Biblia

RENOVACION ECLESIAL

RENOVACION ECLESIAL

Una constante necesaria

La «renovación» de la Iglesia es una constante histórica, puesto que la Iglesia está en «permanente reforma» (cfr. concilio de Letrán V, ses. 12). La Iglesia de todos los siglos está habituada a esa llamada a la renovación y santidad, puesto que tiene que «avanzar continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación» (LG 8).

La reforma es auténtica cuando corresponde a una época y situación concreta, como fidelidad a las nuevas gracias y luces del Espí­ritu, en armoní­a con otras gracias recibidas durante toda la historia eclesial. En la segunda plegaria eucarí­stica se pide por esta santificación y renovación eclesial («llévala a su perfección por la caridad»), como una respuesta al amor de Cristo que «amó a la Iglesia hasta entregarse en sacrificio por ella», y así­ la hizo «santa e inmaculada» (Ef 5,25-27).

En los documentos conciliares y postconciliares del Vaticano II aflora con frecuencia una llamada apremiante a la renovación evangélica de la Iglesia, en vistas a profundizar en su realidad de misterio y comunión, y a desarrollar su dinamismo misionero. En los mismos textos conciliares se habla con cierta frecuencia de los objetivos del Concilio, indicando la necesidad de renovación personal y comunitaria para conseguir los objetivos trazados «Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de dí­a en dí­a entre los fieles la vida cristiana» (SC 1).

Existe un proceso histórico continuo de decantación, que es de purificación a la luz del evangelio. En Cristo se desvela el misterio del tiempo. El «misterio de la iniquidad» (2Tes 2,17) está, de algún modo, en todo corazón y en toda institución humana, también en las instituciones de la Iglesia peregrina. Pero el «misterio de la piedad» (1Tes 3,16) es capaz de ir neutralizando todo resultado defectuoso o pecaminoso. Mientras tanto, todo defecto, por comprensible que sea, produce una reacción de sentido contrario y de parecida intensidad, que obliga a una corrección dolorosa, a veces incluso por la permisión providencial de persecuciones y de fracasos.

Renovación de personas y estructuras

La responsabilidad de todo creyente se debe concretar en un examen sobre si «los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión» (GS 19). «El Concilio Vaticano II… tuvo como objetivo principal el de despertar la autoconciencia de la Iglesia y, mediante su renovación interior, darle un nuevo impulso misionero en el anuncio del eterno mensaje de salvación» (Slavorum Apostoli 16). El camino del «Jubileo» del año 2.000 es también una llamada a emprender un itinerario de renovación evangélica (cfr. TMA 20, 33, 36, 42), evitando los retrasos y las medianí­as en la aplicación del concilio.

La renovación se refiere especialmente a las personas. Al presentar la situación actual de la sociedad, el Concilio no deja de apuntar que tal situación «exige cada vez más una adhesión verdaderamente personal y operante de la fe» (GS 7). La Iglesia se reforma desde dentro, amándola y renovándose personalmente para poder mejorar las estructuras. La renovación es una actitud esperanzadora que incluye la alegrí­a de ser Iglesia y la «gratitud por el don de la Iglesia» (TMA 32).

En cuanto a los sacerdotes, habrá que recordar que «los fines pastorales de renovación interna de la Iglesia y de difusión del Evangelio por el mundo entero», dependerán, en gran parte, del hecho de «esforzarse por alcanzar una santidad cada vez mayor» (PO 12). A los laicos se les recuerda que «todos los cristianos deben reemprender el camino de la renovación evangélica» (CFL 16). A los miembros de la vida consagrada se les invita a una actitud relacional, que es base del seguimiento evangélico como «memoria viviente del modo de vivir y actuar de Jesús» (VC 22).

Todo lo que en el cristianismo no refleje las actitudes evangélicas de las bienaventuranzas, se convierte en obstáculo tanto para vivir la comunión como para el anuncio evangélico. La Iglesia se renueva cuando aparece más claramente como «sacramento», es decir, «signo» transparente y portador de Cristo (cfr. LG 1). Esa transparencia es siempre de «comunión» o fraternidad, según el mandato del amor y como reflejo de la comunión trinitaria (cfr. LG 1 y 4). Sin esa renovación evangélica se producen actitudes atrofiantes en la comunidad eclesial, que pueden detectarse en todas las épocas integrismo (formas opcionales que pretenden ser absolutas), naturalismo (falta de espí­ritu sobrenatural), mediocridad (inmovilismo), disenso y crí­tica corrosiva, desánimo, cansancio…

La renovación permanente es parte integrante de la visibilidad de la Iglesia, por ser Iglesia de los «signos». Esta realidad no es estática, aunque sí­ ontológica, pero supone, por su misma naturaleza, un dinamismo de continua revisión y renovación, respetando siempre todo cuanto Cristo y sus Apóstoles legaron a su Iglesia «Caminando, pues, la Iglesia a través de peligros y de tribu¬la¬ciones… persevera siendo digna esposa de su Señor, y no deja de renovarse a sí­ misma bajo la acción del Espí­ritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso» (LG 9). La renovación interna llevará a la renovación de los signos externos, en vistas a la libertad evangélica de la Iglesia respecto a todo poder humano temporal. Todas las estructuras eclesiales tiene «caracterí­stica ministerial», es decir, de servicio (Const. Apost. Pastor Bonus n. 7).

Para anunciar y testimoniar el Evangelio

La renovación eclesial es en vistas a «anunciar el Evangelio con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia» (LG 1). Así­ la Iglesia podrá «presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal» (ibí­dem). La doctrina misionera conciliar se convierte en una llamada urgente a la renovación «El Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles» (AG 35). La «nueva época misionera» (RMi 92) dependerá de esta renovación eclesial.

Se trata siempre de renovación bajo la acción del Espí­ritu Santo, quien, «con la fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo» (LG 4). Para ello, habrá que proceder con discernimiento y fidelidad. Si la pauta de esta renovación eclesial se encuentra en las bienaventuranzas, la Iglesia se hace misionera en la medida en que se renueve evangélicamente «El lenguaje del Evangelio, el lenguaje de las bienaventuranzas» (TMA 20).

Referencias Bienaventuranzas, conversión, discernimiento del Espí­ritu, Iglesia, penitencia, santidad.

Lectura de documentos SC 1, 43; PO 12; OT 1; PC 2-4; AG 35; UR 6-7; EN 18.

Bibliografí­a A. ANTON, La Iglesia de Cristo (Madrid, BAC 1977) VIII; G. COTTIER, La Chiesa davanti alla conversione. Il frutto più significativo dell’Anno Santo, en Tertio Millennio Adveniente… Testo e commento teologico-pastorale (Cinisello Balsamo, San Paolo 1995) 160-171; J. DELICADO BAEZA, Para un examen de conciencia en la Iglesia ( BAC, Madrid, 1997); J. ESQUERDA BIFET, Il rinnovamento ecclesiale per una pastorale missionaria, en Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1987) 47-75; Idem, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147. Ver también Exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia (Juan Pablo II, 1984) AAS 77 (1985) 185-275.

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización