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PSICOLOGIA DE LA RELIGION

PSICOLOGIA DE LA RELIGION

(v. religión)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Frente a los fenómenos religiosos (creencias y prácticas, sí­mbolos y ritos…), la psicologí­a de la religión (no la «psicologí­a religiosa»), que puede definirse como ciencia del alma o de los comportamientos humanos y de sus signifí­cados, ocupa un lugar concreto entre las diversas ciencias que por diversos tí­tulos se interesan por la religión. Ya en la doble acepción a la que hemos aludido se vislumbra una diferente actitud de fondo codificada teóricamente por Ch. Wolf (Psychologia empirica, 1732; Psychologia rationalis, 1734) en el curso de una larga reflexión que continúa todaví­a y que implica los conceptos de inmanencia y trascendencia, sensible e inteligible, material y espiritual… Es decir, se comprende que la psicologí­a de la religión se inscribe en un contexto cientí­fico que, por una parte, debe tener en cuenta los problemas del lenguaje, de la tradición, de la educación individual y social, de la ambigUedad de la experiencia, y por otra parte, el riesgo siempre amenazante de caer en la metafí­sica y en la ideologí­a.

En el fondo se trata siempre del problema de la salvación, individual y comunitaria, absoluta en el tiempo y en el espacio, que constituye el horizonte del fenómeno religioso, a partir del mito y de lo irracional, y que permanece también a su modo incluso en un mundo secularizado o desmitificado y que reivindica la autonomí­a de los valores «humanos». La «reserva» metafí­sica kantiana (igualmente metafí­sica) del noúmenon inaccesible que encierra a un Dios inaccesible y todo lo que se escapa de la «pura razón», la solución fisiológica de Feuerbach, el vitalismo irracionalista de Schopenhauer y Nietzsche, la Enttremung (alienación) marxiana y la Versagung (ftiustración) freudiana, la reducción a superstición y fanatismo del natural belief de Hume, las «exigencias» ateas de cierto existencialismo (Sartre, Camus…), nada de esto explica la aparición y la permanencia de la fe del hombre en Dios y hay que ver en ellas tan sólo unas respuestas parciales e inadecuadas, francamente insatisfactorias.

Renunciando a una visión ingenua de una armoní­a preestablecida, así­ como a teorí­as absolutamente innatistas o genético-evolutivas, en la religión encuentran espacio (sin hablar de las patologí­as siempre posibles, a las que de todas formas es indebido reducir toda la fenomenologí­a religiosa) los sentimientos y las experiencias más variadas: la esperanza y el temor (también «la angustia que salva mediante la fe», como dice Kierkegaard), la ley y Dios Padre, la resistencia y la conversión, el sentimiento de culpa y el sacrificio y la penitencia (hasta el sacramento cristiano de la reconciliación).

La relación del hombre con sus valores religiosos (la » experiencia religiosa») es un equilibrio inestable, una realidad dinámica que resulta de muchos y diversos factores que no pueden reducirse «ad unum». La interioridad agustiniana conoce «el temor y el ardor» (Confes.l 1,9,1 1) frente a lo numinoso de la Trinidad que en otro contexto se convertirá en el «tremendum et fascinans» (R. Otto, Lo santo) y en la inquietud de la búsqueda que llega hasta la Verdad que habita en el hombre (De vera religione 39 72), cultivada por Anselmo (Monologzum, Proslogium) y por Buenaventura (Itinerarium mentis in Deum).

Pascal recoge la invitación agustiniana a trascender una interioridad que reclama ella misma la trascendencia; no así­ la teologí­a liberal y el modernismo, a los que se reprocha la inmanentización de la religión en el sentimiento.

Problemas análogos se plantean para Bergson (Les deux sources de la morale et de la religion, 1932) y para Blondel (L’Action, 1893), que en sus «Cartas» sobre apologética (1896) tuvo ocasión de precisar cómo «la apologética de la inmanencia no es inmanentismo».

También la lectura tomista de la predisposición humana a la religión (De veritate, 11) y el camino de la razón que llega «naturalmente» a Dios (S. Th. 11-11, 85,1 -3) es una hipótesis que ha conocido diversos éxitos tanto en filosofí­a como en teologí­a.

Entre las aportaciones modernas más interesantes en torno a la psicologí­a de la religión hay que mencionar las de W James, The varieties of religious experience (1902), a las que nos hemos referido ampliamente, y las de T Flournoy, Les principes de la psychologie religieuse, en «Archives de Psychologien 11 (1902) 33-57 que subraya la exigencia de una » exclusión metodológica de lo trascendente» en el análisis de los fenómenos religiosos. Esta comprensible epoché, para evitar la transformación de la psicologí­a de la religión en teologí­a o filosofí­a de la religión, no resuelve el carácter abstracto de la suspensión del «valor de realidad» de las experiencias de vida.

S. Spera

Bibl.: G, Zunini, Psicologí­a de la religión, en DTI, III, 961-962; A. Godin, Religión (Psicologí­a de la), en DTF 1 199-1210; A. Vergote. Psicologí­a religiosa, Taurus, Madrid 1969; A, Godin, La incógnita religiosa del hombre, Sí­gueme, Salamanca 1969; W Poll, Psicologí­a de la religión, Herder, Barcelona 1969.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico