JUICIO DIVINO

En la revelación de Antiguo y del Nuevo Testamento, aparece continuamente el «juicio» de Dios sobre la humanidad entera, sobre los pueblos, comunidades y las personas en particular. El mismo Pueblo de Dios (del antiguo y del nuevo Israel o Iglesia) está bajo el juicio divino. Ello significa que Dios es Señor de la historia, que ama celosamente a los hombres porque los ha hecho a su imagen y semejanza, y los quiere encontrar fieles a la Alianza el dí­a de su venida actual y final (cfr. Is 2,6-22; Am 1-2; Sof 1-3).

El Precursor anunció la venida mesiánica de Jesús a modo de un juicio divino que invita a la conversión (Mt 3,7-12). Con Jesús ha comenzado el final de los tiempos, que reclama una adhesión de fe en su persona, pero también él habló de una venida imprevista y definitiva, del juicio final, cuando todos serán juzgados según el amor (Mt 25,31-45) y se separará el trigo de la cizaña (cfr. Mt 13,24-30). San Pablo describe era realidad como una venida especial y final de Jesús (cfr. 1Tes 4-5). «Cada uno rendirá cuentas a Dios de sí­ mismo» (Rom 14,12). La Iglesia vive pendiente de la «parusí­a» o venida definitiva del Señor, en la resurrección universal.

La Iglesia, en su caminar histórico, queda invitada a «abrir la puerta» a Cristo Esposo que viene para examinarla sobre el «primer amor» (Ap 2-3). Es toda la comunidad eclesial la que queda urgida a responder, pero también, al mismo tiempo, cada uno de los creyentes. El juicio tiene lugar en cada momento de la vida, porque el Señor ya viene todos los dí­as; pero en el momento de la muerte o del paso al más allá, tiene lugar el juicio particular. «Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que hizo, bueno o malo, durante su existencia corporal» (2Cor 5,19).

La misma presencia amorosa de Dios en la historia es ya un juicio permanente sobre la vida humana. Nos juzga el Amor. Un dí­a este juicio será definitivo, personal y comunitariamente, por el juicio particular (en la retribución inmediata después de la muerte) y por el juicio universal (al final de los tiempos). «A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos). Este juicio divino es el que profesamos en el Credo «De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos». «El juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas, y que su amor es más fuerte que la muerte» (CEC 1040).

Por el anuncio y la vivencia de la verdad y del amor, en comunión con Cristo, preparamos el encuentro final de toda la humanidad con él. Ese «juicio final», que será examen de amor, estimula a todo creyente y a todo apóstol, a «preparar los caminos del Señor» (Lc 1,76) para recibir, ya desde ahora, a quien es «luz para iluminar a las naciones» (Lc 2,32). Jesucristo, el Hijo de Dios, ha dado la vida «para salvar el mundo» (Jn 3,17). Mientras tanto, estamos en «el tiempo favorable, el tiempo de salvación» (2Cor 6,2; cfr Is ).

Referencias Adviento, escatologí­a, justicia, resurrección de los muertos.

Lectura de documentos LG 48; CEC 678-679; 1021-1022; 1038-1041.

Bibliografí­a W. PESCH, A. WINKLHOFER, Juicio, en Conceptos fundamentales de teologí­a (Madrid, Cristiandad, 1979) I,835-842; J.L. RUIZ DE LA PEí‘A, La otra dimensión (Sal Terrae, Santander, 1986) 177-181; Idem, La pascua de la creación. Escatologí­a ( BAC, Madrid, 1996) 143-148.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización