INHABITACION TRINITARIA
Dios presente en el mundo y en medio de su Pueblo
La presencia de Dios en todas partes se llama presencia de inmensidad. Dios está presente de modo especial en el corazón del hombre, «más íntimamente presente que yo mismo» (San Agustín). Su presencia de inmensidad se quiere transformar en presencia de relación, comunicación y donación. Cuando «la caridad de Dios se difunde en los corazones por el Espíritu Santo» (Rom 8,26), entonces Dios Amor, uno y trino, establece ahí su «casa» o lugar de predilección.
Las palabras de Jesús sobre la presencia de Dios en nosotros, cuando vivimos en caridad, indican que Dios ha establecido en nosotros su propio hogar o casa solariega «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada» (Jn 14,23). Es la presencia amorosa y comunicativa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cfr. Jn 14,17; Rom 8,9-11). «El que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él» (1Jn 4,16).
En el Antiguo Testamento, Dios había querido un signo especial de su presencia amorosa y providente la tienda de caminante, el tabernáculo, la «shekinah» (Ex 33,7), que más tarde sería el templo en Jerusalén. Era la presencia de Alianza, como de «esposo» que corre la suerte de su esposa peregrina. En el misterio de la Encarnación, Dios ha mostrado que este «tabernáculo» («shekinah») es ahora el Verbo hecho carne, que «habita en medio de nosotros» (Jn 1,14). Jesús en el «Emmanuel», Dios con nosotros (Is 7,14). Pero es también una presencia que se comunica en lo más íntimo de nuestro ser «El que vive en caridad, permanece en Dios y Dios en él» (1Jn 4,16).
Presencia divina transformante
Todo nuestro ser ha sido tocado por esta presencia divina transformante (cfr. 1Cor 3,16-17). El amor de Dios es así, haciendo que su presencia sea de donación «El amor de Dios se ha manifestado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5,5). Ya podemos ser casa o «templo de Dios vivo» (2Cor 6,16), «templo del Espíritu Santo» (1Cor 6,19). Dios, por su presencia de inhabitación, «toma posesión de nosotros» y permite que nosotros «nos posesionemos de él» (San Buenaventura).
Por este don de la redención de Cristo, Dios habita en nosotros tal como es, haciéndonos partícipes y familiares de su misma vida trinitaria de Dios amor. Nuestro ser ha empezado a entrar en esta relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En nosotros, hechos partícipes de la vida divina, el Padre engendra al Hijo, y el Padre y el Hijo «expresan» su amor mutuo en el Espíritu Santo. Nuestra vida es ya la historia del mismo Dios. Por eso el Padre nos ama como a su Hijo en el amor del Espíritu Santo. Así lo declaró Jesús en su oración al Padre «Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a estos como me amaste a mí… El amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17,23.26).
A esta presencia divina, distinta de su presencia de inmensidad, la llamamos presencia de «inhabitación», como de vivir en la propia casa, y sólo es posible si nuestro corazón se abre al amor (cfr. 1Jn 4,16; Rom 5,5). Por ser obra del amor divino, se atribuye al Espíritu Santo, que es la expresión personal del amor entre el Padre y el Hijo. Nuestra vida ya forma parte de esa vida divina de relación profunda, que es presencia de donación en el Espíritu Santo, por Cristo, nos abrimos filialmente al Padre (cfr. Ef 2,18). Su presencia es «gracia de nuestro Señor Jesucristo, amor del Padre y comunicación del Espíritu Santo» (2Cor 13,13). Somos seres profundamente relacionados con una presencia trascendente, más allá de lo que podamos pensar, sentir y decir.
Una intimidad divina que se hace misión
Entramos en la intimidad divina como hijos (herederos) y como amigos en la intimidad divina. Dios está en nosotros como Padre y amigo, haciéndonos capaces de entrar en relación amorosa y en encuentro personal con él. En el fondo de nuestro ser, Dios nos engendra (por participación) en el Hijo y nos vivifica con su misma vida. Nuestro amor se hace partícipe del amor eterno entre el Padre y el Hijo, que se expresa en el Espíritu Santo. Esta presencia nos hace «familiares de Dios» (Ef 2,19). «Dios está presente como el objeto conocido en el sujeto que conoce, como el objeto amado en aquel que le ama, y porque por este conocimiento y este amor la criatura racional alcanza al mismo Dios, se dice que Dios habita en ella como en su templo» (Santo Tomás). Se entra en la «comunidad» de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cfr. 1Jn 1,3). La presencia de Dios, como amado en amante, nos transforma en él y da pleno sentido a nuestro existir.
La misión de la Iglesia tiende a hacer realidad en todo corazón humano, la inhabitación de la Trinidad en él. Entonces el corazón se hace «gloria» de Dios por la comunicación del Espíritu en él (cfr. Jn 16,14). Cuando la vida intratrinitaria se comunica al hombre por la misión del Hijo y del Espíritu Santo, existe entonces la comunión en el corazón, como base de la comunión de toda la sociedad humana. Es el objetivo de la misión (AG 7).
La presencia de Dios uno y trino en el corazón, es obra de amor. Se atribuye al Espíritu Santo, como Espíritu de amor. Es él quien «infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo» (AG 4). Entonces se entra en la fuente de la misión, es decir, en «el amor fontal o caridad del Padre… del que es engendrado el Hijo y procede el Espíritu Santo» (AG 2). Por esto, la formación del apóstol debe orientarse en esta línea trinitaria «Aprender a vivir en trato asiduo y familiar con el Padre, por su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo» (OT 8).
Referencias Dios Amor, Espíritu Santo, filiación divina participada, gracia, Trinidad.
Lectura de documentos DeV 54; CEC 260.
Bibliografía V.M. CAPDEVILA, Trinidad y misión en el evangelio y en las cartas de San Juan Estudios Trinitarios 15 (1981) 83-153; J. ESQUERDA BIFET, Construir la historia amando. Trinidad y existencia humana (Barcelona, Balmes, 1989); Idem, Dame de beber (Barcelona, Balmes, 1991); ISABEL DE LA TRINIDAD, Obras completas (Burgos, Monte Carmelo, 1979); G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sígueme, 1980); B. FORTE, Trinidad como historia (Salamanca, Sígueme, 1988); R. MORETTI, In comunione con la Trinití (Marietti 1979); A. TURRADO, Dios en el hombre. Plenitud y tragedia ( BAC, Madrid, 1971).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización