de la Palabra (Lc 1,46-55; 2,19.51), asociación esponsal a Cristo (Lc 2,35; Jn 2,4), donación sacrificial con Cristo Redentor (Jn 19,25-27), tensión escatológica hacia el encuentro definitivo (Apoc 12,1; 21-22).
La actitud mariana del apóstol queda matizada por su vocación específica. En la vida laical se acentúa el sentido de inserción en las estructuras humanas a la luz de la Encarnación (María Madre del Verbo Encarnado), sin olvidar el ser fermento evangélico con la propia responsabilidad y en comunión eclesial (cfr. AA 4; CFL 64). En la vida consagrada se insta en el signo fuerte del seguimiento por medio de la «profesión» de los consejos evangélicos (María Virgen, figura de la Iglesia esposa), en una vida fraterna para la misión (cfr. LG 46; RD 17; VC 18, 28, 34). En la vida sacerdotal, como participación peculiar de Cristo (para obra en su nombre), se mira a María, Madre de Cristo Sacerdote, confiada especialmente al apóstol, el discípulo amado (cfr. PO 18; OT 8; PDV 36, 82).
Espiritualidad misionera, espiritualidad mariana
La espiritualidad del apóstol se alimenta de la misma misión apostólica, sin dejar de lado los medios comunes de la espiritualidad cristiana. Ahora bien, tanto en el anuncio de la Palabra, como en la llamada a la conversión y al bautismo, en la celebración de los misterios y en los servicios de caridad, siempre se trata del misterio de Cristo, que sigue naciendo de María y la sigue asociando en la obra redentora. «Por esto también la Iglesia, en su obra apostó¬lica, mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles» (LG 65).
De hecho, la espiritualidad misionera de la Iglesia radica en la naturaleza materna de la misma. Efectivamente, si la acción apostólica consiste en «formar a Cristo» en los demás (Gal 4,19), esa misma acción indica que es un proceso de maternidad eclesial (Gal 4,26) a ejemplo de María (Gal 4,4-7). Por esto, el proceso de la misión eclesial es proceso de maternidad en relación de dependencia con María. Jesús comparó a los Apóstoles con una madre que sufre para dar a luz (cfr. Jn 16,20-22). La figura tipo de esta maternidad, en el contexto paulino, es «la mujer» de la que nace el Hijo de Dios, para hacernos partícipes de su filiación por obra del Espíritu (Gal 4,4-7). La Iglesia es «madre» por medio de la acción apostólica, como continuación y actualización de la maternidad de María (Gal 4,26).
En este camino, toda la Iglesia y el apóstol en particular «procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (RMi 92; RMa 2). Ella acompaña y ayuda al apóstol para que «todas las familias de los pueblos lleguen a reunirse felizmente en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios» (LG 69). María es modelo de respuesta a la vocación (cfr. Lc 1,38) y de fidelidad a la misión (cfr. Lc 1,40-41).
Referencias Apóstol, apostolado, espiritualidad mariana, espiritualidad misionera, Iglesia madre, Madre de la Iglesia, vocación, vocación misionera.
Lectura de documentos LG 65; RMi 92. Ver en espiritualidad mariana.
Bibliografía O. DOMINGUEZ, María modelo de la espiritualidad misionera de la Iglesia Omnis Terra n. 86 (1979) 226-241; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1994) cap. 8; A. LAURAS, La Vierge Marie dans la vie de l’apôtre Cahiers Marials 5 (1961) 211-216; S. MEO, Maria stella dell’evangelizzazione, en L’Annuncio del Van¬gelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1977) 763-778; R. SANCHEZ CHAMOSO, María y la vocación en la Iglesia Seminarios 33 (1987) 221-246.
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización