VER A DIOS
La búsqueda de Dios en el corazón humano
La búsqueda de Dios anida siempre en corazón del hombre. La posibilidad de encontrarse plenamente con él y de verle tal como es, uno y trino, forma parte del mensaje revelado. «A causa de su trascendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando el mismo abre su misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia «visión beatífica»» (CEC 1028). Esta visión será la esencia de nuestra bienaventuranza o felicidad en el más allá.
Le veremos tal como es
No podemos imaginarnos cómo será esta visión de Dios, porque «a Dios no le ha visto nadie» (Jn 1,18). La visión de Dios, que nos promete la revelación, nos habla de algo inimaginable «lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar» (1Cor 2,9); «palabras inefables que el hombre no puede expresar» (2Cor 12,4). Sabemos que llegar a esta visión supone un camino de purificar el corazón «Los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8). La visión de Dios se prepara ya desde esta tierra.
Aunque a Dios le podemos ver en sus criaturas y, de modo especial, en los hermanos y en nuestro corazón, este ver es «como en espejo» (1Cor 13,12). Por la fe, tenemos también un conocimiento obscuro de Dios. En cambio, «luego lo veremos cara a cara… como Dios mismo se conoce» (ibídem), como comunicándonos el conocimiento y amor del mismo Dios. Puesto que se trata de la visión del ser amado y ansiado (Dios Amor), esta visión incluye una profunda relación personal y donación mutua y total.
Es el ver de un conocimiento profundo, relacional, como en familia, que, por tanto, incluye el amar, darse y ser feliz con el intercambio total de las personas amadas. Es «ver» amando y poseyendo la «gloria» del mismo Cristo como Hijo de Dios (cfr Jn 17,24). Conocer a Cristo es la preparación para ver a Dios «Esta es la vida eterna que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
Aunque ya desde el momento de la muerte, el alma puede ver a Dios, será luego (en la glorificación final) cuando todo nuestro ser participará de este don de Dios. Nuestra misma naturaleza, de cuerpo y espíritu, sin dejar de ser ella, será transformada y capacitada para el encuentro y la visión de Dios «Desde mi carne yo veré a Dios; yo le veré, veranle mis ojos, y no otros» (Job 19,26-27). Esta visión amorosa y transformante, visión beatífica, será posible gracias a la luz divina («lumen gloriae») que el Señor nos comunicará elevando nuestra capacidad. Es en la misma luz de Dios que le veremos a él tal como es «En tu luz veremos la luz» (Sal 35,10). Es luz que nos vendrá de Jesús, porque en el cielo «su lámpara es el Cordero» (Apoc 21,23) y «la gloria de Dios reverbera en la faz de Cristo» (2Cor 4,6).
Los bienaventurados verán el rostro de Dios directamente, sin espejos ni mensajeros «Verán su rostro» (Apoc 22.4). El «rostro» significa el mismo ser de Dios, no su reflejo o «espalda» (Ex 33,23). Conoceremos a Dios con el mismo conocimiento con que él nos conoce «Entonces comprenderé como yo mismo soy conocido por Dios» (1Cor 13,12). El Espíritu Santo nos hará capaces de «penetrar en lo más profundo de Dios» (1Cor 2,10).
Una herencia para toda la humanidad
La predicación de la Iglesia y la reflexión teológica han calificado la visión de Dios en el cielo como visión «clara» (sin sombras), intuitiva (como de mirada profunda de amor), inmediata (sin intermediarios ni «especies»). Será el mismo ser de Dios, su luz divina, que nos iluminará. El misterio de Dios, que en esta tierra sólo «balbuceamos» como niños (1Cor 13,11), un día será visión y comunicación plena.
Nuestra realidad de filiación divina participada nos habla de esta «herencia» «Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1Jn 3,2). Toda la humanidad está llamada a esta «adopción de hijos por Jesucristo» (Ef 1,5), porque «todos los pueblos comparten la misma herencia» (Ef 3,6).
Referencias Búsqueda de Dios, cielo, contemplación, Dios, escatología.
Lectura de documentos CEC 1023-1029; 2794-2796.
Bibliografía J.Mª CABODEVILLA, El cielo en palabras terrenas (Madrid, Paulinas, 1990); J. ESQUERDA BIFET, Ver al Invisible (Barcelona, Balmes, 1993); L. HERTLING, El cielo (Santander, Sal Terrae, 1960); Y. RAGUIN, La profundidad de Dios (Madrid, Narcea, 1982); C. POZO, Teología del más allá ( BAC, Madrid, 1968); J.L. RUIZ DE LA PEí‘A, La otra dimensión (Santander, Sal Terrae, 1991) 227-271.
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
(-> idolatría, arte, belleza). Suele decirse que los griegos han querido «ver», desarrollando una religión de las imágenes y formas. Por el contrario, los israelitas han puesto de relieve el «oír», la fidelidad a la palabra de Dios. «Yahvé habló con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, pero a excepción de oír la voz, no visteis ninguna fi gura. Y él os anunció su pacto, el cual os mandó poner por obra; los diez mandamientos, y los escribió en dos tablas de piedra. A mí también me mandó en aquel tiempo que os enseñase los estatutos y juicios, para que los pusieseis por obra en la tierra a la cual pasáis, para tomar posesión de ella. Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Yahvé habló con vosotros de en medio del fuego» (Dt 4,12-15). Este es un compendio de toda la teología israelita, centrada en el oír y cumplir, no en el ver y adorar. Siguiendo en esa línea, el evangelio de Juan ha formulado: «A Dios nadie le ha visto jamás, el Dios unigénito, que estaba en el seno del Padre, ése nos lo ha revelado» (Jn 1,18). Juan se sitúa en la línea de aquellos judíos que decían que nadie puede ver a Dios sin morir (cf. Je 6,2223; 13,22) y han añadido que el nombre de Yahvé no puede profanarse ni nombrarse en vano (Ex 20,7); más aún, conforme a 2 Cor 3^1, los judíos han querido poner un velo ante sus ojos para no ver ni el reflejo de su rostro en Moisés (Ex 34,33-35). Esta es la verdad final del más hondo judaismo que ha mantenido, de forma admirable, su fidelidad a un misterio que jamás podrá encarnarse, es decir, identificarse con un hombre. Pero los cristianos añaden: «el Dios unigénito que estaba en el seno del Padre nos lo ha revelado». Algunos manuscritos, en vez de «Dios unigénito» han puesto «Hijo Unigénito» para suavizar así la dureza de la frase. Pero hemos querido mantener la lectura más difícil, presentando a Jesús como Dios Unigénito que habita en el seno del Padre Dios, volviéndole visible entre los hombres. Habitando en el seno del Padre, Jesús vive (ha vivido) al mismo tiempo entre los hombres en una historia bien concreta de revelación. Desde esa base puede añadir, en la culminación del evangelio, «quien me ha visto ha visto al Padre» (Jn 14,9). Creer en Jesús y seguirle, permaneciendo en él, esto es ver a Dios.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra