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RACISMO

RACISMO

Cada ser humano tiene sus raí­ces en su cultura, idioma, pueblo, «nación», historia, familia… Hay que amar esa «memoria» del propio «humus» o de la propia «tierra», que también es patrimonio de toda la familia humana, en la que se comparten solidariamente todos los dones de Dios. Pero, a veces, esta valoración llega a ser unilateral con una tendencia etnocéntrica o «nacionalista» exagerada. A veces, este etnocentrismo exagerado o el monopolio de ciertos poderes (polí­ticos, comerciales, económicos, religiosos, etc.), han dado ocasión al rechazo de algunos grupos raciales.

El concepto de «raza» no es muy preciso, puesto que tiene connotaciones biológicas (genéticas), históricas, culturales, sociológicas etc. La palabra puede significar «razón» u «orden de cosas». En realidad, no existe una «raza pura», puesto que la humanidad es una sola y siempre se ha ido mezclando. Tampoco existe una «raza superior». Sí­ existen grupos determinados con raí­ces comunes familiares o «tribales», que pueden tener ciertos lazos de «sangre», haciendo referencia, a veces, a algún antecesor concreto del pasado.

Las teorí­as sobre la «raza» son del siglo XIX, intentando buscar una raza superior (que serí­a la raza aria), a veces en relación con el evolucionismo materialista. El «racismo» sigue esa ideologí­a. De esas raí­ces ideológicas malsanas surgió el «nazismo» (hacia los años 30 del siglo XX), con una fuerte derivación antisemita («antisemitismo»), que intentó llevar al exterminio al pueblo hebreo (y también a otros grupos étnicos y religiosos). Las derivaciones del «aparheid» (en Sudáfrica), intentaban encontrar raí­ces bí­blicas (sobre la maldición de Cam, hijo de Noé, que serí­a el antecesor de los pueblos africanos y de otros). El nazismo (con el nacionalsocialismo) fue condenado por Pí­o XI con la encí­clica «Mit Brenneder Sorge» (1937).

Hoy, gracias a las declaraciones sobre los derechos humanos fundamentales (UNESCO, 1951 y 1962), en lí­nea de principio, no se admite la superioridad de ninguna raza y de ningún pueblo. Todo ser humano y todo pueblo tiene los mismos derechos, sin distinción racial o sociológica. Pero hay que reconocer que el «racismo» ha existido y sigue existiendo en muchos sectores de la sociedad, haciéndose evidente en algunas guerras recientes y en la discriminación respecto a ciertas inmigraciones en el Occidente y paí­ses ricos.

La doctrina social de la Iglesia ha denunciado siempre la ideologí­a y los abusos del racismo, del nazismo y del antisemitismo, presentando, al mismo tiempo, la base más profunda de la dignidad e igualdad humana ser imagen de Dios y participar en la filiación divina de Jesucristo. «Cristo y la Iglesia, que da testimonio de El por la predicación evangé¬lica, trascienden toda particularidad de raza y de nación, y por tanto nadie y en ninguna parte puede ser tenido como extra¬ño» (AG 8).

Referencias Cultura, derechos humanos, doctrina social de la Iglesia, hombre, justicia, libertad, persona, sociedad, sociologí­a, solidaridad.

Lectura de documentos LG 32; GS 4, 8, 29, 42, 58, 75, 82; AG 8, 15; GAe 1; NAe 5.

Bibliografí­a R. BASTIDE, El prójimo y el extraño (Buenos Aires 1973); Y. CONGAR, L’Eglise catholique devant la question raciale (Unesco 1953); M. FOUCAULD, Genealogí­a del racismo (Madrid 1992); A. HIDALGO, Reflexión ética sobre el racismo y la xenofobia (Madrid, Popular, 1993); C. GUILLAUMIN, L’idéologie raciste. Genèse et langage actuel (Paris 1972); (Pontifica Comisión Justicia y Paz), La Iglesia frente al racismo (1989).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

El racismo es una actitud marcada por la convicción de la superioridad de algunas razas respecto a las otras. En Occidente es el fruto del desarrollo de una mentalidad rí­gidamente etnocéntrica. La identificación de la cultura occidental con la cultura sin más está en la raí­z de las numerosas guerras de expansión y de conquista, llevadas a cabo por Europa contra otros pueblos, frecuentemente bajo el signo de una pretendida empresa civilizadora.

A ello ha contribuido también la elaboración de teorí­as interpretativas de la sociedad de origen ilustrado y ciencista. Entre ellas merece ser recordado especialmente el evolucionismo, en el que se concibe a la sociedad como un macro-organismo, que sigue unas leyes de desarrollo análogas a las que se perciben en el terreno biológico. De aquí­ se deduce que existen culturas primitivas y culturas evolucionadas, y que, por tanto, es inevitable que se d~ entre ellas una especie de selección natural.

La superación del racismo presupone ante todo la adquisición de la conciencia de la dignidad de todas las culturas y el abandono de toda forma de comparativismo rí­gido para respetar y valorar la riqueza que se deriva del pluralismo cultural. Esto resulta hoy absolutamente indispensable, dado que la creciente interdependencia entre los pueblos y la activación de intercambios cada vez más amplios, no sólo entre las naciones, sino también dentro de ellas -pensemos en la magnitud del fenómeno migratorio- obligan a mantener continuos contactos con etnias y razas diversas.

En la perspectiva cristiana ha de ser radical el rechazo del racismo, debido a la visión del hombre que nos presenta el evangelio. La igualdad fundamental de todos los hombres tiene su fundamento en la acción creadora de Dios y en la intervención redentora de Cristo. Todo hombre, en cuanto que es imagen de Dios y criatura nueva en Cristo, goza de un valor inestimable y debe ser objeto de un respeto absoluto,
G. Piana

Bibl.: M. Foucault, Genealogí­a del racismo, Madrid 1992; A. Hidalgo Tuñón, Reflexión ética sobre el racismo y la xenofobia, Popular, Madrid 1993; M. A. Montoya, Las claves del racismo contemporáneo, Ed. Libertarias, Madrid 1994; J, M, Bandrés, Xenofobia en Europa, Instrumentos jurí­dicos contra el racismo, Popular Madrid 1994.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

I. Raza
Como término cientí­fico claramente definido, raza sólo se emplea hoy dí­a en la biologí­a. Raza (varietas) es en el sistema biológico (aun en el humano-biológico) un subgrupo de la especie (species), y se define como población o grupo de poblaciones que se distinguen de otras de la misma especie por determinados caracteres comunes hereditarios. La diferencia de caracteres y aptitudes está condicionada por la diferencia de los genes. Las razas (poblaciones genéticas) ostentan determinadas combinaciones de genes, que faltan a otras: diferencias de razas.

En contraste con los sistemas genéticamente cerrados de las especies, las razas son sistemas genéticamente abiertos: pueden cruzarse fecundamente entre sí­. «La raza es un proceso» (Dobzhansky), es decir, las razas y sus caracteres no son magnitudes estáticamente invariables, sino dinámicas: por mutaciones a pasos muy lentos modifican su fondo de genes, cambian y toman así­ parte en la evolución. «Razas puras» – grupos de individuos genéticamente unitarios – sólo las hay en poblaciones que se multiplican asexualmente o por propia fecundación. En animales, por una planificación metódica, puede lograrse una aproximación a las razas puras. En antropologí­a, serí­a absurdo hablar de «razas puras».

En el terreno de la biologí­a humana no hay una noción de raza con claros perfiles cientí­ficos y, consiguientemente, tampoco un acuerdo sobre el número de razas humanas. Las clasificaciones oscilan entre 2 y 200 razas (el manifiesto de la UNESCO de 1951 distingue 3 razas principales). Las diferencias psí­quicas raciales desempeñan hoy dí­a menor papel por ser difí­ciles de captar; más importantes para el estudio de los caracteres raciales son las diferencias fisiológicamente comprobables (sobre todo los grupos sanguí­neos de genes). Recientemente se apela también a la bioquí­mica (estudio de las hormonas).

La división racial de la humanidad es indiscutible. Los ensayos de sustituir la noción de raza, de que se abusa ideológicamente fuera de la biologí­a, por la de «grupo étnico», han tropezado con la repulsa de biólogos y antropólogos y de la genética (cf. la 1.a y 2.a versión del manifiesto racial de la UNESCO de 1950 y 1951). Pero es también indiscutible que las diferencias genéticas entre las razas humanas no pueden en manera alguna identificarse con diferencias de inteligencia o dotes generales. La diferenciación en las dotes especiales pudiera ser no sólo de origen racial, sino, sobre todo, de origen psicológico, social y cultural. Dobzhansky (Die Entwiklung zum Menschen, 363ss) sospecha que la importancia de las diferencias genéticas entre las razas humanas disminuye a medida que la civilización descubre nuevos métodos para dominar el mundo circundante.

II. Racismo
En contraste con la biologí­a humana, el r. afirma la superioridad o inferioridad de las diversas razas humanas. Las doctrinas racistas se distinguen en general por el vago empleo del concepto de raza (así­ se habla de raza inglesa, aria, semí­tica, románica o latina, nórdica, etc.); no raras veces un r. con ribetes religiosos apela a Gén 9, 20-27.

Ideológicamente el r., cuya historia está enlazada de la manera más estrecha con la expansión europea de ultramar, sólo pudo independizarse desde el siglo xix. El Essai sur l’inégalité des races humaines de Arthur Gobineau (1853-1855) y Die Grundlagen des 19. Jh.s de H. St. Chamberlain (1898) son los escritos tí­picos de la «filosofí­a» racista, que luego vino a ser una «rama del pensamiento europeo» (NoLTE, 345). En la interpretación de procesos históricos y en el análisis del obrar polí­tico (totalitarismo), «raza» fue para muchos un concepto clave. En esta evolución adquirió gran importancia la antropologí­a social, que trasladó, simplificándolas, las teorí­as de Darwin («struggle for life», «survival of the fittest») a la convivencia humana – sociedad, cultura, economí­a, polí­tica – y pretendí­a llevar a la humanidad a la perfección por la selección o por la extirpación de los inadaptados. Ella dio al r. el nimbo de la ciencia, al pretender apoyar sus tesis sobre leyes biológicas y mediciones exactas (p. ej., del í­ndice craneal). El darwinismo social condujo a la higiene racial, al cultivo de la raza y, finalmente, a la locura racista del -> antisemitismo nacional-socialista. Ya en su Mein Kampf, Hitler no habí­a dejado lugar a duda de que su fin era el Estado racial germánico, y de que él querí­a eliminar la constante amenaza de la raza y cultura arias por parte del judaí­smo. Así­, en el Tercer Reich, el r. vino a ser motivo ideológico y subterfugio para el asesinato de millones de hombres.

III. Observaciones teológicas
La aparición de prejuicios raciales está indudablemente en relación con la expansión colonial europea desde comienzos de la edad moderna. En muchos casos, los misioneros y teólogos cristianos compartí­an con los conquistadores la idea de una superioridad de la cultura europea («blanca»). Aunque ya en el siglo xvi el magisterio eclesiástico condenó la discriminación y explotación de los indios por los conquistadores españoles (Pablo III amenazó con la excomunión a todos los que esclavizaran a los indios o les robaran sus bienes, pues «son hombres y capaces, consiguientemente, de la fe y la salvación» [bula Sublimis Deus del 2-6-1537; cf. CONGAR, p. 36]), sin embargo, la práctica misionera de los siglos posteriores permaneció anclada en la idea más o menos consciente de la superioridad de los europeos sobre los pueblos misionados. En la conciencia de los pueblos jóvenes la unión entre imperialismo colonial y misión o cristianismo ha permanecido en gran parte decisiva y hasta nuestros dí­as; para ellos es el «occidente cristiano» el que los oprime (Little).

En tiempo noví­simo, la Iglesia católica ha formulado cada vez más enérgicamente su condenación de todo r. Para ello apela al principio bí­blico de la unidad e igualdad de todos los hombres ante Dios, a la -> redención de todos los hombres por Cristo y a la expectación que aquélla implica de la unidad escatológica de la humanidad. En armoní­a con la «Declaración de los derechos del -> hombre» de las Naciones Unidas, la Iglesia aboga por la igualdad social y cultural de todos los hombres, independientemente de su raza, como un deber de justicia. El concilio Vaticano II se ha manifestado varias veces en este sentido: cf. Lumen gentium, n.° 32; Nostra aetate, n.° 4; Gaudium et spes, n.° 29 y 82 (digno de notarse es aquí­ el postulado de una «nueva educación» y de un «nuevo espí­ritu en la opinión pública» para la superación del 1%), Ad gentes, n.° 15. Últimamente Pablo vi también ha condenado de manera inequí­voca el r. en su encí­clica Populorum progressio (cf., particularmente, n.° 63).

BIBLIOGRAFíA: C. M. Schräder, Rasse und Religion (Mn 1937); P. Charles y otros, Racisme et catholicisme (P 1939); R. Benedict, Race: Science and Politics (NY 1940); J. Höffner, Christentum und Menschenwürde (Tréveris 1947); W. C. Boyd, Genetics and the Races of Men (Boston 1950); C. S. Coon y otros, Races. A Study in the Problems of Race Formation in Man (Springfield 1950); M. F. A. Montagu, Man’s Most Dangerous Myth: The Fallacy of Race (NY 1952, 41964); Y. Congar, El racismo y la Iglesia (Estela Ba 1960); W. A. Visser’t Hooft, The Ecumenical Movement and the Racial Problem (P 1954); M. Conant (dir.), Race Issues on the World Scene (Hawaii 1955); A. W. Lind (dir.), Race Relations in World Perspective (Hawaii 1955); H. Conrad-Martius, Utopien der Menschenzüchtung: Der Sozialdarwinismus und seine Folgen (Mn 1955); Th. Dobzhansky, Evolution, Genetics and Man (NY 1955, Lo 1956); J. La Farge, The Catholic Viewpoint on Race Relations (Garden City 1956, 21960); P. Mason, Christianity and Race (Lo 1957); L. Hanke, El prejuicio racial en el nuevo mundo (Universitaria S de Chile); G. Heberer y otros, Anthropologie (Fischer Lexikon XV) (F 1959); F. Fürstenberg – K. Goldammer – D. Kitagawa, Rasse: RGG3 V 781-788; The Race Question in Modern Science: Race and Science (UNESCO) (NY 1961); Th. Dobzhansky, Mankind Evolving (NH 1962); A. Haas, Rasse: LThK2 VIII 996 s; E. Nolte, Der Faschismus in seiner Epoche (Mn 1963); L. Cawood, The Churches and Race Relations in South Africa (Johannesburg 1964); D. Kitagawa, Race Relations and Christian Mission (NY 1964); M. F. A. Montagu (dir.), The Concept of Race (NY 1964); W. E. Mühlmann, Rassen, Ethnien, Kulturen: Moderne Ethnologie (Neuwied – B 1964); I. Schwitzky, Rasse: HSW VIII 670-676; P. W. Cummings, Racism: The Encyclopedia of Philosophy VII (NY-Lo 1967) 58-61; N. W. Ackerman, Psicoanálisis del antisemitismo (Paidós B Aires); M. J. Butcher, EI negro en la cultura norteamericana (Letras Méx); C. Franco Sodi, Racismo, antirracismo y justicia penal (Botas Méx 1946); J. Novicow, El porvenir de la raza blanca (Medinaceli Ma); N. Phillips, La tragedia del Apartheid (Era Méx); Pi y Margall, Las nacionalidades (Américalee B Aires); F. B. Barbour, La revuelta del poder negro (Anagrama Ba 1970); R. Bastide, Las Américas negras (Alianza Ma 1969); Ch. E. Silberman, El problema racial en Norteamérica (Era Méx 1970).

Antonia Ruth Schlette

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica